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La recepción del giro lingüístico en Mendoza : sus orígenes y sus problemas considerados a propósito del libro Materialidad y poder del discurso : decir y hacer jurídicos

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La recepción del "giro lingüístico" en Mendoza.

Sus orígenes y sus problemas considerados a

propósito del libro Materialidad y poder del

discurso. Decir y hacer jurídicos *

Arturo Andrés Roig

Nos vamos a ocupar en esta exposición, primero, del problema del "descentramiento" del sujeto en el mundo moderno; luego hablaremos del sujeto y el lenguaje en Wittgenstein y en Gramsci para hacerlo, a continuación, en Jean Frangois Lyotard; en cuarto lugar vamos a señalar los lineamientos generales que las filósofas Norma Fóscolo y María del Carmen Schilardi han seguido en su libro y cerraremos nuestros comentarios haciendo algunas consideraciones acerca del giro lingüístico en Heidegger y en Cioran.

La recepción del "giro lingüístico" en Mendoza ha sido un hecho tardío. Tuvo sus primeras manifestaciones ya al promediar la década de los' 70 Y recién comenzó a tomar presencia significativa a partir de finales de los' 80. De la madurez alcanzada en nuestros días es, plenamente, una muestra el libro que nos ocupa. Nuestra intención no es la de hacer un análisis pormenorizado del mismo, que bien lo merecería, sino ubicarlo históricamente, a la vez que dentro de las grandes tendencias frente a las cuales supone decisiones opcionales muy claras.

(*) Norma FÓSCOLO y María del Carmen SCHlLARDI. Materialidad y poder del discurso.

Decir y hacer jurídicos. Mendoza, Editorial de la Universidad Nacional de Cuyo

(EDIUNC), 1996, 151

p.

Las presentes páginas fueron leídas en el acto de presentación del libro mencionado, el día 26 de setiembre de 1996.

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l. El "descentramiento" del sujeto moderno

Todos sabemos la extrema complejidad que encierra la noción de sujeto en el célebre "yo pienso" cartesiano. Si nos atenemos al texto del

Discurso del método, surge como un hecho que se caracteriza por ser

simple y autosuficiente y que es, a la vez, sujeto de conocimiento y sujeto de poder. Estas dos funciones nos permiten, desde un comienzo, poner en duda aquella "simplicidad". Los continuadores en la formulación del primitivo "yo pienso" cartesiano, pasando por Kant y llegando hasta Husserl, se plantearon precisamente una tarea de "depuración" de aquella extrema complejidad y también ambigüedad. Conocida en la preocupación de Kant por la normativización del ejercicio de poder, así como el esfuerzo en Husserl por eliminar todas las mediaciones que impedían un ejercicio puro del conocimiento, cuestión anticipada en la "conciencia trascendental"

kantiana. Mas, entre Kant y Husserl se produjeron novedades de enorme peso. Con el trascendentalismo se creyó haber dado con un sujeto limpio de toda facticidad. Mas, el "yo pienso" ni era un hecho "puro", ni menos aún "ingenuo". Tampoco era autosuficiente y, en tal sentido, propiamente, un "centro".

El proceso de pérdida de "centralidad" ha sido, sin embargo, mucho más extenso en el tiempo y muestra tres procesos que se implican. Debemos comenzar hablando de un "descentramiento cosmológico-biológico", iniciado con Galileo y completado por Darwin, un "descentramiento histórico-cultural" que ha tenido sus comienzos en la segunda mitad de siglo XVIII y un tercero, al que hemos llamado en otro de nuestros trabajos "descentramiento crítico" y al que podemos llamar también como, "descentramiento en profundidad", característico de la se-gunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Umberto Eco refiriéndose a estos dos últimos, ha hablado de un "descentramiento horizontal" y de un "descentramiento vertical".

Comenzaremos por este último que puso al descubierto la extrema complejidad del sujeto humano el que, evidentemente, no se reducía a un mero sujeto de conocimiento. Carlos Marx y Federico Engels en la célebre Ideología alemana del año 1845, declararon y probaron que "La conciencia está preñada de materia"; Federico Nietszche, en su Origen

de la tragedia, de 1873, de un modo muy plástico, como todas sus

cosas, decía que "Tenemos un sótano debajo de la conciencia y como la naturaleza le puso llave y la extravió, sólo podemos saber lo que alcanzamos a curiosear por el ojo de la cerradura"; ya en nuestro siglo, Sigmund Freud en su Malestar de la cultura, de 1930, declaró que "El yo se continúa hacia

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adentro sin límites precisos".

¿Qué había pasado? Pues aquel sujeto que había sido sometido a un exigente proceso de "depuración" se había mostrado "impuro". En lugar de ser el gran acusador, pasó a ser el gran acusado y sospechado, lo que generó una profunda revolución en las ciencias humanas. El "descentramiento en profundidad" o "vertical" se caracterizó por el reconocimiento de dos planos en todo sujeto, uno de superficie, el otro abisal. Marx y Engels vieron el fenómeno en relación con la estructura societaria; Nietszche, en el universo de la cultura y Freud en el mundo psíquico. Una hermenéutica ciertamente revolucionaria se abría paso, así como un estructuralismo sumamente dinámico. Con la quiebra del mito de la conciencia pura, tan caramente sostenido por tantos filósofos se dieron las bases para un ejercicio de sospecha, forma nueva de criticidad, así como para una nueva teoría de la identidad sobre el supuesto básico de la relación dialéctica "yo-no/yo". Toda esta densa problemática adquirió presencia entre nosotros, como decíamos, en la década de los' 70 Y abrió las puertas para la recepción posterior del "giro lingüístico". Este hecho se produjo cuando fue para todos evidente que entre los dos niveles hay siempre de modo ineludible, un mediador, el lenguaje, el que además de mediar, se encuentra íntegramente com-prometido con las diversas formas de descentramiento, ya para ocultarlas, ya para manifestarlas.

La otra forma de descentramiento del sujeto moderno que nos interesa en esta exposición es la que hemos caracterizado como "histórico-cultural" y que surge de la crisis de aquél tanto en lo que respecta a su pretendida "autosuficiencia", como a su ejercicio de poder. Se trata de un proceso largo y contradictorio. Históricamente, si el "yo pienso" cartesiano es tomado como símbolo de un "yo colonialista", el europeo, la iniciación de su descentramiento hay que ponerla en la Revolución de Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Revolución de Independencia de los Estados Hispanoamericanos. En otro de nuestros trabajos hemos señalado, precisamente, el papel que les ha tocado jugar a los países periféricos en este descentramiento. Las dos grandes Guerras Mundiales fueron, a su vez, una brutal afirmación de aquel "sujeto de dominio". La pérdida de fuerza del europeocentrismo; la lucha contra el imperialismo heredado por los Estados Unidos, la descolonización del África, así como del Asia, la caída del Muro de Berlín, son todos momentos agudos y aún no resueltos en este complejo proceso de descentramíento.

Desde el punto de vista ideológico se han producido, además, dos hechos

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que acompañan a aquellos procesos. La aparición en Europa de relativismos culturales, surgidos de las dos grandes guerras y con ellos la crisis del "Iogocentrismo"; y la quiebra de la Historia Mundial que había sido teorizada desde sus inicios como un desarrollo desde un centro hacia una periferia. Testimonios de todos estos procesos fueron para nosotros Jean-Paul Sartre, quien lanzó en Europa los primeros manifiestos anticolonialistas; Herbert Marcuse que intentó reunir mar-xismo y freudismo en relación con la cuestión de la liberación y Jacques Derrida con su "deconstrucción" en cuanto crítica cultural de Occidente denunciado como patriarcalismo. Dentro de este clima, en el que las dos grandes líneas del descentramiento que nos interesan, parecieran haberse unido, surgió en la década de los' 70, nuestra Filosofía de la Liberación.

II. Se produce el "giro lingüístico"

Se conoce con esa expresión el fenómeno generalizado ya

a partir de fines de los' 50, de expansión de la lingüística - de

modo particular la saussuriana como saber modélico que alcanzó

todas las ciencias humanas, incluida entre ellas, la filosofía.

Inicialmente y por varias décadas, el "giro lingüístico" se

consti-tuyó como estructuralismo, hecho del que no escaparon las más

dispares tendencias. Todo se produjo, además, en el ámbito de

un fenómeno mundial que ha llevado a hablar de una "civilización

del signo", clima que favoreció, sin duda, la expansión de la

nueva ciencia modélica que anunciaba, además, el nacimiento de

la semiótica.

Dijimos que el "giro lingüístico" se caracterizó, de modo particular, por la presencia de lo que podríamos ver como un saussurianismo dentro de las ciencias humanas. Pero no fue eso exclusivamente. Otras líneas ha habido en este complejo "giro" derivadas asimismo de lo que bien puede considerarse como uno de los grandes hechos del siglo XX, el descubrimiento del lenguaje. Aquéllas, si bien muchas de ellas asimilaron a Saussure, no compartieron el lugar secundario que éste les había concedido a las hablas, de hecho expulsadas de la ciencia lingüística.

y esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que las tesis centrales de Saussure y, en particular, la doctrina suya en la que reconoce dos niveles en el lenguaje, uno, profundo, a saber, la lengua y el otro de superficie, las hablas, responde al esquema general del proceso de descentramiento del sujeto moder

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no, de hecho suponía una restauración de ese sujeto. La respuesta dada a la oposición "sincronía/diacronía", decididamente dada a favor del primer término, basta para probar que se trataba de una reformulación del primitivo sujeto cartesiano, hecho, por lo demás, contemporáneo con el neo-cartesianismo de Husserl.

En verdad, el descentramiento alcanzó al saber lingüístico y, por acarreo, a las ciencias humanas, por obra de un desplazamiento hacia las hablas. Dentro de ese fenómeno se encuentran otras tendencias, entre ellas la lingüística inglesa, así como los neo-lingüistas italianos. Entre los primeros se comenzó con el "regreso al lenguaje ordinario" de Ludwig Wittgenstein y concluyó con los "actos de habla" y la cuestión de la performatividad de Austin. Al renunciar Wittgenstein a su primitiva colocación dentro de las "filosofías de la conciencia", más concreta-mente a la rama "Iogicista" de estas filosofías representadas por Gottlob Frege, se instala en el nivel de las hablas. "Tenemos que permanecer -nos dice - en las cosas del pensamiento cotidiano" y, luego, agrega con énfasis: "iQueremos avanzar; por ello necesitamos la fricción. ¡Vuelta al terreno áspero!" (Investigaciones filosóficas, Barcelona, Crítica, 1988, p. 121). No hay una gramática universal, cada palabra, cada expresión, cada "juego de lenguaje", tiene la suya, sus reglas; con lo que no llegamos a la incomunicación sino que la aseguramos en su inmensa riqueza. Tal es el terreno "áspero" donde experimentamos las "fricciones". El sujeto, es pues, radicalmente, sujeto en posición de discurso o, si se quiere, de comunicación y la filosofía que en esos mismos textos Wittgenstein repudia de modo tan radical, no es otra que la de la presencia.

En Italia, contemporáneamente, y como consecuencia de las doctrinas de Croce acerca del lenguaje como expresión, se generó la corriente denominada "neo-lingüística", la que se mueve asimismo en el nivel de las hablas, hecho que nos interesa no sólo por la fuerte presencia del crocismo entre nosotros, sino también por el magisterio, no menos destacado en nuestras tierras, de Karl Vossler, continuador del maestro italiano. Mas también nos interesa si pensamos en los llamados "gramscianos argentinos", que por obra del propio Gramsci quedaron englobados en esta amplia corriente, aún cuando no como lingüistas. La importancia que el filósofo italiano le concede a las hablas, tanto desde el punto de vista de su concepción del lenguaje, como de la praxis discursiva que pone en juego, lo aproxima curiosamente a formulaciones que no hubieran desagradado al "segundo Wittgenstein". "Me parece -dice Gramsci- que se puede decir que "lenguaje" es esencialmente un nombre colectivo que no supone una cosa única ni en el espacio ni en el tiempo. ...el hecho "lenguaje" es, en realidad, una multipli

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cidad de hechos más o menos orgánica mente coherentes y coordinados. Llevando las cosas al límite se puede decir que cada ser parlante tiene su propio lenguaje, esto es, su propio modo de pensar y sentir" (A. Gramsci. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto

Croce, Buenos Aires, Nueva Visión, 1984, p. 31). En otro texto escrito

con un espíritu semejante y en el que contrapone las "gramáticas normativas" a lo que denomina "gramáticas espontáneas" nos dice que el número de éstas "es incalculable y desde el punto de vista teórico puede decirse que todo el mundo tiene una gramática propia. Sin embargo -aclara luego- frente a esa "disgregación hay de hecho movimientos unificadores de mayor o menor amplitud..." (A. Gramsci.

Cultura y literatura, Barcelona, Península, 1972, p. 319).

Lo que nos interesa ahora es señalar de qué modo el "giro lingüístico" se incorporó al descentramiento del sujeto moderno y de qué manera quedaron sentadas las bases, desde ese hecho, para la constitución de la Teoría del Discurso.

Para responder a la cuestión nos resulta necesario tener en cuenta que la constitución de la lingüística como ciencia -uno de los hechos desencadenantes de aquel "giro"- no se encuentra propiamente dentro del proceso de descentramiento, tal como ya lo anticipamos. En verdad, Saussure, a su modo, no superó la paradoja de la Quinta Parte del Discurso del Método, la razón humana, definida por y desde el lenguaje, no tuvo, como problemática, el desarrollo ni las consecuencias que podrían haberse esperado debido al esencialismo y al solipsismo dentro de los cuales se enunciaba. El rechazo de la lógica y el descu-brimiento del universo de las hablas en Wittgenstein, constituye un nuevo emplazamiento de aquel sujeto y un vuelco de la tradición cartesiana; la revaloración de las hablas desde la tradición lingüística italiana, asumida desde el marxismo, en el caso de Gramsci, fue otro de los modos como la problemática del lenguaje se incorporó a este complejo y rico proceso.

III. El sujeto de discurso y la fragmentación

Pero el sujeto moderno, a más de "descentrado" y de tener que definir constantemente su identidad desde sus formas de descentramiento, ¿no será un sujeto sometido a formas de fragmentación?

En primer lugar debemos dejar en claro que la fragmentación es un hecho

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que podría ser considerado "normal", sobre todo en sociedades en las que imperan formas asimétricas de relaciones humanas en extremo duras y marcadas. Mas, eso no significa que esa fragmentación no pueda ser ella misma motivo para su superación. Al contrario, el esfuerzo ha sido, precisamente, desde el siglo XVIII en adelante y hasta nuestros días, el de colocarnos más allá de esas formas de disociación, sin que por ello sea necesario acabar con las diferencias. Por lo demás, el hecho de la existencia de formas de fragmentación no ha supuesto necesariamente el caos. Richard Bernstein decía en 1971 -mucho antes que aparecieran los actuales profetas de la fragmentación- "Que la filosofía contemporánea, es fragmentaria. Pero -agregaba- no absolutamente caótica" (Praxis y acción, Madrid, Alianza, ed. 1971, p. 22) Y Cornelius Castoriadis agregaba, en 1989, por su parte, que "El mundo...está fragmentado. Sin embargo, no cae en pedazos" (El Mundo

fragmentado, Buenos Aires, Altamira, 1990).

No cabe duda que el descentramiento en cuanto ha puesto al descubierto las raíces mismas de la alineación, así como del "malestar de la cultura", ha sido y es ganancia. Ahora bien, ¿podría entenderse la fragmentación como un fenómeno semejante? Por cierto que la pregunta para ser respondida debería tener en cuenta las múltiples facetas que ha mostrado en el pasado y que muestra en nuestros días este fenómeno. Como asimismo debería distinguirse entre hechos reales de fragmentación, políticas implementadas en relación con los mismos y, en fin, ideologías de fragmentación -así las podríamos lIamar-que han movilizado y movilizan políticas favorables al fenómeno, en diversos aspectos.

Pues bien, como ganancia lo ha entendido justamente Jean François Lyotard, desde una posición que nos interesa particularmente por lo mismo que se mueve dentro de aquella línea del "giro lingüístico" que ha desembocado en la categoría de "sujeto de discurso".

Lyotard, en contra de posiciones que podríamos denominar como "societarias", parte de un atomismo cuyo minimum de unidad está dado por los "juegos de lenguaje". Mediante ellos, los "átomos sociales" se intercomunican y ejercen lo que se denomina una "agonística", la que vendría a ser, en el nivel de las hablas lo que para nosotros es la conflictividad social. Ahora bien, lo que hemos presentado es, en verdad, el esquema de la sociedad ideal posmoderna, que aún cuando ya se preanuncia, no se ha constituido todavía. Mientras tanto vivimos un conflicto que nos viene de la modernidad, en la que el lenguaje, en cuanto lazo social, no funciona del mismo modo. Siguiendo lo que nos dice Lyotard respondería a otra organización discursiva des

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de la cual se han ordenado los saberes y las prácticas confundiendo competencias, ignorando los modos de conmensurabilidad e inconmensurabilidad, así como el ámbito de la performatividad.

Estos planteas conducen a una visión fragmentada, no sólo de la sociedad, reducida a átomos sociales, sino del universo discursivo, reducido, a su vez, a "juegos de lenguaje" entre los que se establecen incompatibilidades. Todo apunta a lograr la fundamentación teórica de un discurso científico puro, no contaminado, mediante la descalificación de todas aquellas otras formas discursivas y sus recursos críticos, que lo habrán impedido. La fragmentación del universo discursivo, así como la del sujeto de discurso, se sostienen, entre otras afirmaciones, en la radical heterogeneidad que habría, según el autor, entre el "discurso de conocimiento" y los de la ética y la política, a los que según su expresión, los separa un "abismo" (La Posmodernidad explicada a los

niños, Barcelona, Gedisa, 1987, p. 12-13).

Quedan de este modo descalificados como no competentes los juicios de valor que se enuncien acerca del conocimiento científico, como son por ejemplo, los que derivan de los derechos humanos, como quedan asimismo objetados los juicios de futuro expresados en los "discursos libertarios", denunciados como meros "relatos" o ideologías que habrían encubierto -con el pretexto de la libertad, la independencia y la justicia- la heterogeneidad social, así como la de las hablas. Con la denuncia de que los grandes relatos emancipatorios han ejercido una especie de imperialismo, lo que se hace es, como bien lo dice Alfredo Gómez Müller "ignorar las condiciones objetivas de existencia implicadas en los discursos y prácticas de liberación" (Alteridad y ética

desde el descubrimiento de América, Madrid, Akal, 1997, p. 50). Como

por nuestra parte lo hemos ya dicho y lo repetimos, el posmodernismo se presenta con estos ideólogos como un intento sistemático de desarme de las conciencias y una renuncia, a favor de la eficacia y el poder, de los valores sobre los que se ha intentado la construcción de algo que para nosotros sigue siendo válido, el humanismo.

IV. El libro de Fóscolo y Schilardi

¿Cómo aparece asumido el giro lingüístico en nuestras autoras? Si nos atenemos al panorama hecho hasta aquí, imprescindible para poder señalar los límites dentro de los cuales hemos incorporado el giro lingüístico, deberemos

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decir que el esfuerzo de Fóscolo y de Schilardi apunta a lo que podríamos considerar como un rescate del discurso y, a su vez, del sujeto de discurso.

Diríamos que todo el libro está centrado sobre esas dos líneas fundamentales y que de la respuesta dada surge lo que podríamos considerar como un aporte que excede ampliamente los marcos del discurso jurídico.

Ya el título del libro nos anticipa lo que venimos diciendo en cuanto pone el acento en dos conceptos: los de materialidad y poder del discurso, imposibles de entender si nos quedáramos, por ejemplo, en la fragmentación al modo como lo vimos en Lyotard. Lo que decimos queda muy bien perfilado en dos momentos del libro, en la Primera Parte, el capítulo titulado "La teoría de los actos de habla y las expresiones jurídicas" y en la Segunda Parte, el capítulo "El discurso jurídico y el derecho como práctica social".

Siguiendo a Austin y Searle, reivindican la importancia de los "actos de habla", temática desarrollada por aquéllos a partir de Wittgenstein y, en particular, los "actos de habla performativos". Si nos atenemos a la lectura acertada que Austin hace de Wittgenstein podríamos decir que no es cierto que éste haya "retomado desde cero el estudio del lenguaje" , tal como lo afirma Lyotard (Cfr. La Condición

posmoderna, p. 27). En primer lugar, porque los "juegos de lenguaje",

entre los que se encuentran los "actos de habla" performativos, no han sido arrancados de la "vida" y, en particular, como lo declara expresamente Wittgenstein, de la "vida cotidiana".

Y esa es la línea que siguen nuestras autoras. La "performatividad" se enmarca, en efecto, dentro de las modalidades discursivas que nos permiten pensar una intersubjetividad no necesariamente fragmentada, por lo mismo que el "nosotros" no ha sido licuado.

Lo dicho explica por qué en el libro que comentamos se avanza no hacia "juegos de lenguaje", sino hacia una teoría del discurso. Desde ella precisamente, las autoras pueden hablar de "una ampliación metodológica de la teoría de los actos de habla". Éstos no suponen un universo de sujetos esquemático o pobre, sino un "entramado de voces" que obliga a la lingüística a salirse de sus límites y recurrir a las ciencias sociales. Se intenta, pues, aproximarse al discurso jurídico desde el nivel de las hablas, sin caer en el empobrecimiento del "lenguaje ordina-rio" tal como se llega a él en un Lyotard como consecuencia de la fragmentación. Y al mismo tiempo, aquel colocarse en las hablas supone un claro enfrentamiento con la analítica y su pretensión de radicarse en la lengua y, en tal sentido, como

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acercamiento y preparación de la ontología, tal como es propuesto por Heidegger en El Ser y el Tiempo. Así, pues, ni posmodernismo, ni analítica: Teoría crítica del discurso.

y aquí tendríamos que leer un párrafo que nos parece que corona todo el importante esfuerzo teórico de ambas autoras: "El derecho -dicen- puede ser pensado entonces como una práctica social específica que manifiesta y condensa los niveles de conflicto social en una formación histórica determinada. Práctica discusiva, específica mente, en tanto proceso social de producción de sentido.

"Y este es el marco -para nosotros- que permite un abordaje distinto del discurso jurídico. Precisamente, del discurso y no del lenguaje jurídico. ¿Por qué? Porque tanto el producto de los órganos sociales como el producto de la práctica teórica acerca del derecho son sujetos lingüísticos que, además, en su casi totalidad, conforman un sector del lenguaje natural producido en el interior de una formación social determinada. Así, el discurso concebido como lenguaje en acción permite pensar el derecho y las teorías de él como un lenguaje en operación que posibilita una lectura de las instituciones sociales que lo producen y cuyo comportamiento también determina. Desde éste ángulo el discurso jurídico aparece como parte preponderante del discurso de poder" (p. 121).

Desde esta posición no cabe duda de que el descentramiento del sujeto del que parten Fóscolo y Schilardi, es el que hemos denominado "crítico", o "vertical" según la caracterización de Umberto Eco. Las metáforas que leíamos en un comienzo, aquellas de "una conciencia preñada de materia", aquella otra de "una conciencia como sótano del que hemos extraviado la llave" y, en fin, la del "yo que se continúa hacia adentro sin límites precisos", tienen vigencia.

El "sótano" no es un "hechizo" como en algún momento le pareció a Wittgenstein y, además, dándole la razón al "segundo" Wittgenstein, en contra del Wittgenstein fregeano, las autoras hacen suyo el descentramiento ejercido por el autor de las Investigaciones filosóficas que le llevó a abandonar el sujeto lógico, a favor del sujeto del lenguaje

ordinario.

Volvamos a la teoría del discurso. Ya vimos que las autoras nos dicen que "pretenden abordar el discurso jurídico y -nos agregan- no el "lenguaje jurídico". La pretensión que mueve a esta decisión teórica no responde únicamente al rescate del sujeto de discurso, con toda su riqueza, también se quiere rescatar ciertos "lazos sociales" (p. 57) que no se resuelven en lo que para Lyotard es el único "lazo social", a saber, los "juegos de lenguaje". Yesos "lazos sociales" que

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se pretenden rescatar son nada menos que los "relatos", temática que nuestras autoras abordan en el momento en el que se ocupan de "La semiótica y lo ideológico" (p. 57 Y sgs.). ¿Qué son en este caso los "relatos"? Siguiendo a Althusser, se nos dice que se trata de conjuntos de representaciones que permiten al sujeto reconocerse como tal y comprender el lazo social que lo une a los demás y a la sociedad en general. .

A esto se han de agregar otros aspectos importantes que hacen al concepto de "relato": primero, que lo ideológico no se reduce a pura falsedad, segundo, que su presencia no surge de contenidos, sino más bien de/ análisis de la operación de producción y, por último, que la fuerza del valor de performativídad no es extraño a lo ideológico.

En fin, el discurso jurídico no es ajeno al universo de los saberes y las prácticas de una época, cuyo ordenamiento y también reordenamiento es cuestión sustancial para su estudio, tanto descriptivo como crítico.

V. La recepción del "giro lingüístico" en Heidegger y Cioran

Con el objeto de destacar todavía otros aspectos de la recepción del "giro lingüístico" en Norma Fóscolo y María del Carmen Schilardi, concluiremos ocupándonos de la obra de Heidegger Qué es pensar (1951-1952) y el escrito de Emilio Cioran Adiós a la filosofía (un conjunto de trabajos aparecidos entre 1949 y 1969), escritos ambos ciertamente paradigmáticos para lo que aquí nos interesa destacar.

Podríamos caracterizarlos a ambos, a Heidegger ya Cioran, como dos filósofos que pretenden establecer un discurso que rompa con todo discurso posible. Dicho en términos saussurianos, enunciar el discurso que, más allá de la discursividad misma, nos haga posible "perforar" las

hablas e instalamos en el nivel profundo de la lengua. Se trata de un

movimiento inverso al seguido en el proceso de "descentramiento" del sujeto moderno y supondría por eso mismo, una reinstalación en un sujeto en el que se instaló la modernidad, pero que ella misma se ha encargado de ponerlo constantemente en crisis.

Esta pretensión de instalamos en el nivel de la lengua es, paradojalmente, ponemos ante un "lenguaje" que no es lenguaje: un "lenguaje" que habla sin sonidos (Heidegger) o un "lenguaje" que no es otra cosa que la "mudez" (Cioran).

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En ambos casos hemos destruido el discurso mediante un inevitable y, como dijimos parad ojal discurso, ya que para hablar de la "mudez", por ejemplo, tenemos que enunciar nuestro discurso acerca de ella.

No estamos, pues, ante la fragmentación, ni del discurso ni del sujeto de discurso, tal como lo pretende Lyotard; ni tampoco ante un descentramiento, sino, como decíamos, un movimiento inverso que concluye en la anulación del discurso y del sujeto de discurso.

Veamos el caso de Heidegger. Sabemos que su obra ¿Qué

significa pensar? Es fruto de un curso de lectura de textos. Pues bien,

con su lectura intenta "borrar" la estructura sintagmática del discurso, lo que vale tanto como anularlo en cuanto discurso y quedarse en una mirada paradigmática que se centra en ciertas palabras a las que se considera claves. Así pues, se reduce todo a una lectura morfológico-semántica que deja de lado toda sintaxis y que, si viene al caso, se queda cuanto más en lo paratáctico.

Es decir, se queda con un lenguaje "descoyuntado" (y por eso mismo paratáctico) y ansintáctico, ajeno, entre otras cosas, a toda posible mirada dialéctica. Desfondado en el discurso el autor intenta generar un estado de "hechizo" que nos despierta la ilusión de haber descendido desde las hablas a la lengua.

En efecto, lo que se pretende crear es la sensación de que hemos "perforado" el lenguaje ordinario y nos hemos instalado en un "habla primigenia", que no es propiamente un habla, y que, además, "nos habla". Niveles ambos, además, inconmensurables en cuanto el' primero, del cual hemos partido, no tiene otra misión que la de abrirnos una puerta hacia un "lenguaje" fundante, un lagos, o mejor, el lagos.

Ante ese "lenguaje" no nos queda sino "escuchar". El sujeto enunciador del discurso (Heidegger) acaba convirtiéndose en el "escucha" del verdadero sujeto, un sujeto para el cual la discursividad no tiene ningún valor sustante en símismo. "La esencia del decir no se determina -dice Heidegger- por el carácter del signo fonético de las palabras" (p. 153). Como dice Roa Bastos en su novela Yo El Supremo, se trata de "un sonido que es un son-ido". No se trata de lingüística, sino de ontología, una ontología paradojal que construye un discurso que es negación de todo discurso.

¿y qué sucede con Emilio Ciorán? Pues, algo semejante. Parte de un extrañeza que ya la había señalado Wittgenstein. "Nombrar -nos dice- aparece como una extraña conexión de una palabra con un objeto"

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parágrafo 33). Pero aquí no sólo hay extrañeza, hay además, la voluntad de quebrar el lenguaje y, de ser posible, borrar las palabras y con ellas el discurso en cuanto mediación. "Nombrar" las cosas es nuestro pecado: al nombrarlas, tomamos distancia respecto de ellas, nos alejamos y "bautizando las cosas eludimos lo Inexplicable"(p. 112). "La reflexión nació un día de fuga; de ella resultó la pompa verbal. Pero cuando uno vuelve a sí mismo y se está solo -sin la compañía de las

palabras- se redescubre el universo incalificado, el objeto puro, el

acontecimiento desnudo" (ibídem).

"Cuando Adán fue expulsado del Paraíso, en lugar de vituperar a su perseguidor, se apresuró a bautizar las cosas, se pusieron las bases del idealismo. Y lo que no fue más que un gesto, una reacción de defensa en el primer balbuceador, se convirtió en teoría en Platón, Kanty Hegel" (ibídem). En este idealismo rabioso, que se considera a sí mismo como un "realismo" se produce otra vez la paradoja: Ciorán se ve obligado a desarrollar un discurso para probar el "pecado" de todo discurso.

VI. La recepción del "giro lingüístico" en Fóscolo y Schilardi

No vamos a mostrar todos los matices que nos ofrece el libro de las filósofas Norma Fóscolo y María del Carmen Schilardi, de modo implícito o explícito, frente a planteas como los que acabamos de ver a propósito de Heidegger y Ciorán.

Diremos, en primer lugar que la renuncia a la discursividad haría imposible responder a los problemas centrales de este libro, a saber, la cuestión de la materialidad y del poder en relación con el discurso jurídico, o en cualquier otro. Porque aquella renuncia es una decidida, aún cuando no siempre expresa desocialización del lenguaje. No a otra cosa apunta la fragmentación de las hablas en los posmodernos, así como la dislocación de la relación lengua-hablas y, en particular, su inconmensurabilidad tal como la entienden, cada uno a su modo, Heidegger y Ciorán.

Por lo demás, no hay otra vía para rescatar el sujeto que la de colocamos en el plano del discurso. Por supuesto, no estamos hablando de un sujeto mítico, sino de los seres humanos. Dentro de ese planteo se desarrolla, como otro de sus momentos ciertamente interesantes, el tema del "control de la producción discursiva", cuestión llevada adelante sobre aspectos fecundos del pensamiento de Michel Foucault y por cierto que la posición del célebre autor de Las palabras

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y las cosas -más allá de las contradicciones y dificultades que ofrece su doctrina de las "epistemes" - es el de un rescate de la palabra (contra posiciones como la de Ciorán) y del discurso (contra actitudes como la de Heidegger).

Tan sólo destacaremos tres momentos desarrollados por las autoras: la categoría de "juegos", cuya raíz se encuentra sin duda en los "juegos de lenguaje" de Wittgenstein, pero que más allá de lo meramente fraseológico se trata en este caso de "juegos discursivos". En segundo lugar, la "inquietud" que Foucault experimenta, sin embargo, ante el discurso, pero que no le lleva a abandonar ni la palabra, ni el discurso, sino que le abre la posibilidad de su fecunda categoría de las "posiciones-sujeto", que las autoras asumen. En fin, el reconocimiento de la mediación, cuya negación suele ser típica de tantos discursos reaccionarios o simplemente acríticos, así como la búsqueda de lo que podríamos llamar algo así como "las sendas de la mediación" (que no son las "sendas perdidas" de Heidegger), por las cuales la mediación nos conduce, sin renunciar a las hablas, a tomar contacto con la realidad.

Concluiremos señalando lo que nuestras filósofas, en acuerdo con Warat , denominan "dialéctica lengua-habla", inflexión teórica avanzada desde la semiótica y que es, sin duda, uno de los núcleos fructíferos de este valioso modo de recepción del "giro lingüístico" entre nosotros.

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