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CARIQS SABAT ERCASTY. Los Adioses. Interludios al modo antiguo PALACIO OCX LIBRO MONTEVIDEO

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Los

Adioses

Interludios al modo antiguo

PALACIO OCX LIBRO MONTEVIDEO

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POEMAS DEL HOMBRE Libro del Alar

ÉGLOGAS Y POEMAS MARINOS VIDAS (Poemas)

EL VUELO DE LA NOCHE (Poemas) LOS JUEGOS DE LA FRENTE (Prosa) LOS ADIOSES (Poem as)

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ELOGIO DE GABRIELA MISTRAL (Prosa) LIBRO DE LA AFIRMACIÓN ( Poemasj

HIMNO DE LOS SERES ESPLÉNDIDOS (Poemas) RETRA TOS DEL FUEGO ( Prosa)

EL CANTO TODO CANTO (Poemas)

(7)

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LOS ADIOSES

IN TER LU D IO S A L A\ODO ANTIGUO

A O N T E V ID E O

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(11)

Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! volaría yo, y descansaría.

Salmo 55.

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y monstruoso que sea. Yo soy mil y mil veces una distinta sombra, un desigual abismo,

un vasto error cambiante, una miseria eterna, pero mudable. Nunca me fijo y me concreto en una sola forma lastimosa y porfiada.

No interroguen. No quieran verme. No hiendan nunca, con un ojo sediento de asirme hasta los límites de mis grandes tinieblas de horror, la extraña vida por donde va esta frente perdiéndose en la nada.

Me interrogo de noche tan tenaz y tan loco, y tan fuera de mí, y en tal delirio y vértigo, tan divino y supremo de fiebre y de esperanza, y tan negro y satánico de negación y duda, que las preguntas saltan de mí como relámpagos y soy yo mismo el áspero peñón donde se quiebran.

(14)

con una risa negra y una alegría helada.

Así voy entregándome al sublime espectáculo de esa guerra tremenda del hombre con sí mismo, y con Dios, y la Tierra, y la sombra. Y con todo!

Devoro así los sueños. Muelo así el Universo en vanas y deshechas y mortales cenizas, y atraviesa por ellas mi huracán y mi fuego hasta quedar tendidos de fatiga y de hastío.

Y así, Dios mío, es tanta la intensidad horrible de mi ser, que por último, muere todo el misterio bajo el atroz cansancio con que yo mismo caigo!

(15)

EDGARD POE.

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I

Te has cargado de adioses hasta en la edad madura, nave de tantos sueños y dichas no venidas.

Antaño ibas cantando las grandes despedidas mientras si hogaño zarpas lloras la desventura.

Ah, tu esperanza maravillosa no perdura y nunca más deseas las doradas partidas.

T tanto se acortaron las rutas no sabidas que mejor que surcarlas las sueñas con dulzura.

Es noche! Los fantasmas del tiempo se levantan del fondo de la nave. Yo grito por las cosas verdaderas y firmes con que llené mi barco.

Miro. No hay más que espectros horribles que me espantan con sus muecas torcidas y sus perdidas rosas.

Y solo, allá en mi nave, me curvo como un arco!

(18)

II

¿Cuándo vendrá la noche más divina, la esencia de la estrella más sonora, el morir de un ansia soñadora y el volar en la altura cristalina?

¿Cuándo el alma inmortal será más fina, y más de luz, sin límite y sin hora, y hacia la eternidad pondrá la prora y surcará los mares que imagina?

¿Cuándo atravesará los astros puros, la cifra espiritual de cada estrella, y ebria del infinito de Dios mismo,

rotos los lazos trágicos y obscuros, las alas embriagadas, limpia y bella, libre de sombra, vencerá el abismo?

(19)

III

Última luz y moribunda nube de tornasoles grises y violetas.

Sube la noche. Suben las secretas confesiones. El alma pura sube.

Roza el silencio el inmortal querube cruzando por la sombra a claras metas.

Isla, selva, montaña, obscuras, quietas, más excitan el vuelo que sostuve.

Entre un desdén de estrellas, la mirada, flecha de sed que arranco a mi tristeza, terca y rendida el cielo grave horada.

Ah, perderme otra vez, y ser el dueño vano y sin fin de ese tenaz ensueño con que me va matando la belleza!

(20)

IV

Oh sueños esmaltados de zafiro que no pueden vencer mi descontento.

Fracaso del azul ante el tormento de verme en este estado en que me miro.

Oh paloma celeste del suspiro

y arcángel del más puro pensamiento, el aire negro y el obscuro viento me negaron los vuelos a que aspiro.

Tiran de mí las sombras de la Tierra.

Oh, cristal delicado, y luna fina, y alta noche de Dios, yo soy la guerra,

hiere el dolor mi levantada frente, y voy muriendo de una sed divina mientras entro al silencio inmensamente.

(21)

y

Frente así levantada, triste cumbre donde el orgullo es nada más que hielo, qué importa el modo como entraste al cielo si al fin el cielo mismo es pesadumbre!

La misma estrella cansa con su lumbre, y fatiga el celeste y firme vuelo, y ese nunca extinguirse del anhelo, y los sueños en vana muchedumbre.

Tener que sustentarte a toda hora, ah, no caído pecho siempre en alto, y voluntad despierta a cada aurora,

y no extinguidas ansias de belleza, y corazón de fuego a todo asalto...

¡Y pensar que me hastía la grandeza!

(22)

VI

Pastor de soledades y de hastíos en prados de silencio, va mi vida cada vez más cansada y escondida, sin agitar sus sosegados ríos.

Pastor de otoños cada vez más fríos en campos de mi ser, a la partida de aquella juventud, tan florecida, y hoy ya tan lejos de los sueños míos.

Y ayer, pastor de anhelos inasibles!

Y en montañas de Dios, y en puros cielos, levantado en alturas imposibles,

pastor de exaltaciones y victorias.

Y hoy, oprimido entre estos cuatro muros, nada más que pastor de altas memorias!

(23)

VII

Te levantaste, mi huracán, todo de adentro mío. Y entraste al bosque con tu hacha sibilante, y danzabas sobre mis incendios, y anhelante,

ie deshacías con tu formidable encuentro.

Yo cerraba los ojos para verte en el centro más hondo de mi vida, quebrándola. Oh constante hundimiento en un tembladeral tan erizante,

y en mí, y al fondo, lejos, donde ahora me encuentro.

¡Tempestad, cómo entraste a la batalla dura!

Oh, montañas de fuego que yo alcé en la llanura diáfana! Oh grandes selvas sobre las cristalinas

esferas! Oh peñascos al frente de los lagos!

¡Fue mío el huracán de los grandes estragos y soy yo quien se goza en mitad de estas ruinas!

(24)

VIII

Sueño que estoy soñando y soy dueño del sueño, igual que si una flauta escuchase su canto adentro del encanto de su alma. Y levanto mis sueños por la gracia de sentirme su dueño.

Sueño que estoy soñando! Yeo el lago risueño y los vastos reflejos, y hasta me creo tanto como lo que ha llenado mi espejo. El desencanto vendrá. Se irán los sueños. Seré otra vez pequeño.

¡Juegos de la ilusión!... La lanzadera interna teje los grandes lienzos de la sustancia eterna mientras decora adentro los más bellos tapices.

Yo estoy como a la orilla de un río de quimeras maravilladas de armonías y matices

que no me dejan ver las cosas verdaderas.

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IX

Nubes. Obscura cólera. Costa gris. Mar potente.

Lluvia y llovizna entre el azote de la racha.

Islas de sombra y llanto partidas por el hacha de la ola. Relámpagos y huracán en la frente.

Y allá, en el viento, el árbol de la nave. Presiente más lucha el corazón, y el furor le remacha los golpes. Ruge el pecho. La tempestad se agacha tenaz, para estrecharme y arrancarme del puente.

¡Oh deseos y júbilos! ¡Oh esperanzas extintas!

Crinadas olas agrias y de revueltas tintas estrellan en la proa su alarido salvaje.

Mi carne va a doblarse como un metal cansado.

Pero no, porque el mástil como un dedo ha apuntado una estrella, y el barco grita en mi horror: ¡Coraje!

(26)

X

Tú pasabas la mano, sensiblemente breve, sobre los cielos de mi frente fatigada, y mientras le rozaste tu flor maravillada mi frontal derretía sus cúpulas de nieve.

Yo contaba una a una las rosas de la leve mano. Y de una en una la mano delicada iba tocando estrellas en mi frente extasiada.

¡Y cómo ese recuerdo mi corazón conmueve!

Sólo un desear sin fin dejó esa primavera de tu amor. Tú no puedes creer en tantos astros, ni buscas en tus manos la rosa y la quimera.

;Y tal vez en la frente queden celestes rastros!

¡Y tal vez en tus dedos florezca la tristeza!

¡Ven, y pasa tu mano por mi pobre cabeza!

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XI

Noche. Más soledad. Silencio. Las totales sombras. La vieja nave detenida. Espanto de no encontrar el fin y haber andado tanto, y otra vez las ideas terribles y fatales.

Volcaríamos los arrebatos inmortales.

Romperíamos el pensamiento con el llanto.

Y un poco de amor, y algo de ensueño, quizá de encanto dudoso, aún las tristezas dan, y hasta los males.

Calma deliciosamente y dulcemente hecha...

¿Para qué ruge el viento, y la alta luz me acecha, y la nave, nerviosa, trepa en la ola y brama

de audacia? Ya no estábamos reconciliados y risueños?

— ¡Sube, sube otra vez, aquí, — la proa clama, — quémame otra esperanza mientras vuelo otros sueños!

(28)

XII

El ardiente, de oro, canto del mediodía;

el de plata, celeste, nocturno canto y alto;

el canto de cristales diáfanos en el salto del alba sobre el cielo; la de bronce, armonía

larga y remota de la tarde; y la melodía del ocaso; y el polifónico sobresalto del mar; y los alegros del río de cobalto en la orilla sinuosa; y el violín que extasía

de scherzos y de fugas el lago de dorados reflejos y de azules honduras; y las graves orquestas de las selvas anchas; y los bordados,

instrumentales giros de las sonoras aves...

ah, todo lo dejo, todo lo doy, todo lo olvido por esa voz que sueño y que jamás he oído!

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XIII

Tras el ímpetu ebrio con que mi vida clama alterna una abandonada melancolía.

Urge el incendio, el huracán va, vuela el día, o caen los vientos, pesan las horas, muere la llama.

Venenos de pereza y hastío me derrama en la sangre de rosas la otoñal agonía.

El himno heroico se me desmaya en melodía lánguida, la pasión apenas sueña y ama.

Balanza sin razón para el vaivén eterno de las horas distintas, el corazón. Infierno y paraíso; encantamiento y desesperanza;

deseo loco y desilución; última altura

y oblicuo ensombramiento... ¡Pobre vida insegura, tornasol infinito de un solo horror que avanza!

(30)

XIV

Me llevarán un día sin que yo sienta nada adentro de una caja sin luz. Un agujero

en la Tierra. Al instante, me habrán bajado. Cero.

La carne tenebrosamente acabada.

Ni la más sorda y más opaca y apagada sensación. Tras el trabajo horrible, todo entero, en gris, en vano polvo. El pensamiento austero, sueño. El corazón, lodo. La voz, ceniza helada.

Descendimiento calladamente lento y mudo de una cosa desvanecida y de un desnudo no ser, y de una anonadada y extinguida

forma del amor, y de la sed, y del deseo, tallada en las tinieblas, ni siquiera sentida por este mundo triste ¡en donde aún amo y creo!

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XV

Presente sin sustancia, tejido con memorias hondísimas, y con recuerdos sin presencia material, como de sueños, como la evanescencia de unos tiempos muy viejos y una grises historias.

Presente sin el pulso del ser. Las ilusorias, las imposibles y últimas formas de una conciencia, muertas en el pasado, sin la densa existencia real, me van llevando por vagas trayectorias.

Soy nada más que de las cosas que fui antes.

Soy de un no ser ahora, y estoy como en distantes momentos, sin la fuerza de la hora cierta.

Más bien no soy, más bien no existo, más bien he huido del instante, y voy hundiéndome en una muerta

lejanía de un tiempo que nunca se ha extinguido.

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XVI

Del alba a la mañana, de la tarde al ocaso, del impuro crepúsculo a las sombras totales, algo del corazón, en pérdidas fatales

que roban lo más nuestro, cae entre paso y paso.

Nos morimos en un repetido fracaso, bebemos demasiado los ardientes panales, agotamos la dicha, y hasta los mismos males merman, y un día queda sin nada todo el vaso.

Qué nos den más fuerzas para los deseos y los sueños, y para el dolor, y para llenar la vida,

y para el alto volar, y para los empeños

tenaces y las ansias de no cansarnos nunca.

¡Ah, clamemos por no morir así, desde esa herida fina y lenta, que ni se cierra, ni nos trunca!

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XVII

Estar en mí las horas enteras y los días apretando mi yo y sabiéndome mío.

Ser el lago de la corriente que era el río, y no irme hacia afuera ni por las cuencas mias.

Sólo tener mis concentradas melodías, el fuego de mi fuerza y el metal de mi frío.

Y sin abrirme al mundo vencer el largo hastío, y perseguirme siempre con tenaces porfías.

Tapiar las cinco puertas que me llevan al mundo.

Hundirme en un océano cada vez más profundo entre las soledades de la íntima jornada.

Obstinarme un deseo todavía más hondo, para encontrar, acaso, encondido en el fondo, ese extraño vacía donde empieza la nada.

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XVIII

Éxtasis de las prodigiosas extinciones de la forma, y éxtasis de los olvidos ciertos

del ser, todo extraviado en Dios, sobre los muertos deseos de la vida y de las tentaciones.

Rapto loco a no soñadas posesiones de espirituales y de musicales huertos, inclinados desde el cielo a mis desiertos en un ansia de infinitas purificaciones.

Renuncia de toda dicha y de toda tierra,

del orgullo del yo, y de la gloria, y de la guerra, y del cuerpo y la sangre... ¡Oh noche en que violento

todas las fuerzas puras que aún restan en mi pecho, para lograr esta embriaguez que sufro y siento mientras se va pudriendo la carne sobre el lecho!

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XIX

En un jardín exasperado de colores y una ebriedad enloquecida de fragancias, morirme de fatalidad, de horror, de ansias desesperadamente iguales a dolores.

Ir destrozándome las inmortales flores en la embriaguez de las imposibles distancias, en el volar del sueño bajo locas instancias, en las celestes dichas y en los altos amores.

Agonizar infinitamente convencido

de que nada es peor que este esfuerzo perdido.

Decir: — No puedo más, ni busco más, ni anhelo

más. Y reír. Y sollozar. Y gritar del todo que ya no creo en nada de la Tierra y del cielo, que perdí la fe, que todo es igual, y que soy lodo!

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X X

¿Será un día, en la nave dorada de los días, o será en una noche, y en las alas arcanas de las noches, cuando me aleje de las vanas cosas, y de estos sueños, y de estas alegrías?

¿A dónde iré, por dónde se va, sobre qué vías etéreas y suprasensiblemente lejanas,

el espíritu vuela más allá de las canas

cumbres, y de los pájaros y las nubes sombrías?

¿Hacia qué ángeles, entre qué dioses, por qué esencias diluidas en inmateriales transparencias

me iré ebrio de azul, de más azul, celestamente?

¿Y cómo haré sobre esa altura al despedirme de la Tierra, y para volar más, y para hundirme en la armonía diáfana de la divina frente?

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XXI

Viento de luz, finisima brisa de las estrellas dulces, y desprendido de las constelaciones maravilladas de espirituales intuiciones ideales, y cada vez más hondas y más bellas.

Jardín intacto en un ensueño de doncellas extáticas, y de rosas, y de ilusiones

inmortalmente ingenuas. ¡Oh divinas pasiones de las estrellas y de los ojos siempre en ellas!

Toda la frente es más deliciosa y cristalina a fuerza de las astralidades inefables, y de ese aire de música, y del aura divina,

y del esplendor, y de los desprendimientos arcanos que descienden por olas celestes e impalpables, o se levantan desde los seres sobrehumanos.

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XXII

Dar en esfuerzos desesperados las verdades arrancándome de las entrañas las melodías, deshaciendo la sangre del ser en armonías supremas, y exprimiendo las sabias soledades.

Tener para el pensamiento de uno mismo, crueldades feroces. No creernos. Enturbiarnos los días

con dudas flagelantes, viscosamente frías, y enloquecernos en monstruosas ebriedades.

Pasearnos por el borde de los cráteres rojos del Infierno. Ver con Dios y Satán en los ojos.

Poner el pecho entero en las batallas. Irnos

por cuevas insondables y negros corredores del abismo. No cejar nunca. Y peores

cada día, ir más lejos, y siempre, hasta morirnos.

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XXIII

Divina geometría del lirio y de la rosa, y perfecta montaña de grave arquitectura, y armonía del cielo y celeste escultura del cisne, y mariposa de gracia luminosa.

Arbol recto, playa curva, onda sinuosa, esfera cristalina del ojo, frente pura, horizontal del pie, ondulante cintura, rítmica simetría y euritmia prodigiosa.

La alta idea del número, de invisible potencia, forma el nervio profundo del universo entero.

Inmortalmente diáfano, eres la última esencia

del Ser impenetrable, del Uno verdadero, oh número de música, oh espíritu primero, cifra fecundadora de inalcanzada ciencia!

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XXIV

Ala de los ensueños y flecha del instante, y suave flor efímera entre la selva densa, y desmayada onda sobre la mar inmensa, oh, engaño del momento feliz, breve y cambiante!

Te acechan mis deseos, minuto alucinante del éxtasis, y vienes como una recompensa fugaz de mis anhelos, y mi alma está suspensa de tu luz, pero huyes cada vez más distante.

Busco la eternidad del divino momento,

busco el sosiego de este horror vasto y sediento que me enloquece las soledades espantosas,

y altas de amor, y hondas de sombra, y tristes de espera...

¿Y si se va tan pronto la dicha verdadera, para qué sueño el rayo que va mintiendo rosas?

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X X V

Cuatro paredes mudas y entre ellas mi existencia.

Silencio. Media noche. Sufro un terror sagrado.

Quisiera levantarme, pero estoy como atado al asiento. Na puedo moverme. Mi conciencia

no logra entrar al fondo de mi divina esencia, y cuanto más (porfío por quebrar ese estado delirante, más hiela el miedo, y más crispado sufro el horror del vértigo que curva mi potencia.

¿Nunca pabrá la frente por qué el espanto nace de la sombra, y penetra tan hondo, y nos deshace?

Soy y ni soy. El pánico, como una garra obscura,

raya mi¡ nervios. Tiemblo. Ya no ato los distintos pedazos le mi ser, y una extraña locura

como ur) viento me pierde por negros laberintos.

/

(42)

X XV I

Oh cielo espirituado de zafiro y cobalto, y de un agua celeste, y de una luz cernida en alma, y de una llama blanca y una vivida intuición transparente del deseQ más alto.

Mientras sobre los sueños más inefable salto, dejo de ser la carne y me huyo de la vida, hasta que me transformo en una diluida esencia, enloquecido de sed y sobresalto.

Voy como sobre el ala de los arcángeles. Entro por recónditas vías del Unico. Concentro todo mi ser en las prodigiosas posesiones.

( Toco en Dios. Muero en Dios. Nazco en Dios. Grito en Dios. Ardo en Dios. Soy Dios. Y mis pasiones divinas, lo traspasan con un goce infinito.

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XXVII

Nunca una noche tan impalpable y musical!

Inmenso caracol de la sombra estrellada, puesto en mi vida maravillada y delicada sobre un oído íntimo para el canto inmortal.

Yo me hundía en un recogimiento paradisial escuchándome hacia una hondura inalcanzada nunca, por mí ni nadie, diáfana, en donde nada es aún terrenal y es todo espiritual.

Y yo me sentía aniquilarme en esa arcana música suprasensiblemente lejana,

desprendida de las inmedibles alturas,

y cayéndome en innumerables armonías, ya tan supremamente intangibles y puras, que todo mi ser quedó deshecho en melodías!

(44)

XXVIII

De todo lo que he visto guardo un sutil destello.

Cuánto cincel de fuego me trabajó la vida!

Si recuento las huellas de mi ser, nada olvida.

Tal vez, sólo por eso, recordar es tan bello.

¿Dónde me estampa lo indeleble cada sello?

¿Cómo se graba el tiempo sobre el alma fluida, y los abrazos que estremecieron la partida, y las lágrimas que nos rodaron por el cuello?

Voy hacia los otoños inclinados de adioses, cansado de la Tierra, imposible de cielo, y ahogándome en los dolores más atroces.

Me doblan los fracasos y el peso de los llantos.

Sólo el recuerdo puede levantar mi alto vuelo de luz, y alzar los sueños que fueron tantos, tantos!

(45)

X X IX

Voy como un río de alma por un altar de estrellas.

La noche me levanta sobre su suave mano.

Rozo otras zonas, alzo otros sueños, miro otro arcano.

La espiral de mi vuelo labra encendidas huellas.

¿Por qué sobre mis éxtasis de ese modo destellas, y te incendias, y abrasas, deseo sobrehumano?

Mientras tú me enloqueces sufro el destino vano de saber que se extinguen todas las cosas bellas.

Mejor no haber sentido jamás la sed maldita.

Ser opaco. No amar nada. Querer la Tierra.

Ahogarnos de materia. Dejar la carne ahita

durmiendo sobre un lecho de bestiales reposos, y sin ideas, y sin anhelos, y sin guerra,

despertarnos como los cerdos horrorosos!

(46)

X X X

Ceniza del más vehemente encendimiento, perfección del guijarro en la muerte del río, pompa de Dios, orgullo hostil, hoy suave hastío tan dulce y melancólico que ni vencerlo intento.

Viejo barco pirata que nunca más el viento arrancará del muelle.... Es triste, pero río de pensarlo y sentirlo, mientras disfruto el frío cínico y el perverso deleite del tormento.

Ni el elarín, ni el penacho, ni el pensamiento en alto, ni la esperanza. Nada! De un raro gris esmalto las auroras de fuego y la más firme estrella.

¿Para qué el grito ávido sobre la luz herida?

Tan fina y tan perfecta fluye sin luz la vida, que a medida que mato mi ser, la hago más bella.

(47)

X X X I

No estaré nunca más, ¡nunca más!, ya vivido mi tiempo triste y breve. Sobre los ríos mudos del eterno emanar y el silencio desnudo

de la nada, no seré nunca más, y me habré ido.

Grandes, enormes, vastos, graves lechos de olvido!

Nunca la intensidad de estos gritos agudos, nunca el horror y el golpe de estos dolores rudos.

¡No ser! ¡Orillas lentas de un silencio perdido!

Oh rabia de beber la eternidad, y todo el encendimiento de la noche, y cada modo de la luz! ¡Oh alta sed y ávido encumbqimiento

del corazón! ¡Oh posesiones espirituales y celestes! ¡Y todo para este acabamiento, y aquel no ser, y para las cenizas fatales!

(48)

XXXII

He venido a esta vida fríamente robado.

Pienso que fui otra cosa más profunda y más pura.

Sueño que en otros modos más altos, vi la obscura potencia de la noche y el día iluminado.

A veces, en el fondo del ser, algo he llegado a tocar, que es como música y como hermosura ideal, y a tientas voy más lejos, a una altura única, y choco y caigo, cuando más la he deseado.

Ah, me robaron mi propio ser! Lloro y grito que me robaron mi propio ser, y el infinito goce, y la alegría última, y el éxtasis grave,

y las contemplaciones prodigiosas, la locura del más allá, y el viaje en la celeste nave, y me dejaron un horror de carne impura!

(49)

XXXIII

Recordar al revés! Memoria del futuro!

Al arribar los días ya están adivinados.

Los minutos más grandes llegan como cansados por el joven del corazón lleno de apuro.

¿Para qué esta certeza y este pensar maduro?

Los tiempos no venidos ya son tiempos pasados.

Voy como adelantando la ciencia. En todos lados soy viejo. Estoy de vuelta. Todo es luz, aún lo obscuro!

La vida es larga, y lenta, y repetida, y triste, y se adivina todo. Siempre la misma aurora, la tarde igual, la noche igual, hasta el olvido

igual, lo mismo, y todo lo que en mi ser existe, igual a lo de antes. La muerte va en la hora.

Oh tedio de ya saber lo no vivido!

(50)

X X X IV

A veces cae todo mi ser adentro mío.

Es una música sin caminos para irse afuera.

Yo la recorro deliciosamente y quisiera no salir nunca del agua eterna de ese río.

Me atraen las extrañas sombras y me confió a los peligros y a los deleites de esa quimera.

Voy tocándome el alma, y cual si nunca hubiera rozado sus esencias, tiemblo y me escalofrío.

Miedo feliz, goce doloroso de mi mismo, y gusto de ir extraviándome en mi abismo sin saber lo que soy y en un viaje impalpable.

Sigo una luz extrañamente temblorosa, todo callado y en un silencio tan inefable, que después ya no hay más que la última cosa.

(51)

X X X V

Dueño ya soy, pero de concentradas ansiedades, de abismos y distancias que he apretado a mi frente.

Estoy fijo, pero me siento ir, y mi corriente labra su fuga en mis doradas soledades.

Unos ojos enormes, y de fuerza, y de tempestades hacia adentro, y de mirada incandescente

y firme, y una pupila trágica y caliente, y este rodar sin fin de las fatalidades.

Sufro la inmovilidad de ser mi propia orilla material, endurecida de nervios y de huesos, donde cruzan las olas de amor y maravilla

de mi ser. Y desgarro mi vivir en excesos de angustia, porque jamás se detendrá ese río de mi mismo, que se me va llevando lo más mío.

(52)

XXX V I

Igual que por mujeres de brasas y de hielo mi corazón ha sido bordado por la vida.

Cada sensible túnica de amor y luz tejida se adornó con las grandes estampas de mi anhelo.

Puras constelaciones dibujaron el cielo.

En los paños recónditos quedó una noche herida de sed, y de imposibles deseos perseguida, y el relieve de un mundo de muerte y desconsuelo.

Mil telas, más profundas cada vez, nieve y frío, como agujas fatales, con hilos dolorosos traspasaron. ¡Oh, fibras delicadas y hondas

de mi pecho! ¡Corazón, jamás pudo tu ruego detenerlos, y ahora trabajan angustiosos

allá, por unos pliegues donde ni van mis sondas!

(53)

XXXVII

Cansancio de ser yo mismo a toda hora!

Siempre yo mismo, siempre el maestro y el poeta, siempre el alto deseo, la inalcanzada meta, el canto poderoso, la estrella, el sol, la aurora...

Siempre el sueño tenaz en la divina prora, siempre la ola enorme que a la isla sujeta, y el alaje del águila, y la victoria neta, y el dolor con orgullo, y el grito que no llora.

No puedo más! A veces no puedo más! Gemiría como un niño perdido ¡tan angélicamente!..

Y, pájaro gris, entre la niebla cantaría,

y cambiaría, riéndome de mí, la angusta frente.

Y sin recurrir a la montaña ni al abismo, con un temor curioso me iría de mi mismo.

(54)

XXXVIII

Contemplo la belleza con la arcana belleza de mi ser. Lo increado sostiene a lo creado.

De una rama de Dios mi espíritu ha brotado y una raíz divina verdece mi cabeza.

Afino la onda tierna de mi delicadeza íntima, y adelgazo el dulce y arrobado éxtasis, y burilo y cincelo el extremado anhelo, y la arcangélica, la intangida pureza.

Se me enriquece el corazón de una armonía que es renacer en Dios. Todo por dentro enciendo la verdadera llama de la sabiduría.

En diáfanas esferas de celeste hermosura abro un cielo inefable por donde voy subiendo, y a todo lo que miro le doy mi propia altura.

(55)

X X X IX

Melancolía, y no dolor, madura fruta y última que está en el árbol de la ciencia.

Yo no sé qué desolación y qué indolencia, casi dulces, me esperan al final de la ruta.

Mi corazón está encerrado en una gruta de musgo, y de silencio, y ternura, y paciencia.

Gris! La mirada huye la falsa transparencia y una aceptada sombra la suave sien enluta.

Se desvanece el sueño de aquel saber ardiente que cuajaba diamantes de orgullo en nuestra frente.

Con un dolor deseado hendimos una herida

en nuestro ser. Y la gustamos. Y nos hundimos en el tembladeral arcano de la vida.

¡Y es curioso, no hay más que horror, y sonreímos!

(56)

XL

Yo quisiera decirte, inclinada fineza de una hora transida de fatiga y dulzura, triste, en un otoño lento, en una ternura de ocaso, y bajo un astro de única belleza.

Fuerzas inútiles en una carne de pereza, grises yertos en una frente de blancura desolada, y agonía sin muerte, y amargura sin horror, y cansancio todo delicadeza.

Ser menos, y ser menos aún, y no sentirme, y estar como en el minuto de morirme, y no quedar del ser más que un humo pequeño.

Olvidarme del fuego, del dolor, y del grito, ser ya casi la nada, mientras el infinito,

cada vez más inmenso, me borre como a un sueño.

(57)

XLI

Hundo a veces mi ser horriblemente. Inundo el corazón, la sangre, los nervios, y los huesos, y el alma entera y ebria y trágica, en excesos

de sombra; y bajo entonces hasta un ser más profundo.

Entro abriéndome paso con un grito iracundo y ronco. Y levantando los más sombríos pesos del silencio, voy como en espirituales regresos por un inmenso océano de alma, en donde me hundo.

Y atravieso, y sondeo, ya tan adentro mío, que me hiela un pavor extraño, un frío contacto, una terrible sensación de locura,

un angustioso ahogo de mí mismo, y no puedo volver, y sólo siento la devorante hondura

por donde voy perdiéndome sin más verdad que el miedo.

(58)

XLII

Un ver que es un no ver con estos ojos vanos, lagos de sombra en donde flotan los ensueños, las vacías quimeras, los jardines risueños, y las visiones, y los anhelos sobrehumanos.

Y esta imposible fuerza para hendir los arcanos del Universo, y estas locuras, y estos sueños del dolor, y la sed violenta, y los empeños trágicos de fundirnos a los mundos lejanos.

Terrible intensidad de mirarme hasta el fondo mismo, abriendo los velos con un horror tan hondo que me enfrenta a esa verdad que nunca existe.

Y todo siempre para no hallar nada y haber perdido la luz, y la esperanza, y la alegría, y triste­

mente y desencantado, pedir todo el olvido!

(59)

XLIII

Oh sorpresa de haber nacido sobre un mundo, de haber llegado alguna vez hasta esta orilla del Universo, y de estar ahora mientras brilla el Sol, y cuando la noche se hace en lo profundo.

Oh extraña sensación de ser, en donde inundo mi frente, alucinada de ensueño y maravilla, en donde hago temblar la espirituada arcilla del corazón, y en donde, misteriosamente, me hundo.

Me he sentido crecer sobre esta grave estrella, y ahora mismo, asombrado, regreso por la huella de mi tiempo, y penetro en el astro, y desciendo

hasta erizarme de traspasar el cielo, y verme con horror todavía, por que aún sigo siendo en una cosa donde no podría sostenerme.

(60)

XLIV

En un día de arcángeles y de raptos divinos, por un aire de una diafanidad maravillosa, levantaré mi anhelo en una prodigiosa

embriaguez transparente de ensueños cristalinos.

Iré sobre montañas de esmaltes diamantinos, y en un exceso de amor celeste, mi angustiosa espera transfundirá una gracia deliciosa, y subiré por últimos, nunca abiertos caminos.

Traspasaré los graves silencios de la muerte.

Embeberá mis ansias la música insonora.

Iré anegando mi alma con esencias ideales.

Afinaré la mística exaltación y la fuerte voluntad, y el deseo radiante, y una aurora de Dios, me quemará las entrañas inmortales.

(61)

XLV

Áspera luz la nube tempestuosa desgarra en un relámpago prodigioso de violencia.

La frente de la noche calla su antigua ciencia y el huracán rabioso rompe la obscura amarra.

Los rayos empurpuran la eléctrica moharra.

Fosforece la nube de sombría turgencia.

Y trágica, y agitada, la selva de potencia épica, a la Tierra formidable se agarra.

Llega el viento. Cruje el tronco. Silba el hacha de la ráfaga ebria y la afilada racha.

En la porfiada costa la ola enorme bate.

Cimbrean, tenebrosas, la fuerza y la montaña.

¡Pero yo, con qué ansias logro la nueva hazaña de serenar mi vuelo más allá del combate!

(62)

XLVI

Quiero quedar a solas con mi ser. Penetrarme, ir adentro del tiempo y del pulso profundo de mi fuerza. Cortar la rosa, mutilar el mundo, romper los lazos, descender hasta encontrarme.

Anhelo este sondeo, este angustioso ahondarme tenaz, agudo, trágico, y no ese vagabundo errar sobre la Tierra. Y gozo si me hundo

en mi, entre las sombras, al fondo, hasta extraviarme.

Jamás sabré cual sea la condición extraña del descenso. Percibo en la brumosa entraña del ser, un gran silencio, y una vasta tristeza,

y una melancolía tan delicada y pura,

que aunque me mienta el sueño, yo no sé qué belleza del error y la nada, me embriaga en esa hondura!

(63)

XLYII

A veces alzo en mí un canto inexplicable que logra por instantes maravilladas voces indecibles al labio y a los íntimos roces de la palabra más melodiosa y más inefable.

A veces llevo en mí un sueño irrevelable, y un vuelo ideal, y todos los trascendidos goces, y el crecimiento de una celeste mies, y las veloces órbitas de un cosmos finamente impalpable.

A veces no me veo ni siento los sutiles contactos, y se me van los últimos perfiles del cuerpo, y se levantan las alas inmortales,

y subo trasmutado por un divino exceso del alma, sin más fuerzas que las espirituales músicas, y una ausencia de materia y de peso.

(64)

XLVIII

No estar, no estar jamás, irme siempre más lejos, partir viajero inútil de las pérdidas cosas,

hastiado de jardines y de selvas monstruosas, y con los ojos tristes y vanos como espejos.

Querer otros incendios, buscar otros reflejos, gozar otras estrellas y otras extrañas rosas, y perderme por unas rutas maravillosas hasta caer deshecho por los cansancios viejos.

Y decir que he vivido sin detenerme nunca, en una sedienta desesperación de amarlo todo que jamás me ha dejado y que jamás se trunca.

Y al fin ver agotadas todas las cosas reales, y las fantásticas, y las locas, y las ideales, las puras, las horribles, las de Dios, las de lodo.

(65)

XLIX

Yo le pedía más a la exaltada hondura en la íntima surgente de mi ser. Y yo quería la más profunda emanación de mi armonía cósmica, y la más trágica y silenciosa altura.

Yo exasperaba la intensidad y la tortura de llegar en mi mismo a una extraña alegría inmotivada y diáfana, y totalmente mía, lograda más allá de la fuerza más pura.

Yo enloquecía el pulso del brazo sobre el remo, y el incendio con alas del deseo supremo en una tempestad interior de potencia.

Y sondee tan abajo las grandes ansiedades, que en la raíz de mis violentas soledades logré sumir la vida en la última esencia.

(66)

L

Yo siento que me llevo no sé adonde, más siento que me llevo. Soy yo. Soy otro en una vida misma. Dos en un cuerpo. Un alma dividida en dos. Uno que va terrible como el viento,

y otro que se resiste a ese volar violento, y tántas veces llora por la fatal partida, y por la sed que lo ata a la cosa querida, pues el viajero ardiente rompe el dulce contento.

Y aún hay otro más que llega y los abraza cuando se han incendiado sus opuestos anhelos hasta un dolor tan vasto que no cabe en la Tierra.

Uno y tres soy entonces! El que queda y se enlaza, el que hiende caminos radiantes en los cielos, y el que conmigo sufre de esa espantosa guerra!

(67)

LI

Paloma sin motivos en el alzado vuelo,

que hiendes los incendios mentidos de la aurora con ¡a nieve del ala cándida y la sonora

pluma tersa que hace vibrar el áureo cielo;

dame el arranque limpio de tu torneado hielo del pecho, y la blancura casta, y la prora del cuello nacarado, y el canto que no llora más que de amor, y las ausencias de mi anhelo;

y dame más que nada tu cabeza pequeña y ciega a la verdad, que ni sufre ni sueña, ni se enciende de fiebres profundas y calladas,

y se aguza en el aire como una flecha pura y caprichosamente desprendida a las vedadas cosas, que ni comprendes ni sientes en la altura!

(68)

LII

¿Hacia quién voy subiendo cuando me purifico y me levanto por las escalas inefables

de la noche, y vuelo como en zonas impalpables del Universo, y con todos los seres me unifico?

¿Es con sueños inmensos que yo mismo edifico, emanándome de las sustancias inefables, las estrellas de melodías irrevelables y los astros que en mi videncia clarifico?

¿La hermosura divina que trascienden las cosas, las incorpóreas armonías, y las prodigiosas esencias, y las trasmutadas y diafanizadas

visiones en un cosmos de inmaterial pureza, les llegan desde afuera a mis ansias sagradas o son lo más profundo de mi propia belleza?

(69)

LUI

Melancolía y tedio de no estar convencido de nada, y de tener un continuado paso, y un ir fatal, un no llegar jamás, y un fracaso seguro, y todo por este extraño haber nacido!

Recorro a veces la fuerza inmensa que me ha traído y me puso en la forma del encendido vaso

del cuerpo, en cuyo fuego vital y astral me abraso, y en el miedo de ser me ahogo entristecido.

Me palpo. Toco una mano con la otra mano.

Rozo y oprimo mudo y temblando el humano fanstasma. Con la idea hielo las sensaciones.

Quisiera correr, huir, no encontrarme en mi mismo, o atravesar las espantosas ilusiones,

o hallar en mí una cosa que no fuera de abismo.

(70)

LIV

Sombra sobre la sombra, con grave analogía, la noche arcana pasa mis ojos, mezcla mi esencia, y me pierdo en los laberintos de mi existencia sin saber qué tiniebla entra en mí o es la mía.

Estoy hecho de una sustancia y de una armonía nocturna y estelar que iguala mi conciencia con el alma infinita y la vasta presencia, e ignoro a veces dónde mi ser comenzaría.

Roza mi sed las nébulas finales del abismo, y como en sueños creo que he palpado mi mismo ser, y me siento entonces que soy esa otra cosa

que llamo el universo, la extensión, Dios, el orbe, la total unidad, y dudo en la espantosa

sensación de ser todo o que el todo me absorbe.

(71)

LV

¿Y cómo fué que pude llevarme hasta este instante, si no sé nada, si no veo nada, y si camino

ciego y triste por los sueños y con un destino obscuro? ¿Y cómo pude seguir más adelante?

¿Y cómo, cómo logré triunfar del anhelante llanto, de aquel deseo de matar lo divino y destrozar lo humano, y de negar el sino fatal de estar viviendo con un dolor constante?

¿Y cómo sin creerme la alta noche atravieso con el delirio, y con la sed, y con el exceso de una angustia y de un horror que me enloquecen,

y voy así, tan ebrio, vacilando, extraviado, y voy, y puedo ir, y no me doblo hastiado

y de asco ante las sombras que de mi mismo crecen?

(72)

LVI

Fecundo en mí las excesivas ilusiones, y este soñar las cosas y verlas trasmutadas por mi luz, y el correr y volar, y las aladas quimeras de hombre que se suben de mis prisiones.

Es como un juego, a veces, creer en las visiones fantásticas, y levantar los sueños y las encantadas formas de un pensamiento vivaz en superadas ansias, y hacer el niño de repetidos dones.

¿Por qué nó, si esas cosas al final caen solas, si por adentro mueve la sombra enormes olas que las más altas dichas pesadamente envuelven?

Ya ni siquiera el llanto tiene razón. Es tan sencillo todo lo que nos pasa. Las ilusiones vuelven, se van... Yo no las creo, pero me maravillo.

(73)

LVII

No pensar más! Darnos del todo a los anhelos infinitos. La frente pesa. Los inmortales

deseos vuelan. No hay pensamiento en los celestiales transportes que nos alzan a los perdidos cielos.

Todavía las ideas claras son turbios velos y tenebrosos los arrebatos más cordiales del pecho. Sólo llegan hasta los manantiales arcanos y absolutos los sobrehumanos vuelos.

No pensar más! El éxtasis, el rapto, la divina liberación del ser total, la cristalina

diafanidad, la esencia lograda en mí y en todo,

la absorción, la amorosa embriaguez y la pureza última, y la espantosa intensidad, serán el modo trágico y alto de mi verdad y mi belleza!

(74)

LVIII

Me transportan los ángeles que yo mismo he soñado, por cielos de una luz tan inefable y clara,

que me toma un desmayo del cuerpo, y una rara, inmaterial potencia me sube trasmutado.

¿Qué soy? ¿De qué estoy hecho? ¿Por qué vuelo extasiado?

¿Y por qué me remonto como si alguien llamara mi ser? ¿Y por qué siento como una voz que hablara sin voz, como si el cielo fuese el verbo vedado?

¿Y por qué puedo imaginar tan prodigiosos raptos? ¿Y con qué finos, con qué maravillosos efluvios del espíritu tejo las ilusiones?

¿Y qué es soñar? ¿Y con qué sueño? ¿Y cuándo acierto?

¡De tanto alzar quimeras y levantar visiones también yo dudo si estoy durmiendo o estoy despierto!

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LIX

Y todo como si no pasase nada, y todo cayéndose en unos enormes y vanos olvidos, o en unas palabras tristes, o en unos huidos grabados, o deshaciéndose en ceniza y lodo.

Y todo entretejiéndose del más extraño modo con una cosa de ilusión y de unos perdidos sueños, y todo de humo, de bruma, de extinguidos deseos, y en este ver con ojos de beodo.

Y todo fantasmal, espectral, inseguro,

vacío, tallado en sombras de un abismo impuro, con este ir y este venir de la locura,

y con esta frente toda hervida de quimeras inasibles al hambre más trágica y pura, y siempre, sin fin, en insondables carreras!

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LX

Oh recuerdo de no haber sido sino una cosa de alma, y con un ver en todo lo invisible, y un escuchar perfecto la música inasible al oído, y el número de la estrella y la rosa.

En un tiempo sin cuerpo, de una luz prodigiosa, mi ser fué un ser celeste y una esencia indecible al más perfecto verbo de este fuego sensible de ahora. ¡Un ser celeste sin la carne horrorosa!

Me llevaba el incendio de unas llamas ideales, y existía en un acto de vuelos inmortales, y era total en los totales universos,

y gozaba unos pensamientos ilimitados, y era de un modo único en los modos diversos...

¡Y hoy mi vida es ya sólo volver a esos estados!

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LXI

Lentos cantos en gris caen sobre el sombreado barco, en donde la tarde navega hacia la muerte.

Pasajero en la proa, voy a la noche fuerte, y alta, y sola, entre dichoso y desencantado.

Siento el agua, la onda, el aire, y el alado viento, y la fragancia móvil. Y sigo inerte, mientras la tarde va y la noche se vierte.

¿Qué importa el doble vuelo a mi dolor callado?

Quisiera alzar la carne y enardecer la vida, y no encuentro más que esta sombra enrarecida, y un cuerpo fantasmal que ni pesa ni arde

con la sangre, y es como un sueño, y es como cosa del no ser, y entra en la noche, y huye la tarde, y siempre en esa nave fantástica y brumosa!

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