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Pablo Pérez. El mendigo chupapijas MANSALVA. , L ;i-, Dirección: Francisco Garamona Asistencia Editorial; Wáshington Cucurto Arte: Javier Barilara

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Pérez, Pablo

El mendigo chupapijas

Primera Edición

Mansalva. Colección Poesía y Ficción Latinoamericana

Buenos Aires, 2005 ISBN 987-22648-1-3

1. Narrativa Argentina. 1. Título CDDA863

© Pablo Pérez, 2005

© Mansalva, 2005

Honduras 5270 - (C1414BMV) Buenos Aires. Argentina Dirección: Francisco Garamona

Asistencia Editorial; Wáshington Cucurto Arte: Javier Barilara

Ninguntl parte de est:.l publicnción. induido el discfio de la cubierta, puede ser reproducida. almacen::tda o tr3.l1smitida en manera algunn ni por ningún medio, ya seu eléctrico. químico, mecánico, óptico. informático, de grabación o de fotocopia,

sin permiso previo del director.

[email protected] , L ;i-,

g:

Pablo Pérez

El mendigo chupapijas

MANSALVA

(2)

-_,;;z:..;_",.~.

Dedico eSke libro a mis amigos del Club Fierro Lea~her,

del Buenos Aires Lea~her Club y del Club Lea~her de México.

Agradezco a Nicolds Gelormini, Raúl Escari y Daniel Link, por la ayuda que me brindaron

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El mendigo chupapijas

Muchas de las veces que voy al cine Box, encuentro allí a un hombre que, oculto en la oscuridad, le chupa la

pija a cualquiera que se pare frente a él. Siempre agachado

con la cabeza a la altura de cualquier bulto, siempre dispuesto a chupar t:odas las pijas que se le aparezcan. Su garganta no t:iene fondo. Cada vez que me la chupa a mí, siento calor y humedad, sus labios en la base de mi pija, la lengua que se relame en el agujero infinito de su boca. Se la

t:raga toda obedientemente, con una voracidad i.nigualable, sin morder y con mucha pasión. Parece disfrutar como un

perro comiéndose el mejor cuarto kilo de carne de su vida O

protegiendo con celo un hueso ent:re sus peligrosos colmillos. Insult:a a gritos al que lo moleste y es capaz de morder al que se atreva a interrumpir su chupada ritual. Sí se lo puede int:errumpir para ofrecerle otra pija, de mayor o menor tamaño, eso a él no le import:a. Las pijas más

pequeñas disfrut:arán del at:erciopelado calor de esa recámara tibia y las más grandes t:endrán, en esa boca tan espaciosa, todas las vent:ajas para gozar.

Anda siempre con el mismo sobretodo negro, sin afeitarse, tiene el pelo grasiento aunque con un prolijo corte taza. Una vez pude percibir su suciedad al tacto cuando quise acariciarle la cabeza mient:ras me la chupaba.

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¡

I

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El sábado pasado lo vi en e! portal de la Iglesia de la

Piedad, sentado en la escalera, mendigando. Y sentí la resonancia de una vida anterior. Estaba tan conmocionado

al descubrir que ese hombre que tantas veces me había

chupado la pija en e! cine era un mendigo, que decidí caminar hasta la casa de José, e! astrólogo, no muy lejos de ahí, para contarle lo que me había pasado y preguntarle si en mi carta natal podía ver algo relacionado con la presencia de este mendigo en mi vida.

la

José,

el

astrólogo

Mientras le contaba las chupadas de pija de! mendigo en e! cine, veía que José se excitaba. Cuando terminé, desde e! sillón donde estaba sentado, me hizo una seña para que fuera a arrodillarme a sus pies. Me obligó a lamerle e! bulto que se le marcaba perfecto a través de! pantalón de cuero y se agrandaba bajo cada lamida. Al rato me ordenó que me desvistiera y lo esperara de rodillas con la frente apoyada en e! suelo mientras él iba a prepararse. En cuatro patas,

muerto de calentura, a través de! piso de pinotea del living podía sentir las vibraciones de los cajones abriéndose y cerrándose y, a los pocos minutos, las pisadas de las botas que anunciaban cada paso de José acercándose a mí, hasta que me sorprendió e! frío metálico de la cadena que me

echó al cuello y cerró con un candado. Si él no me lo

indicaba, no tenía permiso para levantar la vista. Solamente podía mirar sus botas mientras les pasaba la lengua feliz como un perro que se rencuentra con su dueño después de varios días sin haberlo visto. Una v= que estuvieron bien lamidas, brillosas de saliva, pude contemplarlo vestido con e! uniforme leather y, con los guantes de cuero, me acarició la cabeza en señal de aprobación a mi actitud sumisa.

-¿Así que e! mendigo chupapijas? Vamos a ver acá

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quién es el único chupapijas. Te voy a dejar el culo rojo hasta que no puedas más del dolor.

Me aprisionó la cabeza entre sus piernas y empezó a darme con manos de villano, con esos guantes curtidos, tan maltratados corno mi culo rojo por el spanking que me ardía. Me comí los gritos y soporté la paliza corno un buen esclavo. Luego me levantó de la correa para que me pusiera de pie.

-Basta, por favor, Señor- dije, pero no hizo caso de mis súplicas.

-Yo decido cuándo es basta- contestó.

Me llevó de la cadena hasta un rincón contra la pared. Me dio varios golpes de puño en el estómago hasta que caí de rodillas al piso.

-¡Basta, por favor, Señor! ¡Ya no puedo más! ¡Piedad! Solamente al oírme pronunciar la palabra "piedad" me soltó. Tuve permiso para servirme un whisky y tornarlo sentado en el sillón. José vino junto a mí, me abrazó, pude olfatear, lamer y disfrutar de todo su cuero. Al fin se me estaba dando lo que tanto había deseado, poder estar a solas con él. Ya me había enterado de que estaba saliendo con Ferdi -cada vez que lo menciona se le nota en la mirada que

está enamorado de él y yo me ,muero de celos. Sabía que

probablemente ése iba a ser nuestro último encuentro sexual y que tendría que conformarme con nuestra amistad. Pero no quería hablar de eso. También tenía pensado contarle que había tenido, la tarde anterior, una entrevista para entrar corno acompañante en la agencia Etiquet's Men, pero preferí no comentarle nada y en silencio disfrutar de ese momento en su abrazo.

Estábamos descansando. José encendió un cigarro y 12

empezó a juguetear con él. Acercaba la brasa a mis tetillas y yo lo dejaba hacer con confianza, sabía que disfrutaba

teniéndome así entregado. Bajó el cigarro hasta la ingle y

empezó a quemarme los pendejos que se chamuscaban crepitando y provocándome puntos de ardor. Después me llevó de la cadena en cuatro patas hasta a la mesa, me hizo subir ahí y me inmovilizó con las esposas. Quedé frente a un espejo y me dejó solo un rato. Yo estaba al palo, y los

segundos se dilataban corno mi culo que deseaba la enorme pija de José. Los pasos severos, el sonido grave de las botas contra el piso de madera, sonaban corno las pisadas de un gigante. Cada paso se prolongaba'en el tiempo y mi deseo crecía. Vi entre sus dedos un par de pinzas para las tetillas que me colocó enseguida. Acercó la brasa del cigarro a la pinza que apretaba mi tetilla izquierda y a través del metal plateado me llegó el calor de ese fuego hasta el corazón que se me aceleraba. Después de pasarle un poco de saliva a la tetilla acercó decididamente el 'cigarro. No pude contener los fuertes gritos. José retiró el cigarro y escupió sobre la quemadura para aliviarme, me sacó las pinzas y me liberó de las esposas. Me lubricó el culo y sentí el bastón de policía con el que me premiaba al final de cada sesión, cuando nos encontrábamos con el Comisario. Podía ver todo reflejado en el espejo, el uniforme, la gorra de cuero y los anteojos negros que ocultaban su mirada. También podía ver cómo el bastón entraba y salía de mi culo más de veinte centímetros y cómo él se masturbaba con los guantes negros puestos. Veía su pija enorme tan dura corno el palo que me estaba metiendo. Me ordenó que se la chupara, me obligó a tragármela hasta el

fondo. Yo me ahogaba y tosía, se me llenaban los ojos de

lágrimas, me sentía horrible. "¡Ya vas a aprender a chuparla bien, puto, mendigo chupapijas!" Entonces me sacó la pija de

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la boca, el bastón del culo y me cogió desenfrenado, poseído, fuera de sí. Sentí un destello. José empezó a gritar corno un salvaje, estaba acabando, y a mí me saltó la leche hasta por

detrás de la cabeza.

La primavera

San Telmo debe estar lleno de gente. Decido salir cuando me doy cuenta de que estoy dando vueltas alrededor de la mesa; solo en mi cuarto, corno un león enjaulado, sin poder hacer nada. De tanto en tanto me asomo a la ventana para ver el narciso que floreció ayer. Es de un amarillo pálido, más que primaveral parece invernal, la úni= flor de mi

ventana entre las vulgares plantas que quedaron de cuando en casa vivía mi abuela. Lazos de amor, un malvón pensamiento y una planta espinosa que en cualquier momento hace

reventar la macet:a, pero que nunca intentaría transplantar porque es imposible manipularla; a través de la barrera de púas que convierte a la planta en un ser inabordable, el laberinto de hojas verde oliva se ve ennegrecido por el smog. El narciso est:á solo en medio de esta jungla doméstica, se eleva delicadamente mirando hacia abajo, tímido del mundo. Estoy caliente. Es 21 de septiembre y pronto comienza mi trabajo en la agencia de acompañantes. Mi imaginación arde. Ayer cuando salí de lo de José pasé por la galería Bond Street,

me hice tatuar un corazón atravesado por una espada en el pecho, del lado izquierdo. Tardé horas en decidir cuál era el tatuador que más me gustaba, después de haber recorrido todos los locales, espiando a través de las, diferentes vidrieras. Finalmente elegí a un brasileño, múlat6, robusto, musculoso,

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con los brazos totalmente tatuados, hermosas manos, grandes y velludas. El ardor de! tatuaje también me excita. Me lavo e!

culo en e! bidet. Estoy ultraerotizado, me pongo la ropa que compré en la feria americana a la salida de! local de tatuajes, un pantalón usado de cuero negro y una remera ballenera verde militar. Salgo a la calle a buscar a alguien, a cualquiera, necesito descargar toda esta leche mental e hirviente.

Sin haberme dado cuenta del trayecto, como por

inercia, llegué a la plaza Dorrego. Ahora doy vueltas entre la

gente que se aglomera viendo a los artistas callejeros. Entre las opciones hay bailarines de tango, estatuas vivientes,

artesanos, un violinista, un imitador de Michae! Jackson. En los puestos de antigüedades de la plaza son pocos los que se

compran algo, yo no busco nada de 10< que ahí venden,

solamente busco desesperadamente a alguien con quien poder sacarme esta calentura.

Caminando entre los puestos de los pintores de la feria descubro a Tino. Él no se da cuenta de que soy yo y me mira, cuando me tiene de frente, el bulto, y cuando

paso de largo, e! culo. Decido ~olver a hablarle y le digo

"¡Tino!" El se ve desconcertado, me mira de pies a cabeza. Le recuerdo que me había entrevistado para trabajar en Etiquet's Men, su agencia de acompañantes.

-Ah, sí, Pablo, sos vos. ¿Qué hacés por acá?

-Paseando. ¿Y vos? -le pregunto y él sigue mirándome atónito- ¿Vos pintás esto? -agrego tratando de disimular que esos cuadros con esquinas porteñas y bailarines de tango para turistas me parecen horribles.

-Sí.

-Mirávos ...

-Disculpá que todavía no te haya llamado, pero hasta

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ayer tuve trabajando al plomero en e! departamento. Mañana me comunico con vos y te aviso cuándo empezás.

-¿A qué hora me vas a llamar? -¿A las cinco te parece bien?

-¿Y por qué no quedamos ahora directamente? -le pregunto ansioso.

-No traje la agenda -responde.

-Ok, como vos digas ... Bueno, chau. Te dejo seguir trabajando.

-Chau, Pablo. Mañana te llamo seguro.

¡Qué gracioso! Tino, pintor de cuadros para turistas. ¿Tendrá idea de lo que es ab",ir una agencia de

acompañantes? En la primera entrevista me dijo que no pensaba arreglar con la policía. Parece más bien un busca, dudo que e! negocio con él prospere.

Caminaba distraído y no me di cuenta de que tres tipos sentados en la terraza de un bar me miraron cuando pasaba. Volví sobre mis pasos y me senté en una mesa frente a ellos. Hablan en francés, pero no puedo entender qué dicen. Me gusta uno, cuarentón, grandote y musculoso, torso desnudo, pie! oscura, piercing en la tetilla izquierda. Mientras lo miro se me pone dura la pija, pero él me ignora, entonces trato de inventariar todo lo que me rodea para no mirarlo más, cuento las sillas de la terraza, los puestos de la feria, e! total de vasos sobre las mesas. Al rato me aburro, me levanto sin haber tornado nada y voy al kiosco a comprarme una lata de cerveza que tomo sentado en una esquina a la sombra

-Parece una tarde de verano-, apoyado contra la vidriera de una casa de antigüedades, puedo ver cómo un

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negro baila tap Y transpira al ritmo de los acordes opacos de un fonógrafo. Veo nuevamente al galo pasar con sus dos perros falderos, uno a cada lado. Mide más de uno noventa y tiene un culo monumental.

Otra vez tengo una erección. ¡Oh, primavera! Comienza a revivir en mi el salvaje, el hombre antiguo repartido entre los vicios de este siglo en busca de una fiesta dionisiaca. La semana pasada clausuraron ocho cines porno y están por cerrarlos todos. La moral nos asedia cada vez

más. Estoy desesperado por coger, se me debe notar en la

cara, por eso nadie me mira. ¡Dios mio, por favor, ayudame! Soy un chico bueno y merezco lo mejor.

Para el héroe galo no existo, pero mi optimismo crece cuando veo pasar a un chico alto que, a pesar de que usa anteojos negros, me doy cuenta de que me está mirando. Se

mete en una galería después de hacerme un disimulado gesto para que lo siga. Tiene puestos un jean y botas negras de media caña; nO puedo apartar la vista de su culo firme como una manzana. Se para frem:e a un negocio y me mira

nuevamente, es evidente que me está yirando, por eso me animo a acercarme sin lllás rodeos.

-Hola, ¿cómo andás?

-Bien, dando una vuelta. ¿Y vos?

-Paseando. Vivo acá nomás, a diez cuadras. ¿Cómo te llamás?

-Hernán. -Yo, Pablo.

En realidad vivo a veinte cuadras y él no sabe que

mientras conversamos ya estarnOS caminando en dirección a

mi casa.

-Si querés podemos sentarnos un rato a conversar en

el parque -le propongo para atenuar el lance, pero él es más rápido que yo y me pregunta si tengo lugar.

-Vamos a mi casa -le digo y sin vacilaciones acepta. Ya está atardeciendo y se saca los anteojos oscuros. Usa lentes de contacto celestes. Es más puto de lo que

parecía. Antes de entrar a mi casa, nos detenemos a comprar preservativos en el kiosco de alIado. El portero del edificio inspecciona a Hernán y hasta parece que lo mirara con deseo. Ya está acostumbrado a verme llegar con

desconocidos. Es el dueño del kiosco y ya le compré a su

mujer, que lo atiende, varias cajitas de Tulipán.

En mi cuarto, sin que le diga nada, Hernán empieza a desnudarse. Se baja los pantalones y deja ver un slip

floreado verde, rosa y amarillo. A través de las flores se le transparentan el culo perfecto y la pija. Se arrodilla a mis pies. Me lame los borceguíes y luego olfatea y recorre con la lengua el pantalón de cuero hasta que llega al bulto, abre la bragueta y se come la pija de golpe hasta el fondo. "¡Qué hijo de puta, qué bien que la chupás, puto cabrón!" Lo llevo hasta la cama. Me pongo un forro para cogérmelo, pero

antes le meto un dedo en el culo. Tan puto no es, o es un

puto novato, 1:Íene el culo demasiado estrecho. Se lo lubrico y le meto otro dedo más para dilatárselo de a poco. Estoy

muy compenetrado en mi tarea cuando de pronto suena el

portero eléctrico. No quiero atender, pero insisten y me distraigo. Entonces voy. Es una mujer. Me dice que viene de parte de Alicia de Sarandí. Le contesto que no conozCo a ninguna Alicia de Sarandí y ella insiste.

-Alicia de Sarandí. ¿Usted no es el hijo de Alicia? Recién entonces reacciono. Alicia de Sarandí es mi

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mamá. "La concha de la lora', puteo lejos del auricular. -¿Le pasó algo? -le pregunto con la pija parada y el forro puesto.

-¿Usted es el hijo? -Sí, ¿qué pasa?

-Mire, su madre me pidió fiado en el almacén y me

dijo que usted también era almacenero Y que me iba a

devolver la mercadería. Ya me debe más de 100 pesos. Mi madre otra vez ... Siempre logra embaucar a los comerciantes del barrio donde esté para sacarles mercadería

al fiado y no pagarles nunca. Pero

el

verso de que yo era

almacenero es lo máximo.

-Señora, en este momento no la puedo atender. El fin de semana voy hasta su negocio y le pago -le miento

ansioso por volver a mi tarea de abrirle el culo a Hernán. -Le doy la dirección ...

-No, señora, disculpe, pero me sacó de la ducha, se la pido a mi mamá. Chau.

Hernán está más caliente que cuando lo dejé,

masturbándose y tomando popper. Me alcanza el frasquito, le doy una bue.na inhalada, el efecto me pone la pija más dura y calientef se la meto de golpe, la siento latir dentro

de su orto; élgiíta, pero enseguida

s~

relaja y le gusta, se

mueve como enloquecido.

Lo dejo cabalgarme, yo abajo y él arriba, sentado sobre mi verga que entra y sale de su culo asombrosamente dilatado por el popper, hasta que veo que está acabando a

borbotones que salpican la pared. Finjo eyacular pero me reservo leche para más tarde, de paso me ejercito para mi

próximo trabajo como acompañante.

Antes de despedirnos intercambiamos teléfonos. Frente

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al portón de entrada, el portero barre el mismo metro cuadrado de vereda que barría cuando llegamos, como si hubiera estado esperándonos para confirmar alguna sospecha.

De nuevo· solo en mi casa, armo un porro y lo fumo ansioso hasta la tuca. Muerto de calentura, nuevamente decido salir. Son las diez de la noche, es 21 de septiembre, hace calor, todos deben estar tan o más calientes que yo.

Mientras me acomodo el bulto, encuentro un billete de cincuenta pesos en el bolsillo del pantalón. Lo torno como un buen augurio para esta noche. Verifico si tengo preservativos y salgo como estoy, sin bañarme, con el

pantalón de cuero y la ballenera. Tengo tal calentura que me

tiro encima del primero que me haga una insinuación, en la

calle o en el colectivo o donde sea.

A las once y cincuenta torné el doce. Estaba casi vaCÍo y en Constitución se llenó. Un chico alto se paró alIado de mi asiento y ahora no puedo evitar mirarlo. Creo que se dio cuenta y que además se calentó, porque el bulto crece bajo el la tela gastada del jean que parece ceder en cualquier

momento a una pija descomunal. Me caliento cien veces más de lo que ya estaba .. Bajo en Santa Fe y Pueyrredón,

hambriento de una pija tan grande como la que acabo de ver.

Mi ojo milimétrico inspecéiona cada bulto, cada pantalón, ajustado o no, de jogging o de vestir, a cada hombre le torna una radiografía durante los segundos que tarda en pasar y

perderse corno

el

paisaje de un tren, a mis espaldas. En

realidad lo que busco es una distracción tonta, cualquiera,

para conseguir olvidarme de la calentura hasta la hora de

ejecutarla. La primavera emp=ó colorida, pero a estas horas de la noche mi cuerpo es un volcán a punto de entrar en erupción y amenaza con cubrir todo bajo su negra lava. Se

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:~

'1

I

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acumulan en mí los más bajos instintos mientras camino por esta avenida llena de tipos que arden, también me miran y

me recorren con sus miradas fantasiosas. De pronto veo venir una mole de un metro noventa que me lleva por delante.

Con uno de sus enormes brazos me toma del hombro

Y

me pide disculpas. El olor a macho y a transpiración que emana de su pecho peludo me envuelve por completo, pierdo

toda noción de tiempo Y espacio, quedo mentalmente

anestesiado, mi cuerpo es un jardín de sensibilidades, puedo sentir cómo su respiración acaricia mi pelo y la melodía y el

timbre grave de su voz me atraviesan el cuerpo. _¿Cómo estás?-me pregunta.

-Bien. ¿Y vos? _paseando, ¿y vos?

-Bien ¿y vos? -repito haciéndome el gracioso.

-Yo salí a buscar a alguien para una fiestita. Estoy con dos amigos más que noS esperan en mi departamento

¿querés venir ... ? Disculpame, no me presenté, mi nombre es

Claudio. Una brisa fresca se levanta desde sus labios. ¡Qué

sonrisa! ¡Qué mirada! Me siento como enamorado. Me olvido de todo, estoy loco, ¿quién soy?

-Yo.me llamo Pablo ... Sí, vamos, digo, a tu casa ... -le contesto y caminamos juntos por Santa Fe hacia Coronel

Díaz. pasa el brazo sobre mi hombro, me guía con todo el cuerpo. podría ir con los ojos cerrados y nunca me caería

protegido en su abrazo velludo. Tanto deseaba este momento ... ¡Estoy enamorado!

Es un departamento de un ambiente. Los otrOS dos que

noS esperaban están peinando cocaína. Sobre la mesa ratona,

hay una bobina de hilo de coser, ceniceros llenos de colillas,

preservativos y papel picado. Todo fue movido hacia una

mitad de la mesa. La otra mitad reluce a pesar del polvo

acumulado debajo de! vidrio. Y las líneas deslumbrantes de blancura se nos ofrecen como manjares en una mesa de año nuevo. En e! piso hay tirado un colchón que desplaza al resto de los muebles. Debajo de un paño floreado se oculta una máquina de coser y descubro, colgado de la manija de la ventana, un vestido con lentejuelas y plumas. Por un

momento me siento desconcertado, pero me invitan a tomar

otra raya y me olvido. Apenas siento la boca anestesiada y ya tengo en la cara tres pijas de considerable tamaño que no me dan tiempo a levantarme del piso, donde me arrodillé para

tornar mi línea. No importa cuál es la de quién, chupo las

tres alternadamente. Las tres son fáciles porque están muertas, perfectas para mí que quiero aprender a mamar una buena pija sin ahogarme. Me relajo y empiezo a disfrutar de las pijas agrandándose y poniéndose duras en mi boca. Se las chupo durante un largo rato, hasta que se impone un break para tomar más cocaína. Tengo ganas de fumar porro pero ellos no tienen y el mío me lo olvidé. Tampoco hay ninguna bebida alcohólica, entonces decido bajar a comprar una botella de whisky. Para no tener que volver a vestirse, el dueño de casa me da la llave de abajo y las indicaciones para llegar a un kiosco abierto.

Si no fuera por.que tengo la llave, me ida a la mierda.

El aire fresco de la calle me despabila. ¿Por qué el grandote

tiene una máquina de coser en la casa? ¿Será de él ese vestido? ¿Será una travesti con arrebatos de macho? No es eso lo que busco. Pero ¿tan peludo, una travestí? Tampoco tengo ganas de ponerme de novio con una costurera o una modista. Bueno, tal vez sí, con Jean Paul Gaultier ...

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