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“Y SALIMOS A LA CALLE…”

Relatos

ROSSANA CARCAMO SEREI

Ediciones Caballo de Mar 2010

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Segunda Edición

Registro de Propiedad Intelectual N° 179.078

Editor: Luis Ulloa Vargas Textos y Diagramación:

Carmen Obreque M.

Impreso en los talleres gráficos de Ediciones Caballo de Mar

Edición Octubre 2010. Santiago, Chile

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A Camilo, mi hijo Que es el motor de mi vida Y a los hijos de mi generación Que hoy llevan nuestras banderas

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PROLOGO

El sencillo testimonio que arroja cada página del Diario de Vida de una muchacha que tenía seis años para el golpe de Estado de 1973, se transforma en una página de la historia vivida por millares de chilenos.

A estas hojas del diario se suma el otro plano del acontecer cotidiano, que permite apreciar la intensidad del compromiso juvenil.

Una simple constatación permite apreciar quién es la autora:

“Me crié bajo la dictadura de las Fuerzas Armadas Chilenas y soy una más de esos miles de niños y niñas que aprendimos a cantar la Canción Nacional con una estrofa que hablaba de valientes soldados, ésos cuyo valor radicaba en atemorizar a la población civil, arrestándola, asesinándola y haciéndola desaparecer”.

Hay significativas anotaciones que revelan las tristes experiencias vividas por la juventud de los años ochenta: la quema de libros y de discos a manos de los padres aterrados; los castigos y tremendas amenazas que infligían a sus hijos para que no participaran en las acciones de lucha contra la dictadura.

Por sobre todo, resulta conmovedora la forma en que la joven le cuenta a su Diario las muertes atroces del 8 de septiembre de 1986. La cotidianeidad de la muerte, la rutina de la muerte son sombras inseparables de esa muchachada.

Tampoco están ausentes los sueños de libertad y de justicia plasmados en un poema escrito después de una manifestación callejera, que interpreta a un vasto sector. Su ausencia de retórica y de todo calificativo refleja la intensidad de los sentimientos y la sensibilidad para interpretar intensos anhelos:

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“Una lágrima de cera Por los Detenidos Desaparecidos,

Una lágrima de sangre Por los asesinados, Una lágrima de dolor Por los torturados ...”

―Y salimos a la calle‖ un relato fresco que respira autenticidad. Un rescate de la memoria de Rossana Cárcamo, que deviene la metáfora más elocuente de un aspecto de la vida de los jóvenes de los años 80, comprometidos a fondo en la lucha contra la dictadura.

Virginia Vidal. Escritora

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PALABRAS DEL EDITOR

Los diarios de vida son parte de la niñez. Bitácora del inicio de un viaje impreso en letras que develó la tinta de nuestro corazón. Un amigo íntimo, secreto, cómplice querido que archiva el pan nuestro de los sinsabores y alegrías que nos constituyeron por aquellos días de sol y lluvias de mañanas sin sus tardes, ni sus noches. La madrugada de la vida. Rossana Cárcamo, confiesa ya mujer, cuando la magia abrió la ventana de sus ojos de hija amada: ―El día que cumplí 8 años recibí de regalo un librito de páginas blancas forrado en cuero rojo‖. Fue su rito de iniciación al mundo de las letras, observando con enormes ojos de niña primero, adolescente después, los acontecimientos sociales y políticos del Chile de los ochenta.

Impresionada por los acontecimientos, sabiamente traza su misión: ―Me propuse entonces, ser más exhaustiva en los relatos con la esperanza de entregar este legado a mi descendencia, ya que estaba consciente de vivir un momento histórico‖.

Una premonición en Séptimo Básico, recibe un premio, El Diario de Ana Frank. La niña mártir acompañó sus pasos como testigo de la historia de otra resistencia al crimen y al horror.

Rossana es protagonista de los hechos que narra, joven estudiante, combatiente, comprometida y militante. Su amigo – diario – confidente fiel – resiste con ella los avatares de la dictadura de Pinochet. Transitan por sus páginas historias de lucha y muerte, de ejemplo y consecuencia, con frescura conmovedora. Nadie que lea estas páginas las sentirá lejanas, como historia ajena. La universalidad y originalidad de la pluma de la autora

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no deja acontecimiento sin escudriñar. Los jóvenes de hoy encontrarán una cronología que otros intentan olvidar o sepultar. El ejemplo de estudiantes secundarios y universitarios de los 80 que vencieron el miedo y como dice Rossana en el acto bautismal del libro, ―Y salimos a la calle…‖, enfrentando la represión a riesgo de sus cortas vidas.

Los que no éramos tan jóvenes, también agradecemos este trabajo de memoria, nos recuerda que los hechos del pasado son heridas abiertas, no cierran, ni con el olvido, ni con la impunidad.

Otros jóvenes han irrumpido en el acontecer nacional, demostrando claridad, fuerza, organización, sin ser escuchados y los jóvenes de ayer ya no recuerdan, entonces Rossana Cárcamo precisa el sujeto social de su historia: ― A lo largo de los años he aprendido que el ejercicio de la memoria no es fácil, que muchos dolores tapizan algunas neuronas del recuerdo y nos obligan a olvidar para seguir viviendo, sin embargo, la tozudez que en muchos casos es un defecto, en mi caso ha sido una aliada y gracias a ella, hoy desempolvo esos negros años para los jóvenes que desean saber del pasado‖. ―Y SALIMOS A LA CALLE…‖, un testimonio del Chile de los 80, de las jornadas de protesta, de los degollados y quemados, de los apagones y las grandes movilizaciones intentando abrir las anchas alamedas y el comienzo de una transición que nunca termina. Lectura refrescante para una memoria viva que no olvida, ni perdona, que aun vive en los sueños de los hombres y mujeres de hoy, narrados por una adolescente ochentera que se entregó por entera a la causa de todos y que ha tenido, como muchos, que pagar los costos sociales de sus actos, sin abandonar las convicciones que la motivaron siendo niña, hoy tras un largo exilio en Bélgica, mujer, madre de un adolescente,

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no olvida y mantiene ese compromiso primigenio, esparcido como semilla en este libro.

W. Luis Ulloa Vargas. Centro de Estudios Sociales ―Dagoberto Pérez Vargas‖.

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PALABRAS DE GREGORIO ANGELCOS

La memoria histórica es un concepto historiográfico de desarrollo relativamente reciente, y que viene a designar el esfuerzo consciente de los grupos humanos por entroncar con su pasado, sea éste real o imaginado, valorándolo y tratándolo con especial respeto.

En esta línea de elaboración se inscriben las crónicas personales del libro ―Y salimos a la calle‖, situadas en la década de los ochenta en un contexto de dictadura y por tanto de restricción de todas las libertades públicas. Nuestra autora va describiendo su proceso de comprensión de la realidad, desde su infancia más ingenua hasta su adolescencia consciente y rebelde, donde asume un rol protagónico desde su experiencia en la lucha por dar termino a la dictadura y recuperar la democracia para el país que ella nunca conoció con anterioridad.

Se puede afirmar que por la generación a la que perteneció Rossana, fue hija como tantos otros jóvenes, de un régimen donde se educó y creció sin conocer la diversidad y las libertades individuales que todo ciudadano ejerce en tiempos de democracia.

Sin embargo, estas limitaciones provocadas por el sistema represivo imperante, no fueron obstáculo para que trascendiera los miedos y se rebelará contra el régimen establecido. Gradualmente va asumiendo un compromiso político radical que narra en textos breves, existenciales, donde nos permite conocer a una familia chilena que vive los avatares y angustias propias del contexto perverso en la que vivíamos los chilenos. Cada frase va reconstruyendo el pasado y nos retrotrae a una época donde la realidad condiciona la experiencia,

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la limita, y en muchas oportunidades la aniquila sin contemplación alguna.

Rossana no mira la realidad desde la distancia, como un fenómeno ajeno a su integridad, habla y escribe desde su condición de luchadora social, y en este caminar polemiza con su padre de filiación demócrata cristiano, con sus tíos, militares de carrera a quienes interroga para que asuman que en los regimientos se tortura a los disidentes que reclaman por las libertades conculcadas. Y así se integra a la Juventud Rebelde Miguel Enríquez, emblemático dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionario, MIR, quien fuese abatido en enfrentamiento por los Servicios de Seguridad del régimen de Pinochet.

Es importante consignar como la autora pasa de una reacción instintiva legítima contra la dictadura, a una acción política consciente, y asume roles como dirigente estudiantil creando a través de su experiencia de lucha un sólido liderazgo.

Literalmente Rossana se enfrenta con la dictadura, desarmada, con el lenguaje de sus argumentos, con la voluntad que le imprimen la búsqueda de sus derechos. Es sin duda una lucha desigual, las voces libres con consignas que se mimetizan con el ambiente silencioso de las calles de Santiago invadido por el terror, frente a una represión premeditada, invasiva, que restringe y golpea en nombre de una mentira fuera de toda lógica civilizada.

Pero Rossana y sus compañeros ya están en las calles y no retrocederán a pesar de las bajas entre sus filas, para imponer su verdad.

Estas sensibles crónicas escritas cronológicamente son en esencia auténticas y por momentos conmovedoras, desde el punto de vista de su forma, del tratamiento que la autora le da sus textos, queda la pasión, la nostalgia

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de un pasado heroico de numerosos jóvenes que debieron crecer desde la desesperanza a la esperanza, pero esta última no la recibieron como un beneficio inesperado y fortuito sino que la conquistaron poniendo en riesgo sus vidas.

Hay belleza, hay dolor, muchos trastornos que las condiciones políticas de la época impusieron para preservar ese oscuro orden, Rossana los describe con precisión, cada registro reconstruye la microhistoria cotidiana, aquella que no está incorporada en los textos oficiales, pero que da cuenta de una realidad constituida por mínimos detalles, la muerte siempre está latente, en cada segundo que pasa un hombre puede morir, porque esa fue la lógica que instalaron para dominar, pero más allá de esta sórdida verdad, está el valor de una generación que nos legó con su esfuerzo, un país que abrió sus ventanas para que ingresará la vida con sus aromas, para que pudiésemos volver a respirar libres otra vez.

Concluyo este comentario con un fragmento de una crónica de la autora: ―La dictadura nunca pudo con la

creación. La música, la literatura y la radio fueron importantes aliados en la lucha contra el tirano. Balas y decretos silenciaron vidas, programas informativos o libros, pero siempre quedó una semilla que germinó al calor de una fogata, de un mimeógrafo o una guitarra”.

Gregorio Angelcos Escritor

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“Y SALIMOS A LA CALLE…”

Relatos

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MI PRIMER DIARIO DE VIDA

El día que cumplí ocho años recibí de regalo un libro de páginas blancas forrado en cuero rojo. Tenía un candado pequeño de cobre y una llave que me abrió las puertas a un mundo mágico, desconocido y apasionante. Escribir lo cotidiano bajo la perspectiva de buscar alivio o soluciones a mis dificultades de niña y luego de adolescente, fue una experiencia fascinante.

A partir de 1980, ese diario tomó un papel preponderante y se transformó en mi amigo, en mi confidente. En él plasmé mis sentimientos, mis emociones más profundas y sinceras, es decir, escribí con las vísceras y el alma. Se convirtió en el compañero que día y noche reposaba bajo la almohada de mi cama. No recriminaba, no contradecía, se limitaba a escucharme y yo le daba vida en las letras que formaban las palabras salidas del corazón. En él tejí, como las arañas, esa tela que cubrirá y protegerá mi existencia hasta el día anterior a mi muerte.

Me crié bajo la dictadura de las Fuerzas Armadas Chilenas y soy una más de esos miles de niños y niñas que aprendimos a cantar la Canción Nacional con una estrofa que hablaba de valientes soldados, ésos cuyo valor radicaba en atemorizar a la población civil, arrestándola, asesinándola y haciéndola desaparecer.

A medida que crecí, ahondé en la figura de Pinochet y lo que su régimen representaba para el país. Me propuse entonces, ser más exhaustiva en los relatos con la esperanza de entregar este legado a mi descendencia, ya que estaba consciente de vivir un momento histórico. Desde el Golpe de Estado la realidad no fue la misma para los chilenos y yo, de

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alguna manera, quería testimoniar lo que significó crecer bajo un gobierno militar.

Probablemente me quedé en la época animista de los niños –según Piaget– e investí a mi diario con características humanas. Se volvió de carne y hueso y así lo traté. Lo saludaba al comenzar mi narración y me despedía con un ―chao‖, un ―te quiero‖ o un ―hasta mañana‖ al concluir el relato del día.

Haciendo una evaluación a la distancia, el libro de Ana Frank -que gané en un concurso de historia en séptimo básico- desencadenó probablemente este afán de narrar, de decir lo que sentía al vivir la contingencia nacional.

La velada de mi partida hacia Bélgica, redacté las últimas reflexiones en un acto simbólico de despedida.

“Amigo, es 29 de mayo de 1991 y quizás mañana, si Dios así lo dispone, ya no estaré aquí junto a ti, iré rumbo a un futuro desconocido junto al hombre que amo y en otras latitudes empezaré una nueva vida, construiré una historia distinta a la que imaginé vivir en mi querido Chile, liberado al fin de Pinochet.

Tú me conoces mejor que nadie en el mundo y sabes que cuando es preciso, asumo, pero te confieso que esta vez el costo de seguir mis ideas es demasiado alto, debo dejarte a ti, a mis padres, a la familia, a los amigos y a mi tierra; este Chile loco y maravilloso que es parte intrínseca de mí ser.

No quiero estar triste, es una elección personal el seguir a quién escogí como pareja y si él no puede permanecer libremente en Chile, lo acompañaré donde sea necesario.

Te extrañaré, sufriré a rabiar, mas sé que tú estarás presente en cualquier hoja de papel en blanco que mis manos tomen, y en otras tierras seguiremos este paréntesis de la Historia.

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Recibe mi beso pintado de rojo y resguarda como un centauro nuestra vida en común.

¡Hasta la Victoria Siempre!”

A lo largo de los años he aprendido que el ejercicio de la memoria no es fácil, que muchos dolores tapizan algunas neuronas del recuerdo, y nos obligan a olvidar para seguir viviendo sin embargo, la tozudez que en muchos es un defecto, en mi caso ha sido una aliada y gracias a ella, hoy desempolvo esos negros años para los jóvenes que desean saber del pasado.

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QUEMA DE LIBROS

La Revolución Rusa se fue a la hoguera en un arranque de terror y miedo.

Mi papá decidió quemar los libros de mi primo Lucho porque todo lo que fuera soviético o rojo era problema seguro. Lucho era militante de las Juventudes Socialistas y se salvó de las persecuciones de pura suerte.

La humareda asustó a nuestra vecina, quién pensó que nos estábamos incendiando y quería llamar a los bomberos.

—No se preocupe, estamos quemando basura— le contestó mi padre y todo acabó allí.

El viento se llevó las ilusiones y los sueños de un pueblo creyente y luchador. Las llamas danzaron abrazadas a las hojas de los libros y los discos se derritieron silbando “Hasta Siempre Compañero”.

Mi viejo era demócrata cristiano y se sentía orgulloso de su partido. Él había colaborado en la campaña de Radomiro Tomic en San Antonio y conservaba esos recuerdos y fotos como trofeos de guerra.

Mi madre era allendista como mis abuelos, pero ninguno de ellos tenía ideas políticas, actuaban por sentimientos más que por convicción.

Mi medio hermano -hijo de mi papá- vivía con nosotros en la época de la Unidad Popular, era estudiante de liceo y según comentaban simpatizante de Patria y Libertad. En los años ochenta, se volvió socialista y a través suyo, llegó a mis manos el primer libro que me enfrentó con los horrores de la dictadura. Era el libro, “Escribo sobre el dolor y la esperanza de mis

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hermanos” que redactó el hijo de Luis Corvalán,

Secretario General del Partido Comunista de Chile. Allí estaba toda la verdad del Estadio Nacional como campo de concentración, y las torturas a las que fueron expuestos miles de chilenos.

Sufrí y me nutrí de la sangre de los muertos para fortalecer mi voz y gritar su verdad. Pinochet no podía ganar, teníamos que unirnos para vencerlo. Debíamos tomarnos las calles y salir a protestar, era urgente resurgir de las cenizas.

Esos años leí hasta gastarme los ojos y escribí consumiendo mi puño en la denuncia por Justicia y Libertad.

Cabe decir que no todo pereció en las llamas y hubo valientes que salvaron la cultura en sótanos y entretechos, o en hoyos en los patios traseros de sus viviendas. Con el tiempo, los libros volvieron a circular de mano en mano y la música popular fue ganando terreno en la radio; ya no necesitábamos escuchar a escondidas las emisoras de onda corta para saber lo que pasaba en el país.

Mucho se ha publicado sobre este período pero quedan más verdades por contar, decir lo que fuimos y sentimos durante diecisiete años de dictadura y cómo sus secuelas nos alcanzan hasta hoy.

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UN ÁRBOL SIN REGALOS

La Navidad de 1974 fue hasta las once de la noche la más triste y quizás, después de esa hora, la más maravillosa que he tenido.

Veo a mi madre regando las plantas. Está pensativa y triste en su vestido de todos los días. No hay ambiente en la casa y ya comimos algo sencillo. En el árbol de Pascua no hay regalos, sólo lo adornan los farolitos de colores que se encienden y apagan. Tiene bolitas de plumavit que representan la nieve. El viejito pascuero no existe, lo sé desde el año pasado, cuando descubrí que eran mis padres quienes jugaban la comedia del hombrecillo vestido de rojo y de barba blanca.

Mi padre está en su taller, una pieza al fondo de la casa donde cose y plancha. Es sastre y a mis ojos, es el hombre más culto y sabio del planeta. Lo observo cabizbajo, preocupado y no me atrevo a molestarlo. Intuyo que algo grave pasa.

Mi mamá dejó de regar el patio y salió a la calle. Yo estoy viendo la tele y anuncian la transmisión de la Misa del Gallo.

Nuestro televisor es grande, es un Westinghouse e imagino que debe ser algo especial porque cuando mi madre lo nombra lo dice con orgullo. Está puesto en una mesita de fierro con ruedas. Allí están también mis discos de cuentos que me sé de memoria. Bambi y la Cenicienta son los que más me gustan, Alicia en el país de las maravillas lo encuentro ridículo y Peter Pan me es indiferente.

¡Yupi!, llegó mi tía Eliana, y viene con unos paquetes. Estoy curiosa por saber qué son, ¿serán regalos para mí?

— ¡Mami, mami!, estabas aquí al lado del arbolito. ¿Puedo abrir los regalos? ¡Dime que sí, no seas mala!

¡Que feliz soy, muchas gracias mamita, te quiero mucho!

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Esa noche, luego de abrir los presentes, visitamos a mi tía, cuya casa queda a diez calles de la nuestra. Ella me trajo una pelota gigante con puntitos de colores brillantes y un juego de tacitas. De mi viejo recibí una alcancía verde, del Banco del Estado, y mi vieja me obsequió una muñeca de trapo con cara de porcelana, para guardar mi piyama; fue mi primera ―Dormilona‖. Esos pequeños objetos iluminaron mi rostro nuevamente y me permitieron tener una hermosa Navidad.

Siendo ya adolescente, le pregunté a mi mamá de dónde había sacado el dinero para comprarme la muñeca y me confesó que la pidió fiada en el bazar del barrio.

Los años de las vacas gordas para mis padres habían terminado con el bombardeo a La Moneda.

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RADIO MOSCÚ

Después del Pronunciamiento Militar de 1973, en mi casa comenzó un ritual que parecía un juego de secretos. Escuchábamos la radio por la noche, muy bajito para no ser descubiertos, pues mi papá decía que el chicharreo antes de sintonizar la emisora, nos podía costar caro.

“Arriba los pobres del mundo, de pie los esclavos sin pan… Aquí Radio Moscú transmitiendo para Chile.”

Al transcurrir los años dichas melodías y acordes se difuminaron en mi memoria al abandonar esta práctica clandestina, y solamente algunas estrofas fueron retenidas por los recuerdos: “ahí va la clase obrera,

la mejor y querida compañera y en el día que me muera mi lugar lo ocupas tú....” A los quince años supe que ese era el

himno de la CUT (Central Única de Trabajadores), y a través de amigos conseguí los discos prohibidos.

Mi madre me llevaba a las marchas, a las manifestaciones de Allende, a los recitales de los grupos de moda, y a pesar de que tenía cinco años conservo claras imágenes de ese tiempo:

Estoy haciendo pipí en una esquina del Ministerio de Defensa. El hilito de orina amarilla, humeante, casi moja mis zapatos de charol. La gente canta “Colo Colo, Colo Colo, el equipo que ha sabido ser campeón...”. Mi tía Edith está con nosotras. Ella es una gorda linda que me quiere mucho y yo también la quiero un montón. Festejamos el triunfo de nuestro equipo de fútbol favorito. La semana pasada estuvimos en un concierto de Los Ángeles Negros.

Al comprender qué sucedió con Salvador Allende, odié a Pinochet hasta la médula de mis huesos. Él había asesinado al hombre que se parecía a mi abuelo Carlos, y ante mis ojos era un ser oscuro y

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siniestro. Lo relacionaba con la maldad, pero no podía decírselo a nadie. Él era el responsable de muchas privaciones en mi casa y del miedo que ciertos sonidos me ocasionaban, los cuales hasta el día de hoy, cuando me encuentran desprevenida me ponen la piel de gallina.

Las hélices de los helicópteros zumban en mi cabeza, alumbran con un potente foco, y el ruido de las balas aumenta mi angustia. Estoy con mi mamá donde la vecina Elsa, tenemos que cruzar a nuestra casa -que está al frente de la suya- pero es de noche y no podemos circular libremente por las calles: hay toque de queda. Un milico está de punto fijo en Avenida Central. Mi papá hace juego de luces con la cortina del dormitorio, esa es la señal de que la puerta del antejardín se encuentra abierta. Debemos esperar el momento oportuno para atravesar. Ahora estoy despierta, pero en otras ocasiones me he quedado dormida, y entonces me llevan en brazos, envuelta en una frazada.

Varias veces encontré en el jardín casquillos de balas con los cuales me entretenía jugando, únicamente cuando crecí supe de qué se trataba.

Visto a la distancia parecía un pasatiempo, lo mismo que oír la radio a escondidas, sin embargo no lo era, y centenares de chilenos encontraron la muerte por proyectiles locos o por disparos que sí iban dirigidos a quemarropa.

En julio de 1984 emprendí nuevamente el ritual de la Radio Moscú, pero en esta ocasión a solas.

Todos los viernes salía de compras con mi madre; en uno de esos días, en la Zofri (zona franca) del centro de Santiago, me compró una radio reloj con AM, FM y onda corta. En cuanto llegué a casa, sintonicé la radio de mis recuerdos infantiles. Remembranzas adormecidas por el exilio económico, y que sólo entonces afloraron a mi memoria. No podía

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creer lo que oía, la misma música, el mismo encabezado del noticiero. Me sentí feliz, estaba en las nubes. A partir de ese día ella fue una nueva compañera y durante muchos años fuimos inseparables al momento de acostarme.

Sábado 14 de julio de 1984 Son las 20.10 de la noche y acabo de llegar, fui a ver la película “La Batalla de Chile”. Mi papá me fue a esperar al preuniversitario porque estaba lloviendo y no me encontró. Mi mamá me anda buscando donde Rosa, una amiga mía. Cuando regrese seguro me va a pegar, tengo miedo porque me descubrieron en una mentira.

Hace diez minutos que volvió, no me pegó por suerte, pero me retó y me castigó. Tengo prohibido salir a la calle y juntarme con mis amigos, a los que mi madre tacha de comunistas. No puedo seguir yendo a la parroquia ni al preuniversitario; me van a controlar las horas de llegada del liceo. Amigo, ha empezado un nuevo calvario para mí pero debo resistir cueste lo que cueste.

Yo andaba con mi primo Lucho, su novia y otros dos compañeros. La filmación comenzaba con la elección de Allende, mostraba su gobierno y terminaba con el Golpe de Estado. No me arrepiento de haber ido, lo que sí me duele es que mis viejos me dejen mal con mis amigos y que sepan que no es la primera vez que falto a clases; además lamento no poder recuperar de inmediato el borrador de mi “Relato NN” que tiene el profe de castellano.

Mi mamá también me amenazó con quitarme todos los casetes con música artesanal, dijo que me los iba a romper y que no me dejaría escuchar más el programa musical “Hecho en Chile”. Esto me aflige porque mis casetes son como hijos y pienso defenderlos contra el gobierno militar, CNI, mamá o cualquier otra cosa.

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Creo que mi pieza y yo, por un tiempo, vamos a sentirnos como perseguidas, incluso tú, amigo, ya que tienes varias cuestiones subversivas: mis antiguos poemas, mis nuevos escritos, mi relato y otras cosas más.

Les haré creer que tienen razón y que cambiaré para ganar tiempo y recuperar mis espacios.

Tu amiga Rossana.

Los problemas con mis padres eran interminables. Cada vez que me salía de sus márgenes tenía que soportar su represión de una u otra forma. En más de alguna ocasión deseé desde el fondo de mi alma, que en el futuro ellos sufrieran como me hacían sufrir a mí con su sobreprotección. De haber sabido lo que me deparaba el destino y las penas que les iba a ocasionar, no habría albergado jamás tan bajos sentimientos.

Por fortuna, las amenazas se quedaron en eso, mis escritos y la música se salvaron y pude escuchar la radio que quería, aunque hubo amistades que definitivamente tuve que borrar de mi vida.

La escritura era mi válvula de escape, y mis sueños y metas eran el motor de resistencia. Esto me permitía aguantar tanta injusticia, principalmente de parte de mi madre, quien me dejaba realizar algunas actividades siempre y cuando lo hiciéramos juntas no obstante, si yo deseaba tomar la iniciativa… no podía.

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Cárcel de concreto material en la ciudad Quisiera poder ser libre en mi hogar y en mi país, mas soy prisionera de una cárcel de concreto material: mi casa. En ella tengo de todo, menos libertad de expresión y corporal.

Mi condena es conseguir un título profesional, ese simple papel sin valor real para mí, que deberé entregar a mi carcelera materna para conseguir mi querida y ansiada liberación. Sin embargo, aún me quedan muchos años de condena y prisión familiar que acepto voluntariamente para evitar escuchar los consabidos sermones: “queremos lo mejor para ti y que seas mucho más que nosotros”.

Ellos pretenden vivir sus vidas a través de la mía, pero yo también tengo deseos, aspiraciones y quiero salir adelante en las metas que me he trazado.

Aspiro a ser una mujer íntegra, trabajadora, responsable y consecuente, pero si esta cárcel me vigila, me coarta lo que hago y me asfixia, jamás conseguiré mis sueños y al final diré que soy un fracaso de ser.

Abril 14, 1984 ETY

ETY fue un seudónimo que usé dos años para firmar lo que escribía.

Durante el día, mi papá escuchaba Radio Cooperativa y su locutor estrella Sergio Campos. Lo mío era la canción protesta y los cantores populares como Víctor Jara, Violeta Parra, Quelentaro, Cristina González, Eduardo Peralta y otros más. A esta lista sumaba los extranjeros Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Viglietti, Piero. También entre los grupos musicales debo destacar a Inti Illimani, Illapu, Quilapayún, Sol y Lluvia y Transporte Urbano.

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A pesar del tiempo y el polvo acumulado, esos fieles casetes todavía suenan y en algunos casos, la tecnología los ha transformado en discos compactos.

La dictadura nunca pudo con la creación: la música, la literatura y la radio fueron importantes aliados en nuestra lucha contra el tirano. Balas y decretos silenciaron vidas, programas informativos o libros, pero siempre quedó una semilla que germinó al calor de una fogata, de un mimeógrafo o de una guitarra.

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RITOQUE Y TEJAS VERDES

Los amigos de mis padres que les brindaron trabajo en los años de las vacas flacas, nos invitaron el verano de 1975 a su cabaña en el balneario de Ritoque, en la quinta región.

Era una casa de madera en la loma de un cerro y tenía vista al mar. A sus espaldas había un bosque de pinos y terrenos donde los animales pastaban. Abajo, un campo de concentración, pero yo no lo supe hasta mucho después.

Mami, vamos a jugar con Carlos y Paola allá atrás. Tengo siete años, voy vestida con una falda roja y calzo sandalias. Mi amigo es el hijo de los dueños de casa y Paola es la hija del cuidador. Partimos de excursión, buscamos aventuras y queremos encontrar un tesoro.

Hay muchas vacas. Pasamos por entre los cercos y espiamos los patios de los vecinos. Queremos entrar a mirar una casa a medio construir, pero hay un hombre dando vueltas por el lugar. Hacemos equilibrio entre los tubos del alcantarillado y salimos a campo abierto. Un toro nos persigue, echamos a correr. Nos subimos a un árbol. Pasa el tiempo y el animal no se va, sigue abajo esperándonos. Lo insultamos, le tiramos hojas, lo escupimos. Ya no es divertido este juego.

_ ¡Papáááá!, ¡Don Jorgeeeee! ¡Ayúdenoooooos!

El papá de Paola nos escuchó y vino en nuestro auxilio. Carlos y yo le pedimos que guardara el secreto por favor. Lo hizo, claro que antes nos dio un tremendo sermón de lo peligroso que era andar por allí haciendo travesuras.

Cuando regresé con Carlos a la cabaña, nos cruzamos con un militar vestido de azul. Nos preguntó

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si éramos nosotros los que habíamos gritado y le contestamos que si. No recuerdo qué nos dijo, aunque sé que él me intimidó mucho más que el toro, que finalmente resultó ser una vaca curiosa, como nosotros tres.

Siete años más tarde empecé una aventura distinta, la búsqueda de la verdad: saber lo que había pasado en Chile después del Golpe de Estado. Recurrí a los libros que circulaban en forma clandestina, interrogué a mis tíos que eran militares, le pregunté a mi papá qué había en Ritoque, indagué con mis amigos y conseguí hacerme una imagen de lo ocurrido. Me juré no ir al Estadio Nacional, hasta que allí no hubiera una ceremonia de desagravio y homenaje, dedicado a quienes -en esos camerinos y canchas- sufrieron la tortura y la muerte.

El gobierno de transición de Aylwin realizó el acto y estuve presente con mis amigos y compañeros.

No puedo evitarlo, tengo un nudo en la garganta, mis ojos se humedecen y la primera lágrima cae. Con Carmen estamos tomadas de la mano, el nombre de su tía figura en la lista de los Detenidos Desaparecidos que va pasando en la pantalla gigante. Una señora está bailando la Cueca Sola en el medio de la cancha. Alguien grita en la tribuna: “Compañeros Detenidos Desaparecidos”, ¡Presente! respondemos las ochenta mil voces allí reunidas.

Entre mis doce y catorce años iba a la piscina del regimiento de Tejas Verdes, donde dos tíos eran suboficiales mayores del ejército. Cuando me enteré que ahí también hubo un centro de detención y tortura, no fui nunca más, y a ellos, los acosé con preguntas. Uno calló, el otro me contó la verdad.

Del regimiento salían los helicópteros mar adentro y desde el aire tiraban los cuerpos de los detenidos con el vientre rasgado para que no flotaran.

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De esa forma no habría evidencias: sino no hay cuerpo, no hay crimen.

El 5 de noviembre de 1985 en un momento de desesperación, de angustia y de cansancio escribí:

“¿Hasta cuándo nos torturan? ¿Hasta cuándo nos humillan? ¿Hasta cuándo nos reprimen? ¿Hasta cuándo sufrimos por su culpa, dictador? Deje ya de reírse, déjenos en paz, váyase de una vez por todas para vivir con tranquilidad. Retire sus helicópteros, saque sus tanquetas, no gaste sus balas en matar a inocentes, gástelas en usted y su tropa de generales por maricones y cobardes. Entienda que nos cansó, comprenda que no lo soportamos. Ya no nos tragamos sus mentiras y mucho menos, sus autoatentados.”

Pinochet con su dictadura me siguió amargando la vida. Le seguí escribiendo cartas, que nunca le envié; seguí rayando los muros de la ciudad; seguí tapizando las calles con panfletos; le deseé la muerte millones de veces y le pedí a los dioses del Olimpo que le hicieran lo mismo que él le hacía a mi pueblo. Me envenené de odio contra su persona y hasta el día de hoy no perdono ni olvido.

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TOQUE DE QUEDA

El año 1976 subí por primera vez a una ambulancia. Tenía ocho años.

Ese tiempo era aún de muchas carencias económicas en mi casa y por desgracia yo enfermé. Mi mamá me llevó entonces donde mi tía Eliana, para que ella me cuidara mientras mi vieja trabajaba.

Tengo frío, estoy tiritando, doy saltos en la cama. Me toman la temperatura y tengo más de cuarenta de fiebre. Todos están preocupados, dicen que hay que hacer algo, tienen que llevarme al hospital, pero ya hay toque de queda. Mi primo Lucho sale a llamar la ambulancia. Se demora, estoy congelada, me retuerzo entera y no puedo dejar de agitarme, toso fuertemente y el pecho se me dispara en mil pedazos, me cuesta respirar, siento que me muero. Por fin llega la camioneta blanca. Tiene máquinas y tubos raros, no sé qué cosas son. Un hombre conversa con mi mamá, le hace preguntas sobre mí, no logro seguir la conversación… me duele todo el cuerpo. Mi primo me toma las manos.

Hemos llegado, dice una voz ronca. Me bajan en una camilla y entro a una pieza con luces muy potentes, hay hileras de camas angostas pegadas al muro. Una enfermera me pone un termómetro en mi trasero, me duele, me molesta. Mi mamá trata de tranquilizarme, le dicen que tengo demasiada fiebre y que me van a envolver en sabanas húmedas, ella se niega y pide que me vea un doctor. Finalmente llega una mujer que me trata con dulzura y me examina, le dice a mi madre que tengo bronconeumonía, que estoy grave y tienen que ponerme penicilina. Agrega que debemos irnos a la casa, que lo siente mucho, pero no hay camas libres para dejarme en el hospital. Mi mamá asustada le pregunta ¿cómo vamos a volver a esta hora?, hay toque de queda. Ella con una mueca le ofrece un salvoconducto.

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Nuevamente Lucho sale en mi auxilio y consigue que un chofer de liebre -que también ha traído a alguien a la posta- nos lleve a la casa. Subimos, todo está oscuro y muy helado, es invierno. El trayecto lo hacemos en silencio. Mi madre me lleva en brazos, procura darme calor. Disimula, pero siento su angustia…

En mi juventud entendí bien lo que significaba la frase ―el toque‖ pues con regularidad -en momentos de protestas- fue instaurado nuevamente, y con los famosos estados de excepción, era como volver a los primeros años del golpe militar. A pesar de ello, los años habían logrado vencer el miedo y muchas puertas se abrían para el que iba arrancado o necesitaba refugio.

En una de las primeras jornadas de protesta nacional del año 1983, bajó por avenida Ovalle, una marcha con gente que iba a protestar a Santa Rosa. Yo estaba en la calle con mis amigas y mi hermano, que en ese tiempo había vuelto a vivir en casa. No lo pensamos dos veces y nos unimos al grupo. Íbamos entusiasmados cantando: “y va a caer, y va a caer...” cuando de pronto alguien gritó: ¡los milicos! Echamos a correr por entre los pasajes y a nuestras espaldas oíamos los tiros de fusil. Ellos habían salido con tanquetas a la calle y nosotros…, sólo portábamos el arma de nuestras voces.

Cuando logramos regresar a la casa, mis viejos y los padres de mis amigas estaban muertos de temor. Nos retaron y nos castigaron, pero igual seguimos por esa noche —en la esquina de nuestro pasaje— protestando a nuestra manera. Éramos unas niñas de quince años y no teníamos ningún interés en seguir creciendo bajo una dictadura. A mi hermano lo retaron más que a mí por ser mayor y no cuidarme, y a la vez por fomentarme el espíritu revolucionario.

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En 1987, con un grupo de amigos decidimos hacer una fogata, ellos colocarían los neumáticos y yo llevaría la molotov para encenderlos. Al aproximarme a la barricada, que ya estaban levantando, observé que unos hombres se acercaban también al grupo. Supuse entonces que nos venían a ayudar, sin embargo alguien me gritó: ―¡chica, arranca, son sapos!‖. Atravesé la cancha corriendo y escuché el ruido de un balazo. Mi corazón latía aceleradamente empujado por la adrenalina y la carrera.

Gracias a mis amigos me salvé de una paliza, pero ellos quedaron con cortes en el cuero cabelludo y múltiples hematomas en el cuerpo, producto de los golpes de esos infiltrados.

Muchas de esas jornadas se saldaron con varios muertos, heridos y detenidos y siempre fue peor cuando los milicos estaban en la calle.

El toque de queda marcó la vida de miles de chilenos.

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VENEZUELA

El año 1977 se inició para mi familia el despegue económico, gracias a un país que nos acogió y brindó trabajo a mi papá.

Un día, un vecino contó que en la parroquia estaban inscribiendo para ir a trabajar al extranjero. Mi papá, que ayudaba a un amigo en una tienda de abarrotes, no lo pensó dos veces y se anotó como plomero. Era una firma alemana que construiría en Venezuela una siderúrgica.

En mi casa la recesión había hecho mella, se habían vendido los electrodomésticos y mi mamá limpiaba la casa de una amiga por la comida para nosotras, y unas cuantas monedas.

Al cabo de unas semanas mi padre fue contratado, le dieron dinero para que sacara el pasaporte y le entregaron un boleto de avión. El final del túnel se vislumbraba y una nueva vida comenzaría en Puerto Ordaz.

Mi viejo fue elegido en el avión, delegado de los chilenos. Él siempre fue un hombre de hablar bonito y que inspiraba confianza. No obstante, como nunca falta el envidioso, en cuanto llegaron y se presentaron a los jefes alguien denunció que él no era plomero sino sastre, entonces los ingenieros de la obra lo mandaron a llamar. Mi papá lo confirmó, pero les dijo que tenía una mujer y una hija que alimentar en Chile y que contaba con dos manos para trabajar en lo que fuera. Cuál no sería la sorpresa del grupo cuando salió investido de esa oficina como Jefe de Mantenimiento del Personal.

A los dos meses nos mandó a buscar y en nuestra casa se quedaron viviendo mis abuelos.

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La firma le entregó una vivienda completamente amueblada y puso una camioneta a su disposición. Yo comencé a ir a un colegio privado chileno-argentino, y la vida nos dio un giro de 180 grados.

Los domingos íbamos al río Orinoco, a las ruinas de los jesuitas, a Upata, a Castillito y otros lugares cuyos nombres he olvidado. Solíamos hacer asados y celebrábamos cuanto hubiera por festejar.

El primer 18 de Septiembre se hizo una fonda en el campamento donde vivían los chilenos solteros. Los que habían logrado traer a sus familias arrendaban casas o departamentos en la ciudad. Las mujeres se encargaron de cocinar las empanadas y no faltó el vino chileno y el pisco que traían los recién llegados. Las banderas adornaban el lugar y hasta la prensa local llegó a tomar fotos del acontecimiento. A los niños nos hicieron volantines y también la rayuela y la brisca estuvieron presentes.

El mes de diciembre cumplí diez años y lo celebré en una hermosa fiesta de disfraces, con mis amigos de la escuela que eran de distintas nacionalidades.

En febrero de 1978, los amigos venezolanos de mis padres me invitaron a participar del carnaval de Puerto Ordaz. Era todo un acontecimiento en la ciudad, y la gente se volcaba durante un fin de semana a la calle a divertirse y a apoyar a sus comparsas favoritas. La nuestra estaba integrada únicamente por niños, éramos ―Los Diablitos de Puerto Ordaz‖, ya que nuestros disfraces eran de diablos y diablas. La combinación roja y negra me asentaba muy bien. En las manos portábamos un tridente, en la cabeza un gorro de fieltro con dos cachos negros y en los ojos un antifaz de raso rojo, como el resto del traje, adornado con lentejuelas. Durante dos semanas estuvimos

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ensayando los pasos y coreografías, los gritos y las mejores sonrisas para la prensa.

Éramos cerca de cincuenta integrantes. Nuestros padres nos acompañaron durante el trayecto -largo y caluroso- de la avenida principal de la ciudad. Íbamos entre grupos de timbales y bailarinas con plumas, igual que en el Carnaval de Río de Janeiro. Obtuvimos el primer lugar en la categoría infantil, nuestras caritas de diablillos ocuparon la primera página de los diarios locales. La fiesta para celebrar el triunfo fue grandiosa y durante días fuimos reyes en nuestras casas y en las escuelas.

En mi memoria conservaba este tipo de sucesos en Chile, pero no podía situarlos en el tiempo.

Retornamos a Chile de vacaciones en diciembre de 1978, pero supongo que la nostalgia del país fue más fuerte que el bienestar económico, y con el dinero que mis padres ahorraron recomenzamos nuestra vida en Santiago y ya no regresamos a Venezuela.

Mis abuelos se quedaron a vivir con nosotros y construyeron una casa prefabricada en el patio trasero de la nuestra, y fue así como disfruté de ellos hasta que murieron.

Mi viejo rearmó su taller y se compró una citroneta, mi vieja recuperó sus artefactos eléctricos, y a mí me matricularon en sexto año básico.

Los primeros días de clases fueron muy difíciles, por un lado porque yo traía una mezcla rara de acentos entre argentino, venezolano y chileno y por otro, porque el curso era demasiado grande: en Venezuela éramos sólo doce alumnos en el salón y aquí treinta y cinco.

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Sentí el vacío y el rechazo de mis compañeras. Ellas no me querían, ni yo deseaba estar ahí. Por suerte, las cosas se fueron suavizando y con el tiempo volví a mi realidad de niña de población.

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VISITA AL CIRCO

En 1980, cuando estaba en séptimo año básico, fuimos con el curso al circo que llegó a nuestro barrio.

Era una carpa chica, con un par de espectáculos de malabarismo y unos perros amaestrados.

Detesto el circo y no entiendo cómo me dejé influenciar y vine, pero ya estoy aquí y tengo que asumir. Me aburro como una ostra. En la galería contigua hay un muchacho que me observa, yo también lo miro…, me pongo nerviosa. El día afuera está soleado, ya es primavera y presiento que me acaba de ocurrir lo que a Bambi. Es de mi escuela, lo sé por la insignia de su chaqueta, es la primera vez que lo veo, porque los hombres van en la mañana y las mujeres en la tarde. Tiene el pelo castaño claro y lo encuentro lindo.

Por fin ha terminado el fastidio de los payasos. ¿Qué tiene de divertido darse patadas y cachetadas y hacerse los tontos?

Estamos saliendo y mi corazón empieza a latir a mil por hora, el joven que me miraba camina hacia mí, ¿qué hago?

—Hola, ¿cómo te llamas?

— ¡Ah! Hola, me llamo Rossana ¿y tú?

— Me llamo Marcelo ¿en qué curso estás?

Y así tras una seguidilla de preguntas y respuestas, me acompañó a mi casa y se ofreció a ir a buscarme al colegio al día siguiente. Se despidió con un beso en la mejilla, y yo entré flotando a mi casa; todo era maravilloso.

Él fue el primer muchacho que me pidió pololeo. Por supuesto no acepté, aunque me moría de ganas de hacerlo, pero en mi casa no me habrían dado permiso. Seguimos viéndonos unas cuantas veces e

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incluso en la época del liceo nos encontramos en algunas ocasiones en la calle o en la micro, pero lo nuestro no pasó de ser un beso fugaz y primaveral.

En ese entonces no sabía del Vía Crucis que habría de recorrer frente a mis padres, hasta conseguir el verdadero amor por el cual luché hasta vencer.

Del mismo modo, mi pueblo tuvo que pelear contra la dictadura que ese año le impuso una nueva Constitución, que aseguraba a Pinochet en la Moneda hasta marzo de 1990 y le concedía el derecho de ser senador vitalicio.

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EDUARDO FREI MONTALVA

El penúltimo presidente constitucional de Chile -antes del Golpe de Estado- fue Eduardo Frei, líder de la Democracia Cristiana. Gobernó de 1964 hasta 1970.

Él fue opositor al gobierno de Salvador Allende y partidario del Pronunciamiento Militar, al cual criticó duramente a medida que pasaban los años. El 27 de agosto de 1980, en un acto en el teatro Caupolicán, dio un discurso en contra de la Constitución propuesta por Pinochet.

En mi casa, mi papá conservaba la bandera de la DC, y tenía una insignia que usaba en la solapa de su chaqueta, en su época de militancia activa al interior del partido demócrata cristiano.

Con los años yo también tuve una bandera de mi partido, que mi propia mamá hizo para mí. A veces, durante las marchas y concentraciones también lucí una chapita del MIR o de la Juventud Rebelde Miguel Enríquez.

Estamos en Llo Lleo, el día se anuncia caluroso y tenemos proyectado ir a la playa. Antes de salir escuchamos las noticias. De pronto los planes cambian, acaban de anunciar que Eduardo Frei ha fallecido en el Hospital Militar. Mi papá está consternado y guarda silencio. Repentinamente dice:

— Ya doña Rosa arregle las cosas que nos vamos a

Santiago ahora mismo.

Sé lo que Frei significa para él y quiero decirle una burrada pero me retengo, debo respetar su dolor. Lo veo triste y siento que ha perdido a un guía espiritual.

Hemos llegado a la casa y en el trayecto lo único que escuché fue… “los milicos lo mataron”.

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Mi papá me llevó a la Catedral a una misa que se ofició por el descanso eterno de Frei. En cambio, a mis compañeros siempre los fui a despedir sola. Mi viejo nunca me acompañó; decía que yo buscaba complicaciones arriesgándome innecesariamente.

Imagino que el mejor regalo que yo hubiese podido hacerle, habría sido entrar a la Juventud Demócrata Cristiana, pero eso…, estaba muy lejos de mi forma de pensar, yo no iba a traicionar jamás mis ideales revolucionarios.

Los años hicieron correr mucha agua bajo los molinos y luego de vivir decepciones y engaños por parte de bastante gente en Chile, hoy que soy madre, procuro encauzar el carácter de mi hijo para que no se deje llevar por sus arranques, y mantenga en todo momento, un espíritu critico y abierto. Intento además, no ser tan estricta con él, como lo fueron conmigo.

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PRIMERA PROTESTA

Miércoles 11 de mayo de 1983 Hola, te escribo para contarte algo que nunca antes había visto en Chile: golpear las ollas. Mi papá dice que la derecha se lo hizo a Allende.

La Confederación de Trabajadores y otros grupos opositores a Pinochet, llamaron a una Protesta Nacional para hoy día, por eso no fui a clases. A las ocho de la noche había que tocar las cacerolas, y con mi mamá, en el patio, me volví loca golpeando las tapas de las ollas y el lechero.

Fui con mis vecinas a ver qué pasaba en Avenida Central. Al fondo de la calle, para el lado de la parroquia y la población Yungay, se veían unas fogatas. Se escuchaban balazos y el concierto de ollas sonando, parecía una filarmónica cocinera.

Amigo, ha sido una noche fantástica, lo único que lamento es que al parecer hay gente detenida y herida según las noticias del “Diario de Cooperativa”. Ojala no pase nada malo. Ahora te dejo porque es súper tarde, son más de las doce.

Besitos y hasta mañana. R.C.S.

Efectivamente hubo cerca de trescientos cincuenta detenidos, muchos heridos y dos personas murieron.

A los pocos días, la represión se hizo sentir con fuertes allanamientos en las poblaciones de Santiago. A la nuestra, también llegaron los militares y se llevaron a todos los hombres mayores de catorce años. Mi papá tuvo que ir con todo el grupo, sentí mucho miedo por él. Por suerte, regresó junto a nuestros vecinos sano y salvo.

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APAGONES

Durante las primeras protestas nos vimos confrontados a los apagones en las poblaciones, producidos por una bomba en los postes de alumbrado público, o porque se lanzaban cadenas a los transformadores de la luz. Eran los llamados ―cadenazos‖.

Ya desde finales de 1983, se empezó a hablar de apagón generalizado a nivel nacional. El Frente Patriótico Manuel Rodríguez empleó esta táctica de hacer volar las torres de alta tensión, dejando durante horas a oscuras, las ciudades más importantes del país.

Para quienes salíamos a protestar, la oscuridad nos daba cierta protección, pero una vez en casa extrañábamos la electricidad. Yo estaba acostumbrada a escribir cada noche el resumen del día y más aún cuando era una jornada de paro o movilización. No obstante, anotaba lo que me venía al cuerpo en forma de prosa o versos a la luz de una vela.

Horrible

¡Qué horrible suplicio de poeta!: se tiene una idea, se quiere escribir y ¿qué ocurre?, no hay luz para ver, únicamente la claridad de la radio a batería, la vela o los dígitos de la calculadora.

La noche cayó hace mucho rato. La oscuridad me acaricia, su respirar negro me excita. La luz se extinguió por un bombazo al transformador y tardará algunas horas en llegar.

Estoy sola. Oigo voces a través de la radio, no las entiendo, son en dialecto extraño, foráneo. Respiro profundo, siento que me miran, es mi amado imaginario y nocturno, que me protege y asusta.

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La gota de esperma aumenta, a la vez que la vela se consume. La llama da un resplandor pasable, pero ¿qué haremos cuando se acabe?

El olor se hace insoportable, la noche cae aplastante. Las calles toman claridad, las fogatas alumbran la ciudad, las marchas, las canciones y los gritos permiten liberar, las tensiones del hambre, de la cesantía y la crueldad de esta odiosa dictadura militar.

Otro escrito en una de esas noches de protesta fue el siguiente:

“Se tienen ideas, se quieren manifestar pero hay una traba, es de noche y no nos podemos levantar. Nos enseñaron que la noche es para dormir, pero me pregunto cómo hacerlo si se es rondín o si se está enamorada a punto de quedar embarazada. Además cuando la consciencia te estruja con desafíos: ¡actúa tienes hambre, tienes frío, estás cesante, estás en el exilio!

Ya no acepto más que se me diga “apaga la luz y duerme”, me rebelo y arranco quebrando vidrios, lanzando silbidos y gritos: ¡despierten vecinos!, hay que trabajar, salvar, edificar; dejemos el sueño para el futuro, la aurora está a punto de llegar. ¡Salgan dormilones!, esta noche tenemos que avanzar, el triunfo está cercano porque hoy no vamos a claudicar y todos juntos recibiremos a la patria nueva, la que nos sacará del inmenso letargo nacional.”

Esta fue una época de panfletos, de escritos directos, sin buscarle mucha armonía o poesía a lo que hacía; me interesaba decir lo que veía, lo que quería. Soñaba con que la dictadura terminara.

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MAURICIO MAIGRET

Martes 27 de marzo de 1984 ¡Hola!

Ayer decretaron toque de queda a las 22 horas. Hoy es a las 20.30 horas porque se convocó a una protesta para este día, para presionar al gobierno para que deje el mando, y así con esta disposición la gente no puede salir a la calle a hacer barricadas, fogatas y marchas -como el año pasado- porque al que pillen haciendo una manifestación le meten una bala o lo llevan preso. A mí no me dejaron ir al liceo.

En la noche o mañana te cuento más. Son las 10.25 hrs.

El jueves 29 de marzo de 1984, un grupo armado del MIR intentó asaltar una comisaría en Pudahuel y un furgón de carabineros. En la televisión mostraron el cuerpo de un hombre ensangrentado, tendido en el suelo, cubierto con una bandera roja y negra. Era Mauricio Maigret y tenía apenas dieciocho años. El viernes 30 hubo un atentado en contra de una micro de carabineros en el paso nivel de Carmen con la Alameda. Ahí murió un policía, otros diez resultaron heridos y seis transeúntes también. Por extraña razón, estos hechos me conmovieron más que otros asesinatos y el sábado 31 anoté todo eso en mi diario.

El destino, a veces teje redes que son imperceptibles hasta que caemos en ellas y entonces descubrimos nuevos horizontes. Esto me sucedió en 1990, cuando le abrí algunas páginas de mis diarios de vida a mi compañero. Mauricio había sido un buen amigo suyo, y como escarbé sin querer en heridas pasadas, me propuse hacer algo para remediarlo.

Una mañana fui al Cementerio General y en el servicio de informaciones obtuve el nombre del patio y número de sepultura de la familia Maigret. Un señor

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vestido de chaqueta y pantalón azul desteñido me acompañó hasta la misma tumba. Para no despertar sospechas, dije que el joven que buscaba había sido un compañero de curso. Llevaba un ramo pequeño de claveles rojos para dejárselos a nombre de Carlos. En el lugar, su familia había plantado un olivo, lo supe por una inscripción escrita en un papel plastificado. Le conté a Mauricio que lo conocía desde hacía muchos años, cuando vi su cuerpo tendido en una vereda, a través de la pantalla del televisor. Le dije que ahora también seríamos amigos, y que siempre le llevaría un ramillete de flores rojas. En silencio, le hablé también de la fuga de Carlos y de los otros Presos Políticos, desde la Cárcel Pública de Santiago. Le pedí por nosotros, que nos ayudara en todo y que protegiera en especial y más que nunca a su amigo de juventud.

Cuando llegué a ver a mi compañero le expliqué lo que había hecho y le sugerí que cuando quisiera podíamos ir a visitar a Mauricio. Esa misma semana fuimos a verlo.

Una tarde les relaté esta historia a mis padres y ellos me entendieron, me dijeron que no me preocupara y que nunca le faltarían flores en su tumba. Un día dejamos una tarjeta de presentación de mi papá para la familia Maigret, pidiéndoles que tomaran contacto con nosotros. Lo hicieron, pero mucho tiempo después, cuando mi compañero y yo, ya habíamos salido del país. Nos llamaron a Bélgica y ellos y mis padres entablaron amistad.

Cuando volví a Chile por primera vez en 1995, llevé a mi hijo al cementerio para presentárselo a Mauricio, y cada vez que vuelvo al país, lo primero que hago -al salir del aeropuerto- es visitar el cementerio.

Descansa en paz AMIGO, nunca te hemos olvidado.

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ENTRE CRISTIANDAD Y DETONACIONES

Domingo 15 de abril de 1984 ¡Hola!

Hoy fui a misa, es Domingo de Ramos. Estuve con Natán y me invitó a un retiro espiritual para el próximo sábado, desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde.

A la hora de almuerzo tuve que aguantar un tremendo sermón de mis papás. Les pregunté si podía hacer la Confirmación y se pusieron a decirme que eso era de puros comunistas…, las mismas tonteras de siempre, y al igual que otras veces tuve que bajar el moño y decirles que sí a todo. Me dan ganas de llorar porque no me entienden, ni confían en mí porque dicen que soy muy manejable, que soy una “tonta útil”, amigo quiero ser LIBRE.

Ayer vino mi primo Lucho, estuvimos conversando y viendo diapositivas. En la tardecita fui a la iglesia, después pasé por su casa porque me grabó unas canciones bien bonitas. Allá conocí a un amigo suyo que se llama Quilo, es alto, delgado, lo encontré muy atractivo pero me pareció un poco tímido.

El miércoles detuvieron al director de la revista Análisis, Juan Pablo Cárdenas, y el sábado pasado expulsaron a Jaime Inzunza, secretario general del Movimiento Democrático Popular y a Leopoldo Ortega, integrante de la Comisión de Derechos Humanos de Chile. Fueron puestos en un avión con destino a Brasil. Esa misma mañana partieron a Ecuador cuatro personas que estuvieron asiladas en la Nunciatura Apostólica durante ochenta y tres días. Se refugiaron allí porque se les acusaba del asesinato del Intendente de Santiago, el general Carol Urzúa, ocurrido el 30 de agosto del año pasado. También ese día se fue la vicecónsul de Francia por ser declarada por el régimen “persona non grata” para nuestro país, ya que ella ayudó a un mirista a salir de Chile con rumbo a Francia.

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Como ves amigo ocurrieron muchas cosas de orden político y eso que no te cuento todas: se silencia a la prensa, todo está bajo censura y el que habla más de la cuenta, es detenido por comunista o por ser opositor al gobierno, por el simple hecho de decir la verdad.

El jueves hubo paro de los universitarios y una protesta estudiantil en el liceo. El curso del lado de nuestra sala comenzó a golpear las barandas del segundo piso y a gritar “y va a caer, y va a caer”, el resto de las alumnas nos unimos al coro. En la tarde cerca de cien jóvenes del Barros Borgoño irrumpieron en el liceo gritando y haciendo escándalos. En la mañana también habían hecho manifestaciones. Las profes del liceo llamaron a los carabineros y ahora están todos citados con el apoderado a la comisaría. En la noche escuché un discurso del presidente de la Democracia Cristiana, Gabriel Valdés, pidiendo Democracia para Chile y la renuncia de Pinochet.

¡Ah! Ayer en la tarde vino Miguel Moreno, estuvimos intercambiando nuestros poemas.

Te escribo esto para recordarlo y poder contárselo a mis hijos, si es que llego a tenerlos, cuando se vaya Pinochet.

Chao, es muy tarde y tengo sueño.

Ese sábado pude ir al retiro. Cuando entramos nos entregaron una cruz color púrpura y cuando confirmamos nuestra decisión de iniciar el retiro espiritual nos dieron un círculo que decía ―únete a Cristo solo, dio su vida por el pueblo‖. Cantamos, meditamos, reflexionamos y oramos, nos acercamos a Dios.

Al correr de esas jornadas me fui haciendo amiga de Quilo, pues ambos estábamos inscritos en el preuniversitario de la parroquia.

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Jueves 17 de mayo de 1984 Hola, hoy fui al preuniversitario y Quilo vino a mi casa. Conversamos un ratito solamente porque mi mamá se puso pesada y me obligó a entrar a ver la tele con ella. Anda con la lesera porque me pilló un poema donde hablo de la represión, la dictadura y otras cosas de este gobierno.

El martes supe que mi profesora de ciencias sociales, la señora Vilma Abarzúa, había sido detenida el viernes en su casa, y hasta ahora no sabemos claramente dónde está. Se dijo que la tenía la CNI (Central Nacional de Información), pero aún no hay nada sobre los cargos que se le imputan o por qué fue arrestada. En los recreos y a la salida de clases se realizaron manifestaciones.

Hoy los muros alrededor del liceo amanecieron rayados con sprit verde, pidiendo su libertad, lo firmaba la Resistencia. También había panfletos botados en el suelo.

Ese día martes en la noche cerca de las 22:30 y hasta las 23:30 más o menos, se oyeron cerca de 30 detonaciones de bombas colocadas en bancos, postes del alumbrado público y casetas de Chilectra (Compañía Chilena de Electricidad).

Hoy comenzó a regir la ley antiterrorista - que ahora pienso leer y estudiar- también se instauró el toque de queda y restricción vehicular desde las 01:00 hasta las 05:00.

Como podrás darte cuenta, las cosas en mi casa y el país no están muy bien.

Chao

En Santiago y las principales ciudades del país, las noches se cargaban de detonaciones, estallaban bombas en el metro, en centros telefónicos, en los postes del alumbrado público, en supermercados y otros puntos estratégicos de la ciudad. En una ocasión, desconocidos quemaron una capilla perteneciente a la

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parroquia San Pedro y San Pablo, quizás con el objeto de amedrentar a la Iglesia y a sus seguidores.

El 1° de mayo de ese año se celebró en el Parque O’Higgins, a la salida hubo disturbios y enfrentamientos con carabineros: treinta y tres personas resultaron heridas y detuvieron a cerca de cien manifestantes.

La represión en incontables ocasiones dejó su huella en falsos enfrentamientos o explosiones, donde las personas asesinadas eran catalogadas de terroristas que morían al intentar colocar una bomba. Muchos de esos crímenes permanecen aún impunes.

Mi profesora estuvo detenida algunas semanas, y luego de su liberación siguió trabajando en el liceo, dando siempre lo mejor de si misma. Ella es una mujer muy valiente, que con su ejemplo de coraje y perseverancia marcó a todas sus alumnas.

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CANTO POPULAR

El domingo 26 de Febrero de 1984, fui a un acto cultural en homenaje a Violeta Parra. Ella fue una gran folklorista chilena que se suicidó en 1967 y su herencia musical es el mejor legado para nuestro pueblo.

Meses más tarde yo escribía en mi diario de vida:

Martes 7 de agosto de 1984 ¡Hola!

Hoy fue un día de sol pero muy frío. Tuve prueba de química, me fue más o menos.

En la clase de música, la profe nos hizo escribir y cantar la canción “Gracias a la Vida” de Violeta Parra, y esto con referencia a la jornada por el derecho a la vida, a la que convocan los curas para el jueves.

Nos dijo que pedirá que ese día toquen la canción al mediodía en el liceo, ya que una de las peticiones que se hizo para la jornada era esa: escuchar a las 12 horas “Gracias a la Vida”.

Nos contó que había conocido a Violeta en el año 64 en el programa radial Discomanía de Ricardo García cuando, mi profe, llevaba una cinta con una canción de un grupo llamado Los Montañeses, que ella misma dirigía. Violeta estaba en la radio porque llevaba una canción nueva que precisamente era Gracias a la Vida, que escribió después que salió de la Posta Central donde había estado por intentar suicidarse, cortándose las venas. Violeta se la habría dedicado a los doctores y enfermeras que la atendieron, porque ellos la trataron muy bien diciéndole que la vida había que vivirla y no quitársela por muy grandes que fueran los problemas.

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