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I

Metodología para la disertación filosófica Dra. Mai Lequan.

Facultad de Filosofía, Université Jean Moulin - Lyon III. Traducción: Mtro. Luis Ignacio Rojas Godina.

1. Los principios generales

La disertación es el ejercicio filosófico por excelencia. Es el lugar privilegiado donde se ejercita la reflexión acerca de un tema determinado, sobre un problema filosófico particular (problemática), analizando y produciendo conceptos, articulándolos en un discurso demostrativo racionalmente organizado, y apoyándose en comentarios y lecturas de textos filosóficos precisos (muchas veces en obras de autores clásicos). Pero el tema de la disertación no es una mera reflexión subjetiva del autor. De hecho, el autor de la disertación es “autor” en el sentido latino de auctor, padre y garante de su texto, pero no es “autor” en el sentido institucional del término: su reflexión no es, ni puede ser, ni debe ser absolutamente original, creadora, innovadora; no se pretende construir un nuevo sistema conceptual; ella (la reflexión) tampoco es el móvil de un comentario secundario o de una crítica. Más bien, la disertación reenvía al acto mismo de filosofar. Ella no se reduce simplemente a un ejercicio escolar (a una “prueba”) acerca de un tema dado, escrito y realizado en un espacio y tiempo limitados.

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que evoluciona de acuerdo con la redacción. Ella se adapta a cada tipo de tema. La buena disertación es como un organismo viviente que se habitúa bien y rápidamente a un nuevo contexto, a un entorno desconocido (o que pretende ignorar: la primera mirada sobre un tema debe ser inocente y libre de todo conocimiento escolar). Así que existen tantas aproximaciones posibles a un tema filosófico como autores potenciales de disertaciones. Cada disertación se experimenta en un contexto. Lo que significa que es necesario entrenarse mucho, componer un gran número de disertaciones diferentes, para progresar y saber distinguir poco a poco la apariencia de una disertación exitosa. El modelo debe construirse paulatinamente, para cada uno, y sólo puede ser descubierto mediatamente el ejercicio y el entrenamiento repetido, y no de repente o desde el inicio.

Sin embargo, existe un método, es decir, un determinado tipo de camino, de puesta en camino (methodos) dinámico. Gracias a este método, a este marco, a estas reglas generales y principios generales, la disertación escapa al arbitrio subjetivo. En efecto, ella obedece a reglas generales de construcción. Un número relativamente restringido de principios directores fundamentales que preceden a su elaboración y que forman un marco rígido, al interior del cual cada uno es libre. Existe, en crudo, un marco de la disertación, que es un ideal regulador (a la vez accesible en derecho e inaccesible de hecho, hacia el cual se tiende a aproximarse asimptóticamente). Este marco no está totalmente implícito. Se puede intentar diseñarlo: es lo que hace a la disertación realizable y al progreso posible. Entre los principios formales que constituyen el marco de la disertación, se puede mencionar por ejemplo, como ya veremos más adelante, las cinco etapas de la Introducción: 1) presentación de la perspectiva general y del ámbito del tema, en una introducción no histórica, pero sí conceptual; 2) análisis de la redacción: caracterización o definición de todos los términos del tema, de los términos periféricos y de los términos opuestos, análisis de etimologías, de expresiones corrientes que sean ocupadas en la redacción; 3)

delimitación del contexto (presupuestos y consecuencias posteriores del tema) y separación de temas que estén fuera de dicho contexto; 4) dramatización, puesta en crisis del tema: evaluación de riesgos, de la urgencia, del grado de necesidad del cuestionamiento, y formulación de la problemática: conjunción de preguntas que reformulen y profundicen a la pregunta en la que queda expresada la problemática y que culmina en una pregunta directriz (problemática propiamente dicha) que sirve de eje al conjunto de la demostración y da su coherencia a toda la disertación; 5) proposición (y no formulación escolar) del plan en tres partes, manteniendo la solución de la tercera y última parte en suspenso. La disertación es una composición cerrada, conceptualmente cumplida, que forma una unidad coherente, y que debe llegar a una conclusión cerrada, incluso si la respuesta a la pregunta que propone la disertación a sí misma es provisional, inacabada o insatisfactoria e invita a una continuación.

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cada uno, de manera viviente, flexible y singular, es decir, llegar a ser un saber-hacer personal. No existe modo de empleo general, uniformemente válido para todos los temas. Tampoco existe una retórica que pueda ser útil por adelantado y para todo (aunque lenguaje y pensamiento van de la mano, forma y fondo jamás pueden ser separados), sino que únicamente hay reglas de uso para pensar, escribir bien y corregir los defectos principales de la redacción de una disertación. Si bien el dominio del lenguaje es capital para la claridad y la legibilidad de la disertación filosófica, jamás debemos ceder a una jerga filosófica intempestiva (por ejemplo, la jerga de la fenomenología heideggeriana: “el ser ahí”, “el desocultamiento”). Se debe tener cuidado de que la redacción sea inteligible para cualquier hombre, explicar los términos técnicos que se emplean (que en ocasiones son tomados de algún autor) y jamás suponer el sentido de un término técnico conocido por el lector. La disertación es un texto escrito, destinado a ser leído y corregido, que entonces deber ser (relativamente) autónomo, autosuficiente, y legible (en grafía y estilo).

La disertación es un ejercicio de reflexión acerca de un tema filosófico, y con mucha frecuencia implícitamente presente en la propia redacción. El problema filosófico (la problemática) casi nunca es la redacción misma, sino que reside en una reformulación subyacente, profundizada y reinterpretada, de la redacción. En virtud de su función demostrativa, la disertación se desarrolla dinámicamente a partir de razonamientos, de ejemplos, de análisis, de conceptos y de comentarios (a veces críticos) de textos (filosóficos u otros) y culmina en una conclusión (respuesta a la problemática), que formula una toma de postura, una tesis. La disertación consiste en demostrar esta tesis, paso a paso. Ella se organiza de manera demostrativa, argumentada, rigurosa y racional, según un movimiento de reflexión unificador. Como en un cuerpo orgánico, cada parte debe articularse con la anterior, siguiendo un plan que deber ser en sí mismo el reflejo de la problemática.

Cada afirmación debe ser, en la medida de lo posible, interrogada en sí misma, en sus presupuestos y en las consecuencias (implícitas o explícitas). El conjunto debe seguir el hilo conductor (la problemática) y caminar de un punto de partida (Introducción) a un punto de llegada (Conclusión). La disertación es un camino de reflexión que sigue un progreso. Su tono es globalmente más interrogativo, investigativo, crítico, que afirmativo, asertórico, perentorio o dogmático. Ella abre más de lo que cierra. Ella interroga más de lo que responde (salvo en las Conclusiones).

El lenguaje en ella debe estar cuidado. Respetar las reglas de puntuación, de sintaxis y ortografía. Privilegiar las frases cortas, el estilo simple y claro, transparente, neutro, firme (una línea por idea, una idea por párrafo). No subrayar para resaltar una idea. Escribir con mayúsculas los nombres propios y ciertos términos (por ejemplo, Estado, Iglesia, Dios). Pero no abusar de las mayúsculas para los nombres comunes que son de conceptos generales y justificar cada uso de mayúsculas (por ejemplo, Justicia, Libertad, etc.). Respetar las reglas de tipografía: subrayar los títulos de obras (o en cursivas) poner entre comillas los títulos de partes o de capítulos, poner en cursivas las expresiones extranjeras (por ejemplo, Begriff, Umwelt, Gegenstand, Grudsatz, Prinzip,

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Evitar los lugares comunes, expresiones poco elegantes o vulgares. No caer en generalidades vagas (“desde siempre los hombres han pensado”, “este problema ha preocupado al hombre desde siempre”, “Platón, este gran filósofo”). Evitar las expresiones pedantes y egocéntricas, en general el uso de la primera persona del singular, excepto cuando ella tiene, en el análisis, un valor impersonal y universal. Evitar los neologismos, los pleonasmos. En fin, respetar las reglas para citar correctamente: para cada autor que se cite, dar la referencia al texto con un máximo de precisión (título de la obra, parte, capítulo, página, etc.) Dar sólo citas exactas, no inventarlas, e indicar cuando hayamos cortado o modificado una cita para adaptarla al contexto por medio de (...). Evitar la rapsodia de preguntas, de ejemplos sin orden, la yuxtaposición de resúmenes de doctrina (sobre todo en orden cronológico) y el catálogo de autores.

2. El trabajo preparatorio: la comprensión del tema

1) Tomarse el tiempo de leer, releer, copiar el tema, sin mutilarlo, modificarlo, desviarlo, ni reinventarlo. Es necesario respetar el tema, actualizando su lógica interna y sus exigencias propias, pero siempre dejándose guiar por el propio tema. No encerrar de repente al tema en las formulas hechas que aprisionan la reflexión, la esterilizan y la fingen o la orientan en una única dirección. No ceder a la precipitación de escribir el borrador: mantenerse en la “paciencia del concepto” (G. Lebrun).

2) Convencerse de que el tema tiene un sentido. No tener ningún prejuicio, ninguna presunción en cuanto a su presumida facilidad o dificultad. Todo tema es, en derecho como de hecho, inteligible.

3) Poner provisionalmente entre paréntesis sus conocimientos adquiridos y su memoria. Liberarse de todo saber. No recitar mecánicamente todo lo que se sabe (o se cree saber) sobre el tema. Preguntarse si lo que se sabe es realmente sobre el tema. Adoptar una actitud inocente, de ingenuidad, de extrañamiento, de olvido, de apertura frente un tema, hacer como si se le descubriera por primera vez, de una mirada nueva, (sobre todo si se tiene la impresión de que se trata de un tema “ya visto”). Cuidarse de asimilar el tema a otro tema ya tratado. No sobreponer nada a priori al tema, por encima o de manera exterior. Dejar que el tema provoque la reflexión. Considerar sólo al tema y nada más que el tema.

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partir de etimologías, de ejemplos concretos o de expresiones del lenguaje común) todos los términos del tema sin excepción, incluso aquellos que puedan parecer poco importantes. Evitar las definiciones hechas, (por ejemplo, las definiciones de diccionarios, muchas veces abstractas, demasiado generales, o incluso erróneas). Hacer distinciones conceptuales cada vez más finas entre nociones afines, periféricas o conexas. Despejar a los conceptos de la constelación de términos que los rodean (por ejemplo: la constelación “poder, violencia, fuerza, injusticia, obligación, obediencia, subordinación”). Una noción jamás se encuentra sola o aislada. Ella es parte de un conjunto de nociones, está en contacto y entra en relación con otras nociones. Describir la constelación de sentido de uno o varios términos principales en la redacción por medio de la indicación de sus campos de aplicación (científica, metafísica, teológica, moral, política, jurídica, estética, antropológica, etc.) y sus grados de intensidad (del sentido más débil al sentido más fuerte, del sentido figurado al sentido propio, del sentido etimológico al sentido corriente actual, etc.) Mantener estas definiciones (iniciales y provisionales) abiertas, de manera que se puedan modificar, enriquecer, o incluso abandonarlas en un punto más avanzado de la redacción de la disertación. La definición filosófica jamás es una simple convención arbitraria, ni el registro de un uso lingüístico controlado, sino el resultado de un proceso genético con tendencia a la objetividad y la universalidad. En realidad, ella debe venir después de la demostración, y no antes de que ella. La disertación ciertamente parte de las definiciones provisorias, a título de punto de partida, pero es sólo en las Conclusiones que ella puede esperar llegar a una verdadera definición (definitiva). Distinguir las verdaderas definiciones de las definiciones que sólo son aproximativas.

Definir”, como la propia expresión lo indica, sólo debe significar exponer originalmente (ursprünglich) el concepto explícito de una cosa dentro de sus límites. Explicito significa la claridad y la suficiencia de caracteres: los limites, la precisión, de manara que no haya más caracteres que contengan en ello al concepto explicito; y

originariamente quiere decir que esta determinación de límites no sea derivada de otra parte” (Kant, Crítica de la razón pura, Ak. III, 477-478, A726/B754 – A732/B760)

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[es decir, representaciones de conceptos en la intuición pura]. Los primeros sólo pueden ser hechos analíticamente por medio de la descomposición (de la cual la integridad jamás es apodícticamente cierta) [es decir, retornando, según el orden analítico regresivo, del condicionado dado a sus condiciones de posibilidad a priori], mientras que las segundas son hechas sintéticamente [es decir, redescendiendo, según el orden sintético progresivo, desde las condiciones de posibilidad a priori al condicionado dado] y así constituyen ellas mismas el concepto que las primeras sólo explican. De donde se sigue: a) que en filosofía no se debe imitar a las matemáticas comenzando por las definiciones, a menos que sea a título de simple ensayo [es decir, a título de punto de partida provisional, como es el caso de la introducción de una disertación]. En efecto, como las definiciones filosóficas no son más que análisis de conceptos dados [a priori

por el entendimiento o la razón puros], estos conceptos ocupan el primer rango, aunque todavía confusos, y la exposición incompleta precede a la exposición completa [es exactamente lo que se produce en el curso de la disertación, dónde se propone desde el comienzo, en la Introducción, las exposiciones incompletas de conceptos, antes de dar enseguida, en la Conclusión, una exposición completa y perfecta, que vale por una definición definitiva] (…) En filosofía, la definición, como clara delimitación debe, sobre todo, concluir la obra más bien que comenzarla. En las matemáticas, por el contrario, nosotros no tenemos ningún concepto que preceda a la definición [a priori], puesto que es por ella que el concepto es dado en un principio; ellas [las matemáticas] deben y pueden comenzar por ahí [por las definiciones]. B) Las definiciones matemáticas [sintéticas] no pueden ser jamás falsas (…). Las definiciones analíticas, [filosóficas] por el contrario, pueden ser falsas de muchas maneras, sea introduciendo caracteres que no estén realmente en el concepto, sea faltando esta extensión exacta que es esencial a la definición, ya que no se está completamente seguro de la integridad [la exhaustividad] de su análisis. [Nota de Kant:] La filosofía está repleta de definiciones defectuosas, sobre todo, de definiciones que contienen ciertamente algunos elementos de la definición, pero no todos (…) también se puede emplear muy útilmente las definiciones incompletas [esto es lo que se hace en la Introducción e incluso a veces en el Desarrollo de la disertación], es decir, proposiciones que aún no son definiciones, pero que además son verdaderas y que por consecuencia se aproximan a ello. En las matemáticas, la definición se relaciona con el esse [con el ser, con lo que es]; en la filosofía, con el melius esse [a lo que debe ser, con aquello que hay de mejor, con lo que es más deseable]. Lograr una definición es algo hermoso pero normalmente resulta difícil llegar a esto.” (ibid.).

Así que la disertación filosófica debe, como lo indica Kant, tender hacia la proposición de verdaderas definiciones, es decir, no a algo como las imposibles definiciones matemáticas, sino a explicaciones lo más completas posibles, que contengan todos los elementos requeridos por una verdadera definición (matemática):

explicación (caracteres) claros y distintos, delimitación (lista finita y exhaustiva de caracteres), originariedad (aprioricidad, independencia en relación a la experiencia) y

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concepto empírico), ni una simple exposición (de un concepto a priori), ni una simple declaración (de un concepto arbitrario), ni una simple definición matemática (de un concepto construido), sino una explicitación delimitada, originaria y realizable. En materia de definiciones filosóficas, más que en cualquier otra cosa, hace falta ser modesto, prudente, paciente y crítico frente a las definiciones que se proponen. En todo caso, no existe (ni en la Introducción, ni en la Conclusión) ninguna definición ideal definitiva (de tipo matemático), independiente del contexto o del problema, separada de toda elaboración dinámica y analítica, y que ponga en debate al término definido. Así resume Kant su reflexión en torno al rol, el lugar y la naturaleza de las definiciones en filosofía, que son la principal, y tal vez, la única tarea de la disertación. “Es una precaución que amerita ser recomendada para toda la filosofía, pese al hecho de que sea constantemente pasada por alto: no se deben de prejuzgar las cuestiones por una definición azarosa, pues se tiene que hacer un análisis completo del concepto, que, normalmente, es obtenido ya muy tarde.” (Kant, CRP, Prefacio AK V, 10). Por lo tanto no es necesario querer dar a todo precio una definición de un concepto. Eso puede incluso ser perjudicial. A falta de definición (matemática o filosófica completa), se debe preferir la explicación-designación, la exposición o la declaración.

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esta jerarquía de sentidos y de nociones. Por ejemplo, ¿en qué sentido dos nociones son radicalmente exteriores la una de la otra, contrarias, se recortan simétricamente la una de la otra, se delimitan parcialmente una de la otra o delimitan una intersección en común? ¿cuál sirve de acceso al espacio de la segunda, cual si fuera una puerta abierta a una habitación? Entonces, se debe tener en cuenta, en casi todos los temas tratables, la gran noción clásica que está dando pie al tema a tratar, que determina el dominio del tema, que delimita su campo más amplio respecto a las nociones secundarias que sirven para determinar el acceso más preciso del tema. Por ejemplo: en “¿qué es un hombre libre?”, la gran noción clásica de la filosofía es la “libertad”, pero la vía de acceso más estrecha, a través de la cual vamos a alcanzar dicha noción, es la de “hombre”. El tema no es la libertad, sino un hombre libre. En “¿es posible definir el tiempo?” la gran noción clásica es “el tiempo”, pero hace falta llegar a esta noción a través de la puerta estrecha de la “definición”. El tema no es el tiempo, sino la definición del tiempo. En “¿es posible probar una idea?”, la gran noción clásica es “la idea” y la vía de acceso es la “prueba”. En “¿tiene la naturaleza una historia?”, la gran noción clásica es “la historia”, la puerta de acceso es “la naturaleza”. El sujeto no es la historia en general, sino la historia de la naturaleza. Cualquier otro acceso sería, literalmente, salirse del tema.

6) Escoger ejemplos y referencias. Hace falta encontrar, durante el trabajo preparatorio (el borrador), los principales ejemplos que van a ser analizados en detalle en la disertación y proveerán “el material” a la disertación. También se debe seleccionar, ya desde que se está escribiendo el borrador, las referencias a los textos filosóficos (o a otros) que se vayan a analizar. Sobre los ejemplos y las referencias cf. Redacción, Desarrollo.

7) El esbozo del plan del borrador (en tres partes con las ideas directrices, las transiciones y los análisis previstos, por autores). Cf. Redacción, Introducción.

3. La redacción

A – la Introducción

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tener la unidad de la forma que reenvía a la unidad del contenido de la disertación. La Introducción consta de cinco etapas, en el orden siguiente:

1) Anuncio de la perspectiva general de la disertación, la introducción del tema. Se conduce el tema (partiendo, por ejemplo, del análisis de una etimología, de un ejemplo o de una expresión lingüística) y se designa el campo de interrogación en el que se inscribe el tema (por ejemplo “opinión, fe y saber” tocan el campo del conocimiento humano en general y a sus diversas modalidades). Situar el tema en un contexto y mostrar en dónde estriba el interés filosófico del tema. Cómo y por qué razón (es) se va a plantear dicha cuestión. Reconstruir la génesis del tema situándose por adelantado a la cuestión propuesta en el anuncio, esto es, justificar el interés filosófico del tema y, entonces, legitimar el hecho mismo de que sea ofrecido como tema. Después, se debe insertar, copiándolo integralmente y sin modificaciones, la propuesta del tema (cuando se trata de una pregunta o de una cita). Esta introducción-presentación no debe ser histórica (tampoco en el sentido de la historia de la filosofía, a menos que se haga de ello un problema: por ejemplo, sobre la “soberanía”, se puede preguntar, desde el comienzo de la Introducción, ¿si, cuando, cómo y porqué el concepto de soberanía apareció sólo hasta determinado momento de la historia y de la cultura, con la Modernidad occidental?), sino conceptual desde el comienzo (análisis etimológicos, de expresiones corrientes, de juego de palabras en relación con la propuesta). También, se deben evitar las generalidades vagas, universales (“Desde siempre, los hombres han pensado”, “Siempre y en todas partes se ha sabido que…”, “Este problema es uno de los más interesantes y de los más importantes de la filosofía…”).

2) Análisis de todos los términos fundamentales comprendidos en el tema

(definición, caracterización-explicación-designación, exposición o declaración de todos los términos del tema, incluso de los menores) y de la forma que habrá de cobrar el tema (pregunta, cita, uno o varios conceptos, puntuación, naturaleza de las conjunciones de coordinación). Se debe: variar los campos de aplicación y el grado de intensidad de los términos; insertar los análisis preparatorios (el borrador) de términos periféricos, de términos opuestos; como también, delinear la constelación de nociones (por análisis y síntesis, diferencias y puntos comunes entre nociones). Pero tampoco se puede ser negligente con ninguna modulación de la propuesta: por ejemplo “¿creer o saber?”, “creer o saber”, creer y saber, “creer saber”, “creer que se sabe”, “¿creer es saber?”; “creer, saber e ignorar”, “conocer, comprender, saber y creer”, “la creencia y el

conocimiento”, “las creencias y los conocimientos”, “nuestras creencias y nuestros

conocimientos”, etc.; “probar todo”, “¿puede el hombre probar todo?”, “¿se puede

probar todo?”, “¿debemos probar todo?”, “¿quisiéramos probar todo?”, “¿es legítimo querer probar todo?”, “¿toda prueba, es un sueño?, etc.; “pensar sin prejuicios”, “el

pensamiento sin prejuicios?”, “¿podemos pensar sin prejuicios?”, “¿debemos pensar sin prejuicios?”, “¿hace falta pensar sin prejuicios?”, “pensar contra los prejuicios”, etc..

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riesgos, la urgencia, el tipo de necesidad que corresponde a la cuestión-problema. Lo que motiva una reflexión sobre la cuestión, lo que justifica el interés filosófico por este problema; trátese de una necesidad vital, biológica, una exigencia de la razón pura teórica en su sed de conocimiento, una petición de la conciencia moral, un imperativo económico, un principio jurídico, etc. A fin de evitar salir del tema, no se debe confundir, por aproximación y deslizamiento sucesivo, el tema de la disertación con otro tema (ya conocido), ni valorizar inmediatamente e injustificadamente un elemento del sujeto que conduciría a reducir el problema de conjunto a un estrecho punto de vista. Tampoco se puede tomar de manera equívoca a los términos empleados en el tema. Por ejemplo, en “el precio de las ideas”, el precio no está utilizado únicamente en el sentido propio del precio mercantil, económico, monetario (las repercusiones financieras de tal o cual idea), sino también en el sentido del valor teórico, práctico, religioso, estético, ideológico de las ideas. En pocas palabras, no se debe reducir en vano un problema o una expresión, a un sentido monolítico ya hecho y fijado. Así que no se deben asegurar todos los sentidos posibles, por ejemplo, de “espíritu libre”, en relación a todos los sentidos de “espíritu” y de “libertad”. Ni se debe reducir, por culpa de una lectura obtusa, un tema a un falso problema, sin interés filosófico, que sería una vía sin salida, una aporía. Por ejemplo, en “¿Hace el hombre la historia?”, no se debe reducir, de manera estéril, al relato o a la ciencia histórica, puesto que, en estos casos, es evidente que el hombre hace la historia y el problema realmente no tiene lugar. El problema es más bien el de saber si él es autor y responsable de la historia, entendida como sucesión de eventos, devenir objetivo del mundo, realidad efectiva del devenir humano. En “¿el don debe ser desinteresado? no se debe reducir el término “don” al talento natural innato, sino al acto de dar. Los falsos problemas no pueden tener función alguna en la disertación, a menos que se trate de un análisis de ellos en cuanto a su falsedad. En efecto, puede ser instructivo analizar por qué ciertos problemas son falsos, es decir, ya sea que sólo existe en apariencia, pero no en realidad, ya existan como aporías que ameritan ser reformulados en otros términos.

4) Redacción de la problemática a partir de una puesta en crisis del tema

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ruptura definitiva con lo que precede, en oposición a la simple reforma, que es un tipo de cambio superficial, gradual, susceptible de ser abandonado. El problema (dramatización problemática) es, por lo tanto, lo siguiente: ¿todavía podemos pensar la revolución, en cuanto concepto unitario y coherente, si toda revolución es, al mismo tiempo, a la vez, un regreso regular de lo mismo y un cambio de una novedad radical, que tiene lugar en la historia? En ocasiones, la paradoja está explícita en la enunciación del problema (por ejemplo, “¿se nos puede forzar a ser libres?”, ¿es libre la obediencia a la ley que se prescribe?”). Pero, lo más común es que esté contenida implícitamente y que sea el autor de la disertación quien la haga aparecer, lo que ya constituye una introducción de la problematización.

B – La problematización. La problemática es la reformulación de la presentación del tema hacha con otras palabras. Se trata de una cuestión decisiva y central, que recapitula sistemáticamente todo un grupo de preguntas que se pueden realizar sobre el tema, o en torno al tema. Por lo tanto, no se deben multiplicar las preguntas retóricas, vagas, inútiles o formales, por medio de una simple yuxtaposición sin orden. Es necesario jerarquizar las preguntas, tal como se jerarquiza a las nociones y a los ejemplos, guardando sólo aquellos que estén en relación con el tema. El cuestionamiento, el asombro (thaumázein griego, con el que comienza la filosofía, según, Platón y Aristóteles) es esencial. No hay filosofía sin un cuestionamiento, sin interrogación, sin formulación de un problema. Algunos ejemplos de preguntas que pueden nutrir la pregunta problemática central: a)la pregunta de la definición, del ser o de la esencia de una cosa: “¿qué es…?”, “¿podemos definir…?”, “¿debemos definir… así…?”, “¿cómo definir…?”, “¿qué sentido(s) tiene…?”, “¿qué naturaleza tiene…?”; b) la pregunta por la distinción: “¿cómo distinguir A de B?”, ¿podemos distinguir A de B?”, “¿debemos distinguir A de B?”, “¿Qué diferencia(s) hay entre Ay B?”, ¿En qué

difiere A de B?”, “A y B”, “¿Se trata de una diferencia de grados o de naturaleza?”; c) la pregunta por condiciones de posibilidad, por el fundamento u origen: “¿cuál es el

fundamento de…?”, “¿Cuál es la razón de…?”, “¿En virtud de qué necesidad A es B?”, “¿por qué A es B?”, “¿En qué condiciones A es posible?”, “¿A es posible?”, “¿En qué medida se puede…?”, “¿podemos fundar A en la razón?”, “¿cómo fundar A en la razón?”, ¿qué motivos tenemos para…?”; “¿de dónde viene…?”, “¿cómo pudo surgir

A?”, “¿cuál es la génesis de A?”, “¿cuál es su modo de producción?”, “¿cómo pudo ser hecho o pensado?”; d) la pregunta por la finalidad: “¿por qué A?”, “¿en vista de qué fin

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conjunto de la demostración y da su coherencia, su unidad, argumentativa y demostrativa, a la disertación.

5) Sugerencia del plan (y no anuncio escolar) en tres partes. La o las últimas frases de la introducción deben esbozar el camino argumentativo dinámico, procesal, de la disertación y las principales etapas del Desarrollo, suprimiendo los andamiajes retóricos (“en un primer momento, se tratara la cuestión…) y dando lugar al descubrimiento y el asombro: Se debe dejar en suspenso la solución que será aportada en la tercera y última parte del Desarrollo.

B – El desarrollo

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comienzo y al final de las tres grandes partes de la disertación. Es necesario vincular los análisis entre sí, yendo, si es posible, de lo simple a lo complejo, del análisis a la síntesis, de lo latente (aparente) a lo patente, de lo contingente a lo esencial. La disertación jamás debe desarrollar una sola tesis o idea, sino examinar diferentes puntos de vista, hacerlos interactuar los unos con y en contra de los otros, en una asamblea democrática de ideas. Se debe evitar tratar, de manera monotemática, en las tres partes consecutivas, una misma tesis o doctrina. Se debe discutir cada doctrina de manera crítica, preguntándose si no sería posible sostener la tesis contraria y teniendo el espíritu crítico, el espíritu Socrático, que jamás se satisface con una respuesta definitiva, sino que reaviva siempre el cuestionamiento.

No existe un plan típico para la disertación, sino muchos tipos de planes, más o menos adecuados de acuerdo con el tema. Esencialmente, se pueden distinguir tres tipos de planes posibles:

A – El plan dialéctico tesis-antítesis-síntesis. Para ser válido, este tipo de plan debe cuidar particularmente las transiciones dialécticas entre cada una de las tres grandes partes, poniendo en juego, cada vez, una crisis, una inversión de la lógica precedente, una superación especulativa, que sea, no una simple oposición lógica entre una tesis y su contraria, sino una superación-conversión-profundización, una Aufhebung

en sentido hegeliano (pero este tipo de superación dialéctico-hegeliana de una tesis por una antítesis no es siempre posible y no debe ser calcada a todo precio sobre cualquier tema). Este tipo de plan también debe cuidar la calidad, al nivel intelectual, de la densidad conceptual de la síntesis, que no debe contentarse con esbozar una tercera vía intermediaria entre la tesis y la antítesis, dando como resultado una solución débil por defecto. La síntesis debe ser una tesis filosófica por completo original, como lo son la tesis y la antítesis, y no una no-tesis, una ausencia de tesis que expresa solamente un titubeo entre la tesis y la antítesis precedentes. La síntesis debe ser una superación dialéctica de la antítesis, y no un regreso tímido a la tesis. Por ejemplo, “¿es el lenguaje propio del hombre?” puede ser tratado por un plan dialéctico en tres partes: 1) tesis: el lenguaje es, en virtud de la definición del lenguaje y del hombre –ser racional dotado de

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Frisco, Von Uexküll); 3) síntesis: en realidad, el lenguaje como poder no sería propiamente humano, ni propiamente animal, sino que expresaría lo inhumano, lo infrahumano, lo que, en el hombre, escapa a la razón racional o razonable. El lenguaje sería, no un poder de la razón lógica (lógos), sino el lugar de expresión de una cierta forma de impotencia para decir. El lenguaje sería en todo caso, en crudo, el indicio de una incapacidad de todo decir, el signo de una posible y fundamental inadecuación entre el decir y el ser, de tal suerte que esta inadecuación (esta deficiencia del lenguaje) sea constitutiva del ser humano. Lo que distinguiría la capacidad lingüística del ser humano de aquella de cualquier otro ser racional o incluso de cualquier animal, sería, entonces, al final de cuentas, las fallas mismas del lenguaje, el fondo de impotencia y el origen sin fondo sobre el que se erige. El lenguaje reenviaría, por tanto, a una especificidad propiamente humana, pero ya no en el sentido de la tesis, sino en el sentido de que el lenguaje sería el Abgrund (el trasfondo absoluto, el fondo, el abismo sin fondo) de la distinción misma entre racional y animal. El lenguaje sería la marca esencial de la finitud del ser humano, como lo muestran las filosofías fundadas sobre una crítica del lenguaje humano, acerca de sus insuficiencias consustanciales (cf. Nietzsche, Bergson, etc.). Otros ejemplos: “¿Podemos probar la libertad?”; plan dialéctico en tres partes tesis-antítesis-síntesis (cf. Corrección).

B – El plan por gradación de interés. Este plan es equivalente al anterior, pero bajo una forma menos radical y menos dramática. Las transiciones entre partes no se efectúan en él según una inversión (superación-conservación dialéctica) de una tesis y su antítesis, es decir, que dicho plan no progresa al poner en evidencia las diferencias de naturaleza, por oposiciones, entre conceptos o entre tesis, Sino según una gradación más progresiva, que pone en evidencia las diferencias de grado entre los conceptos y/o entre las tesis. Aquí se progresa de una parte a la otra al reforzar una cualidad, propiedad o característica, de un grado o de un hueco suplementario. Por ejemplo, se puede ir de un sentido débil a un sentido medio, después a un sentido fuerte, o extremo, o de una característica posible aparente a una característica real hasta una característica

necesaria. Por ejemplo, “¿qué es un principio?” (cf. Corrección).

C – El plan con temática libre. Este plan vale sobre todo para los temas-nociones. Por ejemplo, “la representación”, “la tolerancia”, “el error”. (cf. Corrección). Consiste en escoger, al interior de una noción, tres problemas o tres puntos de vista (unidos entre ellos) que agotan la noción, como tres subpartes de un conjunto más extenso. Ninguna regla dicta la sucesión de los tres aspectos.

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general el uso del “yo”, a menos que tenga un valor universal. Comúnmente, estos son los ejemplos típicos y universales, analizados como tales por los escritores. Un ejemplo de pasión voraz, exclusiva, patológica, incurable, puede ser la pasión de la seducción en el héroe de Don Juan de Molière, o la pasión de la avaricia de Rapagón en el Avare de Molière. En estos casos se despliega y se muestra una verdad concreta con validez universal sobre la pasión. Pero los ejemplos también pueden ser obtenidos de la cultura clásica en general, por ejemplo, de la historia política de un país, de la historia de las ciencias, de la epistemología y de las ciencias mismas (de las ciencias formales, como la lógica, de las ciencias experimentales como la física y la química, de las ciencias exactas, como la matemática, o de las ciencias humanas, como la historia, la sociología, la psicología, la antropología, el psicoanálisis, la etnología, etc.), del arte, de la literatura, de la religión (o las religiones), de las costumbres, etc. Se debe evitar –a menos que se haga con gran detalle y con una perspectiva original o crítica– los grandes ejemplos clásicos que han sido rebatidos ya muchas veces en la historia de la filosofía: el “trozo de cera” de Descartes, la “torre” cuadrada que parece redonda de Spinoza, la “caverna” o el “anillo de Giges” de Platón, la “vergüenza” o la “mala fe” de Sastre, los “cien talantes” de Kant, etc. También se deben evitar los lugares comunes: la “manzana de Newton”, el “eureka” de Arquímedes, etc. El ejemplo por sí mismo no es suficiente, lo mismo que una referencia a un autor tampoco es una autoridad suficiente. Hace falta analizarlo, pues es en el análisis que hace de ello, más que en el ejemplo mismo, que reside su valor argumentativo. El ejemplo debe preparar o dar nuevo impulso al análisis conceptual, la reflexión crítica, la interrogación. Sin esto, él no tiene valor. Por ello también se deben evitar la rapsodia de ejemplos redundantes o los “enjambres” de ejemplos que no hacen progresar al concepto. Como tal, el ejemplo (la avaricia de Rapagón) todavía es infra-filosófico. Así que se debe conducir el discurso desde el ejemplo al nivel del discurso conceptual, que es propiamente el filosófico.

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disertación. También es importante administrar cuantitativamente las recurrencias a los autores (no se pueden multiplicar los autores, dos o tres por cada parte es una buena medida; de modo que se puedan comentar menos autores, pero mejor forma) y cualitativamente (se recomienda analizarlos ampliamente, y no sólo hacer alusión, restituyéndolos en sus contextos respectivos, interrogándolos de manera crítica y articulándolos en la demostración del conjunto). No se debe citar una fórmula incompleta o aislada de su contexto, lo cual corre el riesgo de pervertir el sentido (por ejemplo el “se les forzará a ser libres” de Rousseau o el “buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo” de Descartes). Se debe recordar que sólo se puede citar entre comillas las referencias completas. Si no es así, se deber preferir, entonces, el parafraseo o poner entre comillas únicamente algunas expresiones puntuales. Para cada autor, es necesario citar la referencia con un máximo de precisión: título de la obra en cursivas, título de parte, capítulo, parágrafo, traductor en caso de ser necesario, año de la publicación, lugar de la publicación, editorial, página. También es recomendable que para cada autor analizado se recuerde, en la medida de lo posible, el contexto de la obra, la perspectiva, lo que está en juego, las finalidades y el vocabulario técnico del autor. Es recomendable preferir una cita de un autor, que la cita de un comentador. Por ejemplo, es mejor citar a Kant que a Delbos, Cassirer o Philonenko. Así que también es recomendable evitar, en general, referencias a las historias de la filosofía, las obras de segunda mano o de vulgarización, aunque esto no signifique que no puedan o que no deban ser consultadas. Tampoco es necesario presentar siempre las referencias y los autores de manera cronológica, como si la historia de la filosofía obedeciera a un progreso lineal, donde el último en aparecer, porque él es último en aparecer, tiene la palabra final sobre el tema en cuestión. Por otra parte, resulta provechoso hacer referencias no filosóficas, como ya se vio, a dominios diversos de la cultura general: al arte (textos de músicos, escultores, pintores, arquitectos, poetas, etc.) a las ciencias, a las religiones etc., pero, en todo caso, se debe evitar el catálogo rápido, el desfile superficial, la rapsodia de autores: tal dijo que…; pero otro dijo que… La disertación no es una serie horizontal de referencias de autores yuxtapuestos. Se debe trabajar en profundidad, más que simplemente acumular información sobre un tema.

C – la Conclusión

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unilateral. La respuesta ofrecida en la Conclusión a la problemática no viene a resolver el problema, es decir, que ella no lo hace desaparecer de una vez por todas. Ella se contenta, prudente y modestamente, con aclararla, exponerla, explicitarla. En matemáticas, la solución pone fin al problema, mientras que en filosofía la pregunta se cierra sólo provisionalmente. El cuestionamiento queda abierto indefinidamente. Pero, que en ocasiones, la reflexión filosófica sea en general interminable y abierta a lo indefinido no significa que la disertación quede sin un final. La Conclusión debe concluir, al menos de manera provisional. Ella cierra, termina, acaba, y perfecciona un razonamiento, una demostración, aportando una respuesta parcial y provisoria a la pregunta central (la problemática). La conclusión tiene cuatro etapas:

1) Recapitulación, resumen sintético de aquello que ha sido demostrado en la disertación, es decir, rememoración de lo ganado hasta entonces.

2) Respuesta a la pregunta formulada (en la problemática), por sí o no, pero siempre de manera firme y prudente.

3) Crítica (moderada o prudente) y autocrítica del camino desarrollado en la disertación, justificación a posteriori de las opiniones escogidas y de los aspectos no tratados o no desarrollados de la pregunta. Se deben dar razones de las elecciones y de las omisiones (sin presentarlas como tales). También es posible hacer una crítica de la presentación del tema: mostrar, por ejemplo, que una formulación ligeramente diferente de la pregunta hubiera conducido a una respuesta sensiblemente diferente y sobre todo a otras consecuencias.

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Consejos metodológicos para la explicación de textos filosóficos

1 – Principios generales: lo que no es la explicación

La explicación de texto es una lectura y un análisis profundos de un pasaje, de un extracto de una obra filosófica. Ella consiste en exponer el contenido de un texto dado. Explicar (del latín ex-plicare) significa desplegar, desenvolver, desarrollar ampliando, expandiendo, profundizando, lo que ha sido expuesto en el texto, haciendo referencia a otros extractos de obras (libros y sistemas filosóficos) del autor en cuestión. La explicación también debe dar cuenta de lo no dicho, de lo implícito, de lo latente, de las ideas del autor que estarían en el texto únicamente como filigrana o entre líneas, cuidando, sin embargo, de no salir del tema del texto y de no hacer decir al autor algo que él no dice (contra sentidos o sentido falso, delirio interpretativo). La explicación debe liberar aquello que está encerrado, desplegar y abrir lo que está replegado y cerrado, poner en relieve lo esencial, sin nivelar ni oscurecer los argumentos del texto, hacer salir aquello que está en crudo, clasificar y jerarquizar los elementos del texto según su importancia o su prioridad en la argumentación del autor. La explicación debe, en el sentido nietzschiano, “evaluar” cada elemento del texto, “hacerle justicia”, estimando en él, objetivamente y precisamente, el valor real, sin rebajarlo o sobrestimarlo. Ella deber restituir, en su coherencia, la unidad de la argumentación del autor, señalando con ello las articulaciones y momentos (lógicos y/o conceptuales).

Las exigencias y principios generales de la explicación de texto son las siguientes:

1) Restituir el texto en su contexto. Este contexto puede ser inmediato, estrecho, preciso, en la escala microscópica del libro de donde él es sólo un extracto. Se trata, entonces, de precisar en qué capítulo, sección o parágrafo se sitúa el texto. Después, qué supuestos posee, a qué pregunta responde, a qué lógica argumentativa pertenece. Preguntarse: ¿cómo el autor llegó a escribir este texto, precisamente en este momento y en este lugar de la obra? ¿qué es lo que conduce este texto? ¿a qué necesidad (teórica, práctica, u otra) obedece el texto? Todo esto supone un conocimiento preciso y detallado de la obra de la que se extrajo el texto. La explicación debe recordar lo que ha sido demostrado antes de este texto (algunas páginas o líneas antes) e introducir lo que seguirá después de él. El contexto que la explicación debe restituir también debe ser mediato, extenso y general, en la escala macroscópica, no sólo de un libro, sino del conjunto de la obra del autor, tomada como sistema filosófico. En este caso, se debe restituir el texto de manera más general en relación a las cuestiones y problemas centrales de la doctrina filosófica del autor, y comentar el texto apoyándose en obras anteriores y contemporáneas del mismo autor, a fin de hacer el estado (sincrónico y estático, en un momento dado, mientras que el autor redactaba este texto) y la génesis

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su tratamiento en este texto, a fin de señalar la originalidad de éste. También se debe preguntar si la tesis del autor en este texto es nueva, o si ella retoma solamente, pero con otros términos, lo que el autor ya había establecido en otra parte o antes, o si ella retoma, prolongándola, una tesis anterior, pero aportándole nuevos elementos (si así es, ¿cuáles? ¿de qué naturaleza son? ¿se trata de ejemplos que tienen el propósito de ilustrar o precisar una tesis ya enunciada? ¿se trata de aportar una o varias demostraciones nuevas acerca de una hipótesis ya formulada? ¿cuáles son los elementos nuevos y los viejos?).

2) Aclarar el tema tratado en el texto y la tesis que es sostenida ahí por el autor, a fin de elaborar una problemática y de subrayar la cuestión o cuestiones centrales del texto, sin multiplicarlos al infinito, ni yuxtaponerlas sin ninguna relación. Se debe resumir, de la manera más sintética y condensada posible, en una o dos frases, la tesis del texto, y esforzarse por dar un título al texto, título que en lo sucesivo esté acompañado de un subtítulo más desarrollado, precisando la cuestión central del texto.

3) Identificar y justificar los momentos generales del texto, sus momentos

particulares y sus articulaciones, a fin de reconstruir la argumentación del autor, aquí todavía, sin multiplicar al infinito el número de movimientos o de submovimientos del texto (limitándose en general a tres o cuatro movimientos). En la explicación, más que en la disertación, no existe un plan preestablecido, automático y mecánico. A cada texto le corresponde un plan. Los cortes (o parágrafos) pueden manifestar, o no, una cambio de idea. Así que el plan de un texto no sigue necesariamente su orden tipográfico. Enseguida, hace falta, en el cuadro de la explicación propiamente dicha, seguir el orden argumentativo del texto sin transponerlo ni invertirlo. La explicación de texto debe ser lineal (aunque sin llegar a ser meramente una paráfrasis).

4) Señalar y analizar las nociones filosóficas (conceptos y expresiones técnicas) del texto, apoyándose en conocimientos exteriores al texto, pero interiores al conjuntó de la obra del autor. Resituar su terminología particular (no suponer como conocido ningún termino del vocabulario técnico del autor).

5) Indicar el estatus, la función, el valor, argumentativo y filosófico del texto, apreciando la naturaleza y el porte, la originalidad y los límites, la fuerza y las influencias. Se debe identificar el tono y la forma del texto: ¿se trata de un texto problemático, programático, inaugural, conclusivo, aporético, didáctico, zetético, heurístico, polémico, etc.? Esto supone, al menos in fine (en la conclusión, por ejemplo) una cierta retrospectiva crítica en relación al texto. Sin quedarse inmerso en la argumentación del autor, ni como prisionero en su sistema filosófico (pero los elementos críticos o las comparaciones entre este texto y los otros autores deben permanecer discretos y sólo al final).

6) Dar razón de todos los signos significativos del texto: las itálicas, las comillas, las mayúsculas, la puntuación (puntos suspensivos, signos de interrogación, de exclamación), las palabras de transición (conjunción de coordinación), los ejemplos, las repeticiones, los campos semánticos (vocabulario, metáfora, elipsis, redundancias), sin que tenga que versar sobre una explicación estrictamente formal y literal del texto. La

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7) La explicación del texto debe ser precedida por una lectura atenta del texto, que, en un principio, es una lectura ingenua y neutra, sin prejuicios de ningún tipo, sin esperar algo, sin manifestar desconfianza alguna acerca de la doctrina del autor. No hace falta querer reencontrar a toda costa en el texto conocimientos adquiridos en otra parte acerca de la doctrina del autor, sino más bien confirmar o afinar, precisar, desarrollar y profundizar sus conocimientos. Entonces, hace falta, en un primer momento, separar (poner en suspenso) lo que se sabe sobre el autor (evitar sobre todo las obras escolares o de divulgación sobre el autor). No se debe sujetar algo exterior o proyectar por encima del texto una estructura de interpretación preconcebida y ya hecha. Se debe permanecer abierto a todas las interpretaciones posibles del texto, sin excluir ninguna de ellas de manera a priori. En cambio, la segunda lectura del texto debe estar informada, nutrida de conocimientos sobre el autor y sobre la obra de donde se ha extraído el texto. Para entonces, una cierta erudición es requerida. La explicación supone sobre todo un esfuerzo conjunto de lectura de diferentes libros del autor. Los conocimientos filosóficos sobre el autor y sus diversas obras son indispensables para

guiar y esclarecer la lectura del texto.

8) La explicación de texto debe apostar a que el texto tiene un sentido. Es necesario partir del presupuesto de que las dificultades del texto deben encontrar su solución en el texto mismo. El sentido está ahí, incluso si está oculto, e incluso si, puntualmente, se puede recurrir a otros textos del mismo autor para ponerlo al día.

9) Frente a una dificultad infranqueable del texto, hacer varias hipótesis

reconociendo a estas como tales y jerarquizando dichas hipótesis por orden de verosimilitud.

10) Consejos prácticos: despejar la presentación, evitar las ruputuras en el hilo de la redacción, adoptar un estilo simple, claro y transparente (escribir con frases cortas), darse el tiempo de releer para corregir las faltas de ortografía y de sintaxis, etc.

La explicación de texto se distingue:

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autor, antes de criticar (en ocasiones sólo en las Conclusiones) el texto y de denunciar sus insuficiencias. No obstante, la explicación puede hacer uso de conocimientos más extensos, relativos al contexto histórico, a la época, a la obra del autor en su conjunto y en su cronología. Ella puede y debe hacer dialogar al texto con otros textos del mismo autor, sin por ello perder de vista el texto a explicar, sin recubrirlo bajo una exposición dogmática y sistemática (tipo curso) del conjunto de la doctrina del autor. En tal caso ella caería fuera del tema. La explicación supone, entonces, un dominio razonable de nuestros conocimientos sobre el autor. Ella no es el pretexto para recitar todo lo que uno sabe sobre él, ni tampoco sobre una parte de su filosofía. Los conocimientos exteriores al texto no deben sobrecargar inútilmente la explicación. Ellos no deben intervenir a menos que, y solamente si, ellos facilitan o aclaran la comprensión del texto. La explicación debe presuponer que el texto forma un todo autosuficiente, autónomo, teniendo un sentido por sí mismo, incluso cuando se da el caso de que la aclaración de dicho sentido necesite la referencia a otros textos del mismo autor.

2) Sobre un simple pretexto para disertar sobre un tema abordado por el texto. La explicación no debe desviarse de las cuestiones centrales y directivas del texto, ni derivar, por medio de una digresión sucesiva, hacia un tema o hacia una problemática más general. Ella no debe transformarse en una disertación acerca del tema ni, incluso, en un comentario temático del texto (en el que las partes principales corresponderían a temas diferentes abordados por el texto). La explicación no debe explicar más que el texto (y todo el texto), sin abandonar jamás el horizonte del texto. Ella debe alejarse lo menos posible de él, a menos que sea sólo para hacer comparaciones (señalar las diferencias o similitudes) entre este texto y otros del mismo autor, situados en la misma obra o, en todo caso, en una obra anterior, contemporánea o posterior. Ella no debe ni mutilar, ni encubrir el texto o partes de éste. Ella debe comentar todo el texto sin excepción, sin estancarse en tal o cual frase, en tal o cual párrafo, incluso si ella puede indicar una diferencia posible de densidad argumentativa en el texto y jerarquizar los diversos movimientos del texto por orden creciente de importancia, a condición de justificarlo. Ella debe dar cuenta del sentido, de la cuestión central, de la problemática, de la originalidad y posiblemente de los límites del texto, y no servirse del texto como de un simple punto de partida para una reflexión más amplia sobre un tema.

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preciso (en relación a las páginas que le preceden) o mediato y general (en relación al conjunto de la obra del autor). La paráfrasis borra las articulaciones del texto, en lugar de señalarlas y justificarlas. Contrariamente a la explicación, ella atenúa, diluye, nivela y delimita la argumentación del autor. La explicación no debe reducirse a una superación puntillista del texto, que tenga como propósito ofrecer sinónimos de cada palabra. La explicación jamás debe aislar los términos conceptuales de su contexto, de la red conceptual donde cobra sentido, aunque esta red sea a la escala del libro del que se ha extraído el texto o a la escala del conjunto de la obra del autor. Por esto, cuando se anuncia el “plan” del texto (al final de la Introducción), es mejor, en general, hablar de “movimientos” o “momentos” distintos (pero vinculados orgánicamente unos con otros) que de “partes” propiamente dichas (sin relación entre ellas) en el texto.

II – Redacción y forma de la explicación de texto

A – Introducción:

1) Situar y presentar el texto en su doble contexto: a) inmediato, estrecho y preciso (a la escala microscópica del libro de donde se extrajo) y b) mediato, extenso y general (a la escala macroscópica de la obra o del sistema entero del autor). Se debe preguntar: ¿a qué parte (capítulo, sección, párrafo) pertenece el texto? Se debe recordar el tema y las ideas principales directrices de la parte de donde se extrajo este fragmento. ¿En qué momento preciso de la argumentación interviene el texto? ¿cuál es su función en relación a lo que precede inmediatamente? ¿qué novedades aporta el texto en relación a los capítulos, páginas o libros precedentes? ¿Qué es lo que se retoma de lo precedente? ¿Qué es lo que se presupone antes de él? ¿En qué medida este pasaje es decisivo (o no) para lo que sigue? ¿ya ha sido formulada la tesis enunciada en el texto en alguna otra parte por el autor? Si así es ¿A qué necesidades responde? ¿qué es lo que llevó al autor a escribirlo, y qué es lo que justifica su interés filosófico?

2) Identificar la idea conductora (o las ideas conductoras) del texto y formularla en una o dos frases, como un título con subtítulo, es decir, ofrecer el tema, el objeto del texto (aquello que trata el autor en este pasaje) y la tesis (lo que el autor sostiene, propone o demuestra). Se debe preguntar: si se trata del ensayo de una definición de un concepto técnico o de la solución de un problema (teórico, práctico u otro), si se trata de precisiones y desarrollos para una tesis establecida anteriormente o de una nueva demostración de una tesis?, si se trata de la crítica a otro autor o a otra obra, si así es, se debe preguntar, ¿quién es el adversario (o adversarios) del autor? si se trata de una filosofía, de un libro, de una corriente filosófica y ¿cuál es la cuestión central de esta polémica? Se deben evitar las consideraciones generales y los lugares vagos y comunes

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texto, y preguntarse: ¿se trata de un texto que investiga (zetético), de descubre (heurístico), que demuestra, que polemiza, que enseña, que anuncia programáticamente un proyecto, que concluye, etc.? ¿Qué método argumentativo es adoptado por el autor? ¿un método genealógico (arqueológico)? ¿un método histórico (genético y diacrónico) o descriptivo (estático y sincrónico)? ¿un método analítico regresivo (que va de lo condicionado dado a su condición de posibilidad) o sintético progresivo (que va de la condición a lo condicionado)? ¿un método a priori o a posteriori? ¿un método apedagógico? ¿un razonamiento por recurrencias? ¿un razonamiento por reducción al absurdo? ¿un razonamiento por deducción? ¿por inducción? ¿por analogía (por la identidad de relación entre cuatro términos distintos, de forma matemática proporcional: A/B = C/D)? ¿por extrapolación (lo que vale para A vale para todos los elementos de la misma especie o clase; lo que vale para A vale a fortiori para B)? ¿Un razonamiento por antitesis? etc. Si el texto da ejemplos, se debe indicar su frecuencia, su importancia, su rol, su estatus, su registro (ontológico regional), su vocabulario. Debe preguntarse si se trata de ejemplos simples (en alemán Beispiel) de un caso particular entre otros, lo que permite ilustrar una tesis general y mostrar su aplicación concreta a la experiencia, o si se trata de un modelo de imitación ejemplar (Exemple), de norma o idea reguladora.

3) Exponer la problemática y la cuestión filosófica central del texto, clasificando sus ideas conductoras principales y articulándolas entre ellas. Se debe preguntar: ¿cuál es el costo teórico para la solución aportada por el texto? ¿cuáles son las ganancias y las pérdidas de tal solución? ¿es la problemática el reflejo a pequeña escala de alguna de las problemáticas del conjunto del libro o de la obra (sistema) del autor? Sin embargo, la Introducción no debe proponer todavía un comentario erudito o de detalle de dicho pasaje del texto. Tampoco debe explicar por adelantado todos los términos técnicos del texto, ni dar una opinión sobre el autor (elogio o crítica). De manera general, la explicación debe permanecer neutra en relación al texto y no se debe pronunciar ni en pro ni en contra de él.

4) En la última etapa de la Introducción, se debe anunciar y justificar el plan detallado del texto (generalmente en tres o cuatro movimientos) reconstruyendo su

lógica argumentativa propia (su coherencia) y señalando su progresividad. Se debe precisar, para cada movimiento o momento, de qué palabra a qué palabra se extiende el análisis (sin tener que numerar las líneas de los fragmentos del texto) y la idea conductora (el título que se puede dar a este movimiento para resumirlo, pero sin ofrecer todavía las soluciones definitivas que han sido dadas en el texto. El plan del texto debe ser el plan mismo de la explicación.

B – Desarrollo

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Así que es necesario llevar a cabo una selección entre las palabras y expresiones del texto, y sólo analizar las más importantes. Seguir el orden del texto permite no olvidar nada, lo cual no significa parafrasear el texto, ni reformularlo con otras palabras.

2) Ofrecer el sentido de términos técnicos de la terminología del autor, si es posible, señalando los deslices de sentido que puedan sufrir ciertos conceptos durante el curso de la evolución de la doctrina del autor. La cronología de las obras puede tener una influencia sobre el sentido de ciertas palabras. Cuando una palabra es desconocida, ambigua, ambivalente, polisémica o difícil, se deben formular varias hipótesis sobre su sentido, partiendo del sentido de esa palabra en el lenguaje corriente actual, en el lenguaje corriente de la época del autor, en otras obras del autor o en las obras contemporáneas del texto (diccionarios, enciclopedias, manuales u obras de otros filósofos). Se deben tener en cuenta los cambios terminológicos entre una obra y otra, de un libro a otro, de un texto a otro en el interior de un mismo libro del mismo autor. Es recomendable no recurrir a la lengua original del autor a menos que esto sea necesario para clarificar el sentido de una palabra o de una expresión: en este caso, se debe indicar entre paréntesis el término correspondiente en cursivas. Se debe evitar la erudición gratuita e inútil. No es necesario recordar la etimología de un término a menos que esto también valga igual en la lengua original del autor (no dar la etimología de un término cuando este ha sido traducido al español. Se debe justificar el empleo que hace el autor de términos extranjeros, cultos o técnicos. Cuando existen nociones subyacentes, implicadas de manera indirecta, o inducidas pero no tematizadas explícitamente por el autor, también se deben analizar.

3) Se deben señalar las repeticiones, las palabras de articulación (entonces, porque, puesto que, etc.) y poner atención en los campos lexicales (los términos que pertenecen a una familia semántica o que pertenecen a una misma idea). Pero siempre se debe articular la forma y el contenido, el estilo y el fondo del texto. Así como evitar los análisis exclusivamente filológicos que no conducen a una explicación filosófica del sentido.

4) Es recomendable referirse a otros textos del mismo libro o de otros libros del mismo autor para aclarar el texto, sin hacer una exposición doctrinal o un catálogo de citas. Cada referencia exterior al texto debe estar puesta en relación directa con el texto que se está analizando.

C – Conclusión

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sucesivamente las cuestiones esenciales y responde a ellas según los términos del autor, si hay una respuesta (explícita o implícita) en el texto.

2) Mostrar la originalidad y los límites del texto, su fuerza y su debilidad, sus elementos, positivos y negativos. Se debe preguntar si el autor resolvió bien el problema formulado. Y si no fue así, ¿por qué? ¿qué dificultades especulativas se encontraron? ¿hay otra solución en otros textos (anteriores, contemporáneos, o posteriores)? ¿cuál es la razón del fracaso o del éxito del texto? ¿cuál ha sido su recepción entre los lectores contemporáneos al autor? ¿cuál será su destino al interior de la obra del autor y, en la escala de la historia de la filosofía, su posteridad? ¿ha inspirado a otros filósofos? Y si así es, ¿lo han retomado, criticado o sobrepasado? ¿cuál es su filiación? ¿cuáles son la reacciones que ha suscitado? Se debe hacer un recuento crítico en relación al texto, si es posible, dirigir objeciones a su autor (internas o externas a su sistema de pensamiento), pero permaneciendo siempre prudente y modesto.

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