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Esto, eso, aquello...

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Academic year: 2021

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AMAE

AMAE

Directora de la colección: Loretta Cornejo Parolini

AMAE: término japonés utilizado por Takeo Doi, psiquiatra y uno de los mejores psicoanalis-tas orientales. Representa sentir las necesidades y sentimientos de la otra persona, la empatía que se da por sentada y desde la cual se actúa, sin lla-mar la atención sobre ella.

AMAE también se refiere a la actitud no dicha con palabras. Si estás lo suficientemente cercano a mí sabrás lo que me pasa o lo que siento.

Cuan-to más cercanos estemos, más AMAE

experi-mentaremos.

Esta colección pretende aportar un nuevo pun-to de vista ante un sinnúmero de temas de actuali-dad en nuestro medio social y afectivo, que repre-sentan inquietudes constantes tanto en padres, como profesores, educadores y terapeutas.

Desde AMAE intentamos posibilitar una

at-mósfera de conexión estrechamente sincronizada entre el lector y el autor. Para ello planteamos con-tenidos y herramientas útiles, con ejercicios prác-ticos y sencillos que, sin dejar de lado la reflexión, se puedan aplicar en nuestro entorno de modo eficaz y con sabiduría.

El estilo AMAE sería la búsqueda del bien

grupal sobre lo individualista, aludiendo a una for-ma de amor que tiene que ver con la libertad para vincularse en lugar de lo que abunda en nuestros días: la necesidad de liberarse de la conexión con el otro, donde sólo existe el Yo a costa del Tú o el Nosotros.

ISBN: 978-84-330-2243-1

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www.edesclee.com

Como es bien sabido, los hijos vienen con un pan debajo del brazo

pero no traen libro de instrucciones, aunque ni siquiera con uno

tan extenso como el Libro Gordo de Petete se podrían explicar o

solucionar los múltiples, variados y complejos problemas que nos

pueden surgir a lo largo de nuestra vida de padres y educadores.

Se han vertido ríos de tinta sobre el tema de la educación y de las

relaciones con los hijos. He puesto todo mi afán en reunir aquí los

temas que me han parecido más significativos al respecto. Mi

ob-jetivo al escribir este libro ha sido tratar algunos aspectos que, de

tan habituales, nos parecen normales y ni siquiera nos detenemos

a pensar en el porqué de su existencia.

En cualquier caso, deseo que su lectura sea amena y que

sir-va como herramienta útil a todos los lectores preocupados por la

educación y el bienestar de los menores.

AMAE

Desclée De Brouwer

Desclée De Brouwer

Ángela Tormo

Esto, eso, aquello...

Ángela Tormo Abad

Nacida en Madrid, licenciada en

Psicolo-gía por la UNED. Formada como

psicote-rapeuta, con un Master en Psicología

Clí-nica, en la Sociedad Española de Medicina

Psicosomática y Psicología Médica.

Ejer-ce como psicóloga clínica dedicada a los

problemas de la infancia, familia y adultos.

Además, imparte formación en Escuelas

de Padres y Madres en centros educativos

de la Comunidad de Madrid.

Esto, eso, aquello... también pueden ser malos tratos

Ángela T

ormo

malos tratos

también pueden ser

malos tratos

Esto, eso, aquello...

malos tratos

también pueden ser

malos tratos

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Esto, eso, aquello...

también pueden ser

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ángela tormo abad

Esto, eso, aquello...

también pueden ser

malos tratos

(7)

© 2008, Ángela Tormo Abad

© 2008, Editorial dEscléE dE BrouwEr, s.a.

Henao, 6 - 48009 www.edesclee.com info@edesclee.com ISBN: 978-84-330-2243-1 Depósito Legal: BI-2154/08 Impresión: RGM, S.A. - Bilbao

Impreso en España en papel ecológico libre de cloro

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excep-ción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(8)

A mis hijas Ángela y Sonia, a mis nietos Marco y Ángela, a Blas y a todos los niños del mundo.

(9)
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Índice

Introducción

. . . 11

Tipos de maltrato infantil

. . . 15

Capítulo 1 • ¿

Accidentes o negligencia?

. . . 19

Capítulo 2 •

Actividades extraescolares

. . . 23

Capítulo 3 •

Alimentación

. . . 25

Anorexia-Bulimia . . . 25

Obesidad . . . 27

Autonomía . . . 29

Capítulo 4 •

Adopción

. . . 31

Capítulo 5 •

Buenos modales

. . . 35

Capítulo 6 •

Castigos

. . . 39

Capítulo 7 •

Celos

. . . 43

Capítulo 8 •

Comparaciones

. . . 47

Capítulo 9 •

Disciplina

. . . 51

Capítulo 10 •

Dormir con los padres

. . . 55

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10

Capítulo 11 •

Enuresis

. . . 57

Capítulo 12 •

Escuela en el hogar

. . . 61

Capítulo 13 •

Etiquetas

. . . 63

Capítulo 14 •

Fracaso escolar

. . . 65

Capítulo 15 •

Hijo a la carta

. . . 69

Capítulo 16 •

La muerte

. . . 73

Capítulo 17 •

Lenguaje

. . . 77

Capítulo 18 •

Médicos y medicinas

. . . 81

Capítulo 19 •

Modas

. . . 85

Capítulo 20 •

Niños famosos

. . . 89

Capítulo 21 •

Padres amigos

. . . 93

Capítulo 22 •

Regalos

. . . 95

Capítulo 23 •

Seguridad vial

. . . 99

Capítulo 24 •

Separaciones

. . . 101

Capítulo 25 •

Televisión

. . . 105

Capítulo 26 •

Carta de un hijo a sus padres

. . . 109

Glosario

. . . 111

Bibliografía

. . . 113

(12)

once

11

Introducción

Vivimos unos tiempos en los que las prisas y el estrés forman parte de nuestra cotidianeidad. Estos factores, unidos al gran número de modelos de familia que existen en la actualidad: tradicional, monoparental, reconstitui-da, homosexuales, con un solo hijo, con varios hijos, por citar algunas, junto a los profundos cambios sociales experimentados en los últimos años, nos han hecho perder el rumbo en muchos aspectos, algunos tan importantes como la educación y el adecuado trato a los niños y niñas.

Nunca han tenido los padres y educadores tantos recursos a su alcance para criar y educar adecuadamente a los niños: libros, revistas, videos sobre cómo afrontar las diferentes etapas de los menores, escuelas de padres gratuitas en los centros escolares, profesionales de todo tipo, pedagogos, psicólogos, educadores... Pero los padres, con la incorporación de la mujer al mercado laboral, andan más escasos de tiempo (y a veces de voluntad) que nunca. Las instituciones prestan escasas ayudas a las familias, que se ven desbordadas por los problemas de los hijos, de pareja, laborales y de toda índole.

En una publicación que sale a diario, (20 minutos), el 25 de enero 2007 se publicó un artículo, escrito por Dª Beatriz Castillo, cuyo titular era “Seis de cada diez

pare-jas que trabajan, sin tiempo para sus hijos”, en el que se comentaban las ayudas

que tienen los padres para conciliar la vida laboral con la familiar. Hay padres/ madres que dejan su trabajo para cuidar a sus hijos, al menos los primeros años, otros reducen su jornada laboral y otros manifiestan que “no tienen tiempo para

sus hijos”. Y esto va en aumento. Es legítimo el derecho a tener una buena vida,

sin privaciones, a gozar de todo lo que la sociedad de consumo pone a nuestro alcance, pero deberíamos plantearnos ¿a costa de qué? ¿Vamos a ser capaces de disfrutar de nuestros bienes materiales si en nuestra familia no hay alegría, si tenemos que renunciar a la crianza de nuestros hijos?

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Muchos profesores, a pesar de los graves conflictos que han surgido en la comu-nidad escolar: acoso, desencuentro entre enseñantes y alumnos, faltas de respeto de los unos y los otros..., tampoco tienen tiempo ni ganas de hacer el esfuerzo de reciclarse, de interactuar con los padres para aunar criterios y de apoyarse mutua-mente en la educación de los futuros hombres y mujeres del mañana, pensando en lo mejor para los niños.

Vivimos en el caos, en una sociedad del todo vale. Los padres y madres, por el hecho de serlo, damos por sentado que todo lo que hacemos es por el bien de nuestros hijos, porque es lo que hay que hacer, porque lo hacen los demás. Habitualmente ni nos planteamos a qué obedece una determinada conducta para con nuestros hijos, ¿a una necesidad suya?, ¿a una necesidad nuestra? Nos dejamos llevar por la inercia. Educar supone un gran esfuerzo, no de un día, una semana o un año, sino de muchos años, e incluso de toda la vida si pretendemos educar con nuestro ejemplo. Sabemos cuándo empieza ¿lo sabemos?, en el momento del nacimiento de nuestro hijo, pero no cuándo terminará.

La paternidad es una responsabilidad para con los hijos, con nosotros, con la sociedad. La decisión de tener un hijo en muchas ocasiones no está meditada en profundidad. Se tienen hijos porque se desean, se necesitan, por la presión social, pues se les pregunta a las parejas ¿cuándo vais a por el niño?, para reparar heri-das o desengaños, para vivir por delegación a través de ellos, para tenerlos como otra posesión...

Se ha pasado a un modelo de educación totalmente contrario al que prevalecía en otros tiempos, del nefasto autoritarismo a la aciaga tolerancia total, preocupados los padres porque los hijos e hijas no se frustren, no carezcan de nada material y no sufran.

La familia actual destaca por su nuclearidad, una cerrazón protectora en torno a sus miembros, un temor a causarles daño, de no hacerles sentir iguales a los demás, en definitiva una hiperprotección.

Por definición, lo que no es un buen trato es un mal trato.

No vamos a hablar de lo obvio, como los malos tratos físicos, que todos sabemos que lo son y a los que por desgracia estamos tan acostumbrados en los últimos tiempos, sino de aquellos que seguramente nunca hemos reconocido como malos tratos.

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La finalidad de este libro es que hagamos una reflexión serena y centrada en nuestra vida y entorno familiar.

En una escuela de padres y madres, una joven madre de cuatro hijos de corta edad se lamentaba:

“Siempre había oído hablar de lo felices que hacen los hijos, pero había

escuchado menos sobre lo duro que es educar, los problemas que pueden tener los niños y lo difícil que es resolverlos, lo cuesta arriba que se hace a veces el día a día, el poco apoyo con el que puedes contar, me siento estafada”.

A pesar del mito de la felicidad que proporcionan los hijos, que es cierto que hacen muy felices a los padres que ejercen con responsabilidad esta función, seamos conscientes de que también aportan noches sin dormir, preocupaciones, proble-mas, incertidumbre, gasto de energía física y psíquica...

introducción

(15)
(16)

Quince

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Tipos de maltrato infantil

Tipo 1.- Maltrato físico: Acción no accidental de algún adulto que provoca daño

físico o enfermedad en el niño o que le coloca en grave riesgo de padecerlo como consecuencia de alguna negligencia intencionada.

Maltrato físico, caracterización:

1. Golpear al niño ocasionándole lesiones (en el niño se observan: magulladuras o moratones, fracturas, torceduras o dislocaciones, señales de mordeduras humanas, cortes o pinchazos, señales de lesiones internas).

2. Provocarle asfixia o ahogamiento. 3. Originarle quemaduras.

4. Envenenar al niño con sustancias nocivas (fármacos, alcohol, drogas, etc.) 5. No hay indicadores físicos pero sí constancia de castigo corporal excesivo. 6. Otros.

Tipo 2.- Negligencia: Situación en la que las necesidades físicas básicas de un

niño y su seguridad no son atendidas por quienes tienen la responsabilidad de su cuidado.

Negligencia, caracterización: 1. Suciedad muy llamativa. 2. Hambre habitual o desnutrición. 3. Vestimenta inadecuada.

4. Necesidades médicas no atendidas (controles médicos, vacunas, heridas, enfermedades).

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6. Períodos prolongados de tiempo sin supervisión de adultos.

7. Necesidades escolares no atendidas (el niño no está escolarizado o falta habi-tualmente a clase sin que exista razón que lo justifique).

8. Otros.

Tipo 3.- Abuso sexual: Utilización que un adulto hace de un menor de 18 años

para satisfacer sus deseos sexuales. Abuso sexual, caracterización:

1. Penetración o intento de penetración (por cualquier vía). 2. Abusos con contacto físico (ej.: tocamientos, masturbación).

3. Abusos sin contacto físico (ej.: presenciar el acto sexual de los padres o adul-tos, exhibicionismo, proposiciones sexuales).

4. Otros.

Tipo 4.- Maltrato emocional: No se toman en consideración las necesidades

psicológicas del niño o de la niña, particularmente las que tienen que ver con las relaciones interpersonales y con la autoestima.

Maltrato emocional, caracterización: 1. Rechazar al niño o niña.

2. Aterrorizarle y/o amenazarle. 3. Privarle de las relaciones sociales. 4. Insultarle y/o ridiculizarle.

5. Ignorar sus necesidades emocionales y de estimulación. 6. Notable frialdad afectiva.

7. Exigir al niño muy por encima de lo que son sus posibilidades reales. 8. Otros.

Tipo 5.- Mendicidad: El niño es utilizado habitualmente o esporádicamente para

mendigar, o bien el niño ejerce la mendicidad por iniciativa propia. Mendicidad, caracterización:

1. El niño pide limosna solo.

2. El niño pide limosna en compañía. 3. Otros.

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capítulo

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Tipo 6.- Corrupción: Conductas de los adultos que promueven en el niño pautas

de conducta antisocial o desviada, particularmente en las áreas de la agresividad, la apropiación indebida, la sexualidad y el tráfico o el consumo de drogas.

Corrupción, caracterización:

1. Facilitar o incitar al consumo de drogas.

2. Implicar al niño en actividades sexuales con otros niños o adultos. 3. Estimular al robo o la agresión.

4. Usar al niño en tráfico de drogas. 5. Premiar conductas delictivas. 6. Otros.

Tipo 7.- Explotación laboral: Se asigna al niño con carácter obligatorio la

realiza-ción de trabajos (sean o no domésticos) que exceden los límites de lo habitual, que deberían ser realizados por adultos, e interfieren de manera clara en las acti-vidades y necesidades escolares del niño. Se incluye la utilización del niño en las tareas agrícolas de temporada.

Explotación laboral, caracterización: 1. Utilización en tareas domésticas.

2. Utilización en tareas que suponen beneficios económicos, no agrícolas. 3. Utilización en tareas agrícolas.

4. Otros.

Tipo 8.- Maltrato prenatal: El bebé recién nacido presenta alteraciones

(creci-miento anormal, patrones neurológicos anómalos, síntomas de dependencia física a sustancias) imputables al consumo de drogas, alcohol o a la falta de cuidados durante el embarazo por parte de la madre,

Maltrato prenatal, caracterización:

1. La madre consumió drogas habitualmente durante el embarazo (cocaína, he roína, etc; niño con síndrome de abstinencia).

2. La madre consumió alcohol.

3. La madre descuidó los cuidados de higiene, alimentación y control sanitario necesarios durante el embarazo.

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4. La madre recibió agresiones físicas durante el embarazo que ocasionaron lesiones al feto (sólo cuando exista probada relación entre las agresiones y las lesiones)

5. Otros.

EL MALTRATO Y PROTECCIÓN A LA INFANCIA EN ESPAÑA MINISTERIO DE ASUNTOS SOCIALES

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diecinueve

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¿Accidentes o negligencia?

“Tú verás que los males de los hombres son fruto de su elección; y que la fuente del bien la buscan lejos, cuando la llevan dentro de su corazón”.

(Pitágoras de Samos)

Accidente es cualquier suceso imprevisto, imposible de evitar, fruto del

azar. ¿Podríamos denominar así a las múltiples muertes de menores ocurri

-das en el mundo?

Hay muchos niños que mueren en incendios producidos en sus hogares encon-trándose solos. Otros caen por ventanas, balcones y escaleras, también estando solos en muchas ocasiones. Algunos toman detergentes, productos de limpieza y medicamentos que les ocasionan la muerte. Demasiados sufren heridas ocasio-nadas por instrumentos afilados de los muchos que hay en los hogares. A veces se ahogan en la bañera. También están empezando a ocurrir siniestros por armas que los niños utilizan en sus juegos.

La mayoría de los accidentes que sufren los menores se producen en el hogar. Cuando los padres toman las medidas adecuadas de cuidado y protección de los hijos y acontece un percance luctuoso, no podemos decir que no han hecho todo lo que estaba en su mano para evitarlo, es un accidente. Los niños precisan de muy poco tiempo para realizar conductas que pongan en riesgo su vida y unos padres bientratantes que quieren y se ocupan de sus hijos no pueden evitar en muchas ocasiones que ocurra una desgracia, porque los padres no se pueden pasar las 24 horas del día con los ojos puestos en sus retoños. A veces ocurren cosas dolorosas pero inevitables.

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Pero hay otros casos: padres que dejan a los niños solos en casa para ir a com-prar, para recoger a un hermano del colegio, para acercarse “un momento” a casa de la vecina. Estos espacios de tiempo, por muy cortos que sean, son el tiempo necesario para que surja la desgracia. Una desgracia que se podía haber evitado.

A los niños no se les puede dejar solos en el coche para ir a comprar en el super-mercado. Ni durmiendo mientras los padres toman “unas copas”.

Últimamente han fallecido algunos menores a causa de las altas temperaturas y la consecuente deshidratación producida por las largas horas de permanencia en vehículos.

Dejar a los niños solos, sin ningún tipo de protección, es una negligencia.

Llevar a los pequeños en playas, piscinas y paseos, sin gorros que cubran sus delicadas cabezas, sin prendas suaves que les protejan el cuerpo, sin aplicarles cremas protectoras, a veces les producen lesiones solares muy graves e irrever-sibles.

Cuando tenemos un hijo debemos ser conscientes de que nuestra vida va a cambiar, de que ya no podremos hacer las cosas como las hacíamos antes, de que tenemos que contar con ese ser indefenso que hemos traído al mundo para organizar nuestras vidas.

En resumen, las consecuencias de la falta de supervisión por parte de los padres pueden ser muy graves para el niño.

Los accidentes domésticos más frecuentes en un niño por negligencia de los padres son los siguientes:

Congelaciones, quemaduras e incluso deshidratación del menor por

perma-necer durante horas en ambientes excesivamente fríos o calurosos, sin una protección adecuada (especialmente en lactantes y en niños de edad preesco-lar).

Intoxicaciones del menor debidas a que el cuidador deja sustancias tóxicas

al alcance del niño (lejías, detergentes, cosméticos, medicamentos, bebidas alcohólicas, pinturas, plantas, abonos, etc.).

Lesiones producidas por objetos cortantes o punzantes (tijeras, cuchillos,

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Quemaduras (fuegos de la cocina, mecheros, cerillas, alimentos, radiadores y

útiles de cocina calientes, etc.).

Lesiones del menor por caídas al suelo desde la cama, mesa, cambiador, por

las escaleras e incluso por el balcón, resbalones en la bañera, caídas desde la trona al impulsarse hacia atrás, etc.

Asfixia por tragarse objetos pequeños como botones, monedas, juguetes, por

la tendencia natural de meterse todas las cosas en la boca.

Aplanamiento del occipucio por el mantenimiento horario del lactante en

posi-ción decúbito supino sin movilizaposi-ción, pudiendo llegar a deformar el cráneo del menor.

Descargas eléctricas (enchufes, aparatos eléctricos, etc.).

Ahogamiento en la bañera. Aunque haya poca agua, un niño se puede

ahogar.

Accidentes de diferente índole producidos por dejar al niño solo en casa

durante períodos de tiempo sin que nadie le supervise, pudiéndose asfixiar con cables, cuerdas, bolsas de plástico. Golpes y quemaduras con la plancha.. Cortes con vajillas, cristalería.

Accidentes por dejar al menor a cargo de una persona que está gravemente

incapacitada para cuidarlo (edad avanzada, minusvalía física grave, trastorno mental, corta edad...).

Dejar al menor con una persona (no de total confianza), sin proporcionar

infor-mación acerca del paradero y advertir del tiempo que van a tardar en recoger-lo.

Lesiones producidas por desalojar al menor del domicilio, de forma temporal

o permanente, sin garantizarle un lugar adonde ir.

Infecciones producidas en el menor por el consumo de restos de comida,

como consecuencia de haber dejado el cubo de basura accesible para el niño.

Infecciones producidas por una falta de higiene en el hogar, desperdicios y

suciedad en toda la vivienda (caminar por encima de restos de alimentos sin calzado, chinches, animales domésticos sin los mínimos cuidados higiénicos, cucarachas, ratones, colchones sucios, excrementos esparcidos...).

Deshidrataciones agudas por negligencia (por ej.: tener un radiador pegado

al lugar donde duerme el menor).

¿accidentes o negligencia?

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Actividades extraescolares

“Un buen padre vale por cien maestros”.

(Rousseau)

En España los niños realizan mayor número de actividades extraescolares que en ningún otro país de Europa.

Esto ocurre por diferentes motivos.

Por una parte los padres están tan ocupados que necesitan llenar las horas libres de los hijos, mientras que ellos siguen trabajando, con todo tipo de actividades, por las que en muchas ocasiones los menores no manifiestan ningún tipo de interés, y generan para los pequeños unos horarios interminables. Se da el caso de niños que entran al colegio a las siete y media de la mañana y salen cuando cierran el centro, con lo que su horario de actividades puede ser de unas once horas. Es un horario salvaje que los niños no pueden resistir. Llegan a casa cansados, sin ganas de jugar y sin tiempo para ello, perdiéndose lo que más necesitan para un buen desarrollo evolutivo.

Por otra parte están los padres que saben que vivimos en un mundo muy competi-tivo, que ya no es suficiente con hacer una carrera, sino que se precisa un máster, idiomas, informática... y estar en plena forma física y mental para poder optar a un puesto de trabajo decente. Por lo que no quieren que sus hijos pierdan el tiempo y a la temprana edad de tres o cuatro años les empiezan a inscribir en toda clase de cursos, para contribuir al futuro éxito de sus hijos.

Cuando los menores juegan no están “perdiendo el tiempo”, están aprendiendo, interiorizando roles, descargando energía, desarrollando su fantasía y creatividad,

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descubriendo su cuerpo, relajándose, conociendo a otras personas, aceptando reglas, disfrutando...

Los niños necesitan jugar, aprenden a través de la acción. El juego es un aspec-to fundamental del crecimienaspec-to, favorece el desarrollo de habilidades mentales, sociales y físicas; es el medio por el cual los pequeños expresan sus sentimientos, miedos, afectos y fantasías de un modo espontáneo y placentero.

Numerosos estudios han demostrado que el juego incluye pensamiento creativo, solución de problemas, habilidades para aliviar tensiones y ansiedad, habilidades para adquirir nuevos entendimientos, habilidades para usar herramientas y desa-rrollar el lenguaje.

El juego es una necesidad vital para los niños y así lo debemos entender, buscan-do tiempo para que puedan ejercitarlo a diario. Es una actividad que no se puede posponer para “otro momento”, “otro día”. Es propia de la infancia y es entonces cuando la tienen que desarrollar.

Recapitulemos

Sería muy positivo que los padres, al planificar las actividades diarias de sus hijos, reservasen un tiempo para salir al parque, los días en que el tiempo lo permita, donde los niños puedan jugar al aire libre con las ventajas que con-lleva, e interaccionar con otros niños, desarrollando así habilidades sociales, dando rienda suelta a su imaginación y “quemando” la energía almacenada durante la jornada escolar. Lo que, además de todas las ventajas que se han enumerado anteriormente sobre el juego, les ayudaría a llegar a casa relaja-dos y les proporcionaría un mejor descanso nocturno.

Los días que no sea posible jugar fuera podrían hacerlo en casa con los hermanos, con otros niños o con los propios padres, a uno de los muchos juegos de mesa que existen, a las construcciones, a los puzzles...

Si decidimos que nuestros hijos realicen alguna actividad extraescolar, procuremos que éstas sean pocas y elegidas con buen criterio.

Si nos inclinamos por los deportes, tengamos en cuenta las aptitudes y deseos de los menores, sin empeñarnos, por ejemplo, en que jueguen al fútbol cuando no les resulta atractivo o no reúnen ninguna cualidad para ello.

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Alimentación

“Hay personas que empiezan a hablar un momento antes de haber pensado”.

(Jean de la Bruyere)

Anorexia-Bulimia

La anorexia y la bulimia nos acechan o, mejor dicho, acechan a nuestros vástagos esperando el momento oportuno para hacer acto de presencia. Es cierto que se tienen que dar una serie de factores, como los genéticos y los socioculturales, para que se lleguen a desencadenar estas patologías.

Tal vez no nos hemos parado a pensar que algunas de nuestras actitudes hacia los hijos, tanto como los desfiles de moda o la asunción social de que la delgadez está unida al éxito, son el detonante que desencadena cada vez más precozmen-te estas patologías.

Recuerdo el caso de una madre que le decía a su hija de seis años que estaba “gorda” y, además de prohibirle comer chucherías, le puso un severo régimen de comidas. En la adolescencia esta joven sufrió anorexia. Evidentemente en ella joven existía una predisposición a sufrir la enfermedad y la actitud de su madre pudo ser el caldo de cultivo para desarrollarse.

Es lógico que una madre se preocupe si ve que su pequeña hija tiene exceso de peso. Que trate de ayudarle, pero hay muchas maneras de hacerlo sin necesidad de herir al niño ni socavar su autoestima.

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Para los niños la aceptación por parte de los padres es fundamental. Una niña que oye con frecuencia que su madre le llama “gorda” no se sentirá aceptada por ella, con lo que se resentirá su autoestima y luchará frenéticamente por conseguir lo que su madre le pide: la delgadez. O, por el contrario, se sentirá tan herida y con tan baja autoestima por no ser valorada en su totalidad como persona o subestimada por un defecto físico corregible por alguien en quien ella confiaba totalmente y que era su modelo, que se abandonará y podrá llegar a tener una obesidad mórbida.

Evidentemente, cada menor tiene su propia personalidad y no ocurrirá esto en todos los casos similares. Pero descalificar a un niño haciéndole sentirse insegu-ro, desprotegido y poco valioso para una madre es un mal trato psicológico.

“Las actitudes familiares y sociales frente al cuerpo y la imagen corporal son fundamentales en el proceso de elaboración de la propia imagen cor-poral de los niños y adolescentes”.

(Mª Jesús Mardomingo Sanz) Para los menores lo más importante es su familia, y sus modelos sus padres. Los aprendizajes que realizan en la familia son fundamentales para enfrentarse en un futuro con el mundo. El autoconcepto se gesta en el hogar, a través del trato que se recibe de los padres, hermanos, abuelos y el resto de personas sig-nificativas. Los menores atienden atentamente lo que les dicen los padres, aun-que a veces no lo parezca, y además son muy observadores y se fijan mucho en el lenguaje no verbal: gestos, miradas, contactos. Si el niño percibe que es causa de disgusto para sus padres y familia, que no es aceptado plenamente, la imagen que tendrá sobre sí mismo será muy negativa y su autoconcepto se resentirá.

Es necesaria una gran sensibilidad para no trasmitir a los hijos, como dice Serrat, “nuestras frustraciones”, y reconocerlos como sujetos únicos, respetando sus características individuales para que puedan aceptar lo que son como personas. Un buen autoconcepto les ayudará en el futuro a tomar las riendas de su vida y a resolver los problemas que les vayan surgiendo en el complejo mundo que les tocará vivir. Para ello es imprescindible que los hijos se sientan valorados, perso-nas digperso-nas de ser queridas, respetadas, y esta primera valoración tiene que venir de la familia.

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capítulo

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Obesidad

La Organización Mundial de la Salud (OMS) la ha declarado “enfermedad social” y en Estados Unidos figura como la segunda causa de mortalidad después del tabaco. La OMS la ha calificado como epidemia del siglo XXI en los países del primer mundo.

La obesidad es una enfermedad crónica que se caracteriza por un exceso de grasa que se traduce en un aumento de peso. Con el riesgo de otras patologías más graves como: enfermedades cardiovasculares, diabetes e hipercolesterole-mia. En los niños provoca trastornos osteoarticulares, falta de autoestima y segu-ridad, apnea y trastornos de sueño, que incrementan el fracaso escolar.

La obesidad es fruto de diversas causas, como la herencia, la conducta alimenti-cia, el estilo de vida sedentario, aspectos psicológicos relacionados con la comida, las condiciones sociales, determinados modelos de consumo...

El 30% de los casos de obesidad tienen un componente genético, pero del 70% restante son responsables los malos hábitos de vida.

La dieta mediterránea está en proceso de extinción; los precocinados, la comidas rápidas, las pizzas, hamburguesas y bollería industrial han pasado a formar parte en exceso de la alimentación de muchos hogares.

La educación sobre los correctos hábitos alimenticios comienza desde el naci-miento y en el hogar. El gusto por unas comidas u otras se aprende. Es cierto que hay alimentos más difíciles de introducir en la alimentación infantil, pero todo es cuestión de paciencia y de tener las cosas claras y las necesidades de los hijos. Conozco el caso de muchos niños con dietas completamente desequilibradas y carencias de vitaminas, aminoácidos... Como aquella pequeña que sólo tomaba mag dalenas con leche. O el de otra niña que se alimentaba de filetes y patatas fritas. Y el del chaval que únicamente comía huevos fritos con patatas. La lista podría ser interminable.

Sin llegar a estos extremos, hay muchos niños con muy mala alimentación que comen asiduamente bollería industrial, se van al colegio sin desayunar, no prueban la fruta o las verduras, aborrecen las legumbres y el pescado, toman con frecuencia hamburguesas y pizzas precocinadas, chucherías..., y sus padres ¡lo consienten!

alimentación

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Esto, eso, aquello... también pueden ser malos tratos

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Esto no es un buen trato. Ceder a las exigencias de los hijos, permitiéndoles

eliminar de la dieta alimentos necesarios e incluir otros perniciosos, es un grave error.

Los hijos son tozudos, caprichosos, pero desde la más tierna infancia tienen que aprender que hay temas con los que no existe la negociación ni la tolerancia y con

la comida no se juega.

Es responsabilidad de los padres y madres que los niños tengan una dieta equi-librada que les aparte de la enfermedad. Ocasionalmente se les puede permitir que coman de todo lo que les gusta, como premio, por ser un día especial, etc., pero por norma ¡NO!

Recapitulemos

Es conveniente realizar las comidas en familia, cuando sea posible, dando ejemplo los padres al incluir en la alimentación todo tipo de comidas saluda-bles.

Los horarios para las comidas deben ser regulares.

Hay que procurar no comer frente al televisor y aprovechar este momento para comunicarse los padres con los hijos.

No usar la comida como premio o castigo.

Acostumbrar al niño a acompañarnos a la hora de comprar, comentando con él por qué se eligen unos alimentos u otros y dejarle que participe en la elaboración de las comidas.

Elaborar menús variados y de agradable presentación a la vista. Dar a los niños las raciones adecuadas a su edad.

Explicarles que no hay que levantarse de la mesa hasta que se termina de comer, si lo hacen se les llamará para que vuelvan a ocupar su lugar y si esto se repite se retirará el plato y se dará la comida por concluida.

Animar a los hijos a practicar ejercicio físico y hacerlo con ellos siempre que sea posible.

Enseñarles a aceptar su físico, que se corresponderá con el que predomine en la familia (padre, madre) y a mantenerlo dentro de unos límites saludables, controlando la alimentación y con el ejercicio físico.

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Autonomía

“Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender”.

(Francoise Sagan)

Otro error en el que se cae con frecuencia en la actualidad es el de dar el biberón a niños con edades superiores a cuatro años, al igual que darles de comer hasta los seis, siete, ocho y conozco algún caso que a los nueve años.

Las escuelas infantiles y los centros escolares de primaria están consternados con la regresión que están sufriendo los menores en este área. Un gran número de niños llegan a los comedores escolares sin haber probado multitud de alimentos y sin haber cogido nunca una cuchara ni un tenedor. Los educadores se tienen que desdoblar y desvivir para que los niños coman de todo y para enseñarles a comer por sí mismos.

Los menores necesitan que sus padres les ayuden a ser sujetos autónomos, capaces de cuidarse de sí mismos. Cuanto antes empiecen a hacerlo, dentro de su ciclo evolutivo, mejor para ellos. Un niño sobreprotegido, que no sabe comer solo (ni le dejan intentarlo, porque se mancha, porque tarda), tendrá una baja autoestima y se volverá dependiente, inseguro, incapaz de tomar de cisiones, aun-que sean irrelevantes, si no lo consulta todo con una persona de referencia. Alrededor de los seis meses, cuando se empiezan a introducir otros alimentos además de la leche, es el momento de empezar a familiarizar a los niños con el plato y la cuchara. En torno a los dos años ya deberá estar acostumbrado a tomar toda clase de alimentos y a comer solo en la mayoría de las ocasiones.

No debemos dejar la labor y la responsabilidad de la alimentación, ni el que apren-dan a comer solos, a la escuela infantil. Hay que ir un paso por delante, facilitando a nuestro hijo una buena integración en el comedor escolar, que le haga sentirse cómodo y confiado a la hora de comer, sabiendo manejar adecuadamente la cuchara y el tenedor, que son los únicos instrumentos que necesita. Es probable que se manche, casi seguro que esto ocurrirá, pero no es motivo suficiente para impedirle que adquiera destreza con la práctica diaria de los cubiertos. Para sosla-yar este problema le acostumbraremos a que utilice un protector plástico, un babi o cualquier prenda que consideremos adecuada.

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Esto, eso, aquello... también pueden ser malos tratos

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Con frecuencia, en las escuelas de padres, éstos manifiestan que tanto el biberón con el darles de comer es un tema de comodidad. Es más rápido y limpio. Y yo siempre les contesto ¿Pero, es lo mejor para los niños?

Recapitulemos

Teniendo en cuenta la edad, la personalidad y las características de cada niño, se puede ir dando autonomía a los pequeños desde la infancia. Por ejemplo, a partir del año puede coger la cuchara e intentar comer, aunque caiga más alimento fuera de la boca que dentro. Con dos años ya son capaces de ponerse el abrigo ellos solos. A partir de los tres pueden pasar una noche fuera en la granja escuela. A los cuatro saben recoger sus cosas y en el cole lo hacen. A los cinco pueden empezar a cepillarse los dientes. Con seis años pueden ducharse solos, aunque con la supervisión y el control de un adulto. A los siete son capaces de prepararse la merienda.

Desde muy pequeños pueden colaborar en las labores de la casa: poner y quitar la mesa, estirar la ropa de su cama, limpiar el polvo... No importa que no lo hagan bien sino su actitud colaboradora, que es lo que les hará sentirse bien, que forman parte de la familia y que tienen una responsabilidad en ella.

No olvidar que casi siempre somos los padres los que nos resistimos a que nuestros hijos dejen de ser bebés y dificultamos su autonomía haciéndo-los dependientes.

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TreinTa y uno

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Adopción

“Los que no tienen hijos ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores”.

(Honore de Balzac)

La demanda de adopción internacional se ha incrementado significativamen-te en los últimos años y a ella acceden todo tipo de familias: familias con problemas de infertilidad o esterilidad, familias reconstituidas, familias con hijos biológicos, familias monoparentales o personas de edad avanzada.

Todas ellas consideran que tienen “derecho” a adoptar. Desde el punto de vista legal nadie tiene el “derecho” a adoptar, pues la adopción es una forma de llegar a ser padres pensada desde las necesidades de la infancia en seria dificultad y lo que prevalece es el bien superior del menor.

Hay familias o personas que llegan a la adopción con la idea del “hijo a la carta”, para no sentirse distintas de otras familias que tienen hijos ni sentirse frustradas por no haber podido tener hijos biológicos, o por haber tenido hijos varones pero no la ansiada niña o viceversa, porque se encuentran solas, o en cualquier otro caso o situación en la que prevalecen sobre todo motivos personales, del tipo que sean, sin valorar como prioritarias las necesidades y la situación personal de un menor institucionalizado, al que se le va a sacar de su país, que se va a integrar en una nueva cultura, con otra lengua, otras costumbres, con personas inicialmente desconocidas... Se le va a instrumentalizar y su papel en la familia no será el de un hijo querido y deseado por el que velarán los padres para cubrir sus necesidades y reparar sus heridas. Será un niño mal tratado.

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Por ejemplo, un niño de corta edad que se inserta en una familia en la que los padres rozan la cincuentena, tendrá una importante diferencia generacional y los problemas en la adolescencia se multiplicarán. Este niño ¿cómo verá a sus pro-genitores?, ¿como padres o como abuelos? ¿Estarán estos padres capacitados para cumplir las demandas de socialización del menor? En unos casos sí, pero en otros no. Unos padres con edades avanzadas tienen más posibilidades de tener enfermedades o incluso fallecer. Si los padres fallecen, el menor sufrirá un nuevo abandono. (El temor a ser abandonado, dice Fromm, es la mayor amenaza que siente el niño). Esta familia ¿había considerado estas posibilidades, por no exten-dernos más, cuando decidió adoptar? Seguramente no, porque si lo había hecho, ¿en quién estaban pensando?... ¿en ellos o en el menor?

“Cuando el deseo de tener es la cualidad dominante de la personalidad del adulto, padre o madre, existen elevadas posibilidades de que la relación con los hijos sea la de un amo con su propiedad. En este caso ¿dónde queda el amor? ¿qué ocurre cuando ya se tiene al hijo y aparece la realidad de la dificultad de educarlo? Un hijo no es un objeto que se pueda devolver o desechar una vez pasado el deseo. Los padres tenemos una enorme responsabilidad a tres niveles: ante nosotros, ante nuestros hijos y ante la sociedad”.

(Jaume Soler y M. Merce Conangla) Es habitual oír que un niño susceptible de ser adoptado se encontrará mejor en cualquier familia que institucionalizado. Esto no es de ningún modo cierto. Cualquier familia no es válida para incorporar a un niño adoptado. Todos conoce-mos familias con hijos biológicos en las que los niños están mal tratados. ¿Sería éste un buen hogar para un niño abandonado? Los niños institucionalizados tie-nen un hogar (el centro donde residen) que está en su país, donde se habla su idioma y tienen sus costumbres, las que ellos conocen desde siempre. ¿Es mejor mandarles a otro país, con otro idioma, con otras costumbres, otra religión, distinta educación y con cualquier tipo de persona, con tal de que salgan de allí?

Es cierto que hay muchos niños abandonados, pero no hay muchos niños adop-tables.

Se critican mucho los requisitos exigidos a los padres adoptivos, se habla del

papeleo, la burocracia. Pero cuando nos enteramos, a través de los medios de

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comunicación, de que un niño adoptado ha sufrido malos tratos físicos por los que está ingresado en un centro hospitalario, nos alarmamos y pensamos cómo ha podido alguien dar a esas familias un niño en adopción, lo que no deja de ser una contradicción con lo anterior.

La labor de los trabajadores sociales y psicólogos es elegir el mejor ofrecimiento familiar para esos niños abandonados, que requieren de un entorno muy diferente y unas cualidades personales muy especiales de los futuros progenitores. Por lo tanto, la adopción es un derecho de los niños.

El derecho del niño a tener una familia no es el derecho de los adultos a tener un niño.

La adopción ha surgido para estar al servicio del niño y no de la familia.

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Buenos modales

“Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible”.

(Gandhi)

Los buenos modales ya no se estilan. El decir gracias cuando a uno le abren la puerta, le dejan pasar, le sirven la comida, etc. no es lo habitual. Nos esta-mos acostumbrando a salir de casa, o incluso a estar en casa, como si fuera el campo de batalla. Y esto se lo trasmitimos a los niños, que ven la con-ducta de los adultos y aprenden de ella. El ser educado, amable, respetuoso nos facilita y hace más grata la vida. En la sociedad hay una queja constante sobre la falta de respeto y educación que existe, pero si no la pones día a

día en práctica ¿cómo vamos a cambiar esto? ¿qué es lo que les estamos

trasmitiendo a los hijos?

Ya en el hogar, desde los primeros años de vida, los niños deben aprender a tener buenos modales, a preocuparse por los demás y el mundo que les rodea, a ser educados y agradables. Es cierto que los padres les piden a los niños que den las gracias cuando reciben algún regalo, pero también hay que darlas cuando las otras personas son atentas, cuando se recibe simpatía o ayuda. Hay cosas que valen más que lo material y si no lo sentimos así, si no lo vivimos así, no se lo podremos hacer llegar a los hijos.

El aprendizaje a través de modelos está presente en la vida de los menores desde que nacen y los mejores modelos, los más apreciados y queridos para ellos, son sus padres. No sólo aprenden lo que les dicen sino también lo que ven.

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En la infancia la comunicación no verbal juega un papel muy importante y los pequeños están pendientes de los gestos, las acciones y las respuestas que dan los padres a cada nueva situación del entorno. Los niños son expertos en detectar la disonancia entre lo que los padres dicen y lo que hacen.

En un país tan solidario como el nuestro, en el que por ejemplo el número de donantes de órganos y de sangre está entre los primeros del mundo, en el que el altruismo está a la orden del día y todos nos volcamos cuando hay una catástrofe en cualquier lugar del mundo para ponernos a disposición del que lo necesiten, en el que el voluntariado va en aumento día a día, no nos parece necesario ceder el asiento a las personas con minusvalías, ancianos, embarazadas..., no abrimos las puertas a las personas cargadas con paquetes ni les cedemos el paso, no respetamos los pasos de cebra ni disminuimos la velocidad en las inmediaciones de un colegio... y los videojuegos que tienen más auge son los que consisten en atropellar y matar a personas indefensas. Todo esto parece un contrasentido con lo anterior.

¿Qué es lo que les estamos trasmitiendo a los menores? Los buenos modales incluyen cuidar y conservar el entorno.

En la revista Muy Interesante aparecía hace pocos meses un artículo titulado “¿La edad de la Inocencia?” escrito por D. Alberto P. Cáncer, que resulta muy gráfico y del que transcribo a continuación una parte:

Hace unos pocos meses un reducido grupo de jóvenes de 11 a 14 años destrozó las instalaciones de su colegio –ordenadores, material de labora-torio, mesas, sillas... todo valorado en mas de 60.000 euros, con la espe-ranza de que se suspendieran las clases y así poder disfrutar de las fiestas patronales sin la engorrosa obligación de madrugar.

Cuando los chicos fueron expulsados temporalmente del colegio, algunos de los padres pusieron el grito en el cielo, acusando al consejo escolar de “estigmatizar” a unos niños comparándolos con criminales.

Es difícil entender que los chavales puedan llegar a hacer este tipo de cosas para conseguir unos días de vacaciones, pero más inexplicable es la actitud de los padres al no sentir ningún disgusto por la conducta de sus hijos sino todo lo contrario, hasta el punto de considerar que sus hijos iban a ser estigmatizados

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por recibir una sanción del centro afectado. Lo más coherente hubiera sido discul-parse ante el centro educativo y ponerse a su disposición para reparar los daños causados, lo que, tras la lectura del artículo, creo entender que no hizo ninguno de los padres.

Y yo me pregunto ¿si esos padres hubieran llegado a su propia casa y la hubieran encontrado destrozada porque los hijos se habían estado divirtiendo y en el des-enfreno habían efectuado un estropicio considerable, ¿cómo se habrían sentido?, ¿habrían disculpado a sus retoños diciendo, por ejemplo, que todos hemos sido jóvenes? Probablemente no habrían hallado disculpa para una conducta seme-jante.

Empatía es la palabra clave. La que nos hace ponernos en el lugar de los demás

y tratar de entender sus sentimientos. La que nos hace ser más humanos, com-prendiendo el dolor y el malestar ajenos. Y esto hay que enseñárselo a los niños desde pequeños.

Recapitulemos

Lo adecuado hubiera sido que estos padres hablaran con sus respectivos hijos, haciendo un ejercicio práctico de empatía, y les preguntaran lo que sentirían ellos si se encontraran su habitación revuelta y sus posesiones más valiosas rotas. ¿Cómo se habrían sentido? Seguramente así entenderían las emociones que se despiertan en las personas que se encuentran en esa situación.

Posteriormente habrían debido pedirles que se disculparan por su ac tua-ción y que se ofrecieran para REPARAR los daños causados, contribuyendo con sus propios ahorros a pagar parte de los gastos ocasionados por los en seres destrozados.

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Castigos

“Años después de dar a luz me convertí en madre”.

(Erica Jong)

El mejor método para corregir conductas indeseadas es el de experimentar las consecuencias de las acciones. Por ejemplo, cuando un niño arma un escándalo en el supermercado porque quiere a toda costa que le compren unas “chuches”, lo más habitual es que los padres se debatan entre dos “soluciones”: a) acceder para evitar el circo que está montando el niño, con lo cual el menor en la siguiente ocasión volverá a intentarlo, pues se ha dado cuenta de la ansiedad que les genera a sus padres su conducta, o b) negár-selo, aguantando las miradas de reprobación del resto de los compradores, que no “entienden” que por algo tan insignificante se permita que el niño moleste a todo el mundo. En cualquier caso será más adecuada la segunda actuación, pero sería mejor decirle al pequeño: “Comprendo que te sientas contrariado por no tener lo que deseas, las frustraciones no nos gustan a nadie, pero hemos venido a hacer la compra de los alimentos para la casa y no voy a comprar nada que se salga de estos”. En la siguiente ocasión que tengamos que volver a ir a comprar se dejará al niño en casa y se le dirá: “hoy no puedes venir conmigo porque el último día tuviste un comporta-miento que me disgustó mucho y no quisiste entrar en razón. Tendrás otras ocasiones para demostrar que puedes ser un chico educado”. Se trata de esto, de que aprendan a experimentar las consecuencias de sus acciones, que sepan que todo lo que hacemos conlleva unos efectos.

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Los castigos no son lo más recomendable para conseguir cambiar una conducta, por lo que deben ser pocos y bien administrados pero, si se considera inevitable en una situación concreta, debemos tener presente aspectos como:

• El castigo hay que aplicarlo lo más cercano posible al momento en que se ha faltado a la regla.

• Debe ser aplicado por la persona que lo pone, por ejemplo: la madre. No se debe esperar a que llegue el padre para que lo aplique. El castigo perdería la inmediatez y la madre su autoridad.

• Una vez que se ha manifestado que se va a sancionar al niño hay que cumplir-lo. Si no estamos dispuestos a soportar la tensión que esto genera, es preciso pensárselo dos veces antes de imponer un castigo.

• Los castigos tienen que ser para el que se lo ha “ganado”, no para toda la fami-lia. No se puede castigar a un niño sin ver la televisión o sin salir en todo el fin de semana y que, como consecuencia, nadie de la familia pueda hacerlo tampoco.

• Los castigos tienen que ser coherentes, razonables y no salvajes. Como lo

sería el que un menor de tres años permanezca media hora metido en un armario, por haber desordenado la habitación y no querer recoger los jugue-tes.

• Las sanciones se aplicarán cuando el menor tenga una conducta que así

lo requiera, pero en ningún caso en función del estado de ánimo de los progenitores. “Hoy no estoy de buen humor y no estoy dispuesto a tole-rarte...”.

Lo más apropiado, como decíamos al principio, es que los menores aprendan de las consecuencias de sus acciones. Que sean capaces de reparar los daños que causen y que aprendan a ser solidarios y a hacer cosas por los demás.

Los castigos físicos, el pegar a los niños, los vamos a obviar porque evidentemen-te todos sabemos que esto son malos tratos que no conducen, en ningún caso, a nada positivo.

En definitiva, castigos los necesarios, pero siempre firmeza en hacer cumplir las normas y respeto a los límites. Y todo con mucho cariño, demostrando a los hijos que se tienen las ideas claras, que se puede dialogar y negociar, pero que hay situaciones y conductas con las que no se va a transigir.

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Unos padres permisivos que se dejan someter por un hijo, que no son capaces de imponerse cuando hace falta, son buenos, dulces y afectuosos, pero no son un punto de referencia, envían al hijo el mensaje siguiente: mis padres no son capaces de ayudarme, de apoyarme, de ofrecerme protección ya que nunca me demuestran firmeza ni determinación.

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Celos

“Un hermano es un amigo que nos ha sido dado por la naturaleza”.

(Proverbio chino)

Los celos entre hermanos son habituales y “normales”, porque siempre hay uno que es el hermano mayor a quien se le ha arrebatado su situación de hijo único que recibe toda la atención y el cariño de los padres. Aunque a veces hay situaciones celotípicas por parte del hermano menor que siente que el hermano mayor tiene más privilegios y es más tenido en cuenta por los padres. El problema surge cuando los celos son patológicos porque los padres no han sabido llevar bien esta situación.

Los celos patológicos tienen sus raíces en los estratos más profundos del ánimo y pueden prolongarse hasta la edad adulta. Envenenan las relaciones entre herma-nos, enfrían el amor que se debería tener por los padres, debilitan la solidez y la solidaridad de la familia, generan sufrimiento y rencor, a veces escondidos duran-te años, pero que aparecen como por encanto cuando finalmenduran-te se en cuentra al rival y se consigue explicarse.

El tener hermanos no es en ningún caso contraproducente, sino todo lo contrario. Es una buena ocasión para crecer y un momento esencial de la madurez psicoló-gica para el niño que hasta ese momento tenía el papel de hijo único.

El mismo hecho de pelearse los hermanos, de combatirse, es signo de lazo social. Cuando los niños muestran ciertas formas de agresividad, los padres no deben, en principio, inmiscuirse demasiado, dejando que tracen ellos sus pactos. Como dicen Freud y Burlingham, la rivalidad, cuando no va manchada de violencia o envidia,

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es necesaria para el florecimiento físico y psíquico. Se trata de evitar la rivalidad prolongada o la subyugación del resto de los hermanos por parte de uno de ellos. Así, los hermanos se convierten en compañeros de juegos, cómplices en las tra-vesuras, aliados contra los ataques de otros niños, solidarios en la relación con los padres:

“En la mayor parte de los casos el antagonismo inicial cede gradualmente su sitio a una relación de amistad. Mucho depende de los adultos; cuando menos interfieran en la relación de los hermanos más fácilmente surgirá entre ellos una solidaridad profunda y duradera”.

(Grazia Honegger Fresco) A veces los padres nos empeñamos en tratar exactamente igual a nuestros hijos, lo que no suele ser posible ni conveniente si partimos de que cada uno de ellos es una persona distinta con unas necesidades particulares y bien diferenciadas. Ser justos no significa que si a uno de nuestros hijos no le hemos podido dar el pecho por causas ajenas a nosotras, hagamos lo mismo con el otro para que se sientan en igualdad de condiciones. Esto sería un trato injusto e injustificable. El momento en el que nacieron nuestros diferentes hijos es un momento distinto para ellos y para nosotros, y las situaciones parecidas nunca se desarrollan de la misma forma.

Tampoco es justo que cuando nace un bebé nos volquemos en él porque tiene

más necesidades, y nos olvidemos de que tenemos otro hijo que se encuentra en

estos momentos en una situación difícil para él, que no para de fantasear sobre lo que significará la integración del nuevo hermano, si le quitará su puesto, si será más querido... Como en el caso del pequeño que nació con una hernia y su madre se dedicó en cuerpo y alma a su cuidado, dejando al hermano mayor (sano, guapo, simpático y sociable) sin atención emocional, porque él estaba bien y su hermano no, convirtiéndose así esta conducta, a la larga, en la habitual. Durante muchos años este niño se sintió “abandonado” por su madre, pues tenía la sensa-ción de que todos sus cuidados y preocupaciones iban dirigidas al menor.

Es realmente curioso cómo los adultos nos protegemos de nuestra conducta inadecuada, diciendo por ejemplo al hermano mayor, que hasta el día anterior a la llegada del bebé a casa era un niño, ante cualquier conducta de llanto, de inconformismo o rabieta: “Tú ya eres un hombre, o una mujer”. Sin tener en cuenta

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que los niños que acaban de tener un hermanito tienen una conducta de regresión a etapas anteriores más infantiles, como negarse a comer solos cuando ya lo hacían estupendamente, volverse negativistas diciendo a todo que no, adoptar un lenguaje infantil, volverse exigentes, desobedecer, hacerse pis en la cama o llorar por cualquier cosa. Necesitamos que hagan el tránsito de la infancia a la adultez de un día para otro, creando en los niños una gran confusión y una sensación de impotencia que no pueden poner en palabras, porque son niños y son incapaces de expresarlo así.

A veces los padres tienen un hijo preferido, en detrimento del otro, porque da menos trabajo, les hace menos demandas, es más formal, se parece más a ellos... Es normal sentir que se tiene más sintonía con un hijo que con otro. El ser capaz de advertir esa preferencia y revisar esos sentimientos tomando medidas es un signo de madurez de los padres, que a veces no advierten claramente los valores y cualidades del otro hijo, cegados por su predilecto. Relacionarse con los hijos de manera justa y sana restablecerá la armonía familiar y redundará en beneficio de todos.

Algo muy habitual entre los hermanos es que éstos discutan y se peguen.

Ana tiene cinco años y su hermana Inés siete. Una tarde la madre entra precipitadamente en la habitación de las niñas tras oír los alaridos de Ana que llora a lágrima viva y no cesa de decir: “Inés me ha pegado”. La madre le dice a la mayor, gritando: “¿Por qué le has pegado?”. Y en ese momento empieza el intercambio de acusaciones: “¡Ha sido ella!”, “¡No, yo no he sido, has sido tú!”, “¡Tú siempre la defiendes!”, termina diciendo Inés roja de rabia.

Esta escena es muy habitual en todos los hogares y muy desacertada en su tra-tamiento

Hubiera sido más adecuado consolar a la menor y, cuando se hubiera calmado, pedirle a la mayor que diera ella su versión sobre lo que había pasado, interesán-dose por sus sentimientos: ¿Qué ha sucedido?, ¿cómo te has sentido?, tratando así de entender a la niña, sin dar consejos, opinar o emitir juicios precipitados, tratando de llevarla a entender que su actuación no ha sido correcta y que además de no solucionarse el problema se ha incrementado.

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Comparaciones

“Es imposible la salud psicológica, a no ser que lo esencial de la persona sea fundamentalmente aceptado, amado y respetado por otros y por ella misma”.

(Abrahan Maslow)

Hay un dicho popular que reza “Las comparaciones son odiosas”, y efecti-vamente así es. No hay nada que sea más deleznable y artificioso que una comparación porque nadie puede ser comparado con nadie. Ni siquiera los hermanos gemelos que son los que más genes comparten y se sitúan en el mismo ambiente desde el nacimiento, todo lo cual podría hacerlos más parecidos pero nunca iguales.

Cada persona es un ser único e irrepetible, con permiso de la clonación. ¡Claro que los hijos son diferentes! Precisamente, hay que valorar y respetar esa diferen-cia que los hace sujetos únicos.

Es posible que un niño no sea tan brillante en matemáticas como su hermano, su prima, su amigo, pero seguro que tiene otras capacidades en las que pueda sobresalir: la música, el dibujo, los deportes...

Cuando utilizamos las comparaciones, como dicen Adele Faber y Elaine Mazlish en su libro (Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y Cómo escuchar para

que sus hijos le hablen ), los hijos piensan: “Quiere a cualquiera más que a mí”. “Soy un fracaso total”. “Odio a Gary”.

Ni siquiera las comparaciones en positivo son recomendables, pues obligan al que las recibe a tener que estar siempre “a la altura”, a no relajarse, a no bajar la guardia, y esto se convierte en una presión insoportable.

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El tema de las comparaciones surge con frecuencia en las terapias por parte de los pacientes y siempre manifiestan el malestar que les ha producido esta conduc-ta que habitualmente han tenido sus padres.

Recuerdo dos casos que me han comentado en los últimos tiempos:

Pilar exponía la tendencia de su madre a compararla con su hermana, por lo extrovertida que ésta era y el carácter tan abierto que tenía. Haciéndola sen-tirse siempre a la “sombra” de su hermana, según sus propias palabras, no valorándo su esfuerzo en el área académica, que le había hecho conseguir sacar con buenos resultados todos los cursos escolares, campo en el que la hermana no se había esforzado nunca, dejando los estudios sin concluir. Esta constante comparación ha contribuido a que sea una persona insegu-ra y con una baja autoestima, al no conseguir que su madre la valoinsegu-rase por lo que es, por los aspectos positivos que tiene, que son muchos, dejando de insistir en lo que no es; condicionándola a compararse con los demás, haciendo siempre una evaluación negativa de sí misma en las habilidades sociales.

Otro ejemplo actual es el de Águeda.

Su paso por la universidad ha sido difícil, acumulando suspensos desde el primer curso, lleva cinco años y está en tercero de carrera. Su padre se empeña en compararla con una prima de su misma edad que en este curso acabará licenciándose. Águeda le replica que su prima tuvo que entrar en una universidad privada porque no le dio la nota de selectividad para entrar en la pública, lo que el padre no tiene en cuenta y a ella le fastidia y le pro-duce mucha rabia. Comenta además que “ellas no son iguales”. El padre le dice que lo hace para que ella trate de superarse al ver el ejemplo de su prima y la verdad es que consigue lo contrario, que su hija se deprima y le falte motivación para esforzarse más al considerar que no puede conseguir tan buenos resultados como su prima.

Hubiera sido más provechoso que le reconociera los esfuerzos y le mani-festara sus sentimientos diciéndole algo similar a: “Estoy muy contento por

tus aprobados, pues sé el esfuerzo que estás haciendo para adaptarte a la universidad, y confío en que las cosas van a mejorar”.

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Águeda sabe que es diferente a su prima y le hubiera gustado que su padre la aceptara como es, reconociendo sus valores.

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Disciplina

“Uno no se convierte en padre por tener un hijo, del mismo modo que uno no se convierte en pianista por tener un piano”.

Palabra tabú en estos tiempos que corren. Cuando se le habla a un gran número de padres sobre disciplina, emergen todas sus defensas y se ponen en guardia inmediatamente. Es una palabra maldita que no se puede pronun-ciar sin desatar un malestar intenso en los actuales progenitores. Es bien conocida por los profesores de los niños de todas las edades la reacción en contra que manifiestan los padres cuando se les sugiere que disciplinen a sus hijos. Los padres tienen miedo a poner límites a sus hijos, a que se les hable de autoridad.

Muchos de ellos tuvieron una educación muy autoritaria y se niegan a que sus hijos reciban ese tipo de educación, sin haber buscado antes la que les resulta más convincente y adecuada para sus hijos, pasando así al polo opuesto de la permisividad, que resulta tan perjudicial como la que ellos recibieron.

Para los psiquiatras Sutter y Lucciones “los hijos de padres autoritarios se revelan y viven la aventura del transgredir las reglas, de reorganizar sus propias normas, pero los niños criados sin normas carecen de referentes para organizar su propia vida. Acostumbrados a hacer su santa voluntad se sorprenden cuando alguien les plantea una exigencia, un esfuerzo o una obligación. Estos chicos terminan convirtiéndose en tiranos, primero con su familia, después con la escuela y, por último, en los grupos sociales de los que pretenden formar parte. La flexibilidad es un valor muy importante para educar, no puede confundirse con tolerancia generalizada o permisividad sistemática”. (El Pequeño Dictador, Javier Urra, La Esfera de los Libros, 2006).

Referencias

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