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Academic year: 2020

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Ciudades Utópicas es el resultado de un encargo con motivo de la celebración en Madrid del “Foro

Social de las Artes”, en la primavera de 2002. Se trataba de pararse a pensar en el mundo que quere-mos: continuamente hablamos de la muerte que nos rodea, de la explotación, de la contaminación, de la guerra, de la pasividad programada y obligatoria..., pero nos quedamos en blanco cuando alguien nos pregunta por el modo de vivir que proponemos.

Sabemos pronunciar palabras hermosas, y construimos frases vagamente reconfortantes. Hablamos entonces de paz, de libertad, de igualdad, de ecología..., pero realmente no engañamos a nadie: detrás de esas palabras hay algo, pero difícilmente podríamos decir qué, difícilmente podríamos explicar

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Elementos de producción crítica

elementos de producción crítica

montaje fotográfico

Ciudades utópicas

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como sería un mundo que las declinase. El encargo consistía en construir las imágenes de ese mundo posible (de esa utopía, porque las utopías sólo lo son realmente si lo que dibujan es posible) sobre un objeto más o menos delimitado (la ciudad).

Se trataba de pensar cómo podría ser una ciudad de la vida y para la vida, una comunidad de convi-vencia y de socialidad libre, y de poner los resultados en imágenes (en pocas, porque el espacio de exposición es el que es). Desde el principio, resultaba claro que el recurso técnico que habría que

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zar sería el del montaje, ya fuera un montaje para cada imagen construida, ya fuera uno solo construi-do a partir de las imágenes que se hubieran seleccionaconstrui-do. A medida que fueron aparecienconstrui-do las ideas nos pareció que quizá habría que hacer, en cierto modo, ambas cosas: montar las imágenes una a una (con un sentido completo, por así decir) y al mismo tiempo intentar que todas juntas tuvieran también un sentido unitario. Quisimos también que el montaje fuera visible, no “borrarlo”, que se notara: no queríamos producir la ilusión de la naturalidad sino insistir en la necesidad de una construcción activa que modifique la naturalidad de lo existente.

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Más compleja fue la cuestión del contenido que queríamos poner en imágenes. Una primera restricción nos impusimos: no quedamos en imágenes de “cosas” realmente existentes (parques, sonrisas, amistad, abrazos), porque se trataba de mostrar lo que pudiendo existir no existe: si lo que queremos ya existe ¿por qué querríamos cambiar el mundo? A partir de entonces empezaron los verdaderos problemas. Se trataba de sintetizar en apenas una docena de imágenes las características más básicas pero también

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más definitorias de la vida ciudadana que propondríamos como alternativa a las ciudades de la media-ción capitalista, identificando para ello cuales son los elementos que determinan su monstruosidad y transformándolos de manera que permitieran identificar ciertas claves para un mundo nuevo.

Posiblemente el resultado no deje a todos satisfechos. Lo que corresponde hacer en estas líneas es indicar cuales son las posiciones de las que hemos partido, y porqué hemos construido las imágenes

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como lo hemos hecho: diremos que, en nuestra opinión, básicamente, la monstruosidad de las ciuda-des del capital consiste en que articulan la vida y la convivencia en tomo a las exigencias del orden, de la obediencia y del beneficio, y que por ello provocan una ruptura total con la naturaleza (que sólo per-manece domesticada en la forma-jardín), un uso de lo publico mediado por la trascendencia (y por eso los símbolos urbanos son siempre los del poder, material o ideológico) y un paisaje que reproduce con-tinuamente la forma del escaparate, en el que todo esta en venta y en el que sólo es posible comprar o recluirse al espacio de lo privado. Una ciudad utópica, entonces, más allá de la “limpieza ecológica”, tendría que desmontar la ruptura con las fuerzas naturales, tendría que estructurar los espacios y los

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edificios para su uso comunitario, común y comunista, tendría que convertirse en el lugar en el que subjetividades libres (construidas desde la búsqueda del goce y no ya desde la mediación que convierte a los ciudadanos en consumidores) puedan disponer de su tiempo (y disponer el tiempo) al margen de cualquier imposición de horarios, de paisajes y de identidades.

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Simplificando al máximo, diríamos que una ciudad utópica se caracterizaría fundamentalmente (no por los colorines, por los adornos, las lucecitas o las guirnaldas) porque en ella se harían otros usos de las cosas y porque en ella podría desplegarse otra forma de vida, la de la cooperación, la de la creativi-dad, la de la excedencia del ser que continuamente se abre a nuevas posibilidades y que cortocircuita cualquier intento de imponer su cierre. En las imágenes construidas hemos intentado introducir estas exigencias, incorporándolas a diversos aspectos de la vida social y ciudadana de manera que se genere en ellos una modificación significativa. En cada caso hemos querido mostrar un uso nuevo o una nueva forma de construir la vida social que, al tiempo, exigiera del espectador un ejercicio de búsqueda de la novedad y de sus motivos: un ejercicio de pensamiento, de crítica y, por eso, de invención alternativa.

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¿Qué cambios habría que introducir en el mundo para traer a la existencia lo que la utopía diseña? Esa es la cuestión que queremos dejar abierta.

Plantear las cosas como lo hemos hecho quizá pueda parecer demasiado simple. Sin embargo, no cree-mos que en las imágenes o en la visión de conjunto que proyectan haya simplificación ni banalidad. Si no consiguen su propósito, si no generan los efectos buscados, ello será índice de un trabajo fallido y exigirá un replanteamiento de lo realizado (un replanteamiento colectivo, como colectivo ha sido el modo en que se han gestado). A ello estamos abiertos y es nuestro compromiso: no sólo sobre las imá-genes.

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