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Ecos de un libro colectivo: La (re)conquista de la realidad)

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A) RESEÑAS

Reivindicación de lo real

Por Alberto García-Teresa [para Diagonal]

Desde posiciones de la Sociología de la Literatura (analizar qué provoca que sean creados determinados tex-tos), los diferentes escritos agrupados en esta lúcida antología coinciden en manifestar la necesidad de recu-perar lo real, los referentes, lo vital como expre-sión frente al vacío, que provoca un empobre-cimiento intelectual cómplice de la resignación en el sometimiento. Al mismo tiempo, desmon-tan la farsa del “realismo” de ciertas manifesta-ciones burguesas para obreros (melodramas sobre la “marginación” y culebrones). Así, ha-cen patente el irrenunciable condicionamiento ideológico de todo acontecimiento artístico.

A veces puramente desde el ensayo, el texto teórico, y otras ofreciendo una perspectiva más historiográfica, se puntualizan los mecanismos empleados para evitar y huir de la realidad en el arte, así como su presencia disfrazada (para hacer tratar pasar como progresistas expresio-nes burguesas incapaces de ocultar sus raíces). Se enfatiza el peligro de la deshistorización, pues la Historia permite conocer el por qué de lo que ocurre y buscar, de este modo, alternativas y salidas a ello. Igualmente, se habla de las consecuencias del arte (y de, por tanto, la responsabilidad de quie-nes lo practican) y, es más, se promueve tratar de conseguir provocar consecuencias con sus expresioquie-nes como creadores. Sin embargo, también se llega a plantear qué palabra poética se puede articular en un mundo des-lexicalizado.

De este modo, estamos ante una interesante y muy sugestiva selección de textos de Alfonso Sastre, Belen Gopegui, Constantino Bértolo, Matías Escalera Cordero, Iris M. Zabala, Jorge Riechmann, Enrique Falcón, Antonio Orihuela, J. Antonio Fortes, Juan Antonio Hormigón, Julio Rodríguez Puértolas y Alicia García sobre

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Análisis de efectos / reseñas

ECOS DE UN LIBRO COLECTIVO:

La (re)conquista de la realidad

Numerosos textos, citas y reseñas han saludado a uno de nuestros libros, La (re)conquista de la realidad; saludado como necesario y oportuno, ha puesto sobre el tapete una cuestión insoslayable, ¿puede darse una literatura, un arte, sin referente real?

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las maneras de abordar la ausencia de diálogo con lo real en la poesía, el teatro y la narrativa actual y favore-cer la ética y la práctica cultural insurgente.

El volumen contiene algunos pasajes realmente fundamentales para reflexionar sobre el estado de la cultura imperante, y para observar con otra mirada fenómenos que parecen invisibles o subterráneos.

La (re)conquista de la realidad

:

herramienta y poética del compromiso

Por David Becerra Mayor [para Rebelión]

Quizá resulte una obviedad pero es preciso reafirmarlo: La (re)conquista de la realidades un libro. Llamar a las cosas por su nombre es una tarea imprescindible cuando el valor objetivo de las cosas pierde su sentido y su significado. Los libros, en la sociedad del capitalismo avanzado, dejan de ser libros en tanto que se convier-ten en mercancía. Ya no importa lo que transmitan, sino lo que rentabilicen.

La palabra encuentra su valor en el mercado.

Es por eso precisamente por lo que La (re)conquista de la realidades un libro. La editorial que lo publica, Tierradenadie Ediciones, lucha desde su fundación contra esto: la mercantilización de la literatura. Y lo logra con una colección que no genera capital ni bene-ficios privados, sino que únicamente trabaja para la construcción de un pensamiento crítico, libre de toda dominación, que constituya una herramienta funda-mental para la transformación social.

La (re)conquista de la realidadforma parte de este proyecto editorial. Es un trabajo colectivo que nace con un doble propósito. Por un lado, postula un aná-lisis histórico –realista, real– de la literatura; es decir,

analiza el hecho literario como el resultado de unas relaciones sociales específicas que, en última instancia, serán las que determinen su producción. Por otro lado, La (re)conquista de la realidadpropone una nueva poética del compromiso basada en el conocimiento –análisis, conciencia– de la realidad en tanto que fuerza transformadora. Para ello cuenta con una nómina de autores que saben muy bien de lo que hablan. Novelistas, poetas, dramaturgos, profesores y editores, todos ellos coordinados por Matías Escalera Cordero, suman sus propuestas, su reivindicación de lo real, con tal de convertir este libro en una obra –una herramienta– de refe-rencia fundamental para el estudio (y la producción) de la literatura. Constantino Bértolo, Enrique Falcón, José Antonio Fortes, Alicia García, Belén Gopegui, Juan Antonio Hormigón, Antonio Orihuela, Jorge Riechmann, Julio Rodríguez Puértolas e Iris M. Zavala discurren sobre el estado del realismo en la sociedad del capitalis-mo avanzado. No sobra nadie y los que faltan –Juan Carlos Rodríguez, César de Vicente, etc.- asoman, cocapitalis-mo presencia inevitable, desde un pie de página. Todos ellos (los que están y los que no) unen sus fuerzas para (re)conquistar -¿fue nuestra alguna vez?- la realidad. ¿La literatura actual –banal, vacua–, aunque tenga como referente la realidad, es realista? ¿El realismo es la única posibilidad de compromiso? ¿Es posible luchar por la realidad desde la literatura? Y, si no lo fuera, ¿esto debería desmovilizarnos al escritor comprometido con su realidad? Estas y otras preguntas se plantean –y acaso se resuelven– a lo largo del libro.

No se trata únicamente de reivindicar el realismo. Este libro no cae en la ingenuidad de que sólo desde el rea-lismo se puede escribir la lucha de clases. Este postulado, que pronto supuso una diatriba irreconciliable en la

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teoría marxista, queda superado aquí al considerar, de forma crítica, que aquello que caracterizaba el realismo decimonónico –la objetividad del espejo, etc.– estaba igualmente mediatizado por la subjetividad de clase. Era un realismo cuya pretensión era legitimar el orden burgués como orden natural y, por lo tanto, inamovible, eterno. Y esto está llevado al extremo en la sociedad actual. Por lo tanto, desde La (re)conquista de la reali-dadno se denuncia que en la literatura de la posmodernidad –eufemismo de capitalismo radical– se haya pro-ducido un abandono de la realidad; de hecho, hoy más que nunca, la realidad se configura como la estética dominante. Y digo realidad y no realismo a propósito. Así como en el siglo XIX la burguesía se legitimaba a través del realismo, en el siglo XXI se legitima desde lo real. La tendencia artística posmoderna es la estética del simulacro, es decir, un arte donde lo real y lo ficticio se mezclan en un todo ontológico. Ya no hay límites: el nivel narrativo se presenta como real. No es casualidad, por lo tanto, la proliferación de reality shows, talk shows o películas con estética de documental. La realidad abarca todos los géneros, pero es una realidad que no nos interesa, porque aparece mediatizada por la ideología dominante: legitima el discurso del capitalismo avanzado que postula el fin de las ideologías y de la lucha de clases.

Un reality cualquiera pretende representar la degra-dación del espacio público, la imposibilidad de las relaciones humanas –sociales– al margen de un li-beralismo individualista; presentan el egoísmo y el fracaso de la convivencia como algo natural, inma-nente a la condición humana, pero, como dijera un personaje de los Tres centavos de Brecht, «Nos gus-taría ser buenos y no tan groseros, si tan sólo las cir-cunstancias fueran diferentes». Desde esta presen-tación de la realidad –aparentemente objetiva y desideologizada- el capitalismo muestra la lógica de sus relaciones sociales. La forma del discurso ino-cente esconde detrás una ideología.

La estética del simulacro parte con el mismo

objeti-vo. La gravedad de esta estética no sólo se encuentra en el ámbito artístico, donde –apurando mucho– todo cabe; lo peligroso es cuando el discurso penetra en los textos académicos, teóricos, etc., que conducen a la negación de la Historia. Paul Ricoeur, Hayen White o Roland Barthes son algunos de entre los que proponen que la Historia existe únicamente en tanto que entidad lingüística, es decir, que la Historia no es más que otro nivel narrativo. Según esto resulta imposible conocer la Historia y, claro, consiguientemente transformarla. Decía Barthes en un ensayo titulado Discurso de la Historia que «Nuestro conocimiento del pasado puede incrementarse, pero nuestro entendimiento no». Si no se toma conciencia de la Historia es inviable transfor-marla: he aquí el discurso dominante del fin de la Historia.

Por eso La (re)conquista de la realidades un texto imprescindible. Es una herramienta ideológica en un mundo sin herramientas y sin ideologías transformadoras; es un material necesario para pensar dialéctica-mente. Dice Enrique Falcón en el libro que «la literatura no es más que un acto de ocupación»; pues bien, es necesaria la literatura para ocupar una realidad usurpada por el discurso capitalista. Hay que escribir la reali-dad en tanto que lucha de clases. No hay que pasar un espejo –una cámara fotográfica o instalar una cámara oculta en las calles– para atrapar la realidad, sino que se trata de analizar la lógica de las relaciones sociales. Ir a la raíz. Producir una literatura radical.

¿Puede esto ayudar a la construcción de un mundo nuevo? Quizá, por sí misma, no; pero como afirma Juan Antonio Hormigón en su escrito: con palabras que aquí hago mías –y quisiera que nuestras–: «esto puede des-movilizar a muchos; pero este no es mi caso».

No es el caso, en efecto, de los editores ni de los autores de La (re)conquista de la realidad.

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B) PRESENTACIONES

La (re)conquista de la realidad

o el decálogo del buen escritor

Por Santiago Martín

[texto utilizado por el autor para la presentación del libro en el Instituto Cervantes de Ljubljana, la capital de Eslovenia, el pasado mes de marzo]

El libro La (re)conquista de la realidad: la novela, la poesía y el teatro del siglo presente

(Tierradenadie Ediciones, 2007) es un libro que apela al poder de la palabra. Es una obra que se esfuerza por avivar el debate sobre la función y los valores de la literatura. Pero sobre todo —y así lo leo y así lo creo— es un “manual del buen escritor” en estos tiempos revueltos que corren. Entre todas, hay diez afirmaciones, dispersas a lo largo del libro, que todo autor serio debería perseguir hasta la perfección… Y que constitui-rían, de por sí, una especie de “decálogo” para la escritura en el siglo presente.

Diez frases que resumirían y sintetizarían, ade-más, una buena parte de los temas, las inquietudes y las principales propuestas de trabajo de todos los auto-res del libro:

Nombrar, facultad humana, es crear realidad…” (Constantino Bértolo)

[Además]

La realidad es una constitución social y podría ser construida de otra manera…” (Belén Gopegui)

[Aunque]

La conquista de la realidad en la literatura no se hace presente en la actualidad…” (Juan Antonio Hormigón)

[Y]

La capacidad para transformar el mundo ha desaparecido…” (Belén Gopegui)

[Sin embargo]

El escritor es un ser atento a las vibraciones, los zumbidos y los murmullos…” (Jorge Riechmann)

Escribir es examinar el reverso de las tramas y de las cosas…” (Jorge Riechmann)

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[Y]

La escritura no puede encerrarse dentro de las murallas de la ciudad…” (Jorge Riechmann)

[Pues]

Sin entrega plena no hay literatura…” (Jorge Riechmann)

[Y]

Para escribir hace falta verdad, y fidelidad a esa verdad…” (Jorge Riechmann)

[Por lo que]

Hay que hacer libros que tengan consecuencias…” (Matías Escalera Cordero)

Tengámoslo en cuenta, pues, al escribir, pero también al leer.

La (re)conquista de la realidad

1

Por Arturo Borra

[texto utilizado por el autor para la presentación del libro en la librería Primado de Valencia, el pasa-do mes de febrero]

Presentar un libro como La (re)conquista de la realidad es una tarea difícil, no sólo por las apuestas que for-mula, sino también por los debates teórico-políticos a los que abre, incluso entre sus mismos participantes. En ese sentido, la sola coexistencia de una multiplicidad de perspectivas puestas en juego hace que cada una de las respuestas ensayadas sea llamada a discutir con las demás –en una relación de sentido que no siempre

implica «complementariedad»-. Ahora bien, cuando un debate es auténtico no hay promesa de cancelación,

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de arribar a un estado concluyente de la cuestión, incluso a pesar del consenso colectivo en combatir una lite-ratura conformista que se desentiende de la crítica de las condiciones de existencia del presente. Es esa falta de cancelación, esa invitación a un debate sin término -que invita al lector a sumarse como interlocutor- lo que quisiera entonces celebrar.

Por lo dicho, resulta poco fecundo intentar reducir esa pluralidad discursiva a un enfoque único. Esa reducción omitiría diferencias conceptuales centrales, como por ejemplo, las relacionadas a la controversia sobre los rea-lismos estéticos o el estatuto mismo del lenguaje y la retórica en la literatura2. Desde esta interpretación, en-tonces, la unidad de estos ensayos no proviene de lo que comparten de forma positiva, sino de aquello con lo cual antagonizan: una literatura que ha resignado su voluntad de contribuir al cambio social o, dicho de forma taxativa, que ha renunciado a pedir cuentas a un contexto histórico-social marcado por la desigualdad, la injus-ticia y la explotación generalizadas en la actual fase del capitalismo globalizado3. De ahí que este libro articu-laposiciones diferenciadas para constituirlas en punta de lanza contra unos discursos literarios dominantes en el campo artístico español, marcados por su vaciamientoo, incluso, por su renuncia a todo cuestionamien-to radical de nuestras sociedades contemporá-neas. Identificar esas posiciones con un proyec-to estético-político unificado (llámese «literatu-ra crítica», «estética de la resistencia» o como se quiera) no debería ocultar las distintas líneas de argumentación y los modos plurales de produc-ción estética que en la misma izquierda se pro-ducen.

Hechas estas salvedades, en su sentido global,

La (re)conquista de la realidad constituye una intervención crítica en condiciones ideológicas y políticas adversas. De ahí su inquietud, la apues-ta por una creación literaria que asume el riesgo de referirse al mundo desde un horizonte crítico –contra toda postura complaciente que tranquili-za las conciencias a costa de inmovilitranquili-zar los pies-. Hasta donde conozco, habría que señalar un específico compromiso ético-político de sus autores; habría tam-bién que constatar una coherencia que siendo literaria excede la literatura, para incluir otras dimensiones de sujeto y, en particular, para implicar al escritor como ciudadano. Pero nada de eso nos exime de analizar unos enunciados específicos, imposibles de resumir en una presentación.

Asumiendo entonces esta pluralidad de sentidos, lo que en el antagonismo se delimitacomo punto comparti-do, lo que unifica parcialmente la heterogeneidad de los enfoques –que abarcan desde el psicoanálisis hasta la economía política, desde la teoría del teatro hasta la crítica literaria, pasando por la reflexión filosófica y comu-nicacional-, es la tesis fuerte de que no hay literatura apolíticaaunque así lo pretenda un discurso literario hegemónico (atrapado por su despolitización radical). Dicho en otros términos: todo decir literario implica un posicionamiento del sujeto con respecto a la institución de nuestro mundo histórico-social. Desentenderse de esclarecer esa posición, de tomar partido, culmina en la construcción de una relación de indiferencia con res-pecto al presente orden social. Las consecuencias de ello son más bien previsibles: la legitimación de una cul-tura hegemónica que acepta la separación de arte y vida, de escritor y ciudadanía, de individuo y sociedad. La presunta neutralidad política, en este sentido, no es más que indiferencia práctica ante nuestro presente sacri-ficial.

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Sin embargo –y nos lo recuerda Jorge Riechmann- la sola alusión explícita a una dimensión política no alcan-za: la literatura, para ser valiosa, reclama un «contenido de verdad», aunque se trate de una verdad que “no preexiste a la búsqueda del poema”4. Y puesto que todo producto literario es resultado de un acto significati-vo (o incluso, de un «acto de ocupación» en un campo de combate ideológico, como señala E. Falcón), eso im-plicará que nuestros actos literarios producirán efectos de sentido específicos, de los cuales no cabe desenten-derse.Si bien dentro del análisis semiótico desde hace décadas se insiste en la dimensión «performativa» del discurso (incluyendo el discurso literario), tienen razón algunos autores reunidos aquí al señalar la despreo-cupación por parte de las posiciones literarias dominantes de las consecuencias de sus intervenciones, como no sea la mera preocupación por ser aceptadas dentro de la vida literaria oficial o por acceder a unas indus-trias culturales que tienden a desconocer todo aquello que excede (y cuestiona) su lógica mercantil.

Dicho lo cual, asumiendo la condición irresumible del presente libro, quisiera detenerme en los ensayos de los participantes aquí presentes. (Re)conquistar la realidad significa que en algún momento se produjo una pér-dida, un vaciamiento de(l) (sentido de) realidad por parte de la literatura dominante, que no es actual, sino que se remonta quizás a la “larga noche franquista”5, por decirlo con Matías Escalera (y también cabe pregun-tarse por la incidencia de factores que exceden lo nacional). Así, este libro parte de la constatación de una au-sencia, acaso para interrogarla como síntoma de época. ¿Cómo imaginar en este contexto marcado por una economía de la omisión, por un vacío abisal, la reconquista de una realidad por parte del teatro, la novela y la poesía españolas? Escalera sugiere que ese objetivo podría conseguirse a través de ciertaestrategia realista de condición crítica –en contraposición a otro tipo de realismos que ocultan la realidad misma-. Contra la radi-cal deshistorización de la “novela

histó-rica” –que en su huida hacia atrás es-capa del presente novelable, marcado por la criminalidad objetiva-, contra el timo de la narrativa del asesinato miste-rioso –que aunque no escatima en san-gre impide el conocimiento de los verda-deros verdugos-, contra todas las formas de «escapismo autodestructivo» –que conduce a una estética de la derrota-, ca-be, pues, la apuesta por una conquista, que podría definirse como lectura de nuestra experiencia traumática, desde una literatura que procura resistir la uniformización ideológica6. Como se-ñala el autor, hay vías múltiplesde ac-ceso a lo real, en las que la metáfora, la negación, el sueño, la introspección, la ira, la razón, también tienen su centra-lidad en esta tarea de develamiento

que cabe de una literatura que no se conforma con el olvido histórico y asume una arriesgada lucha contra la consagración del mercado en nuestras vidas. Es este tipo de «compromiso» -en contraposición a aquel que se

proclamacomo moda intelectual- el que en estas páginas hallaremos; un compromiso, por lo demás, nada homogéneo y que ni siquiera se da por sabido.

En una dirección similar se mueve Falcón cuando llama a una politización de la poesía (siguiendo quizás un

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4.- VVAA, La (re)conquista de la realidad, Tierradenadie ediciones, Madrid, 2007, p. 17. 5.- Ibid., p. 11.

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rumbo benjaminiano) que invoque un tiempo de la excepción, en que lo personal, lo histórico y lo estético se enlazan para batallar. El realismo crítico de Falcón es lucha contra la unidimensionalización de la poesía: se trata de desnaturalizar la “narcotización” de la vida social; mirar de frente la desesperanza, sin renunciar a la belleza como sed del poema. Pero Falcón resiste la tentación mesiánica: no quiere sustituir ninguna voz ni pre-tende ser portavoz de los oprimidos del mundo, sino darles un lugar, llamarlos a tomar parte, a erosionar las cunetas de la historia desde las que vociferan. Eso no equivale a un reclamo de transparencia, sino a un inten-to de recobrar el alieninten-to, situandohistóricamente la injusticia, sin olvidar la necesidad de articular las luchas estético-políticas con otro tipo de acciones sociales. Tal es su gesto concreto que se posiciona ante el grito del mundo. Se comprende entonces que todo «estilo» tenga implicaciones morales. Porque contra todo presagio de fatalidad, habla aquí una poesía que conecta lo real con el poder. Y si para algunos movimientos sociales lo personal es político, aquí Falcón no duda en invertir la fórmula: lo político es personal. En este plano, no se trata de recluirse en el campo de la conciencia: lo que el autor llama “actual poesía política” también apunta –como estrategia contestataria- a desatar las posibilidades afectivas del poema, produciendo una «evidencia imprevisible». Lo central es esta dicción que habla desde la herida, desde los vínculos desgarrados, desde la promesa de una emancipación nunca garantizada que reclama una práctica conflictiva que incluye y desborda el campo poético.

En un “mundo repleto de víctimas”, la esperanza es posible si “tienen un futuro nuestros muertos”7. En esta lucha –nos dice Falcón- no queda excluida la posibilidad panfletaria –puesto que también hay buenos panfle-tos-, aunque también caben poemas políticos que apelan a otros recursos para expresar la “tensión acuciada a la intemperie”8, la ira que otros ocultan obnubilados por la lira. Ideología y utopía se enlazan para dar lugar a la “más insatisfactoria de las prácticas literarias”9 que es la poesía política (que no teme su nombre): “Hay par-tículas de sangre en todos nuestros poemas”10. Porque lo otro al lenguaje rabioso de la poesía política actual, no es una poesía apolítica, sino una –podríamos arriesgar- que al condenarse a la inconsciencia política, hace política aberrante.

Dicho esto, quisiera finalizar recordando las palabras de Pierre Bourdieu: “La lucha por la verdad no debería hacernos olvidar la verdad de la lucha”. Sirva este libro, entonces, como aporte a esas luchas en la que nos juga-mos un modo de morar en el mundo.

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C) Y UN INÉDITO

La fuerza de lo posible: sobre la capacidad

de la ciencia ficción para cambiar el mundo.

A raíz de la lectura de La (re)conquista de la realidad. La novela, la

poe-sía y el teatro del siglo presente

(Tierradenadie Ediciones, 2007)

Alberto García-Teresa

Es obvio que la literatura no cambiará el mundo; el mundo lo cambian las personas. Pero las personas pue-den ser lectoras; y en los libros se transmiten ideas. Y las ideas puepue-den conseguir movilizar a las personas a base de ofrecer nuevas miradas, plantearles nuevos horizontes o, sencilla y complejamente, sugerir; sugerir en un mundo donde reina lo explícito, lo inmediato, lo prefabricado y la (falsa) satisfacción a golpe de tarje-ta de crédito.

La ciencia ficción puede contribuir a esa nueva mirada desde el momento en que trabaja con mundos posibles. En la ciencia ficción, la utopía es posible; cualquier cosa es posible. Y el simple hecho de mostrar su posibili-dad otorga una perspectiva de realiposibili-dad –mental– que llega a ser ilusionante: puede ser cierto. En un mundo, el nuestro, donde la caída del Muro de Berlín trajo consigo la Teoría del Fin de la Historia, valedores del Pen-samiento Único y la fe en que el capitalismo globalizado es “el mejor de los mundos”, el simple hecho de plan-tear, en principio sólo de manera retórica, aunque plásticamente plasmado, otras posibilidades, de ofrecer a las mentes de los lectores (amputar el pensamiento es abortar la acción; enriquecerlo es fomentar caminos para llevarla a cabo) la sugestión de que existen otras muchas maneras de organizar la sociedad y de relacio-narnos entre nosotros es ya un ejercicio de estímulo a la reflexión, a plantearse si se está de acuerdo o no con lo que nos rodea.

Afirmar que la literatura, que cualquier manifestación artística, está exenta de ideología es como aseverar que sus autores no están insertados en una sociedad. Su forma de relacionarse, de entender el mundo, de estruc-turarlo a él y a la sociedad, de posicionarse frente a cualquier acto humano (incluida la pasividad o la indife-rencia como respuesta) es una manifestación política que se extiende a sus acciones. Y la escritura, ejercicio intelectual, no va a ser menos. Y la ciencia ficción, ejercicio especialmente intelectual por cuanto de desarrollo imaginativo y especulativo posee, mucho más.

Una de las características, a mi entender, más positivas del arte es su plurifuncionalidad. Su verdadera rique-za radica en ella, en su apertura de posibilidades ligadas a las necesidades (expresivas, afectivas, intelectuales, políticas) de cada individuo en cada momento. No posee una función excluyente, o más válida que otras; tiene las funciones que su creador pretenda otorgarle y que el lector busque y quiera reconocer. En ese sentido, cuando se opta por una función transformadora (para mí, función que debe ser la básica en un momento his-tórico lleno de injusticia, sufrimiento innecesario y desigualdad), la literatura tiene en su mano la oportunidad de poder arrojar preguntas. No de dar respuestas, sino de estimular para que el lector sea un receptor partíci-pe y activo, que deba implicarse, tomar decisiones... Pensar y hablar con su propia voz, en definitiva.

En ese sentido, la ciencia ficción es un mecanismo inigualable para plantear preguntas que no podrían ser for-muladas de otra manera (al no limitarse a tiempos y mundos ya existentes). Los panoramas especulativos que plasma el género son universos repletos de ellas: ¿Cómo funcionará una sociedad con tales principios? ¿Qué pasaría si…? ¿Cómo sería la vida en estas condiciones? Son laboratorios de ideas, pues permiten poner en práctica (aunque sólo de manera ficcional) juicios teóricos con gran flexibilidad.

Por parte del escritor, la búsqueda del principio de verosimilitud aristotélico, pilar de toda narración de cien-cia ficción, y de coherencien-cia interna del mundo ficcional provocan un importante ejercicio intelectual en el autor

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para darles vida y consistencia a tales ideas. De este modo, obliga a una necesaria y profunda reflexión, un replanteamiento continuo del sentido.

Para el lector, sumergirse en ese nuevo universo le permite observar su mundo y sus posibilidades con una dis-locación espléndida para poder ganar distancia y perspectiva y, de este modo, analizar su realidad con deteni-miento.

El mayoritario uso conservador que se ha dado a esta herramienta (aunque no es la parte que más ha trascen-dido el género), en temas, iconos, símbolos y enfoques, no invalida en absoluto sus capacidades. De hecho, es muy significativo que los primeros autores de ciencia ficción la utilizaran para mostrar otros mundos posibles (utopías socialistas, básicamente), con la transformación social como horizonte. Hay autores suficientes como ejemplos para caminar con esa perspectiva sin tener que partir de cero. Sólo hace falta voluntad, autocrítica y reflexión para evitar la reproducción automática e inconsciente de elementos reaccionarios asimilados en la tradición de la ciencia ficción.

La distopía, con su carácter de hiperbolización de los asuntos socioeconómicos y políticos del presente más ne-gativos para el autor, con su proyección desde el “si esto sigue así…”, es una herramienta importantísima para arrojar luz sobre los claroscuros de nuestros días. De hecho, es el subgénero de la ciencia ficción que más acep-tación y difusión ha tenido (1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldoux Huxley, 20Farenheit 451, de Ray Bradbury) y el que mayor atención ha conseguido del público no especializado (hasta el punto de perder la etiqueta de “ciencia ficción”). La renuncia a ella, que puede palparse en buena parte de los escritores y lec-tores del género en la actualidad, es sólo una muestra del conformismo imperante. Pero su fuerza sigue estan-do vigente, y sus características no han dejaestan-do de poseer una potencia única, como demuestran brillantes dis-topías recientes (Jennifer Gobierno, de Max Barry, Oryx y Crake, de Margaret Atwood), más aún en un mundo de desinformación por sobreinformación, de ceguera por exceso de focos.

Por otra parte, la necesidad de autoexigencia estética es un componente intrínseco a la creación literaria. Re-ducirse a ella es una opción válida (por más que éticamente insuficiente), pero se debe ser consecuente con lo que se renuncia a ello, con lo que se está dejando de lado. Afirmar, por tanto, que son incompatibles la volun-tad de transformación y la búsqueda de belleza estética es una forma burda y torpe de tratar de desprestigiar la primera. Las novelas críticas que son malas lo son porque son deficientes técnicamente, pobres estéticamen-te, pero no por el mero hecho de ser críticas. Los desposeídoso La mano izquierda de la oscuridad, ambas de Ursula K. Le Guin, Todos sobre Zanzíbar, de John Brunner, Limbo, de Bernard Wolfe, demuestran que se puede lograr un artefacto artístico impecable, incluso con riesgo en el plano formal, que contenga una fuerte carga disidente y de posibilidad de cambio.

Frente a la resignación actual, la desolación y la desilusión, frente a la homogeneización, la ciencia ficción muestra caminos, alternativas, posibilidades sobre las que sus lectores, tornándose en integrantes activos de una comunidad, pueden reflexionar y utilizar como pistas de despegue en la consecución de una sociedad dis-tinta; justa, igualitaria y cooperativa.

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