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Corazón Ecología Profunda

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Academic year: 2020

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Referencia bibliográfica:

ANDREW McLAUGHLIN “El corazón de la ecología profunda”, Carlos Jesús Delgado Díaz (compilador) “Cuba Verde, en busca de un modelo para la sustentabilidad en el siglo XIX”, 1ª edición 1999, editorial José Martí, págs. 253-263.

En los últimos siglos, la sociedad industrial ha abarcado toda la Tierra y ha alterado masivamente los procesos ecológicos locales y globales. Esta alteración tiene ahora un nivel y una intensidad que amenazan a todas las formas de vida que existen sobre el planeta.

Entiendo por “industrialismo” una organización económica y social de la vida humana, que gira en torno a la producción industrial, la cual utiliza máquinas costosas para producir la base material de la vida humana. El sistema de producción industrial surgió en el siglo XIX y ahora constituye la forma de producción material predominante en el mundo. Este sistema exige que grandes partes de la naturaleza estén constantemente disponibles como materias primas y vertederos de desechos. También corroe de forma implacable a las comunidades humanas. Los primeros momentos de los terrenos cercados en Inglaterra transformaron el campo de una zona de agricultura de subsistencia relativamente autosuficiente a una de agricultura de lucro, lo que erosionó las comunidades rurales. Esta destrucción se aceleró a principios del siglo XIX con la introducción de las máquinas de vapor para la producción en la industria textil. Fue contra estas máquinas destructoras de comunidades que los luditas empuñaron las armas, comprendiendo que bajo el control capitalista estas destruirían su forma de vida. Aunque su sublevación fracasó, tenían toda la razón: la máquina de vapor sería su ruina.1

Ahora, en todos los continentes, las tierras mantenidas en común han sido cercadas, las comunidades aborígenes fueron destruidas y la naturaleza ha sido convertida en “recursos” que son transformados mediante los procesos industriales. Esta difusión del industrialismo por todo el planeta ha tenido diversos nombres: “imperialismo”, “colonialismo”, y posteriormente, “desarrollo”. Ahora se le llama “desarrollo sostenible”. Este proceso (que todos los lugares caigan en la red industrial) parece haber concluido. La Tierra está envuelta en una red financiera global conectada electrónicamente que empequeñece los presupuestos de los Estados.2 Dentro de esta red algunos cientos de corporaciones transnacionales se han convertido en protagonistas principales de la economía globalizada. Los gendarmes internacionales de este sistema son el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que reprenden a los Estados que tratan de resistirse a los dictados de la economía global. El Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) y su descendiente, la Organización Mundial del Comercio (OMC), constituyen el paso siguiente de un proceso de adaptación del mundo para la seguridad del capitalismo corporativo. En este mundo dominado por las corporaciones, las comunidades humanas y el resto de la naturaleza se encuentran en grave peligro.

Lo que está emergiendo del sistema global es una clase capitalista tripartita que se identifica más con el sistema global que con su país de origen. Esta clase está compuesta típicamente por empresarios y burócratas del gobierno que se alían con las corporaciones transnacionales, y forman una “triple alianza” que actúa con poco respeto hacia los

1 Para un retrato vivo de las sublevaciones de los luditas, véase Kirpatrick Sale: Rebels Against the Future. 2 En los mercados financieros internacionales, de 800 millones de dólares a 1 billón de dólares cambian de

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pueblos de sus respectivos países.3

Como la globalización económica conlleva al surgimiento de una clase transnacional y a una creciente pobreza, también socava los medios principales con los cuales se pueden combatir los efectos negativos del industrialismo. La empresa capitalista no finge ser un proyecto democrático. El lugar de la democracia está en los procesos sociales y políticos, mediante los cuales las sociedades toman las decisiones: las organizaciones sociales y las estructuras políticas. Pero son precisamente estas instituciones las que se debilitan cada vez más a medida que se expande la globalización. Cuando los gobiernos abren sus puertas a las corporaciones transnacionales, dependen cada vez más de ellas y del capital financiero. La entrega de la soberanía nacional es parte del precio que hay que pagar por entrar en la economía global.

Esta trampa del desarrollo lleva implícita un compromiso impagable. Se supone que la finalidad del desarrollo sea la satisfacción del consumidor. Hay que destacar dos cuestiones de este final imaginario. En primer lugar, es propio del consumidor no estar satisfecho. La lógica cultural del consumismo incluye alimentar el descontento perpetuo, y convencer a la gente de que no ha comprado lo suficiente. Esta persuasión es constante. En 1989, los gastos corporativos globales en anuncios, envases y embalajes, y otras promociones de venta sobrepasaron los 620.000 millones de dólares. Eso equivale a unos 120 dólares por cada persona que vive en la Tierra (Korten, 1995, 152-153).

En segundo lugar, existen pocas posibilidades de que el estilo de vida industrial se torne universal. La Tierra nunca será tan productiva. No es posible que cada persona del planeta consuma recursos y genere desechos al mismo ritmo que el del consumidor industrial promedio.4

Las sociedades industriales actuales existen en un contexto de gran desigualdad, tanto dentro como entre ellas. El grado de desigualdad global se indica mediante una valoración del impacto ambiental relativo de un niño nacido en distintos países. Paul y Anne Ehrlich calculan que un niño estadounidense equivale a 2 suecos, a 3 italianos, a 13 brasileños, a 35 indios, a 140 bangladeshis o kenianos, a 280 haitianos, chadianos, rwandeses o nepaleses (Barnet and Cavanagh, 1994, 177-178). Para alcanzar una igualdad en el consumo se necesitaría una gran expansión de la producción industrial.

El incremento de la producción material que se requiere es cuantioso. Para igualar simplemente el nivel de vida actual, la producción industrial global tendría que aumentar 130 veces (Carley and Christie, 1993, 50). Esta meta ya inalcanzable no incluye las trayectorias actuales del crecimiento económico, el tiempo y el aumento casi seguro a corto plazo de la población.5 Las cifras resultantes desafían hasta al más optimista. La inclusión de estos factores indica que la igualdad global, suponiendo 4 % de crecimiento en los países industriales, requeriría un incremento de 4.480 veces solamente en la producción de acero en los próximos setenta años. La Tierra nunca será tan pródiga. Lo cierto es que esa igualdad global universal en el consumo es una promesa vacía y ecológicamente disparatada. La exhortación de alcanzar el desarrollo sostenible resulta

3 Este patrón es más evidente en las sociedades dedicadas a la inversión extranjera dirigida a las

exportaciones. Véase Leslie Aklair: Sociology of the Global System, p. 125.

4 De hecho vivimos en lo que Marvin Harris llamó una “burbuja industrial”. Véase Leslie Aklair: Sociology

of the Global System, p. 125. La abundancia temporal de los combustibles fósiles ha posibilitado que se desarrolle un sistema industrial, el cual no puede existir sin ellos. Según un estimado, si el nivel de vida de los Estados Unidos y el consumo energético fueran mundiales y la población del mundo siguiera aumentando a su ritmo actual (1.7% al año), entonces las reservas de combustibles fósiles del mundo durarían sólo otros veinte años. Véase David Pimentale et al. : “Natural Resources and an Optimum Human Population” en Population and Environment, p. 357.

5 Una fórmula para calcular el aumento de la producción necesaria con el tiempo pudiera ser: (el uso per

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ingenua o está hecha con mala fe, o algo peor.

La ecología profunda como una alternativa

La ecología profunda es un movimiento social internacional que comienza reconociendo que el camino del industrialismo expansionista no puede continuar por mucho tiempo. El principal discernimiento de ella pudiera verse como un reflejo de cuál es la comunidad

real que tiene que ser preservada por los seres humanos para que se desarrolle. La respuesta de la ecología profunda es que los seres humanos viven esencialmente en comunidad con el resto de la naturaleza. Esa gran comunidad natural dentro de la cual existe la humanidad es preciosa, y su destrucción constituye una tontería y un error. El industrialismo amenaza ahora a esa comunidad con disturbios masivos y tiene que ser transformado. De algún modo tenemos que lograr que el gusano del industrialismo se convierta en una mariposa. El corazón de la ecología profunda es su plataforma, que está compuesta por un número de demandas a los seres humanos y sus relaciones con el resto de la naturaleza. Esta es una declaración de principios no técnicos en torno a la cual se espera que puedan adherirse las personas con diferente y definitivo entendimiento de sí mismas, de la sociedad y de la naturaleza no humana. Por consiguiente, la plataforma es un terreno común propuesto que permite, reconoce y estimula las diferencias en las filosofías más lógicamente esenciales.

La plataforma de la ecología profunda

La plataforma en sí consta de ocho puntos:

1. El bienestar y el florecimiento de la vida humana y no humana sobre la Tierra tienen valor propio. Estos valores no dependen de la utilidad que tiene el mundo no humano para los propósitos humanos.

Esencialmente, esto es un rechazo al antropocentrismo. Este considera que sólo los seres humanos tienen valor intrínseco o valor no instrumental. Representa el prejuicio arraigado en las sociedades modernas de que el resto de la naturaleza está legalmente disponible para cualquier uso que los seres humanos deseen hacer de ella. Por ejemplo, este prejuicio es inherente a la forma en que se usa habitualmente el concepto de “medio ambiente”. ¿Qué significa por lo general este concepto? Su etimología es bien clara. Es todo lo que rodea a un organismo. Pero cuando se habla de “el” medio ambiente, se refieren en general a la naturaleza que rodea a los seres humanos. Al hacerlo, se presupone de forma tácita un enfoque antropocéntrico, al observar al resto de la naturaleza únicamente como un sitio para uso humano.

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antropocentrismo tiene profundas consecuencias, pues constituye una reafirmación de que la vida humana y no humana debe florecer. Según este enfoque, la humanidad y el resto de la vida no son meros recursos. Su florecimiento es un bien en sí y por sí mismo. En este contexto, la “vida” incluye muy comprensiblemente, por ejemplo, los ríos, los campos y los ecosistemas. Aceptar la idea de que los seres humanos no son la única parte valiosa de la naturaleza es la percepción decisiva a partir de la cual surge la ecología profunda y otras filosofías ecocéntricas radicales.

¿Pero es esto cierto? ¿Qué justificación filosófica puede darse a este rechazo del antropocentrismo? Creo que existen tres tendencias de argumentación que resultan plausibles. Primero. ¿Qué fundamentos racionales pueden darse para que exista una preocupación moral restringida sólo a los seres humanos? ¿No es la preocupación por los humanos, con exclusión del resto de la naturaleza, sencillamente un prejuicio, como el racismo o el sexismo? Es indudable que los seres humanos se destacan en algunas cosas, como la creación de los símbolos y la música, ¿Pero esos rasgos justifican la actitud imperial que adoptamos regularmente hacia la naturaleza no humana? Después de todo, las demás especies sobresalen también a su manera. Los perros poseen un sentido del olfato muy superior y los chitas corren más rápido. Creo que cualquier argumentación en defensa de la superioridad del hombre concluye formulando la interrogante de por qué cualquier rasgo humano particular justifica la dominación de las criaturas que no poseen esos rasgos.6

Segundo, si observamos la evolución de la vida sobre la Tierra, no parece haber razón para ver la vida humana, en ningún sentido significativo, como la finalidad o la meta de la evolución. La evolución no se entiende de manera adecuada como una gran cadena del ser con orden jerárquico. Más bien, se parece más a un “arbusto en lujuriante desarrollo de sus ramas”.7 Desde un punto de vista biológico, somos sencillamente una especie entre muchas, muchísimas más, y cada una posee su propia excelencia particular. Desde una perspectiva científica, el antropocentrismo parece ser un prejuicio singular y comprensible, muy parecido a la opinión heliocéntrica de la estructura del universo. Una tercera tendencia de reflexión en contra del antropocentrismo incluye considerar el proyecto industrial como un fallido experimento de antropocentrismo. Los seres humanos han tratado de colocarse al frente del manejo de la vida en este planeta y han fracasado. Al efecto puede establecerse la especulación filosófica de que sencillamente una parte no puede controlar el todo al cual pertenece. Puesto que los seres humanos son parte de la naturaleza, no es posible que podamos controlarla. Prolifera la evidencia que sustenta este punto de vista. Los que como característica se denominan “efectos secundarios” son en realidad efectos indeseables y con probabilidad inesperados. No podemos siquiera pronosticar de forma adecuada los efectos de nuestras acciones en todas sus ramificaciones, mucho menos controlar sus consecuencias. El DDT8 era altamente valorado como plaguicida precisamente porque tenía una acción duradera. Nadie previó que también persistiría en nuestros cuerpos hasta hoy y que contaminada la leche materna con que alimentamos a nuestros hijos. Si no podemos predecir de manera adecuada las consecuencias de nuestras acciones, no estamos en posición de asumir el control; sin embargo, el industrialismo nos ha colocado precisamente en esa posición.

Si vamos a rechazar de forma colectiva el antropocentrismo, eso tendría ciertas consecuencias muy favorables para la vida. En primer Lugar, contribuiría a la existencia y el florecimiento de otras formas de vida. En segundo lugar, permitiría a personas y sociedades nuevas formas de vida que sean más armoniosas con el mundo natural

6 Para debates más extensos acerca de la propensión al antropocentrismo, véase Paul Taylor, Respect for

Nature: ymi Regarding Nature.

7 La frase ha sido tomada de Warwick Fox: Towards a Transpersonal Ecology, p. 200.

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circundante. Creo que este sería también un camino mucho mejor para los seres humanos. Una hipótesis plausible es que los seres humanos necesitan tener buenas relaciones con el resto de la naturaleza. Esta necesidad, llamada “biofilia” por E. O. Wilson, es practicar una “afiliación emocional” con otras formas de vida (Kellert y Wilson, 1993, 31). Pienso que el florecimiento requiere relaciones cordiales con el resto de la naturaleza. Por lo tanto, el antropocentrismo nos hace menos humanos de lo que pudiéramos ser.

2. La riqueza y la diversidad de las formas de vida contribuyen a la materialización de estos valores y también son valores en sí.

Junto con el primer punto, este tiene la intención de contrarrestar la, a menudo, defendida imagen de la evolución como el resultado de formas de vida “superiores”. Entraña una revisión de la vida y la evolución, un cambio del entendimiento de la evolución como un “progreso” de formas “inferiores” a “superiores” para comprender la evolución como una expresión sublime de una multitud de formas de vida. Cuando se cuida la diversidad se aprecian las diferencias y se rechaza cualquier norma de excelencia aislada.

Valorar la diversidad significa liberar grandes regiones de la tierra de la dominación de la economía y la cultura industriales. ¡Expándanse las zonas silvestres! Pero cuando se interprete este imperativo, se debe recordar que “la vida silvestre” es una creación foránea. La mayor parte de lo que parece silvestre a los pueblos industriales ha estado ocupado constantemente o ha sido recorrido durante milenios por los pueblos indígenas. Por consiguiente, preservar esas zonas de los regímenes industriales no es sólo proteger la vida silvestre, sino que, en algunos casos, también representa preservar a los pueblos nativos. La lucha en favor de la vida silvestre es una lucha por la diversidad biológica y por la humana.

3. Los seres humanos no tienen derecho a reducir esta riqueza y la diversidad salvo para satisfacer sus necesidades vitales.

La cuestión clave en este reclamo es la distinción implícita entre necesidad “vital”, y otras necesidades. Esta distinción es negada por el consumismo inherente al industrialismo. Después de satisfechas las necesidades fundamentales, el industrialismo dedica grandes recursos a convencer a las personas de que todavía no están satisfechas. La diferencia entre necesidades y deseos es ocultada de manera incesante y los pueblos quedan atrapados psicológicamente dentro de un interminable ciclo alterno de privación y saciedad temporal. Estar claro en cuanto a la diferencia entre necesidades vitales y deseos abre la posibilidad de cultivar formas de felicidad y disfrute más perdurables. Por supuesto, esta distinción no puede establecerse con exactitud, pues una necesidad vital en un contexto puede ser un deseo trivial en otro. Existe una diferencia real entre la piel de foca que usa un esquimal y la que se usa para ostentar una posición social en una sociedad opulenta.

4. El florecimiento de la vida humana y las culturas humanas es compatible con una disminución sustancial de la población humana. El florecimiento de la vida no humana exige esa disminución.

Una vez que se reconocen otras formas de vida, resulta evidente que nosotros, los seres humanos, ya somos demasiados. Ya hemos eliminado a muchas especies, y el futuro inmediato promete una expansión de estas extinciones. Los estimados recientes de las Naciones Unidas indican que las actuales tendencias en el crecimiento demográfico implicarán convenir aproximadamente 80 % de las actuales reservas de la naturaleza para uso humano (Sadik, 1992, ii). Esto aceleraría notablemente las ya alarmantes tendencias hacia la extinción de innumerables especies de vida.9

El continuo incremento del número de seres humanos también condena a muchos a una vida de sufrimiento. En las sociedades industriales, los padres reconocen que tener muchos hijos equivale a menos perspectivas de vida para cada uno de ellos y se limitan a

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tener menos con la esperanza de poder proporcionarles una vida mejor. Debemos reconocer que un aumento del número de seres humanos va en contra de los intereses de los hombres, y mucho más del resto de la vida.

Constituye un mérito del movimiento de la ecología profunda otorgar prioridad evidente al problema de la población humana y solicitar un descenso gradual (Naess, 1989, 127). Esto no entraña una misantropía o una crueldad hacia los seres humanos que existen en la actualidad. En realidad, implica lo contrario, pues existen considerables evidencias que indican que la mejor forma de moderar y después invertir el crecimiento de la población es encontrar vías para proporcionar a todos una vida decorosa (Sadik, 1992).

Por supuesto, mucho más podría decirse sobre el problema de la superpoblación y las formas en que pudiera disminuir la cantidad de seres humanos. Al respecto, podrían ser de utilidad las alianzas entre los ecologistas profundos y los ecofeministas. El problema de limitar la maternidad está latente en todas las sociedades en determinado grado, pero es más agudo en los países más pobres donde el crecimiento demográfico es más acelerado. Las evidencias actuales indican que ha existido un incremento global del embarazo y la maternidad no limitados, y esta tendencia tiene que invertirse para que haya más esperanza de disminución del crecimiento demográfico (Jacobson, 1992, 114-115). La lucha mundial por el derecho de la mujer a elegir el número de hijos que desea tener contribuirá al menos a disminuir el crecimiento de las poblaciones humanas. Este derecho incluye la elección de la pareja sexual y la gestión de la fertilidad en formas seguras, lo cual abarca el derecho a abortos seguros. Los ecofeministas tienen mucho que contribuir al éxito de esta lucha, tanto desde el punto de vista teórico como práctico.

5. La actual intromisión humana en el mundo no humano resulta excesiva y esta situación empeora aceleradamente.

Este problema dirige la atención a las actuales tendencias y reafirma que los presentes niveles de “interferencia” con el resto de la naturaleza son excesivos. Existen al menos dos clases de intromisiones que deben abordarse. Una es la destrucción de las zonas silvestres, como los bosques de viejo crecimiento. Este hecho es irreparable y erróneo dentro de cualquier escala de tiempo moderada. De hecho, el principio rector probablemente debería ser la continuación de la historia biológica, mediante la creación de zonas silvestres lo suficientemente grandes que permitan la existencia continua de las especies de plantas y animales. Esto no quiere decir desalojar a los pueblos indígenas que han encontrado formas de vida dentro de esos ecosistemas sin destruirlos.

Nos encontramos en una encrucijada histórica, pues los seres humanos podríamos intentar apoderamos del timón de la evolución a través de la biotecnología. No confío mucho en que lo hagamos bien. Quizá debamos retiramos de esta arrogancia extrema y dejar lugar a la continuidad de la evolución biológica.

Otra clase de intromisión se basa en las formas particulares de la tecnología. Muchas de ellas rompen los ciclos naturales más allá de lo necesario. Por ejemplo, las prácticas agrícolas que incluyen el monocultivo a gran escala generan necesidades crecientes de fertilizantes y plaguicidas. El multicultivo, la administración de plaguicidas integrales y una variedad de técnicas agrícolas orgánicas interfieren menos en los ciclos naturales y pueden aumentar la fertilidad de los suelos.

6. por lo tanto, las políticas tienen que cambiar: Afectan las estructuras económicas, tecnológicas básicas. La situación resultante será muy diferente de la actual.

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que se necesita para sustentar las condiciones exactas en favor de la diversidad de las miles de formas de vida, incluida la diversidad cultural de la vida humana.

Los cambios necesarios son inmensos. A muchos les parece que vivimos dominados por la tecnología. Pero cambiar las formas en que estas parecen controlarnos, requerirá variar las formas en que se desarrollan. Esto exigirá que los seres humanos retomen el control social de la economía global, lo cual es una condición necesaria para que lleguen a controlar la dirección del desarrollo tecnológico. Este no es un proyecto pequeño, y es probable que sea una labor de varias generaciones.

7. Una transformación ideológica es la que aprecia principalmente la calidad de vida y no la adhesión a un nivel de vida cada vez más elevado. Habrá una profunda conciencia de la diferencia existente entre lo grande y lo grandioso.

Este aspecto es de especial importancia para los pueblos industriales que están envueltos en la red de un consumismo que en definitiva no satisface.10

En las sociedades industrializadas se reconoce cada vez más que la búsqueda interminable del consumismo no satisface, pero pocas opciones llegan a la cultura popular. Esto no es muy sorprendente, ya que los medios de comunicación masiva están controlados por corporaciones interesadas esencialmente en fomentar este consumismo como una religión popular. Quizá si las personas ven opciones más prometedoras, podrían llegar a apreciar de manera voluntaria más la calidad de la vida que un consumismo sin fin. Si se concentran en la calidad, se apreciará que los patrones de trabajo y consumo existentes entrañan una insatisfacción crónica. Cambiar hacia una apreciación de la calidad de la vida, en lugar de la cantidad de las cosas conlleva a un incremento de la felicidad, no a su disminución. Esto es fundamental, pues la gente está más apta al cambio cuando lo considera una mejora, y no una sumisión remisa a la necesidad. Mientras el ambientalismo parezca requerir sólo abnegación y sacrificio, su efectividad política estará deprimida. La ecología profunda busca una vía más satisfactoria para vivir, un incremento de la vitalidad y del disfrute.

8. Los que aprueben los puntos anteriores tienen la obligación de tratar de efectuar directa o indirectamente los cambios necesarios.

Aunque este aspecto es claro, pues sabemos que tenemos que empezar a actuar ahora, resulta vago al no indicar cuáles son las prioridades particulares. En este instante de la historia, estas no pueden ser más específicas. Nadie sabe con exactitud qué cambios positivos son necesarios. Los problemas que existen con el crecimiento económico y la vacuidad del consumismo son bastante evidentes, pero no muestran exactamente qué hay que hacer en estos momentos. Las personas que aceptan la plataforma de la ecología profunda pueden no estar de acuerdo con qué es lo más urgente en este momento, y existen muchas formas de intentar los cambios necesarios. Ante el valor de la diversidad, estas diferencias debieran respetarse y no convenirse en oportunidades para dirimir disputas sectarias.

El desarrollo de un movimiento ecológico radical tiene que empezar a discutirse de forma colectiva en alguna parte, y la plataforma de la ecología profunda es un buen inicio para ello. Las personas pueden llegar a adoptar esta plataforma desde posiciones muy diversas y por motivos diferentes. Quienes partan desde los intereses sociales y lleguen a creer que un punto de vista ecológico debe tomarse muy en serio, quizás adopten la posición de la ecología profunda comprendiendo la inexactitud ecológica de ideologías sociales más tradicionales. Por otro lado, los que partan de una preocupación por la naturaleza no humana probablemente arribarán a la plataforma de la ecología profunda de manera más directa reflexionando acerca de lo que prosigue después del rechazo al antropocentrismo y el reconocimiento del valor del florecimiento de toda la naturaleza. La plataforma, entonces, constituye una propuesta para un conjunto de acuerdos generales entre los

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ecocentristas radicales, una arena común para los que valoran toda la naturaleza. Nuestra tarea más urgente es el cambio social.

Bibliografía

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2. Barnet, Richard and John Cavanagh (1994): Global Dreams, Simon and Shuster, New York, 1994.

3. Carley, Michael and Ian Christie (1993): Managing Sustainable Development, University of Minesota Press, Minneapolis, 1993.

4. Fox, Warwick: Towards a Transparental Ecology, Shambela.

5. Jacobson, Jodi L. (1992): “Coerced Motherhood Increasing”, en Lester R. Brown et al., Vital Signs: 1992, Norton & Co. , New York, 1992.

6. Kellert, Stephen R. and Edward O. Wilson (eds.) (1993): The Biophilie Hypothesis,

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8. McLaughlin, Andrew (1993): Regarding Nature, State University of New York, Albany, 1993.

9. Pimentale, David et al. (1994): “Natural Resources and a Optimum Human Population”, en Population and Environment, vol. 15, nº 4, mayo 1994.

10. “Population reduction towards decent levels might incidentally require a thousand years” en Naess, Aren (1989): Ecology, Community and Lifestyle: Outline of an Ecosophy, traducción de David Rothenberg, Cambridge University Press, N.Y., 1989. 11. Sadik, Nafis (1992): The State of World Population: 1992, United Nations Population

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