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DIEZ COSAS QUE EL PAPA FRANCISCO QUIERE QUE SEPAS - JOHN L. ALLEN (JR.)

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Diez cosas que el

Papa Francisco

quiere que sepas

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(www.cedro.org).

Título original: 10 Things Pope Francis Wants You to Know

Portada y diseño: M.ª José Casanova

© John L. Allen, Jr.

© 2013 Ediciones Mensajero, S.A.U.

Sancho de Azpeitia 2, bajo; 48014 Bilbao. E-mail: mensajero@mensajero.com

Web: www.mensajero.com

Edición digital

ISBN: 978-84-271-3494-2

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E

n los primeros días después de su elección, el papa Francisco captó la atención del mundo, no porque hiciera cambios radicales en la política vaticana, que todavía están por venir, sino en virtud de su humanidad.

En contra de la pompa y circunstancia del papado, es un hombre que cogió el autobús con los cardenales en vez de usar la limosina papal; que hace sus propias maletas; que paga su cuenta de hotel y que en el primer domingo se puso a la salida de la parroquia vaticana, saludando a la gente después de la Misa, como un párroco de pueblo. Pueden parecer pequeños detalles, pero son más elocuentes que mil encíclicas sobre una Iglesia más sencilla y humilde, que sabe ponerse en contacto con la gente normal.

Sin embargo, no nos equivoquemos, estos detalles no son de una persona ingenua que con los ojos desorbitados tropieza al entrar en la corte papal, sino de un líder experto, que ha reflexionado larga y cuidadosamente sobre qué tipo de papa quiere ser. Dicho de otra manera; este es un hombre cuyo estilo exterior refleja su esencia.

De 76 años de edad, Jorge Mario Bergoglio tiene una inteligencia aguda formada por los jesuitas y toda una vida de experiencia en el gobierno de la Iglesia en distintos niveles. Se ha opuesto a dictaduras militares y a gobiernos hostiles; ha guiado a los fieles de su país durante una de las crisis económicas más severas del mundo y, en el ámbito global, ha desempeñado un importante papel como líder entre los obispos latinoamericanos.

Nació en Buenos Aires en 1936. Su padre era un inmigrante italiano, trabajador ferroviario, de la región de Turín. Tiene dos hermanos y dos hermanas. Su primera idea fue ser farmacéutico, pero en 1958 ingresó a la Compañía de Jesús donde comenzó sus estudios para ser sacerdote. Al inicio de su carrera eclesiástica pasó mucho tiempo enseñando Literatura, Psicología y Filosofía, y ya entonces se pensaba que tenía un futuro prometedor. Desde 1973 hasta 1979 fue provincial de los Jesuitas en Argentina, y en 1980 se convirtió en el rector del seminario que lo vio graduarse.

Aunque en general a los jesuitas se les anima a no recibir cargos eclesiásticos, sobre todo en países que no se consideran territorio de misión, Bergoglio fue nombrado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 y sustituyó al ya enfermo Cardenal Antonio Quarrancino en 1998. Juan Pablo II lo creó cardenal en 2001, asignándole la iglesia romana del legendario jesuita san Roberto Belarmino.

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fue elegido el Cardenal Joseph Ratzinger como Benedicto XVI. A pesar de que en el último Cónclave Bergoglio no figuraba en ninguna de las listas de candidatos, lo eligieron en tan solo cinco votaciones e hizo su debut como nuevo líder espiritual de 1.200 millones de católicos, después del emocionante anuncio de Habemus Papam, hacia las 8:12 de la noche, hora de Roma del miércoles 13 de marzo de 2013.

Desde entonces, el papa Francisco se ha ganado los corazones de la gente rechazando su limusina y trasladándose a pie. Tan pronto como llega a algún lugar prefiere saludar a la gente bajándose del estrado en vez de esperar a que suban a saludarlo. Lo que es importante captar de estas decisiones no son las idiosincrasias de un «papa accidental», es decir, una reacción irreflexiva de alguien que llega por casualidad al cargo, sino que es el fruto de una vida de reflexión en lo que significa ser el representante de Cristo en el mundo actual.

¿Qué es lo que el Papa está tratando de enseñarnos en estos primeros días en la Sede de Pedro? El mensaje del pontífice número 266 de la Iglesia Católica podría expresarse en diez cosas que el papa Francisco quiere que sepas.

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Una Iglesia pobre

para los pobres

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l 16 de marzo, durante la sesión que mantuvo con aproximadamente 6.000 periodistas que cubrieron la transición papal, el Papa dijo que escogió su nombre en honor a san Francisco de Asís cuyo romance con la «señora pobreza» es material de leyenda. El nuevo Papa dijo entonces una frase que expresa todo un programa de gobierno: «¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!».

Por lo tanto, lo primero que el papa Francisco quiere que sepas, es que Cristo vino a ofrecer amor y salvación a todos, pero de forma especial a los pobres. Ser cristiano significa, de manera especial, no olvidarse nunca del pobre; cambiar la jerarquía de valores del mundo poniendo al pobre y al marginado como centro de nuestra atención.

El Papa hizo de esta preocupación por los pobres la clave de su homilía en la Misa inaugural, el 19 de marzo, insistiendo en que el «auténtico poder es servicio», especialmente servir «a los más pobres, a los más débiles y a los menos importantes». Para asegurarse de que su idea quedaba clara, repitió esas palabras en su tercer tweet desde que fue elegido, enviado poco después de esta Misa inaugural.

Esta idea no es algo que se le ocurriera después de la elección, sino que refleja la forma de pensar y de liderar que ha mantenido lo largo de toda su carrera: «Vivimos en la región más desigual del mundo; la que más creció y la que menos redujo la miseria», dijo el entonces cardenal en la reunión de los obispos latinoamericanos de 2007; «Persiste la injusta distribución de los bienes, que configura una situación de pecado social que clama al cielo y que excluye de las posibilidades de una vida más plena a muchos de nuestros hermanos».

La pobreza económica no es su única preocupación. También se ha acercado a quienes viven en algún tipo de pobreza social, estigmatizados por quienes los contemplan con miedo o con prejuicios. En 2001, por ejemplo, visitó un hospital de enfermos de SIDA donde lavó y besó los pies a doce de ellos. Esa imagen del futuro Papa ya se está convirtiendo en un icono.

En realidad, este amor por los pobres no significa convertir al cristianismo en un partido político que pretenda implantar un programa social o de reforma económica.

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Como provincial de los jesuitas durante la década de los setenta, el entonces padre Bergoglio se destacó por insistir en que la conversión individual tenía que preceder al cambio estructural.

No hay duda de que el primer Papa de Latinoamérica y el primero de una región en vías de desarrollo se da cuenta de que carga con las aspiraciones y anhelos de los pobres del mundo. Él querrá ser una tribuna para sus preocupaciones: las desigualdades de una economía global, la carnicería de la guerra y la violencia, la degradación ambiental y la percepción de que los intereses internacionales se confabulan en contra de los intereses de las naciones más pequeñas y más pobres.

Del mismo modo, el papa Francisco querrá deshacerse de algunas de las costumbres tradicionales del papado que representen riqueza y privilegio. Nada más comenzar decidió no usar la capa roja ribeteada de armiño, la muceta, que permaneció colgada en el armario de la «Sala de las lágrimas» mientras salía a saludar a la multitud después de su elección.

En otras palabras, este «Papa de los pobres», desea que un renovado compromiso con los pobres esté en el centro del papel que desempeña el cristianismo en el mundo y quiere que el papado sea portador creíble de este mensaje.

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Humildad

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ara aquellos cuya memoria alcance a recordar al papa Juan Pablo I, estos primeros días del papa Francisco, evocan sorprendentemente a ese «Papa sonriente», cuyo ministerio duró solo 33 días de 1978. Como Francisco, el papa Luciani sacudió al mundo con su extraordinaria imagen de humildad, un hombre que no quiso dar un exagerado sentido de su importancia personal al más alto cargo de la Iglesia.

Juan Pablo I, de hecho, escogió Humilitas, «humildad», como su lema papal y fue, siguiendo el ejemplo de Pablo VI, quien renunció a la tiara papal y la vendió para ayuda de los pobres. Juan Pablo I fue el primer papa que no tuvo ceremonia de coronación, sino una Misa inaugural más sencilla. Fue también el primero en dejar de usar el plural mayestático para referirse a sí mismo como «yo» en vez de «Nos» en discursos públicos (aunque algunos de los que asistieron, de mentalidad tradicionalista, trataron de poner el «Nos» en las versiones oficiales de los discursos). También trató de deshacerse de la silla gestatoria, o trono portátil, hasta que sus ayudantes lo convencieron de que era necesaria para que la gente pudiera verlo (Juan Pablo II abandonó su uso por completo poco después).

En su primera semana como papa, Francisco impresionó a muchas personas mayores como si fuera una versión argentina del papa Luciani, al comportarse con la misma humildad y con la misma desmitificación del papado. Optó por recibir a la gente de pie, al mismo nivel, en lugar de permanecer sentado en el trono papal o de pie en un estrado. Bromea a costa de sí mismo, se hace él mismo la maleta y hace sus propias llamadas telefónicas.

Cuando llevaron al papa Francisco al departamento papal en el Palacio Apostólico, su primera reacción fue manifestar que era demasiado grande: «Aquí podrían vivir 300 personas», bromeó. Para que conste, estamos hablando de un hombre que escogió vivir, no en la opulenta residencia del arzobispado en Buenos Aires, sino en un piso donde tenía una estufa para mantenerse caliente los fines de semana porque en el edificio apagaban la calefacción.

En un comentario hecho al colegio cardenalicio el 14 de marzo, el papa Francisco alabó el «gesto valiente y humilde» de Benedicto XVI «de renunciar al papado», subrayando un punto crítico: «Es Cristo quien encabeza la Iglesia a través de su

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Espíritu».

Lo que quiso decir es que es Cristo es quien debe ser el centro de atención, no el Papa.

Tal modestia y gustos simples hablan de la personalidad del nuevo Papa, pero también son parte de una estrategia evangélica. El papa Pablo VI dijo: «El hombre moderno escucha más atentamente a los testigos que a los profesores, y si escucha a los profesores, es porque son testigos». Francisco sabe que si el cristianismo pretende predicar el amor, la preocupación por los pobres y la pasión por la justicia en el mundo, a sus líderes se les debe ver incorporando esos valores en su propio estilo de vida. Comenzando, por supuesto, por el líder más visible de todos, el Papa.

Durante el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización en octubre de 2012, el Cardenal Luis Antonio Tagle, de Manila en Filipinas, dirigió un discurso memorable en el que afirmó que si la Iglesia quiere revivir su riqueza misionera al inicio del siglo XXI, requería tres cualidades por encima de las demás: humildad, sencillez y una mayor capacidad de silencio.

Aunque Tagle no tenía al papa Francisco en mente, podemos considerar lo sucedido en la presentación del nuevo Papa la tarde del 13 de marzo: apareció sin algunas de las elaboradas vestimentas del papa, pidió a la multitud su bendición antes de otorgar la suya, y luego se inclinó, produciendo un silencio que rápidamente se extendió por lo que había sido hasta entonces una ruidosa multitud.

En otras palabras, siguiendo la lista de Tagle, tiene tres de las tres cualidades necesarias, empezando por la humildad.

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Permanecer cerca de la gente

A

unque el mundo haya quedado encantado por el papa Francisco, hay un grupo que por el momento tiene sentimientos encontrados: el equipo de seguridad del Vaticano, que intenta mantenerse al ritmo de un papa que parece determinado a moverse hacia las multitudes en vez de alejarse de ellas.

«Esperamos que después de estos primeros días las cosas vuelvan a la normalidad» dijo uno de los oficiales de seguridad al diario italiano La Stampa el 18 de marzo, «si no, nos volverá locos a todos».

Basados en estas evidencias iniciales del reinado de Francisco, podemos decir que ser «normal», en el sentido de un papa que vive dentro de una burbuja protectora, no entra dentro de sus planes.

De todas las imágenes memorables de esta primera semana en el cargo, quizá la más sorprendente fue cuando el papa Francisco visitó la pequeña parroquia de Santa Ana en el Vaticano para celebrar Misa. Ocurrió el domingo 17 de marzo, antes de su primer Ángelus. Santa Ana, encargada a los agustinos, es lo que más se parece a una parroquia que tienen las aproximadamente 400 personas que viven en el Vaticano.

Después de la Misa, el papa Francisco se quedó en la entrada saludando a la gente mientras salían de la Iglesia, dando palmaditas a los niños en la cabeza, besándolos, estrechando la mano e intercambiando abrazos, teniendo una palabra y una sonrisa para cada uno. Es una escena que se puede ver los domingos a la salida de las iglesias católicas de todo el mundo, pero claro, rara vez podemos ver al Papa haciéndolo.

Los diarios italianos inmediatamente lo apodaron «el párroco del mundo».

Este deseo de no separarse de la experiencia cotidiana ha sido un sello distintivo de los primeros días de Francisco. Cuando se subió a la limusina para regresar al hotel donde se había hospedado antes del cónclave, insistió en circular sin las «luces y sirenas» de la policía italiana que lo escoltaba. No quería complicar el tráfico ni causar un embotellamiento a la gente que circulaba por Roma.

Mostró el mismo estilo la mañana del 19 de marzo, fiesta de san José, cuando celebró su Misa inaugural. Entró a la Plaza de San Pedro en un coche descubierto en vez de utilizar el «papamóvil» con cristales blindados. Durante el recorrido se bajó para abrazar a un hombre discapacitado que se encontraba entre la multitud. Aunque se corra un

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mayor riesgo, parece que Francisco cree que es un precio que merece la pena pagar para permitirle a la gente sentirse cerca del Papa.

Es importante darse cuenta de que cuando se presentó a la multitud en la Plaza de San Pedro el miércoles por la noche no se refirió en ningún momento a sí mismo como «Papa», sino que prefirió el nombre de Obispo de Roma. Este papel de obispo local le parece fundamental, tanto que en su primer Ángelus habló exclusivamente en italiano, aunque por supuesto sabe varios idiomas, y se refirió a su tocayo Francisco como patrón de Italia.

Basados en lo que hemos visto hasta ahora, parece claro que el papa Francisco está decidido a no perder el contacto con la gente ordinaria, a no permitir que las barreras que vienen con el papado lo desconecten totalmente de los sitios comunes, donde los párrocos pueden conocer lo que pasa por el corazón y por la cabeza de su gente.

Aunque todo esto es ciertamente un reflejo de su personalidad, también nos muestra una visión de liderazgo. Evangelizar significa encontrar a la gente donde está, ser capaz de entender sus dudas y frustraciones, comprendiendo lo que llevan encima. Para hacer esto es necesario conocer bien a la gente y permanecer cerca de ella –un buen consejo no solo para el Papa, sino para cualquiera que desea llevar a Cristo al mundo–.

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Nunca dejar de confiar

en la misericordia de Dios

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ada papa tiende a desarrollar su propio estilo que se condensa en una frase que resume el mensaje que quiere comunicar a la Iglesia y al mundo de su tiempo.

Juan Pablo II escogió el lema «No tengáis miedo», que era una invitación al catolicismo a recuperar la audacia para proclamar el Evangelio después de años de introspección y debates internos surgidos del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI escogió «Razón y fe», sosteniendo que la razón humana y la fe divina están conectados mutuamente y dependen la una de la otra.

En este primer tiempo, un buen aspirante a lema para el papa Francisco puede ser «Dios nunca se cansa de perdonarnos». En otras palabras, la idea básica que ha usado como piedra angular en esta fase inicial de su papado es recordar que Dios, por encima de todo, es un Dios de misericordia y compasión, cuya capacidad de perdonar y darles a los pecadores una nueva oportunidad es infinita.

Esta fue la idea central de su primera homilía, en la iglesia de Santa Ana el 17 de marzo, a la que volvió poco más tarde en su primer Ángelus: «para mí, y lo digo con humildad, el mensaje más fuerte del Señor es la misericordia».

Reflexionando en las acusaciones dirigidas a Jesús en los Evangelios acerca de su relación con los pecadores, Francisco dijo: «Jesús perdona. Tiene una capacidad especial de perdonar. El perdona, besa, abraza y solo dice, “tampoco yo te condeno; ve, y desde hoy no peques más”».

«El Señor nunca se cansa de perdonar, nunca» dijo Francisco. «Nosotros somos los que nos cansamos de pedirle perdón».

Francisco no está hablando de una gracia barata, de un Dios al que no le importa el pecado. La parte del Evangelio que dice «no peques más» es tan importante como la parte del perdón. Parece que el acento del papado de Francisco es, probablemente, la idea de la misericordia divina.

Esto no es algo que se le ocurriera de repente la mañana de su elección. Es algo coherente con una visión pastoral desarrollada a lo largo de toda su vida que siempre ha insistido en la necesidad de representar a Cristo con imágenes que rebosen misericordia y

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compasión.

«Solamente alguien que se ha encontrado con la misericordia, que ha sido acariciado por la ternura de la misericordia, es feliz y está a gusto con el Señor», dijo Bergoglio en 2001. «Les pido a los teólogos presentes que no me entreguen a la Inquisición, pero, forzando un poco las cosas, me atrevería a decir que el lugar privilegiado de encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo en mi pecado».

Siempre ha estado dispuesto a actuar decididamente para apoyar lo que se podría considerar sólo unas palabras piadosas. En septiembre de 2012, por ejemplo, habló ardientemente contra sacerdotes que rehusaron a bautizar niños nacidos fuera del matrimonio, calificando esta postura de «neoclericalismo hipócrita y rigorista».

El papa Francisco ha decidido conservar su lema de obispo y lo ha colocado en su escudo papal. En latín dice: Miserando atque eligendo, que significa «Mirándolo con misericordia lo eligió». La frase está tomada de una homilía de Beda el Venerable sobre la vocación de Mateo. Tiene un particular significado para el papa Francisco porque, cuando tenía 17 años, fue a confesarse el día de la fiesta de san Mateo y esa experiencia le hizo entender, de una manera completamente nueva, la infinita capacidad de perdonar de Dios y entonces sintió la llamada al sacerdocio. Dicho de otra manera, la importancia que le da a la misericordia tiene profundas raíces en su propia experiencia espiritual.

La importancia de predicar a un Dios misericordioso y tomar decisiones sobre cómo tratar a los demás enraizados en el espíritu de misericordia, es otra cosa que el papa Francisco quiere que sepas.

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Ahora todos somos franciscanos

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l papa Francisco es el primero en muchos aspectos: el primero no europeo en los últimos mil años (dependiendo de cómo se defina «Europa»); el primero de Latinoamérica; el primero de un país en vías de desarrollo; y el primer papa jesuita.

Sin embargo, entre los muchos aspectos en los que es el primero, el más llamativo es ser el primer papa en la historia de la Iglesia en llamarse «Francisco». No importa cuánto dure su papado, esta primera y novedosa decisión del pontífice posiblemente se recordará como la más atrevida.

Durante siglos muchos expertos en el papado han dicho que ningún papa podría o debería llamarse así, comparándolo con «Jesús» o «Pedro»; sólo puede haber uno, o al menos este era el razonamiento, por lo que sería casi un sacrílego que un papa eligiera ese nombre.

Es más irónico, si cabe, que un papa jesuita elija el nombre del fundador de los franciscanos. Durante los primeros momentos después de que el nombre fuera anunciado, algunos se preguntaron si el Papa tenía intención de honrar al gran jesuita misionero san Francisco Javier. Por comentarios de dentro del Cónclave, quedó claro que él había manifestado inmediatamente a los cardenales que había escogido ese nombre en honor a san Francisco de Asís. Posteriormente, el Papa explicó dos veces en público sus razones para tomar esa decisión.

Entonces, ¿qué significa el nombre? Cuando pensamos en «la Iglesia», los católicos normalmente vemos dos caras. Está la cara de la institución, que tiene una estructura administrativa y recursos materiales, normas y reglamentos, y una jerarquía de gobierno. Luego está la Iglesia del espíritu, una comunidad humilde y sencilla, donde todos son iguales, con un amor especial por los más necesitados. Idealmente las dos van juntas, pero en el fondo son distintas.

Al elegir el nombre de «Francisco», el Papa, esencialmente, ha expresado que la segunda cara de la Iglesia debe resplandecer de una manera nueva. Dicho de otra forma, Francisco ha presentado, encerrados en una sola palabra, todo un programa pastoral y una visión integral de Iglesia.

En su sesión con los periodistas del 16 de marzo, el nuevo Pontífice dijo que su viejo amigo, el Cardenal Claudio Hummes de Brasil, le dijo justo después de la elección: «No

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te olvides de los pobres». Eso le hizo pensar en Francisco, como también el azote de la guerra y el daño al medio ambiente. Todo esto, dijo, hizo que llamarse Francisco fuera una elección obvia.

Pero siendo claros, este papa jesuita no se ha olvidado de sus raíces. De hecho, comentó a los medios de comunicación que algunos cardenales habían bromeado con él diciéndole que eligiera el nombre de «Clemente», para hacer un irónico tributo al papa Clemente XIV, que suprimió a los jesuitas en el siglo XVIII (¡y que, por cierto, era franciscano!).

Al elegir el nombre de «Francisco», el nuevo papa ha dicho esencialmente que Francisco de Asís y su mensaje ya no son propiedad de una determinada congregación religiosa o forma de catolicismo. Más bien, es un modelo de vida cristiana para todos los fieles, incluyendo a la más alta jerarquía.

En efecto, el papa Francisco quiere que sepas que ahora todos somos franciscanos.

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La fe debe ser propuesta,

no impuesta

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uando el papa Francisco se encontró con los representantes de los medios de comunicación, el 16 de marzo, inició el acto pronunciando algunas palabras y pasó después a saludar a unas cincuenta personas que había ahí reunidas, muchas de ellas del personal que trabaja en los departamentos de comunicación del Vaticano. Al final dijo unas palabras en español, lo que cogió a muchos por sorpresa y, como es natural, les llevó cierto tiempo procesarlo.

Aquí está lo que dijo, palabra por palabra: «Les dije que les daría de corazón mi bendición. Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia Católica y otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios. Que Dios les bendiga».

En retrospectiva, este fue un momento muy importante. El Papa no quiso imponer una bendición formal a la gente, no porque sintiera que los no católicos no la merecieran, sino porque quiso ser respetuoso de las diferentes creencias y convicciones presentes en la sala.

En un instante, ese gesto evocó lo que Juan Pablo II y Benedicto XVI, en repetidas ocasiones, habían dicho sobre los esfuerzos misioneros de la Iglesia: la fe se propone, no se impone.

Este respeto por el mundo no católico tampoco es una novedad en el pensamiento de Francisco, sino fruto de una profunda experiencia espiritual y humana.

Llega al papado, por ejemplo, con un enorme bagaje de buenos deseos que se trajo de la comunidad judía de Argentina por su cercanía en 1994, cuando el ataque con bomba a un edificio de siete pisos en Buenos Aires, sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina y de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas. Es uno de los peores ataques perpetrados en América Latina contra la comunidad judía.

En 2005, el rabino Joseph Ehrenkranz del «Centro para el entendimiento judeo-cristiano» de la Universidad del Sagrado Corazón en Fairfield, Connecticut (Estados Unidos) alabó así la actitud de Bergoglio: «Estaba consternado por lo que pasó; le marcó

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esa experiencia».

Es un papa que piensa que la Iglesia no debe cerrarse, sino abrirse más al mundo, incluso a las personas que no comparten sus convicciones morales y espirituales: «Debemos evitar la enfermedad espiritual de una Iglesia auto-referencial», dijo en una entrevista en 2012.

«Cuando sales a la calle, puedes sufrir un accidente, como le puede pasar a cualquiera. Sin embargo, si la Iglesia permanece cerrada en sí misma, auto-referencial, envejece. Entre una Iglesia que sufre accidentes en la calle y una Iglesia que está enferma porque es auto-referencial no tengo dudas en elegir a la primera».

Da la impresión de que será un papa incansable al proponer la fe al mundo, pero profundamente respetuoso con aquellos que no le quieran prestar atención. Sus observaciones a los periodistas, en otras palabras, son una estrategia misionera en miniatura.

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No somos una ONG

(Organización no gubernamental)

A

unque Francisco es un papa claramente preocupado por la justicia y por los pobres del mundo, no se considera el director ejecutivo de una organización humanitaria global. En una homilía durante la Misa del 14 de marzo con los cardenales electores, Francisco atinadamente dijo: «Si no confesamos a Jesucristo las cosas nos irán mal». «Seremos una ONG asistencial, pero no la Iglesia, esposa del Señor».

«Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente», dijo.

Algunas veces, perdido entre la admiración de la humildad y del encanto del nuevo papa, está el hecho de que es un auténtico creyente cristiano que ve la Iglesia y el papado no solo en términos humanos, como si fuese una gran multinacional religiosa, sino desde el punto de vista cósmico, es decir, como punta de lanza en la eterna batalla entre el bien y el mal.

En la misma homilía del 14 de marzo, Francisco citó al escritor francés León Bloy diciendo: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Y más tarde, el mismo día, invitó a las personas a no sucumbir a la amargura «que el diablo pone ante nosotros cada día».

«Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, una mundanidad demoníaca», dijo a los cardenales.

De nuevo esas palabras no son fruto de lo primero que se le ocurre al Papa, sino que reflejan un modo de leer la realidad a la que está bien conectado. Hace tres años cuando en Argentina se estaba debatiendo la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, dijo: «no se trata de una simple lucha política; es la pretensión de destruir el plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo sino de una acción del Padre de la Mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios».

Todo esto es un recordatorio de que aunque Francisco quiere poner a la Iglesia del lado de los pobres y a la vanguardia de la lucha por la justicia social, su lógica es diferente de la de las organizaciones humanitarias y los partidos políticos, por muy nobles que sean sus motivos.

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Francisco considera los compromisos sociales de la Iglesia Católica como parte de un drama cósmico más amplio, como parte de la historia de la salvación que se desarrolla a través del tiempo. Como resultado este será un papa que insistirá en que construir un mundo mejor comienza no con una plataforma política, sino con la conversión personal y que la Iglesia no debe dejar de insistir en los fundamentos espirituales.

El futuro Papa sostuvo esa misma idea cuando era provincial de su congregación en los años setenta, lo que le causó problemas con algunos de sus compañeros jesuitas, que querían adoptar políticas seculares con mayor velocidad y profundidad. Ya desde entonces, esta ha sido su línea de acción en el gobierno de la Iglesia.

Las referencias explícitas al diablo y al poder del mal pueden hacer que algunas personas se sientan incómodas, pero eso es parte integral de la aportación de Francisco. Es un papa que ama al mundo apasionadamente precisamente porque lo ve como el escenario de un combate eterno, en el que está profundamente convencido que la Iglesia Católica está del lado vencedor.

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Nunca rendirse al pesimismo

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eniendo en cuenta especialmente lo que sucedió inmediatamente antes del cónclave de 2013, la energía positiva que se generó por la elección del papa Francisco fue percibida por la mayoría de los observadores como un pequeño milagro.

Justo después del sorprendente anuncio de la dimisión de Benedicto XVI, el 11 de febrero, los medios de comunicación italianos estaban saturados de reportes sensacionalistas sobre un dossier secreto, preparado para Benedicto XVI, relacionado con el escándalo Vatileaks (fuga de información en el Vaticano). Dicho dossier incluía siniestras alegaciones sobre un grupo de presión de homosexuales (gay lobby) que estaba destruyendo el sistema desde dentro. Aunque esos reportes se descartaron repetidamente como fantasías, no se pudo evitar que revivieran el tema del Vatileaks y la impresión que este había dado de desorden y de luchas internas en la Iglesia. El aluvión de malas noticias aumentó además, por la dimisión del Cardenal de Escocia, Keith O’Brien, que aceptó los cargos de conducta sexual indebida que le imputaron.

La mayoría de los medios de comunicación comentaron que dichos eventos habían «ensombrecido» el Cónclave y sugerían que quien accediera al papado tendría que realizar una enorme operación de recuperación.

Todo ello, sin embargo, quedó como algo del pasado, cuando el sonriente y humilde Papa se presentó ante el mundo. Durante los días siguientes, las nubes que se cernían sobre el Vaticano se disiparon, mientras el papa Francisco seguía impresionando al mundo con su amabilidad y sencillez.

En la homilía de la Misa inaugural, dijo que compartir el mensaje de la esperanza cristiana es una forma de «dejar pasar un rayo de luz en medio de tantas nubes». Muchos observadores estarían de acuerdo en que el prometedor inicio de su pontificado ha sido precisamente ese rayo de luz, que parece llevar a la Iglesia hacia un horizonte nuevo y puro.

Para que quede claro, todavía le esperan muchos retos a Francisco en el proceso de pasar del «estilo a la substancia». No cabe duda de que a medida que pase el tiempo habrá nuevas controversias y tormentas creadas por los medios de comunicación que habrá que sortear.

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esperanza, guiando a una institución en la que hablar de esperanza hasta hace poco tiempo era difícil.

En sus palabras del 14 de marzo a los cardenales, Francisco enfatizó que la capacidad de irradiar esperanza es parte del mandato evangélico para los seguidores de Cristo.

«Nunca nos dejemos vencer por el pesimismo; no caigamos en el pesimismo o el desánimo».

«Tengamos la firme convicción de que, con su aliento poderoso, el Espíritu Santo confiere a la Iglesia el valor de perseverar y también de buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los extremos confines de la tierra».

En una entrevista en 2012 concedida a la revista italiana 30 Giorni, el entonces Cardenal Bergoglio dijo que el fruto de la esperanza es la «audacia apostólica», es decir, la voluntad de transmitir el Evangelio siempre y en todo lugar.

La esperanza, dijo, da a los cristianos la valentía para perseverar en la lucha por «dar la fe a ese hombre y esa mujer para quienes fue enviada. Dándoles la belleza del Evangelio, la fascinación del encuentro con Jesús… y dejando al Espíritu Santo que haga el resto».

Francisco volvió sobre ese tema el 14 de marzo: «La verdad cristiana es atractiva y convincente porque responde a la necesidad profunda de la existencia humana, al anunciar de manera convincente que Cristo es el único Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Este anuncio sigue siendo válido hoy, como lo fue en los comienzos del cristianismo cuando se produjo la primera gran expansión misionera del Evangelio».

«Queridos Hermanos: ¡Ánimo!», dijo el Papa. Sinceramente, sospechamos que no hablaba solo para los cardenales, sino para todos nosotros.

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Tener sentido del humor

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ualquiera que haya estado en un escenario, sabe que nada sirve más para ganarte al público que hacerlo reír, especialmente si la broma es sobre uno mismo. Aunque nadie ha acusado al papa Francisco de ser una versión latinoamericana del Cardenal Timothy Dolan de Nueva York, que parece tener siempre una broma lista para cada ocasión, el nuevo Papa ya ha mostrado un gran sentido del humor capaz de conquistar al mundo.

Cuando salió al balcón de la Plaza de San Pedro el 13 de marzo, comentó que el trabajo de los cardenales en el cónclave era encontrar un nuevo obispo para Roma y parece que tuvieron que ir hasta el fin del mundo para encontrarlo; «pero aquí estamos», dijo.

Casi produjo carcajadas durante su encuentro con los periodistas el 16 de marzo, cuando dijo que algunos cardenales habían bromeado sugiriendo que eligiera el nombre de «Clemente» como irónico tributo al Papa que suprimió a los jesuitas en 1767. Una cámara de televisión captó al P. Federico Lombardi, jesuita y portavoz del Vaticano, que pasó en un momento de la estupefacción a reírse calladamente.

El nuevo Papa mostró de nuevo su sentido del humor durante su primer Ángelus, la oración del medio día en honor a María que los papas normalmente dirigen desde la ventana de su apartamento que da a la Plaza de San Pedro cada domingo.

Francisco citó un libro sobre la misericordia escrito por el cardenal alemán Walter Kasper y luego, como comentario, añadió: «Pero no creáis que hago publicidad a los libros de mis cardenales. No es eso». Después contó una historia de cuando era obispo. En 1992, visitó un santuario mariano en Argentina para escuchar confesiones. Una anciana de más de 80 años, le dijo: «Si el Señor no perdonara todo, el mundo no existiría».

El Papa hizo reír a la gente cuando dijo que se había sentido tentado de preguntarle si había estudiado en la Gregoriana (en referencia a la prestigiosa universidad de los jesuitas en Roma).

«Porque esa es la sabiduría que concede el Espíritu Santo», dijo Francisco, «la sabiduría interior sobre la misericordia de Dios».

El mundo también ha visto cómo Francisco sonríe a cada persona que se acerca a saludarlo. Años atrás, en los setenta, algunos de sus hermanos jesuitas en Argentina

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comentaban que el entonces padre Bergoglio rara vez sonreía, tal vez porque no había mucho de que reírse en una dictadura militar. Hoy, sin embargo, parece que Francisco llega al papado con un sano sentido del humor.

Como siempre, esta capacidad de reír es parte personalidad y parte programa. Francisco hizo reír de nuevo a la gente en su discurso a los cardenales cuando comparó su edad avanzada con el vino bueno, para después lanzarles un reto: «Ofrezcamos esta sabiduría a los jóvenes».

En otras palabras, Francisco quiere ser un papa que evangeliza, que pueda llegar más allá de los ya convencidos y llevar al cristianismo al mundo entero. Él sabe que hacerlo con una sonrisa, y no con el ceño fruncido es mejor estrategia misionera. Se siente cómodo y seguro con su forma de ser; tanto como para romper con algunas formalidades del papado y salirse del protocolo con algo de sentido del humor.

Los papas enseñan tanto con sus palabras como con sus obras. En ambos casos, Francisco parece decirles a los católicos que está bien reírse.

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La importancia de la unidad

E

l papa Francisco es producto de la Compañía de Jesús, lo que sin duda le ha dado un conocimiento claro de la enorme diversidad que hay en la Iglesia Católica. Cualquiera que conozca a los jesuitas sabe que entre ellos se puede encontrar prácticamente cualquier visión política, cualquier postura teológica y cualquier estilo personal, normalmente expresados con profunda pasión y fuerza.

Como David Collins, profesor de historia en la Universidad de Georgetown, dijo recientemente: «Si hay una barricada en la calle, habrá un jesuita en cada lado».

A la luz de esa experiencia, el papa Francisco no aboga por una falsa uniformidad en la Iglesia, que suavizaría artificialmente las diferencias. Proviniendo de la vida religiosa, comprende que las tensiones se deben afrontar honestamente, sin suprimirlas por decreto o ignorarlas con la esperanza de que se arreglen solas.

Precisamente porque aprecia la diversidad en la Iglesia también comprende la importancia de buscar constantemente la unidad. Porque sin un compromiso por la unidad esas tensiones podrían llegar a ser más paralizantes que enriquecedoras. La importancia de la unidad se aplica no solo a la vida interna de la Iglesia Católica, sino también a sus relaciones ecuménicas con otras ramas de la familia cristiana dividida. La presencia del Patriarca Bartolomé de Constantinopla en la Misa inaugural parece avanzar en esa dirección, pues es la primera vez desde 1054 que «el primero entre los iguales» del mundo ortodoxo asiste al solemne inicio de un pontificado.

El papa Francisco hizo hincapié en este punto cuando se dirigió a los cardenales el día después de su elección al papado. El Espíritu Santo «es el protagonista supremo de toda iniciativa y manifestación de fe. Es curioso. A mí me hace pensar que el Paráclito crea todas las diferencias en la Iglesia, y parece que fuera un apóstol de Babel. Pero, por otro lado, es quien mantiene la unidad de estas diferencias, no en la "igualdad", sino en la armonía. Recuerdo aquel Padre de la Iglesia que lo definía así: Ipse harmonia est. El Paráclito, que da a cada uno carismas diferentes, nos une en esta comunidad de Iglesia, que adora al Padre, al Hijo y a él, el Espíritu Santo».

Esas palabras sugieren que Francisco muy probablemente será un papa que subrayará el valor de la unidad, al tratar de impulsar a los católicos a ir más allá de sus diferencias internas y también hacia una mayor cooperación con otras denominaciones cristianas.

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El obispo anglicano de Argentina, Gregory Venables, comentó su experiencia con el entonces Cardenal Bergoglio: «He estado con él en muchas ocasiones, y él siempre me hace sentar a su lado y participar en todo incluso haciendo lo que le correspondería a él como cardenal». Venables dijo, «Es siempre humilde y sabio, muy capaz pero, al mismo tiempo, un hombre normal. No es ingenuo y habla suavemente pero con claridad cuando es necesario».

El nuevo Papa también fue co-autor de un libro con el Rabino Abraham Skorka, titulado Sobre el Cielo y la Tierra. En él escribió: «Para dialogar es necesario saber cómo bajar las defensas, abrir las puertas de la casa y ofrecer calor humano».

El valor de bajar las defensas y ofrecer calor humano, en busca de una unidad real por encima de diferencias igualmente reales, es otro aspecto central que el papa Francisco quiere que sepas.

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Título

2

Créditos

3

Introducción

4

1. Una Iglesia pobre para los pobres

6

2. Humildad

8

3. Permanecer cerca de la gente

10

4. Nunca dejar de confiar en la misericordia de Dios

12

5. Ahora todos somos franciscanos

14

6. La fe debe ser propuesta, no impuesta

16

7. No somos una ONG (Organización no gubernamental)

18

8. Nunca rendirse al pesimismo

20

9. Tener sentido del humor

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Referencias

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