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La ética del Antiguo Testamento (10) [The ethics of the Old Testament (10)]

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La ética del Antiguo Testamento (10) [The ethics of the Old Testament (10)]

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Authors Breneman, Mervin

Publisher Kairos

Rights Creative Commons Copyright (CC 2.5)

Download date 03/02/2022 15:55:39

Link to Item http://hdl.handle.net/20.500.12424/202550

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Revista Iglesia y Misión N° 43 Nota 5

La ética del Antiguo Testamento (10):

la santidad del sexo

Mervin Breneman

Como vimos en el último artículo el séptimo mandamiento (“No cometerás adulterio” ) abarca toda el área del comportamiento sexual del ser humano. Vimos su aplicación

a distintos aspectos de la vida a través del Antiguo Testamento.

Ahora queremos seguir la reflexión sobre la santidad del sexo y el propósito de Dios en esta parte de nuestro ser.

El énfasis en la santidad del sexo realmente tiene el propósito de guardar la santidad de la familia. Ella es la base de la sociedad: no puede haber una sociedad sana a menos que una gran parte de las familias sea sana. La mayor causa del desbarajuste de las familias hoy día es el rechazo de las normas bíblicas que tienen que ver con la santidad del sexo. La ética bíblica, resumida en el Decálogo, fue dada como una guía al pueblo de Dios para lograr y mantener una sociedad sana. Dios sabe qué es mejor para los seres humanos en su vida individual y en comunidad. Los que hacen caso omiso de las normas que son parte de la revelación de Dios no pueden evitar las consecuencias. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá. 6.7).

La idea de que el pecado de Adán y Eva era el acto sexual es errónea. No hay ninguna base bíblica para tal concepto. Dios hizo al ser humano “varón y hembra” (Gn. 1.27). El deseo de ser como Dios, el deseo de tomar para sí mismo la prerrogativa de decidir qué es el bien y qué es el mal, causó la caída y la alienación de Dios. Todavía el error más grande de los seres humanos es pretender decidir el bien y mal por sí mismos y así hacer caso omiso de las normas éticas que Dios les dio.

La alienación de Dios corrompió la vida humana en todos sus aspectos. Puesto que la

sexualidad es uno de los aspectos más íntimos y más centrales del ser humano, los efectos de la caída produjeron una marcada corrupción en el área sexual. Es evidente que la sociedad contemporánea está muy corrompida en este aspecto. Por eso, el cristiano encuentra tantas tensiones en el campo de la ética sexual. Lo que muchos preguntan es: “¿Cómo podemos mantener una actitud sana hacia el sexo cuando vivimos en medio de una sociedad corrompida con tantas perversiones sexuales?”

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El sexo, como creación de Dios, es bueno

Dios nos hizo distintos. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1.27). “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Gn. 1.31). Génesis 1 es un tratado teológico: nos enseña que Dios nos hizo distintos, varón y hembra. El cuerpo, y así la sexualidad, es parte de nuestro ser. Dios quedó satisfecho con su creación. Nosotros también hemos de aceptarnos como personas corpo- rales y como personas racionales y espirituales.

¿Qué actitud debemos tener hacia nuestra sexualidad? ¿Cómo debemos sentir nuestra sexualidad? Smedes dice que este interrogante es parte de una pregunta mucho más amplia.

Para el creyente la cuestión sería cómo sentirla con respecto a la creación, pues si nuestra sexualidad pertenece a la creación, nuestros sentimientos para con ella deberían estar en consonancia con los sentimientos de Dios para con lo que creó.

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Dios hizo nuestro sexo con propósito y quiere que lo disfrutemos según este propósito. Esto se ve en varios pasajes del Antiguo Testamento y se confirma en el Nuevo Testamento.

Adán y Eva no eran meras criaturas sexuales, más bien eran personas sexuales que tenían responsabilidades delante de Dios, como cuidar el jardín, mantener comunión uno con otro y con Dios, y dominar los animales. El mandato cultural de Génesis 1 conlleva muchas

implicaciones para nosotros.

Está presente la obligación de proveer el alimento para otros, de vivir la vida ordenadamente dentro de la sociedad, de buscar la justicia y crear artísticamente, de desentrañar los secretos de la naturaleza y un millón más de oportunidades de hacer cosas tendientes a crear una cultura adecuada a las personas corporales que pertenecen a Dios.

La sexualidad de nuestro cuerpo debe integrarse a la tarea total de crear en conjunto una determinada cultura. La sexualidad se desarrolla dentro de los límites de nuestra recreación y trabajos propios de la creatividad humana; es por ello que tiene tanto libertades como límites.”

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Smedes ve la sexualidad como una parte de lo que significa ser creado a imagen de Dios.

No está pensando que Dios tenga un determinado sexo sino que “La sexualidad es el impulso humano hacia una íntima comunión personal”. Luego dice que la autoentrega y comunión per- sonal “es la imagen de Dios en esencia”. Aun antes de la creación, las tres personas de la

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trinidad gozaban de íntima comunión. El Dios tri-uno quiso compartir esta comunión con otros y, por lo tanto, creó a los seres humanos con el propósito específico de tener comunión con ellos.

También quiere que ellos se gocen de comunión entre sí. El máximo ejemplo de la comunión humana es la comunión íntima del varón y la mujer en el matrimonio.

El pequeño poema sobre la fidelidad matrimonial en Proverbios 5.15-21 habla del gozo que los esposos deben disfrutar en su relación íntima. “Alégrate con la mujer de tu juventud”, dice (v.

18). Aunque velado, el lenguaje del acto sexual es franco: usa la figura de un “manantial” (v. 18) o “fuente” (v. 16) o “pozo” (v. 15).

Este mismo tema del huerto y la fuente se encuentra en Cantar de los Cantares. “Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía; fuente cerrada, fuente sellada” (Cnt. 4.12). Cantares enseña la santidad del amor conyugal. De ninguna manera es una representación de la pasión ilícita.

La expectativa del amor matrimonial y el juego erótico es velada por la circunlocución, por la

metáfora y otros giros que preservan la privacidad y la belleza de algo que es muy delicado y personal; sin embargo, insiste en proveer «instrucción en justicia”.

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Este “instruir en justicia” que incluye instrucción en la santidad y el placer del sexo en el matri- monio se ve en varios temas de Cantares:

1) El tema de la presencia de los amantes. La sulamita anhela estar con su novio con quien está comprometida. Los amantes quieren estar juntos. Este deseo se intensifica cuando están separados.

2) El tema de la participación. Los amantes desean compartir sus profundos sentimientos.

Este “huerto” está “sellado” para su dueño (4.12).

3) Abunda el tema del placer. Se canta el placer del abrazo (2.6; 8.3) y del beso (4.11; 5.16).

Todo está colocado en un escenario de las flores y fragancias de la primavera y el perfume de los vestidos de la novia (4.11-14).

El sexo es el don de Dios reservado para la cama matrimonial. Dios lo declaró “bueno” desde el principio. Así Cantares hace para el matrimonio y el amor conyugal lo que el Verbo Divino hizo con su presencia en las bodas de Caná.

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Las distorsiones del sexo

La alienación de Dios tiene como consecuencia distorsiones de los dones que Dios nos ha dado.

Mantener el bien inherente de la creación separado de las distorsiones pecaminosas resultantes de la caída no es nada sencillo. Aguas y ríos contaminados, bosques destruidos y cánceres mortales son diversas facetas con que se pueden distinguir y etiquetar las distorsiones de la creación.

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El Antiguo Testamento advierte contra varias de estas distorsiones en el área del sexo.

Además del adulterio, las distorsiones del sexo condenadas en el Antiguo Testamento incluyen labestialidad (Lv. 18.23; 20.15-16), el travestismo (Dt. 22.5), el acto homosexual (Lv. 18.22;

20.13; Dt. 23.17) y la fornicación. Sobre la bestialidad, el travestismo y la fornicación hablamos en el artículo anterior. Es interesante la observación de Kaiser de que la fornicación era un fenómeno raro en el Antiguo Testamento, aunque hubo leyes que contemplaban ciertos casos (Dt. 22.23-29; Ex. 22.16-17). Si resultaba mucho más raro que el adulterio, era porque la gente se casaba muy joven. El Antiguo Testamento nunca dice a qué edad se casaban. J. Jeremias dice que en el tiempo de Jesús las doncellas normalmente se comprometían a los doce años y medio, y se casaban un año después.Los varones habrían tenido quizá unos pocos años más

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de edad al casarse. Podemos pensar que la edad de casamiento habría sido la misma en la época del Antiguo Testamento.

La homosexualidad: un tema candente hoy

En el último artículo notamos que el Antiguo Testamento prohíbe el acto homosexual como abominación (ver Lv. 18.22; 20.13; Gn. 19; Jue. 19.22ss.; cf. Ro. 1.26-27). Para los que tomamos la Biblia como palabra de Dios el asunto es claro. Como dice Smedes: “El Nuevo Testamento es tan intolerante con las prácticas homosexuales como el Antiguo Testamento. Junto con otras prácticas menos reprensibles, los actos homosexuales descalifican a una persona para el reino de Dios (1 Co. 6.9-10).” Sin embargo, en algunos círculos se nota una tendencia a cuestionar

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esta norma bíblica. Vale notar su argumento y ver cuál debe ser la respuesta.

Algunos tratan de mostrar que la homosexualidad es una característica innata en algunas personas. Un científico que es homosexual, LeVay, en un estudio hecho en el Salk Institute de La Jolla, California, encontró que una parte del cerebro, el hipotálamo (que regula el ritmo del corazón, el sueño, el hambre y el deseo sexual), era casi tres veces más grande en el cerebro de dieciséis hombres heterosexuales que en el de dicienueve hombres homosexuales. A primera vista parece conclusivo que allí hay una causa congénita. Pero no es tan simple. Para empezar,

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los científicos no están de acuerdo en cómo medir el tamaño de partes del cerebro. Además, el hipotálamo es tan sensible que vale la pregunta: ¿Es que su tamaño determina la

homosexualidad? ¿O la homosexualidad determina su tamaño?

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Por cierto los datos son inconclusos. Pero el asunto ha dado mucho combustible para los

medios de comunicación que promueven ese estilo de vida. El argumento sigue de esta manera:

“Los homosexuales nacen así y, por lo tanto, la homosexualidad es una condición normal. Lo que es normal no puede ser inmoral. Entonces, las prohibiciones contra la homosexualidad no tienen sentido.” Así quieren reducir el ser homosexual a algo semejante a ser zurdo. Otros

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estudios concluyen que el ambiente en que fue criada la persona es más determinante.

¿Cuál debe ser la respuesta del creyente? Debe mostrar interés y compasión. Estar abiertos a los estudios y tratar de entenderlos no implica aceptar todas las interpretaciones ingenuamente.

Hemos de mantener una perspectiva bíblica del pecado. Por supuesto, la Biblia enseña que toda la humanidad está alienada de Dios; todos “están destituidos de la gloria de Dios”. La caída trajo consecuencias a toda área de nuestra vida, incluyendo las estructuras genéticas y biológicas. El hecho de que todos nacemos pecadores no nos quita la responsabilidad de nuestros actos pecaminosos. “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51.5).

Aunque pueda haber imperfectos físicos que predisponen a uno a ciertas fallas no es necesario caer en ellas. “Si algunas personas conllevan una predisposición congénita hacia el alcoholismo ... ¿Hemos de considerar que esta 'enfermedad' es normal y dejar de tratarla? ¿Hemos de eliminar las prohibiciones bíblicas contra la borrachera?” Lo mismo es aplicable a la cuestión

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de la homosexualidad. Aunque haya una disposición congénita que cause la homosexualidad (y tal cosa no está comprobada), esa disposición no justifica un acto que la Biblia condena.

Recordemos que las normas deDios no están sujetas a los últimos “descubrimientos” de los seres humanos.

Por supuesto, no podemos imponer nuestra ética sobre los que no quieren seguir a Dios.

Quizá aquí se aplica lo que dice Pablo en 1 Corintios 5.12: “Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera?” Pero algunos de los que están fuera de la iglesia quieren imponer su perspectiva sobre los cristianos. “La perspectiva cristiana de la sexualidad es cada vez más despreciada y rechazada, como arcaica, irrelevante y aun peligrosa.”

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Debemos mantener una compasión por los que sufren bajo esta forma de pecado y a la vez mantener la convicción de la santidad del sexo basada en la palabra de Dios. La gracia de Dios es suficiente para vencer toda tendencia pecaminosa, incluyendo la homosexual.

Salvación y sexualidad

Todos los cristianos podemos testificar del poder de Cristo para vencer las tendencias corrompidas. Aquí caben miles de testimonios de personas liberadas de las aberraciones sexuales que destruían su vida. Cristo libera nuestra sexualidad y nos da un poder para amar de veras.

En Cristo, la vida del cuerpo está afirmada, pues el cuerpo es bueno y hemos de cuidarlo porque es templo del Espíritu Santo. También, la vida del cuerpo está integrada, pues Dios nos hizo seres integrales y quiere que funcionemos así para su gloria.

En la salvación de Cristo tenemos libertad: libertad de la compulsión, ya que no tenemos que estar presos de las aberraciones, pues hemos muerto al pecado y hemos resucitado a una nueva vida en Cristo; tenemos libertad de la culpa; libertad de la tiranía moral de legalismos (reglas inventadas por los hombres); libertad de la ilusión de que las técnicas sexuales son el camino hacia el goce personal. Precisamente en esta ilusión, el sexo viene a ser el ídolo de

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muchas personas.

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El amor verdadero de Dios

La palabra “amor” se usa tanto en el sentido de eros, y casi limitado al placer sexual, que el mundo ha perdido el auténtico sentido del verdadero amor. El Antiguo Testamento habla mucho del amor tanto entre Dios e Israel como entre los seres humanos. Pero el lenguaje hebreo no tuvo las distinciones de diferentes tipos de amor como marcó la lengua griega más tarde. El Nuevo Testamento habla del amor o amistad entre hermanos (del verbo fileo) y mucho más del amor que Dios da (del verbo agapao).

El lenguaje griego se presta para el análisis. Pueden distinguirse diferentes cualidades del amor. El “afecto” (del verbo stergo) es el amor que los padres sienten hacia los hijos o viceversa.

El amor romántico de los novios (eros, del verbo erao) desea al otro para sí mismo. Estos dos vocablos no se usan en el Nuevo Testamento (excepto stergos en forma compuesta). El amor de amistad (de fileo) es el amor que une personas con intereses comunes. El término que más se usa en el Nuevo Testamento es agape (de agapao), que es el amor que da, que se sacrifica por el otro. Es el amor con que Dios ama al mundo. La Biblia dice que este agape ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Ahora, los creyentes en Cristo pueden vivir la santidad del amor y del sexo. En el matrimonio donde reina el amor agape de Dios se da la posibilidad de cumplir el propósito por el cual Dios los creó varón y hembra.

El amor agape no niega las otras cualidades del amor --el afecto, la amistad y el eros--, ni las suplanta. Son cualidades que Dios creó: son dones suyos. Más bien el amor agape los profundiza, los orienta, los santifica y los transforma, de manera que la pareja disfrute de la vida entera que Dios ha dado. Nótese que la salvación en Cristo hace posible el cumplimiento de los propósitos de Dios en la creación, que incluyen la sexualidad. Pero este logro tampoco es automático. Los cristianos seguimos arrastrando muchos aspectos de la vida corrompida. Estamos en diferentes etapas de madurez. No obstante, Dios quiere que cada familia vaya creciendo en esta

realización.

Mervin Breneman

Notas

1 Lewis Smedes, Sexología para cristianos, Caribe, Miami, 1982, p. 27.

2Ibíd., p. 32.

3Ibíd., pp. 34-35.

4 Walter Kaiser, Toward Old Testament Ethics, Zondervan, Grand Rapids, 1983, p. 194.

5Ibíd., p. 195.

6 Smedes, op.cit., p. 28.

7 Joachim Jeremias, Jerusalem in the Time of Jesus, Fortress Press, Filadelfia, 1969, pp. 365, 368.

8 Smedes, op.cit., p. 72.

9 Joe Dallas, “Born Gay?”, Christianity Today, vol. 36, no. 7, 22 de junio de 1992, p. 21.

10Ibíd., p. 20.

11Ibíd., p. 23.

12Idem.

13 Ver el interesante estudio de Smedes sobre estos temas.

14 Smedes dice que los ídolos funcionan en dos sentidos: para conseguir algo, como sanidad, o para infundir temor y así engendrar tabúes. “Los ídolos funcionan en ambos sentidos; nos hacemos un ídolo de algo, ya sea esperando algo demasiado bueno de él o temiendo que nos cause daño. Hacerse un ídolo del sexo tiene idénticas consecuencias. Nos hacemos un ídolo de él aislando, en primer lugar, una parte de la sexualidad, que es la genital. Como consecuencia, esperamos todo de ella; ya sea todo lo que creemos necesitar para ser felices o tememos que pueda causarnos daño, y en

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ambos sentidos el sexo se ha convertido en un ídolo” (pp. 55-56).

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