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La Frontera de arriba de Chile Colonial

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Interacción hispano-indígena en el territorio entre Valdivia y Chiloé e

imaginario de sus bordes geográficos, 1600-1800

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la distribución de ejemplares de

ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© María Ximena Urbina Carrasco, 2009 LA FRONTERA DE ARRIBA EN CHILE COLONIAL

Interacción hispano-indígena en el territorio entre Valdivia y Chiloé e imaginario de sus bordes geográficos, 1600-1800

ISBN: 978-956-17-0433-6 Inscripción Nº 176.515 Derechos Reservados

Ediciones Universitarias de Valparaíso Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

Doce de Febrero 187 - Casilla Postal 1415 - Valparaíso - Chile Fono (32) 2273086 - Fax (32) 227 34 29

E-mail: euvsa@ucv.cl www.euv.cl

Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos Av. Libertador Bernardo O`Higgins 651.

Teléfono: 3605283. Fax: 3605278 Santiago de Chile

Diseño Gráfico: Guido Olivares S. Asistente de Diseño: Mauricio Guerra P. Asistente de Diagramación: Alejandra Larraín R. Corrección de Pruebas: Osvaldo Oliva P. Mapas: Michele Wilkomirsky

Mapa de la portada: Pedro de Quirós, América del sur, 1618, publicado en Julio Guillén y Tato, Monumenta

Chartographica Indiana, Vol. 4, Regiones del Plata y Magallánicas, Madrid: Publicación de la Sección de

Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores, 1942, existente en la Biblioteca Budge, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

Imprenta Salesianos HECHO EN CHILE

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Índice de ilustraciones ... 11 Siglas y abreviaturas ... 13 Agradecimientos ... 15 Presentación ... 17 INTRODUCCIÓN ... 23 CAPÍTULO 1. INTRODUCTORIO EL CARÁCTER FRONTERIZO DEL TERRITORIO HUILLICHE, O FRONTERA DE ARRIBA El concepto de frontera en Indias Occidentales ... 27

La frontera de arriba ... 31

Descripción geográfica del territorio ... 36

Población indígena ... 39

Relaciones interétnicas ... 58

La imagen de huilliches y juncos en el siglo XVIII ... 61

Las ciudades meridionales: 1550-1604 ... 65

La rebelión indígena y el abandono de Osorno ... 67

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CAPÍTULO 2

CHILOÉ Y LOS ROCES FRONTERIZOS

Las malocas chilotas del siglo XVII ... 75

Los tercios “de arriba” ... 79

La esclavitud indígena en la frontera huilliche ... 83

Las paces de 1615 en tierra de “juncos y osornos” ... 86

El incumplimiento de las paces: el “negocio de la guerra” ... 88

El modo de maloquear ... 90

El clima bélico a mediados del siglo XVII ... 97

El cese de las malocas ... 105

CAPÍTULO 3 CHILOÉ Y LA EXPLORACIÓN DE SU FRONTERA NORORIENTAL: LA MISIÓN DE NAHUELHUAPI Las entradas a Nahuelhuapi del siglo XVI ... 107

Las entradas en el siglo XVII ... 110

Nicolás Mascardi y la misión de Nahuelhuapi: 1670-1673 ... 114

Intentos por conservar la misión jesuita ... 118

El inestable restablecimiento de la misión: 1703-1717 ... 119

Nahuelhuapi en el siglo XVIII ... 131

Los caminos hacia Nahuelhuapi ... 136

Cómo se exploraba el territorio e imagen de la naturaleza andina ... 143

CAPÍTULO 4 EL IMAGINARIO DE LA FRONTERA “DE ARRIBA” Y LA BÚSQUEDA DE LA CIUDAD DE LOS CÉSARES Los Césares en el imaginario del reino de Chile ... 153

Los “Césares patagónicos” buscados desde Chiloé en el siglo XVII ... 160

Las expediciones chilotas del siglo XVIII ... 167

La búsqueda de los “Césares osorneses” desde Valdivia ... 173

El viaje de Salvador de Arapil, 1764-1765 ... 177

Ignacio Pinuer y los “Césares osorneses” ... 179

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CAPÍTULO 5

LOS MECANISMOS DE EXPANSIÓN FRONTERIZA DE LA PLAZA MILITAR DE VALDIVIA

El enclave de Valdivia en el siglo XVII ... 191

La apertura agrícola-ganadera: chacras y haciendas en el siglo XVIII ... 194

La línea de río Bueno: la oposición de los juncos en 1759 ... 199

Política de paz por medio de agasajos y conchabos ... 230

El rol de los capitanes de amigos y comisarios de naciones ... 207

Paces y juntas ... 213

Las misiones jesuitas: 1645-1767 ... 217

El avance misional franciscano ... 220

CAPÍTULO 6 PROYECTOS DE OCUPACIÓN E INTEGRACIÓN REGIONAL El aislamiento de Chiloé ... 233

Importancia estratégica y económica del territorio ... 238

Los proyectos de reconquista y de reapertura del camino real ... 243

Aspectos militares: el partido de Calbuco y el fuerte de San Miguel en el siglo XVIII ... 255

Vertebrar la frontera: los caminos en Chile a fines del siglo XVIII ... 261

El proyectado camino y el plan bélico de Francisco Hurtado en 1787 ... 264

El plan de “paz y suavidad” de Mariano Pusterla en 1788 ... 271

CAPÍTULO 7 LA APERTURA DEL CAMINO DE VALDIVIA A CHILOÉ, LA REPOBLACIÓN DE OSORNO Y LA VERTEBRACIÓN DEL ESPACIO Las dos expediciones de Francisco Hurtado desde Chiloé en 1787 ... 277

Expediciones valdivianas enviadas por Mariano Pusterla en 1789 ... 283

Expedición del ingeniero Manuel Olaguer Feliú en 1790 ... 288

Expedición de ensanche desde Chiloé hasta el río Maipué, 1791 ... 289

El camino y las relaciones entre Chiloé y Valdivia a través de la frontera ... 292

Nuevos reconocimientos de caminos desde Chiloé en 1794-1795 ... 296

El alzamiento indígena de 1792 y sus consecuencias ... 299

La repoblación de Osorno: 1796 ... 306

La vertebración del espacio, el tránsito y las distancias en la nueva frontera de Osorno: 1796-1800 ... 319

CONCLUSIONES ... 325

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Mapa 1.

La frontera “de arriba”, siglos XVII y XVIII ... 21

Mapa 2.

Pueblos indígenas de la frontera huilliche, siglos XVII y XVIII ... 43

Mapa 3.

La provincia de Chiloé y sus fuertes en el siglo XVII ... 76

Mapa 4.

El área de Nahuelhuapi ... 109

Mapa 5.

La región del camino de Vuriloche, 1ª mitad del siglo XVIII ... 121

Mapa 6.

La jurisdicción de Chiloé entre 1567-1793 ... 161

Mapa 7.

Las misiones franciscanas entre Valdivia y Chiloé en el siglo XVIII ... 223

Mapa 8.

Carta hidrográfica del territorio entre Osorno y Chiloé, Francisco Hurtado, 1787 ... 282

“Carta hidrográfica reducida que contiene la costa del Mar del Sur comprendida entre el Río Bueno y el Puerto de San Carlos de Chiloé, con inclusión del terreno donde estuvo situada la ciudad de Osorno, según los padres Torquemada y Ovalle, y las derrotas ejecutadas por las exploraciones de su antiguo camino para abrir la comunicación de Chiloé con Valdivia, en el año de 1787”.

Francisco Hurtado 600 x 430 AGI, Mapas y Planos /Perú y Chile, 106.

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Mapa 9.

Plano que comprende los puertos de Valdivia y Chiloé con la costa intermedia, 1791 ... 287

Mariano de Pusterla, hecho por observaciones de Manuel Olaguer Feliú, 10 de enero de 1791”. 47,5 x 68 cms.

AN, Sección Mapas, N° 457.

Mapa 10.

Plano de la ciudad de Osorno y su territorio, 1793 ... 315

Manuel Olaguer Feliú, copiado por D. Ignacio de Andía y Varela Escala de 2.400 varas, los 25 cms. 72x67 cms.

AGI, Mapas y Planos/Perú y Chile, 131.

Mapa 11.

Plano de la antigua ciudad de Osorno, 1796 ... 316

Ignacio de Andía y Varela

Escala de 500 varas, los 12 ¼ cms. 44x33 cms. AGI, Mapas y Planos/Perú y Chile, 138.

Mapa 12.

Plano iconográfico de la nueva ciudad de Osorno, 1804 ... 317

Miguel de Atero

Escala de 300 varas, los 8 ½ cms. 69x49 cms. AGI, Mapas y Planos/Perú y Chile, 155.

Mapa 13.

Plano topográfico de la jurisdicción de Osorno, 1804 ... 318

Miguel de Atero

Escala de 5 leguas, los 9 ½ cms. 71x48 cms. AGI, Mapas y Planos/Perú y Chile, 156.

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AGI Archivo General de Indias, Sevilla

AHMCh Anuario Hidrográfico de la Marina de Chile, Santiago

AHN Archivo Histórico Nacional, Madrid AN Archivo Nacional, Chile

ARSI Archivo Romano de la Compañía de Jesús, Roma ATC Archivo del Tribunal del Consulado

AVG Archivo Hidrográfico Vidal Gormaz

BAChH Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Instituto de Chile, Santiago

BN Biblioteca Nacional

BO Boletín del Museo y Archivo Histórico Municipal de Osorno BPR Biblioteca del Palacio Real, Madrid

CDH Cuadernos de Historia, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile,

Santiago

CDIHCh Colección de documentos inéditos para la historia de Chile

CG Fondo Capitanía General

CHCh Colección de historiadores de Chile y de documentos relativos a la historia nacional

Chile Audiencia de Chile FV Fondo Varios IG Indiferente General Lima Audiencia de Lima MM Manuscritos Medina MNM Museo Naval de Madrid

RChHG Revista Chilena de Historia y Geografía, Sociedad Chilena de Historia y Geografía,

Santiago

RdI Revista de Indias, Instituto de Historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas,

Madrid

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En primer lugar quiero manifestar mi más profunda gratitud al profesor Luis Navarro García, catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla quien dirigió esta tesis doctoral, presentada en mayo del 2006, y que ha sido modificada, corregida y transformada en libro. Agradezco, asimismo, al historiador Mateo Martinic, por sus sugerencias y comentarios, y por aceptar prologar este libro.

A la Universidad de Sevilla, Departamento de Historia de América y en especial a quienes fueron mis profesores en los cursos de doctorado: Cristina García Bernal, Isabel Suñe Blanco, Francisco Morales Padrón, Paulino Castañeda, Ramón Serrera Contreras, Fernando Muro Romero, Alfredo Jiménez Núñez, Julián Ruiz Rivera y Antonio Acosta Rodríguez.

A la Escuela de Estudios Hispano-Americanos, en Sevilla, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, a su personal administrativo y a sus investigadores, especialmente a Justina Sarabia, José Hernández Palomo y Salvador Bernabeu; a su espléndida biblioteca en la que me sentí como en casa, especialmente a Juan Gutiérrez. Además, agradezco a dicha institución, que me otorgó una Beca de Residencia para Investigadores en el 2005. Asimismo, al atento personal del Archivo de Indias, a Guillermo Pastor y Jesús Camargo, así como los responsables de la atención de público del Archivo y Biblioteca del Museo Naval de Madrid.

En Chile, al personal del Archivo Nacional de Santiago; a Atilio Bustos, director del Sistema de Bibliotecas de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; a Hortensia Soto, ahora ex bibliotecaria del Instituto de Historia de dicha Universidad; a Fernando Vergara, conservador de la Sala Budge de la Biblioteca de la misma Universidad; a Santiago Lorenzo, Juan Ricardo Couyoumdjian y al padre Gabriel Guarda, por sus aportes generosos en esta investigación; al antropólogo Miguel Chapanoff, por enriquecer este tema con sus observacio-nes; al historiador Fabián Almonacid, de la Universidad Austral de Chile; a mi amiga Michele Wilkomirsky, diseñadora gráfica, quien ha realizado con especial dedicación y calidad todas las imágenes de este libro.

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A las dos instituciones que por medio de una beca hicieron posible mis estudios de doctorado: el Ministerio de Planificación, a través de la “Beca Presidente de la República” 2002/2005, y a la Dirección de Perfeccionamiento Académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Al Centro de Investigaciones Diego Barros Arana de la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, y a las Ediciones Universitarias de Valparaíso, por la publica-ción de este libro.

A mis amigos y compañeros en Sevilla, los investigadores José Manuel Espinosa, Juana Marín Leoz, Montserrat Cachero, Luis Miguel Córdoba, Leticia Magallanes, Fernando Guzmán, Takeshi Fushimi, Margarita Restrepo, José María Aguilera, Marisa Moroni, Sandra Olivero, Concepción Sayas, Adrián Earle, Isabel Marín, Arelis Ribero, Julie Demarne, Katia di Tommaso, José Manuel Díaz Blanco, Louise Paradis, José Manuel Chávez, y especialmente, a Rodrigo Moreno: con todos ellos compartí mañanas de Archivo de Indias y sus correspon-dientes cafés, y tardes en la Biblioteca de “La Escuela”. Y a tres muy queridos amigos sevillanos no historiadores: Lola y Loreto Polvillo, y Johannes Zimmerman.

A mis padres, Carmen Carrasco y Rodolfo Urbina, ambos impulsores en esta em-presa; a Alejandro Demel, mi mejor lector, y mi abuelita Julia, que se fueron de este mundo mientras yo andaba en estos temas; a mi hermana Carmen, a José Suárez, que me acompañó en este proceso, a mis amigos. A Fernando Espósito, y a mi Candela Suárez, que se gestó, nació y creció entre archivos, bibliotecas y escrituras.

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No deja de sorprender al estudioso la genialidad de la visión geopolítica manifestada por Pedro de Valdivia al tiempo de iniciar la conquista fundacional del territorio que dio en llamar “de la Nueva Extremadura”, conocido por algunos de sus naturales con el nombre de Chile, cuando entendió que el mismo debía tener una base territorial no sólo extensa y prolongada de norte a sur hasta el remoto estrecho de Magallanes, sin también una amplitud este-oeste que rebasara la cordillera de los Andes. Es que, a los ojos de ogaño, nada extrañaría, por una suerte de lógica visual, que cualquiera que penetrase siguiendo el mismo trayecto original del capitán español, viera en las colosales montañas andinas, por un extendido trecho, una suerte de muro frontera impasable y, como tal, definidor de dominio.

Pero, se sabe muy bien, no fue tal la perspectiva de Valdivia, quien con tenacidad reclamó y reiteró ante el rey-emperador Carlos que se le otorgase a su gobernación un te-rritorio suficiente para su ulterior formación y desarrollo, con una amplitud de cien leguas españolas de occidente a oriente, medidas desde la costa del Mar de Sur, prolongado al meri-dión hasta los bordes del estrecho de Magallanes, abarcando aquí litorales de los dos océanos por la circunstancia ya entonces conocida del progresivo enangostamiento del continente americano. Y mientras tal hacía se empeñó no sólo en avanzar y fundar cada vez más hacia el sur, sino que simultáneamente y sin olvidar aquella parte del extenso dominio atribuido que se situaba al naciente de los Andes, dispuso las primeras penetraciones exploratorias para fines de conocimiento y debida jurisdicción. En eso se hallaba cuando el infausto acontecimiento de Tucapel con la derrota de la hueste hispana a manos de los mapuches, puso fin a sus sueños de dominio y a su propia vida.

Sus sucesores, con distinto énfasis, en la medida que el curso turbulento de los acon-tecimientos que siguieron y otras circunstancias lo permitieron, no sólo procuraron afirmarse en lo conquistado sino proseguir más allá por el meridión y por tierras de ultracordillera, con lo que hacia las postrimerías del siglo XVI la empresa fundacional de Chile hubo de revestir

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proporciones geográficas considerables al abarcar desde el Pacífico hasta los lindes orientales de San Luis de la Punta hacia las pampas de Buenos Aires, y desde el desierto de Atacama a la isla de Chiloé. Pero cuando así se daban las cosas y se procuraba asentar con firmeza la presencia hispana, con sus afanes de sujeción y dominio de gentes, de explotación económica de los recursos y de evangelización y civilización, sobrevino otro suceso más infausto todavía que el mentado Tucapel, la sublevación generalizada del mundo mapuche en 1598 y que se prolongó hasta 1604, con su episodio decisivo en Curalaba en el que, otra vez, perdió la vida un gobernador de Chile, el infortunado Martín García Oñez de Loyola, que impondría un sesgo histórico al curso de la naciente entidad sudoccidental del Imperio Español en América. Esta derrota miliar propinada por Anganamón, Pelantaro y otros toquis mapuches a los españoles, tuvo en efecto mayores y más prolongadas consecuencias para la empresa de la consolidación de la conquista, que para la época podía entenderse por concluida en lo general, como fue la pérdida de las ciudades y fuertes, y de sus entornos ocupados y explotados, al sur del río Bío Bío y, con la sola excepción de la plaza aislada de Valdivia, hasta el canal de Chacao. Vale decir, un extenso territorio cisandino del Reino que por largo tiempo quedaría sustraído a la autoridad española para pasar a conformar una zona de frontera interna y como tal el teatro geográfico principal de los acontecimientos que, con avatares, tuvieron ocurrencia durante el transcurso de los siglos XVII y XVIII.

Así entonces, las autoridades de la Gobernación inicialmente y de la Capitanía Ge-neral después, más conocida en su tiempo como “Reino de Chile”, se empeñaron de diferente manera y con variable resultado, siempre siguiendo las directrices de la Corona Española y del Virreinato del Perú de la que aquel dependía, tanto en afirmar progresivamente su presencia y acción múltiple sobre los territorios y pueblos aborígenes sometidos, como procurar de algún modo la reconquista y pacificación de la región insumisa.

Si lo primero tuvo ocurrencia principal al occidente de los Andes, entre el linde con el Perú y el río Bío Bío, y a oriente de la gran cordillera en la extensa región de Cuyo, lo segundo se concentró principalmente sobre el ámbito territorial ocupado por los alzados de 1598-1604, en el que desde un principio pudieron definirse dos subregiones, una septentrional, situada entre los ríos Bío Bío y Toltén - la Araucanía tradicional -, y otra meridional entre este último curso y el canal de Chacao, con dos distritos diferenciados a su vez por el sector interfluvial cisandino señalado por los ríos Toltén y Bueno, sobre el que habría de actuar la plaza-fuerte de Valdivia tras su repoblación de 1647, y el sector ubicado entre el río Bueno y Chacao, conocido con entera propiedad como el “territorio huilliche”, por habitar en él los aborígenes de esa etnia, sobre el que hubieron de dirigirse y realizarse los esfuerzos de reconquista y repoblación desde Chiloé.

Tanto hacia el sur como hacia el este andino y trasandino de la región señalada, así como hacia el meridión de Cuyo, se fueron generando con el tiempo algunas áreas intermedias, con propiedad “zonas de frontera”, sobre las cuales tuvo desarrollo una paulatina, interesante y rica relación de convivencia pacífica entre los hispano-criollos y los pueblos aborígenes, alterado por ocasionales rupturas y consiguientes enfrentamientos armados.

Todo este acontecer fue virtualmente ignorado o subestimado por la historiografía chilena, en general, durante el siglo XIX y la primera mitad del XX, con sólo algunas

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excep-ciones notables, que privilegió el estudio de lo ocurrido en el territorio occidental chileno, desde el Bío Bío al norte - con propiedad entendido, sobre todo en la zona del valle central, como la “cuna de la nacionalidad” -, descuidándose el conocimiento de cuanto había sucedido a lo largo del tiempo allende ese territorio en los dominios jurisdiccionales situados sobre el oriente andino (hasta 1776), sobre sectores cordilleranos y periandinos al sur del río Diamante (jurisdicción meridional tradicional de Cuyo), sobre Chiloé y sus dependencias factuales de la Patagonia occidental y sobre zonas orientales de ultracordillera, y también sobre el sector cisandino ya descrito entre el río Bío Bío y Chacao.

Tal circunstancia contribuyó a que, y no obstante las acciones militares, económicas y de otra especie desarrolladas durante los primeros años de la República, en la tercera y cuarta década del siglo XIX, historiadores, hombres públicos y con mayor razón el vulgo, cayeran en un progresivo olvido acerca de la chilenidad de los territorios de ultracordillera y de la Patagonia y Tierra del Fuego, circunstancia que no poco hubo de influir en el compromiso con la República Argentina, materializado en el Tratado de 1881, referido a la jurisdicción sobre los mismos y que concluyó con la aceptación, en lo general, de la cordillera de los Andes como línea geográfica delimitatoria.

Ello conllevó, en lo que nos ocupa, una suerte de enajenación de un patrimonio tan caro, por pérdida de la memoria histórica, como si el abandono formal del antiguo solar de tiempos coloniales y republicanos tempranos hubiera incluido, asimismo, el olvido forzado sobre cuanto el mismo había acontecido - ¡y tanto! - a lo largo de tres y más siglos.

A una situación tan lamentable hubo de ponerle término una saludable y plausible reacción historiográfica que hemos venido constatando desde el tercio final del siglo XX, de la que han sido y son protagonistas calificados historiadores, como Sergio Villalobos, Gabriel Guarda, Leonardo León Solís, José Bengoa, Horacio Zapater, Jorge Pinto, Carmen Noram-buena, Holdenis Casanova, Osvaldo Silva, Walter Hanisch, Rodolfo Urbina Burgos y el que esto escribe, entre los principales. Con ellos ha venido cobrando forma un corpus historiográfico variado y fecundo que da cuenta de lo que ha resultado ser un sorprendente y rico acervo informativo que, indudablemente, ha venido a proporcionar más que nuevas luces, toda una perspectiva innovadora a la historia nacional, principalmente la correspondiente al extenso período comprendido entre el inicio de la conquista hispana y la independencia y surgimiento de Chile como estado soberano. Por si faltara, todavía, en simultaneidad se ha venido regis-trando una igualmente notable y fecunda preocupación entre historiadores argentinos con-temporáneos que a su vez ha hecho posible conocer antecedentes sobe la permeabilidad de las pretendidas barreras geográficas andinas y, por consiguiente, la riquísima y antigua - quizá milenaria - interacción e interdependencia de los habitantes aborígenes de una y otra bandas, con uso compartido de los recursos económicos naturales, fenómeno sociológico prolongado hasta nuestros días por la fuerza de la tradición. Inclusive, este último aspecto que se enmarca en el acontecer que siguió al tiempo de la independencia hasta los años 20 y 30 del siglo XX, ha sido y es materia de estudio en un interés compartido de investigadores de uno y otro lado de la actual frontera internacional. Tal el caso de la penetración y asentamiento de colonos chilenos, pasado 1881, sobre tierras de la Neuquenia, Nahuelhuapi - el “País de las Manza-nas” de los antiguos misioneros -, Alto Chubut y zonas aledañas, poniendo así de relieve la

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existencia de un patrimonio histórico común que debe ser conocido a fondo.

En ese contexto comprensivo es que valoramos especialmente el trabajo realizado por María Ximena Urbina Carrasco. El mismo dice relación con el estudio particularizado de la frontera “de arriba” en Chile colonial, que tal es el título que lo identifica, en el que se aborda con dominio cabal y amplio de las fuentes documentales lo que aconteció en y en torno a un área geográfica singular en los términos del Imperio Español, en lo referido a su reconquista, repoblamiento y pacificación de los pueblos aborígenes. Pero la autora no sólo se contrajo a ese asunto específico, sino que además abordó otro aspecto complementario y no menos interesante, como fue el de la preocupación de las autoridades de Chiloé por la banda oriental andina que entendía formaba parte de su natural jurisdicción, tocante a las ex-ploraciones, a las incursiones armadas - las malocas -, al uso de la misma como vía alternativa terrestre de comunicación entre Chiloé y Concepción, y a la evangelización de los pueblos indígenas que por allí habitaban, movidas en este caso particular por la fuerza sugerente del mito de los Césares de la Patagonia y por el anhelo de su búsqueda y hallazgo. Aborda así un capítulo interesantísimo de la historia del período indiano como fue la gesta misionera en la zona de Nahuelhuapi, emprendida desde Castro y que tuvo como protagonistas a los jesuitas PP. Mascardi, Van der Meeren, Elguea y Zúñiga, entre otros, que no obstante su fracaso, ex-presó como pocas otras acciones el interés de las autoridades civiles y religiosas sobre la extensa región de la banda oriental andina al sur del río Diamante, solar de los indígenas pehuenches y huilliches. Cabe recordar que esta materia tan poco conocida en general en nuestro medio, había sido abordada hace tiempo por los historiadores jesuitas PP. Diego de Rosales y Miguel de Olivares, en sendas obras publicadas hacia el tercio final del siglo XIX, y por el Dr. Fran-cisco Fonck en su afamado trabajo sobre los viajes de Fray FranFran-cisco Menéndez a la región mencionada durante los años finales del período colonial.

La dedicación y el consiguiente aporte de la autora ha de sumarse a los estudios previos de Guarda, Hanisch y Rodolfo Urbina, su padre, acerca del papel que desempeña-ron los establecimientos meridionales de Chile y el Imperio Español, principalmente los de Chiloé, para llevar a buen término, tras prolongado esfuerzo de dos siglos, el cumplimiento del trascendente objetivo mencionado precedentemente, cuyo momento culminante ha de situarse en la repoblación de la antigua ciudad de Osorno en tiempos del Gobernador y Capitán General Ambrosio O”Higgins.

Con ello María Ximena Urbina no sólo viene a contribuir con merecimiento a la tarea de sus predecesores, sino además a balancear si cabe la expresión, el esfuerzo de otros investigadores referido a sectores boreales y orientales de la frontera mapuche, incluidas las zonas pehuenche y huilliche de ultracordillera, y, al fin, enriquece de modo significativo el conocimiento más cabal e integral de la historia nacional en la inmensidad de su extenso ámbito original.

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Mapa 1.

La Frontera “de arriba”, siglos XVII y XVIII

río B

ío

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La investigación que presentamos estudia una zona de frontera. Se trata de un sector de la gran frontera hispanoamericana de los siglos coloniales, un territorio situado en el sur de la gobernación de Chile, fácilmente reconocible, entre el río Toltén, por el norte, y el canal de Chacao, por el sur. Este espacio geográfico, territorio de huilliches, principalmente, se muestra particularmente singular en los siglos XVII y XVIII, porque a pesar de que en él no hubo una ciudad, fuerte o misión con posterioridad al llamado desastre de Curalaba (1598) - la rebelión indígena que acabó con la presencia española al sur del río Bío Bío -, seguía siendo parte del reino de Chile, y reconocido como “frontera de arriba”1, distinto a la clásica frontera, la mapuche.

Como las demás regiones de Chile, el territorio junco-huilliche del período que nos ocupa se identifica a partir de los cursos de agua que corren de cordillera a mar, al mismo tiem-po que separan o delimitan las distintas parcialidades indígenas que las pueblan. El río Toltén había sido el límite prehispánico (aunque impreciso) entre dos grupos indígenas: los mapuches, al norte, y huilliches, al sur. Más al sur, el río Bueno divide el territorio que nos ocupa en dos secciones de parecida extensión, mientras que el río Maullín marcaba el límite meridional de los huilliches, que en ese sector tomaban el nombre de juncos. El canal de Chacao separa, asimismo, a Chile continental de la isla de Chiloé, la principal del archipiélago de ese nombre, cuya capital era Santiago de Castro.

Las tierras comprendidas entre el río Toltén y el canal de Chacao habían estado bien pobladas de indígenas y de españoles durante la segunda mitad del siglo XVI en torno a las ciu-dades meridionales de Villarrica, Valdivia, Osorno y Castro, pero a excepción de esta última, todo se perdió con el alzamiento mapuche y huilliche de 1598-1604. Esta, la mayor rebelión indígena ocurrida en Chile, cuando las primeras ciudades no tenían ni 50 años de vida,

signi-1 La documentación llama así a esta zona. En Chile colonial se decía “subir” por ir desde el norte al sur, porque se sube en latitud, y “ciudades

de arriba” a las del sur. INTRODUCCIÓN

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ficó el retroceso de la conquista hacia el río Bío Bío, que desde entonces se comportó como barrera o límite norte del territorio ocupado por los “rebeldes”, históricamente conocido como La Araucanía, La Frontera, o “Estado de Arauco”. La lejana provincia de Chiloé sobrevivió al alzamiento gracias a su condición insular, transformándose en un enclave español y llevando desde entonces una vida escindida del resto del reino. La presencia española apenas se pudo conservar allí en condiciones difíciles por el aislamiento y la suma pobreza de sus habitantes, pero calificada por la Corona como posesión estratégica por ser la última tierra poblada de españoles hacia el estrecho de Magallanes.

Como consecuencia de la rebelión, se abandonó todo el territorio situado al sur del río Bío Bío (excepto Chiloé). La “tierra de paz” del reino de Chile quedó reducida de facto al espacio comprendido entre el “Despoblado de Atacama”, por el norte, y el referido Bío Bío por el sur. Dentro de las tierras “perdidas”, el territorio que nos interesa ocupaba la sección meridional, encerrado entre los “rebeldes mapuches” que eran señores por el sur hasta el río Toltén, y el río Maullín, límite entre el territorio de los juncos y la tierra firme de Carelmapu, donde estaban los fuertes de Chiloé, erigidos allí para impedir el paso de los huilliches y juncos a las islas. El Maullín representaba en la práctica el límite norte de la efectiva presencia de Chiloé, a pesar de que la jurisdicción insular comprendía, de derecho, las tierras septentrionales hasta el río Bueno. Por el oeste, el océano Pacífico estrechaba el territorio, y por el este, la cordillera, pero sin ser una barrera infranqueable, porque la frontera huilliche incluía al trasandino lago Nahuelhuapi y su área adyacente, punto de proyección hacia el extremo austral americano.

Desde los bordes orientales de esta “frontera de arriba” se oteaban las pampas patagóni-cas, y en la meridional Chiloé, donde comienza a desmembrarse la geografía, se oían los rumores míticos de los brumosos archipiélagos del confín del mundo que dieron origen al imaginario sorprendente de la Trapananda y la Magallania. Siempre lo desconocido ha tenido vagos puntos de referencia geográfica, con lugares errantes como los Césares o los establecimientos ingleses de Ayauta y Callanac del islerío sin nombres de esta última frontera asociada al Estrecho y estudiada con enorme dedicación y calidad por Mateo Martinic.

Como hemos dicho, desde el año 1604 no hubo presencia española en el territorio junco-huilliche. Sólo cabría mencionar el puerto de Valdivia, en el norte de esta frontera, plaza fuerte y presidio, enclave de cara al mar sin relaciones con su hinterland antes de 1750 y sin aspi-raciones a servir de punta de lanza para una posible reconquista. El territorio, que pertenecía de derecho a la corona de Castilla, estaba teóricamente bajo la jurisdicción de dos gobernaciones: Valdivia, con competencia desde los ríos Toltén al Bueno, y la provincia de Chiloé, a la que le correspondía desde este último río hasta el estrecho de Magallanes, y por el oriente, teóricamente hasta las pampas de los confines del continente.

Los huilliches y demás etnias circundantes recuperaron su total libertad en este terri-torio, que mantuvieron hasta 1793. La barrera interpuesta en el río Bío Bío por los mapuches en pie de guerra, impidió que ese inmenso territorio pudiera ser siquiera recorrido. Mientras que en las cercanías del Bío Bío, la guerra fue dando paso a frecuentes intercambios pacíficos con los mapuches a través de los fuertes, las misiones y el comercio, es decir, relaciones fronterizas propiamente tales, con la frontera de arriba o huilliche no hubo nada parecido durante al menos un siglo completo, 1650-1750, período que se amplía hasta 1787 para el territorio al sur del río

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Bueno, jurisdicción de Chiloé. Antes de 1650 esta frontera tuvo carácter bélico por las malocas o entradas de castigo emprendidas desde la provincia insular.

En los siglos XVII y XVIII se mantuvo como frontera entendida como territorio apropiable, en este caso reconquistable e integrable de hecho al reino de Chile, y en esa direc-ción apunta este trabajo. Se trata de una tierra por recuperar que cobraba especial significadirec-ción para los españoles de Chiloé y Valdivia, que llevaban una vida sin expectativas en los terrenos casi improductivos de la cordillera de la Costa, mientras los rebeldes ocupaban los fértiles llanos de Osorno.

El contenido histórico-cultural del país extendido entre el “Despoblado de Atacama” y el Bío Bío, y la fuerza de los conceptos “Chile histórico”, “Chile tradicional” o “Tierra de paz” que dan cuenta del período formativo del reino, contrasta con la menor significación que para los historiadores nacionales han tenido los territorios incorporados tardíamente, como el Norte Grande o las regiones australes. Además, el espacio intermedio entre el río Toltén y Chi-loé, genéricamente conocido como huilliche por haber sido éste el grupo étnico mayoritario, ha tenido menos significación histórica que la frontera mapuche, por su mayor lejanía respecto de Chile Central. Se suma a esto que los establecimientos españoles de Valdivia y Chiloé no estaban, por entonces, integrados ni comunicados con el centro del reino - por ser distantes y ultramarinos -, como para que sus roles fronterizos pudieran haber tenido la importancia que tuvo la línea del Bío Bío. Por otra parte, el interior de este mundo era vagamente conocido, sobre todo en sus bordes orientales, donde habitaban pueblos cordilleranos que se mantuvieron fuera de contacto con los hispano-criollos desde el gran alzamiento, excepto ocasionales presencias en las paces que cada cierto tiempo congregaban a las parcialidades, incluso puelches y poyas, y los meridionales juncos y chauracahuines.

Han faltado estudios de conjunto que permitan una cabal comprensión de este espacio territorial entre Valdivia y Chiloé, de las parcialidades indias que conformaban este mundo, y de las relaciones interétnicas. Mientras Gabriel Guarda, ha publicado numerosas y temáticamente muy variadas investigaciones acerca de Valdivia, y su entorno, el historiador de Chiloé, Rodolfo Urbina Burgos ha hecho lo propio con el estudio de aspectos sociales y culturales de Chiloé. Pero la zona intermedia entre ambos espacios, y que tiene actualmente como centro la ciudad de Osorno, ha tenido una imagen poco perfilada desde el siglo XVII hasta los años noventa del siglo XVIII. Con nuestra investigación pretendemos hacer un aporte en el esfuerzo por dar sentido a la zona sur de Chile y precisar su carácter de frontera, interés al que se suma la extensa y profunda labor historiográfica de Mateo Martinic, historiador de Magallanes y de Aysén, los últimos espacios fronterizos, todavía en proceso de integración al país.

Nuestro propósito es estudiar la frontera huilliche de los siglos coloniales: el territorio, las etnias que lo poblaban y sus relaciones internas, y por el otro lado, conocer el papel de Chiloé y Valdivia en sus respectivos espacios jurisdiccionales, que con distintas pulsaciones en el trans-curso del tiempo permitieron el tránsito de frontera a región en proceso de colonización junto con la vertebración del territorio y su integración al reino de Chile a fines del siglo XVIII.

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CAPÍTULO 1. INTRODUCTORIO

EL CARÁCTER FRONTERIZO

DEL TERRITORIO HUILLICHE O FRONTERA

“DE ARRIBA”

EL CONCEPTO DE FRONTERA EN LAS INDIAS OCCIDENTALES

Frontera es una palabra de origen latino, que proviene de frons, luego frontis, tradu-cido como frente. Como adjetivo, frontero o frontera, significa lo que está puesto y colocado enfrente (para quien lo mira desde dentro, desde “lo uno” en oposición a “lo otro”), y como sustantivo, según el diccionario, quiere decir el extremo o confín de un estado o reino1. De

acuerdo al concepto, una frontera es un límite. Puede ser una línea ocasionada por un hecho natural o humano - un río, una cadena montañosa o una línea de fuertes - que separa con precisión dos estados (o formas de organización sociopolítica), provincias o regiones. Pero esta “línea ideal”, que ha servido a la vez de frontera jurídica, comúnmente no es exacta, porque la nación, la lengua y las costumbres pueden traspasar el límite de dos países2, como ocurre

en sectores de la frontera sur de Estados Unidos, con existencia tan mexicana como la propia Guadalajara.

El concepto, en este caso, se refiere a un área o zona fronteriza, donde el límite no es una línea sino un espacio, siendo este habitado o vacío. La idea de frontera como zona es opuesta a las actuales divisiones entre estados, que son muy precisas, pero es más parecida a la noción medieval y moderna de las fronteras3, como lo fueron las marcas entre el mundo

cris-tiano y el musulmán. En el sur de Andalucía se suceden los nombres de Jerez de la Frontera, Arcos de la Frontera, Chiclana de la Frontera, Palos de la Frontera y otros, que atestiguan

1 Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana, 12ª edición, Imprenta de D. Gregorio Hernando, Madrid, 1884. El término

aparece por primera vez en el Diccionario de Autoridades en 1732: “Frontera es la raya y término que divide los reinos, por estar uno frontero del otro”, y también utiliza el adjetivo “fronterizo”, T. II, p. 52.

2 Pierre Vilar, Iniciación al vocabulario del análisis histórico, p. 147.

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una zona fronteriza que permitía el intercambio bélico, biológico y cultural entre el reino de Castilla y el mundo musulmán norteafricano. En estos casos, zona de frontera es un espacio de transición en que dos o más partes tienen distintos grados de presencia en él. Es fronterizo un espacio cuando una de las culturas o estados en contacto tiene pretensión de avanzar sobre él y hacerlo suyo, es decir, transformar lo ajeno en propio, por medio de la incorporación de la población que ocupa tales tierras, su desplazamiento, o simplemente de su expulsión4.

Por eso, una frontera como zona no es estática sino dinámica. El concepto se ha extendido a otras dimensiones del saber, como las fronteras de la medicina, del conocimiento humano, y fronteras mentales. En todos estos casos, se entiende que lo que se busca es hacer desaparecer las incertidumbres.

Por eso, el concepto frontera sobrepasa el sentido de límite entre países o “confín de un estado”, aplicándose a zonas periféricas o marginales respecto de una región central, las que serían también interiores, o dentro de un mismo país o estado, como la selva amazónica respecto de Brasil en razón de las barreras que impone su geografía, o el estado de Chiapas en México, por su inestabilidad política.

El proceso fronterizo en el continente americano es quizá el más particular dentro de la Historia de las Fronteras. Luego del Descubrimiento, las Indias Occidentales pasaron ser “La Nueva Frontera” europea, dice Céspedes del Castillo, para sintetizar el período entre 1415, en que los portugueses iniciaron su expansión atlántica por la costa africana occidental, y 1550, en que se consolida la conquista española del Nuevo Mundo5. La frontera atlántica

era un mundo por conquistar, del que atraían el oro, las piedras preciosas, las especies, y en general, toda posibilidad de riqueza que prometían en el imaginario del medioevo las zonas calificadas de exóticas, siempre lejanas, como el extremo Oriente, y que se les representaba en los márgenes de los mapas para indicar posibles mundos más allá del conocido. Estos eran los bordes de la ecúmene, que se anunciaban con nombres atractivos como Antilia, las “Siete ciudades”, o país de las amazonas. Bordes que eran, también, móviles, porque en el Nuevo Mundo, conforme se producía el avance geográfico y se iban incorporando territorios, lo desconocido se desplazaba más lejos, hacia las zonas que pasaron a calificarse de periféricas en relación a las regiones centrales.

En la etapa fundacional, los europeos llegados al Nuevo Mundo sintieron el espacio como tierra nueva. Lo era en el sentido de virgen, pero también por la abrumadora presencia de la geografía en relación con el corto número de colonos. Esto es lo que ha caracterizado a todas las colonizaciones realizadas por europeos: la sensación de superioridad nacida de la capacidad tecnológica que trae consigo, frente a un medio que no lo exige. Sin embargo, la frontera - como dice Ortega y Gasset cuando habla de la existencia colonial - es también un empezar de nuevo, porque las complejidades metropolitanas se atrofian por desuso, y en cambio se robustecen las reacciones más elementales, lo que produce en el colono un cierto retroceso, una vuelta a un relativo primitivismo. Con ello se rejuvenece la estructura de su existencia, porque la vida se hace más simple en el modo de enfrentarse a la naturaleza, en

4 Alfredo Jiménez Núñez, “El fenómeno frontera y sus variables. Notas para una tipología”, p. 20. 5 Guillermo Céspedes del Castillo, América Hispánica (1492-1898).

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la adopción de creencias y supersticiones locales - aculturación - que explican el proceso de adaptación del colono para recomenzar la vida desde sus mismos cimientos6.

Las áreas fronterizas en el continente fueron disímiles, y el proceso tuvo diversas etapas, propias del desfasamiento histórico. Dependían de los atributos culturales del pueblo europeo invasor, del estadio cultural del pueblo invadido, de si se trataba de contacto o choque (con todas sus gamas intermedias), y de otros factores como la densidad de ambas poblaciones, la riqueza posible de explotar, la mentalidad europea de la época y las políticas del Estado. Todo esto fue haciendo distinta la frontera española respecto de la portuguesa, y ambas diferentes de la inglesa en América del Norte, y particularmente de la norteamericana posterior, la del “destino manifiesto” en el Oeste. Hebe Clementi, en su clásica obra sobre fronteras, distingue tres tipos de ellas: la que constituye un pueblo primitivo marginado dentro de una sociedad organizada; el desplazamiento agresivo de un pueblo sobre otro; y los espacios despoblados, susceptibles de ser ocupados7.

Para Sergio Villalobos, que ha liderado los estudios fronterizos en Chile, cada pequeña historia fronteriza americana se sitúa dentro de la Historia de la “Gran Frontera” del Nuevo Mundo con sus dos dimensiones: la norteamericana y la hispanoamericana8. La frontera de

los Estados Unidos, fue penetrada en los siglos XVIII y XIX como “territorio vacío”, porque aunque las tierras estaban habitadas por varios grupos indígenas, estos no fueron considerados legítimos titulares de ellas, y la conquista y ocupación se hizo como si fuera en “tierra de nadie”. En cambio, la frontera hispanoamericana se distingue de aquella por el mestizaje y el intercambio, es decir, como la definió Clementi en 1985, por ser “espacio de interacción entre pueblos”, o frontera viva9.

La frontera hispanoamericana tuvo desde 1493 una base legal. Ya antes de ser con-quistadas, todas las tierras eran jurídicamente pertenecientes a la corona de Castilla en virtud del descubrimiento colombino, la donación papal y los tratados con Portugal. Los españoles se movieron rápidamente para ocupar y poblar la “cuarta parte” del mundo e incorporar de hecho este nuevo e inesperado patrimonio territorial de la Corona. El primer avance se hizo a modo de ensayo de colonización en la etapa antillana. Se incorporó a los indios a la Corona en calidad de libres vasallos, echando las bases institucionales que regirán en adelante. En cambio, Portugal tenía la experiencia africana. Había bordeado el continente por mar sin ocupar ni poblar las tierras, sino estableciendo enclaves o factorías litorales, mientras que los africanos no fueron considerados vasallos sino mercancía que dio origen a la trata de negros. Al igual que en África, la corona lusa comenzó colonizando el litoral brasileño y no entró en contacto con la población del interior sino hasta más tarde.

A diferencia de Portugal, el español inició un intercambio, aunque desigual, tomando una actitud de superioridad con brusco choque cultural. En este intercambio el colono hispano aportó su manera de ser: la religión católica, el castellano como idioma, y el derecho. Y en el modo de conquistar introdujo el uso del caballo, y las armas de hierro y de fuego. Se mezcló

6 José Ortega y Gasset, Meditación del pueblo joven y otros ensayos sobre América. 7 Hebe Clementi, La Frontera en América, T. I.

8 Sergio Villalobos, “Tres siglos y medio de vida fronteriza”, p. 14. 9 Hebe Clementi, op. cit.

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con la población aborigen, no sólo biológicamente, sino que intercambió elementos materiales y espirituales que crearon culturas mixtas. Además, consideraba al “otro”, aunque bárbaro, como sujeto de derecho y celebró con ellos tratados en situación de paridad para establecer de común acuerdo formas de convivencia que se repitieron en cada nueva frontera.

Las fronteras son distintas, también, si se consideran las razones por las que se pene-tra. Normalmente se hace para obtener alguna riqueza, como mano de obra indígena, tierras llanas y de buen temple para ser cultivadas, o minerales que explotar. En este caso, el esfuerzo por incorporar la frontera a la civilización dominante es proporcionado a la riqueza que se espera conquistar. Por las mismas razones, las zonas más pobres quedaron desatendidas por más tiempo, por ser territorios carentes de riqueza fácil (metales preciosos), de difícil acceso, poblados de indígenas no sedentarios, o por ser, simplemente, espacios vacíos. Algunas de ellas eran barreras geográficas, como la Patagonia o la Amazonia, esta última tan desconocida e inhabitable como su opuesto el Desierto de Atacama.

James Lockhart y Stuart Schwartz dedican un capítulo a “los márgenes” en su libro

América Latina en la Edad Moderna, donde hacen una distinción entre las zonas periféricas o

márgenes y las propiamente fronteras10. Describen las regiones periféricas como carentes de un

producto importante para la explotación, pobladas en una primera generación por inmigran-tes de origen humilde, marginales y casi siempre de sexo masculino, “por lo que la sociedad europea no llegaba nunca a configurarse plenamente, era menos diferenciada, más difusa o fragmentada”. Zonas como éstas eran relativamente aisladas e incomunicadas, de poblamiento inestable porque los indígenas que resistían la penetración eran vistos como una constante amenaza, y sin embargo eran regiones en las que las órdenes religiosas solían jugar un papel importante11. En general, el progreso fue en esas zonas menos perceptible, de modo que “los

márgenes siempre tienen un tono arcaico”, como es el caso de Chiloé en el siglo XVII. Las regiones nucleares de México y Perú pronto dejaron de ser fronteras para pasar a ser integradas por medio del espontáneo mestizaje. En cambio, mientras más periféricas eran las zonas respecto a Mesoamérica y los Andes Centrales, con mayor energía se erigieron fronteras propiamente tales, lugares donde indígenas y españoles contendieron entre sí y con el medio natural, haciendo más lento el proceso de asimilación12. La frontera mapuche y la del

norte de México son ejemplos de ello. Lockhart y Schwartz dicen que en estos espacios los indígenas no tenían bienes que pudieran interesar a los españoles, y que si hubo una diferencia con otros márgenes es que pudieron presentar exitosa resistencia al conquistador. La diferencia cultural era mayor, el contacto en estas periferias se transformó en choque, y no prosperaron la encomienda, las reducciones, ni la evangelización. En cambio, el rasgo característico en estos mundos de fricciones bélicas fueron el rescate de botín y esclavos, las acciones de fuerza por ambas partes, y las malocas esclavistas, que era lo que podía compensar las desventajas de estas periferias respecto de las economías de las regiones centrales ya pacificadas13. La resistencia en

las fronteras extremas por medio de fuertes y misioneros - frecuentemente mártires -, donde

10 James Lockhart y Stuart Schwartz, América Latina en la Edad Moderna, cap. 8: “Los márgenes”, pp. 237-281.

11 Ibidem, p. 240.

12 Fernando Operé, Historias de frontera: el cautiverio en la América Hispánica, p. 16.

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las haciendas nunca podían estar seguras y la vida misma sólo podía ser inestable, se explican en parte por el fin estratégico de no dar lugar a que los rivales europeos de España pudieran ocuparlas, y resguardar a las regiones centrales.

Según los citados autores, sólo serían fronteras los extremos norte y sur del continen-te. Sin embargo, limitar así el concepto frontera restringe demasiado un contenido a nuestro juicio más rico, y nos priva de emplear muchos de los factores que las explican para entender otras realidades. Para Hebe Clementi la Historia de América ha sido de sucesivas fronteras. El concepto es para ella la clave interpretativa e integradora: cada frontera de América aporta con su particularidad a la comprensión del todo hispanoamericano. De la misma opinión es Alfredo Jiménez, quien ha perfilado las variables que es necesario considerar para los análisis fronterizos de cualquier época y lugar, e intentado categorizar las tipologías fronterizas14. Queda

la sensación de que fenómenos de frontera lejanos a Chile, como el norte de la Nueva España, iluminan la comprensión de fronteras menos significativas y más remotas, como la huilliche al sur de Chile, que es el caso que nos ocupa.

LA FRONTERA DE ARRIBA

El concepto frontera está asociado al de Chile, y el de araucano a “indios fronteri-zos”, como se lee en la primera vez que aparece el adjetivo “fronterizo” en el Diccionario de Autoridades, edición de 1732. Para ejemplificarlo se cita la Histórica relación del reino de Chile, del jesuita Alonso de Ovalle (1646), en el Libro VIII, capítulo 16: “No se les puede a estos indios corregir sus vicios: así por ser sin comparación más altivos, como por estar de guerra, y ser fronterizos”15.

Desde siempre Chile se vio como borde. El “valle de Chile” era el margen que los mapuches habían impuesto a las conquistas del Imperio inca, y una vez que Pizarro se apoderó del Cuzco, Chile era efectivamente una frontera mirada desde esa capital. Luego de que la expedición de Pedro de Valdivia fundara la ciudad de Santiago y se sentaran las bases de la colonización con las nuevas villas, Chile permaneció como frontera. Su condición de tal tuvo aquí todos los ingredientes de un choque cultural que lleva al conflicto bélico: los indígenas resistieron, las ciudades vivieron en constante amenaza, hubo gobernadores que perecieron a manos de los indios. Si bien se conservó una parte del territorio como zona de paz, se perdió el sur, que pasó a llamarse “tierra de guerra”.

Así, en los siglos XVII y XVIII, Chile siguió siendo la frontera meridional del Imperio español por la existencia del “Estado de Arauco” - como se llamó al territorio recu-perado por mapuches y huilliches desde el gran “levantamiento” de 1598 -, pero también por la lejanía respecto de los grandes centros urbanos de América. Era “la frontera de Chile”, que incluía dentro de sí otras fronteras interiores. Mario Góngora, empleando más ampliamente el concepto que los investigadores Lockhart y Schwartz, ha sostenido que en los siglos XVIII y XIX, además de la clásica frontera chilena, o simplemente La Frontera, también llamada

14 Alfredo Jiménez Núñez, “El fenómeno frontera…”. Del mismo autor, “La frontera en América. Observaciones, críticas y sugerencias”. 15 Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, 1732, T. II, p. 52.

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“frontera del Bío Bío”, “frontera mapuche” o “frontera araucana”, permanecían otras, como la región del Maule o “pre-frontera de guerra”; las de barreras climáticas como el Norte Grande; extremas y por entonces casi inhabitables como la de Magallanes; o los territorios perdidos de Osorno y Valdivia, la que hemos llamado frontera de arriba o huilliche, y que a juicio de Góngora sería frontera sólo con la repoblación de la ciudad de Osorno, es decir, desde 1796. E incluso en el siglo XX, dice el mismo historiador, es frontera la región de Aysén16. Sergio

Villalobos, retomó lo iniciado por Góngora y destacó otros “ámbitos fronterizos” en Chile, como Tucumán y Cuyo, que fueron fronteras marginales y subsidiarias de Chile Central caracterizadas por el aislamiento geográfico y la pobreza, aspectos que prolongaron en estas regiones la vida fronteriza. Los desiertos de Tarapacá y Atacama fueron una frontera pasiva de débil poblamiento y dominación, hasta que se hizo dinámica en la primera mitad del siglo XIX por obra de los pioneros que comenzaron a explotar guano, plata y salitre. También reconoce a Chiloé como “frontera pasiva”, según Villalobos, “hasta época muy reciente”; a Magallanes, que sólo se abrió como frontera en 1843 con la fundación del fuerte Bulnes; y a la región de Aysén, que comenzó a serlo sólo en el siglo XX17. Esta secuencia de fronteras

a través del tiempo tiene sentido. Hebe Clementi entiende la frontera como la dinámica del espacio y su apropiación por el hombre, como lo fue también la frontera norteamericana interpretada por Turner18.

En los años ’80 del siglo XX hubo una renovación de la historiografía sobre La Frontera, que en la historia de Chile siempre ha sido la araucana. Diversos estudios han ido desmantelando “el mito de la guerra de Arauco”, o los 300 años de guerra ininterrumpida entre mapuches y españoles, después hispano-criollos y chilenos, para centrar la mirada en las relaciones fronterizas, que fueron la verdadera música de fondo, matizada por conflictos, en realidad, ocasionales. La frontera araucana fue estudiada, desde entonces, no como una línea fortificada que se traspasaba por la guerra entre dos facciones opuestas, sino como un área de interacción donde se desarrollaban todo tipo de intercambios: guerra, mestizaje, comercio, misión, aculturación. Trazos de estas experiencias fronterizas, como los presidios o fuertes, las misiones y las haciendas, fueron señalados por Charles Gibson en 1966 como elementos importantes para estudiar los préstamos culturales entre indígenas y españoles en la frontera o

borderland del norte de la Nueva España19, desarrollados después por David Weber20.

En la Historia de Chile, la definición de frontera sólo cobra sentido en relación con el centro, a lo que Jaime Eyzaguirre ha llamado “Chile Histórico” o “Tradicional”21, que por

entonces se extendía en perfecta continuidad desde el “Despoblado de Atacama” hasta la línea

16 Mario Góngora del Campo, “Incumplimiento de una ley en 1639: su fundamentación en la carga de los censos de la ciudad de Santiago y

en la noción de ‘frontera de guerra’”, p. 65.

17 Villalobos, “Tres siglos y medio…”, pp.15-18.

18 La discusión sobre el concepto y significado de la frontera en la Historia se generó con el estudio del avance de los pioneros norteamericanos

sobre su frontera occidental en el siglo XIX, y su determinante influencia en el modo de ser de la nación o “carácter nacional” (el sentido de la iniciativa personal, capacidad de improvisación, por ejemplo), que se traspasó a las instituciones del Estado: Frederick J Turner, “El significado de la frontera en la Historia americana”, publicado por primera vez en Annual Report of the American Historical Association for the year 1893, U.S. Government Printing Office, Washington D.C., 1894.

19 Charles Gibson, Spain in América, cap. 9, “The Borderlands”, pp. 182-204. 20 David Weber, La frontera española en América del Norte.

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de fuertes en el río Bío Bío. Mirada desde la “zona de paz”, la Araucanía se veía efectivamen-te como la verdadera fronefectivamen-tera en cuanto borde o franja, tanto de fricciones bélicas como de interacciones pacíficas, mucho más intensas en las inmediaciones de los fuertes del Bío Bío que en el interior o más arriba, hacia el Toltén. La porción araucana del Estado de Arauco ha merecido el calificativo de “tierra de guerra”, porque era el escenario de la “guerra de Chile” y por ello Diego de Rosales la llamó Flandes Indiano. Como la frontera clásica de Chile, dio importancia histórica a la etnia predominante, la mapuche.

En los siglos XVII y XVIII la frontera de arriba era, por cierto, un área menos cono-cida que la del Bío Bío. Los valiosos estudios chilenos han estado centrados en esta zona, pero han sido muy pocas las referencias a la sección meridional o huilliche de la frontera impuesta por el Estado de Arauco, y la oriental allende los Andes. Se trata de un extenso territorio que ha sido asimilado a la frontera mapuche con apenas distinciones adjetivas. La historiografía chilena ha conocido esta área, situada en las actuales regiones de los Ríos y de los Lagos, como “el sur de la Araucanía” o “el sur de la frontera del Bío-Bío”. Sergio Villalobos, en cambio, nota la diferencia y la ve vinculada a la Araucanía, pero reconoce su peculiaridad, porque como él dice, “ha tenido también una larga historia fronteriza que comenzó en tempranos años de la conquista con la fundación de Valdivia y Osorno”22. Es un esbozo por considerarla como

una zona de rasgos propios, es decir, una frontera que da sentido a un territorio con caracte-rísticas distintivas respecto del mundo araucano. Así lo ha hecho, desde el punto de vista de la antropología Eugenio Alcamán, quien ha llamado al territorio entre el río Bueno y el seno de Reloncaví, “futahuillimapu septentrional, o grandes tierras del sur”23, y Jorge Vergara, quien,

como sociólogo, ha dicho que entre Valdivia y Chiloé se forjó desde el último siglo colonial una “frontera étnica del Leviatán”24. Estos son los únicos, pero muy valiosos trabajos, que han

abordado el territorio huilliche colonial en particular.

A esta frontera se le admite una menor significación que a la mapuche. Siendo parte del Estado de Arauco, la huilliche era reconocida desde los albores del siglo XVII, y se le llamaba frontera “de arriba”. Corresponde a la zona sur del Estado de Arauco, entre el río Toltén y el canal de Chacao, entre el océano Pacífico y la Neuquenia en Nahuelhuapi, zona esta última en la vertiente oriental de la cordillera de los Andes, a espaldas del reino y, por lo mismo, con importancia secundaria. Este territorio pertenecía jurídicamente a la provincia de Chiloé antes de que Valdivia fuera repoblada en 1645. Esta frontera no se enfrentaba a Concepción y a la tierra de paz, como la frontera araucana, sino a la provincia de Chiloé y a la plaza fuerte de Valdivia.

No era un espacio homogéneo geográfica ni culturalmente, por coexistir en él varias etnias. Entendemos por “grupos étnicos” o “etnia”, de manera general, un sinónimo

22 Villalobos, “Tres siglos y medio”, p. 17. Existe un artículo que disiente de la tesis de Turner (la frontera como una tierra de nadie conseguida

por aventureros, o zona de pioneros), y que postula la frontera en el continente americano como “urbana”, es decir, forjada, fomentada e integrada por la ciudad. Francisco Escamilla, “El significado del término frontera”.

23 Eugenio Alcamán, “La sociedad mapuche-huilliche del Futahuillimapu septentrional, 1750-1792”.

24 Jorge Vergara, “La frontera étnica del Leviatán. El Estado y los mapuche-huilliches (Chile, siglos XVIII y XIX)”, Tesis para optar al grado de

doctor en sociología, Universidad Libre de Berlín, 1998. Agradecemos al doctor Fabián Almonacid por sugerirnos este trabajo al comienzo de nuestra investigación, cuando aún no estaba publicado, y por proporcionarnos una copia de él. Hoy se encuentra editado, Jorge Iván Vergara, La herencia colonial del Leviatán. El Estado y los mapuche-huilliches (1750-1881).

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de pueblo, grupos humanos que se definen a sí mismos “como diferentes y especiales debido a características culturales”. Señala Conrad Kottak que esta distinción “podría surgir del len-guaje, la religión, la experiencia histórica, el aislamiento geográfico, el parentesco o la raza”. La etnicidad, entonces, es definida por el autor como “sentirse parte de un grupo étnico”25.

Su población, genéricamente huilliche, no sólo era vecina a la mapuche sino que tenía con ella un origen común y muchas similitudes expresadas en lengua y costumbres. Pero se sentían distintos.

La etnia huilliche era la predominante en el área, pero existían otras, como los juncos de la costa, que siendo al igual que los huilliches del tronco común mapuche, se concebían a sí mismos como diferentes y tenían otras actitudes respecto a los españoles. Por el este, el mundo pehuenche, puelche y poya allende los Andes, en la Neuquenia, representaban seccio-nes marginales de esta frontera o periferias fronterizas de tenue interacción con la población española, pero de significación geopolítica.

Desde un comienzo, los conquistadores diferenciaron las tierras mapuches de las huilliches, y los cronistas subrayaron la menor disposición de estos últimos para la guerra, por su escasa fortaleza y poco “ánimo”. En 1614 Alonso González de Nájera precisó que “la guerra de Chile consiste desde donde hacen ahora raya los últimos términos de lo conquistado hasta el río que llaman Toltén”. Más al sur, no estarían los huilliches comprendidos en esta guerra o no serían protagonistas, porque “van declinando los que van distando más al sur de nuestras tierras”. Eran más remotos y, por lo tanto, menos visibles. Pero - y a pesar de que fueron autores de la destrucción de Valdivia y Osorno - el cronista atribuye su poca notoriedad no a su lejanía, sino a que se diferencian de los mapuches “en rudeza, en brutalidad, en discur-so, en ingenio y en animosidad”, de modo que éstos “se burlan de ellos y los tienen en tan poco que los estiman dejativos, flacos y de poco valor, dándoles por ello nombre de veliches, que entre ellos es de desprecio, que es como decir hombres apocados y sin presunción”26.

Antes, en una Junta de Guerra del año 1600 se dijo que a medida que se “bajaba” de Chiloé a Valdivia, es decir, en tanto se adentraba en tierras huilliches, “los indios son más dóciles y de menos ánimo”27.

Ambos grupos no eran tan solidarios como ha supuesto la historiografía. Excepto alianzas ocasionales, hay una larga historia de desencuentros entre aquellas etnias. Cuando en 1845 Ignacio Domeyko recorrió el país y escribió sobre la Araucanía, apuntó que los juncos y huilliches “ni se quieren juntar con los araucanos, ni pueden desprenderse del antiguo odio y enemistad que los tiene separados de sus hermanos [a pesar de ser] descendientes de aquellos”28.

Todo esto a pesar de haberse unido ambos grupos para concretar el quizá mayor levantamiento indígena de la Historia de América, y que más consecuencias trajo.

25 Conrad Phillip Kottak, Antropología: una exploración de la diversidad humana, p. 34. También Amílcar Forno Sparosvich, “Multiculturalidad

e interculturalidad: explorando las determinantes contextuales de la identidad”.

26 Alonso González de Nájera, Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, p. 257.

27 “Memorial sin firma presentado a la Junta de Guerra de Indias sobre la importancia y modo de conquistar y pacificar a los naturales del reino

de Chile”, 28 de enero del 1600, en José Toribio Medina, CDIHC, 2ª serie, T. V, 1599-1602, p. 262.

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Una frontera como la huilliche ofrece todas las características que interesan al his-toriador, en cuanto zona de interacción en la guerra y en la paz. El imaginario que de esta frontera se tenía desde Chiloé y desde Valdivia (sus extremos sur y norte), y las acciones que se desarrollaron en el territorio, como malocas, exploraciones, misiones, comercio, aunque a escala más modesta, constituyen un compendio del actuar español en Hispanoamérica. Sin embargo, falta todavía completar el conocimiento histórico de esta frontera, establecer sus ritmos y señalar las etapas en las relaciones entre españoles e indígenas.

La frontera de arriba tuvo su etapa de guerra viva, con presencia española en los fuertes de Chiloé y Valdivia. Estos puestos en cuanto enclaves militares29, ofendían y defendían,

y según las épocas tuvieron criterios opuestos para actuar en sus respectivas jurisdicciones. Por otra parte, la actitud de los naturales de la frontera de arriba no era la misma según se trate del norte o sur del río Bueno, límite entre la plaza y la provincia de Chiloé.

En la frontera huilliche, como en la araucana, cada parcialidad, incluso cada caci-cazgo, se entendía de manera independiente con el oficial del ejército que visitara sus tierras, y además, a lo largo del tiempo, la actitud indígena fue diferente según se tratara de españoles de Valdivia o de Chiloé. Los acuerdos que se celebraban con los caciques de una parcialidad no tenían validez para otros y menos para las demás etnias. Al no haber un poder central indígena para decidir las materias de guerra o de paz, las relaciones diplomáticas que promovía la Corona tuvieron resultados parciales, con una sucesión de rupturas que caracterizaron las relaciones, principalmente en el siglo XVII, en la sección meridional de la frontera de arriba.

La actitud de la Corona fue similar para la frontera mapuche y la huilliche. Pero era mayor la amenaza que representaba la primera, puesto que su intranquilidad comprometía la estabilidad de la capital del reino y la zona central. La frontera de arriba, en cambio, sólo involucraba a Valdivia y Chiloé, esta última una periferia del Imperio, pobre y carente de interés económico en los siglos coloniales. Los sucesos bélicos de allí tenían pocos efectos en el centro del reino, excepto las posibles alianzas entre indígenas y “enemigos de Europa”.

Por último, una comparación de la frontera de arriba con la del otro extremo del continente, la del norte de la Nueva España. No se parecen ni en territorio ni en población. En Chile, por amplio que parezca el espacio de la frontera, es ínfimo respecto de la vastedad de aquél. La cordillera marca una divisoria natural que circunscribe las políticas expansivas, mientras que el espacio al norte del río Bravo es ilimitado, lo mismo al este hasta el río Mis-sissippi, avance impedido sólo por la presencia extranjera al oriente de dicho río. En cuanto a población, la española y mestiza situada en los bordes de la frontera huilliche se reducía a 15.000 residentes en Chiloé y unos 2.000 habitantes en Valdivia a fines del siglo XVIII, sin contar los 11.000 indios de paz y cristianos que vivían en el archipiélago junto a los hispano-criollos. Al interior de la frontera no había presencia hispana, hasta las inmediaciones de Valdivia. En la frontera norte de Nueva España, en cambio, la población española, mestiza, gente de casta e indios amigos superaba las 200.000 almas en 1760, distribuidas en las cinco provincias de Sonora, Nueva Vizcaya, Nuevo México, Coahuila y Texas30.

29 Pedro Cunill Grau, Chile meridional y criollo: su geografía humana en 1700.

(36)

La defensa de la frontera de arriba se centraba en el presidio de Valdivia y en los fuertes chilotes de tierra firme. En la frontera de la Nueva España, los presidios estaban a dis-tancias considerables unos de otros, y protegían a las minas, haciendas, esdis-tancias y misiones. Desde los años ’70 se ordenaban en forma lineal de oeste a este, mediando entre ellas unas 40 leguas a lo largo de las 700 que corren entre el golfo de California y la bahía de Espíritu Santo, de una forma similar a como se ordenaban los fuertes de la frontera del Bío Bío. Allí había mayor actividad bélica (más naciones indígenas comprometidas desde el Pacífico al golfo de México e interior al norte del río Bravo), mayor dificultad para conservar los reales de minas y mayores riesgos en el tránsito entre los puntos poblados de la frontera, pero también mayor número de soldados en el ejército de los presidios31.

DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICA DEL TERRITORIO

El territorio entre Valdivia y el canal de Chacao ha sido definido como el “sector meridional” del “estadio agroalfarero” del sur de Chile antes de la conquista32. Tendría unidad

geográfica desde el cordón transversal Mahuidanche-Lastarria, a la altura de Loncoche, hasta el citado canal. En esta área las condiciones de temperatura y precipitaciones dan como resultado una vegetación exuberante, con bosques de climas fríos. El promedio de temperatura es entre 10 y 11 grados, y las precipitaciones son de alrededor de 3.000 mms. cúbicos anuales, con sólo un leve descenso en verano.

La costa es escarpada, casi inhabitada hasta hoy, salvo pequeñas caletas accesibles sólo por mar. Benjamín Subercaseaux, que escribió Chile o una loca geografía, a mediados del siglo XX, dice que “la costa que se extiende desde Corral hasta el canal de Chacao es alta, solita-ria y poco conocida”33, sólo interrumpida por la bahía de Maullín y su gran estuario. Entre

el mar y la cordillera de la Costa se desarrolla un bosque laurifolio, “siempre verde, oscuro, excesivamente húmedo, denso e impenetrable, muy poco apto para la ocupación humana”34,

con asociaciones de ulmo, tepa, mañío y coihue. Esta cordillera de la Costa, más baja que en el norte, se presenta, no obstante, elevada al sur de Valdivia, entre 800 y 1.000 metros sus cerros más altos y cubierta de los mismos densos y húmedos bosques laurifolios descritos. La altura de esta formación crea condiciones de sombra de lluvia hacia el este, para el valle central o zona de los llanos, permitiendo que se prolongue hasta allí el bosque caducifolio de roble, laurel y lingue. Este bosque, de árboles grandes y frondosos, es menos tupido entre ambas cordilleras, lo que permite la insolación del suelo, posibilita el crecimiento de pastos y arbustos y produce óptimas condiciones para el asentamiento humano, con práctica de la agricultura y la ganadería. También da muchas opciones de recolección, porque es posible encontrar más de 20 especies de árboles y arbustos que producen frutos y bayas comestibles, como el maqui,

31 Ibidem, p. 224.

32 Jorge Hidalgo, Virgilio Schiappacasse, Hans Niemeyer, Carlos Aldunate e Iván Solimano, Culturas de Chile. Prehistoria, desde sus orígenes

hasta los albores de la conquista, cap. I: “El escenario geográfico”, por Hans Niemeyer, p. 332.

33 Benjamín Subercaseaux, Chile o una loca geografía, p. 172. 34 Hidalgo et al., op. cit., p. 332.

Referencias

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