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BARUCH SPINOZA

O v

EPISTOLARIO

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Spinoza, Baruch

Epistolario.- Ia ed. - Buenos Aires : Colihue, 2007. 368 p. ; 18x12 cm.- (ColihueClásica)

Traducción de: Oscar Cohan ISBN 978-950-563-041-7

1. Etica. Filosofía Moral I. Tatián, Diego, prolog. II. Cohan, Oscar, trad. III. Título

CDD 170

Título original: Epistolae

Coordinador de colección: Lic. M ariano Sverdloff

Equipo de producción editorial: Cristina Amado, Cecilia Espósito, Ju an Pablo Lavagnino y Leandro Avalos Blacha.

LA FOTOCOPIA MATA AL LIBRO Y E S UN DELITO 1.5.B.N.-10: 950-563-041-7 1.5.B.N.-13: 978-950-563-041-7 O Ediciones Colihue S.R.L. Av. Díaz Vélez 5125

(C1405DCG) Buenos Aires - Argentina

www.colihue.com .ar

ecolihue@colihue.com.ar

Hecho el depósito que marca la ley 11.723

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INTRODUCCIÓN

E

n un importante ensayo sobre la escritura cifrada y las técnicas de ocultamiento en el Tratado teológico político escribía Leo Strauss que «el intérprete debe siempre prestar atención a la diferencia de peso específico entre los libros del Spinoza maduro y sus cartas. Las cartas no están dirigidas principalmente a hombres venideros sino a individuos con- y temporáneos. Mientras que las obras de su madurez están destinadas sobre todo a los mejores lectores, la gran mayoría de sus cartas están destinadas a hombres más bien mediocres». Sin embargo, tal vez por eso mismo, el lector de este epistolario encuentra en él una dimensión humana que no es accidental en la filosofía de Spinoza, y muestra un pensamiento para la vida, radical, antiescolar por naturaleza. ¿Cómo entender si no la disposición del filósofo en comunicar sus ideas a quien quisiera comprenderlas, sea el secretario de la Royal Society de Londres, un comerciante de granos, un funcionario político caído en desgracia que le pregunta sobre la existencia de es­ pectros, un médico que será alcalde de Amsterdam, un clérigo, un matemático, el mismo Leibniz (por quien Spinoza abrigó siempre una instintiva desconfianza)...? ¿Cómo interpretar la paciencia y la insistencia en explicar una y otra vez las mismas cosas al ilustrísimo Oldenburg, quien en todas sus cartas incita al filósofo a publicar de manera abierta sus ideas, para retroce­ der cuando este lo hace efectivamente con la edición del TTP-,

7. «How to Study Spinoza’s Theologico-political Treatise», en Persecu­ tion and the Art of Writing, The Free Press, New York, 19.52.

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DIEGO TATIÁN

'om endarle no escribir en la Ética nada peligroso?3 la «escritura reticente», la expresión cifrada y la cautela

e al prejuicio acompañan la manera de vivir y de hacer

»fía de Spinoza -y de los filósofos en el siglo X V II en

ral-, ello no obsta para advertir en toda su intensidad la pasión spinozista por la lucidez común y la comprensión ’:tiva; una honestidad comunicativa y un anhelo de claridad,

»propósito no es otro que el de incluir a todos los hombres fuera posible en esa discusión sobre todas las cosas llamada

Uj^ >fia. Pues en lo esencial, las ideas de Spinoza pueden ser prendidas por cualquiera. Su amenaza no estriba en su dificul- sino en la superstición, el prejuicio y el odio, que redundan

persecución». En efecto, la democracia política de Spinoza hace constelación con una ontología radicalmente no jerárquica, con una antropología que se vale del concepto de Natura como máquina de guerra contra los privilegios y sus justificaciones, con una teoría del entendimiento según la cual todos los seres toman parte en él y pueden llevar su deseo al extremo de sí (para, allí,

investirlo de sabiduría, de libertad y de felicidad) a través de la

experiencia ética, la pasión de pensar y la práctica política. Si de hecho no todos los hombres son libres -y aunque, en efecto, la libertad sea rara y sea difícil-, nadie deja de serlo por naturaleza, imposibilidad o destino. Otra vez: cualquiera puede serlo. Y el epistolario consta de una escritura paradójica, animada por la cautela y la libertad de palabra al mismo tiempo. Una escritura donde se registran con una singular claridad los conflictos pro­ pios de la libertad y la condición dramática de la filosofía en un mundo dominado por la servidumbre y el prejuicio.

teológico-polüico; TB para el Tratado breve; TRE para el Tratado de la reforma del entendimiento; PPC para los Principios de filosofía de Descartes; TP para el Tratado político.

3. «Como por su respuesta del 5 de julio, comprendí que tiene usted la intención de publicar su Tratado de cinco partes [se refiere a la Eticc\, permítame, le ruego por la sinceridad de su afecto hacia mí, que le aconseje que no mezcle en él nada que parezca debilitar de algún modo la práctica de la virtud religiosa...» (carta LXII, 22 de julio de 1675).

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INTRODUCCIÓN IX

Por una parte, puesta en acto de un programa filosófico que lleva implícito un deseo de comunidad, según se halla expresado en un pasaje célebre del Tratado de la reforma del entendimiento-.

Este es el fin que busco, es decir, adquirir esa condic ión y tratar de que muchos otros la adquieran conmigo, pues también atañe a mi felicidad que muchos otros com prendan lo mismo que yo, a fin de que su entendim iento y sus deseos coincidan enteram ente con mi entendim iento y mis deseos.4

La disposición inicial de Spinoza frente a toda solicitud de diálogo filosófico es siempre la comunicación franca. Por otra parte, cuando esa solicitud revela intenciones antifilosóficas, o bien una voluntad de disputa infértil, Spinoza desiste de continuar e interrumpe la conversación, a veces de manera explícita y abrupta como con Blyenbergh'’. En ese caso el propósito comunicativo, que no es accidental a la manera spinozista de entender y hacer la filosofía, asume su propio límite, sin incurrir en la burla y sin deplorar la naturaleza de las cosas. Y en ese límite encuentra pertinencia lo que, ante el espectáculo de la guerra, le escribía a Oldenburg en una de las frases más amargas y también más anti-spinozistas de cuantas haya escrito Spinoza: «... dejo a cada cual vivir conforme a su

parecer y que los que así lo quieren m ueran por su bien, con

tal de que yo pueda vivir por la verdad» (carta XXX).

C o n te n id o d e l Epistolario

Pero si bien el conjunto de cartas que forman un epistolario van dirigidas a personas concretas, en este caso no se trata en lo esencial de una correspondencia privada sino de una

4. Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, versión de Oscar Cohan, Bajel, Buenos Aires, 1944, § 14, p. 22.

5. «... la necesidad me ha obligado a escribirle estas pocas líneas para darle a conocer, como lo he hecho, mi propósito y decisión» [de no responder a las preguntas planteadas] (carta XXVII).

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X DIEGO TATIÁN

correspondencia científica*1, pensada como parte de la obra y destinada a la edición7. Esto es, dirigida también a hombres venideros y no solo a «mediocres contemporáneos». De ma­ nera que, para el establecimiento del texto, se cuenta con dos fuentes: la primera y principal, las cartas publicadas en la edi­ ción de las Opera posthuma (OP) /Nagelate Schriflen [NS] (1677); la segunda, algunas cartas autógrafas, borradores autógrafos, copias e impresiones antiguas, cuyo contenido -cuando se trata de una de las cartas recogidas en OP / NS- no siempre coincide con el texto editado.

Según su descripción estricta, el epistolario spinozista consta hasta el momento de 88 cartas, 75 de las cuales (42

6. Más aún, en la mayoría de las cartas editadas han sido suprimidos -sea por los editores, sea por el propio Spinoza- pasajes y referencias estric­ tamente privados que no tuviesen un interés filosófico inmediato (ver F. Mignini, ¡ntroduzione a Spinozfl, Laterza, Roma, 1983, pp. 164-165).

7. En el siglo XVII, el intercambio epistolar cumplía una función análoga a la de las publicaciones científicas en los siglos XIX y XX; era un medio de difusión científica y de transmisión de investigaciones entre sabios de lugares distantes (cfr. Gebhardt, C., «Textgestaltung», en Spinoza, Opera, Heidelberg, 1925, Vol. IV, p. 368). En un artículo reciente, Pierre-Franqois Moreau sostiene que la investigación sobre el epistolario de Spinoza involucra un conjunto de preguntas indispen­ sables para su comprensión: «¿cuál es el estatus de aquellos a quienes las cartas van dirigidas?, ¿qué es una carta en el siglo XVII?, ¿cuáles son los caracteres particulares de la escritura epistolar de Spinoza?..., ¿qué nos dice él mismo, en otras obras, acerca de lo que diferencia una carta de otros tipos de escritura?», y reseña tres caracteres comunes a todo intercambio epistolar en la época clásica: «a. I a carta no siempre

es un mensaje entre solo dos corresponsales. Con frecuencia, está destinada a un público más amplio. Una carta es leída (está destinada a ser leída) no solo por su destinatario oficial sino también por otros... b. Se puede decir en las cartas -en ciertas cartas, más exactamente- lo que no se dice en una obra impresa... c. Las cartas están hechas para ser publicadas algún día... Las cartas de los eruditos forman parte de sus obras completas..., no se trata para ellos de un intercambio efímero sino que la correspondencia constituye un entero género filosófico y literario» (P.-F. Moreau, «Spinoza: lire la correspondance», en Revuede Métaphysique et de Morale, n° 1, enero de 2004, pp. 4-8).

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INTRODUCCIÓN XI

de Spinoza, 33 a Spinoza) fueron publicadas en la edición de 1677 preparada por sus amigos -el cuidado de la edición latina fue confiado a L. Meyer, mientras que el de la versión holandesa a H. Glazemaker-, en tanto que el resto proviene de otras fuentes8.

La última edición de las Opera realizada por Cari Gebhardt (G) en 1925, incluye 86 cartas, a las que se añadieron una carta a Meyer (XII A) descubierta en 1975, y un texto dejelles catalogado como carta XLVIII A. Asimismo se completaron la carta XLVIII B -que consta ahora de tres fuentes distintas9 que la aluden o transcriben- y la carta XXX, que según el texto actualmente establecido se compone de dos fragmentos, solo uno de los cuales había sido editado por Gebhardt, en tanto que el otro proviene de una transcripción realizada por Oldenburg en una carta a Robert Moray (6/10/1665)l0.

8. En 1802 C. G. Von Murr descubrió en la Biblioteca de Hannover el original de la carta XLVI a Leibniz; en 1843 Tydemann publicó la carta LXIX a L. Velthuysen; en 1847 Victor Cousin reveló en sus Fragments philosophiques el texto de la carta XV a L. Meyer. En 1862 J. van Vloten realizó un trabajo crítico sobre el cuerpo del epistolario que había servido de base para la edición de 1677, descubierto en 1850 por el librero F. Muller en el orfanato m enonita de Amsterdam. Una edición de 1876 realizada por Ginsberg, Der Briefuuechsel des Spinozfl im Urtext, ya incluía 80.cartas, en tanto que la edición de Vloten / Land (1882-3) reunía un total de 84. En 1921, W. Meijer descubrió la carta LUI y la publicó en el vol. 1 del Chronicon Spinozanum. Otras fueron halladas en la Royal Society de Londres, en las obras de Boyle y de Leibniz, y en diversos archivos y bibliotecas. Cfr. la «Introduzione» de Antonio Droetto a la edición italiana de la correspondencia (Spinoza, Epistolario, Einaudi, Torino, 1951, pp. 32-33).

9. Un libro pòstumo dejan Rieuwertsz -librero amigo y editor de Spino­ za-; un pasaje de la segunda edición (1702) del Dictionnaire de Pierre Bayle; y un libro de viaje cuyo autor lleva el nombre de Hallman (1704).

70; La primera edición completa -hasta hoy- de las 88 cartas que com­ ponen el epistolario de Spinoza fue realizada en 1977 por F. Akkerman y H. G. Hubbeling, Spinoza. Briefuuisseling, Wereldbibliotheek, Amsterdam. Los criterios para el establecimiento del texto se hallan en el trabajo de F. Akkerman, «Vers une meilleure édition de la correspondance de

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Spino-XII DIEGO TAT1ÂN

Del total, 50 cartas pertenecen a Spinoza y 38 a 12 corres­ ponsales11; conforme al cotejo de OP y NS, 62 habrían sido redactadas originalmente en latín y 26 en holandés (lengua en la que se escribía con Jelles, Blyenbergh, Van der Meer, Balling, Hudde, Boxel y Bouwmeester). No siempre ha podi­ do establecerse el idioma original de las cartas publicadas en OP / NS, en los casos en los que no se cuenta también con el texto autógrafo.

Por consiguiente, de las 88 cartas que componen el epistolario de Spinoza, 75 (que incluyen la que vale como introducción ul

Tratado Político) provienen exclusivamente de la editioprinceps de

1677, en tanto que las 13 restantes fueron descubiertas entre 1802 y 1975; un total de 20 existen además como autógrafas, 13 de las cuales (once en latín y dos en holandés) escritas por Spinoza.

La correspondencia se abre con una carta de Oldenburg de agosto de 1661 (cinco años después de la excomunión), en tanto que la última, escrita en el segundo semestre de 1676, es de Spino­ za a «un amigo» (probablementejarigjelles) y en ella se describe el contenido del Tratado político, que quedaría inconcluso por la muerte del filósofo el 21 de febrero de 1677. De manera que el conjunto abarca un arco de tiempo no muy extenso, un total de quince años de la vida de Spinoza (o bien doce, si consideramos que no se conservan cartas de 1668, 1670 y 1672)

za?», en Revue international de philosophie, n° 119-120, 1977, pp. 4-25. 77. H. Oldenburg, (17) S. de Vries (1), W. van Blyenbergh (4), L. van Velthuysen (1), W. Leibniz (1), J. L. Fabritius (1),T. Jelles (1), H. Boxel (3), É. W. von Tschirnhaus (5), G. H. Schuller (2), A. Burgh (1), N. Stensen (1), en tanto que no se conserva correspondencia de L. Meyer, P. Balling, J. Bouwmeester, J. Ostens,J. G. Graevius,J. van der Meer,J. Hudde.

72. Para un análisis de las variantes textuales entre las distintas fuentes, cfr. además del artículo citado de Fokke Akkerman, la excelente «Intro­ ducción» de Atilano Domínguez a su edición del epistolario spinozista (Spinoza, Correspondencia, Alianza, Madrid, 1990, pp. 11-13).

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INTRODUCCIÓN XIII

L a f ilo s o f ía b a jo ia r o s a

Spinoza había sido excomulgado de la comunidad judía de Amsterdam el 27 de julio de 1656; según los términos del

herem, cuya acta se conserva en el Libro dos Acordos da Nagam,

debido a las «horrendas herejías que practicaba y enseñaba» y a «los actos monstruosos que cometió». Nada del viejo mundo de pertenencia se registra en el epistolario. Ni una referencia a Uriel da Costa (cuyo suicidio, cuando el pequeño Baruch tenía nueve años, afectó vivamente a la existencia judía de Amster­ dam), ni a Menasseh ben Israel (rabino, escritor e impresor de fundamental importancia en la vida cultural sefardita de Amsterdam, y cuyo libro Esperanza de Israe/conservaba Spinoza en su biblioteca), ni a su viejo maestro Saúl Levi Morteira (a quien el relato biográfico de Lucas adjudica un protagonismo principal en la excomunión de su discípulo). Tampoco encon­ traremos en las cartas de Spinoza mención a Juan de Prado, presuntamente decisivo en la gestación del desvío herético que plasmará en el spinozismo1*, él mismo excomulgado y que -a diferencia de Spinoza- se retractó poco tiempo después. Se sabe por documentos de la Inquisición que Prado y Spinoza seguían

13. Esta tesis clásica de Juan de Prado (que, veinte años m ayor, había llegado a Amsterdam hacia fines de 1655) como corruptor de Spinoza, fue sostenida, entre otros, por Carl Gebhardt y por I. S. Révah en diferentes trabajos. Sin embargo, ha sido relativizada por Yirmiahu Yovel (cfr. Spinoza and other heretics, Princeton University Press, 1989) y recientemente invertida por un estudio de Wim Klever («Spinoza “corruptor” de Prado o la teoría de Gebhardt y Révah invertida», en A. Domínguez, comp., Spinoza y España, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 1994, pp. 217-227), quien sostiene una influencia intelectual de Spinoza sobre Prado a partir de una análisis textual de la Epístola invectiva de Orobio de Castro (diferente, naturalmente, del que había realizado Révah para afir­ mar lo contrario), y adjudica a Frangís van den Enden el origen de la herejía spinozista -sobre esto último había insistido asimismo Theun de Vries en un pequeño libro de 1970 (Baruch Spinoza. Mit Selbstzeugnissen und Bilddokumenten, Rowohlt, Hamburg).

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XIV DIEGO TAT1ÁN

frecuentándose y conversando de filosofía después de la ruptura con la Sinagoga, por lo que es posible incluso imaginar que una relación epistolar entre ambos hubiera sido natural.

Ni una palabra dice la correspondencia sobre Van den En- den, viejo latinista libertario que murió colgado en la Bastilla por conspirar contra Luis XIV en 1674, cuya escuela de libre pensamiento -a la que concurrieron Spinoza, Glazemaker, Meyer y otros- fue un laboratorio intelectual, artístico y político de enorme importancia para los jóvenes ilustrados de Amster-

dam . N ada sobre su amigojan de Witt, ni sobre los herm anos

Johannes y Adriaen Koerbagh14 -a los que presumiblemente habría conocido también en casa de Van den Enden-, ni sobre Isaac La Peyrére15 -cuyo libro sobre los preadamitas tenía en

14. En 1668 Adriaen publica un panfleto anticlerical llamado Jardín de todas las dulzuras sin ninguna pena, en el que denuncia los sinsentidos teológicos sobre la Trinidad y la hostia, denuncia como idolátrico el culto protestante de la Biblia y emprende una deconstrucción de la Escritura en términos muy semejantes a los de Spinoza en el TTP. Es puesto en prisión -al igual que su hermanojohannes-, donde muere de agotamiento en 1669. (Sobre los avatares de los hermanos Koerbagh, ver Ami Bouganim, «Libertaires et libertins», en Le testament de Spinoza, Éditions du Nadir, París, 2000, pp. 291-294).

15. Según Richard Popkin, «el mayor herético antes de Spinoza». De origen calvinista, Isaac La Peyrére fue amigo de Menasseh ben Israel y llegó a Ámsterdam pocos meses antes de la excomunión de Spinoza. Muy posiblemente se conocieron por entonces. La Peyrére fue un personaje clave del ambiente milenarista, y sostuvo que el centro del plan divino de la historia no recae sobre los judíos ni sobre los cristianos sino sobre los marranos. En su libro Prae-Adamitae establece un método herético de interpretación bíblica, de sentido milenarista, y sostiene que Adán no es el primer hombre sino el primer judío, afir­ mando la existencia de hombres preadámicos. (Cfr. Richard Popkin, «The Marrano theology of Isaac La Peyrére», en Studi Internazionali di Filosofea, n° 5, 1973; también su Isaac La Peyrere (1596-1676), Brill, Leiden, 1987, y su ensayo «El milenarismo del siglo XVII», en Mal- com Bull, comp., La teoría del apocalipsis y los fines del mundo, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, pp. 133-157. Para la relación entre Spinoza y La Peyrére, ver Yirmiahu Yovel, Spinoza, el marrano de la razón, Anaya & Muchnik, Madrid, 1995, pp. 97-100).

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INTRODUCCIÓN XV

su biblioteca-, ni sobre Saint-Évremond, con quien se habría encontrado más de una vez en Voorburg. Nada sobre la gran conmoción sabbataísta. Nada, en fin -a excepción de alguna elíptica alusión a la guerra entre Inglaterra y Holanda en la correspondencia con Oldenburg (carta XXXII)- dice Spinoza en sus cartas conservadas sobre los grandes acontecimientos políticos de su tiempo.

¿Hay un epistolario perdido -o destruido- de Spinoza? Cuesta poco imaginar la existencia de un intercambio no científico, ni público, ni destinado a la edición, y que no reúne los requisitos de la comunicación erudita en el siglo XVII antes señalados. Ninguna preceptiva de prudencia, a no ser la destrucción de la prueba, podría resultar eficaz respecto a una imaginaria correspondencia con Adriaen Koerbagh o Frangís van den Enden. En cuanto al intercambio de ideas filosóficas y científicas que forman su epistolario transmitido, Spinoza sellaba sus cartas con un lacre en el que constaba el emblema de una rosa y el adverbio caute.

De las trece cartas autógrafas, cuatro tienen aún, en distinto estado de conservación, el sello de Spinoza“’. En un trabajo clási­ co sobre el significado del emblema, Cari Gebhardt17 identificaba en la rosa un «símbolo parlante»: la rosa con su espina «no puede tener otro significado que spinosa». Este significado en relación

con la consigna caute inscripta en la base del sello, redundaría en lo siguiente: «Caute, quia spinosa - Cávete Spinosam». Esta admonición («con cautela, porque tiene espinas -puesto que es espinosa») estaría dirigida a los destinatarios de las cartas como advertencia de que lo que allí se confía puede causar daño a quienes se acercan sin prudencia y sin deseo de verdad, atraídos solo por curiosidad o voluntad de polémica. La rosa querría

16. 1.a carta XXXI1 a Oldenburg; la carta XLIX a Graevius; la carta XLVI a Leibniz y la carta LXXII a Schuller.

77. Gebhardt, C., «Das Siegel CAUTE», en Chronicum Spinozflnum, IV, 1924-26.

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XV/ DIEGO TATIÁN

significar el elemento de peligro inherente a la filosofía cuando esta solo es buscada por su novedad, como a la rosa que atrae por su fragancia son inherentes sus espinas. Por lo que la palabra

caute expresaría según Gebhardt la necesaria mediación entre

los lectores, sus amigos y destinatarios en general, y el carácter revolucionario de la filosofía propuesta.

Contra esta interpretación, Filippo Mignini18 ha sostenido que «la cautela en comunicarlas [las ideas] no nace del temor de perjudicar con ellas a otros, sino del peligro que incumbe a

quienes las transm iten: sucum bir al odio de los que no pueden

o no quieren comprender»19. El peligro del que se trata no es inherente a la filosofía -en la óptica spinozista la verdadera filosofía no podría nunca ser peligrosa en sí misma ni podría requerir prudencia-, sino a las condiciones de su comunicación; se precisa mantener, por tanto, las ideas sub rosa o sub silentio para evitar una inútil exposición al odio, las controversias y la persecución. Según permite constatar la ampliación fotográfica del sello, la rosa consta de dos y probablemente tres pimpollos -conjunto que aludiría a la generación y el marchitamiento de los seres-, mucho más evidentes que las dos espinas que, con alguna duda, pueden advertirse en la base. Mignini vincula el emblema a la brevedad de la vida humana y la fugacidad de las cosas terrenas (que por lo demás era el significado corriente de la rosa en la literatura emblemática del siglo XVII), relegando la importancia de las espinas y negando una adjudicación de su símbolo al carácter de la filosofía comunicada.

El sentido de la palabra caute en el sello de Spinoza, por tanto, encontraría su adecuada interpretación en la conclusión del Tratado breve.

Tan solo me resta, para term inar todo esto, decir a los ami­ gos para los que escribo este tratado: no os admiréis de estas 18. Mignini, F., «II sigillo di Spinoza», en La cultura, 19, 1981, pp. 352-381.

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INTRODUCCIÓN XVII

novedades, ya que bien sabéis que una cosa no deja de ser verdad porque no es aceptada por muchos. Y, como vosotros tampoco ignoráis la condición del siglo en que vivimos, os quiero rogar muy encarecidam ente que pongáis cuidado en no com unicar estas cosas a otros. No quiero decir que debáis retenerlas exclusivamente para vosotros, sino tan solo que, si alguna vez comenzáis a comunicarlas a alguien, que no os guíe ningún otro objetivo que la sola salvación de vuestro prójimo, con la plena seguridad de que no ha de defraudaros la recompensa de vuestro trabajo.20

O l d e n b u r g y l a Royal Society

En la portada correspondiente al Epistolario impreso en 1677, los editores escribieron: Epistolae / Doctorum Quorundam

Virorum / Ad / B. d. S. / Et Auctoris / ¡(esponsiones; / Ad aliorum ejus Operum elucidalionem non parum facienteP. En efecto, las

cartas de Spinoza -a excepción de una a Bouwmeester (carta XXVIII) y otra ajelles (carta XLIV), a quienes escribe por propia iniciativa- tienen carácter de respuesta a cuestiones que alguien le plantea. Prácticamente no encontraremos en ellas la introducción de temas o argumentos motu proprio, ni algo como una pretensión de decir abiertamente cosas que por prudencia se evita decir en las obras, según era usual en la época clásica (entre otras cosas por el carácter postumo de la mayor parte de sus libros, o la publicación anónima en el caso del Tratado teológico-político). Nada que indique una revisión de ideas, ninguna enmienda de lo ya pensado; casi siempre se trata de una «dilucidación» de las tesis y problemas expuestos sistemáticamente en los libros mayores, a no ser argumentos

20. Spinoza, Tratado breve, versión de Atilano Domínguez, Alianza, Madrid, 1990, pp. 167-168.

21. «Cartas de algunos varones doctos a B. de S. y las respuestas del autor, que contribuyen no poco a la dilucidación de sus otras obras».

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XVIII DIEGO TATIÁN

de carácter científico: la discusión sobre química con Boyle, referencias a problemas de óptica o a temas matemáticos, que no remiten directamente a su obra filosófica.

La correspondencia más extensa de Spinoza fue la que mantuvo con Henry Oldenburg (1620-1677)22, teólogo oriundo de Bremen, que llegó a Londres como agente diplomático co­ misionado por el Consejo de su ciudad natal para obtener de Olivier Cronwell garantías de que se respetaría la neutralidad de su país en caso de una guerra entre Inglaterra y los Países

Baj os. Concluida su misión, perm aneció en Londres, donde

poco tiempo después entró en el círculo de Robert Boyle; de allí surgiría la British Roy al Society, de la que fue secretario cuando se oficializó en 1662 y responsable de los Philosophical Transactions. Probablemente Oldenburg haya tenido las primeras noticias de Spinoza en 1655 cuando conoció en Londres a Menasseh ben Israel. El influyente rabino de Amsterdam había viajado a Inglaterra para convencer a Cronwell de aceptar el retomo de judíos a la isla, en el marco de un entusiasmo milenarista del que participaron muchos miembros de la Sociedad Real, entre ellos el propio Oldenburg2 *. Tal vez haya tenido también noticias del judío que pulía lentes a través de Christian Huygens, con quien en esos años Oldenburg mantenía una fluida relación. O a través de Peter Serrarius, que tendrá un decisivo protagonismo en el intercambio de Spinoza con el círculo de Londres. Lo cierto es que en 1661 Oldenburg viajó a Amsterdam, quiso conocer al filósofo y, probablemente por mediación dejan Coccejus (profesor de la Universidad de Leiden y amigo de Spinoza), lo

22. 28 cartas en total (17 de Oldenburg y 11 de Spinoza, que se suce­ dieron entre agosto de 1661 y febrero de 1676, es decir exactamente un año antes de la muerte del filósofo).

23. Para las relaciones entre Oldenburg, Menasseh ben Israel y Pe­ ter Serrarius, ver el trabajo de Richard Popkin, «Un autre Spinoza», Archives de philosophie, n°48, 1985, pp 37-57, donde su autor sugiere la extraña hipótesis de un Spinoza milenarista y seguidor secreto de Sabbatai Zevt.

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INTRODUCCIÓN XIX

visitó en su casa de Rijnsburg^4. Poco tiempo después de ese encuentro, se inicia la correspondencia entre ambos.

No carece de importancia que la primera carta de Spinoza a Oldenburg -y por tanto su correspondencia en general- comien­ ce con una invocación de amistad, como si con ello se buscara establecer el marco imprescindible dentro del cual pueden prosperar la filosofía y la libertas philosophandi.

Lo grata que es para mí su amistad -escribe Spinoza a quien había conocido apenas unos meses antes-, podríajuzgado usted mismo [...] es no poco orgullo de mi parte atreverme a entablar amistad con usted, sobre todo cuando pienso que entre los amigos todas las cosas, especialmente las espirituales, deben ser comunes21 [...] no puedo tener ningún inconveniente en entablar la íntima amistad que usted me ofrece decididamente (carta II).

Asimismo, la primera carta a Blyenbergh -con quien el inter­ cambio se malograría pocos meses después por la impertinencia y el prejuicio reactivo con que este comerciante de granos de Dordrecht, ortodoxo calvinista, quiere impugnar las reflexiones

24. Sobre la relación de Spinoza y Oldenburg ver Dujovne, L., Spinoza. Su vida, su época, su obra, su influencia. Universidad de Buenos Aires. 1941-45, vol. I, pp. 159-164.

25. La frase «amicorum omnia... debere esse communia» (que Spinoza repite en la carta XLIV ajarigjelles, atribuyéndola a Tales) recoge una larga tradición procedente del mundo griego. Ya Timeo (cfr. Dio- genes Laercio, Vitaphilosophorum, VIII, 10) adjudicaba a Pitágoras la máxima según la cual «los amigos tienen todo en común» (koiná tá ton philon). Aristóteles alude a ella dos veces en la Ethica Eudemia (1237b 30-35 y 1238a 15-20), y es retomada en los Adelphoe de Menandro (C.A.F. III, 9), y en los Adelphoe de Terencio («nam vetu' verbum hoc quidemst, communia esse amicorum inter se omnia», 803\4), autor que Spinoza conocía bien y algunas de cuyas obras había representado en casa de Van den Enden. Transmitida también al mundo latino por Cicerón [De Legibus, I y Laelius, XVII, 61) y por Séneca en las Epistulae ad Lucilium, donde refiere al tópico pitagórico en reiteradas ocasiones (carta VI, carta XLVIII, etc.).

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DIEGO TATIÁN

del filósofo en tomo al problema del mal-6- sienta la gran espe­ ranza spinozista de una filosofía en la amistad:

... en lo que a mí atañe, entre todas las cosas que 110 están en mi poder, nada estimo más que entablar amistad con hom­ bres que aman sinceramente la verdad; pues creo que entre las cosas que no están en nuestro poder, nada absolutamente podemos amar en el mundo con mayor tranquilidad que a tales hombres (carta XIX).

Este m otivo, que recorre el spinozismo en su filigrana, alcan­

za un estatuto teórico significativo en la parte IV -considerada como la «parte política» - de la Ética, esto es la parte destinada al estudio de la esclavitud humana o la fuerza de los afectos; en cuanto forma de relación propia de los hombres libres, la amistad es el concepto que prepara el tránsito hacia la parte V y última acerca de la potencia del entendimiento o de la libertad humana. Así, «un hombre libre procura unirse a los demás hombres por amistad» (E, IV, 70); «Solo los hombres libres son muy útiles unos a otros y solo ellos están unidos entre sí por la más estrecha amistad» (E, IV, 71), etc.27

En 1661, año de la entrevista y del comienzo del epistolario con Oldenburg, ya había sido escrito el Tratado de la reforma..?*

26. «... usted -le escribirá Spinoza- me ha mostrado que el fundamento sobre el cual tenía la intención de edificar nuestra amistad, no había sido echado como yo pensaba» (carta XXIII).

27. Sobre el tema de la amistad en Spinoza, remito a mi libro La cau­ tela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2001, pp. 61-84.

28. Contra una tradición filológica unánime, Filippo Mignini («Per la datazione e l’interpretazione del Tractatus de intellectus emendazione di Spinoza», en La cultura, n° 17, 1979, pp. 87-160) sostuvo la anterioridad del TRE respecto al TB y, en otros trabajos (cfr. Introduzione a Spinoza, cit., pp. 41 y ss.), propuso que la mención de Spinoza al final de la Carta VI a Oldenburg -que data probablemente de diciembre de 1661 («... sobre este asunto, y también sobre la Reforma del Entendimiento, he compuesto todo un opúsculo en cuya redacción y corrección me

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INTRODUCCIÓN XXI

y, probablemente, también el Tratado breve¿,J. En la primera carta, quien iba a ser el secretario de la Royal Society comienza mencionando el «reciente» encuentro entre ambos, en el que tuvo lugar «una conversación sobre Dios, sobre la Extensión y el Pensamiento infinitos, sobre la diferencia y la concordancia de sus atributos, sobre el modo de la unión del alma con el cuerpo y además sobre los Principios de la filosofía cartesiana y baconiana». Y a continuación solicita al filósofo aclaración acerca de esas mismas cuestiones. Este repertorio temático demarca el primer contenido filosófico de la correspondencia -que, como veremos, será accidentada, interrumpida y acabará por revelar la distancia real entre ambos tras la publicación del

Tratado teológico-político-, cuyo examen se desarrolla en las cinco

primeras cartas, y sobre la base de una separata redactada more

geométrico que Spinoza adjunta a su primera respuesta (carta II).

Oldenburg, cuyas objeciones son consideradas y respondidas una a una por Spinoza, no se da sin embargo por satisfecho y plantea la cuestión última: «mientras no me sea evidente por medio de qué causa y de qué modo han empezado a ser las cosas y por medio de qué lazo, si es que tal existe, dependen de la causa primera, todo lo que oiga y lea me parecerá un fárrago confuso» (carta V). Como respuesta a esta cuestión, Spinoza anuncia a su corresponsal haber compuesto el

«inte-ocupo ahora...»)- refiere al TB y no al TRE. La datación propuesta por Mignini ha sido por lo general posteriormente aceptada. En esa línea, según un convincente trabajo filológico («Il Satyricon di Petronio e la datazione della Grammatica Ebraica Spinoziana», en Studia Spinozana, n° 5, 1989, pp. 253-272), Omero Proietti ha mostrado que, no obstante la profusa utilización de Terencio en la obra de Spinoza, este se halla ausente en el TRE. Dado que Spinoza había tomado parte en las re­ presentaciones de las comedias de Terencio organizadas por Van den Enden en 1657-58, esta ausencia es cuanto menos enigmática, por lo que Proietti conjetura que el TRE debió haber sido redactado antes, entre 1655 y 1657.

29. En efecto, según el pasaje de la carta VI citado, Spinoza se ocupa hacia fines de 1661 de la «redacción y corrección» de un opúsculo «ya compuesto».

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XXII DIEGO TAT1ÁN

grtim opusculum» -probablemente el Tratado breve-, que no se

decide a publicar para no ser atacado con el «acostumbrado odio» de los teólogos-10.

La segunda temática del epistolario con Oldenburg está dominada por la figura de Robert Boyle11 (con quien Spinoza no tuvo correpondencia directa), cuyos trabajos de ciencia ex­ perimental son presentados como el fruto más sobresaliente de

30. Varios meses más tarde O ldenburg solicita a Spinoza que le envíe un resumen de ese texto («si hay algo... que le impida la publicación de esa obra, le ruego encarecidamente que no le desagrade enviarme un resumen de ella por carta»), cosa que Spinoza rehúsa hacer con un enigmático argumento: a instancias de algunos «amigos» publicará primero la exposición sobre los Principios de la filosofía de Descartes, con el propósito de suscitar en «algunas personas entre las que ocupan las posiciones principales de mi patria» (probable alusión a los hermanos de Witt) el deseo de «ver las cosas que he escrito y que reconozco mías y, por tanto, procurarán que pueda publicarlas sin ningún peligro de inconvenientes con el orden legal». Solo entonces podrá acceder Ol­ denburg al «tratado mismo impreso o un compendio de él». En tanto, Spinoza le ofrece solo «uno o dos ejemplares» de los Principios... que se hallaban en prensa (carta XIII).

31. Robert Boyle (1627-1691) nació en Lismore, Irlanda, estudió en Ginebra y finalmente se estableció en Londres, donde fue uno de los miembros fundadores de la Sociedad Real. Es considerado un expo­ nente de la investigación basada en los métodos científicos modernos fundados en la observación y los experimentos verificables en los laboratorios. Fue el primer químico que aisló un gas. Perfeccionó la bomba de aire y sus estudios lo condujeron a formular, independien­ temente de su colega francés Edmé Mariotte, la ley de física conocida hoy como «ley de Boyle-Mariotte». En el campo de la química, observó que el aire se consume en el proceso de combustión y que los metales ganan peso cuando se oxidan. Formuló una teoría atómica de la ma­ teria basándose en experimentos de laboratorio. Rechazó las formas sustanciales aristotélicas así como la explicación escolástica mediante «cualidades ocultas», y las sustituyó por la explicación puramente mecánica. Propuso que partículas diminutas de materia primaria se combinan de diversas maneras para formar lo que él llamó corpúsculos, y que todos los fenómenos observables son el resultado del movimiento y estructura de los corpúsculos.

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INTRODUCCIÓN XXIII

la investigación realizada por el círculo científico de Londres. En 1661 aparece la edición de Certain physiological essays, cuya publicación había sido anunciada por Oldenburg en la carta I. Puesto que la traducción latina12 de este texto es varios años posterior y Spinoza no leía inglés, probablemente no recibió el libro, como dice, sino un manuscrito latino o las pruebas de galera de la edición latina31. Spinoza escribe una carta minu­ ciosa y extensa (la más larga de toda la correspondencia) con observaciones sobre la naturaleza del nitro, los fluidos y los sólidos según el tratamiento de Boyle (carta VI), cuya respuesta vaga y en el estilo indirecto de Oldenburg (carta XI) provoca su comentario mordaz:

... agradezco mucho al eruditísimo señor Boyle por haberse dignado a contestar mis observaciones, aunque de paso y acaso incidentalmente. En verdad, confieso que no son tan importantes como para que el erudito señor Boyle pierda en contestarlas el tiempo que pueda dedicar a meditaciones más altas (carta XIII).

Un tercer momento de la correspondencia con Oldenburg es el que se extiende entre abril y diciembre de 1665 (siete cartas, cuatro de Oldenburg y tres de Spinoza), tras casi die­

ciocho meses de silencio mutuo. Puesto que en enero de ese

año había sido declarada la guerra entre Inglaterra y Holanda, el intercambio epistolar y el envío de libros se vuelve difícil y peligroso34, y se realiza a través del enigmático Serrarius35 (ver

32. Tentamina quaedam physiologica cum historia jluiditalis et firmitatis ex Anglico sermone translata, Amsterdam, 1667.

33. Cfr. Hubbeling, H. G., Spinoza, Herder, Barcelona, 1981, p. 67. 34. De hecho, Oldenburg fue encarcelado durante varios meses en 1667, acusado de traficar información al extranjero.

35. Peter Serrarius (1600-1669) nació en Londres y, según Popkin, hacia 1660 era uno de los más grandes milenaristas europeos. Siempre próximo a diversos grupos disidentes y sectas heterodoxas, escribió opúsculos místicos y publicó la obra de Tauler. Estaba ligado a la

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XXIV DIEGO TATIÁN

cartas XXV, XXVI y XXXI). En este conjunto epistolar hay alusiones a la guerra y sus efectos sobre el trabajo científico**’ (algunos miembros de la Royal Society se trasladan a Oxford junto al Rey), pasajes sobre óptica'17, y la primera referencia de Spinoza al Tratado teológico-políticow. Como al descuido, en el último párrafo de la última carta antes de los diez años en los que no habrá correspondencia entre ambos, Oldenburg quiere confirmar un «rumor»:

Pero paso a la política. En boca de todos corre aquí el rumor de que los israelitas, que han estado dispersos durante más de dos mil años, retornan a su patria. Pocos, en este lugar, lo creen, pero muchos lo desean. Ix> que usted oiga y opine soba* esta cuestión, comuníqueselo a su amigo... Anhelo saber lo que los judíos de Amsterdam han oído de este asunto y cómo les ha afectado tan importante anuncio que, si fuera verdadero, parecería determi­ nar ciertamente en el mundo un cataclismo de todas las cosas

(rerum omnium in Mundo Cakislrophen) (carta XXXIII).

Oldenburg obtiene diez años de silencio como única res­ puesta. Ni una palabra de Spinoza, en ninguna parte, sobre la aventura sabbataísta y la fiebre mesiánica que se apoderó de

comunidad judía de Amsterdam y pudo haber entrado en contacto con Spinoza a través de Menasseh ben Israel, o bien en los círculos colegiados que frecuentaba, tras la excomunión del filósofo.

36. Cartas XXIX-XXXIII. 37. Cartas XXVI y XXXII.

38. «Compongo ahora un tratado sobre mi interpretación de la Escri­ tura. Me mueven a hacer esto: Io I.os prejuicios de los teólogos; pues sé que impiden sobremanera que los hombres puedan dedicar su espíritu a la filosofía; por consiguiente, me ocupo activamente de descubrirlos y de extirparlos de las mentes de los más inteligentes; 2o la opinión que el vulgo tiene de mí, que no cesa de acusarme de ateísmo...; 3o la libertad de filosofar y de decir lo que pensamos, quiero defenderla en toda forma, porque aquí está suprimida de todos los modos por la excesiva autoridad y petulancia de los predicadores» (carta XXX, septiembre u octubre de l(i()5).

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INTRODUCCIÓN XXV

la comunidad judía amstelodana durante 1665, luego de que Natán de Gaza proclamó que Sabattai Zeví era el mesías. Todo acabaría pocos meses más tarde -en septiembre de 1666- con la apostasía de Sabbatai ante el Sultán Mehemed IV en Adri- nópolis. Pero en tanto,

... hubo en la ciudad de Amsterdam una gran agitación y un gran temblor. Todos se entregaron a grandes festejos, golpeando panderetas y bailando por las calles. Los rollos de la Tora fueron sacados del Arca [para una procesión] con sus más hermosos ornamentos, sin temor al peligro de despertar un sentimiento de envidia o de odio entre los gentiles. Muy al contrario, anunciaron públicamente [las noticias] e informa­ ron de ellas a los gentiles.39

Seguramente Spinoza contemplaba el jolgorio sefardita sin reír, deplorar ni detestar; sin tampoco considerar que se trataba de los ultimi barbarorum. Seguramente también todo lo que ese mismo año había comenzado a escribir sobre el mesianismo antiguo en el TTP era un elíptico relato de actualidad, el cuar­ to motivo (no declarado en la carta XXX) que lo «mueve» a redactar «un tratado sobre mi interpretación de la Escritura». Tal vez. Lo cierto es que la correspondencia con Oldenburg no se reinicia hasta junio de 1675, cuando del fulgor sabbataísta solo habían quedado las cenizas.

Las diez cartas conservadas de este intercambio último (seis de Oldenburg, cuatro de Spinoza) tienen por tema excluyente la discusión del TTP. Apenas recibe la obra, el secretario de Bremen considera que condene un «perjuicio para la Religión» porque la confunde con las pautas de «el vulgo de los teólogos

39. Jacob Sasportas, citado por Gabriel Albiac en La Sinagoga vacía, Hiperión, Madrid, 1987, p. 34. Sobre el sabbataísmo, ver de Gerschom Scholem el libro clásico sobre Sabbatai Sevi. The Mystical Messiah 1626- 1676., Londres, 1973, y Las grandes tendencias de la mística judía, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993, pp. 235-2()3.

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XXVI DIEGO TAT1ÁN

y las fórmulas confesionales aceptadas». Sin embargo, dice haber reexaminado el texto y haber encontrado que consolida «el genuino fin de la Religión Cristiana». Una vez más, invita a Spinoza a confiarle sus ideas prometiendo no revelarlas «a ningún mortal» (carta LXI); el tono, no obstante, es otro, y la anterior insistencia en que Spinoza publique sus escritos por el bien de la República de las Letras, se transforma en una recomendación de no publicar nada «que parezca debilitar de algún modo la práctica de la virtud religiosa» (carta LXII).

Spinoza responde que decidió desistir de la publicación de la Ética por el rumor desatado, ante su inminencia, por los teólogos, a los que se suman esta vez «algunos cartesianos necios»; en tanto que, escribe, «le agradezco sumamente su amistosísima advertencia, sobre la cual deseo, sin embargo, una explicación más amplia, para saber cuáles cree usted que son esas doctrinas que parecen debilitar la práctica de la virtud religiosa» (carta LXVIII)40. A partir de este punto todo se precipita en el malentendido o el desacuerdo. Presentando objeciones como si estuviera transmitiendo cuestionamientos de «los lectores», de la «mayoría», de «casi todos los cristianos», o simplemente de «muchos», Oldenburg manifiesta sus propias perplejidades: la confusión de Dios y la Naturaleza, la supresión de la autoridad, la negación de los milagros, la amenaza de la figura dejesucristo como redentor y mediador, y de su encarnación (carta LXXI),

40. Esta simulación de ignorancia es el mismo recurso que había empleado dos años antes para rechazar la oferta de una cátedra uni­ versitaria en Heidelberg que el Profesor Fabritius le ofrecía en nombre del Elector Palatino, advirtiendo que tendría una «amplísima libertad de filosofar» y que el Elector «confia en que no abusará de ella para perturbar la religión públicamente establecida». Allí también, Spinoza aduce que «ignoro dentro de qué límites debe encerrarse esta libertad de filosofar, para que no parezca que quiero perturbar la religión» (cartas XLVII y XLVIII). (Sobre el rechazo spinozista de la cátedra en Heidelberg y un análisis del intercambio con Fabritius, ver Cristofolini, P., «La cattedra avvelenata», en La scienzfl intuitiva di Spinoza, Morano, Napoli, 1987, pp 107-117.)

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INTRODUCCIÓN XXVII

así como -reproduciendo el núcleo de la condena teológica del spinozismo- la presunta imposibilidad de la culpa, el castigo y, en el límite, de la moral. En efecto, escribe, «parecería que usted afirmara la necesidad fatal de todas las cosas y acciones; pero admitido y aseverado eso, piensan [sus lectores], se cortan los nervios de todas las leyes, de toda virtud y religión y son inútiles todas las recompensas y castigos. Todo lo que compele o implica necesidad, piensan los mismos, excusa, y, por con­ siguiente, consideran que nadie sería inexcusable ante Dios. Si somos impelidos por el destino, y todas las cosas, guiadas por una mano dura, siguen un curso indefinido e inevitable, tampoco alcanzan a comprender ellos cuál es el lugar de la culpa y de los castigos» (carta LXXIV).

Spinoza se detiene en cada una de las objeciones pero la distancia se ha revelado insalvable: «Si mis opiniones han de agradar a los cristianos que usted conoce, eso podrá saberlo usted mejor que yo». Más aún, las últimas cartas parecieran afectar retroactivamente la entera correspondencia y mostrar que, en buena parte, estuvo inmersa en el malentendido. «Veo finalmente -escribe Spinoza- qué era lo que me pedía usted que no publicara; pero como eso mismo es el fundamento principal de todo lo que contiene el Tratado [la Etica] que destinaba a la publicación, quiero explicarle aquí, en pocas palabras, de qué manera afirmo la fatal necesidad de todas las cosas y acciones» (carta LXXV).

Elc ír c u l o d e Ám ster d a m El segundo corresponsal de Spinoza en orden cronológico es Simón de Vries (1633/4-1667), tal vez su amigo más cercano. De él tenemos noticias por los antiguos relatos de Colerus y Lucas41 sobre la vida de Spinoza. Era un rico comerciante que

41. Ambos cuentan la misma historia: De Vries le ofreció una pensión de 2000 florines, que fue rechazada por Spinoza; a su muerte quiso hacerlo heredero de sus bienes, a lo que el filósofo respondió que dicha herencia

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XXVIII DIEGO TAT1ÁN

pertenecía a una acomodada familia amstelodana, interesado por la filosofía y la teología, y miembro principal del círculo spinociano de Amsterdam. Su única carta narra el modo de funcionamiento de ese círculo de discusión de los manuscritos de Spinoza: cada uno de los miembros leía por tumo uno de esos escritos y lo explicaba; luego se anotaban las dudas y se remitían a su autor, «para que nos lo aclare, si es posible, y para que así, bajo su guía, podamos defender la verdad contra los supersticiosamente religiosos y cristianos y resistir el ataque

de todo el m undo» (carta VIII). Form aban parte del Collegium,

además De Vries, Adriaen Koerbagh, Ludovvijk Meyer, Pieter Balling, Jarig Jelles, Johannes Bouwmeester, Jan Rieuwertsz, entre otros. La sede de reunión pudo haber sido la librería de Rieuwertsz, editor liberal que publicó obras de Descartes, Balling, Jelles, así como los Principios de filosofía de Descartes, el

Tratado teológico-político (anónimo y con falso pie de imprenta) y

las Opera posthuma. La mayor parte de los escritos heterodoxos que circulaban por los Países Bajos en el siglo XVII salieron de su taller, uno de los más importantes centros políticos de difusión del librepensamiento en Europa. No se ha conservado ninguna carta entre Spinoza y él.

no le correspondía a él sino a su hermano, Isaac de Vries, que vivía en Schiedam. Simón dejó finalmente la herencia a su hermano a condición de que asignara a Spinoza una pensión vitalicia de 500 florines, de los que este aceptó solo trescientos. Colerus refiere que tras la muerte de Spinoza Isaac de Vries pagó al pintor Van der Spyck, último hospedero de Spinoza, la suma que se debía (Johannes Colems, «Breve, pero fide­ digna biografía de Benedictus de Spinoza...», 1705, en Atilano Domín­ guez, comp., Biografías de Spinoza, Alianza, Madrid, 1995, p. 114). Lucas agrega: «Bello ejemplo, que será poco secundado, especialmente por los eclesiásticos, ávidos del bien ajeno, ya que, abusando de la debilidad de los ancianos y de los devotos, a quienes embaucan, no solo aceptan sin escrúpulos sus herencias en perjuicio de sus legítimos herederos, sino que hasta acuden a la sugestión para conseguirlo. Mas dejemos ya a esos tartufos y volvamos a nuestro filósofo» (Jean Maximilien Lucas, «La vida de Spinoza», 1719, en ibid., pp. 162-163).

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INTRODUCCIÓN XXIX

La correspondencia con L. Meyer'2 consta de tres cartas de Spinoza, que responden a cuatro perdidas de aquel. La primera es la que se conoce como «carta sobre el infinito» (carta XII), y reviste una extraordinaria relevancia teórica43. Las otras dos (cartas XIIA y XV) atañen a la puesta a punto del texto para la edición de Principios de filosofía de Descartes / Pensamientos

metafisicos. La carta XII A fue publicada por primera vez en

1975 por A. K. Offenberg'4. Contiene datos complementarios en particular sobre los Pensamientos metafisicos y muestra la confianza que Spinoza sentía por Meyer -cuya intervención no se restringe a la corrección de estilo- para la edición de su texto: «usted puede juzgar mejor las cosas por sí mismo puesto que tiene el manuscrito a su disposición; si usted cree

42. Lodowijk Meyer (1629-1681) estudió filosofía -se graduó con una tesis sobre Descartes—, y posteriormente medicina en la Universidad de Leiden. Luego se trasladó a Amsterdam, donde además de ejer­ cer la medicina fue director del teatro de la ciudad. Junto ajelles y Rieuwertsz, se empeñó activamente en difundir el spinozismo. Bajo la inspiración de las ideas de Spinoza escribió La filosofía, intérprete de la Sagrada Escritura (1666); su sentido, sin embargo, es muy diferente al del TTP, cuya impresión es cuatro años posterior. Según el De Tribus Impostoribus (1700) de Kortholt y la biografía de Colerus, Meyer asistió a Spinoza como médico durante sus últimos momentos. Pierre Bayle afirma en su Dictionnaire que tradujo al latín el prefacio a OP que JarigJelles redactó en holandés. Spinoza le encomendó el prefacio y la edición de Renati Des Caries Principiorum Philosophiae / Cogítala Melaphysica (1663).

43. Sobre esta carta, ver Martial Gueroult, «La lettre de Spinoza sur l’infini», en Revue de Métaphysique el de Morale, n° 4, 1966, pp. 285-411. 44. Brief van Spinoza aan LodewijkMeijer, 26juli 1663, uitgegeven doorA. K. OJfenberg, Universiteitsbibliotheek de Amsterdam, plaqueta de 28 págs. que incluye el texto facsimilar, traducida luego al inglés en Hessing, S. (dir.), Speculum Spinozanum 1677-1977, Routledge et Kegan Paul, Londres, 1977, y al francés en «Lettre de Spinoza á Lodewijk Meijer, 26 juillet 1663», Revue philosophique, n° 3, 1977, pp. 273-284. Naturalmente, esta carta no fue traducida por Oscar Cohan para la versión del Epistolario de 1950, ni tampoco se agregó en la reedición incluida en Spinoza,

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XXX DIEGO TATIÁN

que deben ser cambiadas, proceda como mejor le parezca». El libro, publicado por Rieuwertsz en 1663, al año siguiente fue traducido al holandés por Pieter Balling.

La única carta conservada de la correpondencia con Ba­ lling1’ es una de las más extrañas de cuantas haya escrito el autor de la Etica. Se trata de la respuesta a una carta perdida, en la que su corresponsal le informaba sobre la muerte de su pequeño hijo y le refería haber tenido un presagio (ornen) de esa muerte: cuando el niño aún estaba sano, oía en sueños los mismos gemidos que emitiría cuando le sobrevino la enferme­ dad. En primer término, Spinoza adjudica esos presagios a la «mera imaginación» y traza una analogía con un sueño propio en el que aparecía un «brasileño negro y sarnoso» al que nunca antes había visto, para concluir que, en ambos casos, se trata de un fenómeno «interno» (en un caso relativo al oído, en el otro a la vista). Pero, agrega, «como la causa fue muy diferente, en su caso fue un presagio, mas no en el mío». Cuando los efectos de la imaginación (p. e. el delirio) provienen de causas corpóreas, nunca pueden ser presagios de acontecimientos futuros. «Pero en cambio -escribe Spinoza-, los efectos de la imaginación o las imágenes que extraen su origen de la constitución del alma, pueden ser presagios de algún suceso futuro». Puesto que, razona, el padre y el hijo son «casi una sola y la misma persona», «el alma del padre debe participar necesariamente de la esencia ideal del hijo y de sus afecciones y de lo que de ella se deriva», bajo ciertas condiciones.

Esta pequeña teoría del presagio pareciera entrar en con­

45. Pieter Balling era menonita y colegiado como Jelles. Por razones comerciales viajaba a menudo a la Península Ibérica; la lengua entre Spinoza y él pudo haber sido el español, más aún, se ha especulado con que la única carta entre ambos conservada, escrita por Spinoza, pudo haber sido redactada en castellano y traducida luego al latín para su impresión. En 1662 publicó La luz sobre el candelabro, incluido

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INTRODUCCIÓN XXXI

tradicción con el tratamiento del carácter imaginario de la revelación profètica según el cap. I y II del TTP, donde se antepone el «conocimiento natural» a la percepción imaginaria de la profecía, referida a cosas que «caen fuera de los límites del entendimiento»4*’.

En el texto de la carta, Spinoza no reduce el sueño anti- cipatorio del padre -conforme en principio sería spinozista proceder- a meros signos, ni remite el hecho a la superstición, que concibe la naturaleza no según un orden de causas y efectos que conocer sino como conjunto de signos que interpretar17. La capacidad de «presentir confusamente algún suceso futuro» que se adjudica aquí a la imaginación, más bien la sustrae de una antinomia demasiado radical con la razón e introduce una importante tensión en este tópico clásico del spinozismo18.

JarigJelles era otro de los amigos de Spinoza que discutían sus textos en el cenáculo de Amsterdam. También era colegia­ do, «ferviente cartesiano» y comerciante de especias. Según Gebhardt49 abandonó toda actividad lucrativa para dedicarse a la filosofía, e hizo traducir al holandés -puesto que al parecer no sabía latín- todas las obras cuyo estudio consideraba im­ portante: las de Descartes y Spinoza en primer lugar. Financió la edición de los PPC, y seguramente fue a instancia suya que se hizo la traducción holandesa del TTP, de cuya impresión

46. Spinoza, Tratado teológico-político, versión de Atilano Domínguez, Alianza, Madrid, 1986, p. 93.

47. Tosel, André, Spinoza ou le crépuscule de la servitude, Aubier, Paris, 1984, pp. 35 y ss.

48. Para un análisis de esta carta y su relación con el TTP, ver el trabajo de Myriam Morvan, «Étude de certains aspects de la rationalité et de l’irrationalité chez Spinoza», en Revue de Métaphysique et de Morale, n°

1, enero de 2004, pp. 17-19.

49. Gebhardt, C., Spinoza, version de Oscar Cohan, Losada, Buenos Aires, 1940, pp. 49-50 (luego incluido como introducción en Spinoza, Obras completas, cit.).

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XXXII DIEGO TATIÁN

Spinoza le pide que desista para evitar su prohibición50. Fue uno de los editores de OP / NS y autor del prefacio anónimo51, donde procura conciliar spinozismo y cristianismo y hacer de Spinoza un filósofo cristiano.

La correspondencia -presumiblemente escrita en holan­ dés- consta de siete cartas, de las cuales seis de Spinoza. Las tres primeras (cartas XXXIX-XLI) discuten problemas de óptica y mecánica, que habían sido planteados por Jelles en cartas hoy perdidas.

Las cartas XLIV y L, en tanto, revisten la importancia de ser las únicas -además de la última, en la que describe a «un amigo» el contenido del TP- en las que Spinoza se refiere a temas de filosofía política. La primera, en efecto, alude a un libro al parecer célebre («había oído hablar mucho [de él]»), llamado Homo politicus, manual que, según la breve descripción de Spinoza, aborda los tópicos principales de lo que se conoce como maquiavelismo. Presenta la riqueza y los honores como el sumo bien; rechaza toda religión a no ser que sea posible medrar con ella; elogia la infidelidad, la simulación, el incum­ plimiento de promesas, la mentira, el peijurio, etc. Se trata, según Spinoza, del «libro más pernicioso que los hombres hayan podido concebir e imaginar» y contra el cual manifiesta la voluntad de escribir una refutación en la que «demostraría con argumentos evidentísimos y con numerosos ejemplos» que la «insaciable ambición de honores y riquezas» precipita

50. «Cuando me visitó recientemente el profesor N. N., me contó, entre otras cosas, que ha oído que mi Tratado leológico-político había sido traducido al holandés y que alguien, cuyo nombre ignoraba, trataba de imprimirlo. Por lo cual, le ruego seriamente que averigüe con cuidado este asunto y, si es posible, impida la impresión. Este es un pedido no solamente mío, sino también de muchos de mis amigos y conocidos que no verían con agrado la prohibición de este libro, lo que indudablemente ocurrida si se editara en idioma holandés» (carta XLIV). Probablemente el traductor haya sido Glazemaker.

57. Jelles, J., «Prefacio de OP (1677)», en A. Domínguez (comp.), Biografías de Spinoza, cit., pp. 45-79.

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INTRODUCCIÓN XXXIII

a los hombres a una «condición inquieta y miserable» y a los Estados a su ruina.

Un cotejo de esta carta con las referencias del Tratado político al «agudísimo Maquiavelo» (acutissimus Machiavellus), llamado también «prudentísimo varón» [prudentissimo viro) y «agudísimo florentino» (acutissimusFlorentinus)’-, muestra que, para Spinoza, la última palabra de Maquiavelo es la libertad, y es ella la que traza la estricta diferencia con un maquiavelismo vulgar como el que se podría haber expuesto en el Homopoliticus. En efecto -leemos en TP, V, 7- «consta que [Maquiavelo] estuvo a favor de la libertad e incluso dio atinadísimos consejos para defenderla».

No deja de ser significativo que el propio Spinoza, quien en la carta ajelles considera como «el más pernicioso» a un libro que «muestra el método para... prometer y no cumplir lo prometido», incorpore luego en el TP un argumento que muestra su afinidad con Maquiavelo más que cualquiera de los explícitos elogios que le prodiga en los pasajes antes referidos. En efecto, en obvia sintonía con el capítulo XVIII de IIprincipe, escribe Spinoza en TP, II, 12:

La promesa hecha a alguien, por la que uno se comprometió tan solo de palabra a hacer esto o aquello..., solo mantiene su valor mientras no cambie la voluntad de quien hi/.o la prom esa. Pues quien tiene la potestad ele rom per la prom esa no ha cedido realmente su derecho, sino que solo ha dado su palabra. Así pues, si quien, por derecho natural, es su propio juez, llega a considerar, correcta o falsamente (pues equivo­

carse es humano), que de la promesa hecha se le siguen más perjuicios que ventajas, se convence de que debe rom per la promesa y por derecho natural... la rom perá’1.

52. Spinoza, Tratado político, versión de A. Domínguez, Madrid, Alian­ za, 2004, cap. V, 7 (pp. 129-130) y cap. X, 1 (p. 233). Extrañamente, ambas referencias a Maquiavelo, que constan en la edición latina (OF), fueron suprimidas en la edición holandesa (NS) de 1677.

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XXXIV DIEGO TAT1ÁN

La carta L, por su parte, se abre con una indicación escueta y fundamental, que marca el punto de ruptura con Hobbes de la manera más precisa.

En cuanto atañe a la política, la diferencia entre Hobbes y yo, acerca de la cual usted me consulta, consiste en esto: que yo conservo incólume el derecho natural y afirmo que en cualquier ciudad, a la autoridad suprem a no le compete sobre los súbditos un derecho mayor sino en la m edida en que su poder supera al de los súbditos; lo que tiene lugar siempre en el estado natural.

Conservado «incólume» en el corazón del estado civil, el derecho natural no solamente no es expropiado en la instancia contractual sino que además se incrementa en y por la vida política. En efecto, al contrario de lo que sostuviera Hobbes, el derecho natural es mínimo en el estado de naturaleza (la relación entre ambos es inversamente proporcional) y máximo en una democracia política. Esta «diferencia» está cargada de consecuencias, y es lo que permite a Spinoza concebir la polí­ tica como permanente «autoinstitución» de la Ciudad54.

Leibniz, Sc h u ller, Tsch irnha us

En febrero de 1678, Leibniz recibe en Hannover un ejemplar de las Opera posthuma, de las que hizo una lectura intensa con numerosas anotaciones al margen. En una página correspondiente a la carta LXXV a Oldenburg, escribió: «Si toda cosa es una emanación necesaria de la naturaleza divi­ na... el mal tocará a los buenos y a los malos»5’. De todos los interlocutores de Spinoza, Leibniz fue la única figura filosófica

54. Sobre esto ha escrito páginas fundamentales Marilena Chaui en su libro Política en Spinoza, Gorla, Buenos Aires, 2004.

55. Citado por León Brunschvig, Spinoza et ses contemporaines, PUF, Paris, 1971, p. 238.

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INTRODUCCIÓN XXXV

y científica de relevancia a excepción de Boyle (y si bien es posible presumir una correspondencia con Christian Huygens, no se ha conservado ninguna carta).

Sin saber aún quién lo había escrito, Leibniz leyó el Trata­

do teológico-político el mismo año de su publicación, y en una

carta a su maestro J. Thomasius™, de septiembre de 1670, se refiere a él como un «escrito insoportablemente insolente», un «libro terrible» y «altamente pernicioso»'’7. La identidad de su autor le sería revelada un año más tarde por Johan Georg Graevius58, quien le escribe anunciándole la publicación de un «pestilentísimo libro» que «instituye el más injusto derecho de naturaleza, remueve la autoridad de las Sagradas Escrituras y abre las puertas al ateísmo». Allí añade que su autor es «un hebreo de nombre Spinoza».

No obstante el interés de Leibniz por todo lo que escribiera Spinoza, y no obstante la ostensible adulación con la que se dirige a él en la única carta conservada («entre los demás elo­ gios que la fama ha hecho públicos sobre usted, entiendo que está también su extraordinaria pericia en asuntos de óptica», etc.), al igual que muchos cartesianos y que Malebranche, hizo siempre pública profesión de antispinozismo. Tanto era su cuidado por evitar que su nombre fuera asociado al del autor de la Ética, que Schuller se ve en la obligación de escribirle en

m arzo de 1678:

He reprendido duramente al editor [del epistolario, en OP| por haber incluido, sin yo pedírselo, explícitamente tu

nom-56. Apenas publicado,Jakob Thomasius escribió la primera invectiva contra el TTP -a la que seguiría una larga serie a lo largo de dos siglos-, cuyo título era Programma adversus anonymum de libertóte philosophandi, Leipzig, 1670.

57. Citado por Emilia Giancotti, Baruch Spinoza, Editori Riuniti, Roma, 1985, p. 25.

58. Existe el autógrafo de una carta breve que le enviara Spinoza, originalmente no incluida en las OP (carta XLIX).

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XXXVI DIEGO TATIÁN

bre en las obras postumas de Spinoza, aunque creo que no tiene peligro alguno dado que tu carta no habla más que de matemáticas.’1'

En efecto, la carta del «Doctor en Leyes y Consejero de Maguncia» Gottfried Leibniz es medida; anuncia el envío adjunto de un ensayo suyo sobre Notitia Optica promotae y comenta brevemente dos recientes libros de óptica. La carta está fechada el 5 de octubre de 1671, de manera que su autor tenía ya bien leído el Tratado leológico-político, al que no hace ninguna alusión. En su respuesta (carta XLVI), Spinoza discute el folleto enviado por Leibniz y en la post data agrega que «si el Tratado teológico-politico aún no ha llegado a sus manos, si no le molesta, le mandaré un ejemplar». Iniciativa sin duda extraña en Spinoza, pues transgrede una declarada preceptiva de prudencia, que sin embargo recupera cuando, cuatro años más tarde, pide a Schuller y Tschirnhaus no mostrar a Leibniz el manuscrito de la Etica (carta LXXII).

Por esa misma carta, sabemos que este intercambio no fue el único que hubo entre ambos.

A Leibniz, sobre el cual escribe Tschirnhaus, creo haberlo conocido por carta, pero por que motivo fue a Francia, puesto que era consejero en Francfort, lo ignoro. Por lo que he podido conjeturar de las cartas que me escribió, me ha parecido un hombre de espíritu liberal y versado en todas las ciencias. Pero, sin embargo, juzgo que sería una imprudencia confiarle tan pronto mis escritos. Antes quisiera saber qué hace en Francia y oír el juic io de nuestro Tschirnhaus después que este lo haya tratado durante más tiempo y lo conozca más intimamente. Entre la oferta de enviar el TTP en 1671 y el retaceo de la Ética en 1675 Spinoza debió haber recibido «las cartas» de

59. Pasaje transcripto en Atilano Domínguez (comp.), Biografías de Spinoza, cit., p. 227.

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INTRODUCCIÓN XXXVII

las que hace mención aquí1’0. A pesar de mostrar el «espíritu liberal» de su autor, algo en ellas (que podría estar referido a la opinión leibniziana sobre el TTP’1) pudo haber modificado su disposición frente a Leibniz, y suscitar una reserva respecto de él, no obstante la presentación de su persona por Tschimhaus'’2 («un hombre de extraordinaria erudición y versadísimo en varias ciencias, y libre de los prejuicios vulgares de la Teología, llamado Leibniz, con el cual contrajo una íntima amistad», por todo lo cual «es muy merecedor de que le sean comunicados sus escritos, si usted concede previamente el permiso», etc.), quien incluso está convencido de que «aprecia mucho el Tratado teológico-politico».

En noviembre de 1676, de paso por Holanda, Leibniz visitó a Spinoza en su buhardilla de Paviljoensgracht, probablemen­ te más de una vez. De esa conversaciones es poco lo que se conoce, a no ser las referencias que constan en el epistolario del propio Leibniz.

El intermediario entre Spinoza y Leibniz en Holanda fue Georg Hermann Schuller (1651-1679), médico nacido en la ciudad alemana de Wesel que estudió en Leiden y luego se radicó en Amsterdam. Según Gebhardt, además de ejercer la medicina era aficionado a la alquimia. Junto a Meyer,Jelles y Rieuwertsz, intervino activamente en la edición de las OP, precisamente ordenando el epistolario. Se conservan dos cartas

60. Leibniz admite haber escrito solo una: «El famoso judío Spinoza tenía una tez cetrina y un algo de español en su rostro; y es que era oriundo de aquel país. Era filósofo de profesión y llevaba una vida tranquila y privada, pues pasaba su tiempo puliendo vidrios, haciendo lentes de aumento y microscopios. Yo le escribí una vez una carta sobre la óptica, que ha sido incluida entre sus obras» (referencia posterior a 1700, recogida por Freudenthal y transcripta por A. Domínguez en Biografías de Spinoza, cit., p. 230).

61. «Este mismo Leibniz -dice Schuller- también aprecia mucho el Tratado teológico-politico sobre cuyo asunto, si usted recuerda, le escribió una vez una carta» (carta IAX).

62. En realidad la carta es de Schuller, quien transmite a Spinoza la carta de Tschirnhaus, que a su vez transmite el pedido de Leibniz.

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