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Historia Sagrada Para Las Clases de Religión - Autores Varios

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HISTORIA SAGRADA

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AUTORES VARIOS

HISTORIA SAGRADA Para las clases de religión

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PRESENTACIÓN

Con gran satisfacción presentamos al público esta nueva edi​ción de la “Historia Sagrada” que acoge las sugerencias de nues​tros atentos lectores.

Tenemos la sensación que el tiempo, a medida que se acer​​ca a nues​tro hoy, pasa más rápidamente. Hace dos mi​llo​nes de años apareció la vida humana sobre la tierra; hace treinta mil años el hom​bre inició la agricultura; seis mil años hace que aparecieron las primeras culturas superiores y la primera civilización industrial es de apenas hace tres​cientos años.

En un mundo como el nuestro, caracterizado por una continua crisis de valores y de pensamiento, en que el hombre no alcanza a pro​gramar sus proyectos porque se encuentra en una situación de novedad absoluta, porque vive experimen​tando una sensación de impotencia ante esas crisis suscitadas por el desa​rrollo de la téc​nica, sólo la fuerza de la Palabra Di​vina puede iluminarlo y dirigir sus derroteros. Todos sa​be​mos que esa Palabra de Dios ha sido y seguirá siendo fuen​​te de luz para la humanidad; han pasado mi​lenios y su fuerza sigue tan vigente como nunca.

En medio de tantas palabras que se esfuman, el creyente en​cuen​tra en la Sagrada Escritura una Pala​bra firme, inmutable, di​ná​mica, salvadora, que es un men​saje de verdad, de amor divino, con valor de eter​nidad.

Un sacerdote piadoso y celoso que durante mu​chos años estuvo al frente de una parroquia, en la que con gran sentido de responsa​bilidad y paternal so​licitud se dedicó a la cate​quesis infantil, por su​ge​ren​cia de un colega, preparó esta Historia Sagrada para los ni​ños que están aprendiendo ca​te​cismo y pa​ra los catequistas. Esta obra se distingue por su só​lida doctrina, por el buen conocimiento de la Bi​blia, por su estilo sencillo y al alcance de todos, so​bre todo de los niños. Las narraciones son todas in​teresantes y muy edu​ca​ti​​vas, de tal manera que llevan a los niños a seguir la lectura con interés.

Después de cada narración hay una breve exhor​tación moral, como conclusión espontánea de la misma narración. El catequista podrá así unir lo útil a lo agradable, y dejar grabadas en la mente de los niños las verdades por creer, las virtudes por prac​ticar y los vicios por huir.

Para hacerlo más atractivo a los niños, el libro pre​senta mu​chas y selectas ilustraciones que les gustarán muchísimo.

El humilde autor quiso quedar en el anonimato; le basta la satisfacción de haber hecho una buena obra de grande uti​​lidad pa​ra los catequistas y para los niños.

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INTRODUCCIÓN

Dios es uno en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es perfectísimo: nunca podremos comprender su belleza y su bondad.

El es eterno: no tuvo principio ni tendrá fin; es inmenso y está presente en todas partes; es infinitamente sabio y conoce todo, hasta los pensamientos más íntimos y los afectos más secretos del corazón; es omnipotente y puede ha​cer todo lo que quiere, menos el mal; es la bon​dad infinita y siempre hace el bien.

Dios era feliz en sí mismo y no necesitaba de nadie; pero, como es infinitamente bueno, qui​so manifestar su bondad. En el cielo creó a los ángeles y les participó su bondad; creó el mundo entero y en él dejó las huellas de su belleza y de su bon​dad. Después creó al hombre para que gozara de los bie​nes que había creado. Pero eso no es todo. Como Dios es in​​finitamente bueno, creó al hombre feliz y lo colocó en un jar​​dín de delicias; lo creó inmortal, destinándolo a la gloria del pa​raíso.

Pero el demonio, malo y envidioso, arruinó la obra que Dios había hecho perfecta. Adán, tentado por el demonio, cayó y, con el pecado, trajo para el mundo las miserias de la vida, la muerte y el cierre de las puertas del paraíso.

Dios hubiera podido abandonar al hombre de​sobe​diente. Pero, movido por su infinita bondad, permitió que su Hijo viniera a la tierra a reparar el mal causado por el pecado de Adán. Por eso el Hijo de Dios vino a nosotros, se hizo hombre, permaneciendo Dios como antes; vivió 33 años en la hu​mil​dad, en la pobreza, en el trabajo y, fi​nalmente, murió cruci​fi​cado para librarnos del infierno y reabrirnos las puertas del paraíso. Enseñó su doctrina, que se encuentra en los Santos Evangelios; para darnos su gracia instituyó los sacramentos, y fundó la Iglesia pa​ra que todos los hombres pudieran en​con​trar en ella los medios seguros para alcanzar la vida eterna.

Esta es la obra magnífica de Dios Creador, Redentor y San​ti​fi​cador.

La narración de esta obra grandiosa de Dios es​tá escrita en el más santo de los libros: la “Sa​gra​da Biblia”. En esta His​​toria Sagra​da del An​tiguo y Nuevo Testamento se en​cuentra la Biblia en resumen.

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ANTIGUO TESTAMENTO

1a. Epoca desde la creación del mundo hasta Abrahán (año 2000 aC)

1. Creación del mundo

Solamente Dios ha existido siempre. Todas las cosas que vemos y las que no vemos fueron creadas por Dios, es decir, las creó de la nada. La Sagrada Escritura, que fue escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo y que tiene por autor al mis​mo Dios, nos enseña que el mundo fue creado en seis pe​río​dos de tiempo, llamados días, según el orden siguiente:

Al principio Dios creó el cielo y la tierra; la tierra se en​con​traba en completa oscuridad. Dios dijo: hágase la luz. Y a​pa​reció la luz. Esto sucedió el primer día.

En el segundo período, o día, Dios ordenó que hubiera el fir​mamento, y he aquí que apareció el cielo con su hermoso manto azul.

Las aguas cubrían toda la tierra. Entonces Dios, el tercer día, quiso que las aguas se reunieran en un solo lugar, y que la tierra produjera hierbas y plantas frutales. Las aguas se separaron de la tierra y formaron los mares, los ríos y las fuentes. En la tierra nacieron hierbas, flores y árboles frutales de toda clase.

Todavía no había días y noches como ahora. Dios dijo: há​ga​se el sol para dividir los días, y la luna para iluminar las noches. Por orden de Dios el cielo resplandeció con la luz del sol, de la luna y de las estrellas. Eso fue lo que Dios hizo el día cuarto.

En las aguas todavía no había peces, ni en el aire volaban pájaros. Entonces Dios, en el día quinto, creó los peces para que vivieran en las aguas, y pájaros de toda clase para que vo​la​ran en el aire.

En la tierra no había animales. En el sexto día Dios creó los animales domésticos, los reptiles y las fieras. Después que hizo todas estas cosas, bellas y buenas, Dios creó al hombre para que las dominara y se sirviera de ellas como rey absoluto de toda la tierra.

Mira, niño, ¡cómo nos quiere Dios! Preparó todo esto para el hombre. También para ti. Y tú, ¿cómo le vas a demostrar tu gratitud? Amalo mucho; ámalo de todo corazón; ámalo sobre todas las cosas.

2. Creación de los ángeles

Antes de crear al hombre sobre la tierra, Dios creó, en el cielo, un número grandísimo de ángeles. Eran espíritus puros, sumamente bellos, sabios y, sobre todo, nobles, porque Dios les había dado la gracia santificante; eran las criaturas más cercanas a Dios. Pero no estaban en el verdadero paraíso desde el principio;

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antes de admitirlos en él Dios los sometió a una prueba de fidelidad.

Todos tenían que ser muy agradecidos a Dios por los beneficios recibidos: pero uno de ellos, Lucifer, viéndose tan hermoso y sabio, se dejó dominar de la soberbia y pensó: yo no obedeceré: subiré a los cielos y seré igual al Altísimo. Desgraciadamente, otros ángeles siguieron a Lucifer y co​me​tie​ron el mismo pecado de orgullo. El arcángel san Miguel, con la mayoría de los ángeles, permaneció fiel al Señor, di​cien​do: ¿quién como Dios?

Los ángeles buenos fueron premiados con el paraíso; Lucifer y sus compañeros rebeldes, de bellísimos ángeles que eran, quedaron transformados en horribles demonios y fueron a parar al infierno.

Mira, hijo mío, ¡cuánto mal puede causar un solo pecado mortal, aun cometido solamente con el pensamiento! ¡Huye, pues, huye del pecado! Evita también los malos pensa​mien​tos y conserva tu alma siempre pura.

3. Creación del hombre

Cuando Dios creó todas las cosas, dijo: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Tomó un poco de barro e hizo una hermosa estatua. Pero era algo muerto, sin vida: tenía ojos pero no veía; oídos pero no oía; boca pero no hablaba; manos y pies pero no caminaba. Entonces el Señor sopló el espíritu de vida en el rostro de esa esta​tua, es decir, creó el alma y la introdujo en ella, la cual se con​virtió en un hombre vivo. Es el primer hombre, a quien Dios le puso el nombre de Adán, que significa: “Hecho de la tierra”.

El Señor no quiso que viviera solo; decidió darle una com​pañera para que lo ayudara, que fuera semejante a él, y entonces le mandó a Adán un profundo sueño y, mientras él dormía, le sacó una costilla, y con ella hizo a la mujer. Adán le dio a la mujer el nombre de Eva que quiere decir “madre de todos los hombres”.

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, no en el cuerpo sino en el alma, que es la parte más noble y la que hay que tratar con más cuidado. El alma es la ima​gen de Dios. En efecto, Dios es espíritu purísimo; el alma también es espíritu. Dios es inmortal; el alma jamás morirá. Dios es infinitamente sabio, conoce y sabe todo; también el alma es inteligente, conoce y sabe muchas co​-sas. Dios, con su libre voluntad, creó el mundo, y lo con​serva continuamente; el al​ma, con su voluntad, mueve las facultades para obrar.

Pero el alma se asemeja particularmente a Dios cuando está en estado de gracia, es decir, cuando no está en pe​cado mortal. La gracia es un don muy grande. Es como un rayo de santidad y de belleza divinas, que penetra en el alma y la santifica y embellece con la misma santidad y belleza de Dios, de la misma manera como un rayo de luz hace res​plan​decer un espejo a la luz del sol; pero la luz no es del espejo sino del sol.

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Entonces ellos no tenían pecado en el alma, y no estaban dominados por las malas inclinaciones; eran san​tos, semejantes a Dios.

También nosotros fuimos creados a imagen de Dios y reci​bimos la gracia en el Bautismo. Piensa en esto, que​rido niño o niña. Tú eres muy bello, si conservas esta gra​cia. Y eres muy noble. ¡Tú eres un retrato vivo de Dios!

4. El pecado de Adán

El Señor, después de haber creado a nuestros padres santos e inocentes, los dotó también con dones extraordinarios. Eran muy sabios, no estaban sometidos a los sufrimientos, ni a los dolores, ni a la muerte. Dios los había colocado en un jardín bellísimo, llamado “paraíso terrenal”, en donde crecían ár​bo​les frutales de toda clase, que daban los frutos más deliciosos y sabrosos. Adán y Eva podían comer de lo que quisieran: eran verdaderamen​te felices. Pero en el centro del paraíso terrenal había un árbol llamado “árbol de la ciencia del bien y del mal”, cuyos frutos tenían un aspecto magnífico.

Para probar la obediencia de Adán, Dios le dijo: come de los frutos de todos los árboles, pero no toques los del ár​bol de la ciencia del bien y del mal: si comes alguno de ellos, mo​rirás. El demonio, que envidiaba la felicidad del hombre, tomó la forma de serpiente y tentó a Eva, diciendo: ¿por qué Dios les prohibió comer los frutos de todos los árboles? Eva le contestó: ¡no! Nosotros comemos los frutos de todos los árboles, menos los frutos del árbol que está en el centro del paraíso. El Señor nos ordenó que no los comiéramos, ni los tocáramos, bajo pena de muerte. Y el diablo: ¡oh, no! ¡No mo​rirán! Al contrario, si los co​men, se vuelven semejantes a Dios, conocerán el bien y el mal. Eva miró esos frutos, los encontró tan hermosos, cre​yó al demo​nio, agarró uno, comió y le llevó a Adán para que comiera también. Así Adán y Eva desobedecieron a Dios y pecaron.

Tan pronto acabaron de cometer el pecado, se dieron cuenta del mal que habían hecho y del bien que habían perdido; se dieron cuenta que ya no eran los hijos queridos de Dios, sintieron miedo, y, avergonzados, se escondieron en​tre los árboles. Dios llamó a Adán y le preguntó: ¿por qué desobe​deciste mi orden? Adán, en vez de pedir per​dón, acusó a Eva; Eva, a su vez, le echó la culpa a la ser​piente. Dios mal​di​jo a la serpiente y castigó a Adán y a Eva; los sacó del pa​-raí​so terrenal, los sometió, junto con to​da su descendencia, al trabajo, al sufrimiento y a la muer​te. Pero esto no fue lo peor. Lo peor fue la pérdida de la gracia de Dios para ellos y para todos los hombres. Na​die podría salvarse. Pero Dios, siempre bueno y misericordioso, prometió enviar al mundo a su propio hijo, el Mesías, quien vendría a reparar ese gran daño que se les ha​bía causado a las almas, es decir, a restituir a los hom​bres la gracia de Dios y el derecho de entrar al paraíso.

Recuerda siempre, niño, que el pecado es la peor de las desgracias en las que pueda caer el alma; desgracia que atrae los castigos de Dios, aun en esta vida. El

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que ama el pecado, se odia a sí mismo. 5. Caín y Abel

Los primeros hijos de Adán y Eva fueron Caín y Abel. Caín era agricultor y Abel pastor. Ambos le ofrecían a Dios sacrificios para agradecerle los beneficios recibidos y para pedirle nuevos favores, pues reconocían en él al Señor de todo y de todos. Abel inmolaba y quemaba en honor del Señor los animales más bellos de su rebaño; Caín le ofrecía los frutos de la tierra. Caín era malo, y sus sacrificios no le agradaban al Señor, mientras que los de Abel eran bien aceptados, porque él era bueno. Entonces Caín comenzó a ver a su hermano con malos ojos, y su envidia creció tanto que se dejó llevar por el propósito criminal de matarlo. Un día convidó al hermano a pasear por los campos y, de repente, se lanzó contra él y lo mató. Pero la voz del Señor se hizo sentir inmediatamente en la conciencia de Caín, reprochándole el ignominioso crimen cometido. El desgraciado, en vez de arrepentirse y pedir perdón, dijo: ¡mi pecado es muy grande para que Dios me perdone! Por eso, desesperado, se marchó errante sobre la tierra por toda su vida.

Nunca debemos tener envidia a quien sea mejor que nosotros, sino imitarlo; el envidioso es como el diablo que, por envidia, introdujo la muerte en el mundo.

6. Noé

Dios les dio a Adán y a Eva, afligidos por la muerte de Abel, otro hijo que se llamó Set, y, después de él, otros hijos e hijas. Set también tuvo muchos descendientes, lo mismo que Caín. Los hombres de entonces vivían mucho tiempo, hasta centenares de años. Los hijos de Set eran buenos; los de Caín eran malos. Con el correr del tiempo los buenos se fueron mezclando con los malos y se confundieron con ellos; los buenos se volvieron también malos y la tierra se llenó de maldad. Dios, disgustado por tanta ingratitud, resolvió exterminar a todos los hombres y también a los animales. Solamente preservó una familia, la de Noé, que se había conservado buena y fiel entre tantos hombres malos.

El que anda con los malos, también se vuelve malo; ¡hu​ye, querido mío, de los malos compañeros! La perver​si​dad de ellos, terminará arruinándote también a ti.

7. El diluvio

Le dijo Dios a Noé: la tierra está llena de iniquidades; voy a destruir a todos los hombres. Haz una grande arca con pe​que​ños cuartos en donde alojarás una pareja de cada especie de animales; almacenarás alimento para todos y luego entrarás con toda tu familia. Noé obedeció: construyó el arca, reunió provisiones, embarcó los animales, y luego entró también él con toda su familia: la mujer, los tres hijos, Sem, Cam y Jafet, con sus respectivas esposas. Dios cerró el arca y comenzó a caer una lluvia torrencial que duró cuarenta días y cuarenta noches; los ríos se desbordaron, los mares crecieron e inun​da​ron la tierra. El agua subió hasta cubrir las colinas y las ci​mas de las montañas, y así murieron ahogados

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todos los hom​bres y los animales. Pero el arca navegaba sobre las aguas y, a medida que iban aumentando, el arca iba subiendo más y más. Cuando terminó la lluvia y bajaron las aguas, el arca se posó en la cima de una montaña. Para saber si la tierra estaba seca y se podía bajar del arca, Noé soltó un cuervo que no regresó más; después soltó una paloma que, como no encontró en dónde parar, regresó al arca. Esperó siete días más y volvió a soltar la paloma. Esta vez volvió trayendo en el pico un ra​mo de olivo, señal de que las aguas habían descendido y de que la tierra se estaba secando. Noé esperó otros siete días y lue​go salió del arca, hizo un altar y le ofreció a Dios un sa​cri​​​​ficio de agradecimiento. Dios bendijo a Noé y a sus des​cen​​dientes.

Uno de los principales deberes del hombre para con Dios es el del agradecimiento por los favores que él le hace; eso es lo que hacemos cuando rezamos... también tú, pequeño niño o niña, debes rezar con devoción las oraciones de la mañana y de la noche.

8. La torre de Babel

Con la bendición que Dios le dio a Noé y a sus hijos, en poco tiempo la tierra se volvió a poblar. El número de los hom​bres aumentó tanto que, al no poder vivir juntos, pensaron en separarse. Pero dijeron: antes de separarnos, construyamos una ciudad con una torre tan alta que llegue al cielo para que nuestro nombre quede en la historia.

Pusieron manos a la obra; pero, cuando esos hombres orgullosos se vanagloriaban porque la torre subía más y más, Dios los humilló. En ese tiempo todos los hombres hablaban un mismo idioma; pero un día no se entendieron los unos con los otros: Dios había confundido sus lenguas. Como no se en​ten​dieron más, tuvieron que abandonar el trabajo, dejar la torre incompleta y, por grupos, según el idioma que hablaban, se extendieron por la tierra.

No seas soberbio, jovencito; la soberbia transformó los án​ge​les en demonios, expulsó a nuestros padres del paraíso, con​fun​dió las lenguas de los hombres. La sober​bia es la ma​dre de todos los males.

2a. Epoca desde Abrahán hasta Moisés (más o menos desde el año

2000 aC hasta el 1500 aC)

9. Los patriarcas — Abrahán

Con el correr de los años, los hombres esparcidos por la tierra se olvidaron del verdadero Dios y adoraron a las criaturas. Para preservar la verdadera religión, Dios escogió unos hombres que se conocen con el nombre de patriarcas. Los hombres de ese tiempo vivían mucho más que los de ahora. El padre veía crecer no solamente a su hijos, sino tam​bién a los nietos y biznietos; enseñaba a su numerosa familia a conocer, a adorar y a servir al verdadero Dios, y, narrando las promesas que había hecho el mismo Dios, conservaba viva la fe en el futuro Salvador.

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Entre los patriarcas se conserva especialmente el nombre de Abrahán, hombre de mucha virtud y de mucha fe. Dios le ordenó que abandonara su tierra natal y se fuera al país de Canaán, prometiéndole dársela algún día a sus descendientes. También le prometió que sería el pa​dre de un pueblo numeroso, diciéndole: trata de contar las es​trellas del cielo: así de numerosos serán tus hijos. Le prometio también darle un hijo, por medio del cual serían bendecidas todas las generaciones. Abrahán creyó y obedeció. Dios se demoró en darle el hijo que sería el pa​dre de un pueblo grande, y cuando se lo dio y el hijo había llegado a cierta edad, le ordenó que se lo sacrificase. A pesar de todo, Abrahán no dudó de las promesas de Dios. Isaac era el hijo prometido. De su descendencia salió el pue​blo hebreo, del cual nació el Salvador que trajo al mun​do entero los frutos de la Redención y los beneficios de la verdadera religión.

Dios nos habla también a nosotros y nos da órdenes por medio de la Iglesia. Cree, obedece y tendrás la vida eterna; con la fe veneramos a Dios.

10. Abrahán y Lot

Por orden de Dios, Abrahán dejó su patria y llevó consigo a su sobrino Lot. Ambos aumentaron sus bienes y tenían muchos rebaños y siervos en gran cantidad; pero la con​vi​ven​cia se hizo difícil día por día, pues por razones de pastoreo se peleaban los pastores de Abrahán con los de Lot. A Abrahán no le gustaban las peleas, y entonces llamó a su sobrino Lot y le dijo: no es bueno que por tan poca cosa deje de haber paz entre tú y yo, entre tus pastores y los míos. Mira todas estas tierras; escoge las que más te gustan y separémonos. Si escoges a la derecha, yo iré por la izquierda; si prefieres las de la izquierda, yo iré por la derecha. Lot vio las tierras bañadas por el río Jordán, hermosas y fértiles, las escogió y se fue a vivir a Sodoma. Así se separaron en paz el uno del otro.

Lo mismo que Abrahán, querido niño o niña, también tú trata de vivir en paz con todos, y, en vez de pelear, prefiere ceder. Dios ama mucho la paz.

11. Destrucción de Sodoma

Los habitantes de Sodoma y de otras cuatro ciudades vecinas, por la abundancia de los bienes y por el ocio, cayeron en el vicio de la impureza. Dios, que detesta este vicio más que cualquier otro, resolvió castigarlos. Solamente la familia de Lot no se dejó contaminar por ese horrible pecado, y por eso Dios la salvó. Dos ángeles se aparecieron a Lot y lo obligaron a salir de la ciudad y, mientras se retiraban, le iban di​ciendo: ¡apúrense, no miren hacia atrás, no se detengan, sálvense, sálvense!

Tan pronto la familia de Lot estuvo a salvo, Dios envió sobre la ciudad pecadora una lluvia de fuego y de azufre que la destruyó, quemó a los habitantes y devastó los cam​pos. La mujer de Lot, curiosa, volvió a mirar para ver la ciu​dad en llamas y, en castigo por la desobediencia a las palabras del án​-gel, quedó convertida en una estatua de sal. Desde ese día en a​delante ese fértil

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valle quedó convertido en un árido desierto; allí se formó un gran lago, llamado “Mar Muerto”; el aire es mal​​sano, y las montañas que lo ro​dean son escarpadas y es​té​ri​les.

¡Fíjate cómo Dios castiga, aun en esta vida, el pecado im​puro! Tenle miedo, hijo mío, y evita las malas com​pañías.

12. Sacrificio de Isaac

Isaac, el hijo en el cual deberían ser bendecidos todos los hombres, crecía dócil y su anciano padre lo quería muchísimo. Un día, para probar la fe y la obediencia de Abrahán, Dios lo llamó y le dijo: Abrahán, toma a Isaac, tu hijo amado, y ofrécemelo en sacrificio en el monte que te señalaré. Es imposible expresar el dolor de Abrahán al recibir la dolorosa orden. ¡Pobre padre, tiene que matar con sus propias manos al hijo a quien amaba más que a sí mismo! Pero obedeció: preparó la leña, el puñal, el fuego y todo lo necesario para el sacrificio, cargó todo sobre un asno y, junto con dos siervos, salió con Isaac. Después de tres días de camino, Dios le señaló el monte en donde tenía que sacrificar al hijo. Abrahán les dijo a los siervos: esperen aquí; mi hijo y yo vamos hasta la ci​ma y, cuando hayamos ofrecido el sacrificio, volveremos: espérenos aquí. Tomó el puñal, el fuego y cargó la leña sobre los hombros de Isaac. Por el camino Isaac preguntó al padre: padre mío, tenemos la leña y el fuego, pero ¿dónde está la víctima? Abrahán no se atrevió a contestar​le que él era la víctima, y le respondió: hijo mío, Dios pro​veerá.

Cuando llegaron a la cima del monte, Abrahán cons​truyó un altar de piedras y puso encima la leña. Luego amarró al hijo y lo puso sobre la pila de leña, agarró el puñal y levantó el brazo para inmolarlo. Entonces he aquí que el ángel del Señor lo detuvo gritando: ¡Abrahán, Abra​hán! No le hagas ningún mal. Ahora sé que temes a Dios y que serías capaz de sacrificar a tu propio hijo con tal de obedecerle. Abrahán se volvió y vio un carnero en​redado en un zarzal, y entonces lo ofreció en cambio de su hijo.

Isaac, que carga la leña para ser inmolado, es figura de Je​su​cristo que cargó con su cruz hacia el calvario y murió sobre ella para redimirnos.

Admira la firme esperanza de Abrahán: él espera conver​tirse en el padre de un gran pueblo, aun cuando Dios le ordena sacrificar su único hijo, Isaac. Aprende a hacer algún sacrificio para cumplir los mandamientos de Dios, confiando siempre en su ayuda.

13. Isaac

Abrahán envejeció y, antes de morir, quiso darle al hijo una esposa buena y digna de él. Como los habitantes del país en donde vivían eran adoradores de falsos dioses, envió a Eliécer, su siervo fiel y prudente, a la tierra de sus padres, en donde se adoraba al Dios verdadero, para que le buscara una mujer que se casara con su hijo. Eliécer salió con otros siervos, con camellos y muchos presentes para llevar con honra a la esposa que Dios había destinado al joven

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patriarca. El buen siervo le pidió a Dios que lo guiara y le hiciera encontrar una óptima esposa. Cerca de la ciudad de Najor, Eliécer encontró una joven bellísima y muy buena que regresaba del pozo. Le pidió agua para beber y la muchacha lo atendió inmediatamente y también dio de beber a los camellos. Eliécer le preguntó quién era ella, y la joven le contestó que se llamaba Rebeca, hija de un pariente de Abrahán. Ante esta revelación, el siervo levantó los ojos y las manos al cielo y le dio gracias a Dios por haberle hecho encontrar lo que buscaba. Entró en la casa de Rebeca y dijo que era siervo de Abrahán, y que había sido enviado a buscar una esposa buena y virtuosa para su hijo, y pidió la mano de Rebeca para Isaac. El padre, la familia y también Rebeca aceptaron la pe​tición. Obtenido el consentimiento, Eliécer distribuyó los presentes a la esposa y a todos los familiares y al día si​guiente regresó con Rebeca y se la llevó a Isaac, quien la tomó por esposa.

Dios cumplió en Isaac la promesa que le había hecho a Abrahán. Multiplicaré, le había dicho, tu descendencia y de ella nacerá el Salvador, porque tu padre, Abrahán, obe​deció mis palabras y observó mis mandamientos.

Queridos niños, sean ustedes también buenos y virtuosos, y Dios los bendecirá. El Señor mira benévolo y compa​sivo a quienes le temen y confían en él.

14. Jacob

Rebeca tuvo dos hijos gemelos, Esaú y Jacob. Esaú fue un valiente cazador y era el hijo predilecto del padre. Ja​cob fue pastor y era el preferido de la madre. Esaú na​ció primero y por eso tenía el derecho de la primogenitura que, a más de una bendición especial y otros privilegios, le confería la grande honra de esperar al anhelado Mesías de entre sus descendientes. Pero Esaú le vendió a su her​-mano el derecho de esa bendición. Un día regresó de ca​ce​ría muy cansado y entró en casa donde estaba Jacob pre​parando para sí un guiso de lentejas. Esaú, que tenía mucha hambre, le pidió esa co​mi​da. Y Jacob le contestó: sí, puedo dártela, pero con la con​​di​ción de que me vendas los derechos de la primogenitura. Esaú en ese momento no pensaba sino en el hambre que lo a​tor​-mentaba y no le interesaban los derechos de ser pri​mo​gé​ni​to. Entonces se los cedió bajo juramento.

El padre Isaac envejeció y, antes de morir, quiso ben​decir a los hijos. Dios dispuso que la bendición de primogenitura cayera sobre Jacob. Esaú se arrepintió y lloró, pero ya era demasiado tarde.

Tú, querido niño, no jures sin necesidad: Dios lo prohíbe. 15. Visión de Jacob

Esaú, al verse privado de los derechos de primogenitura, se llenó de ira contra Jacob. La madre temió que Esaú llegara a matar al hermano, y por eso aconsejó a Jacob que huyera muy lejos, que se fuera para la casa del tío Labán, hasta que se calmara la ira de Esaú. Jacob se marchó llevando consigo la bendición del anciano padre. Una tarde, agotado por el viaje, recostó la cabeza sobre una

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piedra y se durmió. Durante el sueño tuvo una visión. Vio una escalera alta, muy alta, que desde la tierra llegaba hasta el cielo, y los ángeles subían y bajaban por ella. En lo alto de la escalera estaba el Señor que le dijo: yo soy el Señor, Dios de Abrahán y de Isaac. Te daré a ti y a tus descendientes la tierra en donde estás; tus descendientes serán numerosos como el polvo de la tierra y se extenderán por el mundo y, en ti y en tu descendencia, serán ben​decidos todos los pueblos de la tierra. Con estas pa​labras Dios confirmó a Jacob que el Mesías sería uno de sus descendientes, que la Iglesia se difundiría en toda la tierra y que sería grandísimo el número de los que abra​zarían y profesarían la religión fundada por el futuro Me​sías. Cuando Jacob se despertó a la mañana siguiente, le agra​deció al Señor y, en señal de gratitud, levantó en forma de monumento la piedra en donde había recostado la cabeza y derramó aceite sobre ella. Dios, que mira con amor los corazones agra​de​ci​dos, bendijo a Jacob. Le dio por esposa a la hija de su tío, le dio doce hijos y muchísi​mas riquezas, y, después de veinte años, le ordenó que re​gresara a la casa paterna. Cuando Esaú supo el regreso de su hermano, le salió al encuentro e hizo las paces con él.

No hay que molestar a nadie; si por caso uno ha ofendido a alguien, hay que pedirle inmediatamente perdón y vivir en paz con él. Si alguien nos ofende, debemos siempre perdonarlo.

16. José vendido por sus hermanos

José, uno de los doce hijos de Jacob, merece especial mención. Era el mejor y el preferido de su padre. Dios le envió sueños misteriosos y él, con toda sencillez, los na​rra​ba a sus hermanos. Soñé, les dijo, que estaba en un cam​po recogiendo trigo; mi gavilla se levantaba y estaba derecha, y las de ustedes se inclinaban ante la mía. Vi tam​bién en sueños que el sol, la luna y once estrellas se inclinaban hacia mí.

El amor especial que le tenía el padre y la narración de los sueños llenaron de envidia a los hermanos y llegaron has​ta odiarlo.

Un día Jacob llamó a José y le dijo: ve de mi parte a don​de tus hermanos que están pastoreando lejos de casa, y tráeme noticia de ellos y de los rebaños. José obedeció y salió inmediatamente. Tan pronto los hermanos lo vieron de lejos, dijeron: he ahí que viene el soñador, ¡matémoslo! Pero Rubén, que era el hermano mayor, les dijo: no lo matemos, pues es nuestro hermano; es mejor que lo de​jemos morir en ese pozo vacío. Pero lo que él quería era después sacarlo, a escondidas de sus hermanos, y man​dar​lo nuevamente a casa.

Cuando José llegó, los hermanos se lanzaron sobre él y lo echaron en el pozo, sin dejarse conmover por sus gri​tos y sus lágrimas. Rubén se alejó un poco, y en esos momentos pasaron por allí algunos mercaderes que iban para Egipto. Judá, al verlos, dijo: en vez de dejar morir a nuestro hermano en el pozo, ¿no es mejor venderlo a esos mercaderes? Los hermanos aprobaron, contentos, la pro​puesta. Sacaron a José del pozo y lo vendieron por vein​te monedas de plata. José les

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pidió que se compadecieran, lloró, les imploró a sus hermanos para que lo dejaran re​gresar a casa, pero ellos, duros de corazón, no se dejaron con​mover. Los mercaderes montaron a José sobre un ca​mello y se lo llevaron para Egipto.

El odio enceguece el corazón; quien odia a su prójimo, dice el Señor, es un homicida. ¡No odies jamás a nadie!

17. José encarcelado

Los mercaderes ismaelitas vendieron a José a Putifar, ministro del Faraón, rey de Egipto. El buen joven se comportó tan bien que en poco tiempo se ganó la simpatía y el amor de los patrones, y después se convirtió en el administrador de la casa. Pero la esposa de Putifar era una mujer mala y tentó al joven esclavo para que cometiera una pésima acción. José no quiso consentir en el pecado y huyo horrorizado. Llena de ira, la señora se vengó calumniando ante el esposo al virtuoso joven. Putifar le creyó a la esposa y mandó encarcelar a José. Pero Dios protege a los buenos. En la cárcel José se ganó también la simpatía de los carceleros y, más que prisionero, era el guardián de los encarcelados.

También fueron encarcelados dos ministros del rey; am​bos tuvieron un sueño que le contaron a José. Este, iluminado por Dios, se los explicó. A uno le dijo: dentro de tres días serás puesto en libertad y regresarás al palacio real; entonces acuérdate de mí, que he sido alejado de mi padre y estoy aquí condenado a pesar de ser inocente. Al otro le dijo: también tú saldrás de la cárcel dentro de tres días, pero para subir al patíbulo. Todo sucedió como José había dicho.

José fue encarcelado porque, por su virtud, no quiso co​meter una acción mala. Sé siempre bueno y Dios te protegerá.

18. José, primer ministro

Pasaron dos años sin que el ministro del rey, liberado de la cárcel y colocado nuevamente en el ministerio, se acordara de José. Pero Dios dispuso las cosas de modo que también el rey tuviera dos sueños misteriosos. El rey quedó muy impresionado con los sueños; llamó a los adivinos del reino, pero ninguno pudo explicárselos. Sólo entonces el ministro del rey se acordó de José y le dijo al rey: en la cárcel hay un joven hebreo que sabe interpretar los sueños; me explicó un sueño que después se realizó exactamente. El Faraón mandó llamar de inmediato a José y le dijo: explícame este sueño: vi siete vacas gordas y bonitas que salían del Nilo e iban a comer el pasto fresco a orillas del río; detrás de ellas salían otras siete vacas flacas y feas que se lanzaron sobre las gordas y las devoraron. Vi también en sueños que siete espigas crecían en una misma caña. Eran muy hermosas. Pero otras siete espigas, secas y flacas brotaron después y consumieron las espigas hermosas. José le contestó: los dos sueños, ¡oh rey! significan lo mismo, y con ellos el Señor anuncia lo que va a hacer. Las siete vacas gordas y las siete espigas her​mosas significan siete años de abundancia en las cosechas; las siete vacas flacas y las siete espigas secas sig​nifican siete años de carestía. Busque, ¡oh rey! un hombre sabio y póngalo al frente de Egipto para

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que recoja todo el trigo de los años de abundancia y lo con​serve para los años de carestía y de hambre. El consejo le agradó al rey y también a los ministros que estaban pre​sentes. Entonces dijo el Faraón: no hay nadie tan sabio e iluminado por Dios como tú: yo soy el rey y tú serás el pri​mer ministro, y todo Egipto te obedecerá. Dicho esto, se quitó el anillo y se lo puso en el dedo de José, le hizo vestir ropas de lino fino y le puso el collar de oro al cue​llo, luego lo hizo montar en su segunda carroza y lo pro​clamó virrey o primer ministro en todo Egipto.

Como José había predicho, vinieron los siete años de abun​dancia extraordinaria. Durante esos años, José mandó construir silos en todo Egipto y almacenar grandes canti​dades de trigo. Después vinieron los siete años de carestía. El pue​blo, que no tenía qué comer, se presentó al Faraón pidiendo pan. El faraón contestó: vayan donde José. El pri​​mer ministro ordenó que abrieran los silos y que le vendieran trigo al pueblo.

El Señor protege a los buenos. Como protegió a José, porque era virtuoso, así también te protegerá a ti si practicas la virtud.

19. José, reconocido por sus hermanos

En el país en donde vivían los hermanos de José tam​bién hubo hambre. Jacob, al saber que en Egipto vendían tri​go, dijo a sus hijos: aquí morimos de hambre; vayan, pues, a comprar trigo a Egipto. Salieron diez hermanos, y se quedó en casa con el padre el más joven, Benjamín. Cuando llegaron a Egipto, se presentaron ante el virrey, pero no se dieron cuenta que era su hermano. Pero José, tan pronto los vio, los reconoció inmediatamente. Fingió no conocerlos, no entender su idioma y habló por medio de un intérprete. Como si fueran espías, les preguntó quiénes eran, de dónde venían, si el padre de ellos vivía, si tenían más hermanos. Ellos contestaron con toda verdad, y José añadió: pues bien, si es verdad cuanto dicen, yo les voy a dar el trigo; pero uno de ustedes queda aquí como rehén, hasta cuando los otros regresen a casa y vuelvan aquí trayendo al hermano más joven.

Las palabras duras y el aspecto majestuoso del primer ministro o virrey asustaron a los hermanos que dijeron entre sí, pero en su propia lengua: ¡es justo que padezca​mos esta tribulación! Le hicimos un mal muy grande a nuestro hermano José, no nos conmovimos ante su llanto, no escuchamos sus súplicas: ¡merecemos este castigo! Rubén añadió: ¿no les dije yo que no le hicieran mal a nues​tro hermano? No me quisieron escuchar, y ahora el Señor venga su sangre. José, que entendía perfectamente lo que estaban diciendo, se conmovió y se retiró solo a llo​rar. Les dio trigo y mandó que los siervos colocaran el dinero que habían pagado dentro de los costales y los dejó ir, quedando Simeón como rehén.

Cuando llegaron a casa, le contaron todo al anciano padre. Fue mucha su sorpresa cuando encontraron en los costales el dinero que habían pagado por el

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trigo.

Cuando se les acabó el trigo, volvieron a Egipto lle​vando doble suma de dinero, y con ellos iba Benjamín. Jo​sé los recibió cordialmente y se consoló a la vista de Benjamín; contuvo las lágrimas, pidió noticias del anciano padre y los invitó a almorzar con él. Pero quiso ponerlos a prueba para ver si amaban a Benjamín, o si lo odiaban como le había sucedido a él. Ordenó a su mayordomo que pusiera su copa de plata en el costal que iba a llevar a Benjamín. Cuando los hermanos partieron, envió algunos guardias en su persecu​ción, con la orden de detenerlos diciendo: ¡ustedes se robaron la copa del virrey! El capitán de los guardias hizo como se le había ordenado. Les dio alcance no lejos de la ciudad, les ordenó que se detuvieran y les dijo: ¿por qué pagan el bien con el mal? Ustedes se robaron la copa del virrey, y éste es un gravísimo delito. Pero ellos contestaron: ¡oh, no! Nosotros no hemos cometido semejante crimen. Hemos traído también la suma de la primera vez, y ¡no hemos robado la copa del virrey! Revisen los costales y si la encuentran, nos pueden llevar a todos como esclavos y condenar a muerte a quien la tenga. Los guardias revisaron los costales y encontraron la copa en el costal de Benjamín. Ante su vista, los herma​nos quedaron estupefactos; mudos y avergonzados, regre​saron a la ciudad y fueron llevados nuevamente ante la presencia del virrey que los estaba esperando, y les dijo: ¿por qué se han comportado así conmigo? Judá respondió: no sabemos cómo disculparnos, ¡oh señor!, seremos tus esclavos para siempre. Pero él dijo: no, mi esclavo será so​-lamente el que robó la copa. Y Judá: te ruego, ¡oh se​ñor! que me dejes a mí como esclavo y permitas que se vaya Benjamín. Teníamos un hermano a quien amaba mu​cho nuestro padre; un día él desapareció y nuestro padre, creyendo que había sido de​vo​ra​do por una fiera, estuvo a punto de morir de dolor. Ahora, si regresáramos sin Ben​jamín, papá morirá de tristeza. ¡Señor, te lo pido, deja re​-gresar a Benjamín!

José no pudo contener más la conmoción, estalló en llan​to y exclamó: ¡yo soy José, hermano de ustedes! ¡No teman! Dios me envió a Egipto delante de ustedes para su bien; apresúrense, vuelvan a casa, tomen a nuestro padre, a sus hijos, a sus mujeres y todos sus bienes y traigan todo a Egipto. No se puede describir la sorpresa de los herma​nos y la alegría de Jacob cuando supo que su querido José vivía todavía y que el Señor lo había elevado a tan alto car​go. Jacob salió con los hijos y los nietos, y toda la fa​milia se trasladó a Egipto. José, al saber que su padre se acer​caba, le salió al encuentro en su coche. Cuando lo en​contró, se lanzó hacia él y lo besó muchas veces; después ordenó darle las tierras de Gosén, las mejores de Egipto y las más apropiadas para el pastoreo de los rebaños.

Jacob vivió 17 años en Egipto. Completó la edad de 147 años y, al ver que ya iba a morir, mandó llamar a su hijo José. Este fue a visitarlo, llevando también a sus dos hijos, Manasés y Efraín. Reconfortado con la presencia de los hijos, Jacob se sentó en su cama e hizo acercarse a los dos nietos, los besó varias

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veces y los bendijo con mucho cariño. Luego llamó a sus hijos a su alrededor y los ben​dijo uno por uno. Bendijo a José con afecto particular, y, cuando le tocó el turno a Judá, hizo una gran profecía. Di​jo: Judá, tú serás el guía, de tu tribu (o descendencia) na​ce​rá el Salvador. Nacerá cuando tengan el mando tus des​-cendientes.

José es figura de Jesús: fue vendido, encarcelado, salvó a Egipto, perdonó generosamente a sus hermanos. Sé tú tam​bién imagen de Jesús; si los malos te ofenden, per​dónalos de corazón, y devuelve siempre bien por mal.

20. Muerte de José

Muerto su padre Jacob, José regresó a Egipto con los hermanos. Estos temieron que José vengara el mal que le habían hecho, y por eso mandaron a decirle: nuestro pa​dre, antes de morir, ordenó que te dijéramos en su nombre estas palabras: te ruego que olvides la maldad de tus her​manos, el pecado y el mal que cometieron contra ti. Tam​bién nosotros te pedimos que nos perdones nuestra ini​quidad. Al oír esto, José lloró. Cuando ellos fueron a po​nerse a su disposición como siervos, José los animó, diciéndoles que no temieran; Dios había convertido en bien el mal que habían cometido y se serviría de ellos para librar a mucha gente del hambre. Les prometió que él se preocuparía del sustento de ellos y de sus hijos. Los consoló y les habló con ternura y bondad. Murió en Egipto con toda la descendencia de su padre, a la edad de 110 años, y vio a los hijos e hijas de sus hijos hasta la tercera generación.

Después de todo eso, dijo a sus hermanos: después de mi muerte, Dios los visitará y los llevará de este país a la tierra que juró dar a Abrahán, Isaac y Jacob. Lleven mis restos con us​tedes. Después murió. Su cuerpo fue embal​-samado con aromas y colocado en un sepulcro en Egipto.

Mira cuán bueno es José, cómo ama a sus hermanos, cómo se enternece ante su presencia, cómo perdona el mal que le habían hecho. Dios lo recompensa: llega a ser virrey de Egipto y a ver bendecida por Dios toda su familia.

3a. Epocadesde Moisés hasta el rey Saúl (más o menos desde el año

l500 aC hasta el 1055 aC)

21. Moisés

Después de su muerte, según el deseo que había ex​presado, Jacob fue sepultado en el campo de Hebrón, en la tierra de Canaán. Allí también estaban enterrados Abrahán y su mujer Sara, Isaac y su mujer Rebeca.

Los doce hijos de Jacob: José, Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser, siguie​ron viviendo en Egipto y se multiplicaron extraor​dina​​ria​mente. Los reyes de Egipto temieron que los hijos de Jacob, lla​mados hebreos o israelitas, y que iban au​mentando de nú​me​ro, pudieran rebelarse, y entonces se pro​pusieron des​truirlos a toda costa. Les impusieron una ley cruel y severa, se​gún la cual los hebreos tenían que ahogar

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en el río Nilo a sus recién nacidos.

Una madre hebrea tuvo un hijo muy hermoso y, para no ahogarlo, después de haberlo tenido escondido durante tres meses, lo puso en una cestilla de papiro, la embadurnó con betún —para que el agua no entrara— y la colocó entre los juncos que abundaban en las orillas del Nilo. Después mandó a su hija que observara desde lejos. Por disposición divina, vino la hija del rey a bañarse en el río acompañada de sus doncellas, vio la cestilla entre los juncos, y mandó que se la lle​varan. Al abrirla vio que era un niño que lloraba, y como era muy hermoso y gracioso se compadeció de él y dijo: este niño no debe morir. La hermana, María, se acercó a la princesa y se ofreció para buscar una madre hebrea para que criara al pequeñito. La princesa aceptó la propuesta y María corrió a llamar a la propia madre. Ella fue al río y la princesa le dijo: toma esta criatura, críala por cuenta mía, después yo te pagaré todo. La mujer tomó bajo su cuidado al propio hijo. Cuando creció fue a entregarlo a la hija del rey, quien lo adoptó como hijo y le dio el nombre de Moisés, que quiere decir salvado de las aguas.

22. Moisés es llamado por Dios para liberar al pueblo hebreo

Moisés vivió y fue educado en el palacio real. Pero él ama​ba a sus hermanos de raza, les tenía lástima, par​ti​cipaba de sus sufrimientos y los defendía. Pero fue acu​sado ante el rey y, para no ser condenado a muerte, huyó lejos y se puso al servicio de un sacerdote llamado Jetró. Un día, mientras iba con el rebaño de su patrón, el Señor se le apareció en forma de llamas en una zarza. Moisés se acercó, quiso ver más de cerca esa visión, pero la voz del Señor le dijo: ¡Moisés, Moisés! No te acerques a este lu​gar; quítate las sandalias, porque la tierra que pisas es sa​grada. Yo soy el Señor, Dios de tus padres: de Abrahán de Isaac y de Jacob. He visto la aflicción de mi pueblo en Egip​to, he oído su clamor. Ve, pues, con tu hermano Aarón, a la presencia del Faraón y le dices que libere a mi pueblo. El rey no aceptará, pero yo castigaré a Egipto hasta que los deje partir.

Obediente a la voz del Señor, Moisés fue a hablar con el rey; pero el Faraón contestó, lleno de soberbia: ¿quién es tu Dios? ¡Yo no lo conozco, ni le obedezco! Entonces Dios hirió a Egipto con diez castigos, que se conocen con el nom​bre de las “diez plagas de Egipto”. Transformó en serpiente el bastón de Aarón, convirtió en sangre las aguas del Nilo, mandó un número incontable de ranas repugnan​tes, tábanos y mosquitos muy molestos, la peste a los ani​ma​les, una lluvia de granizo que causó muchos daños, nu​bes de langostas devastadoras y, durante tres días, una os​curidad tan grande que una persona no podía distinguir a otra, aunque estuviera cerca. Después de cada plaga el rey prometía dar libertad al pueblo hebreo, pero cuando, por intercesión de Moisés, pa​sa​ba el flagelo, su corazón se en​durecía nuevamente y les quitaba otra vez el permiso.

Si por desgracia, querido niño o niña, caes en pecado, pide inmediatamente perdón a Dios y procura corregirte; la obstinación en el pecado atrae la ira de

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Dios.

23. Muerte de los primogénitos

Un castigo más, le dijo Dios a Moisés, y después el rey los dejará libres y podrán salir. Dijo a los hijos de Israel que, en la tarde del día 14 de ese mes, en todas las familias, deseo me sea ofrecido en sacrificio un cordero de un año y sin defecto. Con la sangre untarán las puertas de las ca​sas. Yo pasaré por la noche y heriré de muerte a todos los pri​mo​gé​nitos de los egipcios; en donde vea la sangre pasaré de largo y la familia quedará libre del castigo.

Los hebreos hicieron como les había ordenado el Se​ñor. Dios pasó por la noche y mató a todos los primogé​nitos, comenzando por el hijo del más pobre hasta el hijo del rey. Solamente se salvaron las casas señaladas con la sangre de los corderos. A la mañana siguiente, en todo Egip​to, no se veían sino lágrimas y llantos desesperados: en cada familia egipcia había un muerto. Después de este cas​tigo, el Faraón llamó a Moisés y le dijo: ¡váyanse, vá​yanse cuanto antes, y llévense todas sus pertenencias! El pueblo egipcio también animaba a los hebreos para que se marcharan y, para que lo hicieran más aprisa, les daban regalos: vasos de oro, plata y vestidos lujosos.

El sacrificio del cordero simboliza el sacrificio de Je​sucristo. Los hebreos se salvaron por la sangre del cor​dero; nosotros nos salvamos por la sangre y el sacrificio de Jesús, y este sacrificio se renueva todos los días en la Santa Misa. Participa en ella con el mayor respeto y devoción.

24. Paso del Mar Rojo

(más o menos en el año 1500 aC)

Tan pronto lo permitió el Faraón, Moisés salió de Egip​to con todo su pueblo. Era una inmensa muchedum​bre, que llevaba consigo todas sus pertenencias, sus bienes y los regalos que les habían hecho los egipcios. Pero tres días después el Faraón se arrepintió de haberlos dejado ir. Organizó rápidamente un ejército y corrió detrás de ellos para hacerlos regresar nuevamente a Egipto. Los israelitas habían llegado a las orillas del Mar Rojo, cuando vieron, a lo lejos, el ejército del Faraón que los perseguía.

Con el mar al frente y los egipcios por detrás, los he​breos se llenaron de pánico y le dijeron a Moisés: ¿por qué nos sacaste de Egipto, para que muramos en esta so​ledad? ¿Acaso nos faltaba tierra en donde sepultar nues​tros muertos? ¿No te dijimos que era mejor servir a los egipcios que morir en el desierto? Moisés no perdió la cal​ma. No teman, dijo, van a ver los prodigios que el Se​ñor va a hacer hoy; dentro de poco no verán más a los ene​migos que nos persiguen. Dicho esto, por orden de Dios, extendió su bastón sobre el mar. ¡Milagro! Las aguas se dividieron formando dos murallas, a derecha e iz​quierda; se formó un camino grande y un viento fuerte secó ese camino milagroso. El pueblo hebreo pasó así, a pie enjuto, y llegó hasta la otra orilla. Cuando los egipcios lle​garon, siguieron también por ese camino, creyendo que las aguas quedarían siempre

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así. Pero eso no sucedió. Tan pronto llegó el último hebreo a la otra orilla, Moisés extendió el bastón sobre el mar, y en un instante las aguas vol​vieron a unirse. El faraón y su ejército quedaron atra​pados por las aguas y se ahogaron; ninguno se salvó. Moi​sés y todo el pue​blo entonaron un cántico de agradeci​miento al Señor que los había salvado de esa manera tan prodigiosa.

También tú debes dar gracias continuamente al Señor por los beneficios recibidos; la gratitud abre las manos de Dios para darnos nuevos dones.

25. Beneficios de Dios

El Señor, que es la bondad misma, guió a su pueblo por el desierto durante 40 años con cuidado especial, dándole todo, como una madre cuida de sus hijos. En el desierto el sol quema terriblemente, y entonces Dios man​da una nube que se extiende sobre los israelitas y los pro​tege contra los rayos ardientes del sol. En el desierto no hay caminos; Dios manda una nube para que los guíe. Fal​ta agua potable; Dios la hace brotar de la roca. Los is​raelitas quieren comer carne; Dios les manda una gran can​tidad de codornices y todos comen hasta saciarse.

Los amalecitas, pueblo enemigo de Israel, se opone con un gran ejército al paso de los hebreos. Moisés envía a Josué con los más fuertes y valientes al combate; él se pone a rezar sobre la montaña. Mientras él oraba con los brazos extendidos hacia el cielo, Josué vencía; cuando, por el cansancio, los dejaba caer, Josué perdía. Al ver esto, Aarón y Jur, que lo a​com​pañaban en el monte, se pu​-sieron a su lado y le sostenían los brazos hasta cuando Josué logró derrotar completamente a los enemigos. La oración vale más que la espada.

En el desierto se les acaban las provisiones y toda la multitud murmura contra Moisés. Era mejor haber muerto en Egipto, decían, en donde teníamos carne y pan en abundancia. Tú nos hiciste venir al desierto para morir de hambre. Dios oyó las murmuraciones y dijo: haré llover pan del cielo. Cuando, a la mañana siguiente, los israelitas salieron de sus carpas, vieron la tierra cubierta con una cosa parecida a la escarcha. Era el maná, que Dios mandó del cielo todos los días, menos los sábados, durante 40 años, para alimento del pueblo. ¡Cuán bueno es el Señor!

El maná es figura de la Eucaristía, pan vivo bajado del cielo para alimento de las almas. Recibe con frecuencia y devoción la Sagrada Comunión y tendrás la vida eterna. Sus padres, dijo Jesús a los hebreos, comieron el maná y murieron, pero quien coma mi carne vivirá eternamente.

26. Los Diez Mandamientos

Dios le concedió a su pueblo un beneficio todavía ma​yor para su bien espiritual. Ese beneficio fue la pu​bli​cación de la ley divina. En el tercer mes de viaje por el desierto, cuando los israelitas llegaron al monte Sinaí, Dios le ordenó a Moisés que preparara al pueblo para re​cibir sus mandamientos. Moisés le transmitió al pueblo la orden recibida, lo purificó durante dos días seguidos para que, todos purificados, recibieran de modo conveniente la ley del Señor; delimitó

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también, bajo pena de muerte, los confines más allá de los cuales nadie debería pasar mien​tras Dios publicaba la ley. Preparado el pueblo, he aquí que en la mañana del tercer día una nube densísima cubrió la montaña, se escuchó un trueno, caían rayos, del monte salía humo y fuego y se oyó una trompeta con sonido ensordecedor. Y Dios habló así: yo soy el Señor, tu Dios:

1. No tendrás otro Dios fuera de mí.

2. No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios.

3. Acuérdate de santificar el sábado (en la nueva ley el sábado quedó sustituido por el domingo).

4. Honra a tu padre y a tu madre. 5. No matarás.

6. No fornicarás. 7. No robarás.

8. No dirás falso testimonio.

9. No desearás la mujer de tu prójimo. 10. No codiciarás los bienes ajenos.

El pueblo oía la voz y el sonido de la trompeta, veía los relámpagos y el monte humeante y permanecía apar​tado; todos estaban llenos de temor. Pero Moisés dijo: ¡ánimo! Dios quiso manifestarse en su poder para que to​dos le teman y no pequen. Después Dios le entregó a Moi​sés estos man​da​mien​tos escritos en dos tablas de piedra, que fueron colocadas en el arca santa.

Jovencito, teme a Dios y no pecarás; bienaventurados los que temen a Dios y observan sus mandamientos.

27. Castigos de Dios

El pueblo de Israel, que había visto la omnipotencia divina y que había sido asistido por Dios, debería haber sido obediente al Señor con temor y amor. Pero no siempre fue así. Muchas veces fueron desobedientes, no cumplie​ron los mandamientos y obligaron a Dios a castigarlos.

Moisés, llamado por Dios, subió al monte Sinaí para recibir las tablas de la ley, y allí permaneció durante 40 días. El pueblo, al ver que tardaba, le pidió a Aarón que hiciera un becerro de oro para ofrecerle sacrificios.

Esos ingratos merecían el exterminio, y, si fueron per​do​nados, fue por la intercesión de Moisés. Pero el becerro de oro fue destruido y reducido a polvo y 23.000 hombres fueron pasados a filo de espada.

Dios ordenó que se le tuviera la más santa veneración a su adorable nombre. Un individuo, habiendo peleado con un vecino, blasfemó. Fue llevado a presencia de Moi​sés, encarcelado y apedreado por orden de Dios. La misma suerte corrió otro que salió a recoger leña en día sábado. El Señor quie​re absolutamente que en su día se hagan bue​nas obras y por eso prohibió trabajar en ese día. Para

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nosotros es el día domingo. Para que el pueblo no tuviera que trabajar el sábado, per​mitió que el viernes recogieran doble cantidad de maná y que lo conservasen para el día siguiente, pues el sábado no caía el maná. Aquel desgra​-cia​do había recogido maná para el día siguiente, y no te​nía necesidad de recoger leña en día sábado. Por eso fue condenado a muerte.

Los hebreos llegaron, por fin, cerca de la tierra pro​metida. Antes de tomar posesión de ella, Moisés mandó a algunos exploradores para que observaran el país y sus habitantes. Ellos fueron y, cuando regresaron, dijeron que la tierra era muy fértil y en prueba de ello trajeron un racimo de uvas tan grande que tuvieron que llevarlo entre dos hombres. Pero dijeron que los habitantes eran muy fuertes, las ciudades estaban muy bien fortificadas y, en fin, que el país no se podía conquistar. Ante estas perspec​tivas desfavorables, el pueblo tuvo miedo, se rebeló contra Moisés y quiso regresar a Egipto. Solamente dos explora​do​res, Josué y Caleb, animaron a los hebreos, di​ciendo: ¡no sean rebeldes, pues vamos a vencer! Dios está de nues​tra parte. Pero la multitud siguió amotinada y si no hu​biera sido por la protección de Dios, habrían apedreado a los dos valientes y fieles exploradores. Los is​rae​li​tas fueron castigados por esa rebelión y falta de fe en la ayu​da de Dios: aunque ya estaban cerca de la tierra prometida, an​du​vieron por el desierto durante 40 años.

Tres jefes del pueblo, Coré, Datán y Abirón, murmura​ron contra Moisés y Aarón. Fueron tragados vivos por la tierra con sus respectivas familias.

En otra ocasión los hebreos, cansados de viajar y has​tiados del maná, murmuraron contra Dios y contra Moi​sés, entonces el Señor mandó serpientes venenosas que causaban la muerte. Moisés le pidió a Dios que apartara ese flagelo. Dios escuchó las oraciones de su buen siervo y mandó que hicieran una serpiente de bronce: los que eran picados por las serpientes y miraban la serpiente de bronce se libraban de la muerte.

Esa serpiente es figura de Nuestro Señor, clavado en la cruz, que, con los merecimientos de su pasión cura las he​ridas que el pecado ha hecho a nuestras almas. Miremos con fe a Jesús crucificado y nuestra alma, aunque haya sido enve​ne​na​da con el pecado, no morirá eternamente.

Querido niño, mira frecuentemente a Jesús crucificado y piensa cuánto sufrió por nosotros. Este pensamiento te apartará del pecado, y así evitarás los castigos de Dios, que es bueno, pero también justo.

28. El sacerdocio

En tiempos de Moisés, Dios, aunque siempre había sido invocado y adorado, no había todavía establecido un lugar especial para la oración, ni sacerdotes consagrados para ofrecer los sacrificios. Habiendo escogido a los he​breos como su pueblo predilecto, quiso tener un lugar sa​grado, altar y sacerdotes para el culto. Le ordenó, pues, a Moisés que construyera el Tabernáculo, para colocar allí el Arca santa, y alrededor se debía reunir el pueblo para ofrecer los sacrificios.

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El Tabernáculo era un pequeño templo hecho con columnas y planchas de madera revestida de oro, cubiertas con cortinas y pieles, que se armaba en las paradas y se desarmaba cuando partían. Cortinas multicolores dividían el templo en tres partes: una para el “santo de los santos”, otra para el simplemente “santo”, y la tercera para el “atrio”. En el atrio estaba el altar de bronce para los sa​crificios, y allí era donde el pueblo oraba. En el “santo” ha​bía: el candelero de oro, encendido de día y de noche, una mesa recamada en oro sobre la que se colocaban se​manalmente 12 panes frescos y el altar en donde se quemaba el incienso. En el “santo de los santos” estaba el Arca santa, ahora llamada Arca de la Alianza, en donde se encontraban las tablas de la ley. El Arca era una urna hecha con madera muy fina y toda cubierta de oro, y sobre ella había dos estatuas, también de oro, que representaban a dos Querubines, mensajeros de Dios.

El Señor quiso también tener sus sacerdotes. Hasta ese tiempo, el rito de ofrecer los sacrificios lo hacían los Pa​triar​​cas, es decir, los jefes de familia. Moisés, por orden de Dios, confió ese honroso encargo o misión a Aarón y a sus descen​-dien​tes, y escogió a la tribu de Leví para los servicios del culto divino. Quiso también que los sacer​dotes fueran consa​gra​dos con una ceremonia especial. Llamó a Aarón y a sus hijos cerca del Tabernáculo, los pu​rificó y los revistió con ves​tidos preciosos, sobre todo a los que iban a ocupar los altos cargos. Derramó el aceite de la unción sobre la cabeza de Aarón, y con el mismo aceite ungió también a sus hijos y, ofrecido el sacrificio, los roció con la sangre de la víctima.

Con otra ceremonia consagró a los levitas, es decir, los que estaban destinados al servicio del Tabernáculo. Los reunió en presencia de todos, los roció con el agua de la purificación, ofreció un sacrificio por intención de ellos y todo el pueblo les impuso las manos sobre sus cabezas; Aarón los llevó en procesión hasta la entrada del Taber​náculo y los presentó a Dios ofreciendo un nuevo sa​-crificio.

Si en la Antigua Ley los sacerdotes merecían tal respeto, mucho más dignos de veneración son los sacer​dotes de la Nueva Ley. Los del Antiguo Testamento ofre​-cían a Dios ani​males y custodiaban el Arca; los del Nuevo Testamento (son nuestros sacerdotes católicos) ofrecen a Dios a Jesucristo mismo, su Hijo unigénito. Lo hacen bajar del cielo hasta el al​tar, con las palabras de la consa​gra​-ción, durante la Santa Misa; conservan a Jesús en el Sagrario, lo distribuyen a los fieles en la sagrada Comu​nión y perdonan los pecados en la Confesión.

Tú, querido amigo, respeta siempre a todos los sacerdo​tes, y sobre todo, ama a tu párroco y a los demás sacerdo​tes que le ayudan en la enseñanza de la religión y en la administración de los sacramentos.

29. Los sacrificios

El sacrificio es el acto principal de la religión. Con él el hombre reconoce el más absoluto poder de Dios sobre las criaturas, agradece al Señor los beneficios

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recibidos, pide perdón por los pecados cometidos y las gracias que necesita. Moisés determinó cuáles eran los sacrificios que deberían ofrecer a Dios para cada uno de estos fines; también mandó que todos los días fueran sacrificados dos corderos, uno por la mañana y otro por la tarde; también al comienzo de cada mes se ofrecían sacrificios especiales, y cada año sacrificios más especiales todavía.

En algunos sacrificios se ofrecían animales, y se llamaban cruentos por la sangre derramada de las víctimas inmoladas; en otros, en cambio, se ofrecían trigo, harina, incienso, aceite, vino, y se llamaban sacrificios incruentos.

Dios aceptaba esas ofrendas, porque representaban el sacrificio que su Unigénito, más tarde, ofrecería de sí mismo en la cruz, y que se renovaría todos los días en to​do el mundo con la Santa Misa hasta el fin de los siglos. La Santa Misa es el único sacrificio que satisface a Dios. Desde tiempos muy remotos el Señor, por medio del profeta Malaquías, ha​bía dicho a los sacerdotes hebreos: no aceptaré ofertas de sus manos, pues una víctima purí​sima será sacrificada y ofre​-cida a mi nombre en todas par​tes. Este sacrificio, ya lo sa​bemos, es la Santa Misa.

Asiste y participa en la Santa Misa, no solamente en las fiestas de precepto, sino siempre que te sea posible, por​que es el acto de religión por excelencia. La misa honra a Dios más que todos los actos, nos obtiene gracias a los vivos, y libra a las almas de las penas del Purgatorio.

30. Muerte de Moisés

Cuando Moisés llegó a la edad de 120 años, reunió a todo el pueblo y le dijo: ya no los puedo gobernar más; de ahora en adelante el jefe será Josué. Llamó, pues, a Jo​sué ante todo el pueblo y le dijo: ten ánimo y sé valiente: lle​varás a este pueblo a la tierra prometida a nuestros pa​dres. ¡No temas! El Señor te acompañará. Después ben​dijo a las doce tribus, su​bió al monte Nebo, contempló des​de allí la tierra prometida y murió. Todo el pueblo llo​ró por él.

Dios no le permitió a Moisés entrar en la tierra prometida a causa de una falta de plena confianza en el Señor. Aun las pequeñas faltas merecen castigo ¡No olvides esto!

31. Josué

Después de la muerte de Moisés, Josué tomó el mando del pueblo. Lleno de confianza en el Señor luchó y venció a todos los enemigos con victorias estrepitosas y milagro​sas. Cinco reyes se aliaron para detener el avance de los israelitas. Josué los combatió, pero al caer la tarde todavía no había logrado la victoria. En un impulso de fe, gritó: ¡sol, detente donde estás! El Señor lo escuchó y prolongó el día hasta cuando logró destruir los ejércitos enemigos y poner presos a los cinco reyes.

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protegida con murallas fortísimas y nu​merosos y valientes combatientes. Pero después de algunos días las murallas cayeron por sí solas ante el paso del Arca de la Alianza, que llevaban en procesión alrede​dor de la ciudad y al son de trompetas, como Dios les ha​bía ordenado. Mas la victoria quedó manchada con un pe​cado. Un hebreo, llamado Akán, durante la toma de la ciu​dad robó 200 monedas de plata y una barra de oro. Dios lo condenó a la muerte.

Respeta, querido niño, las cosas ajenas; no olvides que el robo está severamente prohibido por la ley de Dios, y también por la ley humana.

32. Los Jueces

Con las victorias de Josué, el pueblo hebreo entró y tomó posesión de la tierra prometida. Pero sus vecinos, los filisteos, lo molestaban continuamente. Dios, para gobernar a su pueblo y para librarlo de sus enemigos que le hacían la guerra, escogió hombres sabios y valientes, a quienes llamó jueces. Hubo muchos de estos jueces; pero no les voy a citar sino a dos de ellos: Sansón y Samuel.

33. Sansón

Sansón, consagrado al Señor desde su más tierna edad, fue dotado por Dios con una fuerza extraordinaria. Al ver que los filisteos molestaban continuamente a los israelitas, trató de atraerse toda la ira del enemigo sobre sí, y de ese modo libró al pueblo de la opresión. Todo esto lo logró con astucia. Era el tiempo de las cosechas, y los filisteos cortaban el trigo y hacían las gavillas. Sansón tomó 300 zo​rras, las amarró de dos en dos por el rabo, puso una an​torcha encendida entre cada par y las echó a correr por los campos de los filisteos; así incendió toda la cosecha.

Los filisteos se llenaron de rabia contra Sansón, y tra​ta​ban de ponerlo preso: acamparon cerca de la tribu de Ju​dá y exigieron que les entregaran al terrible enemigo. Una comisión de la tribu se presentó a Sansón y le dijeron lo que exigían los filisteos. El se dejó atar con cuerdas nue​vas y gruesas y ser entregado a los enemigos. Tan pronto lo vieron así los filisteos, lanzaron gritos de júbilo y ca​ye​ron sobre él. Pero Sansón rompió las cuerdas nuevas co​mo si fueran hilitos y, con una quijada de asno, mató a mil filisteos y puso en fuga a los demás.

En otra ocasión, Sansón entró a una ciudad filistea llamada Gaza. Cuando los filisteos se dieron cuenta, tran​caron bien las puertas de la ciudad: querían matarlo cuan​do a la mañana siguiente pretendiera salir de la ciudad. Pero Sansón, sabiendo esto, se levantó a media noche, arran​có las puertas, se las echó a la espalda y las dejó en un monte cercano.

A pesar de ser tan fuerte, Sansón murió miserable​mente por no haber sabido apartarse de una ocasión de pecado. Una mujer, Dalila, le insistió mucho a Sansón pa​ra que le revelara el secreto de su fuerza; él le confesó que se debía a su larga ca​bellera. Dalila era una mujer muy mala. Le cortó la ca​be​lle​ra mientras Sansón dormía y llamó a los enemigos. Estos se apoderaron de él, le sacaron los

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