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Miedos en La Infancia y La Adolescencia

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Bonifacio Sandín

Paloma Chorot

MIEDOS EN LA INFANCIA

Y LA ADOLESCENCIA

Colaboran: Pedro Montejo Mercedes Montenegro Ana I. Reinoso M. Emiliana de Andrés M. Dolores Claver

(Unidad de Memoria. Ayuntamiento de Madrid)

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

© Universidad Nacional de Educación a Distancia Madrid, 2003

Librería UNED: c/ Bravo Murillo, 38 - 28015 Madrid Tels.: 91 398 75 60 / 73 73

e-mail: libreria@adm.uned.es

© Rosa M. Valiente, Bonifacio Sandín y Paloma Chorot ISBN: 978-84-362-4815-9

Depósito legal: M. 47.279-2010 Primera edición: abril de 2003

Primera reimpresión: noviembre de 2010 Impreso en España - Printed in Spain

Imprime y encuaderna: CLOSAS-ORCOYEN, S. L. Polígono Igarsa. Paracuellos de Jarama (Madrid)

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PRÓLOGO ...

1. DELIMITACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE MIEDO ... I. Diferenciación entre el miedo y la ansiedad ... II. Diferenciación entre el miedo y la fobia ... III. Comentario...

2. NATURALEZA EVOLUTIVA DE LOS MIEDOS ... I. Aspectos filogenéticos de los miedos ... II. Desarrollo de los miedos ... A. Diferencias en el contenido de los miedos según la edad... B. Diferencias en el contenido de los miedos según el sexo ... C. Estabilidad de los miedos durante la infancia y la adolescencia ... III. Conclusiones generales ...

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3. ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON ADULTOS... I. Aportaciones preliminares sobre la estructura de los miedos... A. Evidencia basada en el FSS-II ... B. Evidencia basada en el FSS-III... II. Aportaciones del grupo de Arrindell ... III. Estructura jerárquica de los miedos... IV. Conclusiones generales ...

4. ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS: ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES ... I. Aportaciones preliminares sobre la estructura de los miedos de la infancia y la adolescencia ... II. Aportaciones basadas en el FSSC-R... A. Contribuciones del grupo de Ollendick... B. Otras contribuciones con el FSSC-R... III. Aportaciones basadas en el FSSC-II ... IV. Otras aportaciones sobre la estructura de los miedos in fantojuveniles ... V. Conclusiones generales ...

5. FRECUENCIA E INTENSIDAD DE LOS MIEDOS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES ... I. Una nota introductoria sobre la prevalencia de los miedos y las fobias ... A. Población general ... B. Niños y adolescentes ... II. Frecuencia de los miedos durante la infancia y la ado-lescencia: prevalencia ... 43 44 44 46 47 50 57 61 61 65 65 75 84 92 95 103 104 104 105 108

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III. Frecuencia de los miedos durante la infancia y la ado-lescencia: los miedos más comunes ... IV. Intensidad de los miedos según la edad y el sexo ... A. Edad e intensidad del miedo: nivel general y nive-les asociados al contenido de los miedos ... 1. Edad y nivel global de miedo ... 2. Edad e intensidad en el contenido de los miedos... B. Sexo e intensidad del miedo ... V. Conclusiones generales ... 6. ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS ... I. Consideraciones sobre la adquisición de los miedos... A. El modelo de condicionamiento clásico... B. Comentarios al modelo de condicionamiento de los miedos y las fobias ... C. La perspectiva del neocondicionamiento... II. Factores de vulnerabilidad ... III. Modelo de las tres vías de adquisición del miedo: aspectos teóricos ... A. El aprendizaje vicario del miedo ... B. Transmisión de información ... C. Algunas implicaciones psicopatológicas relevantes IV. Modelo de las tres vías de adquisición del miedo: evi-dencia empírica basada en estudios con adultos ... V. Una nota sobre la perspectiva no asociativa de los miedos y las fobias ... VI. Conclusiones ... 7. ADQUISICIÓN DE LOS MIEDOS Y LAS FOBIAS: ES TUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES... I. Introducción... 111 119 120 120 121 123 126 131 132 132 137 142 147 155 158 160 163 165 172 176 181 181

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II. Adquisición de los miedos no clínicos en niños y ado-lescentes... III. Adquisición de los miedos clínicos en niños y ado-lescentes... IV. Papel de los padres en el miedo de los hijos ... V. Consideraciones teóricas y metodológicas... VI. Conclusiones generales ...

ANEXOS... Anexo I. Cuestionario de miedos para niños (FSSC-II; Gu llone y King, 1992; versión española de Sandín, Valiente y Chorot) ... Anexo II. Cuestionario español de miedos para niños

(FSSC-E; Valiente y Sandín, 2001)...

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ... 182 189 192 197 201 205 207 211 217

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dos años y estaba jugando en un jardín, cogió una flor y corrió con ella hacia su madre. Supongo que debía tener un aspecto bastante encantador, ya que la señora Darling se puso la mano en el corazón y exclamó: «Oh, ¿por qué no podrás quedarte así para siempre?». Eso fue todo lo que pasó entre ellas sobre el tema, pero en lo sucesivo Wendy supo que debía crecer. Siempre se sabe después de tener dos años. Los dos años son el principio del fin.

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Desde hace tiempo se conoce que el miedo es posiblemente la experiencia emocional más universal que se da entre todos los seres vivos. También se sabe que el miedo puede ser bueno y malo para el individuo. Es bueno cuando de forma más o menos aguda le advierte de un peligro potencial. Es malo cuando de forma más o menos crónica se instaura en la persona y le advierte de un pe -ligro inexistente. El hecho de que el miedo pueda constituir un fenómeno positivo para el individuo es lo que le ha valido el cali-ficativo de adaptativo (en esencia, el miedo anticipa la ocurrencia de un peligro), evolutivamente hablando. Sin embargo, el miedo no sólo es adaptativo desde un punto de vista filogenético, sino también ontogenético. Lo primero hace que en general tengamos miedo a ciertos estímulos, objetos o situaciones, y no a otros (p.ej., solemos tener miedo a las arañas, a las alturas o a las serpientes, pero no solemos temer a unas zapatillas de tenis o a un portafo-lios). Lo segundo hace que durante ciertas etapas del desarrollo tengamos miedo a unas cosas y no a otras.

Este segundo aspecto es precisamente lo que confiere un in -terés especial al estudio de los miedos durante la infancia y la ado-lescencia. Actualmente existe amplia evidencia de que, durante el proceso del desarrollo, los niños y adolescentes experimentan patrones ge nerales de miedos normativos (i.e., miedos no clí nicos). Así por ejemplo, en términos generales podría decirse que du rante

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las edades más tempranas (antes de los cuatro años) los niños suelen temer los estímulos relacionados con su medio am biente más inmediato, como los sonidos fuertes, o la separación de los padres. Posteriormente, asociado al proceso de maduración del niño (4-9 años), los miedos incorporan más estímulos y sucesos de natura leza abstracta y anticipatoria, tales como los fantasmas, los animales y el peligro. Durante la preadolescencia predominan los temores relacionados con el daño, mientras que en la ado les cencia irrumpen los temores de tipo social. Por tanto, estos pa trones evolutivos que se observan para los miedos normativos su -gieren que, si los miedos tienen un valor adaptativo durante el desarrollo del individuo, estos deberían desaparecer espontá neamente a partir de un periodo de tiempo más o menos espe -rado. Aunque tal fenómeno suele darse en general, es decir, cier-tos miedos normativos tienden a aparecer y desaparecer de forma espontánea, muchos miedos no sólo no desaparecen sino que pueden intensificarse, tanto durante el desarrollo infantojuvenil como después de la adolescencia.

Dicho en otros términos, si bien es cierto que muchos de los miedos normativos que ocurren durante la infancia y la adoles-cencia tienen un claro valor adaptativo para el desarrollo del indi-viduo, también es verdad que la aparición de tales miedos puede constituir un periodo especialmente vulnerable para la adquisi-ción de miedos más intensos y/o fobias. De hecho, muchas de las fobias que experimentan los adultos poseen unas edades de inicio que se corresponden de forma bastante precisa con las edades evolutivas en que emergen los miedos correspondientes. Por ejemplo, la edad media de comienzo de la fobia a los animales (7 años) suele ser anterior a la de la fobia a la sangre y el daño (9 años), y la edad de comienzo de ambas fobias es anterior a la de la fobia social (adolescencia). Por otra parte, los miedos norma tivos, si son intensos, pueden interferir en muchas áreas de la vida del niño o adoles cente, tales como la vida familiar, social y es colar y, en último término, pueden perturbar significativamente su propio desarrollo. Más aún, existe actualmente evidencia sobre el efecto negativo que pueden tener los miedos cuando se acu-mulan en un mismo individuo. De hecho, se sabe que, aparte de

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los propios problemas que pueden generar en el momento actual, también pueden constituir un importante factor de riesgo psico-patológico futuro. Las personas con muchos miedos suelen ser propensas a padecer trastornos de ansiedad, así como también otros trastornos psicológicos (depresión, etc.).

El estudio sobre los miedos infantojuveniles posee en estos momentos un enorme interés teórico y práctico, y la prueba de ello es el abundante cúmulo de investigaciones que se está producien-do en este terreno en el ámbito internacional. El presente libro se ha escrito, precisamente, con la finalidad de presentar algunos de los principales hallazgos asociados al estudio de los miedos carac-terísticos de la infancia y la adolescencia. A nuestro juicio, aunque ya existen buenos libros sobre los miedos que exhiben los niños y los adolescentes, aún no se ha publicado ninguno, ni a nivel nacio-nal ni en el ámbito internacionacio-nal, en el que se anacio-nalicen de forma específica y con suficiente detenimiento las innovaciones sobre la estructura, prevalencia, intensidad y adquisición de los miedos característicos de la infancia y la adolescencia. Desde el punto de vista psicopatológico, pensamos que un análisis riguroso sobre estos fenómenos está más que justificado para arrojar algo de luz sobre los enigmáticos miedos infantojuveniles, a la vez que podría servir para mejorar la evaluación, la prevención y el tratamiento de dichos miedos.

El libro se hace eco de numerosas innovaciones que se han ve -nido produciendo en el estudio de los miedos infantojuveniles y adultos (aunque enfatizando de forma especial las primeras), tales como, por ejemplo, la reciente revisión de la teoría de la prepara-ción de las fobias, las diferencias en los contenidos de los miedos en función de la edad y el sexo, las dimensiones estables que sub-yacen a los miedos infantojuveniles, la naturaleza jerárquica de los miedos y las fobias, la similitud entre las dimensiones de los miedos infantiles y adultos, la contrastación de evidencia transcultural con el FSSC-R, la generación de nuevos cuestionarios de autoinforme para evaluar los miedos, la constatación de la elevada prevalencia de miedos durante la infancia y la adolescencia, el predominio de ciertos pa trones de miedos durante la mayor parte del periodo evolutivo, la implicación del condicionamiento directo e indirecto

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(vi cario y verbal) en la adquisición de la mayoría de los miedos y fobias, la implicación de nuevas variables relacionadas con la vulnerabi lidad a los miedos (p.ej., sensibilidad a la ansiedad, sensi-bilidad al asco), la posible relevancia de una vía no asociativa (inna-ta) en la adquisición de ciertos tipos de miedos, o, finalmente, la notable in fluencia que parece ejercer la familia, especialmente la madre, por vías indirectas (modelado e información negativa) en el establecimiento de los miedos y las fobias que exhiben los niños.

Por tanto, mediante el presente libro pretendemos mostrar gran parte del fruto de la moderna investigación sobre los miedos y las fobias que acontecen especialmente antes de la edad adulta. Pensamos que proporciona información que puede resultar de gran ayuda para conocer mejor los numerosos temores que envuel-ven al niño; ello, sin duda, redundaría también en un mejor cono-cimiento de los miedos que se dan en los adultos. La información analizada en el libro posee indiscutible relevancia y/o implicacio-nes relacionadas con la etiología, la clasificación, el diagnóstico, la evaluación, la prevención y el tratamiento de los miedos y las fobias que suceden durante la infancia y la adolescencia.

Rosa M. Valiente Bonifacio Sandín Paloma Chorot

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Los miedos son fenómenos muy comunes durante la infancia y la adolescencia, presentan características evolutivas (ontogené -ticas), suelen descender con la edad, tienden a ser más frecuentes en las niñas que en los niños, y no suelen darse al azar, sino que poseen un significado biológico-evolutivo (filogenético). Antes de abordar estos (naturaleza evolutiva de los miedos) y otros aspectos centrales del presente libro (estructura y adquisición de los mie-dos), merece la pena que dediquemos cierta atención a la concep-tuación del constructo de miedo y a su diferenciación respecto a otros conceptos relacionados, como la ansiedad y las fobias. La presentación de tal diferenciación no pretende en ningún mo -mento ser exhaustiva, sino más bien establecer de forma introduc-toria dicha separación con el único propósito de delimitar nuestro marco de análisis.

I. DIFERENCIACIÓN ENTRE EL MIEDO Y LA ANSIEDAD

La ansiedad y el miedo con frecuencia se han utilizado como conceptos intercambiables, si bien se han señalado también al -gunos aspectos que podrían servir para diferenciarlos. La

ansie-dad suele definirse como «una reacción emocional consistente

en sentimientos de tensión, aprensión, nerviosismo y preocupa-ción, acompañados de activación del sistema nervioso autóno-mo simpático (sudoración, aceleración de la frecuencia cardiaca y respiratoria, temblor, etc.). La ansiedad posee la característica particular de ser de naturaleza anticipatoria. Es decir, posee la capacidad de anti cipar o señalar un peligro o amenaza para el

DELIMITACIONES SOBRE

EL CONCEPTO DE MIEDO

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propio individuo» (Sandín, 1997, pp. 4-5). Específicamente hablando, la ansiedad consiste en una anticipación tensa y desa-gradable de una amenaza vaga. Una persona con ansiedad tiene dificultades para identificar la causa de sus reacciones de males-tar o la naturaleza del suceso anticipado; generalmente, se trata de una anticipación de sucesos difusos. En la ansiedad no está claro ni el comienzo ni el final de la reacción de ansiedad, pues suele tratarse de un estado generalizado y persistente (Rachman, 1998; Sandín, 1999a).

El concepto de miedo es equivalente al de ansiedad, pero difiere de esta porque la reacción no es difusa, puesto que ocu-rre como respuesta a un estímulo concreto, real o imaginario (Marks, 1969). Como ha sugerido Rachman (1998), estricta-mente ha blando el término miedo es utilizado para describir una reacción emocional a un peligro específico percibido, es decir, donde la amenaza es identifi cable (p.ej., una serpiente venenosa o subirse a un avión). La mayoría de las reacciones de miedo son intensas y poseen la cualidad de una «reacción de emergencia». Esta caracterización del miedo implica que este tenga otras propiedades que no están presentes en la ansiedad, tales como (1) que el miedo se desvanezca al desaparecer el objeto o situación amenazante (p.ej., por escape o evitación), o (2) que tenga un comienzo y un final claramente delimitado en el espacio y en el tiempo (asociados a la aparición y desaparición del estímulo).

Algunos autores han separado el miedo de la ansiedad de acuerdo con la vinculación o tendencia hacia la acción (Epstein, 1972; Öhman, 1993). Tal y como indican estos autores, el miedo suele estar vinculado a la acción, bien mediante la pues-ta en marcha de conducpues-tas de evipues-tación o huida, o bien median-te la inactividad absoluta (i.e., conducta de «quedarse congela-do» o paralización). Por tanto, según esta distinción, el miedo puede ser interpretado como un mo tivo que lleva necesaria-mente al impulso de evitación o escape, mientras que, por el contrario, la ansiedad consiste en un estado de activación no dirigido o no resuelto. Un estado de activación no dirigido puede asociarse, por ejemplo, a situaciones en las que es

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impo-sible la discriminación del estímulo, mientras que, en un estado de activación no resuelto, la acción no se produce a causa de que las situaciones pueden ser de natura leza incontrolable (Öhman, 1993).

Tal vez, una de las aproximaciones teóricas más aceptadas, sobre todo en el ámbito de la psicopatología de la ansiedad, es la formu lada por Barlow (1988). Barlow establece una separa-ción entre el miedo, considerado este como una «alarma primi-tiva», y la ansiedad, considerada como una respuesta de «apren-sión ansiosa». El miedo, o alarma primitiva, se produce en respuesta a una situación de peligro presente, y se caracteriza por una reacción de emergencia o «reacción de lucha-huida», con activación del sis tema nervioso autónomo simpático; puede poseer, por tanto, una finalidad claramente adaptativa. En cam-bio, la ansiedad es una combinación difusa de emociones donde predomina la aprensión o «aprensión ansiosa» (estructura difu-sa cognitivo-afectiva). Esta estructura es de naturaleza difudifu-sa porque puede estar asociada a cualquier situación o suceso, y porque puede manifestarse con marcadas diferencias interindi-viduales, e incluso con diferencias en la misma persona a través del tiempo. Aparte de la activación elevada y la percepción de incontrolabilidad, que son fenó menos comunes a las reacciones de miedo, la ansiedad (o aprensión ansiosa) implica una focali -zación desadaptativa de la atención hacia uno mismo (orienta-ción autoevaluativa de la aten(orienta-ción).

Así pues, según la diferenciación establecida por Barlow (1988), el miedo constituye un fenómeno filogenético, inalterado por la cul-tura, y vinculado a nuestro sistema ancestral de defensa/protección. La ansiedad, en cambio, es un fenómeno más cognitivo y difuso, que se constituye a partir de una combinación compleja de operaciones emotivo-cognitivas y conductuales (Sandín, 1999a; Sandín y Chorot, 1991).

Recientemente, Gullone, King y Ollendick (2000) han apor -tado evidencia psicométrica a favor de una separación entre los constructos de miedo y ansiedad, y más específicamente en apoyo de la distinción conceptual establecida por Barlow (1988). Una de las pruebas concluyentes de estos autores, tras la

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aplica-ción del nuevo cuestionario FEQ (Fear Experiences

Questionnai-re), fue la obtención de dos factores separados, uno

representa-tivo del constructo de miedo y otro del constructo de ansiedad (un tercer factor, que denominaron «experiencias fisiológicas», consistía básicamente en manifestaciones fisioló gicas de la ansie-dad). Gullone et al. concluyen su trabajo diciendo que tales resultados «proporcionan apoyo empírico a la afirmación de que el miedo y la ansiedad están conceptual y experimentalmente relacionados, pero en último término son dos fenómenos distin-tos» (p. 73).

TABLA1

Factores comunes al miedo y la ansiedad 1. Anticipación de un peligro

2. Tensión y aprensión 3. Activación elevada 4. Estado emocional negativo 5. Intranquilidad

6. Orientación hacia el futuro 7. Cambios corporales manifiestos

8. Sensaciones desagradables (malestar emocional y corporal)

Nota: Tomado de Sandín (1999a, p. 19).

Gullone et al. (2000) sugieren, así mismo, que sus hallazgos son muy consistentes con la separación que hace Barlow (1988) entre la ansiedad y el miedo. Como indicamos arriba, para Bar-low la an siedad es fundamentalmente un estado del ánimo orientado hacia el futuro; emoción que, a niveles óptimos, posee la función adaptativa de mejorar el rendimiento. En cambio, el miedo sensibiliza al organismo para sobrevivir ante el peligro, es decir, re presenta una reacción emocional con fuertes tendencias hacia la acción (i.e., escape) y, en último término, alerta del peli-gro y promueve la supervivencia; el miedo es una emoción pri-mitiva y bá sica.

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TABLA2

Diferencias entre el miedo y la ansiedad

Miedo Ansiedad

Focalización específica de la amenaza Origen incierto de la amenaza Conexión conocida entre la amenaza Conexión desconocida entre

y la respuesta (miedo) la amenaza y la respuesta (ansiedad)

Normalmente episódico Prolongada

Tensión circunscrita Intranquilidad generalizada Amenaza identificable Puede darse sin objeto Provocada por señales de amenaza De comienzo incierto Disminuye al retirarse la amenaza Persistente

Área de amenaza circunscrita Sin límites claros

Amenaza inminente Amenaza raramente inminente Cualidad de una emergencia Vigilancia mantenida

Sensaciones corporales Sensaciones corporales

de emergencia de vigilancia

Motivo de evitación/escape Estado de activación no dirigido (dirigido a la acción) a la acción

Nota: Tomado de Sandín (1999a, p. 20).

Recientemente, nuestro grupo de investigación ha aportado datos a favor de la distinción entre el miedo, la ansiedad y la depresión en una muestra amplia de niños y adolescentes (Valien-te, Sandín y Chorot, 2002a). En dicho estudio observamos que la varianza común entre la intensidad de miedo y el rasgo de ansie-dad oscilaba entre el 0,09% y el 29%, lo cual denota que se trata de dos constructos claramente diferentes. Los resultados obte -nidos en este trabajo indicaban, así mismo, la existencia de corre-laciones moderadas entre el miedo y la ansiedad y/o la afectividad negativa, y correlaciones bajas entre el miedo y la depresión. Tales datos, aparte de significar una clara evidencia a favor de la distin-ción entre el miedo y la ansiedad en la infancia y la adolescencia, fueron también interpretados por nosotros en términos del mo -delo tripartito de la ansiedad y la depresión (véase Sandín, 1997), y en línea con la modificación al mismo que supone la separación

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entre el miedo y la ansiedad (Muris, Schmidt, Merckelbach, y Schouten, 2001; Valiente, Sandín y Chorot, 2002b).

Aparte de otras posibles distinciones que podrían establecerse entre los conceptos de miedo y ansiedad, a modo de resumen pre-sentamos en las Tablas 1 y 2 una síntesis de algunos de los aspec-tos más relevantes que se han venido señalando, tanto en lo que concierne a los factores comunes a la ansiedad y el miedo (Tabla 1), como en lo que concierne a las características distintivas de dichos constructos (Tabla 2). Por tanto, entenderemos el miedo como un fenómeno que, aunque se asemeja a la ansiedad en cier-tos aspeccier-tos, difiere de esta en múltiples facetas.

II. DIFERENCIACIÓN ENTRE EL MIEDO Y LA FOBIA Los conceptos de miedo y fobia suelen emplearse con cierta frecuencia en la literatura científica para significar un mismo fenó-meno, si bien existen algunos aspectos que nos conducen a la necesidad de establecer cierta distinción entre ambos. Es también obligado, por consiguiente, que inicialmente refiramos algunas de las características que se han señalado para diferenciar los miedos de las fobias, si bien asumiendo que se trata de conceptos extre-madamente cercanos y difíciles —si no imposibles— de separar en muchas condiciones.

La diferencia entre el miedo y la fobia es esencialmente de tipo cuantitativo (Taylor, 1998). El miedo puede consistir en una res-puesta normal, razonable y apropiada ante un peligro potencial. La fobia, en cambio, puede definirse como un miedo extremo, y por tanto implica una consideración clínica del miedo (Sandín, 1999a). Una caracterización más precisa de las fobias, asumida internacionalmente, es la ya clásica conceptuación establecida por Marks (1969). Según ha señalado este autor, las fobias son miedos que reúnen las siguientes características:

1. Son miedos intensos y desproporcionados con respecto al peligro real de la situación; durante edades no infantiles la persona suele ser consciente de que el miedo es excesivo.

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Por ejemplo, una reacción de terror a viajar en avión, en un vuelo normal, es una respuesta desproporcionada.

2. Las reacciones de miedo son irracionales (no pueden ser explicadas ni razonadas). Los argumentos lógicos suelen ser irrelevantes (p.ej., el hecho de explicar al individuo el ca rácter inocuo de la situación no suele ser efectivo para re -ducir el miedo). En edades no infantiles, la persona suele ser consciente de que las respuestas de miedo son irracionales. 3. Las respuestas de miedo no pueden ser controladas

volunta-riamente. Los esfuerzos de la persona para vencer el miedo suelen ser inefectivos.

4. El miedo conduce a la evitación de la situación temida. Esta es una característica típica de las fobias. La persona evita la situación amenazante o escapa si inesperadamente se encuentra ante ella. En ocasiones se tolera la situación pero experimentando un elevado nivel de miedo y malestar. Un aspecto importante que debemos resaltar es que, si bien la conceptuación establecida por Marks (1969) delimita muy bien las propiedades esenciales de las fobias, no tiene en consi-deración la posibilidad de que las reacciones de miedo pueden formar parte del desarrollo normal del individuo, ya que los mie-dos que son transitorios y están vinculamie-dos a la edad no deberían ser considerados como fobias (King, Hamilton y Ollendick, 1994; Sandín, 1997). Estos autores sugieren considerar como prefe-rente la definición de Miller, Barrett y Hampe (1974), ya que resulta más apropiada cuando se trata de las fobias que se dan en la infancia y la adolescencia. Un análisis riguroso en el que se detallan estas y otras características en relación con la distinción entre la ansiedad, el miedo y la fobia ha sido presentado por Pelechano (1984).

De acuerdo con Miller et al. (1974), una fobia es una forma especial de miedo que implica las siguientes condiciones:

1. No guarda proporción con el peligro real de la situación. 2. No puede ser explicado ni razonado.

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3. Está fuera del control voluntario. 4. Lleva a evitar la situación temida.

5. Persiste más allá de un periodo prolongado de tiempo. 6. El miedo es desadaptativo.

7. No se asocia a una edad o etapa específica del desarrollo. Como puede apreciarse, las cuatro primeras características coinciden con las propuestas por Marks (1969). No obstante, la caracterización de Miller et al. (1974), al poner énfasis en la natu-raleza transitoria de los miedos y en su curso evolutivo, se con-vierte probablemente en la definición más aceptada de la fobia dentro del ámbito de la infancia y adolescencia (King et al., 1994; Sandín, 1997).

En su revisión sobre la conceptuación de las fobias infantiles, King y colaboradores destacan como características relevantes la magnitud o intensidad, el efecto desadaptativo y la duración. Se ha sugerido, en este sentido, que las fobias son aquellos miedos que tienen una duración mínima de dos años o una intensidad que per-turba la actividad cotidiana del niño. Puesto que el criterio de los dos años no tiene en cuenta la intensidad de malestar experimen-tado por el niño durante dicho periodo, estos autores indican que tal vez el criterio más significativo para definir un miedo como fobia vendría dado por el malestar personal (sufrimiento) y la interferencia en la vida cotidiana del niño o adolescente.

Aparte de estas consideraciones conceptuales, una interpre-tación clínica de las fobias, basada por ejemplo en los criterios de diagnóstico que se establecen en el DSM-IV (APA, 1994), supone la asunción de los siguientes 7 criterios: (a) miedo exce-sivo o irracional persistente, (b) respuesta asociada inmediata de miedo tras la exposición al estímulo fóbico (puede consistir en una reacción de pánico), (c) conciencia subjetiva de que el miedo es excesivo o irracional (excepto en los niños), (d) con-ducta de evitación o tolerancia con sufrimiento, (e) nivel signifi-cativo de interferencia o malestar, (f) duración de los síntomas no menor de 6 meses (excepto en menores de 18 años), y (g) las respuestas de miedo no deben explicarse mejor por otros tras-tornos psicológicos.

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III. COMENTARIO

Asumimos, por tanto, que los conceptos de ansiedad y miedo poseen muchos aspectos comunes, aunque también aspectos cla-ramente diferenciales. Es cierto que con frecuencia se emplea de forma genérica el término de ansiedad para referirse a diferentes manifestaciones emocionales, entre las que se incluye el miedo. Sin embargo, salvo que se especifique otra alternativa, en lo que sigue, nos referiremos al miedo como algo diferente de la ansiedad y, en general, según los términos que hemos señalado en el presente capítulo. Por otra parte, entenderemos los miedos como entidades no clínicas (i.e., no coinciden con las fobias), es decir, como con-diciones que pueden ser consideradas como relativamente norma-les, integradas en el desarrollo, y que desempeñan un valor adap-tativo y de supervivencia. Estos miedos, no obstante, si son intensos y se prolongan más allá de los límites que impone el pro-ceso evolutivo, pueden llegar a ser desadaptativos para el indivi-duo. Puesto que, como hemos indicado arriba, los miedos difieren de las fobias básicamente en términos cuantitativos, en ocasiones será obligado hacer alusión a las mismas con objeto de ubicar más adecuadamente el significado psicopatológico de algunas caracte-rísticas de los propios miedos.

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Como ha subrayado Sandín (1997, pp. 25-35), el miedo posee una naturaleza evolutiva por excelencia, tanto desde el punto de vista filogenético como ontogenético. La cualidad filo-genética de los miedos viene dada por el hecho de existir una predisposición en la especie humana para reaccionar con miedo ante determi nados tipos de estímulos, estímulos estos que po -seen un signifi cado biológico-adaptativo de supervivencia. Aun-que se han refe rido otros puntos de vista alternativos, tales como la orientación no asociativa (i.e., basada en el carácter heredita-rio de los miedos; p.ej., Menzies y Clark, 1995a), la perspectiva que mejor describe las propiedades filogenéticas de los miedos es la teoría de la preparación. Por lo que respecta a la cualidad ontogenética de los miedos, nos referimos a que los miedos podrían ser considerados como fenómenos adaptativos del de -sarrollo del individuo, con la función de promover la supervi-vencia. Tanto el nivel general de miedos como el contenido de los mismos parecen modificarse a medida que se pasa de la edad infantil a la adolescencia. En este capítulo veremos, por tanto, algunos aspectos relacionados con las propiedades filogenéticas y ontogenéticas de los miedos.

I. ASPECTOS FILOGENÉTICOS DE LOS MIEDOS

El significado filogenético de los miedos viene dado por su carácter selectivo, es decir, por el hecho de que no todos los estí-mulos poseen la misma potencialidad de convertirse en estíestí-mulos evocadores de miedo. Este fenómeno ha sido explicado en tér -minos del constructo de «preparación» (preparedness) (Seligman,

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1971; Öhman, 1987), según el cual el ser humano está filogené -ticamente preparado para asociar respuestas de miedo a determi-nados estímulos (i.e., «estímulos preparados» o estímulos poten-cialmente fóbicos). Estos estímulos o situaciones (p.ej., las arañas, las serpientes, las alturas, las aguas profundas, etc.) suelen im plicar peligros o amenazas para la supervivencia del ser humano y, por tanto, su asociación a las respuestas de miedo ha adquirido un es -pecial valor adaptativo.

Una propiedad inherente a los miedos y las fobias es que no se distribuyen aleatoriamente, sino que unos (p.ej., el miedo a las serpientes, el miedo a las alturas, o el miedo a no poder res-pirar) son mucho más prevalentes que otros (p.ej., el miedo a hablar por teléfono, el miedo a la electricidad, o el miedo a cor-tarse el pelo) (Costello, 1982; Ollendick, King y Frary, 1989; Sandín y Chorot, 1998). Esta característica de no aleatoriedad (i.e., selectividad), propia de los miedos y las fobias, es expli -cada por la teoría de la preparación en términos de (a) una ten-dencia basada genéticamente para temer los peligros «arcaicos» (i.e., estímulos preparados) que interactúa con (b) un proceso de aprendizaje. Dicho en otros términos, como resultado de un proceso evolutivo, los seres humanos pueden aprender con faci-lidad respuestas de miedo ante dichos estímulos, siendo tales respuestas altamente resistentes a la extinción. Esta teoría, por tanto, no explica el miedo como algo innato, sino como algo que se adquiere fácilmente y se extingue con dificultad. Lo innato es la tendencia a establecer tales procesos de aprendizaje ante los estímulos «preparados» de miedo.

Öhman (1986, 1987) ha desarrollado y ampliado la teoría de la preparación postulada inicialmente por Seligman (1971), propo-niendo una versión más detallada de esta. Específicamente, Öhman estableció dos sistemas del miedo basados evolutivamente: (a) el

sistema de defensa ante depredadores, que moviliza el miedo ante

estímulos de animales que suponen un peligro para la superviven-cia del ser humano (p.ej., serpientes, arañas, leones, lobos, etc.), y (b) el sistema de sumisión social, que moviliza el miedo ante la presencia (p.ej., expresión facial) de otros seres humanos. Estos sis temas difieren entre sí en sus funciones adaptativas, los meca

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-nismos de activación del miedo, los patrones de desarrollo, y los tipos de fobias asociadas.

Así, mientras que el sistema de defensa ante depredadores tiene la función de poner en marcha las estrategias defensivas contra los depredadores, el sistema de sumisión social nos ayuda a establecer los patrones de jerarquía social. Similarmente, el sis-tema de de fensa ante depredadores es activado cuando coinciden las características de ser depredador con el condicionamiento aversivo (i.e., presencia de un estímulo incondicionado), mientras que el sistema de su misión social se activa cuando los estímulos sociales (p.ej., expresiones faciales de ira o amenaza) se dan junto a estímulos incondicionados aversivos. El sistema de defensa ante depredadores es necesario incluso en las edades tempranas del desarrollo (p.ej., si un niño se aleja de sus padres) y, como tal, apa-rece temprana mente. En cambio, el sistema de sumisión social tiene una aparición más tardía, pues sólo se hace necesario a par-tir de la adolescencia, i.e., cuando se establecen las jerarquías sociales. Finalmente, ambos sistemas se relacionan diferencial-mente con los tipos de miedos: el sistema de defensa ante depre-dadores se asocia a la aparición de miedos y fobias a los animales, y el sistema de sumisión social se asocia a los miedos sociales. Merece la pena resaltar que la existencia de estos dos sistemas filogenéticos podría explicar la aparición diferencial de ambos tipos de miedos y fobias, esto es, el hecho de que los miedos a los animales presenten una aparición ontogenética más temprana que los miedos de tipo social (véase Merckelbach y De Jong, 1997; Sandín, 1995, 1997).

Aparte de explicar el carácter no arbitrario y la distribución no aleatoria de los miedos y las fobias, o las diferencias entre los tipos de miedos, el concepto de preparación explica otros fenómenos de interés psicopatológico, tales como que los miedos/fobias puedan ser irracionales y resistentes a los argumentos lógicos, o que pue-dan aprenderse respuestas de miedo de forma no consciente (Öhman, 1987; LeDoux, 1996). Se han publicado excelentes aná-lisis mo dernos en los que se describe la teoría de la preparación y la contrastación empírica, así como su significado e implicaciones psicopatológicas (p.ej., McNally, 1987; Merckelbach y De Jong,

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1997; Öhman, 1979, 1986, 1987, 1993; Sandín, 1995). Dado que un análisis más pormenorizado sobre esta cuestión sobrepasaría los ob jetivos del presente capítulo, remitimos al lector que desee una explicación más extensa y detallada a las mencionadas refe-rencias.

Recientemente Öhman y Mineka (2001) han llevado a cabo una interesante reelaboración de la teoría de la preparación, centrada en el concepto de «módulo del miedo desarrollado evolu ti vamente» (evolutionary evolved fear module). Desde el punto de vista evolu tivo, es más probable que la conducta esté organizada en módulos rela tivamente independientes que en mecanismos más generales. Del mismo modo que el cuerpo se compone de órganos independientes que sirven a la superviven-cia y la procreación, los sistemas conductuales y mentales pue-den ser enten didos como órganos o módulos independientes. Como resultado de la selección natural, tales mó dulos han sido configurados para solucionar problemas adaptativos específicos que aparecían con frecuencia en los escenarios evolutivos. Par-tiendo de este concepto evolutivo central basado en Tooby y Cosmides (1990), Öhman y Mineka (2001) han postulado una teoría moderna de la preparación de los miedos y las fobias basada en el concepto de módulo de miedo y en cuatro características vinculadas a dicho módulo, i.e., selecti vidad, automa -ticidad, encapsulación y estructura neural. Brevemente, estas cuatro características son conceptuadas por Öhman y Mineka (2001) como sigue:

1. Selectividad. El módulo del miedo es activado preferente-mente por estímulos específicos relevantes al miedo, parti-cularmente por aquellos que parecen poseer un origen evolutivo. Dicho módulo es activado predominantemente en los contextos aversivos por estímulos recurrentes rela-cionados con amenazas a la supervivencia durante la evo-lución de los mamíferos, estímulos que los animales fácil-mente aprendieron como señales de peligro. Por tanto, los estímulos relevantes al miedo participan fácilmente en asociaciones selectivas con sucesos aversivos (tal y como

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se ha evidenciado a partir de la extensa investigación con humanos y primates). Los estímulos evolutivamente rele-vantes al miedo con frecuencia se convierten en objeto de las fobias humanas y, por tanto, nos ayudan a explicar la

selectividad de las fobias con respecto a los objetos o

situa-ciones que ellos evocan.

2. Automaticidad. En los seres humanos, el módulo del miedo es activado automáticamente por los estímulos relevantes al miedo, no siendo necesario que se produzca un acceso consciente de los estímulos antes de que la respuesta sea evocada. Esta característica ha sido demostrada a partir de estudios basados en técnicas de enmascaramiento (el sujeto no puede percibir conscientemente el contenido del estí-mulo). Mediante este tipo de estudios se ha demostrado, no sólo que los sujetos miedosos o condicionados experimen-talmente muestran respuestas de miedo a los estímulos rele-vantes al miedo enmascarados, sino también que el miedo puede ser condicionado a estímulos evolutivamente rele-vantes al miedo incluso si estos se presentaban de forma enmascarada (i.e., fuera del reconocimiento consciente de los mismos).

3. Encapsulación. El módulo del miedo está encapsulado, en el sentido de que resulta impenetrable al control cogni tivo consciente. Si el módulo es activado por un estímulo de miedo efectivo, el miedo resultante sigue su curso y re sulta muy difícil de controlar por medios cognitivos. Por ejem-plo, una vez que el miedo de un fóbico a las serpientes es activado, dicho miedo no puede ser anulado por el hecho de darse cuenta de que la serpiente en realidad es inocua. 4. Estructura neural. El módulo del miedo refleja la operación

de un circuito neural dedicado a la evocación y condiciona-miento del miedo localizado en la amígdala. La amígdala recibe información (input) más o menos procesada desde diversas áreas del cerebro, incluidos el hipotálamo y la cor-teza cerebral, y controla la expresión (output) emocional a través del hipotálamo y los núcleos del tronco cerebral. Las

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características del circuito neural han sido suficientemente mapeadas en relación con las características del módulo de miedo.

Las diferencias entre el condicionamiento aversivo a los estí mulos irrelevantes o relevantes al miedo estriban en que típica -mente sólo el último accede al módulo de miedo. Se asume que los estímulos evolutivamente relevantes al miedo son suficientes para activar el módulo de miedo si la situación representa, al menos, un nivel medio de aversividad. Por tanto, las respuestas condiciona-das resultantes de los estímulos condicionados relevantes al miedo muestran típicamente las características del módulo de miedo (selectividad, automaticidad y encapsulación), mientras que las respuestas condicionadas a estímulos irrelevantes al miedo se rela-cionan más estrechamente con las expectativas de los sujetos sobre la situación.

El concepto de «módulo del miedo» desarrollado por Öhman y Mineka (2001), no sólo mejora y amplía el concepto sobre la teoría de la preparación de los miedos y las fobias que hasta ahora teníamos, sino que también permite integrar di -versos resultados sobre el miedo obtenidos a partir de diversas fuentes (aprendizaje animal, condicionamiento con seres hu -manos, estudios clínicos, etc.). Más aún, dicho concepto puede ser de gran utilidad futura ya que constituye una estructura heurística de gran valor para la investigación del miedo, así como también para articular la investigación psicológica y neu-rológica que mejore nuestro conocimiento sobre el miedo y la ansiedad.

Como extensión de la teoría de la preparación, Matchett y Davey (1991) desarrollaron el concepto de sistema de evitación

de la enfermedad para referirse a las reacciones de miedo

asocia-das al asco (repugnancia) y a la contaminación. Este sistema, también de naturaleza adaptativa y filogenética, explicaría el miedo a ciertos tipos de animales que podrían calificarse como «asquerosos» y transmisores de suciedad, tales como las arañas, los gusanos, las serpientes, las ratas, etc., pero no el miedo a los animales estrictamente depredadores (p.ej., lobos, leones, tigres,

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osos, etc.). El modelo de evitación de la enfermedad fue suge rido por estos autores como alternativa al modelo de defensa ante depredadores, ya que este último no parecía relevante para ex -plicar el origen de los miedos a estos tipos de animales (Davey, 1994; Matchett y Davey, 1991). De acuerdo con la hipótesis de la evitación de la enfermedad, ciertos animales (p.ej., las arañas, las ratas, las cucarachas) están asociados a la propagación de las enfermedades, a la suciedad y a la contaminación. Por tanto, la aversión a estos animales se relaciona más con el asco que con el miedo a ser atacado.

Un concepto importante que ha sido incorporado al modelo de evitación de la enfermedad es el de sensibilidad al asco. El asco es una emoción básica que ha sido definida como «repugnancia ante la probable incorporación (oral) de algún objeto repelente. Los objetos repelentes son contaminantes; esto es, si tienen contacto, aunque breve, con alimentos aceptables, hacen que la co -mida se convierta en inaceptable» (Rozin y Fallon, 1987; Sandín, 1997, pp. 136-137). En varios estudios se ha constatado que la sensibilidad al asco correlaciona con los miedos a los animales que podrían calificarse como asquerosos o repugnantes pero que no son peligrosos físicamente, tales como las arañas, los gusanos, las ratas, las cuca rachas, etc.; en cambio, no correlaciona con los miedos a los animales típicamente depredadores (p.ej., los tigres, los leones, los lobos, los osos, etc.) (Davey, 1994; Matchett y Davey, 1991). La sensibilidad al asco también se ha asociado posi-tivamente a los miedos del tipo sangre-inyecciones-daño (Sandín, 1997).

La sensibilidad al asco ha sido sugerida como concepto filo-genético útil para explicar algunos aspectos relativos a la adqui-sición y mantenimiento de ciertos tipos de miedos y fobias. Aun-que la mayor parte de la investigación se ha llevado a cabo con miedos no clínicos, recientemente se han publicado algunos estudios que sugieren la existencia de elevados niveles de sensi-bilidad al asco en pacientes con fobias relevantes, tales como la fobia a las arañas (Mulkens, De Jong y Merckelbach, 1996; Tolin, Lohr, Sawchuk y Lee, 1997) y la fobia a la sangre-inyecciones-daño (Tolin et al., 1997).

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II. DESARROLLO DE LOS MIEDOS

Vimos en el apartado anterior que las respuestas de miedo parecen estar preparadas filogenéticamente por su valor adapta tivo y de supervivencia (p.ej., escapar a tiempo de un animal de predador puede significar salvar la vida). Desde el punto de vista ontogenético, las respuestas de miedo a ciertas edades del desarrollo pueden igualmente promover la supervi-vencia del individuo (p.ej., tener miedo a las alturas puede sal-var la vida a un niño que hace poco tiempo ha comenzado a caminar). En los últimos años se han publicado importantes tra-bajos que ponen de relieve el interés de considerar el aspecto evolutivo ontogenético del miedo, tanto por su propio carácter adapta tivo, como por sus implica ciones psicopatológicas y clí-nicas (p.ej., Gullone, 2000; Gullone y King, 1997; Méndez, 1999; Sandín, 1997). En lo que sigue, analizaremos las diferen-cias en los contenidos de los miedos según la edad y el sexo (en el Capítulo 5 comentamos las diferencias en frecuencia e inten-sidad de los miedos).

A. Diferencias en el contenido de los miedos según la edad

Partiendo de diferentes tipos de fuentes metodológicas (entrevistas, cuestionarios de autoinforme, estimaciones de los padres, re gistros retrospectivos, etc.), existe actualmente impor-tante evi dencia sobre los patrones de evolución de los miedos durante los períodos de desarrollo infantojuveniles (Bauer, 1976; Echeburúa, 1993a; Gullone, 2000; Gullone y King, 1997; Hall, 1897; Jersild y Holmes, 1935; King et al., 1994; Marks, 1991; Méndez, 1999; Pelechano, 1981, 1984; Poulton et al., 1997; San-dín, 1996, 1997; Wenar, 1994). Siguiendo la reciente revisión efectuada por Sandín (1997, pp. 25-35), a continuación indica-mos los miedos más comunes en los niños y adolescentes según las diferentes fases del desarrollo (Tabla 3).

Como se indica en la Tabla 3, las diferentes fases evolutivas del niño/adolescente se asocian de manera más o menos específica a

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formas características de miedo que, por su contenido, parecen reflejar un proceso continuo de maduración cognitiva a medida que avanzan las etapas del desarrollo. Los miedos vinculados a cada fase del desarrollo pueden considerarse, por tanto, como «miedos evolutivos», que pueden resultar normales (no suelen ser muy intensos), específicos de cada etapa, y por tanto transitorios (Sandín, 1997).

Durante el primer año (bebé), los niños comienzan a temer los estímulos de su medio inmediato, tales como los sonidos fuertes o la pérdida de apoyo. A medida que avanza el año, se va produciendo un incremento del miedo hacia las personas ex -trañas, los objetos extraños y la separación. En contraste con los miedos que aparecen durante los primeros meses, estos miedos requieren un cierto grado de madurez cognitiva, como por ejemplo la capacidad para recordar y distinguir lo familiar de lo ex -traño.

Con el inicio de la niñez (1-2½ años) se observa que aún siguen siendo importantes los miedos típicos de la primera etapa, esto es, los miedos asociados a la separación y a los extraños. Sur-gen, por otra parte, nuevos miedos relacionados con peligros como ciertos ani males (pequeños animales) y algunos fenómenos naturales (tormentas, etc.). Estos miedos se mantendrán durante la fase de preescolar.

En la etapa de preescolar (2½6 años) se producen impor -tantes cambios. Durante el primer año, las fuentes de miedo pro-ceden de cosas que ocurren en un ambiente inmediato al niño (ruidos, extraños, etc.). En la fase siguiente, el desarrollo cogni -tivo permite incrementar el rango de estímulos generadores de miedo, si bien estos aún mantienen una presencia bastante inme-diata (tormentas, algunos animales, etc.). Durante la edad prees-colar, sin embargo, el desarrollo cognitivo se ha incrementado y el niño es ya capaz de experimentar miedo ante estímulos imagina-rios globales, tales como la oscuridad, los fantasmas y los mons-truos. La mayoría de los miedos a los animales se desarrollan durante este periodo. El miedo a estar solo/a, que es característi-co durante esta etapa, puede característi-constituir un proceso evolutivo a partir del miedo a la separación de los padres.

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Durante la niñez media (6-11 años), merced a un progresivo desarrollo cognitivo, los niños pueden diferenciar las represen-taciones internas de la realidad objetiva, lo cual propicia que los miedos sean ahora más realistas y específicos, desvaneciéndose los temores a los seres imaginarios. Tal vez los miedos más representativos de esta etapa sean los temores relacionados con el daño fí sico (accidentes de tráfico, quemaduras, etc.), la muer-te (miedo a la propia muermuer-te o a la de un familiar) y los miedos médicos (he ridas, sangre, inyecciones, etc.). Algunos miedos novedosos, como el temor al SIDA y el miedo a la separación o divorcio de los padres, pueden ocurrir durante esta etapa y denotan cambios en las circunstancias del entorno social que rodea al niño; de hecho, al gunos autores han referido que estos temores se encuentran entre los más frecuentes tanto en estas edades como durante la preadolescencia y adolescencia (Gullo-ne y King, 1993). Sin embargo, como señalan estos autores, los niños perciben el SIDA como un fenómeno sobrenatural que causa la muerte, mientras que los adolescentes pueden entender el verdadero significado de la enfer medad. Por lo demás, mere-ce la pena resaltar que durante la niñez media adquieren gran relieve los temores a la crítica y al fracaso, y los miedos asocia-dos al ámbito escolar.

La preadolescencia (1113 años) se asocia a una reducción ge -neral de los miedos de tipo animal y a un incremento de los miedos relativos a la crítica y el fracaso (una tendencia que ya se ob -serva al final de la fase anterior). Por otra parte, al suponer el inicio de cambios evolutivos drásticos en la propia imagen (por desarro-llo tanto psicológico como corporal), así como también cambios de tipo social e interpersonal, tienen particular relevancia los te -mores relativos a la autoimagen (p.ej., al aspecto físico), sociales (p.ej., miedo a no tener amigos), económicos y políticos. Los temo-res vinculados al mundo académico (p.ej., fracasar en un examen, exponer una lección en clase, etc.) son igualmente frecuentes en esta etapa.

Durante la adolescencia (13-18 años) se mantienen los miedos que dominan la preadolescencia, aunque adquieren especial relieve algunos temores más característicos como los relacionados con el

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TABLA3

Miedos más comunes en los niños y adolescentes según las diferentes fases del desarrollo

Etapa evolutiva Miedos más comunes Observaciones

PRIMER AÑO (BEBÉ) (0-12 meses) INICIO NIÑEZ (1-2½ años) PREESCOLAR (2½-6 años) NIÑEZ MEDIA (6-11 años) Pérdida de apoyo Sonidos fuertes Las alturas Personas/objetos extraños Separación Objetos amenazadores (que aparecen súbitamente) Separación padres Extraños Tormentas, mar Pequeños animales Insectos Oscuridad Animales en general Quedarse solo/a Fantasmas, monstruos Sucesos sobrenaturales Heridas corporales Daño físico Salud, muerte Escolares

El miedo a los extra-ños puede persistir como timidez; suele sumarse al miedo de separación. Ambos tipos de miedo se han observado en niños ciegos

El miedo a la separa-ción de los padres se intensifica hacia los 2 años. En esta fase apa-rece el miedo a compa-ñeros extraños

Predominan los mie-dos a los seres imagina-rios (fantasmas, mons-truos, etc.). Aparecen los miedos a los anima-les salvajes

Adquieren relevancia los miedos tipo sangre-inyecciones-daño, y los miedos relacionados con el colegio (ren -dimiento académico, compañeros, aspectos sociales)

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sexo, las relaciones interpersonales, el rendimiento personal (p.ej., miedo al fracaso académico y/o social, popularidad), la crítica y la evaluación social. Durante la adolescencia se observa una clara tendencia hacia los miedos que se dan en las personas adultas, como son los miedos que conciernen a las relaciones interperso-nales con amigos y familiares.

Investigaciones recientes basadas en la aplicación de cuestio-narios de autoinforme sugieren, sin embargo, que los miedos rela-cionados con el daño, el peligro físico y la muerte se mantienen como temores preponderantes durante los períodos de la niñez

TABLA3 (Cont.)

Etapa evolutiva Miedos más comunes Observaciones

PREADOLESCENCIA (11-13 años) ADOLESCENCIA (13-18 años) Escolares Sociales Económicos Políticos Autoimagen Sexuales Autoidentidad Rendimiento personal Sociales Académicos Políticos Económicos Se mantienen e incre-mentan los miedos so -ciales y escolares. Se ini-cian los miedos sobre temas económicos y políticos. Aparecen los miedos relacionados con el autoconcepto (au toestima, imagen personal)

Continúan los tipos de miedos característicos de la preadolescencia y adquieren prepon-de-rancia los relacio-nados con el rendi-miento personal, la autoidentidad y las relaciones interperso-nales (con amigos, personas del sexo opuesto)

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media, la infancia y la adolescencia (Gullone y King, 1993, 1997; Ollendick, 1983; Ollendick et al., 1989; Sandín, Chorot, Valiente y Santed, 1998) (véase el Capítulo 5).

B. Diferencias en el contenido de los miedos según el sexo

En términos generales puede afirmarse que, tanto en niños como en adolescentes, sistemáticamente el sexo femenino se asocia a mayores niveles de miedos que el sexo masculino (p.ej., Gullone, 2000; Gullone y King, 1993, 1997; King et al., 1994; Ollendick et

al., 1989; Sandín, 1997; Sandín et al., 1998). No obstante, una

cues-tión de interés concierne a la posibilidad de que existan diferencias debidas al sexo en cuanto al contenido de los miedos.

Así como las diferencias en el contenido de los miedos han sido muy estudiadas en función de la edad, estas lo han sido mucho menos en relación con las diferencias de sexo. Algunas de las diferencias de contenido que han sido referidas indican que las chicas tienden a exhibir más miedo a la oscuridad, a los lugares extraños, a los sonidos, a los objetos o personas extraños, a ser secuestradas, al robo o al asesinato, a las serpientes, a la suciedad, y a los animales. En contraste, los chicos suelen manifestar más miedo al peligro, al daño corporal, al colegio, al fracaso, a las pesa-dillas, y a los seres imaginarios (Gullone, 2000). Si bien resulta fac-tible asumir estas conclusiones a modo general, debe tenerse en cuenta que, según diversos estudios recientes basados en cuestio-narios de autoinforme, las chicas suelen obtener puntuaciones más elevadas que los chicos en la mayoría, si no en todas, las catego rías de miedos (véase el Capítulo 5).

En uno de estos estudios, Gullone y King (1993) constataron que los miedos que mejor discriminaban entre los chicos y las chicas eran los relativos a las ratas, las arañas, las serpientes, los ratones, las casas de aspecto misterioso, estar solo, y tener malos sueños. En nuestro reciente trabajo (Sandín et al., 1998) encon-tramos que los miedos que mejor diferenciaban a los niños de las niñas eran los relacionados con la dimensión de pequeños ani-males y daños menores, dimensión que incluye miedos a ani ani-males

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como los escarabajos, las lagartijas, los murciélagos, las ratas y ratones, las arañas y las serpientes, entre otros. Como puede apreciarse, los resultados de este estudio son semejantes a los referidos por Gullone y King (1993).

C. Estabilidad de los miedos durante la infancia y la adolescencia

Si los miedos tienen un significado evolutivo y aparecen en las diferentes fases del desarrollo en función de este significado, pa -rece lógico suponer que los miedos deberían ser fenómenos tran-sitorios, i.e., deberían presentar un patrón decreciente a medida que avanza el propio desarrollo del individuo (al menos ciertos temores pertenecientes a fases anteriores deberían desvanecerse al pasar el individuo a nuevas etapas evolutivas).

En términos generales, la mayoría de las investigaciones longi-tudinales tienden a indicar que los miedos presentan un patrón des-cendente paralelo al incremento de la edad, sobre todo a partir de la niñez media (Cummings, 1946; Gullone, 2000; Gullone y King, 1997; Jersild y Holmes, 1935; Poulton et al., 1997; Spence y McCat-hie, 1993; Sandín, 1997). No obstante, aunque el desvanecimiento de los miedos parece ser un fenómeno común, no suele ser general para todos los tipos de miedos.

Varias publicaciones clásicas han referido descensos signi -ficativos en los niveles de miedos, siendo mayor el declive en los niños más jóvenes (Cummings, 1946; Draper y James, 1985; Jer-sild y Holmes, 1935). Estudios más recientes (p.ej., Dong, Xia, Lin, Yang y Ollendick, 1995; Gullone y King, 1997) han cons tatado, sin embargo, que, aunque se evidencia una tendencia ge -neral de descenso de los niveles de miedo con el aumento de la edad —caída que parece mantenerse hasta la época de la prea-dolescencia o aprea-dolescencia, momento a partir del cual los mie-dos parecen estabilizarse—, algunos miemie-dos no sólo no dismi-nuyen sino que suelen aumentar. Estos son los miedos de tipo médico (p.ej., temores relacionados con visitar al médico, ir al hospital, recibir una inyección), de estrés psíquico (p.ej., te -mores relativos a hablar en clase, no tener amigos, perder los

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amigos, el fracaso, las críticas), y los relacionados con el peligro y la muerte.

III. CONCLUSIONES GENERALES

En el presente capítulo hemos puesto de relieve que los mie-dos poseen un componente evolutivo inseparable de su natura leza. Por una parte, los miedos están enraizados con la filogenia de la especie humana, poseyendo como tales un valor adaptativo y de supervivencia. El aspecto filogenético de los miedos indica que el individuo hereda, en cuanto ser humano, la capacidad para apren-der fácilmente respuestas de miedo a ciertos objetos o situaciones («estímulos preparados» filogenéticamente). La teoría que mejor explica la naturaleza filogenética de los miedos y las fobias es la «teoría de la preparación», la cual incluye el sistema de defensa ante depredadores y el sistema de sumisión social. Posterior mente, y como extensión de esta teoría, se ha añadido el sistema de evita-ción de la enfermedad. La teoría de la preparaevita-ción, en su revisión actual basada en el concepto de «módulo del miedo», explica el origen filogenético de los miedos, la naturaleza no aleatoria de estos, así como su carácter irracional y automático, su resistencia a la extinción y la fácil adquisición, incluso de modo no consciente, y su vinculación con un circuito neural específico gobernado por la amígdala.

El aspecto ontogenético de los miedos indica que estos desem-peñan un papel adaptativo y de supervivencia durante las etapas de desarrollo del individuo. Por consiguiente, el contenido de los miedos debería variar a medida que el individuo avanza en sus eta-pas evolutivas desde la fase de bebé hasta la adolescencia. El aná-lisis que hemos presentado indica que, durante las primeras etapas del desarrollo, el niño generalmente tiene miedo a los estímulos de su entorno inmediato o a los estímulos de naturaleza concreta. Con el paso de la edad, los miedos se hacen más anticipatorios, más abstractos y más imaginarios. Posteriormente sobrevienen otros tipos de miedos más realistas (miedos al daño físico, a la muerte, etc.). Durante la preadolescencia y adolescencia predo

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-minan los miedos de estrés psíquico, sobre todo los de tipo inter-personal.

Al margen de la etapa evolutiva y del tipo de miedo de que se trate, la evidencia empírica tiende a indicar que existen diferencias de sexo importantes, en el sentido siguiente: las niñas y las chicas suelen exhibir siempre más miedo que los niños y los chicos. No obstante, parece que existen algunos tipos de miedos que diferen-cian entre ambos sexos de forma más significativa que otros, en concreto, los miedos relacionados con los pequeños animales y daños menores (p.ej., miedos relativos a animales como las ratas, lagartijas, arañas, serpientes, etc.).

Finalmente, hemos visto que, como tendencia general, los estudios longitudinales indican que los miedos infantiles suelen ser transitorios, observándose un desvanecimiento de estos en para -lelo al incremento de la edad y la maduración. Este decremento de los temores tiende a ser más marcado antes de la preadolescencia. A partir de los 11 años los miedos parecen estancarse, sobre todo los relacionados con el peligro y la muerte. Los miedos asociados a las situaciones médicas (miedo a los hospitales, miedo a la san-gre) y al estrés psíquico (p.ej., miedo a hablar en clase, miedo al fracaso, etc.), no sólo no disminuyen, sino que tienden a incre-mentarse con la edad.

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Antes de analizar las características estructurales de los miedos relativos a la infancia y la adolescencia, parece necesario comentar, aunque sólo sea brevemente, las dimensiones que han sido suge ridas para los miedos que exhiben las personas adultas. El estudio de la estructura de los miedos constituye en sí mismo un objetivo de pri-mer orden y de gran trascendencia para la psicopatología de los miedos, puesto que la categorización es un paso necesario y obli-gado en el avance del conocimiento de toda ciencia. Además, el hecho de conocer las posibles dimensiones de los miedos, no sólo posee un significado descriptivo y etiológico en la psicopatología de los miedos y las fobias, sino que también puede tener claras implicaciones clínicas (p.ej., para el diagnóstico y tratamiento). Supone, así mismo, un paso necesario para el estudio de la validez de los tipos de fobias descritos actualmente por el Diagnostic and

statistical manual of mental disorders (i.e., DSM-IV; APA, 1994),

sin duda, el sistema de diagnóstico clínico de los trastornos psico-lógicos más utilizado.

Puesto que los miedos poseen propiedades evolutivas filogenéti-cas y ontogenétifilogenéti-cas, estos no se producen al azar sino que se asocian a determinados grupos de estímulos. Estos estímulos, preparados filogenéticamente, parecen poseer significados especiales para el desarrollo individual, lo cual significa que unos grupos de miedos son más preponderantes en unas edades que en otras. Estas carac-terísticas evolutivas vienen a indicar que los miedos deberían agru-parse en categorías diferenciales, es decir, según sus signifi cados filogenéticos y ontogenéticos. Aunque los estudios sobre las dimen-siones de los miedos son antiguos, sólo recientemente disponemos de evidencia que proporciona información bastante consistente a este respecto. En nuestra exposición seguiremos muy de cerca el

ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS:

ESTUDIOS CON ADULTOS

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análisis reciente sobre la estructura de los miedos y las fobias lle-vado a cabo por Sandín y Valiente (1999, pp. 26-29) y Sandín (1999b, pp. 48-53).

I. APORTACIONES PRELIMINARES SOBRE LA ESTRUCTURA DE LOS MIEDOS

La investigación sobre la estructura de los miedos, basada en la aplicación de técnicas estadísticas de análisis factorial sobre con-juntos de items de cuestionarios de miedos, a veces ha dado lugar a resultados poco conclusivos. Los principales cuestionarios de miedo que se han aplicado con esta finalidad han sido el Fear

Sur-vey Schedule-II (FSS-II; Geer, 1965) y el Fear SurSur-vey Schedule-III

(FSS-III; Wolpe y Lang, 1964). Estos son, por otra parte, los cues-tionarios basados en listas amplias de miedos que más se utilizan en psicología clínica en general, tanto en investigaciones sobre psi-copatología de los miedos como en terapia.

A. Evidencia basada en el FSS-II

El FSS-II fue elaborado por Geer (1965) y consta de 51 items, los cuales fueron obtenidos según criterios empíricos. Aunque su publicación fue posterior a la del FSS-III, la razón por la que se ha denominado FSS-II se debe a que su autor llevó a cabo algunos trabajos con este cuestionario antes de la publicación del FSS-III. El FSS-II fue diseñado para ser utilizado preferentemente en tra-bajos de investigación, más que como ayuda en terapia. Este cues-tionario ha sido validado criterialmente comparando sujetos con altos y bajos niveles de miedo en pruebas objetivas de evitación conductual (Sandín, Chorot y Valiente, 1999, pp. 93-94).

Bernstein y Allen (1969) aplicaron el FSS-II a una muestra de estudiantes universitarios y obtuvieron una estructura de 5 dimen-siones factoriales primarias. Sin embargo, en esta estructura de los miedos de 5 factores, no coincidían exactamente los tipos de fac-tores (contenidos de los miedos) para las submuestras de varones y mujeres. Los cinco factores sugeridos por estos autores para la

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muestra de varones fueron como sigue, y por este orden: (1) miedo a la muerte y a la enfermedad, (2) miedo a la interacción social, (3) miedo a la evaluación social negativa, (4) miedo a los organismos vivos, y (5) miedo a la violencia. En el grupo de mujeres, los fac-tores aislados fueron: (1) miedo a la interacción social, (2) miedo a la muerte-enfermedad-daño, (3) miedo a los organismos vivos, (4) miedo a la evaluación social negativa, y (5) miedo al agua.

Como puede observarse, las dimensiones del FSS-II no son invariantes en función del sexo. Las diferencias aparecen tanto en la estructura factorial como en el orden de los factores coin -cidentes. En cuanto a las variaciones de la estructura factorial, se observa que el último factor es diferente según se trate del grupo de varones (i.e., miedo a la violencia) o del grupo de mujeres (i.e., miedo al agua). En lo que concierne al número de dimen-siones, cabe resaltar que en ambos casos se mantiene una estruc-tura de 5 factores. No obstante, el último factor («la violencia» en los va rones y «el agua» en las mujeres), parece consistir en un factor residual, lo cual, de ser así, indicaría que la estructura sim-ple estaría mejor representada por cuatro factores (en lugar de cinco).

Liddell, Locker, y Burman (1991) analizaron la estructura fac-torial del FSS-II a partir de una muestra de personas mayores de 50 años. Aislaron 6 factores para la submuesta de varones y 6 para la de mujeres. De forma semejante a lo que ocurría en el estudio de Bernstein y Allen (1969) con sujetos jóvenes, Liddell et al. (1991) hallaron diferencias en la estructura factorial entre ambos grupos de sujetos. Es decir, obtuvieron los siguientes factores para el grupo de varones: (1) miedo al fracaso/evaluación negativa, (2) miedo a los animales, (3) miedo a la interacción social, (4) miedo al agua, (5) miedos agorafóbicos, y (6) miedos a la muerte y a morir; y para el grupo de mujeres: (1) miedo a los animales, (2) miedo al fraca-so/evaluación negativa, (3) miedos agorafóbicos, (4) miedo a la interacción social, (5) miedo a la muerte y a morir, y (6) miedo a pérdidas de personas.

En primer lugar, podemos observar en el estudio de Liddell et

al. (1991) que, aunque semejantes, las estructuras factoriales de

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fac-tor del grupo de varones («miedo al agua») no está presente en el grupo de mujeres, y un factor del grupo de mujeres («miedos a la pérdida de personas») no está presente en el grupo de varones. Curiosamente el factor «miedo al agua» aparecía sólo en el grupo de mujeres en el estudio de Bernstein y Allen (1969), lo cual pa -rece denotar que estas diferencias entre grupos de sexo podrían indicar la presencia de artefactos metodológicos (p.ej., criterios de extracción de los factores) más que diferencias reales en las dimen-siones factoriales. Este aspecto también podría explicar las dife-rencias entre los resultados de estos últimos autores y los de Lid-dell et al. (1991) (Sandín y Valiente, 1999).

B. Evidencia basada en el FSS-III

El primer cuestionario formal diseñado para la evaluación de los miedos fue el FSS-I (Lang y Lazovik, 1963), el cual consistía en 50 items basados en un estudio no publicado de Akutagawa (1956). El FSS-III original consta de 76 situaciones de temor (Wolpe y Lang, 1964), siendo posteriormente modificado ligera-mente en algunas revisiones que ha venido sufriendo. Este cues-tionario fue construido fundamentalmente para su aplicación en el contexto clínico, sobre todo como instrumento de ayuda en la terapia de conducta de los miedos y las fobias. Aunque inicialmen-te los difereninicialmen-tes miedos que incluye el FSS-III fueron agrupados por los autores siguiendo una estrategia racional en cinco catego -rías (miedos a los animales, miedos sociales e interpersonales, mie-dos al daño, a la enfermedad y a la muerte, miemie-dos a los ruimie-dos, y otros miedos clásicos; Wolpe y Lang, 1964), los estudios empíricos con este cuestionario no han validado estas cinco dimensiones (Sandín et al., 1999).

Al igual que ocurría con el FSS-II, la factorización del FSS-III no siempre ha permitido establecer estructuras factoriales coinci-dentes, sobre todo cuando se trata de estudios con sujetos clínicos. Además, debe tenerse en cuenta que el FSS-III se ha aplicado con distintas variantes (p.ej., número de items), lo cual podría justi ficar la falta de coincidencia en los factores hallados en los distintos estudios (Sandín y Valiente, 1999).

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II. APORTACIONES DEL GRUPO DE ARRINDELL

Arrindell ha llevado a cabo varios estudios sobre la estructura de los miedos partiendo del FSS-III, tanto con pacientes fóbicos (Arrin-dell, 1980) como con participantes no clínicos (estudiantes universi-tarios pertenecientes a tres países diferentes, i.e., Estados Unidos de América, Gran Bretaña y Holanda) (Arrindell, 1987). Arrindell con-cluyó que un grupo de elementos (52 items) del cuestionario parecía relacionarse de forma consistente con 5 factores que se mantenían estables en muestras de distintos países. Estos factores configuraban los siguientes tipos de miedos: (1) miedos sociales, (2) miedos agora-fóbicos, (3) miedos al daño, a la muerte y a la enfermedad, (4) mie-dos a situaciones de agresión sexual, y (5) miemie-dos a los animales. Aunque con algunas matizaciones, estos factores parecían mantener-se a través de las diferentes culturas.

Así pues, en principio parece que, aunque no todas, al menos un grupo amplio de las situaciones potencialmente fóbicas descritas en los cuestionarios de miedo podrían agruparse de forma consistente en varias dimensiones, algunas de las cuales tienden a aparecer en diversos estudios en los que se han factorizado dichas pruebas. No obstante, ante la confusión y desencanto que parecía existir tras la aparente disparidad de resultados con las factorizaciones de los prin-cipales cuestionarios de miedos, Arrindell, Pickersgill, Merckelbach, Ardon y Cornet (1991a) revisaron 38 estudios de análisis factorial lle-vados a cabo en 12 países diferentes y publicados entre 1957 y 1990. En estos estudios se habían efectuado análisis a partir de cuestionarios de miedos al uso (sobre todo el FSS-III). Los autores concluyeron que más del 90% de los 194 factores de primer orden que fueron identi-ficados en 25 estudios fiables podía asignarse a uno de los siguientes 4 factores (véase la Tabla 4 para una descripción del contenido de cada uno de estos cuatro factores):

1. Miedos a sucesos o situaciones interpersonales,

2. miedos a la muerte, al daño, a la enfermedad, a la sangre y a las intervenciones quirúrgicas,

3. miedos a los animales, y 4. miedos agorafóbicos.

Referencias

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