Pero hacia 1830 la colonización se detuvo

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2.1 Colonización y descolonización

Hasta mediados del siglo XVIII el único territorio islámico importante ganado por los cristianos fue la Península Ibérica. Aunque, sólo en una parte menor –Al-Andalus–, y sólo en los últimos siglos, estuvo parcialmente poblada por musulmanes. De ahí que resulte discutible afirmar que España o Al-Andalus realmente hayan formado parte de Dar el Islam. Otros territorios, como Sicilia, tomada por los normandos en el siglo XI, y Hungría, por los austriacos en el XVIII, eran enteramente cristianos. Sólo con la conquista de Bengala en 1757 una comunidad musulmana verdaderamente numerosa pasó a ser gobernada por europeos; en este caso, británicos. En esa segunda mitad del siglo XVIII también Java y Crimea fueron ocupadas por holandeses y rusos, respectivamente. A comienzos del XIX fueron cayendo Argelia (Francia), el resto de India y Pakistán (Gran Bretaña) y el Cáucaso y Asia Central (Rusia). Pero hacia 1830 la colonización se detuvo. Hasta 1882 el único imperio colonial que incorporó territorios habitados por musulmanes fue Gran Bretaña. Lo hizo en dos zonas marginales: el Noroeste de la India y el Sur de la Península Arábiga. Y en los dos casos por razones estratégicas: la defensa frente a la amenaza exterior y la piratería.

Así pues, hasta finales del siglo XIX, y salvo de forma muy ocasional -por ejemplo, cuando Napoleón desembarcó en Egipto- los habitantes de casi todos los países del Islam Clásico, desde el Norte de África a Irán, y de Turquía a Arabia, nunca vieron un sólo militar con guerrera, sable y botas de caballería. Bien mirado, esto es un hecho extraño. Por entonces la superioridad bélica de las potencias occidentales era abrumadora con relación a los débiles estados islámicos. Además, la proximidad geográfica convertía aquella operación en algo muy sencillo. En menos de un mes la Armada francesa podía plantarse en Estambul, Alejandría o Beirut. En fin, el Islam era el enemigo por antonomasia del cristianismo, de modo que tampoco sería de esperar un gran rechazo de la opinión pública. Así pues, nada hubiera sido más previsible que la conquista de la Cuenca del Mediterráneo y el Oriente Próximo. Si esto no sucedió fue, simplemente, porque no había voluntad política para hacerlo. Dar el Islam no reunía suficientes atractivos para justificar una operación que, en cualquier caso, tendría un coste económico importante. De hecho, incluso la conquista de Argelia fue producto de la casualidad.

Básicamente, se trató de una maniobra de distracción de Carlos X para ganarse a la población y evitar el creciente descontento que generaba un régimen nacido de la derrota de Waterloo. Dicho sea de paso, no le sirvió de nada: Carlos X cayó al tiempo que las tropas francesas desembarcaban en Argel, lo que dice mucho sobre tanto sobre la inteligencia del rey como de las verdaderas preocupaciones de sus súbditos. Los europeos dirigieron sus ambiciones territoriales hacia lugares más lejanos pero más atractivos por razones diversas. En orden cronológico, y de forma aproximada, China, Japón, Indochina y África Negra. Sólo cuando hubieron ocupado o controlado esos territorios volvieron la vista hacia el Dar el Islam.

Pero no sólo eso. Si el Islam Clásico no fue colonizado antes fue porque los propios países occidentales frenaron a la más belicosa de las potencias colonialistas, Rusia. En 1854 Francia y Gran Bretaña declararon la guerra al Zar para proteger al Imperio Otomano. Las tropas anglo-franceses vencieron en el sitio de Sebastopol, Crimea; pero pagaron un precio muy alto, tanto por la pérdida de hombres como por la interrupción del suministro de trigo a Europa.

Después, en la segunda mitad del XIX, esas dos naciones ejercieron una fuerte presión diplomática sobre Rusia, pero también sobre el Imperio Austro-Húngaro, para evitar la

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segregación de los territorios cristianos de Europa Sudoriental: Serbia, Rumanía, Bulgaria.... etc.

Sobre todo se temía el aumento de la influencia rusa en el área, pues muchos de esos pueblos eran eslavos. Dicho de otro modo: los gobiernos occidentales preferían al decadente Turco que al agresivo (aunque occidentalizado) Zar. Y esa preferencia iba tan lejos que incluso permitían a la Puerta mantener su propio “imperio colonial” sobre naciones cristianas. Desde luego, el siglo XIX estaba muy lejos de las Cruzadas. No fue el único caso. En distinta medida Marruecos, Afganistán y otras naciones conservaron la independencia debido a las diferencias surgidas entre las potencias coloniales.

Incluso cuando, por fin, los europeos se lanzaron a la conquista del Islam Clásico, lo hicieron de forma muy comedida. En 1882 los británicos tomaron el control de Egipto. Pero no lo hicieron como en la India para añadir una nueva piedra preciosa a la Corona de su Graciosa Majestad, sino por razones estrictamente económicas: proteger sus intereses en el Canal de Suez y asegurarse el pago de la Deuda Externa. Por eso mismo, tampoco establecieron una colonia formal, sino un protectorado “oculto”. Casi simultáneamente, Túnez fue ocupado por Francia, que sí estableció un protectorado formal y real. Hasta los albores de la Primera Guerra Mundial los únicos territorios (parcialmente) islámicos que fueron ocupados por Occidente estaban en la lejana costa oriental de África: Eritrea y gran parte de Somalia fueron colonizadas por Italia, Tanzania por Alemania, y Kenya, Zanzibar y el Norte de Somalia por Gran Bretaña. En 1912 se inició una nueva ola de conquistas -Marruecos y Libia- y se permitió la independencia de los países del Sureste de Europa del Imperio Otomano. Luego, en 1918, vino el reparto de los restos de ese imperio. Pero incluso entonces las potencias europeas se siguieron mostraron renuentes a la ocupación de territorios islámicos. Tanto que Turquía, Arabia Saudí, Irán y Afganistán preservaron en todo momento una independencia más que formal (en los dos primeros casos, podría decirse que plena).

En resumen, la colonización de Dar el Islam fue tardía e incompleta. Y casi siempre fue liviana. Salvo en Argelia, Israel y Asia Central, no hubo asentamientos importantes de europeos.

Sólo en el primero de esos territorios se puede hablar de una discriminación especialmente grave de la población nativa en comparación a la existente en otras colonias como, por ejemplo, África Central. Pero con ser liviana, desde una perspectiva económica y demográfica fue una ocupación muy positiva. Las autoridades coloniales mantuvieron actitudes diversas hacia los musulmanes, desde el paternalismo hasta el desprecio. Pero aunque sólo fuera por propio interés impulsaron la modernización de esos territorios. Se construyeron ferrocarriles, se promulgaron códigos legislativos modernos, y se establecieron nuevas relaciones comerciales con las metrópolis y el resto del mundo. El Estado llegó a lugares donde hacía mucho tiempo que había desaparecido;

pax colonial, pero paz al fin. En todas partes hubo un fuerte crecimiento demográfico; a menudo, superior al europeo. La excepción fue, una vez más, Argelia, donde la invasión francesa y sus secuelas redujo la población (según censo) de 4 a 2,5 millones de habitantes entre 1830 y 1856.

Con todo, en los siguientes decenios hubo una recuperación, primero lenta y luego más rápida; en vísperas de la independencia el país ya contaba con 10 millones de personas (de los que menos de un millón eran europeos), un cifra que probablemente jamás había alcanzado el conjunto del Magreb. En el resto del mundo musulmán Occidente trajo una mejora considerable de los niveles de vida de la población autóctona. Mejoraron la alimentación, los sistemas sanitarios, las infraestructuras y, en fin, el entramado jurídico e institucional. Y muy especialmente mejoró la condición de los grupos sociales menos favorecidos, como mujeres y minorías religiosas y étnicas. La esclavitud fue abolida. Por razones circunstanciales que veremos más adelante, en

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términos numéricos el Islam también se vio favorecido. Hubo una expansión del número de creyentes sobre ciertas minorías religiosas; singularmente en Indonesia.

Las riquezas de esos territorios no podían justificar la política colonial europea sencillamente porque no existían. En realidad, el razonamiento debería ser formulado al revés: el escaso atractivo de los países musulmanes explica el poco interés mostrado por los europeos en su conquista y colonización. La potencia europea más comprometida, Francia, no consiguió mayores beneficios de sus empresas con la única excepción de Argelia. La industrialización francesa no fue ni rápida, ni profunda, ni brillante; el único mérito que se le ha atribuido es el de haber sido “equilibrada”. En cualquier caso, el Imperio Colonial francés en general, y el construido sobre las naciones musulmanas en particular, no jugó otro papel en esa industrialización que el derivado de los gastos de la Armada y el Ejército; que estaban mucho más determinados por la rivalidad con Alemania. En cambio, el esfuerzo empleado en la construcción de infraestructuras y el mantenimiento de guarniciones de defensa –la famosa Legión Extranjera– fue considerable y, además, creciente. Poco antes de la independencia varios estudios económicos realizados desde la metrópoli demostraron que el Imperio Colonial era una carga demasiado pesada para la débil economía francesa.

Otras dos potencias coloniales de territorios islámicos de la primera etapa, Holanda y Rusia, fueron lo que los historiadores económicos llaman late comers (“los que llegan tarde”) de la industrialización. En el mejor de los casos podría decirse que la colonización no frenó su crecimiento económico. De aceptarse la hipótesis de que la ocupación de territorios fue

“rentable” habría que añadir que eso fue así porque los costes de la conquista tampoco fueron elevados. Sobre todo en Rusia, donde la realizaron cosacos semi-independientes del Poder Central. El caso holandés es aún más interesante. Su imperio colonial fue muy atractivo mientras no fue un verdadero imperio. Es decir, en el siglo XVII, cuando se basaba en el control de algunas plazas fuertes y de las grandes rutas marítimas. Desde el momento en que los holandeses decidieron “ocupar” Indonesia y se tomaron en serio su labor civilizadora, las cosas empezaron a complicarse. Sólo la introducción tardía de la economía de plantación pudo mejorar la rentabilidad de una empresa que estaba perdiendo atractivo con lo velocidad con la que lo hacían las especias. Se arguye –aunque no deja de ser discutible– que este imperio colonial pudo frenar la industrialización de la metrópoli al orientar la economía holandesa hacia la gran actividad comercial, en lugar de la industria.

Italia y España se embarcaron tarde en la aventura colonial de territorios musulmanes. La primera ocupó Libia y Eritrea (y luego Abisinia); y España una minúscula franja de terreno en el Norte de Marruecos, así como el Sahara Occidental. En los dos casos la colonización reportó muchos disgustos y poco dinero. Hay dos evidencias: 1º que el pobre desarrollo económico de las dos naciones nada tiene que ver con sus pequeños imperios coloniales. 2º que económicamente tanto a Italia como a España les hubiera ido mejor sin esas colonias (aunque tampoco lo hubieran notado mucho). Se puede añadir una 3ª evidencia: políticamente la colonización generó muchos problemas tanto a los gobiernos de l'Unità como a los de la Restauración. De hecho, el golpe de Estado de Primo de Rivera de 1923 está directamente relacionado con el catastrófico desarrollo de la guerra en Marruecos. Al día de hoy los españoles siguen cargando con una culpa histórica por la forma en la que no llevaron a cabo la descolonización del Sahara; es decir, por la forma en la que lo entregaron a una potencia extranjera, Marruecos.

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En fin, la política colonial de Gran Bretaña fue muy pragmática. El Foreign Office ponderaba los beneficios y costos de cada operación; incluyendo entre los segundos la ruptura de los equilibrios de Poder en Europa. Ese pragmatismo condujo a que no se adoptara una política uniforme. A veces se establecieron colonias propiamente dichas, como en Malasia o la India; a veces se emplearon formas indirectas de colonización, como el “Protectorado Oculto” de Egipto.

Y a veces se prefirió ejercer una fuerte influencia diplomática, como en Irán. Ante todo, se buscaba la maximización de los beneficios desde una rigurosa restricción presupuestaria. Así que, en este caso, sí que se puede afirmar que el imperio colonial fue rentable. Pero tampoco hay que exagerar. Las relaciones comerciales de Gran Bretaña con las colonias constituidas en territorios islámicos eran pocas; salvo que incluyamos a la India que, propiamente, no era un territorio islámico. Además, los ingleses acabaron con la principal actividad de la que podrían haberse beneficiado, el comercio de esclavos entre Zanzibar y Omán. Lo mismo se puede decir de las inversiones exteriores. En fin, los dos peores desastres militares británicos en sus guerras coloniales tuvieron lugar combatiendo a musulmanes: las campañas de Sudán y Afganistán.

En resumen, hasta 1914 la colonización de territorios islámicos no reportó beneficios relevantes. La pregunta que queda por responder es por qué se hizo. Y no hay una respuesta sencilla. Hubo razones ideológicas –extender la civilización occidental y el cristianismo– de prestigio político, estratégicas –llegar antes que otro lo hiciera–... y, también, económicas. A menudo, estas últimas no fueron las principales. En todo caso, los resultados no se correspondieron con las expectativas. El problema último era fácil de comprender desde el primer momento: esos países tenían poco interés. Por eso, la colonización sólo se emprendió cuando, no existiendo otros territorios, los costes de la conquista eran lo bastante bajos como para compensar las muchas incertidumbres que pendían. Y aún así buena parte de las colonias se tomaron como consecuencia de un conflicto mucho más amplio, la Primera Guerra Mundial, en la que Turquía se situó del lado de los perdedores.

Precisamente durante la Gran Guerra muchos europeos descubrieron que algunos de esos países tenían algo por lo que realmente merecía la pena combatir: el petróleo. La última fase de la colonización europea, la ocupación de Oriente Medio, no se entiende sin analizar el complicado juego de intereses económicos y políticos creados alrededor del crudo. Aunque ni siquiera entonces se planteó un proyecto de conquista total. De todos modos, unas décadas después de comenzar su extracción en gran escala esas naciones adquirieron la independencia. Como veremos enseguida, los beneficios obtenidos por Occidente se derivaron del control del mercado realizado por siete grandes petroleras. De ellas cinco tenían su sede en Estados Unidos, una nación que no estableció colonia alguna en territorios islámicos (y muy pocas en otros lugares). A más inri, muchos de esos yacimientos se encontraban en Irán y Arabia Saudita, que nunca fueron colonizados. En general, Occidente buscó formas de control que no implicaran una ocupación real del territorio. Y es que por entonces el mismo colonialismo estaba siendo discutido por razones éticas más que económicas.

Así como la colonización fue (salvo excepciones) tardía, la descolonización fue temprana.

Poco después de la Segunda Guerra Mundial todos los países musulmanes se independizaron.

Hubo tres excepciones: Argelia, las repúblicas musulmanas de Asia Central y el Cáucaso, e Israel.

En 1962 los argelinos se liberaron de la férula francesa. En 1991 la Unión Soviética se desintegró. Israel subsiste; pero resulta cuando menos discutible plantear su existencia como un simple problema colonial. Dicho sea de paso, también se podría decir lo mismo de, por ejemplo,

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el Kazajstán soviético. En cualquier caso, son ejemplos puntuales y todos salvo uno, el menor, superados.

Así pues, la historia de la colonización de los territorios islámicos, o al menos del Islam Clásico, puede describirse como la del paso de unos pocos europeos que trajeron cambios muy positivos para la vida cotidiana de la gente (por supuesto, con la consabida excepción argelina).

Por primera vez en muchos siglos la población creció de forma sostenida, y aumento la renta disponible y el consumo de bienes. Los beneficios de las poblaciones autóctonas fueron incomparablemente mayores de los que habrían obtenido las metrópolis; en realidad, la pregunta que habría formular es si realmente las potencias coloniales obtuvieron un beneficio global. En comparación a otras colonias, el dominio europeo fue muy suave. En fin, las riquezas naturales ignoradas hasta entonces fueron descubiertas y puestas en explotación muy poco antes de la independencia. Por supuesto, la conquista de unos países por otros es moralmente reprobable. Por otro lado, no parece que las motivaciones de los colonizadores fueran especialmente altruistas.

Pero si juzgamos la colonización atendiendo al bienestar de la gente –si se quiere, al bienestar de la mayoría de la gente– resulta difícil condenarla.

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