IDENTIDAD REGIONAL
Para comenzar a tratar el tema de identidad regional es preciso conocer el concepto que se tiene del mismo.
Se parte de la afirmación que realiza Gilberto Giménez en un capítulo del libro Cultura y Región, llamado Territorio, cultura e identidades, en donde dice que la identidad regional “se da
cuando por lo menos una parte significativa de los habitantes de una región ha logrado incorporar a su propio sistema cultural los símbolos, valores y aspiraciones más profundas de su región” (Giménez, 2000, P. 115).
Lo anterior se evidencia en la crónica La marquesita de la Sierpe de Gabriel García Márquez:
A los habitantes de la Sierpe nada los hará abandonar su infierno de malaria, de hechicería, de
animales y supersticiones. Cosechan arroz y tienen oraciones para que sean de buena calidad (…)
Son católicos convencidos, pero practican la religión a su manera, como la mayoría de los
campesinos colombianos. Celebran el viernes santo con suculentas comilonas de carne de res, pero
su viernes santo no es móvil, sino el primer viernes de marzo, día en que según ellos “canta el
gallinazo”. (García, 1982, p.13)
éste también comparte aspectos negativos que de igual forma hacen parte de él y aquejan a sus habitantes, pues como afirma el mismo Logreira (citado por Peñalosa, 2003) “una región está hecha tanto de expresiones culturales como de situaciones sociales a través de las cuales se hace visible el desarrollo desigual, objeto de procesos de desconocimiento y desvalorización permanentes” (p. 52).
Teniendo en cuenta lo anterior, se desarrollaran tres ejes a través de los cuales se teje el concepto de identidad regional: territorio, cocina y globalización.
EL TERRITORIO Y LA IDENTIDAD REGIONAL
El territorio es el eje sobre el cual gira la identidad regional, pues éste es el primer vínculo que comparten las personas que se asientan en un determinado lugar. Si se mira a través de la historia, la tierra siempre ha tenido un valor muy importante para los seres humanos, basta con ver las legendarias batallas en las que no sólo se ganaba o se perdía una guerra, sino que también se encontraba en juego el territorio y con él los valores, creencias y tradiciones de quienes lo habitaban.
Por ejemplo, Gustavo Álvarez Gardeazábal en el epilogo de su libro Se llamaba el país vallecaucano aborda su propia percepción narrativa como aproximación al Valle del Cauca:
El espacio geográfico contenido entre Santander de Quilichao por el sur, La Virginia por el norte,
Barragán por el oriente y Buenaventura al occidente, lo delimita perfectamente. La estructuración
geopolítica fundamentada en un rosario de ciudades intermedias a lo largo del valle geográfico y
una de poblaciones menores incrustadas en las dos montañas le permiten una unidad
en Colombia no ha conseguido establecer una nueva etnia pero sí el perfil de un ser humano
calentano, bien diferente de los otros congéneres del país (Gardeazábal, 2001, p. 105).
Contrario a lo que se creería, en la actualidad
Los territorios interiores, considerados en diferentes escalas (lo local, lo regional, lo nacional, etc.),
siguen en plena vigencia con sus lógicas diferenciadoras y específicas, bajo el manto de la
globalización, aunque debe reconocerse que se encuentran sobredeterminados por ésta y,
consecuentemente, han sido profundamente transformados en la modernidad. (Giménez, 2000, p. 89)
Es decir que aunque aquellos rasgos diferenciadores de cada territorio siguen existiendo, la modernización del mundo los ha ido transformando día tras día.
Ante lo anterior, Manuel Castells (citado por Delgado, 2000) dice que “las sociedades locales deben preservar sus identidades y fundamentar sus raíces históricas a pesar de las dependencias económicas y funcionales de un espacio en movimiento” (p.26). En pocas palabras, que la globalización no debe afectar estas dinámicas territoriales que enriquecen la cultura de cada región, pues “la construcción simbólica de los lugares, la preservación de los símbolos de reconocimiento, la expresión de la memoria colectiva en las practicas de comunicación… son todos medios fundamentales a través de los cuales los lugares siguen posibilitando las comunidades” (Castells, citado por delgado, 2003, p. 26)
LA COCINA EN LA IDENTIDAD REGIONAL
Julián Estrada (2000) en su artículo Cocina como agente cultural de la identidad regional “la cocina es una constante y un constituyente de todo conjunto socio-cultural, y como tal, nos permite descubrir las incidencias y repercusiones que en el orden de lo económico, lo político y lo ideológico, se manifiestan a su alrededor” (p. 562).
La cocina de cada región está cargada de mitos, de tradiciones, de conocimientos que han pasado de generación en generación, en conclusión, de historias, que demuestran que
Tanto ayer como hoy, la cocina ejerce una marcada influencia durante las relaciones sociales de los
pueblos al momento que éstos celebran aquellos acontecimientos que se presentan en torno al ciclo
vital del individuo; acontecimientos como nacimiento, iniciación sexual, matrimonio, relaciones
políticas, diplomáticas o comerciales y aun la muerte, se materializan siempre en un condumio o,
en su defecto, practicando el ayuno. (Estrada, 2000, p. 562)
Estrada (2000) también habla de aquellos aspectos tan característicos de las regiones, de aquellos sabores que marcan el sello gastronómico de cada lugar, pues
La cocina regional depende de la lumbre, del combustible, de los aromas, el aire y el clima de la
región donde se confecciona; concretándose en una sazón que difícilmente viaja a otras latitudes,
así sus productos logren hacerlo. La cocina regional no son sólo recetas. Cocina regional son
técnicas de conservación, cocción y cortes. Son igualmente, utensilios y recipientes (permanecemos
a la civilización de la guadua y la totuma), creencias y supersticiones alrededor de los alimentos.
Cocina regional son también horarios y representaciones simbólicas; dietas médicas, religiosas y
afrodisíacas. La cocina regional comienza en la huerta y termina en los comedores de todas las
clases sociales, significando, con ello, siembra, recolección, mercado. (p. 570)
historia de las mentalidades en donde las sensibilidades, las representaciones colectivas, las ideologías forman esa historia de larga duración” (Estrada, 2000, p. 563). Es decir, que mediante olores y sabores una sociedad se reconoce, se expresa, se identifica.
IDENTIDAD REGIONAL Y GLOBALIZACIÓN
El mundo actual está envuelto en un constante cambio, día a día factores económicos, tecnológicos y políticos alejan a la sociedad de la historia y muchas veces de sus propias raíces y haciendo “que esta cultura parezca haberse convertido en una identificación mundial a costo, de las identificaciones regionales de culturas menos grandes o extendidas sobre el mundo” (Van Hoof, 2001, p. 48).
A pesar de este oscuro panorama, Giménez (2000), afirma que pese a dicha evolución los territorios no se extinguirán, pues éstos “siguen siendo actores económicos y políticos importantes y siguen funcionando como espacios estratégicos, como soportes privilegiados de la actividad simbólica y como lugares de inscripción de las “excepciones culturales”, pese a la presión homologante de la globalización” (Giménez, 2000, p. 90)
Para conseguir lo anterior, en medio del mismo contexto globalizado, se comienza a dar, como lo indica Eduard Delgado (2000) una relación entre arte y cultura popular y tradicional, esta relación comienza a aportar rasgos diferenciadores
Que agregan valor a los productos y a los procesos, operativos dentro del espeso tejido de redes que
solamente se encuentran una con otra en un área territorial ubicada en el límite más alejado del cara