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ANA MARÍA RAMÍREZ VACA TRABAJO DE GRADO. Presentado como requisito para optar por el título de socióloga y comunicadora social

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Transformaciones de la noción de cuidado: una mirada a través de la experiencia de cuidadoras

ANA MARÍA RAMÍREZ VACA TRABAJO DE GRADO

Presentado como requisito para optar por el título de socióloga y comunicadora social

DIRECTOR: Samuel Vanegas Mahecha.

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA. Facultad de Ciencias sociales y Comunicación y Lenguaje

Carrera de sociología y Comunicación social Bogotá, 2018

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TABLA DE CONTENIDO INTRODUCCIÓN………...1 CAPÍTULO 1…….………..7 LA LLEGADA A LA PRIMAVERA………..7 DE CAMINO A LA PRIMAVERA……….8 LA PRIMAVERA……….13

MAGOLA Y ROSITA, LAS CUIDADORAS DE LA PRIMAVERA………17

CAPÍTULO 2…….………...23

TIEMPO DE CAMBIOS………..23

DEL CAMPO A LA CIUDAD………...26

DE LA CIUDAD AL CAMPO………33

CUIDANDO EN TIEMPOS REVUELTOS: TRANSFORMACIONES DEL CUIDADO………39 CAPÍTULO 3…….……….42 VOCACIÓN……….42 LA ENFERMERÍA……….43 LA ENFERMERÍA EN COLOMBIA……….48 LA UNIVERSIDAD………52 CONCLUSIONES………62 BIBLIOGRAFÍA……….64

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INTRODUCCIÓN:

El presente trabajo está compuesto por dos productos. Por un lado, un documental de autora que trata la relación madre e hija a partir de la reconstrucción de la historia del nombre de la hija. El documental recrea la juventud de la madre a través de la cual se termina narrando la vivencia de la violencia política de los años ochenta en Colombia. Por otro lado, un escrito sociológico que busca hacer la descripción de la trayectoria de vida de Elizabeth, con la pretensión de entender cómo se construye el concepto de cuidado a través su vida y acercándonos a las diferentes generaciones de cuidadoras de su familia.

Los dos trabajos tienen un lugar común en la reconstrucción de una narración personal y la manera en las que ambos buscan, por medio de un hecho particular, relacionarse con diferentes procesos históricos. No obstante, uno y el otro cumplen con objetivos diferentes y tienen distintas pretensiones por la misma naturaleza de sus lenguajes. Lo que se puede narrar por medio de acciones, sonidos e imágenes es distinto y tiene otra función que no es homologable con lo que se puede contar en el lenguaje escrito y sociológico.

Para explicar con más claridad lo antes dicho, nos dispondremos a exponer las vías por las cuales se construyeron ambos relatos y se espera que el lector, venga de donde venga, de la academia sociológica, de la cinematográfica o de cualquiera que por azar encuentre estos productos, pueda acercarse a dos miradas diferentes de un fenómeno personal, y tal vez, por fortuna, pero sin intención, complementarias.

II.

Cuando mi madre me contó su historia, además del profundo vínculo emocional que me motivó a desarrollar el producto documental, comencé a preguntarme cuáles eran sus motivaciones y las razones que le daban sentido a esas acciones, particularmente en tres momentos de su vida que habían representado quiebres en su manera de concebir el mundo

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y su quehacer en él: cuando se enlistó en la guerrilla, cuando estudió enfermería y cuando abrió su consultorio de medicina alternativa. En su relato, cada uno de estos eventos tenía una relación causal con el anterior y respondía a un contexto familiar, a un momento histórico, al rol que desempeñaba Elizabeth y al tipo de personas que la rodeaban.

El reto fue no quedarse simplemente en entender la relación causal que ella le encontraba a sus acciones, sino acercarse a comprender cómo se acompasaba al contexto y viceversa. Contrario a la Ilusión Biográfica de Bourdieu (2011) que considera la construcción de una trayectoria de vida, como una historia, que en el relato resulta ser una secuencia coherente significante y orientada de acontecimientos. Sino entendiendo que Elizabeth, como cualquier desarrollo personal de cada ser humano está condicionada por el lugar que ocupa dentro de la corriente del proceso social y del entramado social que la vincula a los otros individuos, en lo bueno y en lo malo, a través de interdependencias múltiples (Elias, 1990). Esta diversidad de vínculos no es coherente, por el contrario, se encuentran en constante tensión y se estructura de distintas maneras a lo largo proceso histórico, formando configuraciones específicas.

Con la pretensión entender las decisiones que tomó Elizabeth a lo largo de su vida, consideré necesario encontrar algo que fuera transversal a su trayectoria vital pero que diera cuenta de la especificidad de los tres momentos indicados atrás. De esta manera comencé por acercarme a sus elecciones profesionales que se manifestaron en sus pasajes por la medicina alternativa, la medicina alopática, y su posterior desempeño como enfermera, dónde ella podía enunciar más claramente sus motivaciones. Todo fue llevándome a comprender que el lugar común que compartían las rupturas y las continuidades tenían como trasfondo el cuidado, la forma en la que lo ejercía y la definición que le daba.

El cuidado, como la preservación de alguien o algo, se expresa de diversas maneras, ambiguas y a veces contradictorias. Una trabajadora doméstica o una ama de casa cumplen un sin número de labores, algunas de ellas relacionadas con el cuidado, sin que las personas que las ejerzan necesariamente sean personas cuidadoras o que, a pesar que esas labores

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suelen tener un impacto de afecto en el que es cuidado, y esto no necesariamente significa que la cuidadora desarrolle un afecto profundo hacia la persona que cuida.

Las prácticas de cuidado atraviesan toda la etapa vida humana: los primeros años de crianza, los momentos de enfermedad, cuando se llega a la vejez, los cuidados preventivos y hasta los cuidados emocionales. El cuidado es imprescindible para el ser humano y por eso se vuelve algo cotidiano a lo largo de la vida; esto, sin embargo dificulta su comprensión como un trabajo que requiere de disposiciones que deben ser aprendidas.

Aunque la necesidad de cuidado es imprescindible para el ser humano la forma cómo se lo hace cambia a través del tiempo; en efecto, se transforman las disposiciones que orientan las maneras de entender las necesidades propias, del entorno y del otro y se reestructuran de acuerdo con las prácticas individuales que, a su vez, también responden a cambios históricos en la forma como se configuran los individuos. En todo momento histórico y en todas las culturas humanas los recién nacidos se desarrollan siguiendo un mismo proceso, lo que varía histórica y culturalmente es la manera como la persona que lo cuida, la madre, el padre, la nana, la/el profesor/a del jardín etc., realiza su labor. Las formas de cuidado, al igual que la alimentación, se desarrollan desde lo más básico del ser humano en torno a lógicas históricas que se configuran de acuerdo con los distintos entornos, naturales y culturales.

Las anteriores pistas me llevaron a indagar acerca de cómo a través del tiempo se habían construido el cuidado, las prácticas y los roles de los cuidadores alrededor de mi madre. Lo primero que pude constatar fue que la labor del cuidado ha sido y sigue siendo desempeñada por las mujeres de la familia. En este sentido, los relatos de las mujeres de mi familia son la clave para comprender la incidencia de ellas en el ejercicio de cuidado que desarrolló Elizabeth.

Teniendo como eje el relato de las mujeres este texto tiene la pretensión de ver en las diferentes generaciones de la familia Vaca López los cambios se dieron que en el ejercicio y los roles del cuidado a lo largo del periodo en el que en Elizabeth se configuró su noción de cuidado. De este modo, viendo la manera en la que se diversifica el sujeto femenino y las

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necesidades de cuidado podremos acercarnos a una definición más precisa de estas prácticas y a entender un poco más la lógica por medio de la cual Elizabeth decidió ser enfermera y su manera de ejercer su profesión.

Los tres capítulos que conforman este escrito corresponden a la infancia, juventud y adultez de Elizabeth principalmente respondiendo a una de las rutas por medio de las cuales se construye el cuidado, en este caso, la enfermería. Sin embargo, hay otros caminos transitados para ejercer prácticas de cuidado que no terminan en la porfesionalización, como el cuidado doméstico que se toca brevemente en el primer capítulo pero que no corresponde al objetivo principal del texto.

Por último, cada apartado tiene un estilo diferente de escritura que se ajusta al tema principal de cada capítulo. En el primero se narra de manera literaria la historia familiar de Elizabeth y termina con una reflexión frente a las prácticas de cuidado ejercidas por su madre y su hermana mayor. El segundo es un análisis de como la familia Vaca López vivió los cambios históricos de mediados del siglo XX en Colombia, y el tercero es un recuento de la historia de la enfermería en el mundo y en el país que termina con una reflexión sobre la experiencia de Elizabeth y sus amigas en la práctica de su profesión.

III.

El cine en general y el documental en particular ni siquiera tienen el nivel adecuado de abstracción de que dispone el lenguaje hablado y escrito en el que las palabras («esperanza», «paraguas», «jardín») abastecen a la imaginación con un referente específico. Los significantes cinematográficos vienen unidos a imágenes. Son imágenes, y sonidos, y son siempre concretos, materiales y específicos. Lo que los filmes tienen que decir acerca de la condición humana o acerca de temas de actualidad no puede separarse de cómo lo dicen, cómo esta forma de decirlo nos emociona y nos afecta, cómo nos comprometemos con una obra, no con una teoría de la misma. Bill Nicholls (1997, Pg.18)

El producto documental es acerca de una historia personal, en la que por medio de la relación madre e hija se visibiliza una pequeña porción de la historia de la violencia en Colombia: el filo entre las décadas de 1970 y 1980 marcado por el Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay Ayala y el general Luis Carlos Camacho Leyva. Mientras que el escrito sociológico tiene como propósito comprender cómo se construye la noción de cuidado en la vida de

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Elizabeth, el producto audiovisual tiene la intención de generar emociones en el espectador que le permitan conectarse con un relato personal e histórico.

Al comenzar la labor de preproducción, centré mi atención en delimitar la historia de mi madre y encontrar un punto de entrada personal, común y genuino. Es por eso que decidí hacerlo a través de la historia de mi nombre, pues se prestaba como un buen punto de partida para elaborar una narración concreta por medio de la cual se podían abarcar múltiples temas políticos, personales e históricos y hacer un puente entre el presente y pasado. Después, hice un esbozo de la biografía de Elizabeth y a partir de esta construí la sinopsis y el guion, los cuales escribí teniendo como referencia los tres actos de la estructura clásica de Syd Field en su texto El Manual del Guionista (S.F) y el camino del héroe y los arquetipos de Vogler en su libro El Viaje del Escritor (S.F)

En cuanto a los arquetipos, tomé a mi madre como personaje principal o como la heroína y a las personas que habían hecho parte de su historia las intenté narrar con base en algunos de los arquetipos, así fue como mi tío Pedro y Omar terminaron siendo los mentores y los militares resultaron la sombra. De acuerdo con la narración clásica de los tres actos ubiqué mi primer punto de giro como el momento en el que ella decide escaparse de casa y construí dos segundos puntos de giro, uno cuando ella se escapa de la guerrilla y la toman presa y el otro cuando nazco y me cuenta su historia.

El siguiente momento fue el de construir un personaje, pues a pesar de que Elizabeth era la protagonista, debía encontrar una manera en la que ella se expresara libremente frente a la cámara. Quizás fue uno de los retos más grandes, pues requirió de varios intentos en solitario, seguimientos, y encuentros grabados con diferentes personas para que ella se relajara frente a la cámara, se expresara con su punto de vista personal y sobresaliera del resto.

Por último, tuve que buscar herramientas para narrar la historia, algunas de las cuales nacieron espontáneamente de acuerdo con la manera como se fueron dando los encuentros con familiares y amigas de la cárcel, quienes a pesar de no salir en el documental debido al tiempo con el que contaba la post producción y la delimitación del relato, fueron cruciales

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para entender otras facetas que tomó la violencia política de la época, ayudar a construir a Elizabeth como personaje principal con otras características de las cuales no tenía conocimiento, recopilar archivos, como cartas grabaciones y fotografías y fortalecer los relatos del escrito sociológico.

Otras herramientas fueron planeadas en pre producción, como la de viajar al pueblo natal de Elizabeth que requirió hacer el scouting y la planeación de un recorrido que fuera paralelo al ritmo de la historia. De esa iniciativa nació la idea de ir a una cascada como forma de emular ese camino del héroe que terminaba en la redención y las últimas reflexiones como la vuelta a casa.

En post producción el guion, como era de esperarse, sufrió transformaciones, y aunque seguía estando construido a través de los tres actos, la historia principal empezó a girar alrededor de los nombres que Elizabeth tuvo a lo largo de su vida y lo que representaron durante cada periodo. En ese momento, también nació la intención de animar partes del relato que ella narraba en acciones y de las cuales no había imágenes de apoyo, dramatizados o archivos, sin embargo, esta idea está por ser desarrollada debido al presupuesto.

Por último, una consideración acerca del porqué realicé un documental de autor(a); aunque la opción resulta evidente por el carácter personal que tiene la historia, lo que quiero resaltar es el hecho que me permitió ser parte activa del documental, y expresar mi punto de vista personal, bajo mi experiencia subjetiva y vivencial; donde era partícipe de una parte de la realidad que quería describir, motivada por un fuerte componente emocional. Esto me alejó de los documentales de observación que no se plantean mayor intervención más allá del montaje y el tiro de cámara como salida de los obreros de la fábrica de Lumiere o Nanook el esquimal de Flaherty. También tomé distancia de otras formas de hacer documental que han bebido del periodismo, o de la crónica, y que se estructuran por medio de la comparación de información y la distancia frente al tema. Lo anterior no implica que este relato esté ausente la rigurosidad, sino que hay vía libre para sentar una posición. La responsabilidad sobre la información presentada es más con los amigos y familiares que se tomaron el tiempo de abrirme la puerta a sus relatos; en menor medida con la posible audiencia. Asimismo, mi

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primer compromiso es generar sentimientos que involucren a quienes participaron en el documental.

CAPÍTULO 1

LA LLEGADA A LA PRIMAVERA

A Elizabeth los recuerdos siempre la llevan a La Primavera, el olor a panela, el sonido de las trilladoras de café, la sensación de ser mimada por todos, la aspereza de las paredes de bahareque de la casa grande, los colores de las flores, y la grandeza de las montañas. Pasa lo mismo cuando se le pregunta acerca de sus motivaciones profesionales, su postura política, sus decisiones personales, y su proyecto de vida, cada respuesta comienza allí.

La Primavera fue el nombre que Urbano Vaca le dio a la finca que construyó con Magola López de Vaca para ellos y sus doce hijos. Una hacienda grande ubicada en el municipio de La Palma en el departamento de Cundinamarca, al noroccidente de Bogotá. En La Primavera había cultivos de café y plátano, guamos, naranjos y mandarinos, un galpón para las gallinas, un corral para los cerdos, varios potreros para los caballos y vacas, un chircal y un trapiche. Era una hacienda grande y próspera en la que siempre había trabajo por hacer, por lo que pronto se convirtió en un espacio de reunión de la familia extendida donde iban a parar los hermanos, los tíos o los primos, en especial, cuando tenían problemas económicos. El nombre con el que por azar bautizaron a la finca fue el más preciso para describir el tiempo de bonanza y estabilidad por la que pasó la familia durante la década de los sesentas y hasta principios de los setenta y de la que gozó toda su infancia Elizabeth, la hija menor.

Sin embargo, La Primavera no fue el punto de partida sino la consolidación de varias luchas familiares por mantener una estabilidad económica después de las migraciones, periodos de violencia y procesos políticos por medio de los cuales se fue ordenando el hogar, las formas de trabajo y los roles. Las diferencias entre unos y otros se pueden ver a través de Magola, quien tuvo hijos por casi treinta años, marcando tres generaciones de hermanos que crecieron en diferentes momentos históricos, respondiendo a distintas necesidades y con diferentes condiciones materiales, pero con una historia en común.

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Para comprender las decisiones que tomó Elizabeth a lo largo de su vida es importante describir las condiciones en las que vivieron sus padres y hermanos, cómo construyeron sus juicios morales, los roles que desempeñaron y los obstáculos que enfrentaron para así poder rastrear las rupturas y continuidades que nos da el contexto en el que nació la hija menor de los Vaca López.

Asimismo, el recorrido nos permitirá entender cómo Elizabeth construyó el concepto de cuidado, pues dará la posibilidad de preguntarse, quién cuidó de ella y qué recuerda de las personas cuidadoras; su historia nos llevará a su madre y su hermana mayor. Por el importante papel de ellas en el viaje por la vida de Elizabeth le brindaremos particular atención a entender cómo cambia el papel de las mujeres durante los diferentes periodos de tiempo y de esta manera ver cómo se transforman las dinámicas de cuidado.

DE CAMINO A LA PRIMAVERA

El sol se pone en La Primavera. Rosita, una mujer de baja estatura de aproximadamente veintisiete años, caderona, de cabello claro y ojos azules, está como de costumbre, en la cocina de la casa pequeña acompañada de otras mujeres terminando de hacer la cena para toda la familia. Dentro de la casa grande están sus hermanos menores: Pedro, Alberto y Antonio, muchachos de doce, catorce y diecisiete años. Están preocupados hablando en voz baja recostados en la biblioteca que decora la sala. Se debaten qué decirle a Urbano, se culpan entre ellos, piensan estratégicamente cómo dividir la responsabilidad para evitar un castigo doloroso.

Elizabeth los mira, recuerda que ese día estuvo toda la tarde oyendo Kaliman y cayó en cuenta que pronto llegaría papá y se daría cuenta que la radio no estaba sintonizada en la emisora SantaFé; y ese no era un detalle menor teniendo en cuenta el temperamento de Urbano. La pequeña de cinco años corre al otro lado de la sala para sintonizar la estación.

En ese momento Magola llega de la tienda que administraba en el pueblo, corre directo a la cocina a ayudar y a verificar el trabajo de Rosita. Vuelve a la casa a poner la mesa, siempre en la cabecera va su esposo. Al poco tiempo entra Urbano y Magola lo recibe diciéndole:¿Cómo está Mi Bella Flor? a lo que él responde con un grito, ¡Carajo Magola, no

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moleste!; él aprovecha el instante para decirle en secreto que los muchachos dañaron la segueta nueva. Ella se da la vuelta sin darle mucha importancia y se ríe camino a la cocina a donde va para traer los platos. Una vez todos están sentados y justo antes de servir la comida, Urbano mira a sus hijos con rabia, se para de su asiento y les grita ¡Les voy a pegar a todos!, camina al cuarto donde guarda el San Martín, nombre que le daba a una fusta de cuero doble usada específicamente para reprender a sus hijos.

Elizabeth no soporta la presión, cree que es por su culpa, se para de su asiento y camina hacia su padre que bien podría ser su abuelo por la edad. Lo detiene a medio camino, se voltea y se levanta la camisa, aterrada, y a media lengua le dice: ¡a mi primero pero pasito!, Urbano la mira desconcertado y suelta una carcajada; los otros hermanos [SVM1] se miran sorprendidos y nerviosos, porque verlo reír no es muy común. Magola también suelta una risa contagiosa, como tantas veces lo han visto sus hijos, que llena el recinto, y distrae a su esposo sirviendo la comida, esa noche nadie salió herido. 1

El anterior es un cuadro típico de una familia andina o americana de alta aculturación[1],conformada por una pareja legal -casada en matrimonio- organizada en torno a una estructura patriarcal, de herencia hispánica. De acuerdo con Gutiérrez de Pineda, en su ya clásico trabajo sobre La Familia en Colombia, la familia andina se caracteriza por la convivencia unilocal de la pareja casada y sus hijos con la jefatura de un padre, donde la madre delega en el esposo los castigos de faltas que ellos cometen en su presencia, mientras ella cuida o delega el cuidado a otra mujer adulta (Gutiérrez, 2000); en los casos que se puede delegar el cuidado de sus hijos, la madre se empieza a ver como proveedora cambiando la distribución del poder al interior de la familia, en la que se entienden sus roles de sostenimiento y entre ambos colaboran, deciden y gastan ( Gutiérrez de Pineda, 2003, pág. 285 ). En el caso de la familia Vaca López, cuando Rosita entró a formar parte del hogar, Magola le delegó todas las labores domésticas mientras ella se encargaba de la tienda del pueblo y su esposo de la finca. Este esqueleto general de la familia que constituyeron Urbano y Magola, se fue transformando, de acuerdo con los distintos procesos de migración y violencia como veremos a continuación.

1 Aunque para este caso, es más preciso utilizar el término transculturación acuñado por Fernando Ortiz en el

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Urbano Antonio Vaca es el primero de los seis hijos de Félix Vaca y Tránsito Ballesteros, una familia Llanera que se asentó en Miraflores, un pueblo al sur oriente del departamento de Boyacá. De su infancia se sabe poco: que nació en 1903, justo un año después de darse por terminada la Guerra de los Mil Días, que siempre le gustó el campo, que escribía fluidamente y disfrutaba de leerles a sus hermanos durante la cena, tradición que perpetuó con sus hijos décadas más tarde.

Urbano era un hombre alto, de cabello claro y ojos azules, al que su padre le encargó a los hijos menores. Se fue de casa muy pronto para ser correo del Llano, nombre que se le daba a las personas que llevaban las cartas de Arauca a Villavicencio. Durante esta época tuvo un romance con Lucinda Alfonso, la dueña de una posada con la que tuvo dos hijos, Luis Vaca Alfonso y Rosita Vaca Alfonso. A pesar de que Urbano les dio el apellido no se casó con Lucinda ni tampoco convivió con ella, dos requisitos para fundamentales para construir una familia de hecho (Gutiérrez de Pineda, 2000). A sus treinta y tres años en 1936, en plena República Liberal, Urbano se convirtió en alcalde militar en Buenavista, un municipio ubicado al occidente del departamento de Boyacá, y pueblo natal de su futura esposa, Magola López.

Sin conocer mucho más de la historia de Urbano, en 1936 al comienzo de la hegemonía liberal, y con treinta y tres años terminó convirtiéndose en alcalde militar en Buenavista, un municipio ubicado al occidente del departamento de Boyacá, y pueblo natal de su futura esposa, Magola López.

Magola era una mujer trigueña, de cabello oscuro, baja estatura, caderas prominentes y ojos cafés. Nacida en 1917, fue una de las hijas menores de Vicente López y Martina González que quedó huérfana de padre a muy temprana edad cuando él se suicidó dejando a su esposa a cargo de la finca familiar, una hacienda llamada, El Imperio. La historia de cómo Martina sacó adelante a sus cinco hijos es un misterio, al parecer la hacienda era grande y próspera, con un alambique para destilar caña y vender aguardiente, lo que le brindó las comodidades para mantener a su familia. Mientras ella se dedicaba a la venta del licor, sus hijos varones trabajaban la finca, y las mujeres se ocupaban de las labores domésticas hasta que se casaban y comenzaban una nueva familia.

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Magola, al igual que su futuro esposo leía y disfrutaba escribir coplas y poemas, no se le conoció otro novio, esposo o hijos, tan solo una carta de amor que data de 1929 hasta cuando cumplió veintidós y se casó con Urbano. Sin embargo, previo a su matrimonio ya había criado dos niños antes de ser madre, “La Negrita” la hija de una cuñada que murió en el parto y Jaime Ramírez hijo de su hermana mayor Mercedes, quien se lo dejó mientras ella se encargaba de su hermano gemelo que sufría de neumonía. Estas labores las desempeñó Magola por ser la hija menor. Las tareas que se le encargaban hacían parte de un conjunto de trabajos que desarrollaban las hijas menores o madres cabeza de hogar en esta zona, a quienes se les asignaba el trabajo doméstico donde debían velar por limpieza del hogar, de niños y de la ropa, la atención de los enfermos, dieta y aplicación de remedios y en varias ocasiones auxiliando en casos de gravedad a comadres (Gutiérrez de Pineda, 2000)

La hija menor de los López se conoció en 1936 con el hijo mayor de los Vaca y tiempo después, con insistencia de Magola, decidieron iniciar una familia. Al casarse Urbano le confesó que tenía dos hijos fuera del matrimonio y Magola los acogió en su nuevo hogar. Al poco tiempo de formalizada la boda, Urbano pidió traslado para ser alcalde militar de la zona de Humbo, al occidente de Boyacá y en el límite con el norte departamento de Cundinamarca, donde una vez establecido renunció a su cargo y compró un lote para montar una finca. En 1942 cuando Magola tenía veinticuatro años y Urbano treinta y dos nació su primer hijo a quien bautizaron Félix como su abuelo paterno, al año y medio nació César, quien creció enfermo y murió joven y Cecilia en 1946, la primera hija del matrimonio. Durante este periodo la familia vivió cómodamente, la finca de Urbano crecía rápidamente mientras Magola se dedicaba en cuidar de los hijos, brindando especial atención a César. Para entonces, Rosita y Luis, de seis y cuatro años, estudiaban en la escuela y al llegar a casa ayudaban en las labores domésticas.

En 1947 se recrudece la violencia entre liberales y conservadores y ellos sufren el primer desplazamiento. Tanto Urbano como su esposa hacían parte del partido liberal, él era oficialista y eso significaba que seguía las órdenes del partido, por quién votar y cómo actuar. Sus hermanos menores Dolores y Luis y su cuñado Arsenio, quienes aún vivían en los Llanos Orientales, simpatizaban y participaban de las guerrillas Liberales de Guadalupe Salcedo. Magola pertenecía a la disidencia, ella era liberal, pero cuestionaba al partido, también

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apoyaba y admiraba la postura que había tomado la familia de su marido y era gran amiga de Saúl Fajardo un boticario/enfermero y guerrillero liberal que dominaba esa zona (Fals Borda, 2012, p. 103). Cuando se terminó el desplazamiento se lo agradeció al general Rojas Pinilla y comenzó a militar en la ANAPO.

En 1947 los conservadores llegaron al pueblo, los amenazaron con quitarles la finca y asesinar a su familia si no se cambiaban de bando, Urbano se negó y desde ese momento comenzó una migración constante que duró siete años hasta la llegada del general Rojas Pinilla en 1953. Al salir de Humbo, la familia siguió bajando la cordillera hasta llegar a Yacopí, una tierra que una década atrás se había consolidado como un bastión de la exportación cafetera (Anzola, 2012). Allí Urbano se dedicó a trabajar en la finca de un compadre esperando ahorrar dinero para comprar su propio terreno, mientras Magola trabajaba en una tienda y cuidaba de Cecilia, su hija recién nacida, delegándole a Rosita el cuidado del resto de sus hermanos.

La violencia continuó escalando, los chulavitas quemaron Yacopí, mataron a Saúl Fajardo y el pueblo quedó destruido. La familia emprendió huida con los hijos más pequeños y con Magola embarazada a la finca de un compadre liberal de nombre Pedro Bolaños en el municipio más cercano, La Palma. Luis de doce años se quedó cuidando la tienda familiar, aunque al poco tiempo debió escapar al monte hasta que la situación le permitió reencontrarse con su familia en el pueblo vecino.

La intensificación de la persecución política los obligó a salir nuevamente de sus tierras en 1952. Esta vez, no se dieron condiciones para continuar todos juntos, de modo que Luis y Rosita volvieron con su madre biológica, a Cecilia de 7 años la dejaron en la casa de un tío para que terminara sus estudios, mientras Urbano y Magola se fueron con los más pequeños, Dilia de cinco años y Julio de dos. Y llegaron a vivir de la caridad de un compadre que tenía una finca a las afueras de Bogotá.

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LA PRIMAVERA

Al poco tiempo de comenzar la dictadura2, Rojas habilitó una caravana de buses para retornar a los campesinos desplazados a su tierra y así fue como la familia Vaca López volvió a La Palma reuniendo de nuevo a toda su descendencia, vivieron un tiempo en una finca alquilada que llevaba por nombre El Manicomio y en los años siguientes volvieron a Yacopí para recuperar los negocios que tenían; esto trajo estabilidad económica y en este periodo nacieron los últimos hijos de la pareja. La estabilidad permitió evidenciar con más precisión las jerarquías, los roles y las labores de todos los miembros del hogar, después de las aceleradas transformaciones que sufrió la estructura familiar a raíz de las condiciones políticas, la urbanización y las migraciones (Gutiérrez de Pineda, 2003).

La jefatura del hogar se distribuía entre el esposo y la esposa en ese orden. Siendo lo más importante para el hombre proveer para ella y sus hijos. Urbano disfrutaba de la vida del campo y encontró en La Palma el lugar perfecto para realizar su proyecto de vida: un espacio en el que predominaba la economía agrícola minifundista con alto porcentaje de familias propietarias (Gutiérrez de Pineda, 2000) que le permitía comprar pequeños pedazos de tierra fértil que poco a poco empezaban a producir. Sin embargo, como La Violencia obligó a Magola a asumir un rol activo en la economía familiar, cuando pudieron retornar al pueblo ella decidió continuar al mando de la tienda de Yacopí.

Esto implicó que la familia se dividiera, y mientras él vivía en La Palma, Magola vivía en Yacopí con sus hijos. Por un lado, Urbano trabajaba de lunes a viernes con sus jornaleros en las labores del campo ayudados de una mujer que se encargaba de la alimentación y la limpieza de la vivienda. Volvía cada fin de semana a Yacopí para verificar las cuentas de la tienda, visitar a sus hijos y ser atendido por su esposa. De vez en cuando salía a tomar cerveza -aunque sin perder la cordura según decía- y eventualmente asistía a misa. Su carácter era firme, no se permitía debilidad ni ofrecía muestras de afecto hacia sus hijos o esposa. De

2 Aunque en términos formales el gobierno de Rojas Pinilla se pueda catalogar como dictadura, hay

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igual manera, castigaba violentamente a los varones, con la intención de disciplinarlos y fortalecer su carácter

La labor de Magola como proveedora se hizo más evidente después de La Violencia, cuando por decisión propia continúo al mando de los negocios familiares, con la intención de brindarle una mejor calidad de vida a su familia. Disfrutaba mucho de lo que hacía, era charlatana, sonriente y carismática y todos la recordaban con buena vendedora. Este trabajo le brindó independencia y autonomía en las decisiones económicas y administrativas del hogar.

Magola delegaba a Rosita, su hija mayor, las labores domésticas y la crianza de los hijos que ya estaban lo suficientemente grandes y no necesitaban de los cuidados de su madre. La ayuda que le brindaba Rosita le permitía a Magola pasar todo el día a cargo de la tienda, aunque cada noche se encargaba de ayudar con la comida y el aseo; también disfrutaba de hacerle remedios caseros a los trabajadores de la finca o los compadres, cuando sufrían problemas articulares, males de estómago y demás males para los que ella pudiera tener algo que ofrecer.

Entre los hijos del matrimonio Vaca López había jerarquías: los habidos dentro y fuera del matrimonio, los mayores y menores, y los hombres y mujeres. Para hacernos una idea más clara, realizaremos un breve recorrido por cada uno de ellos analizando su trayectoria de vida y su rol en el hogar.

Los hijos mayores nacidos fuera del matrimonio fueron Rosita y Luis y aunque la descendencia que nació bajo el matrimonio tenía prelación sobre los nacidos por fuera (Gutiérrez de Pineda, 2000), ellos no reconocían estar en un rango diferente al del resto de sus hermanos, aunque sí una mayor responsabilidad de cuidar del resto por ser los mayores. Los dos hermanos mayores crecieron, se criaron y fueron a la escuela cuando su padre fue alcalde militar de Humbo. Luis y Rosita vivieron una infancia cómoda, aunque fueron los primeros en recibir las violentas reprimendas de Urbano, que después se repetirían solo con los hijos varones. Pronto, cuando sus hermanos empezaron a nacer, debieron ayudar con las labores del hogar. Luis colaboraba a su papá con la finca y con la tienda de su mamá, mientras Rosita apoyaba a su madre con la crianza de hermanos menores.

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Cuando La Violencia estalló, ellos tenían ocho y diez años respectivamente, y debieron aplazar sus estudios; al volver al pueblo, siete años después, ya era tarde para retornar al colegio así que Luis se dedicó a viajar por todo el país llevando mercancía con su tío y más tarde se ocupó de una panadería en Yacopí que sus padres le heredaron. Con estos ingresos, a los 32 años pudo casarse e independizarse con su mujer, una enfermera que conoció en un pueblo cercano.

Rosita no tuvo estudios ni independencia económica. Su labor se limitó a ayudar en el hogar de manera no remunerada y aunque para salir de allí debía casarse nunca se lo permitieron por temor a que nadie más pudiera asumir las responsabilidades en el hogar. Tuvo dos hijos, de hombres diferentes y cuando todos crecieron, se mantuvo cuidando fincas durante su adultez y su vejez.

Después vinieron los hijos dentro del matrimonio, quienes contaron con más oportunidades que los primeros. En el caso de las mujeres porque Rosita ya se había encargado de las labores domésticas de apoyo, y en el de los hombres, las mejores condiciones económicas les brindaron mayor independencia y no tuvieron que asumir tempranamente responsabilidades. Felix, nacido en 1942, fue el primer hijo del matrimonio de Urbano y Magola. Aunque se le incitaba a estudiar, decidió quedarse trabajando en la tienda de sus padres en Yacopí, y durante el periodo que Urbano estuvo en La Palma construyendo La Primavera, él era el que asumía castigos violentos hacia sus hermanos legitimado por Magola. Cuando tuvo edad suficiente, recibió la herencia de los negocios de Yacopí, se casó con una maestra de La Escuela Normal Superior del pueblo, vivió un tiempo allá, y poco después se mudó a Bogotá para continuar con sus negocios.

Después vino César, que nació enfermo y murió joven. En 1946 nació Cecilia y en 1948 Dilia, que al momento de cumplir seis años respectivamente internaron en el Colegio de Mamá Emma, por miedo a que sufrieran maltratos o abusos por parte de los hombres que trabajaban en la finca. A los doce años fueron enviadas a Bogotá a que se preparan como secretarias. Después, ellas por cuenta propia decidieron continuar con sus carreras profesionales como administradora y abogada trabajando durante el día y estudiando durante la noche.

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Cecilia, tras cumplir quince años y terminar su bachillerato técnico, comenzó a trabajar como secretaria en la Federación Nacional de Cafeteros; esto le permitió ayudar a sus padres a darle educación, comida, y vestido a sus hermanos menores quienes siempre la recordaron como una segunda madre.

Dilia desde que llegó a Bogotá no tuvo intenciones profesionales ni personales para volver al pueblo, se casó joven cuando trabajaba en un banco, y a pesar de que su ex marido la alentaba a abandonar sus estudios como abogada, ella terminó su carrera y le dedicó toda su vida a gestionar adopciones.

Magola solía decir que a Julio lo tuvieron en buenos tiempos y a Urbano lo engendraron cuando no tenían nada. El primero nació en 1951, hizo un bachillerato técnico agrícola y una carrera profesional en comercio exterior. Se escapó de casa siendo muy joven al rebelarse contra su padre, y durante este periodo, se dedicó a ser profesor del INEM en varias ciudades, finalmente terminó trabajando en la Gobernación de Cundinamarca, donde estuvo hasta recibir su pensión.

Urbano nació en septiembre de 1953 y era bueno para las labores del campo y para los deportes. Pese a que su hermana Cecilia buscaba la mejor educación para él, siempre terminaba por escaparse o siendo expulsado de diferentes colegios. Cuando por fin logró terminar el bachillerato decidió seguir la carrera militar como su padre, sin embargo, después de un par de años salió y se dedicó a la docencia en La Palma, se casó con otra profesora y tuvieron tres hijos. Vivieron allí hasta que fueron expulsados por la violencia paramilitar en el 2005, lo que los obligó a pedir traslado a la capital, donde se quedó hasta recibir su pensión, cuando tuvo la oportunidad volvió a su tierra y montó una finca.

Pedro, nació en 1955, nunca fue bueno para los deportes y tampoco para los trabajos del campo, sin embargo, esto se compensaba con su inteligencia, su memoria prodigiosa y su habilidad para los números. Estos talentos y su carácter dulce hicieron que siempre fuera visto como el niño bueno de la casa y por eso era el único que tenía acceso a las cuentas de la tienda de mamá Magola. Estudió medicina en la Universidad Nacional con apoyo de su hermana Cecilia y su hermano Luis, se vinculó con procesos políticos en los que nos detendremos en el capítulo siguiente y se dedicó a trabajar como médico en pozos petroleros hasta pensionarse. Una vez pensionado abrió su consultorio de medicina alternativa.

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Cuentan que cuando Urbano papá murió Magola solía decir con tranquilidad “mi viejito se me fue...” pero que, al hablar de Alberto, aún quince años después de su muerte, se le quebraba la voz. Alberto fue el último hijo varón de Magola y Urbano, nacido en 1958 y fallecido en 1986. Era arriesgado, autodidacta y rebelde, no hizo ninguna carrera profesional y se dedicó a los negocios, se casó joven y tuvo dos hijas, pero a los veintiocho años perdió la vida en un ajuste de cuentas.

La última hija de la familia Vaca López fue Elizabeth, nacida en 1961, era la niña consentida de todos, aunque en especial de Rosita, Cecilia, Magola y Urbano. También fue la única mujer Vaca que tuvo la posibilidad de estudiar en el colegio del pueblo y que fue exonerada de cualquier tipo de responsabilidad laboral o económica. L los otros hermanos menores debían ayudar en las labores de la finca o en la tienda soportando los castigos de Félix y Urbano.

De la trayectoria de las hermanas y hermanos Vaca bien puede decirse que

…poco a poco, la paternidad entendida como la cobertura de vivienda, comida y educación empezó a ser delegada a los hermanos mayores que ya trabajaban y recibían ingresos. La cooperación económica de cada miembro de la familia determinó su posición jerárquica en ella, de allí emanaba su poder, porque que cubría los apremios hogareños satisfaciendo sus necesidades vitales, recibiendo una gratificación que se derivó en dependencia, se tradujo en sumisión, respeto y obediencia, hacia la fuente de retribución material (Gutiérrez de Pineda, 2000, Pg. 87)

En la familia Vaca, tanto los hombres como las mujeres adquirieron un valor diferenciador dependiendo de su trabajo y la manera en la que se devolvía a la familia, generando redes de apoyo donde los mayores ayudaban a los padres para mantener a los menores. De la trayectoria de los hermanos y hermanas Vaca hay que destacar que las mujeres mayores, en particular Cecilia, adquirieron voz en las decisiones del hogar, no solo por el soporte económico sino por sus estudios y su vida profesional.

MAGOLA Y ROSITA, LAS CUIDADORAS DE LA PRIMAVERA

Magola dedicó su juventud a criar hijos putativos, su adultez a tener los propios y a administrar sus negocios y su vejez, a cuidar de sus nietos. Por su parte, Rosita le dedicó toda su vida a las labores domésticas y a la crianza de sus hermanos e hijos. En estas dos mujeres recayó la tarea de brindar protección, bienestar y mantenimiento a alguien o algo (Noddings, 2003). A través de sus quehaceres nos podemos acercar a las primeras prácticas de cuidado

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que recuerda Elizabeth, describirlas y entender en qué contextos se situaban para poder dar cuenta de en qué consistían y cómo se fueron transformando en el tiempo.

Entre los primeros recuerdos de Cecilia están los grandes ojos azules de Rosita que se asomaban por su cuna cuando, con tan solo seis años, debía mecer a su hermana para hacerla dormir. Elizabeth la recuerda como una mujer baja, de aproximadamente veintisiete años, caderona y de cabello claro que pasaba todo el día haciendo pilas de arepas para alimentar a toda la familia y que cada mañana se tomaba la molestia de amasar una arepita más pequeña para su hermana menor. Ana María, la sobrina, la evoca en su vejez, cuando, a paso lento recorría la finca para regar las plantas y darle de comer a las gallinas mientras les hablaba preguntándoles cómo habían pasado la noche, si querían más comida o si necesitaban más sol.

En Rosita recaía la labor de garantizar la atención cotidiana, física y emocional de las personas y del entorno que lo hace posible, es decir, de lo que habitualmente conocemos como trabajo doméstico y reproductivo (Arango, 2011) Esta labor de carácter físico, psíquico y emocional tanto en el ejercicio del cuidado como en la recepción del mismo, se daba de manera espontánea y no regulada ni remunerada, lo que hacía que se diera por sentado, dificultando ver estas tareas, oficios y profesiones como prácticas que requieren poner en acción saberes y competencias interpersonales (Arango, 2011) .

Entender que las prácticas de cuidado pasan por un ejercicio emocional y asociarlas en su sentido más evidente desde la maternidad, puede hacer que aparezcan como características naturales, dificultando su descripción al reducirlo a las pautas de crianza. También se puede caer en el error de pensar que las prácticas de cuidado se activan en momentos de necesidad y se desactivarán cuando dejan de ser “necesarias”. El cuidado como rasgo femenino referido exclusivamente a la maternidad no permitiría entender que a pesar que Magola delegó en Rosita los cuidados de sus hijos, no por eso dejó de ser una mujer cuidadora para convertirse en una mujer proveedora. Etiquetarla como proveedora porque no cuidaba directamente a sus hijos no permitiría entender sus prácticas de cuidado mediante remedios caseros, su capacidad de escucha cuando llegaban los obreros a contarle de sus dolores mientras ella les hacía una sopa, la paciencia y la suavidad con la que les hacía los masajes a sus hijos cuando

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sufrían de dolores articulares y el conocimiento que tenía de las plantas y la alimentación para cada dolencia.

De acuerdo con Noddings (2003) para cuidar es indispensable adoptar una actitud de cuidado que es aprendida y genera una disposición constante en la que se cultiva construyendo virtudes de cuidado en relación con los otros y que crece respecto a los otros. Las formas en las que se expresa el cuidado son diversas – dar de comer, ofrecer palabras de aliento, acariciar o hacer curaciones. Debido a las distintas formas de cuidado lo que desarrolla un(a) cuidador(a) no es aprender a realizar el procedimiento, pues no existe uno solo, sino aprender a generar una disposición de escucha para entender las necesidades del otro y poder saber qué hacer y cómo realizar el procedimiento. Es importante recalcar que las expresiones de cuidado tienen siempre un carácter práctico que se manifiesta en acciones concretas, cocinar, bañar, escuchar; no se trata de buenas intenciones o juicios de valor manifiestos en expresiones como “quisiera hacer”, “podrías hacer”, “debería hacerse así”

El trabajo de Rosita era indispensable para el funcionamiento del hogar, al igual que el de Magola, ya que a pesar de que dejó de dedicarse por completo al trabajo doméstico y de crianza, continúo teniendo disposiciones de cuidado, por ejemplo, ella disfrutaba de llevar a los jornaleros de la finca un plato de sopa, de aliviarles los dolores musculares y de oír los problemas de las comadres. Los aprendizajes construidos en relación con los demás, crecen y se potencian no solo de acuerdo con las necesidades sociales sino también de acuerdo con las intenciones de quien se ha hecho cuidador(a).

Lo que tenían en común Magola y Rosita era el entendimiento de que estas prácticas pasan por la disposición constante de sentir al otro, que se generan por una escucha atenta, para mejorar la carencia o la dolencia. En otras palabras, ser cuidador o cuidadora es un aprender, un aprender a ser y a hacer con respecto al que es cuidado. (Noddings 2003). “Sentir al otro” es problemático porque nos hemos construido bajo nociones binarias excluyentes de razón – emoción, llamando “intuición” a todo aquello que por tradición han aprendido las y los cuidadores. Pero al romper con el binarismo se puede decir que:

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Esta disposición al cuidado devela una estructura compleja de memorias, sentimientos y capacidades (…) que refleja una transferencia de sentimientos análoga a una transferencia de aprendizajes. Pasa lo mismo, cuando uno tiene un encuentro con otro y actúa bajo sus propios deseos: recuerda cuando fue cuidado y cuando cuidó y en esos momentos puede evocar recuerdos y actuar de esta manera (...) (Noddings, 2003, Pg. 8)

Las actitudes son contextuales, es decir, se sitúan en un momento histórico, con unas características culturales que responden a una necesidad determinada de la persona que es cuidada y del rol que ejerce la/el cuidador. No se trata, sin embargo, de plantear una absolutización de la determinación de la cultura sobre las prácticas de cuidado pues, “todos los humanos tenemos necesidades biológicas que transgreden las barreras culturales y que se consolidan desde los primeros años de vida, se remontan a nuestros recuerdos más primitivos y resultan ser universalmente accesibles, pero el contexto moral desde dónde se expresa sí puede cambiar” (Onotani, 2012)

Magola y Rosita debieron criar a sus hijos y los hijos de otros, presionadas por la demanda de que alguien desempeñará este rol y una idea de que nadie más, solo ellas dos podían cumplirlo. Ser mujer en un espacio que tiene la necesidad inminente de que alguien desempeñe la labor de cuidado y en el que la feminidad está fuertemente ligada a la maternidad plantea la necesidad de entender la relación histórica entre el ser mujer y el sujeto cuidador. En estos contextos se hace evidente que ese papel femenino se desprende de unas nociones biológicas de poder engendrar, amamantar y asegurar la supervivencia de la cría y de unas presiones morales a partir de las cuales se construyen las mujeres, su deber ser o su personalidad.

Tanto las disposiciones morales como el manejo de las disposiciones biológicas han sufrido transformaciones históricas a causa de luchas políticas, avances tecnológicos, reorganizaciones de los roles del hogar y de las economías familiares. Los cambios históricos sucedidos nos da un panorama para entender que no por ser mujer se es cuidadora y no por ser hombre no se sabe cuidar; entendiendo cómo se transforman las historias de las mujeres en el tiempo podemos deconstruir y entender cómo se ha descrito, desempeñado y diversificado la labor del cuidado.

Las disposiciones de cuidado no son características culturales inmutables ni condiciones genéticas que determinan al sujeto cuidador. Cuando analizamos esta ética del cuidado

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podemos considerar las profundas estructuras psicológicas responsables de que esto se produzca y que se traduce en las formas que tienen las mujeres en relacionarse y las diferencias típicas entre mujeres y hombres en sus búsquedas para construirse como sujetos éticos en las relaciones humanas (Noddings, 2003).

Magola y Rosita disfrutaban de hablar, expresar sus sentimientos, lloraban con tranquilidad, demostraban afecto, consentían y escuchaban atentamente. Mientras que Urbano era rígido, serio, distante, un jefe trabajador, no mostraba debilidad ni en los peores momentos y la forma de expresar el cariño hacia sus hijos era con el disciplinamiento violento. El desarrollo diferente de la identidad de género en hombres y mujeres determina una disposición distinta a entablar relaciones; las mujeres históricamente tienden a percibirse a sí mismas como vinculadas con las personas por cierto nexo de continuidad, por empatía, por semejanza o por el afecto. Esta disposición relacional se opone al modo distante, agresivo y más marcadamente egoísta en que se relacionan los varones (Álvarez, 2001)

Teniendo en cuenta que la acción dominante en la mayoría de las sociedades ha sido la moral patriarcal, esto ha tenido repercusiones en la manera en la que es vista la acción moral, históricamente construida de hombres y mujeres. Según Noddings (2003) la moral femenina es práctica, y está basada en la “fuerte de responsabilidad hacia los demás” manifiesta en actitudes de no violencia, solidaridad y cuidado de los otros que se restringe a los pequeños círculos sociales, por su carácter práctico. En contraposición a un modelo masculino, centrado en derechos que se consolidan a través de una hipotética justicia imparcial, distributiva y equitativa (…) basada en la agresividad, la competitividad y el egoísmo. En el caso del cuidado, la ética universal masculina es problemática pues resulta etérea y no necesariamente se materializa en acciones concretas. Álvarez (2001).

Las construcciones morales no solo se manifiestan en diferentes formas de enfrentar el mundo sino en diferentes oportunidades para hacerlo. Urbano y en general todos sus hijos varones tenían una posición privilegiada. Él por ser el jefe del hogar en una sociedad tradicional y patriarcal podía acceder a diferentes espacios, conocer nuevas personas y tener una mayor autonomía de elección. El cuidado al ser difícil de describir, por su naturaleza emocional, ha impedido que sea visibilizado como un trabajo remunerado en las sociedades contemporáneas; esto ha significado la imposibilidad de que las mujeres ganen en

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independencia. Las mujeres solo gozaron de autonomía cuando tuvieron independencia económica y pudieron acceder a espacios diferentes que no estuvieran vinculados con el espacio doméstico. A pesar de que a lo largo de nuestras vidas somos tanto cuidadores como cuidados, estas prácticas están ancladas en relaciones de poder, círculos sociales, deberes, valores y roles que se transforman y están en tensiones históricas y que en el caso femenino se configura de acuerdo con su papel en el hogar, el sexo, el grado de parentesco, el estado civil (Mayorbe & Velazquez, 2015) y los procesos económicos y procesos tecnológicos. Las prácticas de cuidado están estrechamente ligadas con lo emocional, no solo por la capacidad de la cuidadora/o sino por el afecto y apego emocional que desarrolla la persona que es cuidada. Esta condición podría llevar al error de pensar que las mujeres cuidadoras son sujetos virtuosos, bondadosos y en ese sentido consecuentes y coherentes. Esto nos recuerda que a pesar de que en la memoria de todos los que fueron cuidados por Rosita, la imagen de una mujer positiva, cariñosa, alegre y siempre dispuesta al servicio, oculta que ella reprodujo las violentas y sistemáticas represalias de su padre con sus hijos. Rosita no tuvo otra opción que ser cuidadora y Magola no la hubiera tenido de no ser por su hija. A pesar de que las dos hacían un buen trabajo y en el mejor de los casos lo disfrutaban, esta labor no reconocida y mal retribuida no necesariamente implicaba que por cuidar fuesen virtuosas, bondadosas, consecuentes y coherentes. Asimismo, el fuerte vínculo emocional de quienes cuentan la historia de las cuidadoras y la naturalización del cuidado no permite “evaluar” con cierta distancia cómo fue vivido por Magola y Rosita el trabajo que las dejó atadas buena parte de su vida a quienes ellas cuidaron.

Como veremos en los capítulos siguientes, la labor de cuidado poco a poco salió del ámbito doméstico a la par que el papel de la mujer se fue diversificando. Estas dos tendencias nos ayudarán a seguir construyendo el concepto de cuidado y ver cómo se fue transformado; por ahora se puede resumir en que “No podemos amar o querer a todo el mundo. Ni siquiera podemos cuidar a todo el mundo, y no necesitamos querer para cuidar” (Noddings, 2011)

CAPÍTULO 2 TIEMPO DE CAMBIOS

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Por cada uno de sus hijos Magola tenía un trébol de cuatro hojas, una historia y un dicho. Cuando hablaba del nacimiento de Elizabeth siempre decía “ese noviembre del sesenta y uno sería recordado en La Palma, porque parió la vaca cachi junta, se murió el señor Hernán Mahecha y la comadre Agripina”. Otras cosas también hacían que el nacimiento de su última hija fuera memorable, ella fue la única de los doce hermanos Vaca que no nació en casa, Magola dio a luz en el Hospital San José, remodelado para ofrecer un servicio de primer nivel justo un año antes, en 1960 (Anzola, 2012). También, la finca familiar crecía rápidamente, gracias a que se instauró el pacto de cuotas para regular el precio interno del café con recursos del Fondo Nacional de Cafeteros haciendo que las condiciones para cultivar secar, moler y comercializar fueran benéficas para los campesinos de la región. Dos colegios fueron inaugurados pocos años antes de nacer Elizabeth: el Calixto Gaitán que había cerrado sus puertas a causa de la guerra y Escuela Normal Superior de la Divina Providencia que había sido creada con la intención de educar a “las niñas y señoritas palmeras, dentro de los más estrictos cánones de formación cristiana y moral, para mitigar de alguna forma los estragos dejados por la violencia bipartidista” (Enlaspalma, 2017-2018)

El año de su nacimiento, se suicidó Hemingway, se fundó la ANAPO, miles de alemanes huían de Berlín oriental hacia Berlín occidental, y los Nadaístas pisoteaban hostias consagradas al frente del altar, se implementaba la Alianza para el Progreso, el hombre por primera vez conocía el espacio y en Colombia se peleaba por una reforma agraria que después sería sancionada. Aunque no todo cambió, la generación de Elizabeth y sus hermanos sufrió profundas transformaciones de distinta índole, que se estaban viviendo no solo a nivel nacional sino global. Tal como lo advirtió Hobsbawm (1999, Pg, 15)

Siguió un período de 25 o 30 años (1945-1970) de extraordinario crecimiento económico y transformación social, que probablemente transformó la sociedad humana más profundamente que cualquier otro período de duración similar. Retrospectivamente puede ser considerado como una especie de edad de oro, y de hecho así fue calificada apenas concluido, a comienzos de los años setenta.

¿Qué pasó con los hermanos Vaca López durante la edad de oro que llama Hobsbawn? Este apartado se centra en responder estas preguntas a través de narrar tres eventos de la infancia y la adolescencia de Elizabeth para compararla con la formación que recibieron sus hermanas

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mayores, con el objetivo de describir la época y los cambios que trajo y a través de sus trayectorias vitales evidenciar las transformaciones en el papel de la mujer y en la concepción del cuidado. Esto se desarrollará en dos momentos: en el primero haremos un breve recuento histórico explicado a través de dos acontecimientos que marcaron su adolescencia: ser internada en un colegio de monjas y vivir en la ciudad. En el segundo, centraremos nuestra atención en las repercusiones que tuvieron estos cambios para hacernos una idea de la manera en la que se terminó esta edad de oro, por lo menos en lo que respecta al caso colombiano. Al finalizar, indagaremos brevemente sobre cómo se manifiestan las prácticas, disposiciones y roles de cuidado durante este periodo para construir una idea de cómo se va transformando el cuidado en el tiempo.

De acuerdo con su fecha de nacimiento los hermanos Vaca se pueden dividir en tres generaciones. La primera es la de Rosita y Luis, nacidos en 1934 y 1936 respectivamente. El momento histórico y las labores que desempeñaron los hicieron más parecidos a sus padres y tíos que al resto de sus hermanos, y a pesar de que no entraron en el periodo de la edad de oro, lo que pasó con ellos durante este tiempo es fundamental para entender estos cambios generacionales.

Los que nacieron después los dividiremos en dos: los primeros que nacieron entre desde 1942 y 1950 y que vivieron en su infancia situaciones de pobreza, guerra y desplazamiento pero que en su juventud participaron de un mundo de acelerados avances tecnológicos y económicos. En los años cincuenta el crecimiento económico fue de alcance mundial; con independencia de los regímenes económicos, los avances tecnológicos llegaron a hogares de todo el mundo; la nevera, la radio, las pilas miniaturizadas, los alimentos liofilizados, y hasta los refrescos importados transformaron completamente la vida cotidiana de los países ricos e incluso, aunque en menor medida, la de los pobres. El crecimiento económico fue de tal magnitud que produjo una reestructuración y una reforma sustanciales del capitalismo, y un avance espectacular en la globalización e internacionalización de la economía Hobsbawm (1999).

En el caso colombiano se dio una pacificación parcial y efímera del campo con la llegada de Rojas Pinilla y posteriormente con el Frente Nacional. Se aceleró el proceso de urbanización del país, llegó la televisión, se otorgó el derecho al voto a la mujer, hubo un intento de reforma

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agraria, se empezaron a consolidar como universidades algunas instituciones públicas; se introdujo la planificación por parte del Estado. También desde los años cincuenta del siglo pasado se empezó a pensar la economía de la región con la creación de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) como un espacio para investigar y promover el desarrollo económico de América Latina.

Eduardo Anzola Escobar (2012) un escritor Palmero dice que, en la primera mitad del siglo XX3, en el periodo posterior a La Violencia, en La Palma hubo un progreso extraordinario en todos los aspectos, que tuvieron que ver con la prosperidad del municipio; se presentó un gran desarrollo en el campo, en la industria y en el comercio”. Durante este tiempo se hizo más visible la bonanza cafetera, se abrieron cines y teatros, y el pueblo se reconstruyó después de guerra.

Los años cincuenta significaron unas transformaciones mundiales que, sin embargo, acabaron pronto de una manera lenta e imperceptible. Sobre la evaluación de este periodo dice Hobsbawn

Durante los años cincuenta mucha gente, sobre todo en los cada vez más prósperos países «desarrollados», se dio cuenta de que los tiempos habían mejorado de forma notable, sobre todo si sus recuerdos se remontaban a los años anteriores a la segunda guerra mundial Pero no fue hasta que se hubo acabado el gran boom, durante los turbulentos años setenta, a la espera de los traumáticos ochenta, cuando los observadores—principalmente, para empezar, los economistas— empezaron a darse cuenta de que el mundo, y en particular el mundo capitalista desarrollado, había atravesado una etapa histórica realmente excepcional, acaso única. (Hobsbawm, 1999, Pg 260)

La tercera generación de hermanos Vaca la marcamos al comienzo de la edad de oro; los nacidos entre 1951 y 1961 a diferencia de la segunda generación tuvieron su infancia en un momento de bonanza en una zona rural y cafetera, y también crecieron en un mundo donde se multiplicaba la población y aumentó la esperanza de vida, a nivel mundial se prolongó una media de siete años o incluso diecisiete años si comparamos los datos de finales de los años treinta con los de finales de los sesenta (Hobsbawm, 1999), pero que su juventud estuvo marcada por las profundas crisis políticas y económicas de los sesentas y setentas y la consolidación cada vez más acelerada de Bogotá como la principal urbe del país (Gousset,

3 Que corresponde a la segunda mitad del siglo XX en la que se crean hospitales, colegios y mejores condiciones

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1998). Estas transformaciones también se hicieron visibles en el ámbito político colombiano en el que a partir de La Violencia de los años cincuenta y de las rápidas transformaciones de la sociedad colombiana desde los años sesenta, se empezó a debilitar la capacidad de los partidos tradicionales para expresar la vida nacional (Archila, 2008)

Antes de continuar, es preciso aclarar que hacer la diferencia entre estas tres generaciones es una manera arbitraria para acercarse a entender un fenómeno histórico. Y que esto no significa que los cambios, las tensiones, y los quiebres se vivan de manera homogénea o que se den de forma sistemática, ni tampoco que estos procesos tengan un comienzo y un final claramente delimitados. Por medio de la familia Vaca podemos hacer una pequeña exploración de la transformación de los roles, del ascenso social, de la transición de lo urbano a lo rural y de los cambios que sufrió la noción de cuidado en el país.

DEL CAMPO A LA CIUDAD

La historia parecía repetirse. Tal como sus hermanas mayores una década atrás, Elizabeth abandonaba su hogar en La Palma para irse a estudiar interna a un colegio de monjas cerca de la capital. Las condiciones en las que Elizabeth entró al Internado fueron parecidas: al igual que sus hermanas, sus padres no tenían los medios para pagar una educación de este tipo, por lo cual las tres hermanas Vaca debieron acceder a becas para poder emprender sus estudios. La motivación principal de Urbano para dejar ir a su hija menor era la misma que lo motivó con sus hermanas: la creencia de que por medio del estudio sus hijos encontrarían más posibilidades para salir adelante. Y la verdad es que esta decisión había dado sus frutos, Cecilia, por ejemplo, comenzó su carrera laboral a los quince años y aún sin terminar su bachillerato consiguió un trabajo como secretaria en la Federación de Cafeteros. Con el tiempo vino la estabilidad económica y motivada por “los valores que su padre cultivó en ella” decidió terminar su bachillerato y comenzar una carrera profesional en una de las mejores universidades privadas del país. Eso le permitió acceder a mejores posiciones en la misma empresa y con el dinero comenzó a apoyar la economía familiar.

Cecilia fue una de las primeras que pudo independizarse cómodamente en Bogotá, al comprar una casa para que viviera toda la familia, y la primera de los Vaca que salió del país cuando

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en 1976 viajó por primera vez a Europa después de “haber soñado con eso durante los días de internado mientras miraba los mapas en el colegio de doña Lola de Roa”

Cuando las hermanas Vaca recuerdan a Urbano, todas llegan a la conclusión de que él era un visionario para su tiempo, por hacer de la educación un factor de primer orden -mientras se pudiera- y aún por encima del valor del trabajo. Tiempo después Hobsbawm (1999) mostraría que esta fue una forma generalizada para pensarse el ascenso social durante el siglo XX:

De hecho, allí donde las familias podían escoger, corrían a meter a sus hijos en la enseñanza superior, porque era la mejor forma, con mucho, de conseguirles unos ingresos más elevados, pero, sobre todo, un nivel social más alto. De los estudiantes latinoamericanos entrevistados por investigadores estadounidenses a mediados de los años sesenta en varios países, entre un 79 y un 95 por 100 estaban convencidos de que el estudio los situaría en una clase social más alta antes de diez años. (Hobsbawm, 1999, Pg, 399)

A pesar de que en términos generales las motivaciones para optar por un internado para la menor de las Vaca eran las mismas, había, sin embargo, varias diferencias entre Elizabeth y sus hermanas. Una de ellas era la edad en la que entraron al internado, Cecilia y Dilia ingresaron de seis años mientras Elizabeth entró a los doce. En casa ya no estaba la prisa de que la menor saliera tan joven y esto tenía que ver con que había más personas que podían cuidar de ella, sumado a que las condiciones de vivienda eran mejores y porque el estudio ya no era algo exclusivo, los dos colegios del pueblo eran buenos y menos costosos. En esto se entrecruzaron las razones familiares con tendencias nacionales pues durante los años sesenta la educación vivió grandes transformaciones que se manifestaron en crecimiento de la cobertura, en los cambios de la organización docente que dieron paso a la creación de departamentos y al incremento del profesorado de tiempo completo (Tirado, 2015)

Para la época de Rosita era un lujo estudiar más allá de la básica primaria porque los lugares para hacerlo eran lejanos y costosos, y porque había otras necesidades en el hogar. En el caso de Cecilia y Dilia las labores que ellas podían desempeñar en el hogar, ya las había cumplido su hermana mayor, y aunque había pocos espacios, costosos y restringidos, poco a poco iban apareciendo más oportunidades accesibles como las becas que daba el Colegio Perpetuo Socorro, un pequeño colegio dirigido por Emma de Escobar, llamado comúnmente por las

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alumnas “el Colegio de Mamá Emma”, quién tras enviar a sus hijos a prepararse en el Pedagógico de Bogotá montó el colegio, la única institución particular en La Palma que tenía de primero de primaria a primero de bachillerato.

Elizabeth nació durante el Frente Nacional que reforzó el papel de la iglesia católica en la dirección y el manejo de la educación, la natalidad y la legislación matrimonial entre otras. Todo esto con el objetivo de que esta dejara de ser un brazo político del partido conservador y operará directamente e independientemente como parte del estado (Tirado, 2015). Esto incentivó la creación de hospitales y centros educativos en todo el país regidos por la Iglesia como La Normal Superior de la Divina Providencia, que fue el primer colegio para señoritas, grande y asequible que tuvo La Palma.

Otra diferencia entre las dos generaciones es que Elizabeth no estaba presionada para acabar sus estudios con el objetivo de comenzar a producir dinero como fue el caso de Cecilia, ni tampoco era necesaria para que ayudara con las labores del hogar como pasó con Rosita; Elizabeth contaba con el respaldo económico de sus padres y sus hermanos mayores. Algunos de los cuales ya habían comenzado su vida independiente, pero que aún velaban por el bienestar de la familia Vaca López.

Una última diferencia, cuando Elizabeth nació, Urbano y Magola dejaron de tener dos hogares separados y se fueron a vivir juntos a La Primavera, donde estaba toda la familia excepto las hijas mayores que trabajaban y estudiaban en la capital. El hogar era más estable y gozaba de más comodidades y Elizabeth, por ser la menor, y tras haber nacido después de cuatro varones, no sintió los peligros que tenían sus hermanas mayores de ser abusadas o violentadas por algún hombre y que había obligado a Urbano a tomar la decisión apresurada de internarlas en un colegio desde muy niñas.

La transformación que sufrió la concepción de la sexualidad en el mundo durante la edad de oro fue considerable, repensando los miedos, los deseos y las formas de comportarse con el otro. Los años sesenta fueron la década de quiebre. Hasta la década de 1950 era “considerado un acto de feminismo radical” no llevar el apellido del marido o pedir el divorcio, y donde aún en 1967 en el Reino Unido se perseguía a los homosexuales castigando con prisión la relación sexual entre personas del mismo sexo, así está fuera consentida. En la década del sesenta se mercantiliza la pastilla anticonceptiva; el aborto se vuelve un tema recurrente en

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