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Estudio biográfico de la vida y obra de Álvaro Cepeda Samudio Laura Bernal Ramírez Trabajo de grado para optar al título de comunicadora social. Direc

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Estudio biográfico de la vida y obra de Álvaro Cepeda Samudio

Laura Bernal Ramírez

Trabajo de grado para optar al título de comunicadora social.

Directora: Grace Burbano Arias

Pontificia Universidad Javeriana

Área de producción editorial

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Bogotá, 23 de enero de 2014

Señor

JOSÉ VICENTE ARIZMENDI

Decano Académico

Facultad de Comunicación y lenguaje

Pontificia Universidad Javeriana

Ciudad

Apreciado Decano:

Me place presentarle mi trabajo de grado “Estudio biográfico de la vida y obra de Álvaro

Cepeda Samudio” donde rescato la actividad del escritor colombiano en el oficio del

periodismo y propongo un acercamiento a su obra de una manera integral que hasta el

momento no se ha hecho.

Laura Bernal Ramírez

1032421987

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“La universidad no se hace responsable por los conceptos emitidos por sus alumnos en

sus tesis de grado. Sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y a la

moral católica, y porque las tesis no contengan ataques o polémicas puramente

personales. Antes bien, se vea en ellas el anhelo de buscar la verdad y la justicia”

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Tabla de contenido

I Marco Teorico

II Introducción

III Panorama nacional y cultural colombiano entre los años 30 y 70

IV Barranquilla Siglo XIX - XX

V Primeros pasos

VI Cepeda periodista

VII Cepeda literato

VIII El grupo de Barranquilla

Intensión periodística del grupo

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Marco Teórico

En la función de retratar la historia, el primer recurso ha sido la crónica, siendo éste uno

de los géneros que más ha aportado al desarrollo de la narrativa en América Latina. No es

de extrañar, entonces, que el “nuevo periodismo” haya adoptado las estrategias narrativas

propias de la crónica.

Ese tipo de periodismo se vale de unas técnicas similares a las de la literatura como el

manejo del tiempo y la tensión para crear atmósferas y dar cuenta de los hechos que los

ocupan, así como contar el relato escena por escena. De esta manera el periodismo

narrativo tiene un compromiso con la información, pero, además, con el componente

estético.

Sin embargo, cabe aclarar que tanto las novelas como los reportajes son una

representación de la realidad, no son la realidad misma, y en esta medida se acercan a lo

que George Stainer(2000) ha denominado posficción, ese campo en el que hay una

delgada línea entre la ficción y lo tácito. Eso sí, con la claridad absoluta de que en el

periodismo no hay lugar para el invento, no cabe la mentira.

El llamado nuevo periodismo busca ser preciso, consultar el mayor número de fuentes

posibles para acercarse a un hecho, hacer una investigación responsable, y contrastar

distintos tipos de fuentes, permitiéndole al lector sacar sus propias conclusiones.

Como asegura Tomás Eloy Martínez, en el periodismo no hay lugar para las verdades

absolutas, pues la llama sagrada del periodismo debe ser la duda, por eso es deber del

periodista la verificación de datos, la interrogación constante a distintas voces. El

periodista no puede quedarse con un único testimonio, con una única versión, debe, por el

contrario, indagar la mayor cantidad de testimonios posibles.

Así, pues, el periodismo, como modalidad de discurso, comparte algunas características

con la escritura literaria, es decir, como arte de lenguaje. En tanto, no es una imagen de la

realidad, sino una construcción, una representación, un acercamiento a esta.

Construcción quiere decir que es una producción discursiva.

Como dice Andrés Puerta en “El periodismo narrativo, una manera de dejar huella en la

sociedad”, la teoría contemporánea de los géneros enseña que el género no es una

esencia, sino un producto histórico: hay géneros que dejan de cultivarse, mientras otros

aparecen como resultado de fusiones, mezclas o transgresiones de categorías existentes.

En este sentido, géneros como la crónica, el reportaje y el perfil, podrían considerarse

como literarios según sus relaciones, aportes y construcciones comunes.

Para autores como Gay Talese lo que interesa es escribir sobre la gente algo que parezca

un cuento, pero con nombres y hechos reales. En una entrevista que le hizo Andrés

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Hoyos asegura que su estrategia es escribir por escenas. Escenas prometedoras, como si

se tratase de una película. De esta manera el autor debe transmitir al lector asombro por la

realidad evocando la corriente ficcional que fluye bajo la realidad. Con respecto a la

verdad en el periodismo, Talese asegura que no existen verdades precisas y únicas,

porque el periodismo es subjetivo. Los reporteros, cronistas y perfilistas encuentran lo

que quieren encontrar y logran lo que son capaces de lograr. El punto de vista de un

periodista debe tener muchos puntos vista, por tanto no puede haber una única verdad.

Dentro de los géneros noticiosos y literarios más utilizados actualmente se encuentra el

perfil. Este busca reflejar la realidad de las personas en todas las dimensiones posibles,

por ello las diferencias de éste género con la biografía son mínimas. El perfil busca que

múltiples voces ayuden a descifrar el personaje. Se convierte en una herramienta con la

que se puede explorar, a través del protagonista, temas históricos, sociales o políticos

cruciales para entender el mundo contemporáneo.

El perfil no es un género puro, es una mezcla de varios. Sus límites con otros géneros son

imprecisos. De manera similar a la planteada por Talese, Moreno Hernández, en su texto

“El arte de dibujar con palabras a una persona” asegura que el perfil debe tener una

estructura que permita unir escenas en movimiento que puedan leerse de manera

integrada. Se trata de hacer un retrato desde diferentes perspectivas, dibujando

sensorialmente al personaje y no de forma cerebral. Pintar los aspectos internos, no sólo

la superficie. Hay que develar lo que no se sabía, las contradicciones internas de la

persona.

En este sentido unas de las principales funciones del perfil son: La descripción física,

pues hace que el lector pueda ver al perfilado y ubicarlo dentro de un aspecto formal;

explorar escenarios importares en la vida del personaje; ir tras sus huellas y pasado

(cómo fue su infancia y el contexto en el que se desarrolló)

La idea es, por tanto, que el lector pueda ver a la persona como una escultura y para ello

es necesario despojarse de supuestos e imaginarios. Independientemente de la simpatía o

apatía que sienta el escritor por su personaje, es indispensable sacar a la luz cosas buenas

y malas. El autor debe preguntarse: ¿Cuál es su historia? ¿Cómo contar los múltiples

lados de esa persona? ¿Cuál es su relación con la historia del país? ¿Cuáles son sus

aspectos vulnerables y fuertes?

En cuanto a la estructura, no hay una regla precisa, pero deben buscarse estructuras no

lineales, que vayan y regresen. El tiempo y el espacio son prioritarios. Debe aparecer el

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tiempo como una línea que articula escenas, pero esa línea se puede alterar. Lo que

importa es dejarle claro al lector que hay un tiempo que transcurre dentro de la obra.

Con respecto al lector, es preciso guiarlo, pero no darle todas las conclusiones. Se trata de

darle las herramientas para que genere sus propios juicios. Es importante, también,

dejarle espacio para que respire. Un texto lleno de información puede ahogar al lector,

aburrirlo y de esta manera interrumpir la lectura.

En indispensable saber que un buen perfil no editorializa, no saca sus propias

conclusiones ni se queda en lo obvio. Por el contrario, saca aspectos del personaje sin

adjetivarlo, evita calificar sus hechos. Si el trabajo es crítico, profundo y novedoso, es el

lector el que concluye. Por eso es importante llegar sin prejuicios al personaje y evitar

divinizarlo, pues el periodista debe servirle al público y no al personaje.

Un perfil puede ayudar aventar el camino de la amnesia colectiva. Desentraña aspectos

oscuros de la historia revelando baches históricos, denunciando crímenes mayores y

haciéndole saber al lector las dificultades históricas.

Como síntesis el perfil ayuda a escribir la historia de una época a través de la vida de

personas concretas. Este género que incluye entrevistas, descripciones, opiniones,

investigación, va más allá de la personalidad del perfilado.

Es su función destacar todo aquello que singulariza a un sujeto y lo distingue de los

demás. Recrearlo tanto en lo público como en lo privado, en lo bueno y en lo malo. En

últimas, se trata de presentar a un ser humano. Lo ideal es que el relato histórico ayude a

mostrar como el sujeto se convierte en lo que es.

Aunque esta investigación no alcanza a ser un perfil, ni una biografía, propiamente dicha,

p. Es apenas un acercamiento a la vida y obra de Álvaro Cepeda Samudio. Acercamiento

que incluyó entrevistas, lectura de obras y críticas, revisión fotográfica y visita a los

lugares más frecuentados por el autor. Es apenas el inicio de una futura biografía

profunda .

Introducción

Frente a la figura rebelde que denota el nombre de Álvaro Cepeda Samudio, del cual muchos han señalado su desbordada personalidad y su capacidad de romper con las reglas imperantes en una sociedad conservadora, se ha llegado a reconocer un importante trabajo literario que en medio de la tradición costumbrista que imperaba en Colombia, todavía en los años 40´s, resultó transgresora y precursora de una nueva propuesta narrativa que más adelante se traduciría en el “boom

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latinoamericano”. Muchos se han ocupado de su novela, La casa grande, primera novela en revelar el trágico suceso de la región bananera; otros, han insistido en encontrar las huellas Faulkerianas en Todos estábamos a las espera, y algunos han querido ver el retroceso del autor en Los cuentos de Juana. Pocos, en cambio, se han interesado en su oficio periodístico. Oficio, por cierto, que estuvo presente desde una edad temprana y hasta los últimos años de su vida.

Esta escasa investigación sobre su labor periodística suscitó la necesidad de un acercamiento a las notas editoriales y a las columnas que escribió para diferentes periódicos de su ciudad natal, Barranquilla, para entender el contexto en el cual se desarrolló, sabiendo que todo periodista es testigo de su época, pero sobre todo para replantear la idea de que la importancia de su oficio periodístico está en haber marcado un camino que lo convirtió en escritor. Aunque no niego la existencia de tal camino, considero que su producción literaria nunca estuvo distanciada del periodismo, ni que fue su fin. Por el contrario, sospecho que sucede el proceso inverso o más bien complementario: toda su producción literaria hizo parte de un proceso periodístico, en tanto que pretendió actualizar a Colombia, “ponerla al día” con respecto al resto del mundo.

A partir del planteamiento anterior, este trabajo pretende hacer un acercamiento biográfico de la vida y obra de Cepeda, resaltando su producción literaria, pero, sobre todo, su producción periodística.

En la primera parte, “Panorama colombiano en los años 40-70” se hace una descripción breve de la situación política y social de aquellos años, sobre todo en la capital y ello con el fin de justificar el regionalismo que autores como Raymond Williams han encontrado y que definitivamente generó un anti centralismo en la sociedad costeña, sociedad de la que hace parte Cepeda. A su vez es fundamental para la contextualización e introducción del personaje central de esta investigación.

En el segundo apartado “Barranquilla” se hace un acercamiento a la historia de la ciudad costera resaltando su proceso de modernización, clave para la historia cultural e intelectual de Colombia. Se destaca, también, que su condición de ciudad-puerto le permitió, un acercamiento a culturas de distintas latitudes que contribuyeron en la formación de nuevos paradigmas culturales. También, se hacen algunas anotaciones sobre los periódicos y revistas que se empezaron a fundar y que influenciaron al llamado “Grupo Barranquilla” en su quehacer periodístico.

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Una vez descrito el Contexto nacional y barranquillero, se introduce al personaje de Cepeda a través del capítulo “Primeros pasos”. En él se empieza a trazar una cronología de su vida y obra. Se narran algunos acontecimientos de su infancia y de su etapa escolar y se hace un acercamiento a las primeras producciones del barranquillero, con el fin de demostrar que desde edad temprana se vio interesado por el oficio periodístico y mostró posturas críticas frente a las tradiciones conservadoras de entonces. Se pone en evidencia su gran bagaje cultural y el surgimiento de la idea de modernizar el periodismo.

Una cuarta parte es la referida a “Cepeda periodista” en la que a partir de un acercamiento cronológico a algunas de las notas y columnas que publicó en distintos periódicos barranquilleros, se evidencia ya no solo su gusto y su interés, sino su preocupación por el oficio periodístico, a través de artículos como el de “la irresponsabilidad de la prensa”.Aquí, también, se le da una relevada importancia al semanario Crónica, órgano editorial a través del cual Cepeda y sus amigos inician un importante proyecto periodístico, a través de la publicación de cuentos extranjeros y propios.

El quinto capítulo, “Cepeda literato”, hace un recorrido cronológico sobre las obras literarias del autor, destacando su labor modernizante a partir de la transgresión de las convencionales formas de narrar y de los temas recurrentes de ese entonces. Algunos de los cuentos de Todos estábamos a la espera y algunos otros de Los cuentos de Juana son brevemente analizados. Lo mismo sucede con algunos apartados de su novela La casa grande.

Como cierre biográfico, aparece en la sexta parte “El grupo de Barranquilla” en el que se hace una breve cronología alusiva a la conformación del grupo y sus distintos quehaceres y se destaca el ideario periodístico que los caracterizó.

Cierra el trabajo el apartado de “conclusiones” donde, luego de un recorrido biográfico y productivo de Cepeda, se sugiere que en su condición de periodista, propuso distintas opciones para modernizar la cultura colombiana: no solo aplicó formas noticiosas no convencionales, como el reportaje, también propuso la lectura de autores extranjeros que, para ese entonces, eran desconocidos; experimentó con sus propios cuentos a partir de técnicas y ambientes norteamericanos que le dieron a la cuentística colombiana un enfoque urbano. Universalizó la literatura al borrar cualquier tipo de regionalismo; propuso a un nuevo narrador, que a diferencia de la tendencia de la novela de violencia, muestra

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acontecimientos o situaciones, sin juzgar, ni denunciar. Con todo ello y acorde con las múltiples notas con las que se quejó de lo que llamaba la “anquilosada y anticuada cultura nacional” se evidencia una pretensión que va más allá de la transgresión de formas literarias y alcanza un enfoque periodístico. Si se parte de la idea de que el periodismo en su condición de informante debe mantener actualizada a la sociedad, puede decirse que el trabajo o la búsqueda de Cepeda fue, ante todo, periodística.

Para esta investigación fueron claves los trabajos de Jacques Gilard, Daniel Samper, Alfonso Fuenmayor, Luz Mary Giraldo, Álvaro Medina y Ramón Illán Bacca, quienes han publicado diversos libros y artículos en torno al grupo de Barranquilla y han hecho importantes investigaciones de la cultura caribeña. Del mismo modo, las entrevistas realizadas a Roberto Burgos Cantor y a Ariel Castillo fueron de gran importancia, porque en su condición de costeños y de escritor, en el caso de Burgos, develaron importantes imaginarios de la cultura caribeña, contaron anécdotas y fueron claves para el encuentro con la revista Crónica, que no se consigue en Bogotá.

Fue necesario, también un viaje a Barranquilla, para visitar los lugares a los que se alude siempre que se habla de Cepeda. La visita a la fundación “La cueva” y al “museo del Caribe” permitieron, también, un contacto más cercano con Cepeda, porque a partir de fotografías, videos, textos y anécdotas contadas, fue más fácil recrear al personaje.

Panorama nacional y cultural colombiano entre los años 30 y 70

Las transformaciones literarias y periodísticas que ha tenido Colombia durante los últimos 60 años son consecuentes con las condiciones sociopolíticas que se han vivido dentro y fuera del país, con los cambios estilísticos que han pasado de una generación de artistas a otra y con los intereses y particularidades de cada autor. Así, pues, estudiar la literatura y el periodismo de un país sin una aproximación a su historia política nacional y cultural puede ser inadecuado, en tanto que se desconocerían las condiciones bajo las cuales se desarrolló la práctica escritural y las influencias, razones e ideologías que se esconden detrás de toda obra artística. De la misma manera, atribuirle a un autor relevancia sin revisar la producción literaria de sus antepasados y contemporáneos puede generar equívocos y falsas calificaciones. Por tal razón, antes de presentar al autor eje de esta investigación, es necesario revisar de manera breve la historia y el panorama nacional de principios del siglo XX.

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En el siglo XIX, como consecuencia de la fundación de los primeros periódicos se inició en Colombia un movimiento modernizador que contribuyó a afianzar los conceptos de patria y nacionalismo. Como resultado de las guerras independentistas se había despertado en el continente americano una profunda preocupación por lo “nacional” y lo social. Era necesario, una vez alcanzada la independencia, definir al país bajo unas características determinadas y delimitadas que lo encasillaran como un país libre e independiente. La prensa y la literatura fueron, entonces, los instrumentos a través de los cuales los políticos e intelectuales de la época intentaron cultivar el amor patrio. Ya es sabido que la prensa y el poder han estado siempre íntimamente ligados, y por ello no es de extrañar que en los periódicos de entonces apareciera todo tipo de opiniones ideológicas con las que los políticos buscaban fama y poder y, sobre todo, con los que pretendían definir al país.

Aunque la novela para ese entonces era considerada un género menor, adoptó a principios de siglo la tendencia literaria española del “costumbrismo” que heredó del romanticismo la figura idealizada del campesino y cuya pretensión era exaltar el amor a la patria. Así, los cuadros de costumbres constituyeron un recurso frecuente de las representaciones del pueblo a través de los cuales se buscaba fortalecer sentimientos de ciudadanía y nacionalismo. Las descripciones de la naturaleza, de las tradiciones campesinas y el uso del lenguaje coloquial se volvieron, entonces, un recurrente de la literatura. Dentro de las novelas más representativas del costumbrismo se encuentran Manuela, de Eugenio Díaz y El Moro, de José Manuel Marroquín, novelas que están cargadas de descripciones y alusiones a la tierra.

Sin embargo, la emergencia del modelo nacional hispanoamericano fundado en el paradigma europeo de homogeneidad en un país con un evidente y profundo regionalismo desembocaría, posteriormente, en el debate sobre la cuestión nacional y produciría un cambio en los intereses que generarían, a su vez, una nueva preocupación por definir una literatura propiamente nacional en oposición a la universalista y cosmopolita. Así, en el siglo XX autores emblemáticos como Tomás Carrasquilla evolucionaron el género costumbrista porque no tenían como objeto primordial dibujar a partir de palabras un país que apenas empezaba a reconstruirse. Carrasquilla Sincretiza en su narrativa el humor burlesco, el carácter coloquial, la idiosincrasia de una cultura y la relación con la tradición hispánica.

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La llegada del siglo XX, por su parte, estuvo marcada por la Guerra de los Mil Días (iniciada en el XIX) y por toda una cadena de guerras civiles que terminaron desembocando en la conocida "época de la violencia". La literatura se volvió entonces un medio para criticar, denunciar o defender la ideología de los partidos políticos.

Al referirse a los inicios del siglo XX, dice Luz Mary Giraldo: "La tendencia americanista en las letras de las primeras décadas en nuestro continente proyecta las naciones haciendo hincapié en la identidad regional, en la relación del individuo con su terruño, en las formas de un lenguaje propio, en las costumbres, los valores, las tradiciones y las condiciones sociales y culturales. La tensión entre lo rural y lo urbano impone temas, personajes, lenguajes y búsquedas formales que oscilan entre la tradición y la renovación".1

Escritores como Tomás Carrasquilla, José Eustasio Rivera y José Asunción Silva dejaron un importante legado literario. Coincidía entonces una literatura de ambiente rural con matices de denuncia y protesta, junto a otra de reflexiones estéticas, refinamiento de estilo y concepciones más urbanas y cosmopolitas. Es por ello que críticos como Jacques Gillard aseguran que “el panorama literario colombiano de los

años 30 parece estar determinado por la confrontación entre literatura nacional y literatura universal”2

, la primera caracterizada por un discurso regionalista, de corte oral, criollista y telúrico que, en su afán por forjar un ideal de nación se resiste al influjo modernista y en su lugar conserva lo tradicional; la segunda, por su parte, interesada en la literatura extranjera y en las nuevas formas. Sin embargo, es la literatura nacionalista la literatura colombiana por excelencia.

En los ámbitos político y social, el periodo comprendido entre 1930 y 1970 significó para Colombia una época cruda marcada por diversos tipos de violencia. A la Violencia partidista que dejó numerosos muertos durante los años treinta siguió el desenfreno del Bogotazo, el Frente Nacional, la violencia guerrillera y los continuos Estados de Sitio.

No obstante esta situación, y pesar de las muchas mutaciones en los movimientos sociales, en la protesta social y los distintos ajustes del régimen para manejar las nuevas situaciones, la democracia colombiana

1Giraldo, L. “Historia del cuento en Colombia”, disponible en

http://javeriana.edu.co/narrativa_colombiana/contenido/modelos/cuentosy.htm, recuperado: 8 de agosto de 2013.

2 Gillard, J. (2009) “La experiencia artística y literaria del grupo de Barranquilla en el caribe colombiano al promediar el

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se mantuvo relativamente estable y las élites políticas tradicionales nunca vieron afectadas su posición de poder. Veamos en detalle este proceso.

Varios autores, entre ellos Daniel Pecault en Orden y Violencia. Colombia, 1930-1953. (1987) y Leopoldo Múnera en Rupturas y continuidades. Poder y movimiento popular en Colombia. (1998) proponen que durante el periodo anterior al Frente Nacional la afiliación partidista había logrado agrupar eficazmente al conjunto de los grupos sociales. Más allá de lo que ideológicamente representaban los partidos, era por intermedio de la afiliación partidista que las reivindicaciones sociales se articulaban y la sociedad encontraba su unidad.

Sin embargo, la sociedad colombiana había alcanzado grados muy altos de polarización y esta situación llevaba intrínseca la amenaza de la destrucción mutua de los actores en conflicto. El peligro se hizo palpable en 1949 cuando, luego del asesinato del caudillo Jorge Eliecer Gaitán, el pueblo salió a las calles en una explosión de violencia que devastó una parte importante de la capital y del país. Como lo relata Herbert Braun en su texto “Mataron a Gaitán” (2008), es una de las pocas veces en que la élite política colombiana vio amenazada su posición de privilegio. Esta condición era insostenible.

La primera solución que intentó frenar esta problemática llegó con la dictadura de Rojas Pinilla (1953-1957). Con la implantación de dicho régimen se buscaba un distanciamiento de las mezquindades políticas y un apaciguamiento de la violencia. Estos objetivos alcanzaron éxito parcial; no obstante, con el tiempo, la dictadura comenzó a percibirse como un problema en sí mismo por las mismas élites que la llevaron al poder.

Y es que si bien se había logrado el cese parcial de la violencia bipartidista, la autonomía alcanzada por Rojas frente a los partidos tradicionales menguaba la legitimidad de estos y amenazaba su existencia. Fue entonces que el régimen dictatorial fue remplazado por uno de coalición. De tal forma nació el Frente Nacional. Las élites conservadoras y liberales negociaron para repartirse el poder del Estado y mantener su posición dominante. El Frente Nacional terminó con la dualidad contradictoria de la confrontación partidista y produjo una metamorfosis de la Violencia (Múnera, 1998), sin embargo esta estrategia tendría un costo: la pérdida de legitimidad y eficacia frente a las clases populares.

La incapacidad del régimen por absorber la protesta popular por vías pacíficas y unificar bajo una sola bandera al conjunto de la sociedad fue traducida en un creciente descontento. Fue así que se surgieron en las márgenes del régimen nuevos espacios para la oposición y la disidencia.

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La violencia no se acabó, pero sí cambió. Mientras que en tiempos pretéritos los conflictos sociales y la violencia estaban mediados el conflicto entre liberales y conservadores, con el Frente Nacional se abrió el paso a un discurso de tipo clasista. En este sentido fue que la izquierda ganó protagonismo y un sinfín de nuevos actores políticos entró en escena.

Este nuevo espacio que se abría para la movilización popular estaba lleno de matices dados tanto por factores externos como internos. Entre las fuerzas externas que influyeron en la conformación de las organizaciones y movimientos populares durante, encontramos la revolución cubana y la guerra fría. Dentro de elementos propios al contexto nacional influyó la fuerte presencia de los partidos tradicionales en los movimientos sociales y el pasado sin brillo del partido comunista colombiano y la misma cultura política del país.

Estos elementos se mezclaron para darle forma a una gran cantidad de actores que se disputaban y negociaban entre sí el rumbo de la protesta social.

No obstante, este nuevo frente para la oposición, el régimen del Frente Nacional se mostró eficaz para contener la protesta social. Como ya no le era posible aglutinar al conjunto social por vías discursivas, lo intentó por el camino de la coerción y la represión. El Frente Nacional se mostró muy hábil en este ejercicio.

El Estado concentró el uso de la violencia para sus propios fines. Para lograrlo fueron necesarias varias reformas: por un lado el Ejército dejó de ser una simple herramienta a manos del gobierno y se institucionalizó. De tal forma aumentó su autonomía en el manejo del orden público y se alejó de las rivalidades propias al bipartidismo. “Las Fuerzas Armadas pasaron de ser apéndices del liberalismo y del conservatismo a ser parte efectiva del gobierno colombiano”. La sociedad colombiana fue poco a poco militarizada.

Los cambios producto del Frente Nacional le dieron independencia a la izquierda y un margen de acción a las organizaciones populares por fuera del discurso bipartidista. Sin embargo, la capacidad represiva del Estado sumado a la incapacidad de generar cohesión y unidad por parte de la izquierda impidieron un mayor avance de la protesta popular. La izquierda se marginalizó de las organizaciones populares y estas últimas no lograron escapar de sus luchas gremiales o puntuales.

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Aparte de un par de eventos coyunturales las disputas internas entre agrupaciones guerrilleras, campesinas, sindicales y políticas fueron un constante freno a la movilización popular. Las relaciones de poder estuvieron condicionadas a la estructura de la sociedad colombiana.

Como se dijo anteriormente, la prensa y las industrias culturales en Colombia han estado tradicionalmente ligadas a las estructuras de poder y al Estado. Durante la mayor parte del siglo veinte, el liberalismo relució de manera especial en este ámbito siendo poseedor de dos de los diarios de mayor alcance a nivel nacional: El Espectador y El Tiempo.

El conservadurismo, por su parte, encontraba sus mejores voceros en los púlpitos de la iglesia y las redes pastorales más ligadas a un mundo rural, no obstante también tenían sus periódicos entre los que sobresale El Siglo, el cual alcanzó con una acogida considerable.

Es importante notar cómo muchos miembros de estos medios alcanzaron cargos importantes dentro del aparato estatal. Tal es el caso de Eduardo Santos, director y propietario de El Tiempo y presidente de la República entre 1938 y 1942, o de Laureano Gómez, director del Siglo, figura sobresaliente del conservadurismo y presidente de la República entre 1950 y 1951.

Otros medios ligados a ideologías diferentes a las de los partidos tradicionales se encontraban restringidos a audiencias muy limitadas. De manera notable resaltamos entre ellos La Voz Proletaria, afiliada al partido Comunista, y que pese a su reducido alcance cumplió un papel importante acompañando varios movimientos sociales y luchas populares.

Vemos entonces cómo, en concordancia con esta situación, los medios siempre ejercieron un control importante sobre la información, filtrando ciertas influencias políticas, económicas o incluso literarias que pudieron poner en riesgo la estabilidad de los partidos.

Entre los presidentes más representativos en su relación con la prensa entre los años 1930 y 1970, ya fuere por sus políticas o sus vínculos con el poder, encontramos a Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos, Laureano Gómez y Gustavo Rojas Pinilla. A continuación haré un breve repaso de su obra a fin de ejemplificar su relación con la prensa y profundizar sus políticas a fin de contextualizar la investigación.

Alfonso López Pumarejo fue presidente de 1934 a 1938 y de 1941 a 1942. López era un liberal convencido que, acorde con el espíritu de su época y siguiendo el ideario de la República Liberal, llevó a

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cabo numerosos proyectos en lo que se denominó la “Revolución en Marcha”. Entre sus políticas se destacan la ampliación de la frontera agraria, la otorgación de beneficios a los trabajadores, la ampliación de los derechos ciudadanos para las mujeres, la construcción de barrios obreros, la construcción del campus de la Universidad Nacional entre otra serie de proyectos que guiaban hacia una modernización del país.

De esta forma la Revolución en Marcha le ganó a López el favor de las clases obreras así un gran apoyo popular. No obstante, durante su mandato se vio obligado a renunciar a la presidencia gracias la resistencia de ciertos grupos de poder, así como por motivos personales dada una enfermedad que padecía.

No obstante, se trata de uno de los presidentes más polémicos del siglo en Colombia. Para nuestros fines investigativos podemos notar que se trató de un caso excepcional de abertura a nuevas ideas y cambio en el país, cambio que en los años siguientes fue frenado por las dinámicas propias de la política colombiana y la situación internacional de crisis generada por la segunda guerra mundial.

Entre los dos periodos presidenciales de López, de 1938 a 1942, Eduardo Santos fue elegido como presidente. Como habíamos constatado, este era el director del diario El Tiempo. Dado en parte las condiciones políticas internacionales del momento marcadas por la guerra en Europa, Santos no pudo desarrollar un proyecto político tan ambicioso como su predecesor.

Eduardo Santos representa el auge de un liberalismo moderado y tradicional, y es un ejemplo del poder que habían alcanzado los medios de comunicación ya para la época.

No obstante una escisión fue gestándose dentro del partido. Y es que durante el mismo periodo la figura política de Gaitán haría su aparición en el escenario. Gaitán fue una figura emblemática que alcanzó notoriedad por su capacidad de movilización y su afinidad con las clases populares. Las figuras tradicionales del liberalismo no gustaban de él ya que su discurso tenía tienes políticos reformadores, populistas e incluso socialistas, pero no podían prescindir de su presencia dado su gran caudal electoral. Poco a poco el gaitanismo fue absorbiendo al partido lo que generó una división al interior mismo que

posibilitó la subida del conservadurismo al poder nuevamente.

La figura más prominente dentro del partido conservador para la época fue Laureano Gómez. Se trataba de un conservador convencido y radical, un intelectual y un gran orador. En términos políticos era la antítesis política de Gaitán. Juntos protagonizaron airados debates y alocuciones que perduraron para la

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historia.

Precisamente en 1950, luego del asesinato de Gaitán, Laureano asumió las riendas del gobierno. En el momento de su elección el liberalismo había decidido aislarse de las elecciones y conformar guerrillas liberales argumentando la persecución y faltas de garantías de las que fueron víctimas el gobierno de Mariano Ospina Pérez luego del Bogotazo. Fue así como Laureano Gómez no tuvo dificultades en ganar las elecciones y asumió así su papel de jefe de Estado de manera casi dictatorial sin oposición alguna en

el congreso.

Fiel a su discurso radical recrudeció la campaña de represión contra el liberalismo. En consecuencia los índices de violencia llegaron a niveles inusitados para la época, pero los niveles de polarización y

violencia amenazaban la estabilidad misma del sistema.

La situación era tal que Gómez se vio obligado a renunciar a la presidencia tan solo un año después de haber asumido el cargo en 1951. Cabe destacar que durante estos años de gobierno conservador el diario El Tiempo fue clausurado.

Todo este periodo de guerra bipartidista tuvo su influjo en la literatura a través de autores como Hernando Téllez y dio inicio a la tan conocida “novela de violencia en Colombia” que se inicia como puro testimonio y logra con el tiempo afianzarse como una opción estética en la que la fuerza de lo temático va dando paso a la elaboración de obras con gran valor artístico. Así, “a medida que el tiempo pasa y escritores de más talla se lanzan a la escritura sobre la violencia, comienzan a publicarse obras que ya no tematizan tan directamente los hechos de la violencia, sino que la asumen como un fenómeno complejo y diverso. Aparecen novelas en las que la estructura y el tratamiento del personaje, así como el uso de procedimientos narrativos más especializados, se hacen frecuentes y empiezan a dar talla a las producciones narrativas”3

dentro de las buenas producciones aparecerán las novelas de García Márquez y Cepeda Samudio: La hojarasca y La Casa Grande, respectivamente. Ambas cargadas de denuncia, pero con característico estilo que rompe con la tradición y propone nuevas maneras de ver el mundo. Cepeda Samudio muestra otros aprendizajes, otras maneras de ver la realidad y otros imaginarios que reflejan el paso de la comarca al mundo y las tensiones entre lo provinciano y lo cosmopolita, que se analizarán en capítulos posteriores.

3

Rodríguez, Novela colombiana, disponible en:

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Es imprescindible mencionar los suplementos literarios de entonces, pero siendo imposible abarcar cada uno de ellos, me centraré específicamente en las producciones bogotanas más relevantes, teniendo en cuenta que para aquella época el centralismo era una constante cultural, porque los intelectuales capitalinos seguían la “Atenas suramericana” y que en el capítulo siguiente se verá de manera específica el panorama cultural en Barranquilla.

En el suplemento literario del periódico El Tiempo que durante muchos años recibió colaboraciones de diferentes intelectuales, sin importar su ideología política, puede observarse un apego por las tradiciones literarias y una desconfianza por las nuevas formas y las nuevas ideas. Dentro de los colaboradores se encontraban Eduardo Carranza, Eduardo Caballero Calderón y Germán Arciniegas

Entre los años 1938 y 1951, la Revista de las Indias, dirigida por Arciniegas, intentó seguir un lineamiento americanista acorde con la lucha de las democracias, contó con colaboraciones extranjeras y tuvo cierto nivel de cosmopolitismo al interesarse por los márgenes culturales y ponerle algunas barreras al nacionalismo literario operante. Una vez iniciado el segundo mandato de López, el gobierno se apropió de la revista y empezó a notarse un mayor interés por las culturas periféricas. Sin embargo esto cambió con el triunfo electoral de los conservadores, pues se inició la decadencia de la publicación.

Decidieron, entonces, las directivas de El Tiempo crear una nueva publicación con tendencia semejante a la de la Revista de las Indias y es así como nació la Revista de América en 1945. Evidentemente, tuvo características similares a la de su antecesora, pero hay que recordar que ese mismo año López renunció a la presidencia, lo que significó el fin de la etapa de modernización. Aunque tuvo un notable interés por el folklore y por las sociedades periféricas, continuaba promoviendo una imagen de pueblo "puro", una imagen equivocada, y continuaba con el centralismo imperante. Contrario a esta posición aparece en 1943 el semanario Sábado, creado por Plinio Mendoza Neira, cuyo principal aporte fue la definición de un país multicultural en el que no solo había blancos, sino que se reconocía la presencia del mulato y el mestizo. Además este semanario publicó los cuentos de Hernando Téllez, lo que significaba un avance en la narrativa nacional, un despliegue del tradicional tópico ruralista y un camino hacia el universalismo. Sin embargo, quedó empobrecido en 1949 cuando Mendoza Neira tuvo que exiliarse en Venezuela y debido a la violencia que azotaba al país.

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Por su parte, el periódico El Espectador, cuya postura era opuesta a la de El Tiempo, contó con la presencia de Eduardo Zalamea Borda, quien le dio un alto nivel a la publicación a través de su columna diaria "La ciudad y el mundo". Zalamea proponía una crítica a las rutinas del medio intelectual colombiano y al "nacionalismo literario" de 1941. Según Jacques Gillard, Fin de semana ambicionaba ser un espacio de toda la intelectualidad colombiana pero no lo logró, en primer lugar porque la élite intelectual seguía interesada en el tradicional nacionalismo y las propuestas de Zalamea resultaban peligrosas.

Otra publicación de gran importancia fue la revista Crítica que aparece en 1948 cuando el país ya atravesada la ola de la violencia. Fundada por Jorge Zalamea estaba cargada de fuertes críticas hacia el gobierno y el arte y fue cerrada en 1951, después de haber sufrido la censura.

A diferencia de Crónica la revista Mito ha sido siempre reconocida como una de las revistas más importantes del país. Creada por los poetas Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus y por el crítico Hernando Valencia Goelkel, su circulación entre 1955 y 1962 generó un diálogo abierto con el mundo intelectual y cultural. Desde entonces hubo comunicación entre diversas disciplinas y formas, lo que contribuyó a salir de lo parroquial y provinciano, pues abrió el panorama de nuestra cultura al mostrar la disposición a debatir temas actuales tanto nacionales como internacionales, a traducir textos, a la publicación de obras inéditas, al análisis social, político o filosófico, ya la crítica literaria, artística y cinematográfica.

Sin embargo, hay que destacar que antes del surgimiento de esta revista bogotana, un grupo de intelectuales barranquilleros habían apostado por una comunicación entre la literatura colombiana y literaturas extranjeras. La revista, cuyo jefe de redacción fue Gabriel García Márquez, continuaría con el proceso modernizante de Voces y contaría con la colaboración de escritores jóvenes como Álvaro Cepeda Samudio, quien irrumpe en la narrativa nacional, a partir de propuestas periodísticas y narrativas que se alejaban de la tradición y proponía nuevas formas de hacer periodismo. Se trató de la revista fundada por José Felix Fuenmayor Crónica.

Barranquilla y Cartagena, Siglo XIX - XX

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Antes de hablar del llamado “Grupo de Barranquilla”, del que hizo parte Álvaro Cepeda Samudio, es necesario revisar ciertas especificidades y características que marcaron el derrotero de la Barranquilla de principios del Siglo XX. Para ello, se debe entender que Barranquilla como sus homólogas de la costa, cumplió un papel preponderante como centro histórico de la nación. Habrá que recordar que Cartagena, ciudad muy cercana a Barranquilla, con la valiosa peculiaridad de ser ciudad-puerto, era uno de los centros burocráticos españoles más influyentes durante la Colonia y poseía una elite reducida con una capacidad intelectual atrayente que años más tarde terminaría proyectándose en Ingermina de Juan José Nieto, una de las primeras novelas escritas en Colombia a mediados del siglo XIX. La particularidad de ser uno de los primeros novelistas colombianos, permitió a Juan José Nieto, nacido y criado en Cartagena, ejercer en su época cierto influjo político a través de su escritura lo que lo llevó a convertirse en el primer exiliado colombiano que vivía en tierras ajenas. Aspecto que sería de vital importancia en el proyecto Letrado de Barranquilla.

Hago hincapié en este escritor cartagenero, no solo por la importancia que tiene para la reciente historiografía de la literatura colombiana, sino porque su surgimiento y alcance regional; como lo explica Orlando Fals Borda en “Historia Doble de la Costa”4 en la que le dedica gran parte de su estudio a Cartagena y Barranquilla, esta última se convirtió en el eje central en el movimiento letrado de los grandes puertos. Por casualidades de la historia y por fuertes criterios regionales, Álvaro Cepeda Samudio compartió estrechos vínculos con Nieto, vínculos regionales e históricos que realzaron la cultura letrada de la costa. Desde la publicación de la novela de Nieto, la literatura costeña ha participado de la oralidad y esta característica fue recurrente en la literatura de Cepeda. Si bien Bogotá y en general el altiplano Cundiboyacense recibió la herencia literaria española, la costa, por su parte, heredó elementos de tres etnias con una fuerte cultura oral y popular que se vio representada en la literatura. Sin embargo, Cepeda se distanció de él abruptamente al evitar cualquier tipo de regionalismo en su literatura y sugerir una de corte universal. Por ello es necesario conocer un poco a Juan José Nieto y el fenómeno triétnico que coexistió por tanto tiempo y que aún pervive en Cartagena y Barranquilla.

La cultura costeña ha vivido con elementos tan variados y extensos que ha definido su construcción regional. La participación de tres etnias en su construcción y la innegable presencia de una cultura oral y popular activa han llevado a una mezcla única y compleja. En las ciudades de la Costa Caribe la fuerte

4

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presencia de grupos indígenas, de negros raizales y criollos o españoles en un espacio tan reducido llevó a que en tres siglos de historia se formara una suerte de caleidoscopio. Esta fuerte mezcla originó lo que

Borda denomina “desarrollo desigual de la costa”5

en donde el resultado del desarrollo cronológico y geográfico generó el gradual desvanecimiento de las fronteras raciales. Esto demuestra que esa mezcla y convivencia cultural única que se dio en Barranquilla y Cartagena, relativas a la esfera del poder, estuvieron relacionadas con el espacio, un espacio en que el cambio era propicio y necesario.

El siglo XIX en la Costa Caribe cuenta con un peculiar panorama: primero, la presencia indudable de comunidades indígenas en las zonas periféricas de los puertos y ciudades en búsqueda de defender sus interés relativos a “tierras resguardadas y autonomía político administrativa6; segundo, los enclaves y

centros de esclavitud que funcionaron en el “Nuevo Mundo” para el tráfico que aún resistían a los embates de la independencia nacional; tercero, negros raizales “que trabajaban en algunos pueblos mineros a lo largo del río Magdalena (…) La presencia negra en la región está relacionada directamente con la rebeliones de los esclavos durante la Colonia, que motivaron a menudo la fundación de pueblos negros rebeldes o palenques como el de San Basilio”7, cuarto, como expone Borda8 el papel que la

modernidad jugó en la proyección de las ciudades grandes como Barranquilla principalmente en sus puertos.

Hay que entender en ese punto que Barranquilla y Cartagena eran ciudades portuarias que conservaron una dualidad entre esos espacios como sitio de residencia de los notables, de autoridades civiles y eclesiásticas, y la función de la plaza portuaria como un eje público donde confluían diariamente, desde muy tempranas horas de la mañana: bogas, pescadores, navegantes fluviales, pequeños, medianos y grandes comerciantes, comisionistas, jornaleros, labriegos, artesanos, mendigos y prostitutas.9 Ese protagonismo del puerto en la vida urbana se debió a la diversidad de actividades que contenía y a la diversidad étnica que convivía a sus alrededores, pues el puerto era espacio de trabajo, de intercambio

5

Fals, O (1979). Historia Doble de la Costa. Tomo IV, Bogotá, Carlos Valencia Editores, pp. 112.

6

Solano, S. (2008) “La novela Yngermina de Juan José Nieto y el mundo racial del Bolívar Grande en el siglo XIX”, en Revista de Estudios Sociales. Universidad de los Andes, p.p 34 – 47.

7

Raymond, W. (1991) . Novela y Poder en Colombia 1844- 1987. Bogotá, Tercer Mundo Editores. pp. 122.

8

Solano, S. (2010) “Del espacio portuario a la ciudad portuaria. Los puertos del Caribe colombiano como espacios polifuncionales en el siglo XIX” en Varía Historia. vol.26 no.44. Belo Horizonte.

9

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cultural, plaza de mercado, sitio de diversión y también de ocio. Esto marcó de singular manera a la sociedad de los puertos y determinó unas dinámicas sociales y culturales en la Barranquilla de Álvaro Cepeda Samudio y en general en todo el Grupo de la Cueva. Para el siglo XIX, la Costa Caribe se benefició abiertamente gracias al crecimiento de sus puertos, a causa de su localización geográfica era un punto estratégico en donde su configuración de mundo se dio a partir del puerto.

Nieto no solo noveló la costa, sino también cultivó la memoria de su tierra y de su época con variadas geografías históricas de Cartagena, que se convirtieron no solo en la primera geografía regional de la costa sino que es el primer documento crítico, informativo y documentado de las costumbres de las gentes que vivían en esa época la Costa Caribe. Por ello, se debe ver como un escritor de otras latitudes, de grandes asimilaciones y de resignificaciones hechas. Él es una de las primeras configuraciones de ese nuevo mundo de las letras, ya que su ejercicio crítico por su condición de historizar la literatura, y por el protagonismo que encarnaba como ese nuevo tipo letrado de la costa, fue casi un siglo después para el Grupo de la Cueva un ejemplo indudable para el ejercicio de las letras.

Barranquilla, Siglo XX

Se sabe por Raymond Williams que Barranquilla tuvo poca importancia durante la Colonia debido al poderío de Cartagena como ciudad cumbre de la región, pero la historia fue totalmente diferente en el siglo XX, sobre todo en sus inicios. Para principios de ese siglo, Barranquilla se alzó como el principal centro metropolitano del sector.

Barranquilla es la capital del Atlántico. Ciudad puerto, enclave económico de una nación en desarrollo que vio nacer dentro de sus entrañas innumerables experiencias que fueron marcando un inefable destino en letras colombianas e hispanoamericanas. Para finales del siglo XIX y principios del XX, la ciudad experimentó un desarrollo económico y social que transformó radicalmente a la ciudad-puerto. Se sabe que ninguna otra región colombiana experimentó en tan corto tiempo cambios tan drásticos. Barranquilla pasó de ser un simple pueblo a una urbe moderna donde nombres como el de Cepeda Samudio gozaron del peso necesario para sus creaciones literarias.

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No es casual que los centros portuarios de agitada actividad mercantil y punto de encuentro entre viajeros de distintas latitudes hayan sido terreno propicio para el florecimiento del saber y el desarrollo de la actividad intelectual. Junto a las mercancías llegaban también nuevas tendencias de pensamiento que fueron adoptadas por los intelectuales de entonces.

“(…) Los primeros Barcos de Vapor conectaron Barranquilla con el interior (…) y tal vía fluvial hizo de la ciudad el primer puerto exportador (…) Para 1925, Barranquilla había llegado a ser una ciudad moderna, con una clase media en expansión (…) El hecho de que las primeras estaciones de radio y los primeros cines del país comenzaron a funcionar en esta ciudad (…) A diferencia de Bogotá, ciudad aislada y convencional, la Barranquilla del siglo XX, quizás a causa de su condición portuaria, ha sido

mucho más progresiva y receptiva a la influencia exterior (…)10

Al puerto de Barranquilla confluía el comercio interior y exterior y el mercado diario, al tiempo que lugar de atraque de naves y pequeñas embarcaciones. “(…) Barranquilla, al ser el principal puerto del país, como lo aseguran los historiadores regionales (…) gozó de la ventaja de recibir tanto las influencias ideológicas foráneas, como los adelantos tecnológicos que llegaban al país: el ferrocarril, la navegación a vapor, la radio, la aviación y el cine. (…)”11

La llegada de nuevas compañías internacionales -entre las cuales es importante mencionar a laUnited Fruit Company, firma comercial multinacional estadounidense que ocasionó una de las más grandes tragedias nacionales que vendría a ser revelada por vez primera en las novelas de Cepeda Samudio y García Márquez, el innegable crecimiento demográfico y el ascenso de una economía a principios del siglo XX permitió que Barranquilla empezara a experimentar cambios y nuevas relaciones de poder entre su puerto y su plaza pública.

“(…) El puerto era en que desembocaban y se reproducían todas las necesidades, las pasiones, las picardías, alcanzando el espíritu trasgresor su mayor expresión traducido en códigos culturales colectivos que mediatizaban las relaciones entre los grupos sociales y entre estos y las instituciones.

10Raymond, W. Novela y Poder en Colombia 1844- 1987. Tercer Mundo Editores. Pp. 123. 11

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(…)”12

El puerto como la intersección de dos ángulos opuestos que permitían las confluencias externas e internas en un espacio reducido como Barranquilla.

La apertura acaecida en Barranquilla admitió que varios inmigrantes comenzaran a mirar con muy

buenos ojos la cuidad. Barranquilla, como “ciudad-abierta”13, como ciudad de oportunidades

económicas, acogió a diversos grupos migratorios (voluntarios o forzados) que venían de todas las parte del mundo. “(…) A principios del siglo XX, como consecuencia de las migraciones del Cercano Oriente, arribaron a América del Sur provenientes de las antiguas provincias del Imperio Otomano –-Siria,

Líbano, Palestina––, y se establecieron en puertos en crecimiento como Barranquilla. (…)14

El gran arribo de judíos, musulmanes, árabes, africanos, entre otros que llegaron a las costas del Caribe colombiano como consecuencia de diferentes experiencias históricas y culturales a finales de la primera guerra mundial, enriquecieron paulatinamente la vida social, cultural y económica de Barranquilla. Aquí hay que dejar claro que aunque no haya existido una política de inmigración oficial en Colombia, la “arenosa” (como la llamo el expresidente colombiano Tomas Cipriano de Mosquera) recibió incontables extranjeros que definieron su rumbo; justamente uno de los extranjeros que pisaría la Costa colombiana fue Ramon Vynies, personaje clave para este trabajo, por la influencia que tuvo sobre Cepeda Samudio y sobre varios escritores costeños. Estas diásporas permiten comprender un poco los signos, las relaciones de poder, los encuentros de estas gentes con las expresiones de las culturas de otras latitudes y las asimilaciones y resignificaciones que hicieron a partir de ella.

La “arenosa” se instauró como una ciudad periférica dentro del marco colombiano que supo estar al corriente de las contribuciones extranjeras que llegaban a su puerto. Se vio inundada (literalmente)

12 Solano, S. (2010) “Del espacio portuario a la ciudad portuaria. Los puertos del Caribe colombiano como espacios

polifuncionales en el siglo XIX”, en Varía Historia. vol.26 no.44. Belo Horizonte.

13

Traba, M. (1985) Historia abierta del arte colombiano. Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura

14

Lizcano, M. González, D. “Independencia, independencias y espacios culturales. Diálogos de historia y literatura. Una lectura documental crítica del Carnaval de Barranquilla: presencia y tradición de los afrodescendientes”, en prensa y textos. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia. marzo, pp. 309.

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por una universalidad que fue integrando en la ciudad una suerte de “cultura de mezcla”15. A pesar del ya mencionado regionalismo y el aislamiento cultural de la costa con respecto al centro cundiboyacense debido a situaciones tanto de carácter geográfico como cultural, Barranquilla estaba directamente conectada al ritmo universal, hecho memorable que será avalado en la revista Voces. La “cultura de mezcla”, esa voz cosmopolita que se adueñaba de la Costa barranquillera, se convirtió en poco tiempo en un hecho cultural que fue de gran valía para los escritores del gran Caribe. Cepeda Samudio, García Márquez, José Félix Fuenmayor, entre otros, estuvieron al corriente de la literatura mundial, de diversos discursos transatlánticos que llegaban a la “arenosa” por su puerto.

Raymond Williams define “(…) La costa con sus ciudades porteñas ha sido mucho más abierta a la influencia externa y a la innovación. Desde la época colonial, la costa se ha beneficiado intelectualmente

del contrabando, a causa de su localización estratégica. (…)”16 También Fals Borda ha reconocido que

“(…) hasta la vida intelectual se benefició del contrabando por cuyas venas prohibidas corrió la literatura subversiva de los enciclopedistas y tratados heterodoxos de las ciencias (…)”17

Estamos, pues, ante la Barranquilla asentada en lo autóctono y lo universal, lo propio con lo ajeno. Debido a la naturaleza triétnica de la Costa y el deseo de la ciudad por hacer parte de lo universales, aquella “cultura de mezcla” fue necesaria y casi obligatoria, ya que logró dar respuesta a las inquietudes culturales, sociales, económicas y políticas de una metrópoli en formación. Y es que en muy poco tiempo logró asimilar en un mismo cuerpo los frutos de la cultura oral y escrita, entender que la universalidad está en lo autóctono y a la inversa, reconocer que su historia ha estado marcada íntimamente a las relaciones triétnicas, a la afluencia de extranjeros, al influjo exterior en órdenes culturales, literarios, sociales, humanos, que forjaron un capital cultural que enriqueció enormemente a Barranquilla. Todo un esfuerzo pionero que concedió a los barranquilleros y caribeños el nacimiento de una vida intelectual propia y universal.

Ese nuevo ámbito cultural que iba en formación hizo que la literatura y la simple anécdota se instalaran en las casas, patios, plazas públicas. Comenzaron a aparecer las famosas tertulias, como explica Illan Bacca. Estas reuniones tan características de las zonas cálidas donde se sentaban a discutir de política y

15Sarlo, B.(2003) Una Modernidad Periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Buenos Aires, 16

Raymond, Williams. (1991), Novela y Poder en Colombia 1844- 1987. Tercer Mundo Editores, pp. 121.

17

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literatura acompañadas del clima soleado de la mañana caribeña. Aquellas reuniones no solo eran un espacio de quietud y ocio como lo llaman algunos, sino, que significaban la oportunidad de recrear el mundo, no solo con la visión personal, sino con la de los otros. Así, surgieron a finales del siglo XIX los primeros tertuliaderos en Barranquilla. Zacarías Lopez-Penha, un judío sefardita e inmigrante y hermano de David López Penha, fue el responsable del primer aliento de una vida intelectual en la “arenosa”. Poeta y gran amigo epistolar del poeta nicaragüense (padre del modernismo) Rubén Darío y de Enrique Gómez Carrillo; se encargó de marcar el derrotero intelectual. Muchos académicos lo consideran el primer y único modernista que desfiló por las calles de Barranquilla a principios del siglo XX. Escritor de varios poemas de tinte modernista y de una novela llamada La desposada de una sombra, en la que se ve una clara preocupación por mostrar varios elementos de su amada Barranquilla. El papel de Zacarías es invaluable, más allá de ser el primer poeta barranquillero y ser el responsable de traer el modernismo de Rubén Darío a la Costa[18], fue él quien abrió la primera librería en la “arenosa”. Él se encargó de distribuir las primeras colecciones de literatura universal en Barranquilla, su librería fue el primer punto de tertulias en la Barranquilla de principio del siglo XX. Comenta Illan Bacca sobre Zacarías: “era un poeta y un novelista, corresponsal de Rubén Darío y Max Nordeau, director del periódico El Siglo, dueño de la “Librería Popular”, la única de la cuidad, y “Salón Universal”, uno de los primeros cinematógrafos y fundador de una de las primeras distribuidoras de cine del país. (…) En la enciclopedia Espasa–Calpe se le considera como uno de los primeros cultores del modernismo en América. Publicó también varios libros versos, entre ellos “Varios a Varios” un poemario en compañía

del cartagenero Luis Carlos el “Tuerto” López (…)”18.

Illan Bacca reconoce, también, que Barranquilla para finales del Siglo XIX y principios del XX contaba en con su clase gobernante con buenos lectores con cierta presencia cultural en el medio pero carecía de continuidad en los proyectos culturales que solo sería posible décadas después con el Grupo de Barranquilla.

La cultura Barranquillera no solo dependía de los hermanos Penha para esa época, también vivió en esa época un personaje que dejó una obra tras sí, su nombre era Julio H. Palacio, cuenta Bacca. Amante de la cultura oral, él mismo de definía con áulico del poder donde defendía su tradición costeña sobre la

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altiplanicie cundiboyacense. Fundó un periódico llamado El Rigoletto, semanario, como bien dice Bacca, fue uno de los pocos en Barranquilla que tenía un suplemento dedicado solo al universo literario. “(…) Estos se podían contar con la mano. Estaba la Revista Azul de A. López Penha, en la que señalaba las nuevas obras llegadas a su liberaría. También Flores y Perlas de Fernando Baena y la sección

“Sábados Literarios” del periódico El Progreso, bajo la dirección de Wulfran Blanco.”19 Bacca explica

que en aquellas gacetas barranquilleras predominaban la traducción de autores franceses y cierta influencia poética de Bartrina, Campoamor y Núñez de Arce. Algo de poesía modernista mexicana era publicada regularmente.

A finales del Siglo XIX, Barranquilla había pasado a ser vertiginosamente de un pobre asentamiento ribereño a puerto principal de Colombia. Pese al analfabetismo, las revoluciones y el ir y venir de las facciones políticas, Fray Candil sabía que la “arenosa” merecía calificativos rimbombantes como “La Nueva York de Colombia”, “La Nueva Barcelona”, “La Nueva Alejandría”. Y no se equivocaba. Barranquilla a su llegada contaba con varios cines, e incluso las compañías de ópera italianas y las de teatro españolas se presentaban allí antes de emprender giras en el interior del país. A pesar que era un lugar azotado por aguaceros prodigiosos y pegajosos calores tropicales, era un eterno paraíso como lo confirma el cubano.

La expulsión que afrontó Fray Candil al ser considerado un extranjero no grato (lo mismo que le pasó a Ramón Vinyes, fundador de la revista Voces y quien después regresaría convirtiéndose en el centro del Grupo de jóvenes intelectuales barranquilleros) marcó el fin de su pluma en esa ciudad porteña pero dejó abierta, gracias a su ejercicio escriturario a los ojos del mundo, una ciudad moderna, acogedora y receptiva. Años después aparecieron en el radar literario de Barranquilla dos poetas, Miguel Rach Isla y Leopoldo de la Rosa, encargados de “pintar” a esa Barranquilla moderna de la que hablaba Fray Candil. Sus poemas de valiosísimo corte en donde se vive la exaltación a la cultural oral son de valiosa importancia para comprender el concierto de las letras que se vivía en aquella época en esta ciudad. Tanto de Rach Isla y De La Rosa se les deben lecturas debido a la poca difusión de sus poemas y a la poca relevancia que se da a escritores colombianos de la costa debido al influjo del interior cundiboyacense.

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Ramón Illan Bacca pone de manifiesto que “(…) a pesar de que Barranquilla presentaba (…) altos índices de analfabetismo, no fue un obstáculo para que la calificaran de la Nueva York colombiana, “La Nueva Alejandría (…). Por sus venas corrieron tantas comparaciones con grandes ciudades de la civilización occidental que aquellas manifestaciones de amor por parte de sus escritores e inmigrantes solo demuestran el inevitable crecimiento no solo cultural sino demográfico que afectaba a la ciudad. “(…) A pesar de sus miradas bizcas, Barranquilla crecía. Ya para esos años del siglo su población se

calculaba en 45.000 habitantes y para finales de la Primera Guerra Mundial era mayor. (…)”20

Se sabe que para ese Barranquilla de principios de siglo XX hubo varios cines, el fundado por la dinastía López Penha, pero también arribaron a la cuidad-puerto múltiples compañías de teatro tanto italianas como españolas. Aquellas “(…) se presentaban en la cuidad antes de emprender giras al interior del país. A veces, grupos de entusiastas -generalmente miembros de la alta sociedad- montaban obras de teatro (…)” . Si bien el “Sabio Catalán” como se le conocía a Ramón Vinyes (de quien se hace alusión en Cien años de soledad) por ser considerado por los miembros del grupo de Barranquilla como el gran maestro, demostró un entusiasmo por la generación del 98 y por el teatro español, más adelante Cepeda Samudio trajo al grupo la influencia de autores norteamericanos y emprendió, junto con García Márquez, la labor modernizante de la literatura y el periodismo.

Así pues, antes de finalizar el siglo, Barranquilla era indiscutiblemente el puerto más importante de Colombia, pasando en pocas décadas de ser un insignificante asentamiento ribereño a esta posición” Por ello, no es de extrañar que la producción de periódicos, revistas y magazines en la ciudad de Barranquilla también se viera afectado.

Primeros pasos

Álvaro, único hijo del matrimonio Cepeda samudio, nació en la calle Bolivar de Barranquilla el 30 de marzo de 1926. La ciudad, que durante la colonia no tuvo mayor importancia, empezaba a mostrar su

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esplendor y modernidad. El puerto de San Felipe, punto de encuentro entre culturas de todas las latitudes, se posicionaba como un importante centro económico. La entrada de mercaderes a la ciudad impulsó los procesos de industrialización y urbanización que permitió que en medio de las casas de bahareque surgieran grandes edificaciones. Los mercados se diversificaron y empezarona fromarce los primeros barrios.

A pesar del auge industrial que comenzaba a vivirse y que mostraba un panorama alentador, dos motivos llevaron a Sara Samudio a dejar Barranquilla y alojarse en Ciénaga con su hijo de 6 años: la enfermedad venérea que padecía su esposo, y que terminó por convertirse en locura, y el asma que atacaba a su pequeño. En 1932, madre e hijo, recorrieron la distancia de cincuenta y nueve kilómetros que separa a los dos territorios. Como para aquella época no había carretera que los uniera, tuvieron que viajar en barco. El paisaje que divisaron durante el recorido, quedaría en la memoria del niño y sería descrito 21 años después, cuando ya era un hombre. “Cuando yo era pequeño, Ciénaga era un pueblo que

comenzaba al final de un largo malecón. Y se llegaba allí en unos buquecitos que más parecían ser hechos para colgar que para navegar sobre las interminables curvas de los caños”21

Allí permanecieron tres años, viviendo en una casa que doña Sara adecuó como hotel, para alojar visitantes, recoger dinero y poder sostener a su hijo. Con el dinero obtenido pudo pagar la matricula de Álvaro en la escuela Caldas y luego la del Instituto Moderno.

Dos años después del nacimineto de Cepeda, Ciénaga fue escenario de una de las masacres más recordadas en la historia colombiana: la matanza de las bananeras. La historia de los huelguistas asesinados por la United Fruit Company, multinacional estadounidense que comercializaba frutas tropicales, producidas en centroamérica y, que utilizaba el territorio cienaguero para cultivar plátanos, permanecía en la memoria de sus habitantes. Álvaro, siendo todavía un niño, escuchó rumores sobre dicho acontecimiento, sin saber que llegaría a revelarlo y universalizarlo en su novela, La casa grande. Èste, como muchos otros, permaneció en la clandestinidad, hasta que la literatura lo sacó a la luz. Como sugiere Gabriel García Márquez, en ¨Los funerales de la mamá grande¨, la literatura tiene una función social e incluso puede llegar a ser periodística al denunciar hechos que la historia ha ocultado: “Ahora es la hora de recostar un taburete a la puerta de la calle y empezar a contar desde el principio los

pormenores de esta conmoción nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores.”22

En 1936, tres años después de haber llegado al municipio del Magdalena, Álvaro, que para ese entonces tenía diez años, y su mamá regresan a Barranquilla. Se encuentran con una ciudad en pleno apogeo económico y permeada por las nuevas tendencias de las letras y las artes. Se habían creado empresas públicas municipales, pavimentado las calles, fundado varias fábricas y se construyeron teatros que

21 Jacques Gilard, En el margen de la ruta, Ciénaga, 485

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