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Schulz Reiss Christine - Filosofia - Conocimiento Basico Para El Dialogo.pdf

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Christine Schulz-Reiss

Filosofía

Conocimiento básico para el diálogo

Ilustraciones de Verena Ballhaus

Versión del alemán de Hariet Quint

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T ítu lo de la edición alem ana original: Nachgefragt: Phüosophie. Basiswissen zum Mitreden. D .R . © 2005 Loew e Verlag G M B H , B indlach

D .R . © 2007 A rlequ ín Editorial y Servicios, S.A. de C .V Av. R ío N ilo 3015, Jardines de la Paz,

44860, Guadalajara, Jalisco.

Tel/fax: (52 33) 36 57 37 86 y 36 57 50 45

e-mail: arlequin @ edicionesarlequin.co m .m x w w w .ed icio nesarleq u in.com .m x

C orrección : V íctor A rroyo y Felipe Ponce. ISBN 9 7 8 -9 6 8 -7 4 6 3 -7 0 -4

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Contenido

Introducción 8

¿Quién, cómo, qué, por qué...?

¿Sólo vives o también piensas? ¿Por qué los niños son filósofos natos? 12 • ¡Arriba! ¡A la montaña rusa! ¿Qué es la filosofía? 14 • ¿Es la filosofía una ciencia? La diferencia entre conocimiento y sabiduría 15 • ¿Qué es un filósofo? Sea lo que sea, no es un sabelotodo 16 • Pensar sin palabras, ¿se puede esto? Pippi Longstocking y el Spunk 17 • ¿Las cosas son lo que hacemos de ellas? ¿O una piedra sólo es una piedra? 18 • ¿Quién fue? ¿Cuál es el origen de las cosas? 19 • ¿Dónde empieza el universo? ¿Y dónde termina? 20 • ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Qué será de mí? 22 • ¡Si me pegas, te pego! ¿Qué es bueno y qué es malo? 23

Siguiendo las huellas de la naturaleza. Cómo empezó todo

Dios y el mundo: ¿Qué tienen en común la fe y la filosofía? 26 • Siguiendo los pasos de la naturaleza: ¿Quiénes fueron los primeros filósofos? 28 • ¿Estamos hechos de agua? Cómo encontró Tales de Mileto su materia primaria 29 • ¿Qué es una escuela filosófica? Cómo se fundó la primera en Mileto 30 • ¿Todo está hecho de números? Pues, muchas gracias, señor Pitágoras 31 • ¿Puedo bañarme dos veces en el mismo río? El panta rhei de Heráclito 32 • ¿Existe la Nada? Sobre el «ser» de «Parménides 33

• ¿Es el mundo un rompecabezas? Cómo se le ocurrió a Demócrito pensar en la vida eterna 34

Pensar, hablar y actuar

¿Leguleyos o sabelotodo? ¿Quiénes eran los sofistas? 36 • ¿Qué es un escéptico? Pro- tágoras y el hombre la medida de todas las cosas 37 • ¿Qué existe, y qué no? Las «bromas» de Gorgias 38 • Preguntas, preguntas y más preguntas: ¿cuál es el principio socrático? 39 • ¿Quién era ese Sócrates? Como un tipo excéntrico le dio otro giro a la filosofía 40 • ¿Son las cosas lo que son? El mito de la caverna de Platón y su mun­ do de las ideas 42 • ¿Quién es el mejor gobernante? La idea de Platón sobre el alma, el Estado y el amor 44 • ¿Qué es la lógica? Cómo deducía Aristóteles conceptos 45 • ¿Cómo debe vivir el hombre? De la naturaleza al Estado 46 • ¡Pisa el acelerador!, quiero divertirme. ¿Quiénes fueron los epicúreos? 48 • ¿Qué es la tranquilidad estoica? Zenón y sus apóstoles del deber en el pórtico 49 • ¿Por qué nos importan los antiguos griegos? 50

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¡Más cerca de ti, Dios mío!

¿Cuánta libertad necesita el pensamiento? Dios como bendición o maldición 52 • ¿De dónde viene el mal? Agustín, el padre de la iglesia, como filósofo 54 • ¿Cuál es la providencia de Dios? La consolación de la filosofía de Boecio 55 • ¿Primero la fe y luego la razón? ¿O al revés? ¿Qué es la escolástica? 56 • ¿Puedo hacer lo que quie­ ro? La imagen del hombre según Juan Escoto Eriúgena 57 • ¿Se puede demostrar la existencia de Dios? Anselmo de Canterbury: creer para pensar 58 • ¿Puede mugir un buey mudo? Las cinco pruebas de la existencia de Dios, según Tomás de Aquino 59 • ¿Se puede medir la Nada? Los filósofos árabes y el misterio del cero 60 • ¿Puedo tener fe aunque sepa tanto? 62 • ¿Por qué complicado, si se puede más fácil? La navaja de Ockham 63

De regreso a los orígenes; pero, fuera los tiliches

Del cielo a la tierra. ¿Qué fueron el Renacimiento y el Humanismo? 66 • ¿Qué puede hacer un gobernante? La filosofía de Estado de Maquiavelo 68 • ¿Cómo llegamos a Utopía? El Estado ideal de Tomás Moro 69 • ¿Cómo se convierte el saber en poder? La nueva herramienta para el espíritu, de Francis Bacon 70 • ¿El hombre es malo de nacimiento? Tomás Hobbes y su Leviatán 71

Adelante, hacia una nueva época

El racionalismo: ¿Es el ser humano predecible? 74 • ¿Existo o solamente sueño? El hombre de Descartes como cosa pensante 76 • ¿Si existo, entonces qué soy? Spinoza y el ser humano como pensamiento de Dios 77 • ¿Galletas o migajones? Leibniz y sus mónadas 78 • La experiencia ilustra. ¿Quiénes eran los empiristas? 79 • ¿De dónde vienen los pensamientos? La hoja en blanco de John Locke 80 • ¿Quién puede hacer qué? Locke como inventor de la división de poderes 81 • ¿Las cosas existen cuando las percibo? ¿O pensar en ellas es suficiente? 82

¿Cabeza o estómago?

Todo se aclara. ¿Qué hace que el hombre sea hombre? 86 • ¿El saber lleva a la des­ dicha? El «noble salvaje» de Jean-Jacques Rousseau 88 • ¿Quién salvó la libertad? La «volonté générale» de Rousseau 90 • ¿Cuánta diversión puede haber? Voltaire, el sarcástico, y su prueba de la existencia de Dios 91 • ¿La razón nos lleva al precipicio? Cómo Kant nos ahorra el dolor de cabeza 92 • Lo que no quieras para ti, no lo quie­ ras para... ¿Qué es el imperativo categórico de Kant? 93 • ¿Otra vez Kant? Adelante rumbo a la modernidad 94

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Hacia las alturas volátiles. El secreto del Yo

¿Dónde queda el Yo? Del impasible Kant al mundo de las ideas 98 • ¿Existo o sólo soy un sueño? El temor de Fichte ante la libertad 99 • ¿Es todo solamente el espíritu de Dios? Schelling, el precursor de los ecologistas 100 • ¿Cómo hacemos de uno más uno, tres? La dialéctica de Hegel. Primera parte 101 • ¿La disputa nos instruye? La dia­ léctica de Hegel. Segunda parte 102 • ¿Dónde queda la pasión? Kierkegaard, el primer existencialista 104 • ¿Quién creó a Dios? La confianza en sí mismo de Feuerbach 105 • ¿Sólo existe lo que yo quiero? Schopenhauer el pesimista 106 • ¿Qué es la felicidad? Sobre el utilitarismo o las ganancias de la acción humana 107 • ¿Soy lo que sé, o sé lo que soy? Del ser a la conciencia, o al revés 108 • Los valores, ¿tienen valor? La fe y la moral son insignificantes, declaró Nietzsche 110 • ¿Quién es el más fuerte en la lucha por la sobrevivencia? Darwin y su teoría de la evolución 111 • ¿Quién tiene la palabra: el Ello o yo? Cómo rescata Freud el alma 112

Maravilloso mundo nuevo

¿Sigue siendo el hombre lo que es? El avance tecnológico cambia nuestro modo de pensar 114 • ¿Está el hombre condenado a la vida? Los existencialistas 116 • ¿Vivir para morir? El ser y el tiempo de Martin Heidegger 117 • ¿Qué hace que el hombre sea hombre? Karl Jaspers y su «ocuparse uno de sí mismo» 118 • ¿Siempre tengo la culpa yo? La «condena a la libertad» de Sartre 119 • ¿Puras habladurías? La filosofía del lenguaje de Ludwig Wittgenstein 120 • ¿Qué pasaría si ya no hubiera preguntas? La preocupación por la humanidad de Bertrand Russel 121

¡Aquí todavía falta algo!

¿Dónde quedan las mujeres? La sabiduría callada 124 • ¿Contribuyeron las mujeres a la astucia de los hombres? Las primeras mujeres filósofas 126 • Llegar a la sabiduría a través de visiones: ¿Nos prende el foco Dios? 128 • ¿Qué hace que la vida sea vida? Hannah Arendt y su amor por el mundo 129 •¿Qué hace que la mujer sea mujer? La filosofía feminista de Simone de Beauvoir 130

¿Caída libre hacia el abismo o vuelo hacia nuevas alturas?

¿Está todo pensado? Aun así, por qué debes pensar por ti mismo 132 • Clon & Co.: ¿Qué pasa cuando el hombre reproduce al hombre? 134

Glosario 136

Índice temático 141

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Introducción

^ ¿¡Filosofía!? Cuando una persona te pregunta: «¿Qué estás le-

^ yendo?», y tú le contestas: «Un libro de filosofía», seguramente

v \ pelará los ojos. En su mirada podrás leer admiración o conster-

M nación. A lo mejor hasta frunce las cejas o sacude la cabeza. El o

ella te dirán: «¡Qué padre! ¿A poco te atreves a leer esto?» o «¿Y ahora, qué traes?», o tal vez: «¡Estás mal de la cabeza!»

¡Filosofía! La simple palabra ya implica una connotación. Para algunas personas, un filósofo es un profesor distraído que, de tanto cavilar, ni siquiera se ubica en la realidad, y por eso no lo pueden tomar en serio. O se imaginan a una persona que infunde respeto, que es tan inteligente que los deja helados de temor, pero al que, de todos modos, nadie puede seguir en la elucidación de sus pensamientos. Otros piensan que un filósofo es un chiflado que se rompe la cabeza sobre cosas que ni siquiera son útiles en la vida cotidiana.

¡Falso! El simple hecho de que tengas en tus manos este libro, demuestra que estos prejuicios no te intimidan. Quieres saber qué hay detrás de todo eso. Simplemente te motiva la curiosidad. Y de este modo diste el primer paso para filosofar. Porque la filosofía empezó con la curiosidad por averiguar qué se esconde detrás de las cosas. Primero se trató de las cosas que se pueden ver, tocar y aprehender. ¿De qué está hecho el mundo?, se pre­ guntaron los primeros filósofos hace 3 mil años en la antigua Grecia. Algunas de sus respuestas son raras, otras despreciativas o hasta admirables, porque las ciencias naturales modernas, mu­ chos siglos después, pudieron demostrar que un anciano griego, que no tenía como herramientas más que su cabeza y su juicio, llegó a encontrar las soluciones correctas.

Sobre algunos filósofos hay tantos libros que se pueden lle­ nar varios estantes con ellos. Nadie tiene que leerlos todos para

(8)

entender las reflexiones complicadas de los filósofos. Muchas veces, lo poco tiene más valor, porque hasta el pensamiento más engorroso se puede dividir en pequeñas partes comprensibles.Y esto es lo que traté de hacer en este libro. Lo puedes leer de un tirón desde el principio hasta el fin. O puedes proceder como en un bufé: escoges algunos bocados para probarlos. Quizás se te antoje el primer filósofo, Tales de Mileto. O empiezas a ojear el texto sobre Sócrates o Kant, porque ya has oído sus nombres, y piensas: «A ver si éstos me pueden ofrecer algo». También puedes leer el libro de atrás hacia adelante. La elección es tuya.

Este libro te invita a un viaje para descubrir el pensamiento de la humanidad, pero a la vez, a pensar por ti mismo. Te sor­ prenderás. Algunas paradas ya las conoces. Muchos de los asuntos sobre los que reflexionaron «grandes» filósofos te han preocu­ pado a ti también. Algunas cosas te parecerán chistosas. De cual­ quier modo, será emocionante y divertido — que es lo que yo te deseo— leer sobre las ideas que el hombre ha tenido a lo largo de la historia.

(9)

¿Quién, cómo, qué,

por qué...?

(10)

79

1

¿Sólo vives o

también piensas?

¿Por qué los niños

son filósofos

natos?

¿Por qué el plátano es curvo? Para

caber en el tazón. Ésta es la res­

puesta a preguntas «tontas». La pre­

gunta, sin embargo, no tiene nada

de simple, porque la forma curva

del plátano tiene una explicación. Y

todo lo que se puede explicar posee

un sentido.

Botanista

Persona que profesa la botánica.

Las flores de los plátanos crecen hacia abajo sobre un racimo. Para madurar, los frutos se voltean hacia arriba, hacia el sol. Bas­ tante astuto, ¿no? Pero, ¿quién o qué ideó esto? La forma curva la pueden explicar los botanistas. Con el ¿quién? o el ¿qué? se complica un poco el asunto. Cuando nos preguntamos por el sentido oculto en los elementos de la naturaleza y por la idea que albergan, empezamos a filosofar. Los hombres desde siempre se han preguntado por el origen de las cosas.

Cuando el hombre no encuentra la respuesta a una pregun­ ta, difícilmente lo sobrelleva. Esto lo podemos observar hasta en los niños. Ellos empiezan su vida consciente haciendo preguntas. No hay cosa que no interroguen hasta el infinito: «¿Qué es eso?» «¿Para qué sirve?» «¿Por qué?» «¿Y si no fuera así?» Cuando tú estabas chico también desesperaste con tus preguntas a la gente mayor. Y no pudo haber sido de otro modo, si no, te hubieras quedado tonto. Cuando los mayores contestan con la frase «por­ que sí» sólo demuestran que son demasiado flojos para pensar por sí mismos o que ya no pueden asombrarse. ¡Qué lástima!

Tú sigues haciendo preguntas, pero diferentes y muchas veces te las haces a ti mismo, porque te has dado cuenta que, cuando piensas, encuentras tus propias respuestas. Observas que una vez iniciado el juego, de cada respuesta surge una nueva pregunta: comenzó la aventura del pensamiento y tú estás sumergido en ella.

(11)

En tus cavilaciones procedes de la misma forma que un niño cuando empieza a descubrir el mundo. Éste toma un objeto en sus manos, lo aprehende para entenderlo, quizás hasta lo prueba con su boca para experimentar el sabor. Luego lo deshace para descubrir, eventualmente, algo escondido todavía más emocio­ nante. «¿Tienes que descomponer todo?», se quejan entonces con un suspiro los adultos.

A veces te paran en seco las preguntas. En definitiva, resulta bastante incómodo que alguien cuestione todo. Porque al hacer­ lo, se puede destruir una certeza o generar dudas.

Comprendes el mundo con la cabeza. Tus pensamientos son como dedos: con ellos desbaratas las cosas, las aprehendes, y tam­ bién aquello que no se puede tocar: las emociones, la fe, la espe­ ranza, los deseos, los pensamientos mismos.

Preguntas: ¿Por qué? ¿Para qué estudiar? ¿Por qué nos ena­ moramos? ¿Por qué muere el hombre? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Por qué pensar en esto me duele? ¿Por qué a veces me siento infeliz? y ¿Qué es la felicidad?

Con cada nueva pregunta te sumerges más

Te asombras, dudas y cada pensamiento te lleva a conocimientos que te hacen formular preguntas nuevas sobre lo ya compren­ dido. Lo más fascinante es que detrás de cualquier cosa siempre hallarás algo más. El que de este modo trata de ir al fondo de las cosas está filosofando. Y, ¿el plátano de forma curva? Aunque la pregunta parezca estrafalaria, no importa, porque el viaje más aventurero de los pensamientos, muchas veces, ha comenzado con una pregunta igual de «tonta».

«La filosofía inicia con el asombro.» Aristóteles (véase p. 45)

(12)

¡Arriba! ¡A la

montaña rusa!

¿Qué es la

filosofía?

¿Alguna vez te has enamorado?

Entonces conoces este sentimiento:

te da vértigo con sólo pensar en tu

amor. Cuando uno está filosofando

experimenta un sentimiento pareci­

do, es como andar en una montaña

rusa en tu cabeza.

«Filos» significa amor y «sofía» sabiduría.

«La filosofía es: ocuparse uno de sí mismo». Karl Jaspers (véase p. 118)

Filosofía significa amor por la sabiduría. La palabra viene del grie­

go, porque los griegos «inventaron» hace 2 700 años la filosofía. Por lo menos fueron los primeros que le dieron un nombre. Así como en el amor, uno se puede marear cuando se adentra en ella; te absorbe como un torbellino. El enamorado también es insaciable: primero sólo quiere una mirada, luego tocar la mano, enseguida conocer mejor a la otra persona y, finalmente, busca un sitio para estar cómodos.

Con la filosofía el hombre busca su lugar en el mundo. Pero primero debe entender el sentido de este mundo. Por eso, el que filosofa se pregunta: ¿qué es el mundo?, ¿de qué está hecho? Y luego: ¿qué es el ser humano?, ¿quién soy yo?, ¿por qué estoy aquí? ¿Será real aquello que percibo y pienso, o mis sentidos sólo me engañan, como cuando veo el cielo reflejarse en un lago aunque en realidad no está ahí? ¿Qué es el cielo? ¿Dónde empieza y dónde termina? ¿Qué hay detrás? ¿Por qué existe el bien y el mal? ¿De dónde sé cómo distinguirlos? ¿Dónde estaba yo antes de nacer? ¿Por qué tengo que morir? ¿Qué hay después de la muerte? ¿Y si no hay nada, que es eso: la Nada? La últi­ ma pregunta le ha causado pesadillas al hombre. El que teme el desamor, no debe enamorarse. En la filosofía cada quien decide cuando bajarse de la montaña rusa.

(13)

Imagínate que tu tío es un científi­

co. La familia se siente muy orgu-

llosa de él. Aun así, prefieres es­

cuchar a tu abuela. Ella nunca ha

estudiado, pero atrapa a todos con

su sabiduría.

¿Es la filosofía

una ciencia?

La diferencia entre

conocimiento y

sabiduría

Dicho de manera estricta, la filosofía no es una ciencia, aunque los profesionales que se dedican a su estudio sean personas muy inteligentes. Puedes estudiar la filosofía en la universidad. Allí aprenderás lo que averiguaron los filósofos sobre el mundo, el ser humano y los parámetros que rigen su vida. La filosofía como ciencia reúne estas sabidurías y las vuelve a interpretar con base en el conocimiento actual.

U n científico está actualizado en su especialidad. Algunas veces domina más de una y entonces tratará de formular cono­ cimientos novedosos. Éstos los tendrá que comprobar sólida­ mente. La ciencia acumula el conocimiento y al mismo tiem­ po se encarga de desarrollarlo. La sabiduría significa más. En algunas ocasiones los científicos trabajan en conjunto con los filósofos. Éstos, entonces, deben pensar si un invento nuevo es útil o perjudicial para la humanidad, si el hombre debe hacer todo de lo que es capaz, como, por ejemplo: construir bombas atómicas o crear vida artificial (véase p. 134). Tu abuela es sabia porque ha vivido mucho. Ella sabe, por su experiencia, que no todo se come tan caliente como se guisa. A lo mejor te enfadas cuando tienes problemas en el amor y ella te consuela con las palabras: «No te aflijas. No hay mal que por bien no venga». Esto no quiere decir que no le importas. Al contrario, ella sabe que éste no será tu único amor. Después de cada final hay un nuevo inicio. Y esto es muy sabio.

Un sabio vislumbra un sentido detrás de cada cosa. Aunque éste no sea comprobable, en la vida representa un consuelo. La filosofía trata de averiguar más sobre este sentido.

(14)

¿Qué es un

filósofo?

Sea lo que sea, no

es un sabelotodo

«Si tacuisses, philosophus mansis-

ses!» Esto quiere decir: ¡si te hubie­

ras callado, filósofo hubieras sido!

¿Cómo? Entonces para qué sirve

romperse la cabeza si no se debe

hablar de ello.

«Sólo sé que no sé nada». Esta cita de Sócrates conlleva una contradicción. Por lo menos sabe algo: que no sabe nada.

La frase es en latín y proviene del gobernante y filósofo romano Severinus Boethius (véase p. 55). Su frase se convirtió en dicho, porque muchas veces es mejor callar que decir cosas infundadas que después pueden meter en aprietos a uno. Filosofar significa siempre dudar porque, hasta ahora, nadie en el mundo ha po­ dido responder con certeza a la pregunta: ¿cuál es el sentido de todas las cosas? La persona que filosofa lleva a cabo esta reflexión apoyándose en sus propias experiencias, su conocimiento y su bagaje cultural. Quizás otra persona llega a otras conclusiones al tratar de responder a la misma pregunta. Ambas pueden ser ciertas, o falsas, o tal vez sólo una no es la atinada. Cuando dos filósofos disputan la respuesta a una pregunta, se arma una discu­ sión al rojo vivo y hasta les puede salir humo por la cabeza. Un verdadero filósofo se motiva con la frase de Sócrates (véase p. 39 ss): «Sólo sé que no sé nada».

No es de sorprenderse que los filósofos hayan sido ob­ jeto de muchas burlas. A veces se enredan tanto en sus pensa­ mientos, que podríamos decir que no se dan cuenta de lo que sucede en la vida real. Como Tales de Mileto (véase p. 29). Un día caminaba tan ensimismado contemplando las estrellas que se cayó en un pozo. Una sirvienta se rió de él, y dijo: «Quiere saber lo que hay en el cielo, pero no ve lo que hay frente a sus pies en la tierra».

(15)

¿Conoces la búsqueda de Pippi

Longstocking por el Spunk? Éste ni

siquiera existe. Pero todo el mundo

al que le pregunta simula que sabe

de qué se trata, a pesar de que Pip-

pi inventó la palabra.

Pensar sin palabras,

¿se puede esto?

Pippi Longstocking

y el Spunk

La cabeza es la herramienta más importante para filosofar. Pero, ¿de qué sirven los pensamientos más extraordinarios, cuando no sabes formularlos con palabras? Algunas cosas las puedes pensar en imágenes, como un insecto, una flor, el cielo, un caballo. Pero para hacer eso debes conocerlos. Para conceptos como el ser o la Nada, esto no funciona. Aunque te imagines la Nada como un enorme hoyo negro, el hoyo es un concepto que designa algo específico. Pippi tomó el camino al revés: primero pensó la palabra y luego buscó el objeto. Esto no puede tener un buen final. Solamente podemos nombrar cosas que conocemos, por­ que ya las vimos, sentimos, escuchamos, olimos, saboreamos o por lo menos tenemos una imagen de ellas. Pero también por­ que alguien nos explicó que es un objeto determinado. Puedes comunicarte con otras personas únicamente cuando ellas saben de qué hablas o escribes. Sin la lengua — hablada o escrita— no hay comunicación.

Aquí la filosofía procede como un niño que descubre el mundo: primero averigua las cosas concretas, las que podemos tocar, ver o comprender. Luego se dirige hacia las cosas abstrac­ tas, como la vida, la muerte, ser, no ser, el bien y el mal. Aquí el asunto se complica, porque estos conceptos los podemos in­ terpretar de diferentes maneras. La filosofía trata de encontrar explicaciones para las cosas abstractas que sean válidas para todas las personas.

Lo concreto es todo aquello que podemos percibir con los sentidos. Las cosas

abstractas son lo

contrario: solamente las podemos

comprender con la cabeza y no con los sentidos.

(16)

¿Las cosas son lo que

hacemos de ellas?

¿O una piedra sólo es

una piedra?

En la orilla de un río hay piedras.

¿Son miles, cientos de miles o aca­

so un millón? ¿De dónde vienen?

¿Qué pasa con ellas? ¿Dónde es­

tarán cuando regreses en treinta

años?

Le damos un significado al mundo. Pero, sin nosotros, ¿qué significado puede tener? La filosofía relaciona al hombre con su entorno y al revés.

El agua talló las piedras. Algunas son muy planas y las haces sal­ tar sobre la superficie. Tomas una porque te parece muy bonita. ¿Quién la hizo? Le das un nombre misterioso: «piedra encanta­ da». Recoges más piedras y al final tienes las bolsas llenas.

— ¿Dónde están mis piedras? — preguntas unos días después. — Lavé tu chamarra y las tiré — dice tu madre. ¡Ay! Enojado te diriges a su escritorio, agarras la piedra que ha estado ahí des­ de siempre y la arrojas al jardín.

— ¿Dónde está mi piedra? — pregunta tu madre en la noche. — La tiré, sólo era una piedra — le contestas. Tu madre está desconcertada.

— ¡Me la regaló tu padre!

En realidad sólo eran unas piedras. Pero para ustedes eran más. ¿Qué tienen de especial algunas piedras que las recogemos, guardamos en las bolsas, para luego frotarlas con las manos? Us­ tedes les dieron a las piedras un significado especial: para ti te­ nían algo mágico, para tu madre eran un símbolo de amor. ¿Qué hace que la piedra sólo sea una piedra? ¿Se convirtió en piedra cuando se desprendió de una roca? ¿No era desde antes una pie­ dra? ¡Sólo es una piedra! Pero podemos hacer muchas cosas con ella, no sólo con las manos cuando la cincelamos o construimos una casa. A veces una piedra nos hace pensar sobre el origen y el fin de las cosas: ¿De dónde viene? ¿Qué pasa con ella? Son preguntas que también nos hacemos sobre nosotros mismos.

(17)

«Al principio era el Verbo, y fren­

te a Dios era el Verbo, y el Verbo

era Dios». Así se puede leer en la

Biblia. Todos nos hemos pregunta­

do alguna vez: ¿Cómo surgieron las

cosas? o ¿Quién las hizo?

¿Quién fue?

¿Cuál es el origen

de las cosas?

Aunque Dios haya creado el mundo, la vida y la naturaleza, la pregunta ¿cómo lo hizo?, queda abierta. Sin un Dios la respuesta es todavía más difícil, porque de algún modo tuvo que haber empezado todo.

Los primeros filósofos — con o sin Dios— buscaron una ma­ teria primaria de la que se desarrolló todo. Señalaron el agua, el aire, la tierra y el fuego. Sin agua y aire no existe la vida. De la tierra crecen las plantas y el fuego otorga el calor, sin el cual toda vida muere.

Gracias a las ciencias naturales, hoy sabemos más de la evo­ lución. Pero de todos modos, demasiado poco, para decir cómo empezó realmente todo. Según la teoría del Big Bang, el uni­ verso se creó hace diez o veinte mil millones de años a través de una explosión gigantesca. Hace 4.6 mil millones de años se creó nuestro sistema solar y la Tierra. La Tierra es el único planeta en el que hay agua. El agua es una sustancia que otorga vida. Por eso, fue una verdadera sensación cuando un robot mandó imágenes desde Marte en las que se podía observar que en este planeta alguna vez debió haber existido agua. ¿Hubo alguien ahí alguna vez? ¿Ya no somos los únicos en el universo?

Materia primaria o Big Bang, ambas teorías le quedan a de­ ber a la primera y última pregunta: ¿De dónde proviene esta ma­ teria primaria? ¿Quién provocó la explosión gigantesca? Aquí empieza el trabajo de los filósofos.

05 ¿ « * ■ t* li#6’ ’ La evolución designa el desarrollo del mundo y de la vida. En realidad, el término quiere decir: «Abrir un libro».

Teoría proviene del

griego y significa «observar». Nosotros empleamos la palabra para designar un modo de observar o suponer.

(18)

¿Dónde empieza

el universo?

¿Y dónde

termina?

¿Cuándo empezaste a leer este li­

bro? ¿En cuántos días lo termina­

rás? Leíste 19 páginas. Cuando lo

termines habrás leído 144 páginas.

El cosmos es el mundo en su totalidad. La palabra proviene del griego y significa en su origen «orden».

Universum es la

palabra latina para «todo» o «conjunto».

De hecho, proviene de unos «uno» y versus «vuelta», que significa «vuelto hacia sí mismo».

Este libro tiene un principio y un fin, en cuanto al número de páginas y al tiempo que le dedicas para leerlo. No solamente este libro, sino también otras cosas las medimos en el espacio y en el tiempo. El espacio es el diámetro o la masa que ocupa un lugar. Este libro tiene 144 páginas, que en tu librero ocupa un espacio de dos centímetros. Este objeto tiene una relación con su entorno.

La Tierra es una esfera con un diámetro de 40’075,017 ki­ lómetros y un volumen de 1’083,207 x 109 kilómetros cúbicos. Este espacio lo ocupa en el universo. Los hombres antes no pen­ saban en lo que hay afuera de este espacio. N i siquiera sabían qué tan grande es la Tierra. Hasta pensaron que era un disco, cuya orilla, el horizonte, representaba para ellos el fin del mun­ do. Ahora sabemos que el mundo es mucho más grande y que la Tierra sólo ocupa un pequeño espacio. A todo esto le llamamos cosmos o universo. Nadie conoce el tamaño del universo. Nadie ha llegado a sus confines. Si acaso existieran estos confines, están tan lejos, que no alcanza una vida para llegar hasta ahí. Se nece­ sita muchísimo tiempo para recorrer distancias tan grandes.

¿Puede tener el mundo un fin?

No hay que ser filósofo para sentirse mareado al pensar esto. Nuestro pensamiento necesita un marco, de lo contrario, nos perderíamos en el infinito. El infinito rebasa nuestra capacidad

(19)

de imaginación, porque todo lo que podemos aprehender tiene un principio y un fin: este libro, la edad escolar, la vida, la capa­ cidad de pensar.

¿Pero es esto válido también para el mundo? Aunque tenga confines, ¿no debe haber algo más allá?, o ¿después hay vacío? Y, ¿qué es este vació entonces? No podemos imaginárnoslo. El puro intento causa temor, miedo ante la caída en la Nada.

Con el tiempo pasa lo mismo. Sabemos que el que tenemos para vivir es finito. Pero el tiempo existió antes de nosotros y lo hará después de nuestra muerte. El tiempo sigue. Pero, ¿lo hará para siempre? ¿Qué pasa si no es infinito? Eso también causa an­ gustia, porque podemos imaginarnos — si acaso lo hacemos— el fin del tiempo solamente como el fin del mundo. No hay cosa que el ser humano tema más que esta catástrofe, porque esto podría suceder mañana.

Los matemáticos y los físicos tratan de medir el espacio y el tiempo. Los filósofos buscan el sentido del espacio y del tiempo, y tratan de explicar el papel que puede o debe desempeñar el hombre en ellos. Ésta es la pregunta por el sentido de la vida.

«El verdadero mundo es inmóvil e intemporal, no tiene principio y tampoco fin.» Parménides (véase p. 33).

(20)

¿Quién soy?

¿Qué quiero?

¿Qué será de mí?

«Al presente soy tan ignorante como si nada hubiese aprendido». Así como a Fausto, personaje principal del drama de Johann Wolfgang Goethe, nos pasa a todos los que filosofamos. No sabemos si realmente existen respuestas definitivas.

Un bebé se mira en el espejo y cu­

rioso quiere agarrar su cara. No se

reconoce. Cuando miras viejas fotos

tuyas también te asombras. ¿Éste

soy yo?, te preguntas. Quizás ahora

te ves de otro modo y sorprendido

exclamas: ¿A poco éste soy yo?

En cada etapa de la vida nos miramos con ojos diferentes. El mundo a nuestro alrededor cambia y nosotros también. Cuando tu madre descubre su primera cana, constata: ¡ya estoy vieja! Po­ siblemente haga una retrospectiva de su vida, y se pregunte: ¿Me perdí de algo? ¿Qué es lo que quiero realmente? ¿Qué me es­ pera de aquí en adelante? Tu abuelo se queda pensativo cuando, de pronto, necesita un bastón para caminar o le cansa cualquier subida. Él sabe quién es y lo que quiso hacer de su vida, y aun así se pregunta: ¿Qué será de mí?

Los niños en edad de dos o tres años tienen actitudes de grandeza: se entusiasman por sus logros y piensan que saben hacerlo todo. Al fracasar se enojan bastante. Cuando estuviste en la primaria pronto te diste cuenta que para lograr tus metas debes esforzarte. Hoy sabes que la influencia que tienes sobre las cosas es limitada: te enfermas, alguien tiene un accidente, ves en la televisión imágenes sobre miseria, hambre, guerra y muerte. A veces te sientes lleno de confianza y piensas que el mundo está a tus pies. Tienes un ídolo: quieres ser como tu padre, un can­ tante de rock o como la vecina simpática de a lado. Otras veces te torturan las dudas y te preguntas: ¿qué será de mí? La filosofía busca una respuesta a estas preguntas, que tenga validez tanto para una persona como para toda la humanidad. Nos servimos de su conocimiento y aun así todos empezamos de cero con nuestras cavilaciones.

(21)

«¡Ay, qué abeja tan mala!» Con es­

tas palabras los padres consuelan a

su hijo, o hija, cuando lo pica una

abeja. Tú lo sabes mejor. La abeja

no pica por mala, sino porque se

sintió agredida.

¡Si me pegas, te

pego!

¿Qué es bueno y

qué es malo?

Entonces, ¿era buena la abeja? En sentido filosófico, sí. Porque el insecto hizo lo correcto desde el punto de vista de su especie: picó para defenderse. ¿Pero qué pasa cuando alguien te agrede y tú en tu desesperación le rompes una botella en la cabeza y lo dejas mal herido? Resolver la situación de este modo para ti fue bueno. Pero lastimar a alguien es malo, ¿no crees? «Es que no me dejó otra alternativa», dirás tú. En caso de alguna duda, un juez determinará si fue así o no. Y aunque el juez te dé la razón, te sentirás mal.

El bien y el mal, lo correcto o lo indebido. En algunos cam­ pos es fácil acomodar en un cajón las cosas o el comportamiento de alguien. Cuando en tu examen de matemáticas escribes 1 + 1 = 3, el asunto está claro: te equivocaste. Las cosas se complican un poco cuando dices: «La manzana es buena». Tu hermana quizás tenga otra opinión, porque solamente le gustan las manzanas ácidas. Pero el asunto se vuelve todavía más complicado cuando se trata de valorar el buen o mal comportamiento humano, lo correcto o lo indebido. La filosofía tiene algunos parámetros para el bien y el mal: una cosa es buena cuando se apega con cierta fidelidad a la idea que tenemos de ella, o cuando (como la abeja) cumple con las exigencias de su especie. Pero, ¿cuáles son las exigencias de nuestra especie? ¿Cómo debemos ser? ¿Qué nos es permitido? La búsqueda de las reglas de un comporta­ miento adecuado se llama ética.

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«Malo es aquel que abusa de la libertad humana a su favor y en deterioro de los demás».

Esto lo dijo uno de los más grandes filósofos alemanes, Immanuel Kant (véase p. 93).

(22)
(23)

Siguiendo las huellas

de la naturaleza.

Cómo empezó todo

(24)

Dios y el mundo:

¿Qué tienen en

común la fe y la

filosofía?

¿Conoces la historia de Adán y Eva?

A estos primeros seres humanos les

fue muy bien con su fe en Dios, aun

así comieron del fruto prohibido.

¿Por qué no les bastó el paraíso?

«Existe algo, por lo tanto existe algo eterno, porque nada viene de la Nada». Esto lo dijo el filósofo

francés Voltaire (véase p. 91), que creyó en Dios pero tuvo un desprecio profundo hacia la iglesia.

Eva cortó una manzana del «árbol del bien y del mal» como lo llama la Biblia. «El día que de él comáis seréis como Dios», le ha­ bía prometido la serpiente. ¿Por qué los primeros seres hicieron esto? ¿Por qué no les bastó con sentirse acogidos en el jardín de Dios, en el paraíso? El hombre, por lo visto, siempre quiso ser más de lo que es. En sentido filosófico, la fe es «únicamente» una percepción subjetiva de la realidad. «Tener por verdadero», lo llamó Immanuel Kant (véase p. 92). Subjetivo quiere decir que la fe depende de aquel que la tiene. Las iglesias, evidentemen­ te, piensan de otro modo acerca de esto, porque si no, aquellos que imparten la fe saldrían sobrando. A pesar de la ciencia y los avances de la investigación, el hombre siempre le ha atribuido a un ser superior aquello que no se puede explicar. Así es más fácil vivir.

El hombre aprendió a utilizar la naturaleza para su beneficio, trabajar la tierra, construir herramientas, hasta volar a la luna. Todo eso se lo debe a su deseo de saber y de indagar. Aun así, está expuesto a acontecimientos en los que no puede influir y tampoco los puede evitar. Por eso la fe y la filosofía no se deben contraponer. La filosofía siempre se ha beneficiado de la fe: la ha declarado como una esfera superior del conocimiento, o la utilizó como un medio para la percepción. Algunos filósofos han intentado comprobar la existencia de Dios, lo que la iglesia retomó con gusto. Otros, a su vez, han hecho lo contrario: tratar de demostrar que Dios no existe.

(25)

Pero también se da otro caso: alrededor del año 500 a.C., al mismo tiempo que en Grecia empezaba la filosofía, Siddharta Gautama, el hijo de un príncipe indio, fundó una religión sin dioses.

Siddharta dijo: la vida es sufrimiento

Por eso el hombre debe liberarse de este sufrimiento. Siddharta averiguó también cómo se debe proceder. La iluminación le llegó cuando estaba en recogimiento debajo de «su» árbol, una higuera. Desde entonces se llamó Buda, que significa «el ilu­ minado». En su filosofía, Buda decía que el «ser» es un devenir continuo. El budismo cree en la reencarnación. La liberación de todas las reencarnaciones lleva a la redención de todo sufrimien­ to. Para llegar a esto, el hombre se debe soltar de todo lo que lo une al mundo y a la vida. Sólo logrando esto su alma llega al nirvana, la Nada. Los que creen en las enseñanzas de Buda han superado el miedo a la Nada. En esto consiste el carácter reli­ gioso del budismo.

(26)

Siguiendo los

pasos de

naturaleza:

¿Quiénes fueron los

primeros filósofos?

¿De qué está hecho el mundo?, fue

la pregunta que se plantearon los

primeros filósofos. Existían los mi­

tos, los dioses, una fuerza sobrena­

tural. Pero, ¿de qué -quienquiera

que haya sido- se formó todo?

A los filósofos de la naturaleza se les llama también presocráticos, porque con la muerte en 399 a. C. de uno de sus seguidores, Sócrates, (veáse p. 39) dio inició un nuevo modo de hacer filosofía. Sócrates situó en el centro de su filosofía al hombre.

¿Qué es la naturaleza? ¿Qué es un árbol? ¿Por qué las plantas crecen de la tierra? ¿No debe haber algo de lo que nació todo lo que existe y después tomó diferentes formas? Con esta búsqueda por una materia primaria empezó en Grecia la filosofía hace dos mil quinientos años. Por ello sus primeros representantes reciben el nombre de filósofos de la naturaleza. Sin embargo, los hom­ bres que existieron antes que ellos tampoco eran tontos. Hubo civilizaciones — comunidades de hombres— muy desarrolladas que ya tenían conocimientos sobre el cultivo de la tierra, las matemáticas, la navegación y muchas cosas más. Se facilitaban la vida con el uso de las herramientas, utilizaban animales para algunos trabajos, construyeron casas y lugares de culto. Los egip­ cios, por ejemplo, para entonces ya habían construido sus pirá­ mides. Para edificarlas debieron haber tenido conocimiento de las matemáticas.

A los filósofos no les interesaban los dioses y tampoco la vida cómoda. Estos «amigos de la sabiduría» simplemente fueron curiosos y querían saber por qué las cosas en la naturaleza son diferentes y cómo es que cambian. Con la pregunta que se plan­ tearon los primeros filósofos de la naturaleza: ¿de qué está hecho esto y en qué se puede convertir?, nacieron las ciencias naturales, sobre todo la física. Los filósofos presocráticos buscaron, en pri­ mera instancia, una explicación, que no fuera religiosa, para los fenómenos de la naturaleza.

(27)

El agua se encuentra en tres esta­

dos: blando, duro y gaseoso. A ve­

ces es hielo, otras líquido o vapor.

Sin agua no existe la vida. Esto lo

observó Tales de Mileto (625-547

a.C.) y de ahí concluyó que «todo es

agua».

Cómo encontró

Tales de Mileto su

materia primaria

¿Estamos hechos

de agua?

Este comerciante del puerto y la ciudad comercial Mileto que hoy en día está en Turquía, y en aquel entonces pertenecía a Grecia, era una persona muy estimada. Fue el primero en prede­ cir un eclipse solar (28 de mayo de 585 a.C.), calculó la altura de las pirámides al medir su sombra en el momento que ésta tenía la misma longitud de su cuerpo, y averiguó cómo se calcula la distancia de un barco en alta mar. Además, fue un comerciante astuto. En una ocasión, cuando se dio cuenta que la cosecha de las aceitunas iba a ser muy abundante, compró todas las prensas de aceite que encontró y las rentó, por una buena cantidad de dinero, después de la cosecha.

Tales fue una persona que viajó mucho: de Egipto trajo co­ nocimientos de astronomía, y se dice que trabajó como agri­ mensor en la construcción de canales de riego. Es posible que ahí se le haya ocurrido por primera vez esta idea, que lo convir­ tió en el primer filósofo conocido: Tales pudo observar cómo las inundaciones anuales del Nilo convertían en tierras fértiles las orillas del río. Por eso los egipcios adoraron el Nilo como a un dios. «Todo es agua», aseguró Tales de Mileto, y afirmó que todo devenir se origina en esta materia primaria. Es por eso que Tales de Mileto es considerado el primer materialista. Se dice que más tarde agregó otra frase: «Todo está lleno de dioses».

Tales de Mileto nunca se casó y tampoco tuvo hijos. Cuando le preguntaron por qué no quiso ser padre, se dice que respondió: «por amor a los niños».

Los materialistas son aquellos pensadores que sujetan el origen del ser a una materia. Los idealistas, en cambio, buscan detrás de todo una idea.

(28)

¿Qué es una escuela

filosófica?

Cómo se fundó la

primera en Mileto

La manera en que Tales de Mileto

explicó el mundo fue muy novedo­

sa. Otros dos filósofos de Mileto,

llamados Anaximandro y Anaxíme-

nes, le sucedieron a Tales. Estos tres

filósofos constituyeron la Escuela

de Mileto.

Lo que ahora sabemos de los primeros tres filósofos, lo anotaron años después sus discípulos. De Anaximandro se conserva el fragmento de un manuscrito en el que afirma: «las cosas cuando perecen se convierten en aquello de lo que nacen».

Una escuela filosófica no es un colegio en donde un profesor les explica a los alumnos lo que deben de aprender. En la escuela filosófica se exige el razonamiento individual. Escuela filosófica se le llama a una corriente de pensamiento en la que un grupo de filósofos persiguen una idea común, aunque cada uno de ellos puede llegar a otras conclusiones.

Así pasó con los sucesores de Tales, Anaximandro (610-547 a.C.) y Anaxímenes (585-525 a.C.). Al igual que su maestro, ellos también cavilaron sobre la idea de una materia primaria. Anaximandro, cuando no filosofaba, era una persona muy prác­ tica: dibujó el primer mapa del mundo y siguiendo el modelo babilónico, construyó un reloj de sol. La Tierra se la imaginaba como un cilindro circunscrito por ruedas de fuego suspendido en el universo. Según su opinión, los seres vivos se desarrollaron en el fango y el hombre evolucionó del pescado. Pero Anaxi- mandro pensó también que antes de esta materia primaria exis­ tió algo ilimitado, de lo que surgieron todas las contradicciones, como húmedo y seco, calor y frío. Estas contradicciones quedan suspendidas para siempre en el infinito. A este infinito le llamó

apeiron.

Para Anaxímenes, el principio de todas las cosas fue el aire, del que se formó también nuestra Tierra. Del aire, que era «su» materia primaria, cuando se diluía se formaba el fuego. La Tierra se la imaginaba como un disco que flota en la materia primaria, el aire.

(29)

El que quiera evaluar el mundo no

puede eludir las matemáticas. Mu­

chos filósofos eran matemáticos

también. Uno de ellos, Pitágoras,

afirmó que «los números son el

principio de todas las cosas»; dicho

de otro modo: todo está hecho de

números.

¿Todo está hecho

de números?

Pues, muchas gracias,

señor Pitágoras

Pitágoras vivió de 570 a 495 a.C. Él no buscó la esencia del mundo en una materia primaria, sino en una ley primaria, y en­ contró que todo se puede resumir a números. El universo para él era una totalidad armónica cuyos componentes se pueden representar en números. Hasta la música para él era número. Lle­ gó a esta conclusión cuando un día cortó a la mitad una cuerda y produjo con ella un tono musical. Observó que este tono era exactamente una octava (es decir, ocho pasos de tono) más alta que el de la cuerda entera. Una cuarta (igual a cuatro pasos de tono) se produce con una cuarta parte de la cuerda, mientras una quinta (igual a cinco pasos de tono) con dos terceras partes. Pitá­ goras comparó los tres intervalos de la cuerda con las tres formas de vivir del hombre: la razón, lo irracional y la virtud, siendo la virtud la armonía entre los otros dos elementos.

Pitágoras fundó la Escuela Pitagórica. La meta principal de sus integrantes era alcanzar la armonía. Los pitagóricos vivían bajo reglas muy estrictas: por ejemplo, no debían comer frijoles grandes, porque las manchas negras en sus flores, simbolizaban para ellos la muerte. Los pitagóricos creían en la reencarnación, de la que el hombre se podía liberar una vez alcanzada la armo­ nía absoluta. Entre los seguidores de Pitágoras también había mujeres, entre ellas, la primera estudiante de filosofía del mundo, Theano (véase p. 126), que luego se convirtió en la esposa de Pitágoras. Quizás conozcas de años escolares anteriores el teorema de Pitágoras: «a2 + b2 = c2». Es decir, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa.

(30)

¿Puedo bañarme

dos veces en el

mismo río?

El panta rhei

de Heráclito

Imagina que te bañas en un río. Al

otro día quieres hacer lo mismo.

¿Te sumergirás en el mismo río? ¿O

no?

Con Heráclito, el hombre por primera vez se asombró de sí mismo. De este modo se debe entender su frase: «el logos es inmanente al alma». El logos es el pensamiento gobernado por la razón (en contradicción con el mito que se basa en la opinión o la creencia).

«No», te contestaría el filósofo griego Heráclito, «al cabo el agua en la que te bañaste ayer hace mucho que se fue río abajo». Entonces, es otra agua. Y además, tú también cambiaste: eres un día más viejo y ya no eres el mismo de ayer. «Todo cambia» (en griego pa nta rhei = todo fluye) es una frase célebre de Heráclito.

Este filósofo vivió entre 540 y 480 a.C. en Éfeso. Él pensaba que el mundo está en continuo movimiento y que está hecho de contradicciones: no podemos saber lo que es el calor si no conocemos el frío. El día no existe sin la noche, la guerra sin la paz. Hay una frase suya que reza: «La guerra es la madre de todas las cosas». Con «guerra» él no se refería a un conflicto bélico entre los hombres, sino a la ley según la cual el devenir se basa en una lucha continua entre las cosas. Y esto es bueno, porque de esta lucha de los contrarios surge la armonía que mantiene en equilibrio el universo. Sin vida no hay muerte, pero sin muerte tampoco vida, porque solamente cuando las cosas son perennes se crea una espacio para lo nuevo. Lo eterno, la materia primaria, es para Heráclito el fuego. La flama siempre es la misma aunque requiere de combustible. El fuego es la razón o el logos, que ac­

túa en el hombre como una fuerza motriz que contribuye a su devenir y lo mantiene con vida. Heráclito incorporó a la materia primaria, que es el origen de todas las cosas, un concepto abs­ tracto: la razón.

(31)

«El no puedo, no existe», te dice tu

madre cuando tratas de esquivar

una tarea difícil. Parménides hizo

del «no existe» una filosofía.

¿Existe la Nada?

Sobre el «ser» de

Parménides

'

Este filósofo de la ciudad italiana Elea simplemente constató: «el ser, es» y con eso fundó la Escuela de Elea. Parménides vivió entre 515 y 480 a. C. y se quebró la cabeza pensando si existe o no la Nada. Llegó a la conclusión de que aquello sobre lo que se habla, existe. Lo mismo sucede con el pensamiento: si algo no existe, no es pensable. Así que, si pienso la Nada, ésta existe. La inexistencia de la Nada era para él una percepción falsa. Él no creía en el devenir de las cosas. Todo, inclusive la Nada, siempre ha existido. A Parménides le llaman también el primer raciona­ lista, porque explicó las cosas mediante la razón y la lógica.

Regresemos al no y a la Nada. Imagínate la siguiente situa­ ción: una amiga te pregunta si viste la mariposa que acaba de pa­ sar. Tú le contestas: «No, no he visto nada». Entonces, ¿qué viste? ¿Puedes ver algo que no existe? Claro que no. Pero la mariposa tampoco la viste. ¿Qué pasa entonces con la Nada? Evidente­ mente viste algo, aunque no la mariposa, pero tampoco nada. El hecho de no haberla visto no quiere decir que no existe.

Y ¿qué pasa con el Spunk de Pippi? (véase p. 17). Cuando

ella lo piensa, es porque existe, diría Parménides. Cuando menos como nada, si es que no como Spunk. Pero «es», de lo contrario, no podría hablar de él.

Para Parménides el racionalista, la verdad solamente tiene validez cuando es comprobada con la razón (en latín

ratio), porque los

sentidos nos engañan y por lo mismo no perciben la realidad. Parménides fue el iniciador de la ontología, la teoría del ser.

(32)

¿Es el mundo un

rompecabezas?

Cómo se le ocurrió

a Demócrito pensar

en la vida eterna

¿Qué pasa cuando miras fotografías

tuyas de tu infancia? No cabe duda

que cambiaste, pero aun así te re­

conoces. Eres otra persona, y sin

embargo, la misma.

Cuando todo cambia, pero de algún modo sigue siendo lo mis­ mo, entonces debe haber algo que abarca ambas cosas: ser lo que es, pero con otra forma. Esta idea se le ocurrió al filósofo De- mócrito de Abdera (460-370 a.C.). Él vivió en la costa del mar Egeo y empezó a filosofar, al igual que los filósofos de la Escuela de Mileto (véase p. 26 y siguientes), observando la naturaleza. Para Demócrito, la solución del enigma era el hecho de que todo está formado por partículas pequeñas que son eternas. Él las llamó átomos (que quiere decir los indivisibles). Estas peque­ ñas partículas, decía Demócrito, están en continuo movimiento; revolotean en el cosmos y a cada rato se integran en una cosa que luego podemos ver. El hombre está hecho de átomos, in­ clusive su alma. Demócrito, de este modo, partió de la idea de la vida eterna. Fue el primero en crear una visión naturalista del universo, aunque nunca haya dividido en partículas tan peque­ ñas ninguna cosa. Esto lo hicieron los científicos dos mil años después, porque con su teoría, Demócrito efectivamente dio en el blanco. Hoy sabemos que todo, inclusive el hombre, está com­ puesto por átomos. Q ue son indivisibles, lo han comprobado los científicos a través de la fisión nuclear. Demócrito también es conocido como el «filósofo sonriente»; dicen que era una per­ sona alegre y ecuánime.

(33)
(34)

¿Leguleyos o

sabelotodo?

¿Quiénes eran

los sofistas?

Seguramente te es muy familiar la

siguiente situación: discutes con

tus padres o hermanos mayores y

siempre terminas en desventaja. Te

aniquilan con su destreza verbal.

En alemán, la palabra sofista tiene una connotación ofensiva en su uso coloquial. «Deja de ser sofista», le dicen a una persona cuando ésta enfada con su palabrería y lleva a la desesperación con su destreza verbal. (En México, a estas personas las llamamos leguleyos.

N.T.)

¿Qué es el mundo? ¿De qué está hecho? ¿Que hay detrás de todo? Éstas eran las preguntas con las que se quebraron la cabeza los filósofos de la naturaleza en la antigua Grecia, sin detenerse a pensar en la utilidad que esto podría traerles en su vida cotidia­ na. Los sucesores de ellos, los sofistas, tenían inclinaciones mucho más prácticas, que demostraron en dos sentidos: se interesaban poco por las cosas en general y más por el hombre, sobre todo de cómo y qué piensa, y qué puede hacer con ello. Los sofistas eran educadores que transmitían su conocimiento y cobraban por ello. Sofista quiere decir «maestro de la sabiduría». Pero no solamente enseñaban el conocimiento, porque ¿de qué sirven los pensamientos más elevados si no se pueden difundir entre la gente? ¿De qué sirve hablar si nadie te entiende? Por eso los sofistas les enseñaron a sus discípulos el arte de hablar: la retórica. La destreza retórica era considerada una cualidad en la sociedad griega de aquel entonces, en la que todo ciudadano libre — las mujeres y los esclavos estaban excluidos— podía defenderse en la corte, en las asambleas populares o en el mercado.

Muchos conciudadanos despreciaban a los sofistas. En el si­ glo cuarto antes de Cristo era mal visto hacer negocios con el conocimiento. El historiador y escritor griego, Xenofón, llegó a llamar a los sofistas «prostitutas».

(35)

Otros parajes, otras costumbres:

viajar ilustra, seguramente ya te

has dado cuenta de esto. Pero cuan­

do en un país es permitido lo que

en otro es mal visto, entonces ¿qué

es correcto y qué equivocado?

¿Qué es un escéptico?

Protágoras y el

hombre la medida de

todas las cosas

El primer sofista, Protágoras de Abdera (483-410 a. C.), fue un maestro peregrino que viajó durante cuarenta años. Lo que vi­ vió y aprendió lo llevó a concluir lo siguiente: sobre lo bueno y lo malo no hay una verdad universal. No es de extrañar que con esta opinión se hiciera muchos enemigos. ¿Acaso no buscan todas las personas, las comunidades o los Estados, leyes que sean inquebrantables? Protágoras, en cambio, puso en duda todas las verdades. Una persona como él, que siempre contesta con «sí, pero...» es un escéptico. Este escepticismo se convirtió después en una corriente filosófica. Las personas juzgamos las cosas de diferentes modos, esto lo podemos observar en nuestra vida co­ tidiana. Dices, quizás: «Hoy sopla un viento cálido», pero «tu» vientecito a tu abuela le puede parecer frío. Protágoras llevó el pensamiento más lejos. Afirmó que «el hombre es la medida de todas las cosas», porque el hombre es el que decide «el qué» y «el cómo». Desde esta perspectiva, la inexistencia de un Dios, o de varios, como instancia superior sobre el bien y el mal, ya no tiene relevancia. Cuando Protágoras agregó: «sobre los dioses no quiero saber nada, ni que existen y tampoco que no existen», fue acusado en Atenas de ateísmo y de pervertir a la juventud, y fue condenado a muerte. Huyó, y se dice que naufragó mientras transbordaba hacia Sicilia.

Protágoras argumentó su duda acerca de la existencia de Dios de la siguiente manera: hay muchos obstáculos para reconocerlo, «tanto la oscuridad del asunto como la brevedad de la vida».

(36)

¿Qué existe,

y qué no?

Las «bromas»

de Gorgias

Trata de agarrar el aire con la mano.

¿Qué sientes? ¿Nada? ¿Cómo pue­

des decir «no siento nada»? Si no

sientes nada es porque sientes algo,

de otro modo, no podrías decir que

no sientes nada. Y aun así, no lo

puedes describir.

Si tomamos como ejemplo a Gorgias, la retórica no es el arte del bien decir, sino el de la persuasión.

Con el sofista Gorgias de Leontino (485-380 a. C.) se empezó a acelerar la montaña rusa en la cabeza. Llevó el escepticismo, el «sí, pero...» de su colega Protágoras, a los extremos. De la pre­ gunta sobre la Nada ya se había ocupado Parménides (véase p. 33), que llegó a la conclusión de que «no existe el no existe», es decir, «el ser, es». Gorgias demostró lo contrario y declaró: «Nada existe». Y si algo existiera no podríamos reconocerlo, o si bien lo reconociéramos, no seríamos capaces de transmitir este conocimiento. Esto se escucha como cuando quieres agarrar el aire con la mano. Dices que no sientes nada, pero no lo puedes ni reconocer y tampoco describir. Tu sensación es muy particu­ lar, Gorgias la llamaría opinión. Pero, sigue el sofista, debe ser lo mismo con aquello que es supuesto. Si existe tanto lo que es como lo que no es, entonces no existe nada.

¿Lo habrá dicho en serio el sofista? Quizás nada más qui­ so demostrar todo lo que se puede hacer con las palabras. De cualquier modo, fue un excelente maestro de retórica, y muy famoso por sus litigios en la corte. Pero si en la corte gana aquel que demuestra ser un malabarista del lenguaje, entonces ¿qué es lo correcto y qué lo indebido? Según Gorgias, el derecho no existe, únicamente las opiniones que siempre pueden cambiar. De ahí concluye que la verdad no existe.

(37)

¿Cómo aprenden ustedes mejor, si

el maestro les da todo digerido, o

cuando hacen preguntas y tienen

que buscar las respuestas? Lo que

uno aprende por sí mismo no se

olvida tan fácil, además, con el se­

gundo método nadie se duerme en

clase...

Preguntas, preguntas

y más preguntas:

¿cuál es el principio

socrático?

Enseñar a través de preguntas fue el método que empleó Só­ crates, uno de los más grandes filósofos griegos. Él vivió entre 470 y 399 a.C. y volvió locos a los atenienses con su pregunta- dera. A todo el mundo le hacía preguntas, sin importar que se tratara de personas cultas o ignorantes, y lo hacía en cualquier lugar, en el mercado o en las calles de Atenas. El arma espiritual de Sócrates era la palabra. A diferencia de los sofistas, él no la empleaba para aleccionar, sino para estimular en sus conciuda­ danos el pensamiento propio. Muchas veces aquéllos ni siquiera se daban cuenta hacia dónde los quería llevar. Cuando alguien hacía uso de palabras como valentía, devoción o virtud, Sócrates quería saber qué significaban. A cada explicación se le ocurría una nueva pregunta. Muchas veces sus «víctimas» terminaban haciendo el ridículo. De sí mismo Sócrates decía: «Sólo sé que no sé nada». Con ello se refería a que el hombre siempre debe estar en búsqueda de la verdad y de lo bueno. Y para eso se tiene que usar la cabeza. El arte de preguntar se llama también mayéu- tica, y recibió este nombre por la profesión de su madre, que era comadrona. Sócrates partió del hecho de que el conocimiento es innato al hombre. Él mismo quiso ayudar como un partero a sus interlocutores, para traer al mundo el conocimiento. Siempre estimuló en ellos el pensamiento propio.

Lo que sabemos de Sócrates lo anotó su discípulo Platón (véanse p. 42 y siguientes). Él mismo nunca escribió nada, supuestamente ni siquiera sabía hacerlo.

(38)

¿Quién era ese

Sócrates?

Cómo un tipo

excéntrico le dio otro

giro a la filosofía

No es de extrañar que este filósofo fuera blanco de muchas burlas. «El loco de Atenas» era una denominación bastante suave para este tipo tan excéntrico. Y aun así, con él la filosofía dio un giro. Con su preguntadera desesperante (véase capítulo anterior) Sócrates no quería, como algunos sofistas, tomarles el pelo a sus conciudadanos o ganar dinero. No cobraba por sus servicios, aunque eso a veces le traía problemas con su esposa Xantipe. A Sócrates le interesaba averiguar lo que es bueno, lo correcto y la verdad.

Él buscó el sentido más elevado de la vida

Dicen de Sócrates que era muy feo,

que andaba descalzo por las calles

y que a veces, de pronto, se queda­

ba parado sumergido en su pensa­

miento hasta que se le prendía el

foco. Era capaz de hacer esto duran­

te horas enteras.

En Alemania, hoy en día le dicen Xantipe a una mujer peleonera. El filósofo Friedrich Nietzsche (véase p. 110) dijo que sin Xantipe no hubiéramos tenido un Sócrates: si ella no lo hubiera corrido de la casa con un representante de la ley, él no hubiera sido lo que fue.

Todavía hoy nos preocupa saber, no solamente a los filósofos, cuál es el comportamiento adecuado desde el punto de vista de la ética. Sócrates pensaba que para vivir bien, el pensamiento, la palabra y la acción deben estar en concordancia.

Hijo de un cantero y de una comadrona, Sócrates fue muy apreciado como consejero en Atenas, porque siempre intervino a favor de la justicia. Pero con su modo de hacerle preguntas a cualquier persona y en cualquier lugar, provocó recelos en las calles de Atenas. Su afirmación «sólo sé que no sé nada» fue considerada una provocación: ¿acaso quería burlarse de todos? El oráculo de Delfos, un santuario en el que las personas con­ sultaban a la vidente Pitia, denominó a Sócrates como al griego

(39)

más sabio. Lo que Sócrates quería decir con su frase era: si pen­ samos en todo lo que no sabemos, aquello que sabemos es una nimiedad.

Finalmente, para callarlo, Sócrates fue acusado de corrom­ per a los jóvenes y de no creer en los dioses. Su apología es una obra importante de la literatura antigua. Q ue practicaba la filosofía de manera pública por una voz interior divina, dijo el acusado. A ella le debía obediencia. Esa voz le decía que tenía que molestar al Estado como un tábano que mantiene en galo­ pada a un jamelgo remiso. El veredicto del jurado fue: culpable. El castigo: la muerte. Cuando le preguntaron cuál era el castigo que él encontraba justo, remató el asunto pidiendo hospedaje y alimentación gratuitos por el resto de su vida. En aquel en­ tonces, esa era la recompensa para los atletas que participaban en los juegos olímpicos. Con eso Sócrates selló su muerte. Se rehusó a huir, porque esto le hubiera dado la razón a los acu­ sadores y además hubiera demostrado falta de lealtad hacia el Estado. La pena de muerte la consumó él mismo al tomar un vaso con cicuta.

Con su muerte, Sócrates se convirtió en mártir de la filosofía. Un mártir prefiere morir que renunciar a sus convicciones. Sócrates creía en la vida después de la muerte. Por eso no tuvo miedo a morir.

(40)

¿Son las cosas lo que

son? El mito de la

caverna de Platón y

su mundo de las ideas

Quieren comprar un caballo. Van

a un rancho a escoger uno. A ti te

gusta un pinto. Pero tu hermano en­

cuentra más bonito un alazán. «Un

caballo debe ser pardo», dice él.

Platón fundó en un bosque, llamado

Academos por una

figura mitológica griega, una escuela de filosofía: la Academia. Hoy en día a una persona estudiada se le dice académica.

¡Qué tontería! Tordillo o prieto, qué importa. Son caballos. Pero a tu hermano se le metió en la cabeza un corcel castaño. La idea que él tiene de un caballo es el color café. A ti esto no te importa mucho, piensas que es mejor que sea manso.

Hay una gran variedad de caballos. Pero cuando hablamos de caballos, todo el mundo sabe a lo que nos referimos, a pesar de que un caballo es diferente a otro. Básicamente, todos los caba­ llos son iguales, y ninguno se parece a un puerco, por ejemplo. ¿Por qué es eso así? ¿Acaso hay un molde según el cual está he­ cho un caballo? Lo mismo pasa con una silla, un árbol, etcétera. Y, ¿qué pasa con los valores, con el bien y el mal, lo bonito y lo feo, lo justo y lo injusto?

Platón (427-347 a. C.), discípulo de Sócrates, estuvo presente en el proceso en contra de su maestro, y se quedó muy afligido después de la muerte de éste. Empezó a preguntarse si lo que pasó fue justo, y sobre qué es bueno o malo. ¿No había dicho Sócrates que éstos son valores universales que tienen la misma validez para todos, y que no dependen de opiniones individua­ les? Si esto es así, entonces debe haber una idea básica.

Platón también se preguntó: ¿por qué reconocemos un caba­ llo como lo que es, un caballo? Porque, cuando vemos un caballo, reconocemos la forma que tenemos de éste en la cabeza. Pero, ¿qué es lo que vemos en realidad? Solamente una manifestación, porque un caballo es diferente a otro. Si esto es así, dedujo Platón, entonces sucede lo mismo con el bien y el mal, con lo justo e

(41)

injusto. Cuando Sócrates hablaba de una «voz interior», se refe­ ría a su conciencia. Todos conocemos esta sensación de males­ tar. Cuando hacemos algo indebido nos remuerde la conciencia. ¿Por qué? Si a todos nos pasa igual, entonces también debe haber una idea básica innata al hombre sobre el bien y el mal.

Platón averiguó cómo puede el hombre encontrar estas ideas primarias: el alma (véase el siguiente capítulo) es la mediadora entre el mundo sensible y el mundo inteligible.

Lo que vemos, escuchamos y sentimos es parte del mundo sensible (o «mundo visible», como lo llamó él) porque estas son realidades cambiantes. Así pasa también con el cuerpo del ser humano: el hombre nace, llega a ser niño, adolescente, adulto y finalmente anciano. Nacemos, envejecemos y morimos. Sin embargo, la idea de lo que es el hombre es la misma.

Las ideas primarias son los moldes inmutables

Y pertenecen al mundo de las ideas. Platón ilustra este pensa­ miento en su relato conocido como el mito de la caverna. En una cueva hay personas que están sentadas y encadenadas. Por un orificio entra luz del exterior. Todos miran la pared en la que se distinguen figuras de lo que ellos piensan que son árboles, ca­ ballos, piedras y otras cosas. Pero estas figuras solamente son las formas primarias del árbol, el caballo y la piedra, que se encuen­ tran fuera de la caverna y que los hombres no conocen. Si uno de los habitantes de la caverna fuese liberado y saliese al mundo exterior, podría reconocer los verdaderos objetos, la forma pri­ maria ideal, la forma más perfecta, bonita y verdadera del árbol, el caballo o la piedra, y se daría cuenta que lo que vio en la ca­ verna son solamente sombras. Si regresara con los prisioneros, les platicaría lo que vio y trataría de convencerlos de subir con él al verdadero mundo, el mundo de las ideas. Esta tarea de encontrar las formas primarias corresponde a los filósofos, dice Platón.

de todo

El ideal es la representación del absoluto. Es lo máximo en belleza y bondad. Corresponde el cien por ciento a la idea que fundamenta un objeto.

Referencias

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