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La Universidad signo de vitalidad

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Teológica

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Ricardo González G.

Profesor Facultad de Teología

Una palabra de grito de nuestro tiempo, es sin duda alguna la palabra "crisis". Se habla de crisis de autoridad, de crisis en las instituciones, de crisis energética y también de crisis de la universidad.

La universidad es el fermento, es el alma de la sociedad y todos esta-mos llamados a cooperar para que pueda cumplir este deber.

En ese centro docente se forman las generaciones del mañana y a la sombra de sus claustros germinan y crecen los profesionales que deben regir el país y las instituciones. En ella se reunen las juventudes ávidas de ciencia, y de saber, ella es el corazón de la sociedad. Por eso la univer-sidad no puede cesar su arduo empeño para construír para el país la me-jor alternativa phsmada en la implantación de la verdad, de la justicia y por consiguiente de una vida más digna. Por ello tenemos que lanzarnos todos a la reconquista de la universidad que es el fundamento del desa-rrollo de la sociedad y la columna primordial de su futuro. Esta es una meta y un empeño que debe partir de la propia comunidad universitaria. La universidad tiene que iniciar con valor y abnegación una ardua marcha por el futuro mismo. La comunidad universitaria que debe ser consciente del pesado compromiso histórico que encarna, apoyada en un pasado glorioso y en un presente de esperanza otorgada por la pujan-za de los jóvenes anhelantes que la integran, debe formar en su seno el más vivo ideal de renovación. La universidad tiene que tener fe en sí misma y en sus miembros que son su alma y su fuerza y en una concien-cia constructiva de su destino.

LA UNIVERSIDAD SIGNO DE VITALIDAD

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La juventud cuya energía corre por sus venas, tiene que tener la con-ciencia clara, de que defender el presente es construir el futuro de sus anhelos que se conquistan con tenacidad. Es necesario ser conscientes de que tienen que formarse hombres para los tiempos nuevos, hombres de virtudes serias, amplios horizontes y metas definidas. Estamos frente a un mundo que cambia y para ello se necesitan voluntades fuertes, hombres menos teóricos y más realistas, mas confianza en la persona y en su capacidad de relación. Hay que devolver al hombre su valor pro-fundo y hacer del ser humano el centro de los afanes y de las preocu-paciones; hay que atender las voces de una juventud anhelante y depo-sitar la confianza en lo que sus voces, llenas de esperanza; anuncian.

La comunidad universitaria tiene que ser el amanecer radiante del mañana y nunca la noche oscura de la incerteza donde navegan muchas juventudes envueltas en la tragedia de la desesperación y del vacío. La universidad es el alba de la sociedad; allí está plasmado el futuro de la humanidad, por eso tiene que ser una comunidad viva, sensible y enrai-zada en el valor del ser humano como su centro y fundamento. Es el horizonte de un país que tiene que tener como alternativa la supera-ción; en ella, la juventud tiene que tener la posibilidad de mirar con-fiada hacia adelante; por eso la esperanzada alternativa universitaria tiene que ser la garantía contra la pasividad y el adormecimiento técni-co sin apertura y sin calor humano. Cuando se va en busca de metas ele-vadas hay (- ue subir las montañas por caminos escabrosos, hasta conquis-tar las alturas; allí no hay barreras.

En el centro universitario, está la esperanza de toda la nación y la obra de cada uno es la conciencia de todos, por eso es un empeño uná-nime. Este centro tiene que cambiar porque así lo exige la marcha de los tiempos, pero tiene que mantenerse a la vez la imagen, en sus liberta-des, en sus valores y en sus principios; al acento humano y cordial tiene que invitar a la concordia a todas las mentes, tiene que defender con modestia y con altivez sus valores que garanticen un futuro floreciente en la búsqueda de la verdad científica y ala vez muy humano en el re-conocimiento del hombre y sus derechos.

Es primordial tarea de la universidad defender la paz, la consagración al entendimiento, la adhesión al orden y a la justicia social. Estos valores deben ondular muy en alto en la comunidad universitaria que plasma en sus aulas y en sus miembros la sociedad nueva del mañana, respaldada por una fe en el hombre y por el optimismo en el destino del propio centro docente que debe estar siempre en marcha hacia un porvenir venturoso y rescatar para la sociedad la plenitud de su grandeza, que debe exaltar la vida y las obras en favor de la conciencia y el bienestar humano; es ella, la que está llamada a dar un aleccionador ejemplo para

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Es un hecho real en la historia de la humanidad contemporánea, el despliegue de una filosofía materialista que amenaza con envolver al hombre en el pesimismo, en la desesperación y en el fracaso; es en el seno de la universidad donde la verdad tiene que recuperar el valor que le corresponde y donde la filosofía misma de la vida tiene que implan-tar sus raíces, devolverle al hombre sus derechos y rescaimplan-tar sus intere-ses.

Es un deber casi sagrado de la universidad despertar una sensibilidad social que le permita a todos sus miembros hundirse no sólo en la pro-fundidad de la ciencia, sino también en el drama del hombre de nuestro tiempo tan afectado por la marcha acelerada del hambre, que cubre cada vez más amplias zonas, desvastadas por la miseria y el desamparo, que amenazan en general la paz del mundo. Se necesita una mayor acción de compromiso personal que solidarice a la comunidad universitaria con el hombre existencial.

La acción renovadora de la historia tiene que estar impulsada por una juventud sedienta de autenticidad que debe hacer del centro universita-rio la plataforma de lanzamiento para su acción y dinamismo cuya vi-bración repercuta en todos los ámbitos de la sociedad.

La universidad es sinónimo de vida y por lo tanto de movimiento re-novador, mediante una acción dinámica, una colaboración profunda y un compromiso serio.

LA COMUNIDAD UNIVERSITARIA, CORAZON DE LA SOCIEDAD Para alcanzar este ideal, de ser la parte vital de la sociedad, la activi-dad académica y la labor científica de la universiactivi-dad, deben estar in-dudablemente impregnadas por tres elementos: por un fundamento sólido, por una apertura necesaria .y por una colaboración fructífera. Primero que todo se requiere un fundamento sólido. Si nosotros hoy constatamos una general incertidumbre, aún en el campo intelectual, esto sucede porque muchos principios objetivos y en vigor desde mucho tiempo atrás, han comenzado a vacilar. La verdad debe ser entonces comprendida e ilustrada de nuevo, debemos adaptarla en la forma de su expresión a la inteligencia actual, debemos responder a las preguntas y a las investigaciones puestas por el hombre de hoy, a las cuales nos encon-tramos sometidos gracias a los cambios sobrevenidos de nuestra época.

la nación, puesto que es en la búsqueda de la verdad donde está el porve-nir de la sociedad y sus intereses; ésta tiene que ser una de las finalida-des primordiales del universitario.

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Esto no quiere decir que la verdad ya no tenga valor: ella cambia en su expresión pero en su esencia debe permanecer invariable; muchas ve-ces se confunden con relativa facilidad estos dos planos, causando una común incerteza en nuestro tiempo; al hombre moderno hay que ha-blarle en su lenguaje pero esto no significa que no se le pueda presen-tar la verdad y que no esté obligado con ella.

Es un empeño primordial de la universidad establecer y sostener este sólido fundamento y comunicarlo a sus miembros mediante una ense-ñanza y una formación seria; será el camino para vencer la incerteza de nuestro tiempo.

Si hablamos de un sólido fundamento, esto no quiere decir que queda excluída, sino por el contrario que se requiere, una apertura ne-cesaria. Tenemos que estar abiertos para todas las verdades donde quie-ra que ellas se encuentren. Es deber de la universidad establecer un fun-damento sólido juntamente con una apertura necesaria. Es necesaria una profunda investigación científica porque así lo exige el momento presen-te; es necesario conocer muy a fondo las leyes de la ciencia y formar hombres entusiastas para la investigación, capaces de responder a las exigencias de la tecnología de nuestro tiempo; hoy más que nunca el hombre tiene necesidad de desarrollar su capacidad investigativa y crea-dora que lo coloca muy en alto en el mundo científico. Un hecho y un empeño que deben estar muy dentro del corazón de la universidad.

Esta institución tiene que ser muy exigente en la búsqueda de la ver-dad científica; no es tarea de unos pocos, es una contribución de todos en un anhelo que cada uno debe hacer suyo; la comunidad universita-ria no puede formar hombres débiles intelectualmente, ello iría en me-noscabo de la propia universidad que se vería desalojada por falta de fundamentos y moriría por asfixia y anemia científica. El hombre lleva dentro de su misma naturaleza la capacidad de crear y por eso nace la técnica que no es otra cosa que la misma existencia que se proyecta; el ser humano es capaz de descubrir y transformar. Al mismo tiempo que constituye un valor fundamental para el hombre, la técnica es un peli-gro que le amenaza con destruírlo cuando se la absolutiza y se la con-vierte en la única finalidad humana. Un grave mal de nuestro tiempo que aqueja al mundo entero y en algunas partes con tal agudeza que el hombre muere por asfixia tecnicista. La universidad tiene que estar en guardia contra este fenómeno que amenaza con destruír su propia madre devorándola viva en sus entrañas; ya hemos anotado cómo la universidad tiene que ser el primer guardian de la ciencia, lo que no quiere decir que el tecnicismo sea su único objetivo. Si así fuera, se llegaría en poco tiempo, a un fracaso universitario, porque el hombre quedaría reducido a ser pieza de una máquina algo más compleja, gober-nada por una tecnocracia, y sin ninguna posibilidad de mirar más allá

Ricardo González

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Teológica Ricardo González

del propio tecnicismo con el que se identifica. En este primer momen-to de absolutización de la técnica quedan clausurados momen-todos los accesos al ser y al hombre y llegamos así a la paradoja de una técnica que co-menzó siendo una liberación y que termina siendo una nueva y más per-fecta forma de esclavización del hombre por las máquinas puesto en pa-ralelo con ellas, el hombre es cosificado y como lógica consecuencia, es negado el "yo", el "tú" y cualquier principio absoluto. El hombre apa-rece entonces pragmatizado; aparentemente todas las necesidades huma-nas son satisfechas, pero brota en cambio, el temor del hombre hacia el hombre y la inmoralidad en todos los niveles, donde se dan signos de la destrucción de los valores de la persona, reducida a un simple objeto. Al llegar a este punto no es raro entonces que se le niegue todo valor a la vida, que se la destruya sin escrúpulos y que la dignidad de la persona sea manipulada al antojo y según el viento utilitarista que sople; es ésta lamentablemente una realidad que se acentúa cada vez más en nuestro tiempo y con las mismas perspectivas para el mañana. La comunidad universitaria. alma y corazón de la sociedad, no puede permanecer indi-ferente ante este fenómeno; en todos sus integrantes tiene que existir una conciencia viva de que se tiene que formar al hombre, su carácter, sus valores éticos y sobre esta plataforma humana se debe construir el técnico, el científico, el profesional. Este es un empeño primordial de la universidad si no quiere correr el riesgo de verse ella misma involucra-da en un tecnicismo deshumanizante, empeñado en hacer del hombre un simple instrumento útil para que se pueda producir más y mejor.

La técnica es un elemento constitutivo del hombre. Por ello no se puede desconocer su importancia, porque se estaría negando en el fon-do al hombre mismo. La universidad tiene que devolver a la técnica ese valor humano y trascendente que ya tiene y que ha ido perdiendo por su absolutización y su avance hacia un mero tecnicismo clausurante de los valores del hambre, borrándole la identidad que lo distingue siempre. Hay que despertar en el individuo la conciencia de ser hombre, de for-marse y poder desarrollarse como tal. Esto sólo es posible si se coloca por encima de la tecnología y no como un instrumento servidor de ella como está ocurriendo en nuestro tiempo. A la persona hay que tratarla como persona y no cosificarla, ella está más allá de las cosas, es un suje-to inviolable. La universidad tiene que ser la base esencial del desarrollo y del progreso y está llamada a alimentar en sus aulas estos dos cimien-tos fundamentales del hombre y de la historia; allí está todo el signifi-cado de sus esfuerzos, orientados hacia la construcción de una nación y una sociedad renovadas. Ella, la universidad, tiene que responder a las angustias de nuestro tiempo y tiene que devolver a la persona y a la sociedad sus derechos, su libertad y su dignidad que le son inalienables.

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Miscelánea Teológica

acción dinámica, la que lo tiene que llevar a descubrir el sentido de la vida y no ciertamente en el aislamiento, sino en una labor compartida de búsqueda y de realización; cada universitario tiene que darse cuen-ta de que es una presencia activa, una acción dinámica, un compromi-so auténtico. Solamente de esta manera podrá surgir la universidad nue-va porque la renonue-vación tiene que venir desde dentro. Esto se logra me-diante una libertad, que debe ser bien entendida, no como el mero he-cho de obrar espontáneamente (espotaneidad ésta que debe estar ori-entada hacia una personalización del mundo y del hombre mismo). Hombre libre es el que sabe actuar en el mundo, el que es capaz de pondei- muchos interrogantes que le hace el mundo, es el hombre res-ponsable. Esta es la libertad que debe preconizar la universidad y ésta es la libertad que debe invadir sus claustros. La libertad no es ni anar-quía ni individualismo, no es impulso momentáneo, es una actitud hu-mana contínua. El universitario tiene que ser un hombre comprometi-do porque estamos en un muncomprometi-do que nos exige luchar y estar dispues-tos a plasmar nuevas victorias. Pero no es una lucha contra las personas, tampoco es una lucha armada cuerpo a cuerpo, sino que es una lucha por la verdad, conquistada por las ideas del hombre mismo y para su servicio. Esta es la verdadera lucha que debe librar la universidad. Todos sus miembros están invitados a librar esta batalla, porque la comunidad universitaria está llamada a responder a una vocación de presencia en este mundo en que vivimos.

Esta finalidad se debe alcanzar mediante una colaboración fructuosa, no sólo del personal docente sino también del discente en una estrecha relación de búsqueda fraterna y cordial; la búsqueda de la verdad cien-tífica no debe establecer diferencias entre profesores y alumnos, entre los cuales debe existir un anhelo común, cual es la profundización en la investigación. Si es necesario distinguir entre docente y discente, esta distinción no debe significar distancia alguna. En todos debe existir el mismo interés hacia el cual se tiende conjuntamente. Esta colaboración fraterna, franca y responsable es necesaria para el bien de la universidad. Sobre estos cimientos tiene que descansar si quiere conservar ella misma una vida y continuar siendo el alma y corazón de la sociedad.

Bernardo Guzmán

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