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Centro de Enseñanza para Personas Adultas Antonio Gala Ámbito de la Comunicación: Literatura. Módulo 2 ANTOLOGÍA DE TEXTOS LITERARIOS 2º ESPA

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(1)

ANTOLOGÍA DE TEXTOS

LITERARIOS

2º ESPA

(2)

EL RENACIMIENTO

(3)

LÍRICA

GARCILASO DE LA VEGA

Égloga i

El dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso, he de contar, sus quejas imitando; cuyas ovejas al cantar sabroso

estaban muy atentas, los amores, (de pacer olvidadas) escuchando.

Tú, que ganaste obrando un nombre en todo el mundo y un grado sin segundo,

agora estés atento sólo y dado el ínclito gobierno del estado

Albano; agora vuelto a la otra parte, resplandeciente, armado,

representando en tierra el fiero Marte;

agora de cuidados enojosos y de negocios libre, por ventura

andes a caza, el monte fatigando en ardiente jinete, que apresura el curso tras los ciervos temerosos,

que en vano su morir van dilatando; espera, que en tornando

a ser restituido al ocio ya perdido,

luego verás ejercitar mi pluma

por la infinita innumerable suma de tus virtudes y famosas obras,

antes que me consuma,

faltando a ti, que a todo el mondo sobras. (...)

Salicio:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas, y al encendido fuego en que me quemo más helada que nieve, Galatea!,

estoy muriendo, y aún la vida temo; témola con razón, pues tú me dejas,

que no hay, sin ti, el vivir para qué sea. Vergüenza he que me vea

ninguno en tal estado,

de ti desamparado, y de mí mismo yo me corro agora. ¿De un alma te desdeñas ser señora, donde siempre moraste, no pudiendo de ella salir un hora?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. El sol tiende los rayos de su lumbre

por montes y por valles, despertando las aves y animales y la gente: cuál por el aire claro va volando,

cuál por el verde valle o alta cumbre paciendo va segura y libremente,

cuál con el sol presente va de nuevo al oficio, y al usado ejercicio

do su natura o menester le inclina, siempre está en llanto esta ánima mezquina, cuando la sombra el mondo va cubriendo, o la luz se avecina.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

¿Y tú, de esta mi vida ya olvidada, sin mostrar un pequeño sentimiento

de que por ti Salicio triste muera, dejas llevar (¡desconocida!) al viento el amor y la fe que ser guardada

eternamente sólo a mí debiera? ¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,

(pues ves desde tu altura esta falsa perjura

causar la muerte de un estrecho amigo) no recibe del cielo algún castigo? Si en pago del amor yo estoy muriendo, ¿qué hará el enemigo?

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Por ti el silencio de la selva umbrosa, por ti la esquividad y apartamiento del solitario monte me agradaba;

por ti la verde hierba, el fresco viento, el blanco lirio y colorada rosa

y dulce primavera deseaba.

¡Ay, cuánto me engañaba! ¡Ay, cuán diferente era

(4)

y cuán de otra manera

lo que en tu falso pecho se escondía! Bien claro con su voz me lo decía

la siniestra corneja, repitiendo la desventura mía.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. ¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta, (reputándolo yo por desvarío)

vi mi mal entre sueños, desdichado! Soñaba que en el tiempo del estío

llevaba, por pasar allí la sienta, a beber en el Tajo mi ganado; y después de llegado,

sin saber de cuál arte, por desusada parte

y por nuevo camino el agua se iba; ardiendo yo con la calor estiva, el curso enajenado iba siguiendo del agua fugitiva. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena? Tus claros ojos ¿a quién los volviste? ¿Por quién tan sin respeto me trocaste? Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste? ¿Cuál es el cuello que, como en cadena, de tus hermosos brazos anudaste? No hay corazón que baste,

aunque fuese de piedra,

viendo mi amada hiedra, de mí arrancada, en otro muro asida, y mi parra en otro olmo entretejida, que no se esté con llanto deshaciendo hasta acabar la vida.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. ¿Qué no se esperará de aquí adelante, por difícil que sea y por incierto? O ¿qué discordia no será juntada?, y juntamente ¿qué tendrá por cierto,

o qué de hoy más no temerá el amante, siendo a todo materia por ti dada?

Cuando tú enajenada de mi cuidado fuiste, notable causa diste,

y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo, que el más seguro tema con recelo

perder lo que estuviere poseyendo. Salid fuera sin duelo,

salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Materia diste al mundo de esperanza de alcanzar lo imposible y no pensado,

y de hacer juntar lo diferente,

dando a quien diste el corazón malvado, quitándolo de mí con tal mudanza

que siempre sonará de gente en gente. La cordera paciente

con el lobo hambriento hará su ayuntamiento,

y con las simples aves sin ruido

harán las bravas sierpes ya su nido; que mayor diferencia comprendo

de ti al que has escogido.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Siempre de nueva leche en el verano

y en el invierno abundo; en mi majada la manteca y el queso está sobrado;

de mi cantar, pues, yo te vi agradada tanto que no pudiera el mantuano Títiro ser de ti más alabado.

No soy, pues, bien mirado, tan disforme ni feo;

que aún agora me veo

en esta agua que corre clara y pura, y cierto no trocara mi figura

con ese que de mí se está riendo; ¡trocara mi ventura!

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. ¿Cómo te vine en tanto menosprecio? ¿Cómo te fui tan presto aborrecible?

¿Cómo te faltó en mí el conocimiento? Si no tuvieras condición terrible,

siempre fuera tenido de ti en precio, y no viera de ti este apartamiento. ¿No sabes que sin cuento

buscan en el estío mis ovejas el frío

de la sierra de Cuenca, y el gobierno del abrigado Estremo en el invierno? Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo me estoy en llanto eterno! Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. Con mi llorar las piedras enternecen su natural dureza y la quebrantan; los árboles parece que se inclinan:

(5)

las aves que me escuchan, cuando cantan, con diferente voz se condolecen,

y mi morir cantando me adivinan. Las fieras, que reclinan

su cuerpo fatigado,

dejan el sosegado sueño por escuchar mi llanto triste. Tú sola contra mí te endureciste, los ojos aún siquiera no volviendo a lo que tú hiciste.

Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

Mas ya que a socorrerme aquí no vienes, no dejes el lugar que tanto amaste,

que bien podrás venir de mí segura; yo dejaré el lugar do me dejaste; ven, si por sólo esto te detienes; ves aquí un prado lleno de verdura,

ves aquí una espesura, ves aquí una agua clara,

en otro tiempo cara, a quien de ti con lágrimas me quejo. Quizá aquí hallarás (pues yo me alejo) al que todo mi bien quitarme puede; que pues el bien le dejo,

no es mucho que el lugar también le quede. Aquí dio fin a su cantar Salicio, y suspirando en el postrero acento,

soltó de llanto una profunda vena. Queriendo el monte al grave sentimiento de aquel dolor en algo ser propicio, con la pesada voz retumba y suena. La blanca Filomena,

casi como dolida y a compasión movida,

dulcemente responde al son lloroso. Lo que cantó tras esto Nemoroso decidlo vos Piérides, que tanto

no puedo yo, ni oso,

que siento enflaquecer mi débil canto. Nemoroso:

Corrientes aguas, puras, cristalinas,

árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado, de fresca sombra lleno,

aves que aquí sembráis vuestras querellas, hiedra que por los árboles caminas, torciendo el paso por su verde seno:

yo me vi tan ajeno del grave mal que siento,

que de puro contento

con vuestra soledad me recreaba, donde con dulce sueño reposaba,

o con el pensamiento discurría por donde no hallaba

sino memorias llenas de alegría. Y en este mismo valle, donde agora me entristezco y me canso, en el reposo estuve ya contento y descansado. ¡Oh bien caduco, vano y presuroso!

Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora, que despertando, a Elisa vi a mi lado. ¡Oh miserable hado!

¡Oh tela delicada, antes de tiempo dada

a los agudos filos de la muerte! Más convenible fuera aquesta suerte a los cansados años de mi vida,

que es más que el hierro fuerte, pues no la ha quebrantado tu partida. ¿Dó están agora aquellos claros ojos que llevaban tras sí, como colgada, mi ánima doquier que ellos se volvían? ¿Dó está la blanca mano delicada, llena de vencimientos y despojos

que de mí mis sentidos le ofrecían? Los cabellos que vían

con gran desprecio al oro,

como a menor tesoro, ¿adónde están? ¿Adónde el blando pecho? ¿Dó la columna que el dorado techo con presunción graciosa sostenía? Aquesto todo agora ya se encierra, por desventura mía, en la fría, desierta y dura tierra.

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, cuando en aqueste valle al fresco viento andábamos cogiendo tiernas flores,

que había de ver con largo apartamiento venir el triste y solitario día

que diese amargo fin a mis amores? El cielo en mis dolores

cargó la mano tanto,

que a sempiterno llanto y a triste soledad me ha condenado;

(6)

y lo que siento más es verme atado a la pesada vida y enojosa,

solo, desamparado,

ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa. Después que nos dejaste, nunca pace

en hartura el ganado ya, ni acude el campo al labrador con mano llena.

No hay bien que en mal no se convierta y mude: la mala hierba al trigo ahoga, y nace en lugar suyo la infelice avena;

la tierra, que de buena gana nos producía flores con que solía

quitar en sólo vellas mil enojos, produce agora en cambio estos abrojos, ya de rigor de espinas intratable; yo hago con mis ojos

crecer, llorando, el fruto miserable.

Como al partir del sol la sombra crece, y en cayendo su rayo se levanta

la negra escuridad que el mundo cubre, de do viene el temor que nos espanta, y la medrosa forma en que se ofrece

aquello que la noche nos encubre, hasta que el sol descubre

su luz pura y hermosa: tal es la tenebrosa

noche de tu partir, en que he quedado

de sombra y de temor atormentado, hasta que muerte el tiempo determine

que a ver el deseado

sol de tu clara vista me encamine. Cual suele el ruiseñor con triste canto quejarse, entre las hojas escondido, del duro labrador, que cautamente

le despojó su caro y dulce nido de los tiernos hijuelos, entre tanto que del amado ramo estaba ausente, y aquel dolor que siente con diferencia tanta

por la dulce garganta

despide, y a su canto el aire suena, y la callada noche no refrena

su lamentable oficio y sus querellas, trayendo de su pena

al cielo por testigo y las estrellas;

desta manera suelto yo la rienda a mi dolor, y así me quejo en vano

de la dureza de la muerte airada. Ella en mi corazón metió la mano,

y de allí me llevó mi dulce prenda, que aquél era su nido y su morada. ¡Ay muerte arrebatada!

Por ti me estoy quejando al cielo y enojando

con importuno llanto al mundo todo: tan desigual dolor no sufre modo. No me podrán quitar el dolorido sentir, si ya del todo primero no me quitan el sentido. Una parte guardé de tus cabellos, Elisa, envueltos en un blanco paño, que nunca de mi seno se me apartan;

descójolos, y de un dolor tamaño enternecerme siento, que sobre ellos

nunca mis ojos de llorar se hartan. Sin que de allí se partan,

con sospiros calientes,

más que la llama ardientes, los enjugo del llanto, y de consuno

casi los paso y cuento uno a uno; juntándolos, con un cordón los ato. Tras esto el importuno

dolor me deja descansar un rato. Mas luego a la memoria se me ofrece aquella noche tenebrosa, escura,

que siempre aflige esta ánima mezquina con la memoria de mi desventura

Verte presente agora me parece en aquel duro trance de Lucina,

y aquella voz divina, con cuyo son y acentos a los airados vientos

pudieras amansar, que agora es muda. Me parece que oigo que a la cruda,

inexorable diosa demandabas en aquel paso ayuda;

y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

¿Ibate tanto en perseguir las fieras? ¿Ibate tanto en un pastor dormido?

¿Cosa pudo bastar a tal crüeza, que, conmovida a compasión, oído a los votos y lágrimas no dieras,

(7)

por no ver hecha tierra tal belleza, o no ver la tristeza

en que tu Nemoroso queda, que su reposo

era seguir tu oficio, persiguiendo

las fieras por los monte, y ofreciendo a tus sagradas aras los despojos?

¿Y tú, ingrata, riendo

dejas morir mi bien ante los ojos? Divina Elisa, pues agora el cielo

con inmortales pies pisas y mides, y su mudanza ves, estando queda,

¿por qué de mí te olvidas y no pides que se apresure el tiempo en que este velo rompa del cuerpo, y verme libre pueda, y en la tercera rueda, contigo mano a mano,

busquemos otro llano,

busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos y sombríos,

do descansar y siempre pueda verte ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte?

Nunca pusieran fin al triste lloro los pastores, ni fueran acabadas

las canciones que sólo el monte oía, si mirando las nubes coloradas,

al tramontar del sol bordadas de oro, no vieran que era ya pasado el día, la sombra se veía

venir corriendo apriesa ya por la falda espesa

del altísimo monte, y recordando ambos como de sueño, y acabando el fugitivo sol, de luz escaso,

su ganado llevando, se fueran recogiendo paso a paso.

(8)

Soneto I

Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por do me han traído, hallo, según por do anduve perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; mas cuando del camino estó olvidado, a tanto mal no sé por do he venido; sé que me acabo, y más he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme si ella quisiere, y aun sabrá querello; que pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

Soneto V

Escrito está en mi alma vuestro gesto, y cuanto yo escribir de vos deseo; vos sola lo escribisteis, yo lo leo

tan solo, que aun de vos me guardo en esto. En esto estoy y estaré siempre puesto;

que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo,

tomando ya la fe por presupuesto. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero. Cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero.

(9)

SAN JUAN DE LA CRUZ

CÁNTICO ESPIRITUAL

Canciones entre el alma y el Esposo

Esposa

1. ¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti clamando, y eras ido. 2. Pastores, los que fuerdes allá por las majadas al otero: si por ventura vierdes

aquel que yo más quiero,

decidle que adolezco, peno y muero. 3. Buscando mis amores,

iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras,

y pasaré los fuertes y fronteras.

Pregunta a las criaturas

4. ¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras,

de flores esmaltado!

Decid si por vosotros ha pasado.

Respuesta de las criaturas

5. Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, e, yéndolos mirando,

con sola su figura

vestidos los dejó de hermosura.

Esposa

6. ¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero: no quieras enviarme

de hoy más ya mensajero,

que no saben decirme lo que quiero. 7. Y todos cuantos vagan

de ti me van mil gracias refiriendo, y todos más me llagan,

y déjame muriendo

un no sé qué que quedan balbuciendo. 8. Mas ¿cómo perseveras,

¡oh vida!, no viviendo donde vives, y haciendo porque mueras

las flechas que recibes

de lo que del Amado en ti concibes? 9. ¿Por qué, pues has llagado

aqueste corazón, no le sanaste? Y, pues me le has robado, ¿por qué así le dejaste,

y no tomas el robo que robaste? 10. Apaga mis enojos,

pues que ninguno basta a deshacellos, y véante mis ojos,

pues eres lumbre dellos, y sólo para ti quiero tenellos. 11. ¡Oh cristalina fuente,

si en esos tus semblantes plateados formases de repente

los ojos deseados

(10)

12. ¡Apártalos, Amado, que voy de vuelo!

El Esposo

Vuélvete, paloma, que el ciervo vulnerado por el otero asoma

al aire de tu vuelo, y fresco toma.

La Esposa

13. Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas,

los ríos sonorosos,

el silbo de los aires amorosos, 14. la noche sosegada

en par de los levantes del aurora, la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora. 15. Nuestro lecho florido, de cuevas de leones enlazado, en púrpura tendido,

de paz edificado,

de mil escudos de oro coronado. 16. A zaga de tu huella

las jóvenes discurren al camino, al toque de centella,

al adobado vino,

emisiones de bálsamo divino. 17. En la interior bodega

de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega,

ya cosa no sabía;

y el ganado perdí que antes seguía.

18. Allí me dio su pecho,

allí me enseñó ciencia muy sabrosa; y yo le di de hecho

a mí, sin dejar cosa:

allí le prometí de ser su Esposa. 19. Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal en su servicio; ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio. 20. Pues ya si en el ejido

de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido;

que, andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada. 21. De flores y esmeraldas, en las frescas mañanas escogidas, haremos las guirnaldas

en tu amor florecidas

y en un cabello mío entretejidas. 22. En solo aquel cabello

que en mi cuello volar consideraste, mirástele en mi cuello,

y en él preso quedaste,

y en uno de mis ojos te llagaste. 23. Cuando tú me mirabas

su gracia en mí tus ojos imprimían; por eso me adamabas,

y en eso merecían los míos adorar lo que en ti vían.

24. No quieras despreciarme, que, si color moreno en mi hallaste, ya bien puedes mirarme

(11)

después que me miraste,

que gracia y hermosura en mi dejaste. 25. Cogednos las raposas,

que está ya florecida nuestra viña, en tanto que de rosas

hacemos una piña,

y no parezca nadie en la montiña. 26. Detente, cierzo muerto;

ven, austro, que recuerdas los amores, aspira por mi huerto,

y corran sus olores,

y pacerá el Amado entre las flores.

Esposo

27. Entrado se ha la esposa en el ameno huerto deseado, y a su sabor reposa,

el cuello reclinado

sobre los dulces brazos del Amado. 28. Debajo del manzano,

allí conmigo fuiste desposada. allí te di la mano,

y fuiste reparada

donde tu madre fuera violada. 29. A las aves ligeras,

leones, ciervos, gamos saltadores, montes, valles, riberas,

aguas, aires, ardores

y miedos de las noches veladores, 30. Por las amenas liras

y canto de serenas os conjuro que cesen vuestras iras, y no toquéis al muro,

porque la esposa duerma más seguro.

Esposa

31. Oh ninfas de Judea!,

en tanto que en las flores y rosales el ámbar perfumea,

morá en los arrabales,

y no queráis tocar nuestros umbrales 32. Escóndete, Carillo,

y mira con tu haz a las montañas, y no quieras decillo;

mas mira las compañas

de la que va por ínsulas extrañas

Esposo

33. La blanca palomita

al arca con el ramo se ha tornado y ya la tortolica

al socio deseado

en las riberas verdes ha hallado. 34. En soledad vivía,

y en soledad ha puesto ya su nido, y en soledad la guía

a solas su querido,

también en soledad de amor herido.

Esposa

35. Gocémonos, Amado,

y vámonos a ver en tu hermosura al monte ó al collado

do mana el agua pura;

entremos más adentro en la espesura. 36. Y luego a las subidas

cavernas de la piedra nos iremos, que están bien escondidas, y allí nos entraremos,

(12)

37. Allí me mostrarías

aquello que mi alma pretendía, y luego me darías

allí, tú, vida mía,

aquello que me diste el otro día: 38. El aspirar del aire,

el canto de la dulce Filomena, el soto y su donaire,

en la noche serena,

con llama que consume y no da pena 39. Que nadie lo miraba,

Aminadab tampoco parecía, y el cerco sosegaba,

y la caballería

(13)

LA NOCHE OSCURA DEL ALMA

1. En una noche oscura,

con ansias, en amores inflamada ¡oh dichosa ventura!,

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada. 2. A oscuras y segura,

por la secreta escala disfrazada, ¡Oh dichosa ventura!,

a oscuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada. 3. En la noche dichosa

en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía. 4. Aquésta me guiaba

más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba

quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. 5. ¡Oh noche que guiaste!

¡Oh noche amable más que el alborada! ¡Oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada! 6. En mi pecho florido

que entero para él sólo se guardaba, allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba

7. El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena

en mi cuello hería

y todos mis sentidos suspendía. 8. Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme,

dejando mi cuidado

(14)

FRAY LUIS DE LEÓN

ODA A LA VIDA RETIRADA

¡Qué descansada vida

la del que huye el mundanal ruido y sigue la escondida

senda por donde han ido

los pocos sabios que en el mundo han sido! Que no le enturbia el pecho

de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo

se admira, fabricado

del sabio moro, en jaspes sustentado. No cura si la fama

canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama

la lengua lisonjera

lo que condena la verdad sincera. ¿Qué presta a mi contento

si soy del vano dedo señalado, si en busca de este viento ando desalentado

con ansias vivas y mortal cuidado? ¡Oh campo, oh monte, oh río! ¡Oh secreto seguro deleitoso! roto casi el navío,

a vuestro almo reposo

huyo de aqueste mar tempestuoso. Un no rompido sueño,

un día puro, alegre, libre quiero;

no quiero ver el ceño vanamente severo

de quien la sangre ensalza o el dinero. Despiértenme las aves

con su cantar süave no aprendido, no los cuidados graves

de que es siempre seguido

quien al ajeno abritrio está atenido. Vivir quiero conmigo,

gozar quiero del bien que debo al cielo a solas, sin testigo,

libre de amor, de celo,

de odio, de esperanzas, de recelo. Del monte en la ladera

por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera

de bella flor cubierto,

ya muestra en esperanza el fruto cierto. Y como codiciosa

de ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa

una fontana pura

hasta llegar corriendo se apresura. Y luego sosegada

el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada

de verdura vistiendo,

y con diversas flores va esparciendo. El aire el huerto orea,

y ofrece mil olores al sentido, los árboles menea

con un manso ruido,

(15)

Ténganse su tesoro

los que de un flaco leño se confían: no es mío ver al lloro

de los que desconfían

cuando el cierzo y el ábrego porfían. La combatida antena

cruje, y en ciega noche el claro día se torna; al cielo suena

confusa vocería,

y la mar enriquecen a porfía. A mí una pobrecilla

mesa, de amable paz bien abastada me baste, y la vajilla

de fino oro labrada,

sea de quien la mar no teme airada. Y mientras miserable-

mente se están los otros abrasando en sed insaciable

del no durable mando,

tendido yo a la sombra esté cantando. A la sombra tendido

de yedra y lauro eterno coronado, puesto el atento oído

al son dulce, acordado,

(16)

SANTA TERESA DE JESÚS

Nada te turbe; nada te espante; todo se pasa; Dios no se muda, la pacïencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta. Eleva tu pensamiento, al cielo sube,

por nada te acongojes, ''nada te turbe.''

A Jesucristo sigue con pecho grande, y, venga lo que venga, ''nada te espante.''

¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana;

nada tiene de estable, ''todo se pasa.'' Aspira a lo celeste, que siempre dura; fiel y rico en promesas, ''Dios no se muda.'' Ámala cual merece bondad inmensa; pero no hay amor fino sin ''la paciencia.'' Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera ''todo lo alcanza.'' Del infierno acosado

aunque se viere, burlará sus furores ''quien a Dios tiene.'' Vénganle desamparos, cruces, desgracias; siendo Dios tu tesoro ''nada le falta.''

Id, pues, bienes del mundo; id dichas vanas;

aunque todo lo pierda, ''solo Dios basta.''

---Vivo sin vivir en mí,

y tan alta vida espero,

que muero porque no muero. Vivo ya fuera de mí

después que muero de amor; porque vivo en el Señor, que me quiso para sí; cuando el corazón le di puse en él este letrero: que muero porque no muero. Esta divina prisión

del amor con que yo vivo ha hecho a Dios mi cautivo, y libre mi corazón;

y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero, que muero porque no muero. ¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero.

(17)

¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga. Quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero porque no muero. Sólo con la confianza

vivo de que he de morir, porque muriendo, el vivir me asegura mi esperanza. Muerte do el vivir se alcanza, no te tardes, que te espero, que muero porque no muero. Mira que el amor es fuerte, vida, no me seas molesta; mira que sólo te resta, para ganarte, perderte. Venga ya la dulce muerte, el morir venga ligero,

que muero porque no muero. Aquella vida de arriba es la vida verdadera; hasta que esta vida muera, no se goza estando viva. Muerte, no me seas esquiva; viva muriendo primero, que muero porque no muero. Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios, que vive en mí, si no es el perderte a ti para mejor a Él gozarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero.

(18)

NARRATIVA

EL LAZARILLO DE TORMES

TRATADO PRIMERO

Cuenta Lázaro su vida, y cuyo hijo fue.

Pues sepa V.M. ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tome el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que esta ribera de aquel río, en la cual fue molinero mas de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río.

Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida. Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa, y se iba a la mañana; otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos.

De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía:

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Respondió él riendo: —¡Hideputa!

Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí “¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!”

Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide, que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y hecha pesquisa, halloóe que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas y sábanas de los caballos hacií perdidas, y cuando otra cosa no tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto. Y probósele cuanto digo y aun más, porque a mí con amenazas me preguntaban, y como niño respondía, y descubría cuanto sabía con miedo, hasta ciertas herraduras que por mandado de mi madre a un herrero vendí.

Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el

acostumbrado centenario, que en casa del sobredicho Comendador no entrase, ni al lastimado Zaide en la suya acogiese.

Por no echar la soga tras el caldero, la triste se esforzó y cumplió la sentencia; y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás que me mandaban.

En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole como era hijo de un buen hombre, el cual por ensalzar la fe había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él le respondió que así lo haría, y que me recibía no por mozo sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.

Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y ambos llorando, me dio su bendición y dijo:

—Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto. Válete por ti.

Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.

Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada della un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:

—Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro de él

Yo simplemente llegue, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:

—Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber mas que el diablo Y rió mucho la burla.

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Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí: “Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer.” Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía:

—Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré.

Y fue ansi, que después de Dios, éste me dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adestró en la carrera de vivir.

Huelgo de contar a V.M. estas niñerías para mostrar cuanta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse bajar siendo altos, cuánto vicio.

Pues tornando al bueno de mi ciego y contando sus cosas, V.M. sepa que desde que Dios crió el mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila; ciento y tantas oraciones sabía de coro: un tono bajo, reposado y muy sonable que hacía resonar la iglesia donde rezaba, un rostro humilde y devoto que con muy buen continente ponía cuando rezaba, sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen hacer.

Allende desto, tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos efectos: para mujeres que no parían, para las que estaban de parto, para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien; echaba pronósticos a las preñadas, si traía hijo o hija. Pues en caso de medicina, decía que Galeno no supo la mitad que él para muela, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer alguna pasión, que luego no le decía:

—Haced esto, haréis estotro, coged tal yerba, tomad tal raíz.

Con esto andábase todo el mundo tras él, especialmente mujeres, que cuanto les decían creían. Destas sacaba él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más en un mes que cien ciegos en un año.

Mas también quiero que sepa vuestra merced que, con todo lo que adquiría, jamás tan avariento ni mezquino hombre no vi, tanto que me mataba a mi de hambre, y así no me demediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi sotileza y buenas mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas con todo su saber y aviso le contaminaba de tal suerte que siempre, o las más veces, me cabía lo mas y mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, de las cuales contare algunas, aunque no todas a mi salvo.

Él traía el pan y todas las otras cosas en un fardel de lienzo que por la boca se cerraba con una argolla de hierro y su candado y su llave, y al meter de todas las cosas y sacallas, era con tan gran vigilancia y tanto por contadero, que no bastaba hombre en todo el mundo hacerle menos una migaja; mas yo tomaba aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba pensando que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura, que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser, sangraba el avariento fardel, sacando no por tasa pan, mas buenos pedazos, torreznos y longaniza; y ansí buscaba conveniente tiempo para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego me faltaba.

Todo lo que podía sisar y hurtar, traía en medias blancas; y cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella, cuando yo la tenía lanzada en la boca y la media aparejada, que por presto que él echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la mitad del

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justo precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía:

—¿Qué diablo es esto, que después que conmigo estás no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y un maravedí hartas veces me pagaban? En tí debe estar esta desdicha.

También el abreviaba el rezar y la mitad de la oración no acababa, porque me tenía mandado que en yéndose el que la mandaba rezar, le tirase por el cabo del capuz. Yo así lo hacia. Luego el tornaba a dar voces, diciendo:

—¿Mandan rezar tal y tal oración? —como suelen decir.

Usaba poner cabe si un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas turóme poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenía hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudo propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y atapabale con la mano, y ansí bebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sotil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrabame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor della luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destillarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada:

espantábase, maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía ser. —No diréis, tío, que os lo bebo yo —decía—, pues no le quitáis de la mano.

Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mí venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima. Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos dél se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía:

—¿Que te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud —y otros donaires que a mi gusto no lo eran.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de mí, quise yo ahorrar del; mas no lo hice tan presto por hacello más a mi salvo y provecho.

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Y aunque yo quisiera asentar mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni razón me hería, dándome coxcorrones y repelándome. Y si alguno le decía por que me trataba tan mal, luego contaba el cuento del jarro, diciendo:

—¿Pensareis que este mi mozo es algún inocente? Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña. Santiguándose los que lo oían, decían:

—¡Mira, quién pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad! Y reían mucho el artificio, y decíanle:

VCastigaldo, castigaldo, que de Dios lo habréis. Y él con aquello nunca otra cosa hacía.

Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto, holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto siempre con el cabo alto del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de tolondrones y pelado de sus manos; y aunque yo juraba no lo hacer con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni me creía más: tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del traidor.

Y porque vea V.M. a cuánto se estendía el ingenio deste astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia. Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente mas rica, aunque no muy limosnera.

Arrimábase a este refrán: “Más da el duro que el desnudo.” Y venimos a este camino por los mejores lugares. Donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos Sant Juan.

Acaeció que llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna, y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo esta muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, ansí por no lo poder llevar como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentamonos en un valladar y dijo:

—Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas dél tanta parte como yo.Partillo hemos desta manera: tú picarás una vez y yo otra; con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva, yo haré lo mesmo hasta que lo acabemos, y desta suerte no habrá engaño.

Hecho ansí el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance; el traidor mudó de propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que el quebraba la postura, no me contente ir a la par con él, mas aun pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano y meneando la cabeza dijo:

—Lázaro, engañado me has: juraré yo a Dios que has tu comido las uvas tres a tres. —No comí —dije yo— mas ¿por que sospecháis eso?”

Respondió el sagacísimo ciego:

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A lo cual yo no respondí. Yendo que íbamos ansí por debajo de unos soportales en Escalona, adonde a la

sazón estábamos en casa de un zapatero, había muchas sogas y otras cosas que de esparto se hacen, y parte dellas dieron a mi amo en la cabeza; el cual, alzando la mano, toco en ellas, y viendo lo que era díjome: —Anda presto, mochacho; salgamos de entre tan mal manjar, que ahoga sin comerlo.

Yo, que bien descuidado iba de aquello, mire lo que era, y como no vi sino sogas y cinchas, que no era cosa de comer, dijele:

—Tío, ¿por qué decís eso?” Respondióme:

—Calla, sobrino; según las mañas que llevas, lo sabrás y verás como digo verdad.

Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias. Y como iba tentando si era allí el mesón, adonde él rezaba cada día por la mesonera la oración de la emparedada, asió de un cuerno, y con un gran sospiro dijo:

—¡Oh, mala cosa, peor que tienes la hechura! ¡De cuántos eres deseado poner tu nombre sobre cabeza ajena y de cuán pocos tenerte ni aun oír tu nombre, por ninguna vía!”

Como le oí lo que decía, dije: —Tío, ¿qué es eso que decís?

—Calla, sobrino, que algún día te dará éste, que en la mano tengo, alguna mala comida y cena.” —No le comeré yo —dije— y no me la dará.

—Yo te digo verdad; si no, verlo has, si vives.

Y ansí pasamos adelante hasta la puerta del mesón, adonde pluguiere a Dios nunca allá llegáramos, según lo que me sucedía en él.

Era todo lo más que rezaba por mesoneras y por bodegoneras y turroneras y rameras y ansí por semejantes mujercillas, que por hombre casi nunca le vi decir oración.

Reíme entre mí, y aunque mochacho noté mucho la discreta consideración del ciego.

Mas por no ser prolijo dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y con él acabar.

Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y dióme un pedazo de longaniza que la asase. Ya que la longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que fuese por el de vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser echado allí. Y como al presente nadie estuviese sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando que me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saque la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cual mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.Yo fui por el vino, con el cual no tardé en despachar la longaniza, y

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cuando vine halle al pecador del ciego que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al cual aun no había conocido por no lo haber tentado con la mano. Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar parte de la longaniza, hallose en frío con el frío nabo. Alterose y dijo:

—¿Que es esto, Lazarillo?

—¡Lacerado de mi! —dije yo— ¿Si queréis a mi echar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí, y por burlar haría esto.

—No, no —dijo él—,que yo no he dejado el asador de la mano; no es posible.

Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y asióme por la cabeza, y llegóse a olerme; y como debió sentir el huelgo, a uso de buen podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho y desatentadamente metía la nariz, la cual el tenía luenga y afilada, y a aquella sazón con el enojo se habían augmentado un palmo, con el pico de la cual me llegó a la gulilla. Y con esto y con el gran miedo que tenía, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no había hecho asiento en el estomago, y lo más principal, con el destiento de la cumplidísima nariz, medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo suyo fuese devuelto a su dueño: de manera que antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estomago que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra malmaxcada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.

¡Oh, gran Dios, quien estuviera aquella hora sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso ciego que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñazo el pescuezo y la garganta; y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones.

Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no se las reír.Y en cuanto esto pasaba, a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice, por que me maldecía, y fue no dejalle sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello que la meitad del camino estaba andado; que con solo apretar los dientes se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estomago que retuvo la longaniza, y no pareciendo ellas pudiera negar la demanda. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así.

Hicieronnos amigos la mesonera y los que allí estaban, y con el vino que para beber le había traído, laváronme la cara y la garganta, sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires, diciendo:

—Por verdad, más vino me gasta este mozo en lavatorios al cabo del año que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro, eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te engendró, mas el vino mil te ha dado la vida.

Y luego contaba cuántas veces me había descalabrado y harpado la cara, y con vino luego sanaba. —Yo te digo —dijo— que si un hombre en el mundo ha de ser bienaventurado con vino, que serás tu.

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Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque yo renegaba. Mas el pronostico del ciego no salió mentiroso, y después acá muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin duda debía tener spiritu de profecía, y me pesa de los sinsabores que le hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día me dijo salirme tan verdadero como adelante V.M. oirá.

Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:

—Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo.

Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande. Yo le dije:

—Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.

Parecióle buen consejo y dijo:

—Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.

Yo, que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dijele: —Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo hay.

Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mi y dijo:

—Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo.

Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y pongome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele:

—!Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.

Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.

—¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? !Ole! !Ole! —le dije yo.

Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.

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FERNANDO DE ROJAS

LA CELESTINA

Acto primero

ARGUMENTO DEL PRIMER AUTO DESTA COMEDIA

Entrando Calisto en una huerta empós de un falcón suyo, halló y a Melibea, de cuyo amor preso, començole de hablar. De la qual rigorosamente despedido, fue para su casa muy sangustiado. Habló con vn criado suyo llamado Sempronio, el qual, después de muchas razones, le endereçó a vna vieja llamada Celestina, en cuya casa tenía el mesmo criado vna enamorada llamada Elicia. La qual, viniendo Sempronio a casa de Celestina con el negocio de su amo, tenía a otro consigo, llamado Crito, al qual escondieron. Entretanto que

Sempronio está negociando con Celestina, Calisto está razonando con otro criado suyo, por nombre

Pármeno. El qual razonamiento dura hasta que llega Sempronio y Celestina a casa de Calisto. Pármeno fue conoscido de Celestina, la qual mucho le dize de los fechos e conoscimiento de su madre, induziéndole a amor e concordia de Sempronio.

PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO. CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELIBEA.- ¿En qué, Calisto?

CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer a mí inmérito tanta merced que verte alcançasse e en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor tal galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder mi voluntad humana puede conplir. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como agora el mío? Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina, no gozan mas que yo agora en el acatamiento tuyo. Más ¡o triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança e yo misto me alegro con recelo del esquiuo tormento, que tu absencia me ha de causar.

MELIBEA.- ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?

CALISTO.- Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.

MELIBEA.- Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.

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MELIBEA.- Mas desauenturadas de que me acabes de oyr Porque la paga será tan fiera, qual meresce tu loco atreuimiento. E el intento de tus palabras, Calisto, ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la virtud de tal muger como yo.¡Vete!, ¡vete de ay, torpe! Que no puede mi paciencia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el ylícito amor comunicar su deleyte.

CALISTO.- Yré como aquel contra quien solamente la aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel. CALISTO.- ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

SEMPRONIO.- Aquí soy, señor, curando destos cauallos. CALISTO.- Pues, ¿cómo sales de la sala?

SEMPRONIO.- Abatiose el girifalte e vínele a endereçar en el alcándara.

CALISTO.- ¡Assí los diablos te ganen! ¡Assí por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intollerable tormento consigas, el qual en grado incomparablemente a la penosa e desastrada muerte, que espero, traspassa. ¡Anda, anda, maluado! Abre la cámara e endereça la cama.

SEMPRONIO.- Señor, luego hecho es.

CALISTO.- Cierra la ventana e dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡O bienauenturada muerte aquella, que desseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora, Hipócrates e Galeno, médicos, ¿sentiríades mi mal? ¡O piedad de silencio, inspira en el Plebérico coraçón, porque sin esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo e de la desdichada Tisbe!

SEMPRONIO.- ¿Qué cosa es?

CALISTO.- ¡Vete de ay! No me fables; sino, quiçá ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado fin.

SEMPRONIO.- Yré, pues solo quieres padecer tu mal. CALISTO.- ¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO.- No creo, según pienso, yr comigo el que contigo queda. ¡O desuentura! ¡O súbito mal! ¿Quál fue tan contrario acontescimiento, que assí tan presto robó el alegría deste hombre e, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo o entraré alla? Si le dexo, matarse ha; si entro alla, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Avnque por al no desseasse viuir, sino por ver mi Elicia, me deuría guardar de peligros. Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dexar vn poco desbraue, madure: que oydo he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque mas se enconan. Esté vn poco. Dexemos llorar al que dolor tiene. Que las lágrimas e sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido. E avn, si delante me tiene, más comigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reuerberar. La vista, a quien objeto no se antepone, cansa. E quando aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir vn poco. Si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Avnque malo es esperar salud en muerte agena. E quiçá me engaña el diablo. E si muere, matarme han e yrán allá la soga e el calderón. Por otra parte dizen los sabios que es grande descanso a los affligidos tener con quien puedan sus cuytas llorar e que la llaga interior más empece. Pues en estos

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estremos, en que estoy perplexo, lo más sano es entrar e sofrirle e consolarle. Porque, si possible es sanar sin arte ni aparejo, mas ligero es guarescer por arte e por cura.

CALISTO.- Sempronio. SEMPRONIO.- Señor.

CALISTO.- Dame acá el laúd. SEMPRONIO.- Señor, vesle aquí.

CALISTO.- ¿Qual dolor puede ser tal que se yguale con mi mal? SEMPRONIO.- Destemplado está esse laúd.

CALISTO.- ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel, que consigo está tan

discorde? ¿Aquel en quien la voluntad a la razón no obedece? ¿Quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a vna causa? Pero tañe e canta la más triste canción, que sepas.

SEMPRONIO Mira Nero de Tarpeya a Roma cómo se ardía: gritos dan niños e viejos e el de nada se dolía.

CALISTO.- Mayor es mi fuego e menor la piedad de quien agora digo. SEMPRONIO.- No me engaño yo, que loco está este mi amo.

CALISTO.- ¿Qué estás murmurando, Sempronio? SEMPRONIO.- No digo nada.

CALISTO.- Di lo que dizes, no temas.

SEMPRONIO.- Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego, que atormenta vn viuo, que el que quemó tal cibdad e tanta multitud de gente?

CALISTO.- ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años, que la que en vn día passa, y mayor la que mata vn ánima, que la que quema cient mill cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como de lo viuo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego, que dizes, al que me quema. Por cierto, si el del purgatorio es tal, mas querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos

animales, que por medio de aquel yr a la gloria de los sanctos.

SEMPRONIO.- ¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de yr este hecho! No basta loco, sino ereje. CALISTO.- ¿No te digo que fables alto, quando fablares? ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Digo que nunca Dios quiera tal; que es especie de heregía lo que agora dixiste. CALISTO.- ¿Por qué?

SEMPRONIO.- Porque lo que dizes contradize la cristiana religión. CALISTO.- ¿Qué a mí?

SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?

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SEMPRONIO.- Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el coraçón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie coxqueas. Yo te sanaré.

CALISTO.- Increyble cosa prometes.

SEMPRONIO.- Antes fácil. Que el comienço de la salud es conoscer hombre la dolencia del enfermo. CALISTO.- ¿Quál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha! ¿Esto es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congoxas? ¡Como si solamente el amor contra él asestara sus tiros! ¡O soberano Dios, quán altos son tus misterios! ¡Quánta premia pusiste en el amor, que es necessaria turbación en el amante! Su límite posiste por marauilla. Paresce al amante que atrás queda. Todos passan, todos rompen, pungidos e esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la muger dexar el padre e la madre; agora no solo aquello, mas a ti e a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del qual no me marauillo, pues los sabios, los santos, los profetas por él te oluidaron.

CALISTO.- Sempronio. SEMPRONIO.- Señor. CALISTO.- No me dexes.

SEMPRONIO.- De otro temple está esta gayta. CALISTO.- ¿Qué te paresce de mi mal?

SEMPRONIO.- Que amas a Melibea. CALISTO.- ¿E no otra cosa?

SEMPRONIO.- Harto mal es tener la voluntad en vn solo lugar catiua. CALISTO.- Poco sabes de firmeza.

SEMPRONIO.- La perseuerancia en el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiérdes.

CALISTO.- Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia. SEMPRONIO.- Haz tú lo que bien digo e no lo que mal hago.

CALISTO.- ¿Qué me reprobas?

SEMPRONIO.- Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca muger. CALISTO.- ¿Muger? ¡O grossero! ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO.- ¿E assí lo crees? ¿O burlas?

CALISTO.- ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confiesso e no creo que ay otro soberano en el cielo; avnque entre nosotros mora.

SEMPRONIO.- ¡Ha!, ¡ah!, ¡ah! ¿Oystes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad? CALISTO.- ¿De qué te ríes?

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CALISTO.- ¿Cómo?

SEMPRONIO.- Porque aquellos procuraron abominable vso con los ángeles no conocidos e tú con el que confiessas ser Dios.

CALISTO.- ¡Maldito seas!, que fecho me has reyr, lo que no pensé ogaño. SEMPRONIO.- ¿Pues qué?, ¿toda tu vida auías de llorar?

CALISTO.- Sí.

SEMPRONIO.- ¿Por qué?

CALISTO.- Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcançar.

SEMPRONIO.- ¡O pusilánimo! ¡O fideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alexandre, los quales no solo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!

CALISTO.- No te oy bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

SEMPRONIO.- Dixe que tú, que tienes mas coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar vna muger, muchas de las quales en grandes estados constituydas se sometieron a los pechos e resollos de viles azemileros e otras a brutos animales. ¿No has leydo de Pasife con el toro, de Minerua con el can?

CALISTO.- No lo creo; hablillas son.

SEMPRONIO.- Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo. CALISTO.- ¡Maldito sea este necio! ¡E qué porradas dize!

SEMPRONIO.- ¿Escociote? Lee los ystoriales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles e malos exemplos e de las caydas que leuaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mugeres e el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca e verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos e moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho e lo que dellas dixere no te contezca error de tomarlo en común. Que muchas houo e ay sanctas e virtuosas e notables, cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liuiandad, sus lagrimillas, sus

alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su oluido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su reboluer, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberuia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria e suziedad, su miedo, su atreuemiento, sus hechizerías, sus embaymientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüença, su alcahuetería? Considera, ¡qué sesito está debaxo de aquellas grandes e delgadas tocas! ¡Qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas e autorizantes ropas! ¡Qué imperfición, qué aluañares debaxo de templos pintados! Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeça de pecado, destruyción de parayso. ¿No has rezado en la festiuidad de Sant Juan, do dize: Las mugeres e el vino hazen los hombres renegar; do dize: Esta es la muger, antigua malicia que a Adán echó de los deleytes de parayso; esta el linaje humano metió en el infierno; a esta menospreció Helías propheta &c.?

CALISTO.- Di pues, esse Adán, esse Salomón, esse Dauid, esse Aristóteles, esse Vergilio, essos que dizes, ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy mas que ellos?

(31)

SEMPRONIO.- A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes que facen? Cosa, que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor comiençan el ofrescimiento, que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros denuestan en la calle. Combidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apacíguanse luego. Quieren que adeuinen lo que quieren. ¡O qué plaga! ¡O qué enojo! ¡O qué fastío es conferir con ellas, más de aquel breue tiempo, que son aparejadas a deleyte!

CALISTO.- ¡Ve! Mientra más me dizes e más inconuenientes me pones, más la quiero. No sé qué s' es. SEMPRONIO.- No es este juyzio para moços, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

CALISTO.- ¿E tú qué sabes? ¿quién te mostró esto?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Ellas. Que, desque se descubren, assí pierden la vergüença, que todo esto e avn más a los hombres manifiestan. Ponte pues en la medida de honrra, piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que deue.

CALISTO.- Pues, ¿quién yo para esso?

SEMPRONIO.- ¿Quién? Lo primero eres hombre e de claro ingenio. E mas, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuuo, conuiene a saber, fermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza. E allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal quantidad, que los bienes, que tienes de dentro, con los de fuera resplandescen. Porque sin los bienes de fuera, de los quales la fortuna es señora, a ninguno acaece en esta vida ser bienauenturado. E mas, a constelación de todos eres amado.

CALISTO.- Pero no de Melibea. E en todo lo que me as gloriado, Sempronio, sin proporción ni

comparación se auentaja Melibea. Mira la nobleza e antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandescientes virtudes, la altitud e enefable gracia, la soberana hermosura, de la qual te ruego me dexes hablar vn poco, porque aya algún refrigerio. E lo que te dixere será de lo

descubierto; que, si de lo occulto yo hablarte supiera, no nos fuera necessario altercar tan miserablemente estas razones.

SEMPRONIO.- ¡Qué mentiras e qué locuras dirá agora este cautiuo de mi amo! CALISTO.- ¿Cómo es eso?

SEMPRONIO.- Dixe que digas, que muy gran plazer hauré de lo oyr. ¡Assí te medre Dios, como me será agradable esse sermón!

CALISTO.- ¿Qué?

SEMPRONIO.- Que ¡assí me medre Dios, como me será gracioso de oyr!

CALISTO.- Pues porque ayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

SEMPRONIO.- ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaua. De passarse haurá ya esta importunidad. CALISTO.- Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado, que hilan en Arabia? Más lindos son e no resplandescen menos. Su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados e atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para conuertir los hombres en piedras.

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SEMPRONIO.- ¡Mas en asnos! CALISTO.- ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.- Dixe que essos tales no serían cerdas de asno. CALISTO.- ¡Veed qué torpe e qué comparación!

SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo?

CALISTO.- Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas e alçadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos e blancos; los labrios colorados e grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto; la redondez e forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre quando las mira! La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieue; la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

SEMPRONIO.- ¡En sus treze está este necio!

CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las vñas en ellos largas e coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que veer yo no pude, no sin duda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor, que la que Paris juzgó entre las tres Deesas.

SEMPRONIO.- ¿Has dicho?

CALISTO.- Quan breuemente pude.

SEMPRONIO.- Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre eres más digno. CALISTO.- ¿En qué?

SEMPRONIO.- En que ella es imperfecta, por el qual defeto desea e apetece a ti e a otro menor que tú. ¿No as leydo el filósofo, do dize: Assí como la materia apetece a la forma, así la muger al varón?

CALISTO.- ¡O triste, e quando veré yo esso entre mí e Melibea!

SEMPRONIO.- Possible es. E avnque la aborrezcas, cuanto agora la amas, podrá ser alcançándola e viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

CALISTO.- ¿Con qué ojos? SEMPRONIO.- Con ojos claros. CALISTO.- E agora, ¿con qué la veo?

SEMPRONIO.- Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho e lo pequeño grande. E porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de complir tu desseo.

CALISTO.- ¡O! ¡Dios te dé lo que desseas! ¡Qué glorioso me es oyrte; avnque no espero que lo has de hazer!

SEMPRONIO.- Antes lo haré cierto.

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