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Comunicación de la Trinidad Ad-Extra, expresión de la comunión Ad-Intra. Catholic.net

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Introducción: la vida consagrada y la vida trinitaria.

La vida consagrada, en el periodo de la renovación, se ha visto enriquecida con el desarrollo de una rica y amplia Teología. Bien podemos afirmar que antes del Concilio Vaticano II, muchos de los escritos sobre la vida consagrada se reducían básica a categorías como la historia de las Congregaciones religiosas, tratados de mística y ascética, en donde sobreabundaban las prácticas piadosas, y

naturalmente disposiciones disciplinares y normativas para la Congregación.

El énfasis puesto por el aggiornamento , permitió descubrir elementos valiosísimos siempre presentes en la consagración pero ocultos por el paso del tiempo. De alguna manera muchos elementos culturales meramente circunstanciales se habían venido incrustando en la vida consagrada, creyéndose fundamentales, cuando en realidad eran meramente accidentales. “La historia de la Espiritualidad, entendida como la vivencia de la fe, tiene un campo de investigación diverso al de la historia de la vida religiosa.”

El inicio de este desarrollo teológico parte de la reflexión que hace la Constitución Lumen gentium al referirse a los consejos evangélicos: “"Dios es caridad y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en El" (1 Jn 4,16). Y Dios

difundió su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rom 5,5).

Por consiguiente, el don principal y más necesario es la caridad con la que

amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por El… Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros, nadie tiene un mayor amor que el que ofrece la vida por El y por sus hermanos (cf. 1 Jn 3,16; Jn 15,13). Pues bien, ya desde los primeros tiempos algunos cristianos se vieron llamados, y siempre se encontrarán otros llamados a dar este máximo testimonio de amor delante de todos, principalmente delante de los perseguidores…

La santidad de la Iglesia se fomenta también de una manera especial en los

múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos, entre los que descuella el precioso don de la gracia divina que el Padre da a algunos (cf. Mt 19,11; 1 Cor 7,7) de entregarse más fácilmente sólo a Dios en

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la virginidad o en el celibato, sin dividir con otro su corazón (cf. 1 Cor 7,32-34). Esta perfecta continencia por el reino de los cielos siempre ha sido considerada por la Iglesia en grandísima estima, como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo… La Iglesia

considera también la amonestación del Apóstol, quien, animando a los fieles a la práctica de la caridad, les exhorta a que "sientan en sí lo que se debe sentir en Cristo Jesús", que "se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo... hecho obediente hasta la muerte" (Flp 2,7-8), y por nosotros " se hizo pobre, siendo rico" (2 Cor 8,9). Y como este testimonio e imitación de la caridad y humildad de Cristo, habrá siempre discípulos dispuestos a darlo, se alegra la Madre Iglesia de

encontrar en su seno a muchos, hombres y mujeres, que sigan más de cerca el anonadamiento del Salvador y la ponen en más clara evidencia, aceptando la pobreza con la libertad de los hijos de Dios y renunciando a su propia voluntad, pues ésos se someten al hombre por Dios en materia de perfección, más allá de lo que están obligados por el precepto, para asemejarse más a Cristo obediente.” Si aquel que recibe la invitación de seguir a Cristo más de cerca, debe configurarse con Cristo, hasta llegar a tener los mismos sentimientos que Cristo, esta

semejanza necesariamente lo hará acercarse al misterio de la Trinidad, ya que Cristo no hizo ni pensó nada que no fuera sino para la gloria de Dios Padre. Este pensamiento ha venido desarrollándose en estos 40 años del Post-concilio y viene a quedar brillantemente sintetizada en el número 1 de la Exhortación Apostólica post.sinodal, Vita consecrata: “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.”

El desarrollo teológico que ha mostrado la vida consagrada después del Concilio vaticano II nos ha hecho comprender la íntima relación de la Trinidad y la vida consagrada.

Y debe entenderse la Trinidad no como un concepto teórico, abstracto, carente de influencia en el quehacer cotidiano. “La vida consagrada ha considerado la

Trinidad Santa no ya en forma abstracta, e términos lejanos e incomprensibles, sino como una realidad personal que opera en la Iglesia y en la historia de ayer y de hoy, en dónde actúa su proyecto de vida y de amor liberador para la

humanidad.”

Las religiosas no es necesario que se conviertan en teólogas para comprender estos conceptos, sino hacerse conocedoras de los principios básico del catecismo saber la Trinidad y saberlos aplicar a la realidad de la vida consagrada, por que “La vida consagrada es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza.”

Es necesario por tanto, conocer cuál es el amor que existe entre las personas de la Santísima Trinidad para luego saber cómo la persona consagrada puede ser testigo de ese amor. Revisaremos, como hemos dicho, conceptos básicos de la Trinidad

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para entender quiénes son las tres personas divinas y sus obras y misiones trinitarias.

Un poco de catecismo.

Conocer el amor y la comunión ad intra de la Trinidad será nuestro primer objetivo para luego estudiar la forma en que este amor se comunica hacia fuera. Creo sin embargo conveniente, antes de profundizar en la exposición, explicar algunos conceptos relacionados con la Trinidad, de forma que se pueda asimilar

concretamente el material que pondremos a la consideración de nuestras lectoras. Comenzaremos por tanto con la formación del dogma trinitario para después pasar revista, tan sólo brevemente, a la teología de este misterio.

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2Co 13,13; 1Co 12,4-6; Ef. 4,4-6). Esta es una de las primeras formulaciones del misterio trinitario, recogido en el saludo, en la liturgia Eucarística y que de alguna manera expresa como “la verdad revelada de la santa Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo”

Como verdad revelada encontramos algunas trazas del misterio en la obra de la creación del hombre: “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra…” (Gen. 1, 26), o en el bautismo de Jesucristo (Mc. 1, 9 – 11; Mt. 3, 13 – 17; Lc. 3, 21 – 22).

Pero este misterio tendrá que ser formulado explícitamente por las primeras comunidades cristianas con el fin de profundizar en ello, defenderlo frente a los herejes y explicarlo en forma accesible a los cristianos de aquellos años. De ahí nacieron las formulaciones dogmáticas de los primeros concilios, completados por los Padres de la Iglesia y ratificada por el sentido de la fe de todo el pueblo

cristiano.

Pero una formulación no es simplemente la elucubración de un pensamiento. Es la expresión de una fe revelada. Los términos, las palabras, deben significar

verdaderamente lo que dicen. Y de esta manera es necesario crear una

terminología que no debe confundirse en absoluto con la creación del dogma. El misterio existe. Se buscan las palabras y los conceptos que mejor expresen el misterio.

Así, la sustancia (esencia o naturaleza) es utilizada para designar al ser divino en su unidad. Para designar independientemente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo se hecha mano del término “persona” o “hipóstasis”. Y para designar el hecho de que la distinción entre ellos reside en la referencia de cada uno con los otros, se utiliza el término relación.

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Conviene mencionar que si bien estos términos son de origen filosófico, no se pretendía someter la fe a una sabiduría humana, es decir encasillar el misterio a un conocimiento del hombre, sino apoyarse en esos conceptos para dar a conocer, aunque en forma siempre muy limitada el misterio. De esta forma, lejos de

reducirse al misterio a términos filosóficos, estos términos filosóficos tomaban un sentido nuevo, sorprendente.

Con estos conceptos en mente podemos afirmar con el Catecismo de la Iglesia: “La Trinidad es Una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas. La Trinidad consustancial” .

Y este dogma se ha expresado de diversas formas a lo largo de los siglos a través de distintos Concilios: “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo es lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza”.

“El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo, el que es el Padre o el Hijo”. Cc. de Toledo XI, ano 675: Ds 530). “Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la sustancia, la esencia o la

naturaleza divina” (Cc. de Letrán IV, ano 1215:Ds804).

Las tres personas son distintas entre sí, no simplemente por los nombres, sino por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es

engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede” (Cc. de Letrán IV, ano 1215: Ds804).

Comunión “ad intra”

Es necesario comprender que estamos utilizando siempre un lenguaje analógico, que nos permita comprender el misterio de la Trinidad. Buscamos como San

Anselmo una fe que busca comprender. No pretendemos explicar el misterio de la Santísima Trinidad, ya que como misterio no puede ser explicado, sino intentar entender, en cuánto nos sea posible, aquello que creemos del misterio de la Trinidad. Entender y creer son dos movimientos claves en nuestra exposición. No debemos entender para creer, sino creer para entender. La razón por sí sola no puede conocer el misterio de la Santísima Trinidad, recordando las palabras de Jesucristo “Ninguno conoce al Hijo, sino el Padre y ninguno conoce al Padre sino el Hijo y a aquel al cuál el Hijo se lo ha revelado” (Mt 11, 27). Conviene también expresar el pensamiento del Vaticano II sobre conocimiento y revelación:

“Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la inteligencia

humana".Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay que atribuir a Su revelación "el que todo lo

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divino que por su naturaleza no sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente, con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género humano.”

Por tanto podemos afirmar que aunque conocemos por la fe el misterio de la Santísima Trinidad es imposible demostrar con un razonamiento riguroso la existencia necesaria de la tres Personas divinas y sus relaciones recíprocas.

Si esto fuese posible significaría que el misterio puede ser conocido y por lo tanto, viene eliminado. Junto con Kasper , podemos afirmar que los puntos del misterio de la Santísima Trinidad que permanecen incomprensibles e impenetrables a nuestro conocimiento son la unidad absoluta de Dios en la distinción real de las personas, la absoluta igualdad de las personas en la dependencia de la segunda con respecto a la primera y de la tercera con respecto a la segunda y a la primera; y por último, el ser eterno de Dios como Padre, Hijo y Espíritu, no obstante su devenir a través de las actividades de la generación y de la inspiración.

Pero estas limitaciones, propias del misterio, no deben hacernos pensar que el misterio de la Trinidad es sólo un misterio si una aplicación a nuestra vida. El misterio (teología) tiene mucho que decirnos para nuestra vida (economía de salvación), lo cuál quedará explicado en la última parte de este pequeño ensayo. Dicho lo anterior, procedamos a explicar cuáles son las relaciones ad intra de la Santísima Trinidad.

En Dios existen las procesiones que es un término utilizado para indicar el origen del Hijo. De hecho, se dice que el Hijo procede del Padre.

También las procesiones explican el origen del Espíritu Santo y así decimos que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

La primera procesión se refiere a la generación del Hijo. El Padre es Padre en cuanto es Principio único y total de otra persona divina, el Hijo, que procede de Él por la vía de la generación eterna. Este término quiere indicar el modo particular y único con el cual la segunda Persona divina tiene su origen en la primera.

Como Hijo Unigénito del Padre, es su imagen perfecta, irradiación de su gloria e impronta de su sustancia.

El aspecto teológico de esta filiación ha llevado a usar imágenes en donde se describe por analogía la filiación del Hijo. Bástenos, para efectos de nuestra

posterior exposición, afirmar que la unión que distingue y une al Padre y al Hijo, es una unión de don total (de parte del Padre) y de recepción total (de parte del Hijo). Toda la realidad divina viene comunicada por el Padre para constituir un Hijo que se realiza en la divinidad y que la posee personalmente: la divinidad del Padre llega a convertirse en la divinidad del Hijo.

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afirma que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo como de un solo principio, fundándose en las palabras de San Juan: “Cuando venga él.

El Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros” (Jn. 16, 13 – 15).

Hay que aclarar que esta procesión no es una generación, como la procesión anterior.

El Espíritu Santo procede por vía de la voluntad, es decir, por vía del amor.

NO se ha podido dar una explicación adecuada a esta procesión por el amor, pero se sabe que es diferente a la procesión de generación.

El Padre y el Hijo poseen, cada uno a título propio, la única sustancia divina. Encontrándose en esta comunicación total de Padre – Hijo, constituyen el Espíritu Santo, comunicándole la sustancia común. El Espíritu surge de la intimidad de dicha comunión.

San agustín utiliza una bellísima descripción: el Espíritu Santo es la unidad del Padre y del Hijo, su amor recíproco. Las personas divinas son tres: la primera, que ama aquella que nace de ella; la segunda, que ama a aquella de quien ella nace; la tercera, que es el mismo amor. El Espíritu Santo es el amor donado y recibido. Ahora pasaremos a estudiar el concepto de relación.

Nos hemos dado cuenta que la divinidad es una y que está contenida de la misma manera y forma en cada una de las tres Personas.

Sin embargo, el dogma trinitario nos dice que las Personas son distintas. Para poder comprender esta distinción es necesario abrir la vía de la contraposición, de la distinción, de la relación de las tres personas, que proviene de su origen.

“La distinción real de las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el

Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o sustancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia 1442: DS 1331)” .

La relación es una de las diez categorías aristotélicas del ser. Con ella se entiende la relación que tiene una cosa respecto a otra. Si la relación es real, es decir, no sólo de pura razón o únicamente intelectual, estamos hablando de una relación real. L escritura no habla explícitamente de relaciones reales en Dios, pero éstas

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se hayan contenidas en la denominación de Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La doctrina de la relación, según la cual las Personas divinas se distinguen entre ellas no por cualquier perfección absoluta, sino por las relaciones que las

distinguen, viene afirmada por los Padres de la Iglesia: san Gregorio Nacianceno, san Gregorio Niceno y San Agustín.

Si admitimos las procesiones en la Trinidad, necesitamos admitir como

consecuencia las relaciones divinas. “En Dios las procesiones (orígenes), con las cuales la única naturaleza divina viene comunicada, ponen en relación el término y el principio de cada una de ellas.

Esta relación es real, pues se funda sobre la naturaleza divina; es recíproca, porque término y principio poseen la realidad que las coordina, o sea, la misma naturaleza divina” .

Por lo tanto, las relaciones en Dios son las siguientes: la relación que va del Padre al Hijo, que es la paternidad.

La relación que va de Hijo al Padre, que es la filiación.

La relación que va del Padre y del Hijo al Espíritu Santo, que es la inspiración activa. Y la relación que va del Espíritu Santo al Padre y al Hijo que es la inspiración pasiva.

Ahora que conocemos las procesiones y las relaciones que se dan “ad intra” de la Trinidad, estamos en grado de explicar las relaciones “ad extra”.

La comunicación de la Trinidad “ad extra”.

Así como en la Trinidad existen las procesiones y las relaciones que tratan de explicar los movimientos que se dan al interno de la Trinidad, existen también las misiones trinitarias. Este aspecto de nuestra exposición se refiere a la resonancia que debe tener la Santísima Trinidad en nuestras vidas.

Al utilizar el lenguaje analógico corremos el peligro de quedar encerrados en las categorías de dicho lenguaje. Si hemos hablado de procesiones y de relaciones, las hemos encuadrado en el tiempo. Pensamos que el Padre ha engendrado al Hijo en un tiempo determinado, dejando a un lado el hecho que para la Santísima Trinidad no hay tiempo, pues ella ha creado el tiempo. Lo que nosotros pretendemos

encerrar en un parte del tiempo, es imposible que quede encerrado para quien está por encima del tiempo.

De ahí que esas procesiones y relaciones no pueden quedar reducidas al tiempo. Podemos entonces pensar que dichas acciones inciden en nosotros. Es la economía ad extra de la Santísima Trinidad, de forma que el misterio no aparezca como algo lejano, sino que sea, y así lo es, un misterio cercano que habita en nuestros

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“Dios quiere por tanto, comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada” , quiere comunicarnos el Amor que el Padre tiene por el Hijo y por el Espíritu Santo. Esta es la economía común de la Trinidad: comunicarnos su amor. Es una sola operación, pero que queda distinguida según la propiedad personal de cada

Persona de la Trinidad. “Son sobre todo las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las

personas divinas” .

La existencia de las misiones divinas está explícitamente afirmada por las

Sagradas Escrituras: Dios realiza su intento de vivir en comunión con la humanidad enviando sus mensajeros, sus profetas. En el tiempo establecido envía el propio Hijo, quien se presenta constantemente como el enviado del Padre. En el evangelio de san Juan encontramos 26 veces la expresión ho pémpsas, el mandante.

Después del Hijo, es el Espíritu Santo que viene enviado (mandado) del Padre y del Hijo. Por lo tanto, encontramos una doble finalidad en las misiones: manifestar las Personas divinas a los hombres y comunicar aquello que se anuncia.

Siempre con las limitaciones del lenguaje analógico a nuestras espaldas, es conveniente que realicemos algunas consideraciones con respecto a estas

misiones divinas. Si bien la misión divina comporta una persona que manda y una persona que envía, así como un término en el cual la persona enviada se hace presente, no se debe dar en las personas de la Trinidad ninguna idea de

dependencia entre ellas que comportase un concepto de inferioridad, ya que ellas son perfectamente iguales. Además no se da ningún cambio en la persona

enviada.

Dicho esto, podemos establecer ya las misiones trinitarias. Una persona que envía, que es el Padre en cuanto respecta a la misión del Hijo; y el Padre y el Hijo en cuando a todo aquello que se refiere a la misión del Espíritu Santo. Una persona que es enviada, el Hijo que es enviado del Padre; el Espíritu que es enviado del Padre y del Hijo. Un término del envío, que es la creación (la humanidad de Cristo) y el alma del cristiano (la inhabitación del Espíritu Santo).

Consideremos por un momento la primera misión, la misión visible del Hijo, la encarnación. La misión implica una relación con la Persona del Padre. Como ya hemos explicado, esta relación resulta de la procesión el Hijo recibe del Padre todo aquello que tiene y que es. Este origen eterno del Hijo (que procede del Padre) funda la misión del Hijo, que es enviado por el Padre. La idea de procesión etern es la idea originaria del concepto de misión, aplicada al mundo de lo divino. Santo Tomás de Aquino afirmaba que las misiones trinitarias no son sino las

continuaciones libres de las procesiones intratrinitarias, sumando a éstas un efecto temporal . Y podríamos dar también esta definición: “Se llama misión trinitaria... a la acción creadora o la acción en la historia de la salvación de la segunda y de la tercera persona divina de la Trinidad, en cuanto esta acción divina es considerada como fundada sobre la procesión divina del Verbo a partir del Padre, y sobre

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aquella del Espíritu a partir del Padre y del Hijo, o a través del Hijo. ”

Podemos decir con San Agustín que la Encarnación es la irrupción de lo eterno en lo temporal, para que el hombre llegue a ser eterno .

Más que nuevas disquisiciones teológicas es importante hacer notar como las misiones de la Santísima Trinidad que vienen a reflejarse directamente en nuestro corazón, misiones como la Encarnación y la santificación de nuestras almas,

proceden del Amor que Dios tiene por la humanidad y del Amor que se da entre las tres divinas personas de la Santísima Trinidad.

De esta forma, la gran comunicación “ad extra” que se da en la Santísima Trinidad, no es más que el reflejo de la comunión “ad intra” de esas personas. Pero sobre todo, es la acción de la Santísima Trinidad por comunicar al hombre su vida divina. Si desde toda la eternidad existe el designio de la salvación, quiere decir que

desde toda la eternidad el diseño originario de Dios era el de tener cercano al hombre, el de comunicarle su propia vida. Y por ello el Padre envía al Hijo para que mediante la encarnación, el hombre pueda llegar al Padre. Y envía al Espíritu para confirmarlo en la santidad de vida a la que está llamado.

Fundamento trinitario de la vida consagrada

El misterio de la Santísima Trinidad, como todos los misterios de la fe católica, no existe para intentar ser explicados desde la razón, sino que, como realidades de fe, deben ponerse en práctica en la vida cotidiana. Podemos de alguna manera releer el Kempis y decir más quisiera vivir el misterio de la Santísima Trinidad que

explicarlo. Y la vida consagrada, como cualquier otra vocación en la vida cristiana, nos presenta una magnífica oportunidad para vivir el misterio de la Santísima Trinidad. Vivir el misterio no quiere decir explicarlo en su profundidad, sino vivir de acuerdo a las notas más características de este misterio.

La exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata ha hecho una síntesis

admirable de lo que podríamos llamar la teología de la vida consagrada del período de la renovación. Hasta antes del Concilio Vaticano II la vida consagrada no había conocido un desarrollo tan extraordinario del pensamiento teologal de la vida consagrada. Muchos se reducían meramente a tratados de ascética o mística, sin llegar a buscar las raíces de tales prácticas o sugerencias. Desde la Perfectae Caritatis hasta Ripartire da Cristo la teología de la vida consagrada ha ido

profundizando cada vez más en la explicación de la vida consagrada, a partir del misterio Trinitario.

No en vano el primer capítulo de Vita Consecrata está dedicado a explicar la vida consagrada como un misterio trinitario: “Este especial <>, en cuyo origen está siempre la iniciativa del Padre, tiene pues una connotación esencialmente

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carácter trinitario de la vida cristiana, de la que anticipa de alguna manera la realización escatológica a la que tiende toda la Iglesia.”

El icono que el Papa desarrolla para explicar la vida consagrada dentro del misterio Trinitario es el episodio de la Transfiguración (Mt. 19, 1 – 9). Encontramos los

elementos de la Trinidad en una iniciativa de Dios, para seguir más a Cristo,

consagrados por el Espíritu. El sentido de la vocación consagrada es una iniciativa enteramente de Dios Padre, que exige de los llamados una entrega total y

exclusiva. “La experiencia de este amor gratuito de Dios es hasta tal punto íntima y fuerte que la persona experimenta que debe responder con la entrega

incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos.” Nos encontramos con el llamado, la atracción que Dios siente por su criatura, al grado que le hace sentir su amor en una forma íntima y fuerte Estehacer sentir por parte de Dios no es más que una de las consecuencias de la obra trinitaria, pues “Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada.” Y la vida trinitaria, lo hemos visto cuando explicamos las procesiones y las relaciones que se dan al interno de la Trinidad, es vida de amor. Este llamado al amor de Dios, es una iniciativa que parte del Padre, como una continuación de su procesión, que se inserta en el hombre. Es Padre respecto al Hijo, por lo que hace proceder al Hijo. Es una pura iniciativa de Dios que le demuestra a la criatura cuánto amor le ha

tenido.

Así como Dios ama al Hijo y lo engendra en el amor, así Dios ama a la persona consagrada y le demuestra su amor, en un grado que la Exhortación califica de íntimo y fuerte.

Frente a este amor la persona consagrada no puede más que responder. Pero no será una respuesta cualquiera, será la respuesta de una entrega “total y exclusiva” . Esta totalidad y exclusividad se verifica en el seguimiento de Cristo, no en

cualquier otro estilo de vida, ya que Cristo ha dejado ejemplo de una donación al Padre, como enviado. Nos insertamos por tanto en la misión de Cristo como

enviado, como mandado del Padre. Cristo, enviado del Padre, sabe hacer oblación de su vida para cumplir el deseo de su Padre. Su vida entera está dedicada a servir al Padre. Su vida es un camino que conduce al Padre. “No se puede negar,

además, que la práctica de los consejos evangélicos sea un modo particularmente íntimo y fecundo de participar también en la misión de Cristo, siguiendo el ejemplo de María de Nazareth, primera discípula, la cual aceptó ponerse al servicio del plan divino en la donación total de sí misma.” Las personas consagradas harán muy bien en centrar su consagración en la persona de Cristo, si quieren responder a la llamada al amor. Siguiendo a Cristo encontrarán el modelo para responder al amor de Dios. Cristo que no vino al mundo sino a hacer la voluntad del Padre, se

presenta como centro y modelo del consagrado ya que Él, consagrado por

excelencia, supo unificar toda su persona en el seguimiento íntimo y cercano de su Padre.

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Pero bien sabemos que la persona consagrada por sí sola no puede responder al amor de Dios, ni puede seguir a Cristo imitándolo en su donación al Padre.

Necesita una fuerza que lo lleve a dejar su egoísmo, sus tendencias que lo mantienen atenazado. “Es el Espíritu quien suscita el deseo de una respuesta plena; es Él quien guía el crecimiento de tal deseo, llevando a su madurez la respuesta positiva y sosteniendo después su fiel realización; es Él quien forma y plasma el ánimo de los llamados, configurándolos con Cristo casto, pobre y obediente, moviéndolos a acoger como propia su misión. Dejándose guiar por el Espíritu en un incesante camino de purificación, llegan a ser, día tras día, personas cristiformes, prolongación en la historia de una especial presencia del Señor

resucitado.”

Nuevamente podemos ver reflejada la misión trinitaria. Dios que envía al Espíritu, a través del Hijo, para la inhabitación del alma. Y el alma consagrada en este caso hará muy bien en cooperar a las inspiraciones del dulce huésped del alma, ya que dichas inspiraciones son parte de la misión de la tercera Persona de la Santísima trinidad.

Las personas consagradas son por tanto reflejo de la Santísima Trinidad. “En efecto, el estado religioso revela de manera especial la superioridad del Reino sobre todo lo creado y sus exigencias radicales. Muestra también a todos los

hombres la grandeza extraordinaria del poder de Cristo Rey y la eficacia infinita del Espíritu Santo, que realiza maravillas en su Iglesia.”

Por último, no podemos dejar de hablar de un aspecto importante y muy debatido hoy en día de la vida consagrada: la vida fraterna en comunidad.

“La comunidad religiosa no es un simple grupo de cristianos que buscan la perfección personal. Mucho más profundamente, es participación y testimonio cualificado de la Iglesia-Misterio, en cuanto expresión viva y realización

privilegiada de su peculiar < trinitaria de la que el Padre ha querido hacer partícipes a los hombres en el Hijo y en el Espíritu Santo”.

Por lo tanto, las religiosas que viven en comunidad deben dejar espacio para que habite en sus comunidades la vida trinitaria. No se puede reducir la vida fraterna en comunidad a una célula social o a la composición psicológica de diversos

caracteres. Sin duda alguna que el aporte de estas ciencias humanas podrá ayudar a encontrar mejores medios para una calidad de vida fraterna más de acuerdo con el carisma de la Congregación y con el gran mandato de Cristo, que es la caridad. Pero si las hermanas no se enseñan a ver a Cristo en la otra hermana, a sentirse unidas por lazos espirituales, de nada valdrán las conquistas y las aplicaciones que puedan hacerse en el campo psicológico o social. “La comunidad religiosa es célula de comunión fraterna, llamada a vivir animada por el carisma fundacional. Para formar parte de esta comunidad se necesita la gracia particular de una vocación. En concreto, los miembros de una comunidad religiosa aparecen unidos por una común llamada de Dios en la línea del carisma fundacional.”

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Hacer espacio a la Santísima Trinidad no es más que tener una visión de fe, para saber que la hermana que está a mi lado participa de la misma misión que yo he recibido: responder al amor de Dios, siguiendo a Cristo, animada por el Espíritu que se refleja en un mismo carisma.

Y la raíz de esta visión de fe, debe ser la Eucaristía, a semejanza de la primera comunidad de los apóstoles que se reunían en torno al banquete eucarístico. Es Cristo quien reúne, es Él quien forma y representa la unidad. Vivir cada celebración eucarística con este sentido, debe ayudarnos a vivir la vida trinitaria en la

comunidad. “La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión.” La religiosa que participa todos los días del banquete eucarístico en compañía de sus hermanas de religión, no puede menos que sentirse atraída de esta manifestación sublime de la unidad. Cristo congrega a todas en un sólo Cuerpo, para que todas sean un sólo Cuerpo. La vida fraterna en comunidad debe ser una prolongación, un fruto de esta unidad. Cristo es más que las pequeñas incomodidades o los pequeños tropiezos que puedan darse en la vida fraterna en comunidad.

Notas

Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n.20 Si queremos sintetizar el esfuerzo realizado por el Concilio Vaticano II, podemos citar las palabras de Juan Pablo II en la Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, del 7 de octubre de 2004. “La enseñanza del Concilio profundizó en el

conocimiento de la naturaleza de la Iglesia, abriendo el ánimo de los creyentes a una mejor comprensión, tanto de los misterios de la fe como de las realidades terrenas a la luz de Cristo”.

Matias Augè, Eutimio Sastre Santos, Luigi Borriello, Storia della vita religiosa, Ed. Queriniana, Brescia, 1988, p. 5.

Pablo VI, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium,21.11.1964, n.42 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n.1 Mario Midali, Ecclesiologia della Vita Consacrata, en Supplemento al Dizionario Teologico della Vita Consacrata, ed. Ancora Editrice, Milano, 2003, p. 42

Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n.20 Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia católica, 11.10.1992 n. 249

Ibidem. n. 253

Anselmo d’Aosta, Opere filosofiche. Proslogio, Laterza, Bari, 1969, p. 86. Pablo VI, Constitución dogmática Dei Verbum, 18.11.1965, n. 6

W. Kasper, Il Dio di Gesù Cristo, Queriniana, Brescia, 1984, p.358. Agostino, De Trinitate, cf spec. Il 1. V, c. 5; PL 42, coll. 927 – 928. Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, 11.10.1992, n. 255

Luigi Melotti, Un solo Padre, un solo Signore, un solo Spirito, Elle di Ci, Torino, 1991, pag. 182

Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, 11.10.1992, n.258 Ibidem.

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S. Tomás de Aquino, S. Th., I, q. 43.

K. Rahner, H. Vorgrimler, Petit dictionnaire de théologie catholique, Ed, du Seuil, París, 1969, p. 287.

S. Agustín, In Epist, Johannis, tract. II, c. II, 10; PL 35, col, 1994

Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Vita consecrata, n. 14 Ibidem. n.17

Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, n. 257

Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal Vita consecrata, n. 17 Ibidem. n. 18

Ibidem. n. 19 Ibidem. n. 20

Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 2

Ibidem. n. 2

Juan Pablo II, Carta apostólica Mane nobiscum Domine, 7.10.2004, n. 21

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