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1 En el que empieza la historia

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Academic year: 2021

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En el que empieza la historia

stoera una vez un Cuentecito muy pequeño, muy pequeño, que no le-vantaba más que dos líneas del suelo: «Érase una vez...» y «Fin».

Su mamá era una Revista Científica muy importante, que cambiaba todas las semanas de portada, y su papá era un tomo estupendo de Derecho Civil. Antes de irse a la cama, el Cuentecito entraba en el estante de su padre, y allí estaba él siempre reunido con otros tomos muy serios; pero entonces interrumpía lo que estuviera haciendo y daba las buenas noches a su pequeño, y hasta le dejaba jugar con la cinta de registro, que era suave y colorada, y acababa en una borla que al Cuentecito le gustaba mu-cho. Su mamá, sin embargo, muchas noches no estaba en casa: era porque asistía a alguna cena con Sabios y Premios Nobel.

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El Cuentecito se daba cuenta de que sus pa-dres estaban muy preocupados porque no cre-cía. Otro niño de su misma edad, en el estante inglés, que hacía solo unos meses no levantaba del suelo más que un «Once upon a time...» y un «The end», ya contaba cantidad de cosas, y hasta llevaba unos dibujos a dos tintas que era una maravilla verlos.

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La Señora Revista a lo mejor estaba en un Congreso en Reikiavik y, de repente, se acor-daba y le preguntaba a un Científico o a un Investigador: «¡Ay! ¿Cómo puedo hacer para que mi Cuentecito crezca?». Y le daban todo tipo de remedios, como que le cambiaran mucho de estante, o que le contaran cosas muy interesan-tes a ver si aprendía; pero nada daba resultado.

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La tabla del dieciséis

lcontrario que todo el mundo, los libritos van al colegio solo dos días a la semana y descansan los otros cinco días. La verdad es que llevan una vida muy dura mientras son pequeños, y les hace falta tomarse estos descansos. Muchas veces os habréis asombrado de lo bien escritos que están los libros: líneas rectas, todas las letras iguales... ¡por no hablar de la ortografía! Los libros pequeños estudian como locos cali-grafía (para hacer las páginas iguales y bonitas), el alfabeto (para poder hacer índices y listas ordenadas), los números romanos (para los ca-pítulos) y ortografía (para saber dónde van las haches y las uves).

Nuestro Cuentecito era muy aplicado, por-que sabía por-que a los libros descuidados se les nota en seguida, porque les salen erratas. Una

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errata es para los libros lo que una mancha o un borrón para nosotros. Por ejemplo: donde debería poner gusto, pues pone ugtso, y aunque a veces se note bastante la intención, queda feo.

Los martes y los viernes, pues, el Cuentecito iba al colegio. La primera clase era de Caligra-fía, y al Cuentecito le pillaba casi siempre me-dio dormido; pero la Maestra, que era muy lista, sabía la forma de que sus alumnos aten-dieran.

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–Repetid conmigo: ¡patata frita!

Y a los niños y niñas les sonaba muy bien, y contestaban.

–¡Patata frita!

–Y ahora, de cursiva –decía la Maestra. –¡Patata frita! –gritaban encantados. –Y ahora, de negrita.

–¡¡PPaattaattaa ffrriittaa!! –¡Más fuerte! –¡¡PPAATTAATTAA FFRRIITTAA!!

Y luego les regalaba, efectivamente, unas bol-sas de patatas, porque lo contrario habría sido una crueldad.

Una vez a la semana, los libritos reciben lecciones de dibujo, porque a veces hay que pintar un pirata o un barco, o enseñar cómo es un personaje, o hacer un gráfico para que se entienda algo, y esto no es una cosa fácil, ni mucho menos. Los cuentecitos pequeños, por ejemplo, tienen unas cubiertas con dibujos grandes y llenos de colorines. Algunos libros serios llegan a tener solo el título escrito con unas letras grandes y bonitas, ¡pero hay que sa-ber mucho para ponerlas de modo que queden bien!

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Todos los libritos, sean niños o niñas, reci-ben también lecciones de costura porque, si os habéis fijado, muchos de ellos están hechos de cuadernillos cosidos por el lomo. Esto está muy bien porque así no se despegan ni se les caen las hojas. Y precisamente en esto nuestro Cuente-cito era de los mejores de su clase.

Y casi se me olvidaba: además de las tablas de multiplicar hasta el nueve, ¡los libros peque-ños necesitan saber la tabla del dieciséis! Hay una razón para ello: los libros no crecen como nosotros, milímetro a milímetro y centímetro a centímetro, sino a saltos, de dieciséis en dieci-séis páginas. Casi todos los libros están forma-dos por cuadernillos de ese tamaño, de modo que, al final, no pueden tener cualquier número de páginas, sino... Pero podéis saberlo escu-chando a la clase del Cuentecito repetir la lec-ción:

–dieciséis por dos, treinta y dos dieciséis por tres, cuarenta y ocho dieciséis por cuatro, sesenta y cuatro ...

¡dieciséis por dieciséis, doscientos cincuenta y seis!

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En fin... como veis, la educación de un libro es algo complicado. Cuando se hacen mayores y terminan los estudios, reciben una distinción especial: un signo misterioso que se pone en las primeras páginas, y que dice

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. Unos opinan que es una cosa, y otros que otra, pero yo sé que es como un diploma por haber acabado bien una tarea tan difícil.

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