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Ignacio (Iggy) - La Guerra de los Reinos de la Llanura

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Academic year: 2021

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(2) La Guerra de los Reinos de la Llanura Ignacio (Iggy).

(3) En las Tierras Altas viven portentosas guerreras pertenecientes a diferentes clanes, todas altas, morenas y de ojos claros, mientras que en la LLanura habitan guerreras más bajitas y rubias. Dos mundos diferentes a tan sólo unos días de distancia. Una guerra está a punto de estallar..

(4) Renuncias de Autor: Esta novela contiene constantes referencias a relaciones amorosas entre mujeres, aunque no se hacen en ella descripciones sexuales explícitas. Dicho queda.. Nota: Todos los personajes y situaciones son originales y de mi absoluta y exclusiva propiedad. Al tratarse de un uber, la descripción de algún personaje puede resultarles familiar a quienes conozcan la serie Xena: Warrior Princess, pero eso no invalida en nada la frase anterior. El escenario de esta novela es fantástico, pero muy distinto al de la dicha serie.. Dedicatoria y agradecimiento: a Jenny, por un par de ideas pilladas al vuelo de una excelente y amena conferencia..

(5) La Guerra de los Reinos de la Llanura AUTOR: IGNACIO (Iggy). Capítulo 1. De Anuario actualizado de los planetas, edición 1174, varios autores, Ed. Stellarium, 1173, Tierra: «Sadal Suud III o, como es más conocido, Alanna, es uno de los mundos más interesantes colonizados por la raza humana. Sus características físicas (véase tabla) no tienen nada de particular entre los mundos.. Sadal Suud III (Alanna) Diámetro ecuatorial: 10.988 km Período de revolución sideral: 401 d 7 h 15 min 56 s Período de rotación sideral: 22 h 47 min 14 s Gravedad: 0,94 g Semieje mayor de la órbita: 1,27 ua Inclinación del ecuador: 31º 11’ »Habitados. Su singularidad es social, y debe esta, como tantos otros, a su aislamiento tras su colonización. En este particular, la mayoría de los estudiosos, aunque no todos, coinciden en señalar que tiene su origen en la disfunción hormonal producida en el organismo humano por un enzima nativo del planeta.». 5.

(6) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). x Las Tierras Altas no eran un país acogedor. Ni siquiera agradable, aunque sí podía decirse que resultaba hermoso. De una terrible hermosura. Los peñascos de grisáceo granito se elevaban en abruptas formaciones rocosas, sobre las que el viento silbaba de manera constante. Entre las peladas cumbres se extendían valles, como heridas infligidas por aquellas cuchillas de afilada piedra. Aquí y allá, resistiendo al helado viento, matas de brezos y aulagas trataban valientemente de sobrevivir. La vegetación era escasa, tanto por el clima frío como por la poca tierra. El único árbol que resistía aquellas tierras era el siláceo. En realidad se trataba de una especie de árbol-helecho. Lo que desde la distancia parecían hojas, de cerca era un denso follaje de plumas verdeazuladas, insertas en grandes troncos negros dotados de múltiples ramas. El susurro de los siláceos en el viento resultaba característico. El suspiro de las Tierras Altas. La población de las Tierras Altas hacía como el matorral: se aferraba a la escasa tierra negra de los estrechos valles, tratando de succionar un pobre sustento de ella. Allí, los caseríos resultaban casi invisibles debido a su pardo color, dispersos aquí y allá, cobijados a veces entre oscuros bosquecillos de siláceos. Todas las Tierras Altas se extendían como una meseta montañosa. Los caminos entre los valles no siempre resultaban practicables del todo, ni en todas las estaciones. Ello explicaba que las Tierras Altas se hallasen divididas entre numerosos clanes. Estos con frecuencia eran feroces enemigos unos de otros. La vida era dura allí, los recursos escasos, y el saqueo una costumbre tan útil como, a veces, necesaria.. 6.

(7) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Gwyn plantó ambos pies, bien separados, sobre la cumbre rocosa. Desde aquel punto de vista, podía ver casi todo el territorio de su clan. Cerca, sobre otra cumbre abrupta, se cernía el castillo de Glewfyng. Pese a su aspecto oscuro y anguloso, evocaba en ella la calidez del hogar. Después de todo, lo había sido durante casi toda su vida. A diferencia del resto de sus compañeras de adiestramiento, jamás lo había abandonado para regresar a la calidez de uno de los caseríos. Todavía no había optado por encontrar pareja, abandonar provisionalmente la vida guerrera y criar niños y cultivar campos, como el resto de las de su generación. A su edad, ya en absoluto juvenil, aquello no hacía más que crearle problemas. Tras un período de servicio de armas en el castillo, se suponía que todas las guerreras debían establecerse y cumplir con su obligación para con el clan de una forma distinta a la de las armas. Suspirando resignada, Gwyn dejó que sus pies la llevaran de nuevo ladera abajo, hacia el castillo. El sol ya estaba alto, iluminando un cielo que pasaba con rapidez del morado oscuro al azul violáceo. Las dos pequeñas lunas, las Amantes Desdichadas, se perseguían como siempre sin encontrarse jamás, ya hacia su ocaso. La Tawanna, la jefa de su clan, había convocado a sus guerreras a aquella hora. Todo hacía pensar que se trataría algún asunto de importancia.. x Las guerreras se hallaban dispuestas en ordenadas filas ante el estrado de la Tawanna. La mayoría eran jóvenes, y trataban de dar una impresión de severa marcialidad. Gwyn sonrió. Ella había adiestrado a la mayoría, y conocía sus defectos y virtudes. El defecto más habitual era el exceso de entusiasmo guerrero. La virtud más extendida era... el entusiasmo guerrero. Eran jóvenes, animosas, en la flor de la vida, y sólo querían resultar útiles a su clan. Aquello era bueno. Sin embargo, las hacía ser alocadas a veces, con excesos de valentía y desafíos de bravuconería que se convertían en dolores de cabeza para sus adiestradoras. Sin. 7.

(8) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). embargo, Gwyn sabía que aquello pasaría, encontrarían pareja, perderían su entusiasmo juvenil y cumplirían con su clan de forma más dulce y tranquila. Habían pasado por sus manos varias generaciones de entusiastas guerreras, y las había visto convertirse en pacíficas y alegres campesinas. Primero se emparejaban, después realizaban alguna visita a las Estancias Reservadas, y tras la ceremonia matrimonial por fin se establecían, para criar a sus hijas y cultivar la dura tierra. Gwyn suspiró, divertida y resignada a la vez. La mayoría de ellas habría protestado indignada ante esta predicción. Eran todavía muy jóvenes y no se imaginaban a sí mismas fuera del romántico servicio de armas para el clan. La Tawanna, una mujer vigorosa pero con un cabello que ya mostraba no pocas canas en medio del lustroso azabache, entró de repente, y todas las cabezas se volvieron en su dirección en cuanto subió a su estrado. Desde su puesto retrasado –el hecho de que a su edad siguiera soltera la hacía figurar entre las filas menos destacadas– Gwyn pudo ver todas aquellas oscuras cabezas seguir a su líder. Como era habitual en las Tierras Altas, la mayoría eran muy morenas de cabello, como ella misma. Sin embargo, y a diferencia de ella, solían llevar el pelo corto, como orgullosas de mostrar así su condición de guerreras en activo. Ella ya había pasado por aquella fase hacía tiempo; el cabello largo no tenía por qué molestar a una guerrera en absoluto. Aquello no era más que una afectación juvenil, pasajera como todas. También eran altas, como era habitual en su país y su clan. Y, cosa que desde su punto de vista no podía ver pero sí conocía en detalle, eran casi todas de piel y ojos claros. El pueblo de las Tierras Altas se caracterizaba por tener los ojos grises, azules o de un índigo casi negro, el cabello azabache o al menos de un marrón intenso, y una piel clara y luminosa. Ella misma respondía perfectamente al modelo, con su complexión fuerte y sus ojos de un azul celeste. Sus brillantes ojos, junto a su experiencia de combate, le habían proporcionado muchos éxitos. Después de todo, su vida, aunque soltera, no había sido monacal. Su posición como adiestradora le proporcionaba infinidad de ocasiones para. 8.

(9) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). mantener su camastro cálido y ocupado, pero... Gwyn abandonó abruptamente sus pensamientos. La Tawanna había empezado a hablar, y las guerreras le prestaban toda su atención.. x —Os he reunido a vosotras, mis guerreras, con un objetivo. Sobre vosotras va a recaer la responsabilidad de mantener intacto el honor del clan. Aquello se salía de lo común. No iba a tratarse de otra expedición de saqueo o represalia. Gwyn notó cómo las guerreras aguzaban el oído. —Todas recordáis el invierno de hace tres años. —prosiguió la Tawanna. Desde luego que lo recordaban. La llegada del viento del norte más de un mes antes de lo habitual supuso le pérdida de toda la cosecha. Tras una pausa para permitirles meditar sobre aquello, la Tawanna prosiguió. —También recordáis cómo nos salvamos de la muerte y el hambre. Contrajimos entonces una deuda con cierto reino de la Llanura. —La Tawanna se refería al reino de Athiria. En aquel difícil momento, su reina les ofreció entonces un considerable cargamento de trigo. Nada se hacía gratuitamente, y menos entre los pueblos de la Tierras Altas y los de la Llanura. —Ha llegado la hora de devolver el servicio. Vosotras, hijas del clan Glewfyng, saldaréis la deuda pagando el trigo con vuestra sangre. Mañana mismo partiréis hacia la tierra de Athiria, al servicio de su reina. Recordad —e hizo una pausa— que de vuestro valor y fidelidad depende el honor del clan. Que la Diosa os acompañe, hijas mías. La Tawanna hizo un amplio gesto que las abarcaba a todas. Las guerreras se fueron marchando, y pese a que una vez concluida la audiencia el silencio era. 9.

(10) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). la regla, los murmullos no tardaron en alzarse. Las jóvenes guerreras se veían excitadas, deseosas sin duda tanto de defender el honor del clan como de conocer las legendarias tierras de la Llanura. Lo cierto es que era relativamente habitual que las famosas guerreras de las Tierras Altas se empleasen como mercenarias para los más civilizados y refinados reinos de las Tierra Bajas. Sin embargo, aquellas eran guerreras jóvenes, en su período de servicio exclusivo. Por tanto, apenas habían salido de los reducidos territorios de su clan. Su excitación ante aquella aventura no era de extrañar. Gwyn, sin decir palabra, empezó a retirarse también. —Gwyn. La Tawanna había pronunciado su nombre, al tiempo que hacía un gesto. Las guerreras ya se dispersaban. Sin embargo, y por lo visto, la jefa del clan quería hablar con ella en privado. En consecuencia, se quedó en la estancia, esperando a que se vaciase. En cuanto se hubieron ido todas, se acercó al estrado. Desde cerca, las arrugas en el rostro de la Tawanna se hacían visibles. No sólo la edad, sino las preocupaciones de su cargo habían provocado aquellas estrías en las comisuras de ojos y boca de su líder. Sin embargo, pese a ello, seguía pareciendo hermosa, e incluso más majestuosa si cabe. —Gwyn. —repitió—. Deberás marchar a esta misión... Dejó la frase inconclusa. Parecía triste. —Lo sé. —repuso ella, con voz firme—. Estoy lista. Su actitud resuelta no pareció disipar la actitud melancólica de la Tawanna; más bien todo lo contrario: —Gwyn, Gwyn... ¿Por qué nunca te has casado?. 10.

(11) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Aquella era una vieja discusión, en la que ella siempre se encontraba en inferioridad. —Yo... Nunca he encontrado a nadie que... —Excusas. —La Tawanna barrió sus viejos argumentos con un gesto de su mano—. Tienes esa obligación con tu clan. Nadie te puede forzar a ello, claro, pero... Habrías podido llegar tan lejos. Podrías haber sido mi sucesora, Gwyn. Aquello era una novedad en sus repetidas discusiones sobre este tema. La Tawanna debía buena parte de su prestigio a sus proezas como guerrera, pero aquello no era lo decisivo. Había llegado a su puesto tras criar a cuatro hijas, además de dos –no ya uno, lo que sería más que suficiente, sino dos– varones sanos y ya adultos. En este sentido, su prestigio era incontestable, y sus servicios al clan irrebatibles. Sin embargo, viendo las arrugas de preocupación en el rostro de la Tawanna, Gwyn comprendió que el argumento que pensaba utilizar contra los de ella tampoco la influiría. Sin embargo, a falta de otro, lo usó. —Yo... Con todo respeto... —bajó la cabeza— no sé si quiero tampoco llegar a tan alta posición. La mujer mayor torció el gesto, claramente decepcionada. Su expresión pareció hundirse, replegarse, y de repente pareció aún más vieja. —Gwyn... Esta misión... No importa. Puedes marcharte. Ante este gesto de despedida, bajó de nuevo la cabeza, tocó el suelo con una rodilla y abandonó la sala. Como exigía la costumbre tras ser despedida por la Tawanna tras una audiencia, ni dijo palabra ni la volvió a mirar.. 11.

(12) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). x Ella no debería estar allí. Como soltera, su presencia en las Estancias Reservadas resultaba casi injustificable. Como mínimo, sospechosa de perversión. Sin embargo, como miembro de una expedición guerrera a punto de partir hacia las tierras de la Llanura, tenía una excusa para acceder a aquel lugar. Así, las guardianas que flanqueaban la única entrada a aquella parte del castillo la dejaron pasar, no sin que una de ellas le lanzase una sonrisa maliciosa.. Aunque dentro del castillo, las Estancias Reservadas eran un mundo aparte. El mundo de los hombres. Eso se observaba ya en la informalidad que allí reinaba. Después de la serena ceremoniosidad de la audiencia de las guerreras con la Tawanna, la diferencia se hacía aún más perceptible. Tuvo que deambular durante un rato por pasillos y salas hasta dar con Fiedgral.. Fiedgral era, incluso para ser un hombre, un sujeto peculiar. Alto y desgarbado, su pelo rojizo y su palidez pecosa delataban un indeterminado origen mestizo. Sin embargo, era el experto en mapas y tierras lejanas, y su consejo sería imprescindible. La estancia en la que lo encontró se hallaba cubierta de estanterías llenas de viejos libros, mapas y sólidos tomos de enormes tapas metálicas. Sus cerraduras de hierro revelaban el carácter peligroso de los secretos que ocultaban estos últimos en sus páginas. Después de todo, la función de los hombres –una de sus dos funciones, se dijo con un ligero rubor– era la custodia del conocimiento. Era una ocupación adecuada para los hombres, tanto por su carácter poco práctico como por lo compatible que resultaba aquella ocupación con su vida recluida. No había hombres fuera de las Estancias Reservadas, no al menos en las Tierras Altas.. 12.

(13) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). La necesidad para los hombres de una vida resguardada y segura era evidente por sí misma. Aparte de tener sus órganos propios expuestos, de aquella forma tan vulnerable... Pero además, por misteriosas razones que jamás se habían podido desentrañar, casi todos los niños varones nacían muertos, no sólo en las Tierras Altas sino en todo el mundo. En consecuencia, los hombres eran, como todo lo escaso, un bien valioso que debía ser protegido. Pero no sólo por lo escaso, y por su necesario concurso para la continuidad de la raza. Gwyn, pese a su soltería, los había tratado bastante. Los conocimientos que custodiaban eran necesarios muy a menudo para sus tareas. Y así, había podido comprobar el carácter despreocupado, irresponsable incluso, de los hombres. Desde luego, el hecho de vivir una vida de reclusión, lejos de cualquier ocupación práctica, acentuaba aquel carácter natural en ellos.. Fiedgral era un buen ejemplo de todo aquello. Se hallaba rodeado de varias montañas de papeles y pergaminos, y apenas se había dado cuenta de su presencia. Gwyn carraspeó. —¿Oh? ¡Ah! Hola, Gwyn. Pasa, pasa. —¿Qué haces? —¿El qué? Ah, sí, esto... Intentaba dar con un mapa del viejo reino de Caliria. Es allí adonde vais, ¿no? —No, Fiedgral. La expedición es a Athiria... —Visto que no la invitaba a sentarse, lo hizo por su cuenta a su lado, echando una ojeada a los crujientes pergaminos. —Athiria. ¿Athiria? Ah, sí, claro, claro. Vamos a ver.... Empezó a revolver entre las pilas de papeles, poniendo en fuga a varias lepismas1, a las que ignoró como si no existiesen. Inclinada a su lado, Gwyn aprovechó la pausa para mirarle de reojo. ¿Cómo sería tener un hijo de él? Su carácter era sumamente inconstante, aunque eso mismo podía decirse de los 1. Insecto que se alimenta de moho, papel y cartón.. 13.

(14) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). demás hombres. Podría ser interesante tener una hija con aquel curioso pelo rojizo, y aquella piel lechosa... Sin embargo, por la razón que fuera, tal vez por su misma peculiaridad física, Fiedgral nunca había sido elegido como padre. Era joven, más que ella, aunque a esas alturas ya tendría que haber... Gwyn le sonrió, acodada a su lado. Él pareció confuso, aunque le devolvió la sonrisa. —Al menos, aquí tengo un mapamundi. —exclamó, tras un instante de vacilación, exhibiendo un pergamino de aspecto vetusto.. Ambos se inclinaron sobre el documento.. 14. Athiria no era ni el más antiguo ni el más poderoso de los reinos de la Llanura. Sin embargo, su posición era sólida, gracias tanto a sus campos de cultivo como a la situación de su capital en una encrucijada: en la confluencia de los ríos Agatón y Cotreo. Eso suponía considerables ingresos por comercio, que hacían de Athiria, ciudad y reino, un lugar no sólo próspero sino cosmopolita. Aún.

(15) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). más que el resto de reinos de las Llanuras, famosos por su estilo de vida extravagante y hasta perverso. Al menos eso era lo que se decía en las Tierras Altas, y por tanto en los documentos y mapas de Fiedgral. Aunque la situación no les había sido explicada por la Tawanna, Gwyn había hablado con la capitana que dirigiría la expedición. Sabía, por lo tanto, que el actual enemigo de Athiria, y su probable objetivo bélico, era el reino de Deiria. —Deiria, Deiria... —masculló Fiedgral en cuanto le preguntó por él—. Ha sido siempre un reino poco importante. Sin embargo... Revolvió. de. nuevo. entre. los. papeles,. sacando. uno. de. aspecto. sorprendentemente blanco y nuevo. —Por lo visto, su nueva reina lo ha engrandecido últimamente. Mira, —dijo, señalando el informe— ya ha anexionado Filiria y Quirinia. Tal y como están las cosas, su próximo objetivo bien podría ser Athiria. Sin embargo, es extraño. —¿Por qué? —Pese a todo, Athiria sigue siendo mucho más fuerte. No me explico cómo puede Deiria pretender enfrentarse a un reino tan poderoso. Ya puestos... no me explico por qué Athiria os necesita. Hay algo extraño... Ninguno de los dos tenía la menor idea de cuál podía ser la solución a ese misterio. En consecuencia, la conversación murió y ambos quedaron un rato en silencio, pensativos. Al poco, Fiedgral rompió el silencio, cambiando de tema. —Me gustaría tanto acompañaros... —El suspiro del pelirrojo fue notable, incluso para alguien tan propenso a la ensoñación.. 15.

(16) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Gwyn sonrió. —Sabes que no es posible, Fiedgral. Los hombres tenéis que estar a resguardo, y correremos grandes peligros. —Lo sé. —repuso—. Sin embargo... A veces me gustaría ir por el mundo, conocer todo lo que sale en los libros... Gwyn no necesitó contradecir algo tan obviamente poco realista. En cambio, tratando de animar al joven, le dio un amistoso golpe en el hombro, como haciéndole partícipe de la camaradería de las guerreras. Aunque le pilló desprevenido, y enclenque como era, casi lo lanza contra la mesa. —Ánimo, hombre. Esto no está tan mal. Aquí estás seguro. Nosotras, en cambio... ya veremos.. x 16 Algún tiempo antes, en otro lugar, en un país distinto.... Taia se dispuso a salir de palacio. Aquello no era algo sencillo; de hecho, suponía toda una elaborada serie de preparativos. Desde luego, debía presentar un buen aspecto. Aunque eso mismo ocurría cuando permanecía dentro. Con todo, debía revisarlo. Estudió su indumentaria en el espejo de plata pulida. Viendo que iba a arreglarse, sus sirvientas se apresuraron a su lado. —¿Os disponéis a salir, alteza? —le preguntó una, perspicaz. —Sí. Ve a dar las órdenes pertinentes.. Desde luego, necesitaría una escolta. En realidad no la necesitaba, pero su dignidad como princesa heredera del reino la obligaba a ello. También la acompañarían algunas esclavas, portando un palio en las ocasiones solemnes, o como en este caso, al menos una sombrilla. También debían acompañarla.

(17) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). algunas ―amigas‖. Ese era el nombre oficial, aunque la mayoría no lo eran en ningún sentido de la palabra. Se trataba de mujeres nobles que habían ganado el privilegio de acompañarla de una u otra forma. Debía, por tanto, soportar su presencia. Su vida era una serie de actos perfectamente organizados, fuera de los cuales apenas le quedaba espacio para nada. Suspiró. Demasiadas responsabilidades... Aunque había que reconocer que no la afectaban en lo más mínimo, se dijo admirando su figura en el espejo. Llevaba el pelo rubio corto, en un simple flequillo. El peinado era una de las pocas opciones que tenía para salirse de la norma. Dejó que las sirvientas la vistieran, sin dejar por ello de admirar su figura en el espejo. Era ligeramente más baja que la media, con un cuerpo reforzado por el ejercicio. Aquello provenía de otra de sus obligaciones, su entrenamiento militar. Algún día sería reina, y debía estar familiarizada con el uso de las armas. —Buenas tardes, princesa. —dijo una voz profunda tras ella, contrastando vivamente con el suave bullicio de las sirvientas. Aquella voz provenía de la segunda de sus obligaciones. Era Gartión, su tutor. Por alguna razón, los hombres solían dedicarse a aquella tarea. Al menos entre las clases altas. Mostraba en su cuello, cómo no, la cinta negra de su condición, aunque la llevaba con un desparpajo notable, como si no fuera con él. Se trataba de un hombre ya mayor, de cabello ceniciento, y con dos características raras en los hombres: aceptable musculatura y un profundo bronceado. —Esta tarde no tendré tiempo para lecciones, Gartión. Voy a salir. —le dijo sin volverse, tras devolverle el saludo.. Por el espejo pudo ver que torcía el gesto. Pese a la cinta en su cuello, no faltaba la vez que se enfadaba con ella en ocasiones como esta. Pero Taia ya no era ninguna niña, y no podía reñirla ni mucho menos.. 17.

(18) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). —Quería comentaros algunos detalles de política. Vuestra madre la reina insiste en que estéis preparada para asumir el poder en cualquier momento. —replicó, pese a todo. —Mi madre reinará muchos años más. No hace falta tanta insistencia. —Pero... —Sin peros, Gartión. Mañana me pondrás al corriente. Lo despidió con un gesto de la mano. Tras un descarado instante de vacilación, se inclinó, retirándose. ¿Por qué serían hombres los tutores? Eran tan descarados, como si no supieran su lugar en la sociedad... Además, tan poco prácticos. Siempre insistiendo en que aprendiera aquellos detalles inútiles, absurdos... Claro que con el modo de vida que llevaban los hombres en general, no era de extrañar que fueran poco prácticos, irresponsables incluso. No era culpa suya. Aliviada de la presencia de Gartión, Taia contempló cómo la habían dejado sus sirvientas. La habían recubierto de gasas de colores hasta hacerla parecer una bola amorfa. —¡No, no, no! —exclamó. Las sirvientas se apartaron, sorprendidas. Se arrancó todo aquello. Expeditivamente, se puso una sencilla túnica corta de lino blanco, con bandas moradas. Se la ciñó con un cinturón dorado del que pendía una espada corta. Dudó, hasta que seleccionó un peto de acero dorado, con hombreras. ¿No debía dar imagen de competencia militar? Pues listos. Hizo una única concesión a la elegancia con una cadena de plata con pequeñas esmeraldas, que se colocó alrededor de su frente como muestra de su rango. También hacían juego con sus ojos, se dijo, sonriendo de nuevo. Acto seguido, salió en tromba, obligando a las sirvientas que la acompañarían a correr tras ella.. 18.

(19) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). —¿Adónde, alteza? —le preguntó, un tanto secamente, la jefa de su escolta, ya en el exterior del palacio. Era una mujer joven aunque extremadamente competente. Seria y eficaz, mostraba sin embargo una sonrisilla constante, como si su competencia la pusiera por encima de cualquier problema. Su nombre era Terinia, aunque se la conocía formalmente como la Capitana de la Guardia de Palacio. —Vamos a callejear un rato. Al mercado, tal vez. La guerrera, tan rubia como ella bajo su casco empenachado, asintió y se dispuso a encabezar la marcha. La multitud, en parte gracias al parasol que sostenía una sirvienta a su lado, la veía desde lejos y le abría paso. Athiria era una ciudad abigarrada, que le encantaba. Era lamentable no poder mezclarse con la multitud, de forma anónima. Se veía gente de todas partes de la Llanura, e incluso... —Capitana. Esta estuvo a su lado en un instante. Prefería consultar con ella que con sus ―amigas‖, a las que ignoraba olímpicamente. —¿Sí, alteza? —¿De dónde son aquellas mujeres de pelo negro? —las aludidas destacaban no sólo por su cabello oscuro en medio del mar rubio de la multitud, sino también por su elevada estatura y aspecto competente. —Son mercenarias de las Tierras Altas, princesa. —Eso me parecía. ¿Son mercenarias a nuestro servicio? —No, princesa. Ahora mismo no tenemos contratadas mercenarias de las Tierras Altas. Suelen crear problemas en tiempos de paz. Deben estar de paso.. 19.

(20) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Lástima. Eran ciertamente exóticas, a su modo salvaje. Recordaba que Gartión le había contado, hacía tiempo, algunas cosas sobre esas tierras. Todas sus habitantes eran guerreras, y guardaban a sus hombres celosamente fuera de la vista del mundo. Estaban en perpetua guerra unas contra otras, y en los períodos en que reinaba algo parecido a la paz, se alquilaban como mercenarias en la Llanura. Su salvajismo no conocía límites, lo que explicaba que buscasen la guerra por cuenta ajena cuando no se estaban matando entre sí. Gartión le había explicado también que sus tierras eran pobres y que así conseguían dinero o algo parecido. No recordaba muy bien. En todo caso, hacía tiempo que Athiria vivía en paz, lo que explicaba que no hubiera visto a aquellas feroces guerreras antes. Fuera como fuere, pasaron de largo, en absoluto impresionadas por su séquito. Taia decidió que buscarlas o seguirlas estaría muy por debajo de su dignidad. Reemprendieron camino.. x Al fin pudo librarse de séquito, escolta y demás incordios. Taia se sacó la túnica por encima de la cabeza y se tendió sobre mesa de masajes boca abajo. Suspiró en cuanto sintió unos ágiles y firmes dedos sobre su espalda. —Hola, Arneo. —Buenas tardes, princesa. —respondió él, al tiempo que empezaba a atacar los tensos nudos de su espalda. Taia se relajó aún más. Sus visitas a los baños le resultaban cada vez más indispensables. Así lograba olvidarse de sus responsabilidades, y algo más. El esclavo tenía una especial habilidad. Siendo alguien ajeno a la corte y palacio, insignificante además como hombre que era, podía relajarse en su presencia.. 20.

(21) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). —Hoy he visto un grupo de guerreras de las Tierras Altas. —le comentó. —¿En serio? —respondió, con voz algo ansiosa—. He oído decir que son terribles. Grandes como hombres pero más fuertes que ninguna guerrera. También he oído que nunca jamás se relacionan con hombres, que los matan al nacer. Desde luego, por aquí nunca ha venido ninguna, y si lo hiciera, me moriría de miedo. Arneo siguió con su absurda y relajante cháchara, sin descuidar el masaje. Taia cerró los ojos y suspiró. —No tengas miedo. Aquí estáis seguros. Además, no todo lo que se dice debe ser verdad. ¿Cómo iban a tener hijos sin hombres? Se habrían extinguido hace tiempo. El esclavo no supo qué responder. Al menos, sus manos prosiguieron desanudando las tensiones que se habían acumulado en su espalda. Aquello era estupendo, pensó Taia. —Estáis muy tensa, princesa. Hacía tiempo que no os sentía tan agarrotada. Aquella línea de conversación la llevaría a recordar sus preocupaciones, por lo que no dijo nada. Al poco, se levantó. Además, Arijana estaría a punto de llegar. —Gracias, Arneo. Puedes retirarte. El esclavo se inclinó respetuoso y obedeció. Taia se envolvió en una toalla y pasó al baño de vapor. Arijana aún no había llegado. Siempre se encontraban allí. No había sido fácil dar con un lugar de encuentro tan adecuado. Necesitaban una cierta discreción, y un lugar como éste era inmejorable. Además, nadie le preguntaría por qué parecía tan feliz y relajada al salir.... 21.

(22) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Al poco la puerta se abrió. Entró una chica de su misma estatura, cubierta también por una toalla. Era rubia, de redondas caderas y un pecho suficientemente abundante para sujetar la toalla en su lugar sin el menor problema. Su sonrisa era tan relajante como los cuidados de Arneo. —Hola, Arijana. —le devolvió la sonrisa, alegre por su presencia. —Hola, Taia. —Era la única que la llamaba por su nombre, aparte de su madre. Se sentó a su lado, y de momento, mantuvo la toalla en su sitio. —¿Cómo va todo? —le preguntó nada más acercarse a ella. Debió notar también su preocupación, porque siguió preguntando—. ¿Mal? Pareces desanimada. —A ti no te puedo ocultar nada, Ari. Mi madre insiste. Va en serio. —Oh. —pareció decepcionada, aunque no demasiado—. Era de prever. Al final tendrás que casarte. —Pero ¿por qué tengo que casarme con quien ella diga? Es absurdo, casarse con una persona desconocida, de otro reino además. Es absurdo... —insistió. —Oh, vamos. Sabías que al final pasaría. Ya sabes, la política de los reinos y todo eso. Matrimonios de Estado. A tu madre no le ha ido tan mal después de todo, ¿no? Se quieren mucho, o eso me has contado. —Sí, ya, pero... —se detuvo—. ¡Oye! ¿Tú de qué lado estas? Si me caso, es probable que no te pueda volver a ver.... 22.

(23) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Arijana pareció triste, a su plácida manera. Aunque parecía haberse resignado. A decir verdad, la notaba algo distante desde hacía tiempo, como si se hubiera... —¿Te has cansado de mí, Ari? —¿Qué? ¿Yo? Vamos, cómo puedes decirme eso, Taia. —sonrió, burlona—. Sabes que no... La toalla cayó hasta sus caderas, y entonces pasó a demostrarle lo equivocada que estaba.. 23.

(24) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Capítulo 2. De Introducción a un mito real: Alanna, por P. A. M. Terin, Ed. Rosgolim, Kalinia, 1095: «Sadal Suud III (esto es, el tercer planeta de la estrella Sadal Suud, conocido. localmente. como. Alanna). fue. descubierto,. o. más. bien. redescubierto, en el año 1011 eE (era Espacial, 2968 de la antigua era Cristiana). Como pronto se hizo evidente, su descubrimiento original y subsiguiente colonización debía datar de varios siglos antes, probablemente durante el siglo III de la era Espacial. Como es bien conocido, durante este periodo se enviaron innumerables expediciones colonizadoras, con muchas de las cuales se perdió pronto contacto. Algunas de ellas dieron lugar a lo que popularmente se han conocido como los "mundos perdidos"...» De "Análisis clínico de las causas de la disfunción reproductiva en Alanna", por C. García Donoso, en Revista de bioquímica clínica, núm. 1.356, Ed. Conole, Tierra, 1097: «... En definitiva, y como consecuencia de los efectos hormonales anteriormente descritos, el cigoto masculino presenta diversos grados de malformación, extremadamente variables, y que no descartan un porcentaje de en torno al 18% de malformaciones irrelevantes, inapreciables o inexistentes. En consecuencia, alrededor de un 12% de los varones alcanzan la pubertad sin presentar problemas, momento a partir del cual se puede dar por segura la viabilidad del individuo.» De El mundo de las mujeres guerreras, por T. J. Warhound, Ed. Funambule, Tierra, 1123:. 24.

(25) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). «Sin duda, lo que más ha llamado la atención del público acerca del mundo de Alanna ha sido su peculiar orden social. Se ha hablado a veces de "matriarcado", con notable impropiedad. En esta obra divulgativa no entraremos en las causas que lo originaron. Lo que nos interesa conocer, en todo caso, es el reducido porcentaje de varones presentes en esta sociedad, en torno a un 15%. Esto significa, haciendo un sencillo cálculo, que en Alanna existen casi siete mujeres por cada hombre. Ya imagino las sonrisas en los rostros de mis lectores varones, pero la solución que a ellos sin duda les ha pasado por la cabeza, una poligamia rodeada de elementos orientales, no es ni mucho menos la que se dio en Alanna.». x El día de la partida había comenzado ya. Como instructora, Gwyn disponía de su propia habitación en el castillo, no demasiado espaciosa sin embargo. Apenas cuatro paredes de piedra, una estrecha ventana, una alfombra, un tapiz y su camastro. Pese a su recalcitrante soltería, Gwyn no solía tener este último vacío. Su posición como guerrera veterana la convertía en cierto modo en referencia para la admiración de las jóvenes. Y Gwyn no era mujer capaz de resistir un asedio de ese tipo. —Vamos, levántate, Eilyn. Eilyn había compartido su cama durante los últimos meses. Era una de las guerreras que partirían con ella; por lo tanto, debían apresurarse las dos. El sol ya se insinuaba en una aurora gris a través de la ventana. Se vistieron y equiparon con prisas; la compañía debía estar a punto de formar en el patio del castillo. Extrañamente, habían recibido instrucciones de no vestir los colores del clan. Por lo tanto, se vistieron con faldas pardas, sin teñir.. 25.

(26) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Eilyn se mostraba alegre y excitada ante la partida. Gwyn le echó una ojeada. Pelo tan negro como el suyo, no muy corto, ojos violeta profundo, alta, algo delgada. Casi demasiado para una guerrera. Otras como ella habían pasado por su cama. Sin embargo, su entusiasmo juvenil se desvanecía con el tiempo, y al final todas acababan encontrando pareja, casándose. Criando hijas en la placidez de un caserío, listas como guerreras retiradas para una leva de emergencia, sí, pero con su vida en el castillo superada. Y ella quedaba atrás, una y otra vez. Tenía que reconocer que ella tampoco había puesto mucho de su parte. Sea como fuere... —¡Vamos, Gwyn, no te quedes ahí! —le gritaba Eilyn, animándola a marchar. Remolona al principio, se le había acabado por adelantar. En consecuencia, abandonó su introspección y la siguió, ya lista, hacia el patio. Las guerreras ya habían empezado a formar en el frío patio de piedra. La aurora extendía sus débiles rayos, iluminando apenas la escena con diversas tonalidades de gris. La tropa sería pequeña: treinta guerreras jóvenes, todas las que estaban en su periodo de instrucción, dirigidas por una única oficial. Eso sí, las comandaría Rya. Gwyn la conocía bien. Era una de las mejores capitanas de la Tawanna, y su hermana, hijas además de la misma madre. Era viuda; no había tenido hijos propios. En cuanto estuvieron todas formadas, impartió unas pocas órdenes y formaron en fila doble para marchar por debajo de la arcada del castillo. En estas ocasiones, la costumbre dictaba que la presencia de la Tawanna era desaconsejable. Como madre simbólica de todas ellas, no debía contemplar su marcha a una posible muerte. Sin embargo, Gwyn creyó atisbar una figura muy parecida a ella, contemplándolas en silencio desde una alta ventana. Pero la dejaron atrás, y emprendieron la marcha sin saber si realmente era ella. El equipamiento de las guerreras era el habitual en las Tierras Altas: la gran espada recta, ancha y de doble filo, el pequeño escudo redondo y el hacha arrojadiza de combate. Vestían la falda corta de lana de las solteras, justo hasta por encima de la rodilla, un cinturón ancho de cuero, una manta arrollada en torno. 26.

(27) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). al torso y un justillo de cuero. El metal era escaso, y no se destinaba a proteger el cuerpo, sino a las armas ofensivas, al menos en las Tierras Altas. Las cobardes guerreras de las Tierras Bajas sí solían llevar cotas de malla, corazas y aún cascos, cosa que habría avergonzado a cualquier guerrera de cualquier clan. Tradicionalmente, cada guerrera acarreaba su equipamiento por sí misma, todo a su espalda. Era lo normal, dado que las expediciones de saqueo, que eran la operación militar más frecuente, no las solían llevar muy lejos. Esta vez, sin embargo, la expedición las llevaría a tierras lejanas, durante un periodo de tiempo indeterminado. En consecuencia, dispondrían de un ambulacro. No existiendo ningún animal de carga, desaparecidos (si es que habían existido alguna vez) los legendarios caballos, el ambulacro era la bestia de carga por excelencia. A falta de otra cosa. El nombre de bestia le venía ancho a ese extraño ser. Su mayor parecido era con una especie de oruga gigante algo aplastada de cuerpo. En realidad se trataba de una planta más que de un animal, aunque fuera móvil. Esto se veía en su color verde vivo, moteado de marrón. El ambulacro consistía en una serie variable de secciones, cada una con un par de patas flexibles, sin articulaciones, y acabadas en anchos pies en forma de ventosa. Por esos pies el ser sorbía la sustancia y la humedad del suelo, que sometía a fotosíntesis en su verdoso lomo. En consecuencia, el ambulacro sólo podía cargar bultos en alforjas bajo su cuerpo,. y no. encima.. De. hecho,. el ambulacro. caminaba. lenta. pero. incansablemente mientras fuera de día, estuviera nublado o no. Sólo por la noche se detenía. Así, había otra forma de pararlo: se le disponía una lona a uno de sus lados, y si se extendía sobre todo su lomo, el ser se detenía, creyendo que había llegado la noche. Así, se descorrió la lona del lomo del ya cargado ambulacro y comenzó la marcha. Se trataba, en este caso, de un ambulacro pequeño, de tan solo doce pares de patas. Cargaba con unas pocas tiendas de campaña, provisiones y poco más.. 27.

(28) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Como siempre, las guerreras acarreaban sus propias armas. Otra de las ventajas del ambulacro era que se podía cortar una de sus secciones, delantera o trasera (el bicho no tenía un extremo distinto del otro, pues no tenía ojos ni boca ni el correspondiente orificio opuesto), y su carne se podía comer en caso de emergencia. Al poco tiempo, el ser desarrollaba una yema que se convertía en una nueva sección con su par de patas correspondiente. Así, escoltando al ambulacro, pues estos tenían tendencia a desviarse hacia tierra fresca, marcharon por los senderos de la tierra de su clan. A esa hora, como para saludar al sol, las habitantes de los caseríos ya se asomaban a sus puertas. En uno cercano, una mujer con un bebé en brazos las saludó con una sonrisa y un gesto de buena suerte. Gwyn, contemplándola y devolviéndole la sonrisa, se preguntó por qué nunca se habría casado. La sensación de melancolía aumentó cuando, volviendo de los campos, a aquella mujer se le unió su esposa, llevando igual que ella los pantalones holgados de las casadas. Ambas se abrazaron, con el bebé en medio, y saludaron de nuevo a la compañía de guerreras que ya se alejaba. Gwyn suspiró. Por alguna razón, todavía no había encontrado a la mujer que le hiciera parecer atractiva aquella escena, pero protagonizada por ella y en su compañía.. x Las Tierras Altas llegaban a un fin abrupto. A sus pies, envuelto en una neblina dorada, se extendía el país de la Llanura, las tierras bajas. Desde aquella altura, la vista alcanzaba distancias prodigiosas. Era como ver un mapa extendido ante ella, detallado y a la vez difuso, como si encerrase tantos misterios como revelaba. Justo bajo las Tierras Altas, como marcando la frontera, oscuros bosques se abrazaban a los pies de las montañas que habían sido su hogar. Tras ellos, luminoso bajo el brillante sol, se veía la enorme extensión de las Llanuras. Se podían vislumbrar plateadas cintas de ríos, caminos entrecruzados, colinas,. 28.

(29) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). bosquecillos, campos cultivados verdes y amarillos y... ciudades. Como intrincadas gemas lanzadas al azar, dispersas ciudades albergaban sin duda el famoso bullicio de las gentes de las Llanuras. En algún lugar indeterminado de aquella inmensidad debía hallarse el reino de Athiria. Tendrían que internarse en aquel país, tan seductor como peligroso. Aquella luz había atraído, y quemado como a curiosas polillas, a muchas de sus antecesoras. Ahora eran ellas las que deberían seguir ese camino, hasta el triunfo o el desastre. En la pared del reborde de las Tierras Altas se abría un estrecho desfiladero: el paso Berenia. Zigzagueaba cuesta abajo, lo que mantuvo a la compañía ocupada. El ambulacro tenía tendencia a seguir recto. La única manera de guiarlo era dándole fuertes golpes con los pequeños escudos. Creía así haber topado con una pared y variaba su rumbo. Se mantuvieron todas ocupadas por tanto escoltándolo a ambos lados, vuelta tras revuelta. Fueron así llegando a las Tierras Bajas, aunque antes tendrían que superar otro escollo. Entre ambos territorios se extendían densos bosques de robles negros. La tierra de los bosques era el territorio del misterio y las leyendas. Una de ellas indicaba que allí moraban hombres, hombres salvajes que vivían solos, sin mujeres, matando a las que hallaban. Lo obviamente absurdo de esta leyenda no le quitaba nada de su terrorífico encanto, que era tal vez la razón de su persistencia. Justo ante las primeras copas de los árboles, altos y amenazantes, Rya, la comandante, ordenó un alto. La lona se extendió sobre el lomo del ambulacro, tras lo cual toda la compañía se reunió alrededor de su jefa. —Ahora que ya hemos partido, puedo daros algunas explicaciones sobre nuestra misión. —dijo ella—. Que este secreto haya sido necesario hasta ahora ya os dirá algo, lo mismo que no llevemos los colores del clan. Nuestra misión ha de ser discreta, hasta cierto punto. Debemos llegar a Athiria sin llamar la atención. Por tanto, habremos de desviarnos del camino directo.. 29.

(30) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). El camino que habían seguido hasta entonces se abría paso, amplio y recto, a través del ominoso bosque. La implicación de aquello empezó a entrar en el cerebro de las guerreras. Algunas desviaron la vista hacia lo más espeso del bosque, y si no había miedo, al menos había inquietud en sus rostros. —Sí, —confirmó Rya— nos desviaremos del camino desde ya mismo. Eso nos permitirá surgir del bosque por un punto inesperado. Una guerrera alzó la voz. —Podemos aceptar eso. —dijo, con un cierto tono de desafío—. ¿Pero no podrás al menos contarnos por qué tanto secreto? ¿Cuál será nuestra misión? —No. —respondió la comandante con voz firme—. No os lo puedo explicar ahora. Cuando lleguemos a Athiria, las cosas se aclararán. Nadie respondió a aquello, y en consecuencia se volvió a alzar la lona del ambulacro y este fue guiado hacia el bosque.. x El resto del día trascurrió sin incidentes, hasta que la falta de luz, acentuada por lo espeso del bosque, obligó a un alto. Rya ordenó tres fuegos, sin montar las tiendas pues el tiempo era seco y cálido. El orden de las guardias fue sorteado. Una vez hecho todo esto, Rya llevó a Gwyn aparte. —La verdad es que podría contarles algo más de nuestra misión. —le confió—. Pero no quiero inquietarlas. —Comprendo.. 30.

(31) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). —Nuestra misión es muy complicada, Gwyn. Nos necesitan para algo que no pueden hacer ellas mismas, ¿sabes? Pero no quiero decir más. Todo a su tiempo. En todo caso, si me pasara algo por el camino... —Oh vamos, Rya... —Sí, sí, vale. Pero si pasara algo, limítate a llevarlas hasta Athiria. Allí te harán saber lo que hay. De hecho, no conozco todos los detalles. Pero, ante todo, pase lo que pase, llévalas hasta allí; de ninguna manera volváis. —Está bien. —repuso Gwyn. No iba a insistir en la invulnerabilidad de su comandante. Ella misma no parecía precisamente convencida. La conversación parecía haber acabado, por lo que volvió hacia las nacientes hogueras. —Otra cosa, Gwyn. —aquello lo hizo volverse.. 31. —¿Sí? —El hecho de que seas una simple guerrera no me influye para nada. Sé lo que vales, soltera o casada. Considérate mi primera oficial. La noche trascurrió sin problemas, pese a la inquietud con que dormían algunas. Puesto que estaban en campaña, cada una durmió sola sobre su manta, en marcial soledad. Eilyn, de hecho, se mantuvo algo aparte de Gwyn, como si también la considerara una oficial y por tanto, aparte de la camaradería de la tropa. A Gwyn no le pareció mal. Tenía mucho en que pensar, sin necesidad de tener a su lado una presencia embriagadora pero intocable.. x Acompañada de nuevo de todo su séquito, Taia salió a la calle. En efecto, ya se la veía mucho más feliz y relajada. Pero pese a la agradable compañía de Arijana, las preocupaciones habían sido aplazadas, no solucionadas. Ese.

(32) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). pensamiento borró la sonrisa de su cara de inmediato. Se encaminó con paso firme de vuelta a palacio, obligando a sus sirvientas a correr tras ella con el parasol en mano. El día siguiente se presentó aburrido. Lecciones por la mañana con Gartión y audiencia con su madre la reina por la tarde. Esos dos solían conchabarse para amargarle días completos. Taia se resignó, y tras un breve desayuno se dirigió hacia la biblioteca. Allí estaba ya Gartión, como si nunca durmiera y en su ausencia sólo se quedara paralizado. Alzó la vista bajo sus espesas cejas grises. —Buenos días, princesa. Hoy tenemos un día atareado. Ella se limitó a suspirar, pero al fin devolvió el saludo. —Buenos días, Gartión. ¿Qué me preparas para hoy? —Política. Sentaos, por favor. —Política... —así lo hizo—. Lo de siempre, vamos. —Hoy hay novedades. Vuestra madre insiste en teneros al día de los asuntos de Estado. —Está bien. ¿Qué ocurre? —Llegan nuevos informes sobre el reino de Deiria. ¿Qué recordáis de Deiria? Gartión y sus preguntas repentinas. Sabía que, dijera lo que dijera, siempre le encontraría algún fallo. Trató de recordar. —Es uno de los reinos del Este. —enunció, esforzándose por recordar—. Su reina es... Erivalanna. —Gartión asintió, animándola a proseguir—. Hace sólo dos años que está en el trono. Su reino es la mitad del nuestro en extensión, y sólo un. 32.

(33) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). tercio en población. Aunque Erivalanna ha estado reclutando un ejército, no es rival para el nuestro. Ya no supo qué más decir. Contra su costumbre, Gartión asintió. —Muy bien. Pese a ello, ha conquistado hace poco el reino Quirinia. —Sí. No nos pareció mal, porque era un reino enemigo nuestro. —Exacto. Ahora, ahora mismo, acaba de conquistar también Filiria. Por sorpresa, a traición, y de un solo golpe. —¡Filiria es nuestro aliado! ¡Y era más poderoso que Deiria! —exclamó ella. Él asintió, tranquilo. —Eso es. Estamos al borde de la guerra. No hace falta que os diga que vuestra madre la reina está muy preocupada. No nos interesa una guerra, pero parece que no nos quedará más remedio. Sobre todo porque, según algunas noticias, podría conquistar un tercer reino. Si hiciera eso, y fuera otro de nuestros aliados, nuestras fuerzas ya no serían tan superiores. —Comprendo. —Eso espero. Ya tenéis edad de sobra como para responsabilizaros de ciertas cosas. ¿Cómo va vuestro entrenamiento militar? —Yo... —su entrenamiento iba muy bien. Por supuesto, no lo realizaba con un hombre, claro. La capitana de la guardia se encargaba de ello, y la verdad es que le gustaba más que todas las aburridas lecciones de Gartión. Sus bíceps eran buena prueba de ello. Sin embargo, nunca se le había ocurrido que aquello podría ir en serio. Era sólo ejercicio. Pero su madre ya era mayor. ¿Tendría que ir ella a comandar el ejército a esa guerra?— Va muy bien. —terminó de dudar. Al menos debía parecer segura de sí misma. Era una de las lecciones de su entrenadora.. 33.

(34) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). —Me alegro. Ahora, os dejo con estos volúmenes. Son historia de Deiria y de los reinos del Este. A media mañana os haré algunas preguntas.. x Dio un salto, esquivando un intencionado golpe a ras de suelo. Con su propio palo, detuvo abajo el de su oponente. Sonrió. Lanzó de pronto el otro extremo contra la cabeza, pero fue también detenido. Un súbito contraataque la golpeó en los tobillos y la hizo caer sobre su trasero. —Princesa. —La capitana le ofreció su mano, sonriendo levemente. —Gracias. —Agarró su antebrazo y se impulsó sobre sus pies. Ambas sudaban profusamente. La lucha, el entrenamiento en sí, había durado más que nunca. Pero Taia había acabado cayendo de nuevo. —Siempre me ganas, Terinia. —le dijo, algo resentida. —Progresáis día a día, alteza. Todo llegará. —Lo dices por decir. —Las últimas noticias la habían alterado. No se sentía en absoluto capacitada para dirigir un ejército. Se sentía como una farsante. —No, alteza. En absoluto. Terinia resultaba siempre tan seria. Vestidas ambas tan sólo con prendas cortas y ajustadas de entrenamiento, Taia no pudo sustraerse a la magnífica figura de su entrenadora y guardiana. Era algo más alta que ella, y su cuerpo estaba en perfecta forma, lo que no quitaba para que poseyera una voluptuosa y femenina figura. No por primera vez, se sintió algo atraída. Quizás no fuera arrebatadoramente guapa; su rostro era más regular que hermoso, de nariz y labios finos. Pero pese a su indudable atractivo, no se le conocían relaciones de. 34.

(35) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). ningún tipo, ni regulares ni ocasionales. Y eso que no era una jovencita, aunque podía parecerlo. Sus movimientos eran siempre tan precisos y exactos. Tensa y suave a la vez. Daba la impresión de que vivía completamente dedicada a sus obligaciones. Se acababa de soltar su rubio y lacio cabello, hasta entonces sujeto en una coleta, dando así por terminada la sesión. —¿Ya hemos terminado? —le preguntó. Ambas estaban cansadas y cubiertas de sudor. Pero a Taia le encantaba el entrenamiento. Además, hoy su finalización suponía el paso a la audiencia real, y eso no le apetecía en lo más mínimo. —Sí. Suficiente por hoy. —Terinia la traspasó con sus ojos color acero y le ofreció una de sus peculiares sonrisas. Era como si viera a través suyo y de sus motivaciones. Taia se ruborizó un poco y desvió la vista. Si no hubiera sido siempre tan impersonal, distante y uniformemente cortés... Era inútil darle vueltas. Sus problemas seguirían siendo los mismos, o tal vez mayores. —Está bien. Terinia, yo... —se detuvo. —¿Sí? —Supongo que conoces las últimas noticias. —En efecto. —Como siempre, no le ponía las cosas fáciles. —Parece que se prepara una guerra. —Eso parece. —¡Eso parece! ¡La primera guerra en más de quince años, y eso parece! —estalló Taia. No por primera vez, la exasperó su impasibilidad. Por un instante, ella pareció sorprendida de su reacción, dejando a un lado la toalla con la que se enjugaba el sudor y mirándola de nuevo.. 35.

(36) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). —Perdón, alteza. —dijo bajando los ojos. Cuando parecía sumisa, tenía un aire burlón, como si no fuera en serio. Sin embargo, su cortesía era siempre irreprochable—. ¿Os preocupa? Sí, supongo que sí. Vuestra madre es mayor ya... ¿Os preocupa el mando de las tropas? —Yo... No sé. Supongo que sí. No me siento capacitada. Todo este entrenamiento me ha parecido siempre simple ejercicio. Ahora me doy cuenta de lo que implica. —¿Os preocupa el combate? —No... ¡No! No es eso. No tengo miedo. Creo... Es que no me siento capacitada para dirigir a otras a la muerte. No me veo tomando decisiones que signifiquen muerte o vida, victoria o derrota... —Todas os seguiremos voluntariamente, alteza. —respondió, con esa rotunda devoción tan suya—. Sabemos a qué nos enfrentamos, sabemos lo que defendemos. Entre todas lo haremos lo mejor posible. Y además... —¿Sí? —Yo estaré en todo momento a vuestro lado, alteza. Ella siempre la había tratado así, con una fidelidad inquebrantable aunque impersonal. Aquello tuvo un efecto contraproducente. Toda aquella fidelidad y confianza la apabullaba. Las defraudaría, y... No quiso insistir y asintió, agradecida. Se vistió en silencio. No tenía sentido aplazarlo más; la audiencia real la esperaba.. 36.

(37) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Capítulo 3. De Estudio preliminar de la ecología alaniana, por G. K. Hauser y P. Perrault, Ed. Universitas, Canopo, 1166: «Dejando de lado sus peculiaridades humanas, que son las que le han aportado fama o al menos notoriedad, Alanna presenta también interesantes motivos para el estudio de su fauna y flora. »Hay que empezar por decir que esta última distinción, tan habitual en la biología, es un tanto superflua en Alanna. En efecto, la diferenciación entre fauna y flora no es ni mucho menos evidente entre la vida nativa de Alanna, como veremos a lo largo de todo este estudio. De hecho, el concepto mismo de plantas sésiles no resulta en absoluto obvio. [...] »Pero antes de entrar en un estudio pormenorizado, hay que hacer algunas salvedades. Como mundo colonizado por la especie humana, la biología. original. de. Alanna. ha. experimentado. considerables. transformaciones con la introducción de especies originarias de la Tierra. Con todo, la vitalidad de la biología nativa ha ocasionado que no todas las especies introducidas hayan superado el reto: de entre la fauna doméstica introducida, ni los bóvidos ni los équidos superaron el desafío de la peculiar bioquímica alaniana. De hecho, la misma especie humana logró sobrevivir a duras penas, con las disfunciones que son conocidas y que no comentaremos aquí. Baste decir que sólo algunas especies introducidas superaron con éxito el desafío de la adaptación. Entre los cereales la supervivencia fue generalizada, así como con diversas especies de árboles y en general casi todas las especies vegetales. Sin embargo, en cuando a la fauna animal, sólo los ovinos (ovejas y cabras) sobrevivieron. [...]. 37.

(38) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). »La especie nativa más singular, y que más atención ha despertado, es el peculiar ambulacro (Multipodius ambulantis), que...». x —Sacad las hachas. Partiremos el ambulacro. La orden de Rya llegó cuando, al final de la mañana siguiente, alcanzaron el linde del bosque. Pese a múltiples aprensiones y misteriosos crujidos, no habían avistado un solo hombre, salvaje o civilizado. Rya había ordenado un alto, todavía entre la espesura, como si no se atreviera a salir a campo abierto. Las guerreras cumplieron la orden. Tras varios golpes de hacha, donde antes había un ambulacro de doce pares de patas, ahora había dos, de seis pares cada uno. Eso sólo podía significar una cosa. —El pelotón izquierdo vendrá conmigo. El derecho irá con Gwyn, a sus órdenes. —recalcó la comandante. —Pero Rya... —le susurró la aludida. —Sin peros, Gwyn. En este pergamino tienes tu ruta. No tiene pérdida. En dos grupos llamaremos menos la atención. Ya sabes: discreción. Procurarás entrar en Athiria de noche. ¿Está claro? —Sí, Rya. —Gwyn no tuvo presencia de ánimo para seguir protestando, y asintió. Aquella misión resultaba cada vez más extraña.. 38.

(39) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). El primer grupo partió primero, con Rya al frente. Hasta que no dio la orden de marcha, Gwyn no se percató que Eilyn había partido con él.. x El mapa que Rya le había dado recogía su itinerario. Por lo visto, este era de lo más enrevesado. Daba vueltas y más vueltas. El objetivo estaba claro: cualquiera que las avistara sólo vería un reducido grupo de guerreras morenas encaminadas en cualquier dirección menos hacia Athiria. Sin embargo, poco a poco se irían acercando a su destino, siempre de forma indirecta. El paisaje era muy distinto al que conocían y estaban acostumbradas. En la Llanura, los campos cultivados no eran la excepción, sino la norma. Aquí y allá se veían interrumpidos por pequeños bosquecillos. En consecuencia, solían cruzarse de vez en cuando con rubias mujeres que iban y venían de los campos. A Gwyn aquello la preocupó; pero pronto vio que no les prestaban demasiada atención. Ni la dirección que tomaban ni su indumentaria permitiría que el secreto se rompiese. Sin embargo, se cuidó muy mucho de permitir que sus guerreras confraternizasen con la población. Pese a sus protestas, se negó por completo a permitirles visitar las posadas del camino, y siempre acamparon al raso. Los caminos transitaban rectos bajo el inclemente sol del verano. Las espigas se mecían, maduras, en los campos. Las campesinas, tan rubias como sus cultivos, segaban sin parar, sudando y sin apenas volverse para mirar a las morenas guerreras que pasaban. Todo trascurrió, así, en una plácida tensión. Hasta que, a falta ya sólo de dos días de su destino, se produjo el incidente que, de alguna forma, Gwyn venía temiendo. —Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? Unas descastadas, parece.. 39.

(40) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). Quien pronunció estas palabras era la comandante de un grupo de guerreras de las Tierras Altas. Se acababan de topar con ellas justo en un puente sobre un riachuelo. —Pero no soy idiota, y creo saber de qué clan sois. —insistió. No era de extrañar que lo supiera. Sus colores la identificaban, a ella sí, como miembro del clan Lewellyn. Clan vecino de Glewfyng, y sobre todo, enfrentados ambos en una de esas enemistades que duran tanto que nadie recuerda ya a qué causa se remonta. —Sois esas piojosas de Glewfyng. —remachó, en efecto, con una sonrisa. Gwyn se adelantó. —Ahora estamos todas en las Tierras Bajas. Quítate de en medio —su ambulacro estaba cerrando el paso del puente— y cada una se irá a sus asuntos. Su interlocutora evaluó su situación mirando sobre su hombro a sus propias guerreras. Eran menos, sólo ocho. Sin embargo, eran todas guerreras veteranas, no las jovencitas en pleno período de instrucción que se les oponían. Así, pareció llegar a una decisión. —No tengo nada en contra de unas descastadas que ocultan su clan, cierto. Pero me gustaría saber adónde vais. Si vuestro clan está indefenso, será una interesante noticia para nuestra Tawanna. —No te importa adónde vamos. —repuso Gwyn, tensa pero sin ceder a la provocación. —Ahhh... Secreto. Interesante. Veo que vais hacia Umbrelicania. Pero... También estáis muy cerca de Athiria, y he oído rumores muy interesantes sobre Athiria últimamente.... 40.

(41) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). A Gwyn le dio un vuelco el corazón. Si les permitía marchar con aquella información, todo estaría perdido. Tomó una resolución. —Sí, somos del clan Glewfyng. El mismo que siempre patea el culo de las desgraciadas de Lewellyn. El año pasado os robamos doscientas de vuestras ovejas, y yo misma hasta me llevé a una de vuestras guerreras. No era fácil distinguirla de una de las ovejas negras, pero una vez lavada no estaba del todo mal. Al principio se resistía, pero después de pasar por mi cama ya no quería volver... Vio la cara de su interlocutora ir adquiriendo un color rojo que acabó por llegar al púrpura. Como no podía ser menos, su provocación había surtido efecto. —¡Tienes mucha cara para decir eso, tú que vas por ahí ocultando tu clan! ¡Compañeras, vamos a darles una lección! —exclamó, sacando su espada y volviéndose a sus guerreras. —Vamos, vamos... —Gwyn ni se inmutó. Al contrario, lejos de desenvainar, cruzó los brazos ante el pecho y sonrió—. Somos casi el doble. No queremos destrozaros tan fácilmente. Luego las vuestras dirían que no tenemos honor. Como hacen siempre que les damos fuerte. ¿Tendrás el valor de batirte conmigo? La otra pareció confundida. Miró a su grupo, luego al de enfrente, evaluando sin duda número contra experiencia. Al fin se decidió. —Batirme, destrozaros, es lo mismo. Como quieras. Mejor así; me llevaré a tus niñas y por fin sabrán lo que es estar con una mujer, que ya casi les ha llegado la edad. El duelo entre capitanas era algo habitual en las Tierras Altas. Con una población reducida, era un buen recurso. Las guerreras eran demasiado valiosas para perderlas por un asunto menor.. 41.

(42) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). —Muy bien. Según las reglas de duelo de capitanas pues. ¿Tu nombre? —Morwyll. ¿El tuyo? —Gwyn. La regla era muy sencilla: las capitanas se batían a muerte, y la vencedora obtenía a las guerreras de la vencida como botín. Así, no sólo no se perdían en combate, sino que pasaban a engrosar las filas de la vencedora y se unían al otro clan. Aquello no podía ser más adecuado para Gwyn: si vencía, se las llevaría a todas a Athiria y el secreto de la misión quedaría a salvo. Sin más preámbulos, su rival alzó su espada, y sin darle tiempo a desenvainar, se lanzó contra ella dando un alarido. Gwyn se apartó, y la pesada espada cayó contra el suelo sobre el que un instante antes había posado sus pies. Logró transformar su movimiento al esquivar en un floreo que le permitió extraer su espada. La espada de las Tierras Altas era más un arma de demolición que algo adecuado para la esgrima. En la batalla, se la solía alzar en alto, con ambas manos, para dejarla caer, con toda su fuerza, sobre la adversaria. Tal y como había hecho la otra. En un duelo, la cosa se complicaba. Gwyn extrajo con su mano izquierda su hacha de combate. Arma arrojadiza, en aquella situación se podía usar de otra forma. Apoyándola contra el filo de la espada, le permitía a esta parar. Usándola de esta forma, logró detener la segunda embestida. El acero resonó con fuerza. Esa jugada tenía una ventaja añadida. El golpe era tan brutal que podía dislocar el brazo de la rival. Morwyll, en efecto, se resintió, retirándose al tiempo que se masajeaba el codo derecho. Pero de inmediato sonrió, una sonrisa llena de brillantes y apretados dientes. Hubo un instante de pausa tensa, mientras se evaluaban la una. 42.

(43) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). a la otra. De repente, con un gesto demasiado rápido para ser visto, su rival le lanzó su propia hacha. Era un truco arriesgado, pero efectivo. Aparentando más sangre fría de la que sentía, Gwyn se mantuvo a pie firme. Paró la volteante hacha son su espada ante ella. El hacha salió rebotada hacia un lado, fuera del alcance de cualquiera de las dos. No era ese el único truco de Morwyll. Antes incluso de que el hacha llegase al suelo, ya había levantado su espada y acometía con ella en alto por tercera vez. Tomada por sorpresa, Gwyn apenas logró alzar su espada para defenderse. Sin el apoyo del hacha, sólo pudo desviar de refilón. Sintió que el filo la rozaba en el hombro derecho. Al principio sólo sintió un frío extremo. Oyó un gemido, y supo que había salido de las gargantas de sus guerreras. Se apartó, notando que el helor iba siendo sustituido por una líquida y dolorosa calidez. El brazo se le iba a quedar pronto inutilizado. Ya lo sentía cada vez más pesado. Su jugada de respuesta no logró, en consecuencia, el efecto sorpresa. Lanzó su hacha con la izquierda, pero esto era previsible, y Morwyll lo esquivó agachándose. Se cambió entonces Gwyn la espada de mano. Jadeando ambas, caminaron en círculos la una en torno a la otra. —Tus guerreras están un poco flacuchas, pero me vendrán bien. —dijo Morwyll, sonriendo. —Las tuyas, en cambio, parecen unas viejecitas. ¿No deberían estar hilando? Las dos estaban demasiado doloridas como para continuar con esa esgrima verbal, y en consecuencia las pullas no continuaron. A las dos se les iba acabando el aliento y hasta el ingenio. Gwyn se acercó a su rival de forma indirecta,. 43.

(44) La Guerra de los Reinos de la LLanura - Ignacio (Iggy). arrastrando la espada por el suelo tras ella. Tenía que jugársela; se le empezaba a nublar la vista. Viéndola desprotegida, Morwyll la lanzó un tajo lateral, con ambas manos, con intención de partirla en dos. Gwyn se agachó, echándose a tierra. Al mismo tiempo, lanzó un tajo también lateral, a ras de suelo. Alcanzó el tobillo de su rival, haciéndola caer de espaldas. Con decisión, Gwyn se puso de nuevo en pie. Como un rayo, con su último aliento, alzó la espada con el pomo hacia arriba. Con las dos manos y toda su fuerza, lo lanzó hacia abajo. Se hundió en medio del pecho de Morwyll. El crujido se confundió con su agonía, y al instante siguiente sus ojos estaban vidriosos. Su sonrisa desapareció y murió. —Muy bien. —se dirigió a las sorprendidas guerreras rivales—. ¡Ahora sois honorables hijas del clan Glewfyng! Sintió que se le iba la cabeza, pero pronto fue sujetada por sus compañeras. La abrazaron, felices y sonrientes. La hicieron sentarse sobre el suelo, de forma que no llegó a perder el conocimiento. Reuniendo todo su aplomo, dio instrucciones referentes a las nuevas guerreras, que las acompañarían hasta Athiria. Al mismo tiempo, hizo que le cosieran la herida. Su indiferencia –contuvo cualquier gesto de dolor mientras hacía que le cosieran la herida– le ganó el respeto de aquellas veteranas, como pudo ver en su expresión.. x Tal y como había previsto, se acercaron a los muros de Athiria antes de la medianoche tras una corta marcha. Su herida había cicatrizado bien; era algo habitual en ella, y que acreditaban otras cicatrices por su cuerpo. Ante ella, en la oscuridad, la ciudad era un muro negro, alto e imponente. La muralla, entrevista a la pálida luz de las Amantes Desdichadas, se veía llena de almenas, torres y puertas. Se trataba de una ciudad grande y cosmopolita, incluso para lo habitual en la Llanura. Siempre estaba llena de forasteras de paso, mercenarias como. 44.

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