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Los novelistas las prefieren gordas

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Academic year: 2020

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(1)Los novelistas las prefieren gordas Vicente Francisco Torres arto de un hecho circunstancial: en la novelística latinoamericana de hoy han aparecido varias obras cuya característica más obvia es la vastedad; así lo ejemplifican las novelas del chileno Roberto Bolaño y del boliviano Eduardo Paz Soldán (Río fugitivo, Alfaguara, 1999). En México este fenómeno ha sido notable con la publicación, prácticamente simultánea, de El seductor de la patria, de Enrique Serna, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, de Daniel Sada, y En busca de Klingsor, de Jorge Volpi. Voy a referirme únicamente a las novelas de Sada y de Serna, no sólo por razones de espacio, sino porque son dos de los más notables narradores que consolidaron su obra en la década que está por terminar. Además, la actitud adoptada en sus más recientes libros es representativa de dos maneras distintas de entender los empeños artísticos. Vayamos primero con Enrique Serna. Con sus tres novelas –El ocaso de la primera dama (1987), después rebautizada como Señorita México (1993), Uno soñaba que era rey (1989) y El miedo a los animales (1995)–, con su libro de cuentos –Amores de segunda mano (1991)– y con los ensayos de Las caricaturas me hacen llorar (1996), se caracterizó como un escritor vitriólico, mundano y trascendente, dueño de una capacidad verbalizadora y de una visión del mundo que adquirió una fuerte cohesión con cada uno de sus volúmenes. En este sentido, a pesar de que cada uno de sus libros era un proyecto distinto que tenía sus comunes denominadores en la expresión mordaz y ágil y en el tratamiento inquisitivo, El seductor de la patria (1999) representa una ruptura con la imagen que de él nos habíamos formado. Si sus libros anteriores fueron de una candente actualidad –para muestra baste recordar que en Amores de segunda mano ya incorpora las aprehensiones del sida y, en El miedo a los animales, cuestionó los mecanismos con que las cúpulas de poder reparten los dineros del Estado–, su más reciente novela, debido a su carácter histórico, se remonta al siglo pasado para centrarse en la persona de Antonio López de Santa Anna, cuya vida noveles-. P. 135.

(2) ca, me parece, sólo es comparable a la de fray Servando Teresa de Mier, que inspirara las plumas de Reynaldo Arenas, Eduardo de Ontañón y Artemio de Valle Arizpe. Sin embargo, creo que Enrique eligió a su personaje no sólo porque en el principio estuvo el proyecto de hacer una telenovela que mostrara los agitados años en que Su Alteza Serenísima desempeñó un papel protagónico, sino porque el político veracruzano cae en la órbita de sus intereses, porque fue un hombre de poder, encarnó todas las veleidades innatas del ser humano y porque el multipresidente asumió, con sus requiebros patrioteros, lo que Enrique ha cuestionado en los seres de hoy. En la primera edición de Amores de segunda mano, publicada por la Universidad Veracruzana, leíamos en la cuarta de forros: A finales del siglo XX, cuando la esquizofrenia forma parte de los buenos modales, el amor pasión, el amor al prójimo y el amor al arte suelen producir caricaturas de lo sublime, aberraciones que tienen el mismo atractivo de una planta venenosa. Enrique Serna las ha dibujado con educada malicia en Amores de segunda mano, conjunto de relatos en donde la deformidad psicológica de los personajes origina situaciones de ópera bufa, invencibles rencores o farsas con visos de pesadilla. Los cuentos que forman este bestiario sentimental incitan a la carcajada, pero a una carcajada indisociable de un estremecimiento de angustia.. Enrique escribió estas líneas en 1991, y tal parece que no había descubierto la figura de Santa Anna, ya que de lo contrario hubiese extendido sus observaciones al siglo XIX pues ¿qué otra cosa que una ópera bufa son los días finales de Santa Anna, cuando se orinaba en los pantalones mientras su segunda esposa vendía a un anticuario sus trajes de gala y las condecoraciones que tanto apreciaba? ¿Qué otra cosa sino una pesadilla pueden ser los días en que Santa Anna inhumó con pompa marcial su pie izquierdo, mismo que luego fue desenterrado por el populacho que lo pateó por la ciudad antes de abandonarlo en un basurero? El amor que Santa Anna decía tener a México no es sino una caricatura de lo sublime porque su adicción al poder y a los halagos hacía que sus proclamas, levantamientos y vueltas del exilio apareciesen disfrazados de patriotismo. ¿Acaso la muerte en la miseria de ese gran ladrón no mueve a la carcajada amarga? Pero no sólo el amor patriotero hace de Santa Anna un personaje del mundo de Serna. Por su complejidad, por su afición a la apariencia y por la necesidad de ser reconocido, el veracruzano entra a ese mundo en donde a la pareja no le basta ser autosuficiente, sino necesita del aplauso para excitarse, como en “El alimento del artista”. Santa Anna traiciona y olvida agravios; comete peculado y se enfrenta a franceses y norteameri-. 136.

(3) canos; conoce el destierro y la aclamación; milita con los realistas y con los insurgentes; brutal esposo, padre irresponsable y gallero irredento, le preocupa la manera en que la historia lo juzgará. Estos rasgos, además, nos permiten decir que Santa Anna prefigura el arquetipo del político mexicano que propicia el peculado, crucifica a los ciudadanos con el endeudamiento exterior, dice lo contrario de lo que piensa y pasa por encima de todo con tal de obtener el poder. Tal parece que la contribución artística de Serna está en cuatro aspectos. Primero, en la elaboración formal de la historia del Dictador Resplandeciente, misma que se construye con cartas que escriben su hijo Manuel, su amante cubana, sus malquerientes, su primera esposa (María Inés de la Paz), su secretario Manuel María Jiménez y un soldado, así como con documentos redactados por el mismo Quince Uñas. Leemos también referencias a su persona en cartas de Benito Juárez, de la segunda esposa del mismo Santa Anna y en las actas de un juicio que enfrentó. Pero si una novela compuesta con cartas y documentos escritos por diferentes personas supone una diversidad de expresiones para caracterizar a cada uno de los personajes, en El seductor de la patria falta una individualización verbal clara pues el habla es casi uniforme y apenas podemos identificar las contribuciones de Santa Anna y de su secretario. El segundo aporte de Enrique tiene que ver con lo siguiente. Dije antes que Serna toma a Santa Anna porque cabe en su catálogo de los amores ridículos, pero habría que añadir una razón más para esa elección: en varios textos, como “Hombre con minotauro en el pecho” y en El miedo a los animales, por ejemplo, Enrique ha mostrado su interés por los abusos y los actos patéticos de los hombres de poder. De aquí que Santa Anna venga como anillo al dedo para seguir estudiando y develando las motivaciones más hondas que llegan a la fijación morbosa en la mentalidad de los poderosos. En la elaboración del perfil de Santa Anna vemos que él está consciente de las malas artes que para el político son el pan de cada día. En sus memorias, el Bienhechor de la Patria escribió que “La política es el arte de usar en provecho propio las ambiciones de los demás”,1 y llegó a entreverar esta creencia con su idea de la historia: “La historia es una mula que nunca para de corcovear. ¿Cuántas veces me alzó hasta las nubes para luego dejarme caer en el fango!”2 Además,. 1. Enrique Serna, El seductor de la patria, México, Editorial Joaquín Mortiz (Narradores Contemporáneos), 1999, p. 123. 2 Ibid., p. 15.. 137.

(4) en el proceso de formación de su falsa conciencia, de ese sentimiento patético que tanto explotó Enrique en Amores de segunda mano, encontramos expresiones como ésta: Sólo cuando me imploran siento amor por el prójimo. Ojalá fuera el Santo Padre o la Virgen María, para estar escuchando ruegos a todas horas. Hay algo voluptuoso en hacerse del rogar, en aplazar un sí que tiembla en la punta de la lengua, como un amante avezado en las lides de Venus que retrasa la eyaculación para prolongar las delicias del acto carnal. Adoro las súplicas, no importa si son verdaderas o si yo mismo las he provocado...3. En la visión polifacética que Serna se ha propuesto del personaje, veremos que lo que había en el interior de su Alteza Serenísima, lo que movía su antojadiza seducción, para otros hombres, como Mariano Paredes y Arrillaga, que muy bien podría expresar el pensamiento de Serna, era algo brutal y sencillo: El general Santa Anna ama a la patria con la misma solicitud y ternura con que un gastrónomo ceba un capón para saborearlo después. Sí, Santa Anna ama a la patria y quisiera verla rica, grande y próspera, pero a condición de someterla bajo su yugo. ¡Oh patria querida! ¡Que de ti disponga!, como de bien propio, el más inmoral de los bandidos, el más inepto de los mandarines!4. El tercer aspecto notable de este libro radica en la dotación de especificidad artística de instantes biográficos que sabemos fueron reales. Los libros de historia dicen que Santa Anna murió casi inválido en su casa de Bolívar, en la ciudad de México, que el gallardo jinete de antaño tenía diarrea crónica y que las cataratas le impedían la visión. Pero con datos semejantes, Enrique es capaz de hacer este relato en el que Santa Anna deambula, ya viejo y achacoso, por las actuales calles de Madero: El viento soplaba con fuerza y me tumbó el sombrero. Quise recogerlo, pero de pronto los músculos se negaron a obedecerme. Tenía las piernas dormidas y un fuerte dolor de lumbago. En compañía de un perro sarnoso que se frotaba contra un pirul, me quedé varado en mitad de la calle, recibiendo las limosnas de los transeúntes que me tomaban por un mendigo. Cada moneda que caía en el sombrero era una puñalada en mi dignidad. Tenía ganas de llorar, pero las reprimí con tanto esfuerzo que el agua de mi cuerpo buscó otro conducto para salir, y en vez de lágrimas derramé calientes hilos de orina. Maldita incontinencia: siempre me sorprende en momentos de quebranto emocional. ¿No le da. 3 4. Ibid., p. 314. Ibid., pp. 327-328.. 138.

(5) vergüenza abuelo?, me regañó un gendarme que pasó por la acera. En otros tiempos lo hubiera callado con un bofetón, pero la vejez es una escuela de humildad, y en vez de ponerlo en su sitio le pedí auxilio. A cambio de las monedas depositadas en el sombrero, aceptó ir en busca de Loló, que llegó a los diez minutos en un coche de alquiler...5. Un cuarto rasgo artístico de la novela de Serna es su indagación sobre los mecanismos que motivaron la ambición de este personaje que fue urbanista, ególatra, cornudo y monopolista del algodón. Enrique ha concluido que el deseo de ser grande le vino a Santa Anna desde pequeño, como un mecanismo de compensación ante su hermano menor que tenía los ojos azules y el pelo azafranado mientras él era moreno y de cabello crespo. De aquí que llegara a escribir en sus memorias: “El don de mando no es innato en el hombre: se forja poco a poco en el alma del humillado...”6 En su libro La nueva novela histórica de la América Latina,7 Seymour Menton enumera varios rasgos del género al que se ha adscrito Serna con El seductor de la patria. De ellos le corresponde, al menos, la ficcionalización de personajes históricos, la metaficción –que observamos en la supuesta participación del mismo Quince Uñas en la escritura de su biografía–, lo carnavalesco y lo dialógico, que supone puntos de vista diferentes sobre un mismo personaje o sobre el mismo hecho. El seductor de la patria se propone ser una novela histórica tal como lo asienta el autor en una exposición de principios: Cualquier aproximación a un personaje histórico es el resultado de un esfuerzo colectivo. La biografía de Antonio López de Santa Anna es un edificio en constante mejoramiento, construido y remozado por varias generaciones de historiadores. En esta novela no intenté compendiar todo lo que se sabe de Santa Anna, ni mucho menos decir la última palabra sobre su vida, sino reinventarlo como personaje de ficción y explotar su mundo interior sobre bases reales. Para dejar el campo libre a la imaginación, renuncié de entrada a la objetividad histórica. Sin embargo, la naturaleza de mi trabajo me obligó a estudiar a los clásicos de la historiografía mexicana del XIX y a revisar los documentos que sirvieron como base a los biógrafos de Santa Anna.... En este sentido, Enrique ha cumplido su propósito. Exploró el posible mundo interior de Santa Anna y pintó un vasto mural de su época, con hechos tan importantes como la lucha de independencia, la invasión. 5. Ibid., p. 15. Ibid., p. 21. 7 Seymour Menton, La nueva novela histórica de la América Latina, 1979-1992, México, Fondo de Cultura Económica (Popular), 1993, pp. 42-56. 6. 139.

(6) norteamericana, la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio y la Guerra de los Pasteles. Por su páginas desfilaron Benito Juárez y Maximiliano, Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. Este libro, comparado con los anteriores del autor, significó la ampliación no sólo del número de páginas impresas, sino de tiempos históricos y escenarios. Vayamos ahora, aunque sea brevemente, a la novela de Daniel Sada. Desde Lampa vida (1980) hasta Albedrío (1989), los libros de Daniel se caracterizaron por la densidad de su prosa y por los afanes eufónicos. Sus argumentos eran parcos y para acceder a ellos uno tenía que reparar en su sintaxis de funámbulo, en su prosa medida y rimada que hacía difícil la respiración de la frase. Sus escenarios eran tristes poblachos del norte sembrados en medio del desierto y el gusto por los nombres extraños y las palabras distorsionadas era una marca estilística que deslumbró durante toda la pasada década. Sin embargo, a partir de Tres historias (1990), pasando por Registro de causantes (1992), Una de dos (1994) y El límite (1997), la atmósfera de sus novelas empezó a ventilarse y las frases empezaron a romper los yugos silábicos, mismos que hacían lento el andar de las obras. De tal modo que la lectura de su más reciente novela, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe,8 puede provocar dos impresiones diferentes: quien nunca haya leído los libros de Daniel, se maravillará con los ensimismados pasitos de esta novela labrada con el cuidado de un orfebre y seguirá con admiración hasta el final esta narración de unos cuantos incidentes. Por el contrario, quien haya seguido la trayectoria de este autor, acompañando a sus personajes derrengados a través de las superficies áridas del norte de México, se sentirá exhausto ante las 600 páginas de caja grande. Esto se debe a que los recursos de Daniel casi no han variado y a que la lectura de sus volúmenes anteriores ya nos había familiarizado con su prosa engurruñada. Reiteradamente nos topamos con palabras que él aclimató en la narrativa mexicana reciente, como por ejemplo chuloso, posma, íngrimo, pizcuintíos, tiquismiquis, agorzomado que, junto con la frase cantarina, dotan de sonoridad a párrafos como el que sigue: leve fue la caravana que realizó Trinidad para sacar a bailar a su bienamada esposa quien extendió todo el brazo y dejó caer la mano. Hacia el centro de la pista: su caminar tan fifí: los primeros bailadores, por supuesto muy orondos. El deber sobreentendido. Y hubo palmas por ahí, como voto de confianza, es decir: hubo unas cuantas, porque: como si fueran jaladas las parejas luego-luego por un imán o por algo quizás mucho más. 8. Daniel Sada, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, México, Tusquets Editores (Andanzas), 1999, 602 pp.. 140.

(7) potente (varias, pues): esto es: las señoras por señores, las muchachas por muchachos, pues a darle duro y bien, cual si fuesen monos guangos, es que, bueno, algunos bailaron suelto contoneándose bien tontos.9. En la cuarta de forros de Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, leemos: Antes de marcharse de casa definitivamente, Salomón y Papías escupen al rostro de su padre, Trinidad, un tendero avaro y cobarde opuesto a las peligrosas pasiones políticas en las que están inmiscuidos, pues en Remadrín, un pequeño pueblo del desierto, un grupo de desconocidos ha robado las urnas en las narices de los votantes el día mismo de las elecciones. Sin embargo, la noticia del fraude electoral no permanece en secreto. A la vociferación de las protestas multitudinarias en las que participan los hijos de Trinidad, sigue la represión brutal del ejército; los caminos bloqueados; los muertos; los desaparecidos. Pero también se suceden las torpezas y los equívocos propiciados por el siniestro alcalde Romeo Pomar, el cual no se resigna a dimitir, a hacerle frente al arbitrio de un destino chusco, injusto y cruel que es en realidad el verdadero gobernante de todos los protagonistas. Así, mientras se decide su suerte y los espectros deambulan por las calles, un camión de carga en errático bamboleo deja caer un cadáver, otro, y otro más, por el sinuoso camino que sale de Remadrín.. Esta es, a grandes rasgos, la historia que Daniel amplía y engalana en 600 páginas que unos han tachado de pesadas y otros de hijas del Ulysses de Joyce. Densidades y reiteraciones aparte, advierto en la reciente novela de Daniel un desaforado gesto que me hizo evocar la primera página de La tumba sin sosiego, en donde escribe Cyril Connolly: Cuantos más libros leemos, mejor advertimos que la función genuina de un escritor es producir una obra maestra y que ninguna otra finalidad tiene la menor importancia. Por obvio que esto sea, ¡qué pocos escritores serán los que lo admitan, o que, aun admitiéndolo, se sentirán dispuestos a dejar a un lado la labor de iridiscente mediocridad en la que se hallan empeñados!...10. Después de leer estas dos novelas, queda la certeza de que el escritor mexicano de hoy dispone de más tiempo y recursos que le permiten, si así lo desea, desarrollar larga y minuciosamente sus libros, lo cual no significa que tengamos en menor estima obras que son pura proteína, como Mantis religiosa, de Mauricio Molina, y Salón de belleza, de Mario Bellatín, para citar sólo un par de ejemplos de nuestra más reciente narrativa.. 9. Ibid., p. 123. Cyril Connolly, La tumba sin sosiego, trad. Ricardo Baeza, Universidad Nacional Autónoma de México (Ensayos y Poemas), 1995, p. 9. 10. 141.

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