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Ramón Antonio Rodríguez Robayo. El alcalde que murió con su pueblo en la avalancha de Armero

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El alcalde que murió con su pueblo en la avalancha de Armero

Ramón Antonio Rodríguez Robayo. Fuente: Álbum de Lorenza Escobar Robayo

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Ramón Antonio Rodríguez Robayo

Cerca de las cinco de la tarde del 13 de noviembre de 1985, después de com-prar unas plantas en la hacienda El Santuario, una de las más antiguas, gran-des y diversificadas del municipio de Armero, Mauricio Vila salió rumbo a la ciudad. Como era costumbre entre su grupo de radioaficionados, se reportó por radio para saber quiénes estaban al aire; encontró a Luis Eduardo de la Torre y a Ramón Rodríguez, el alcalde, y se dispuso a saludarlos. El volcán nevado del Ruiz había anunciado su reactivación el 22 de diciembre de 1984, cuando se produjo un sismo que se sintió en Manizales y zonas aledañas, y ahora les preocupaba la caída de cenizas volcánicas que observaban desde las tres de la tarde; temían que con una erupción del volcán se podría reven-tar la represa del Sirpe, en el río Lagunilla, e inundar los cultivos y las casas. La represa del Sirpe se había formado con la caída de un derrumbe de piedras y tierra sobre el río Lagunilla, en un sitio del mismo nombre. Se cal-culaba que esta acumulaba alrededor de doscientos mil metros cúbicos de agua. El anterior 11 de septiembre se produjo la primera emisión importante de cenizas del volcán y ese día, martes 13 de noviembre, a las tres de la tarde, hubo una nueva explosión con descarga de cenizas, esta vez más prolonga-da. Pero como dice Fernando Cervantes del Portillo, empresario cultivador y comercializador de algodón, arroz y sorgo, en su libro Armero, la ciudad donde viví,“la caída de cenizas se había vuelto rutinaria y la gente no le ponía mucha atención”.

Los tres tomaron gaseosa en una fuente de soda, frente al Parque Los Fundadores, pero Ramón no se quedó “ni cinco minutos en la mesa” y salió presuroso. En las gentes de Armero se notaba cierta inquietud: caminaban, formaban corrillos y le hacían preguntas a Luis Eduardo, quien ese día había subido hasta la represa para verificar su estado.

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la radio escuchaba que el presidente de la Cruz Roja le preguntaba a Ramón detalles de la situación y se sentía una tensa calma. Conoció a Ramón en las reuniones de la Sexta Liga de Radio Seccional Ibagué, a las que asistían entre otros: José Raúl Ossorio, el sargento Atilano García, de la Cruz Roja, Henry Villa, Gabriel Márquez, Alberto Mejía, Hugo Silva y Teresa Santofimio. Ta-les reuniones se realizaban en las dependencias de la Cruz Roja de Ibagué, donde les prestaban un espacio, porque hacían parte de la Red de Apoyo de Emergencias.

Era un grupo de gomosos por la radio, que en bandas altas se comuni-caban con el mundo “por la curiosidad de conocer gente de otras latitudes”, y en la banda de dos metros, tenían varias repetidoras. Con estas, cubrían el Tolima y el resto de Colombia. En esa época no existía el celular, por esto usaban ese medio para tener contacto con las casas y viajar acompañados por el grupo. En caso de algún contratiempo, siempre había una mano amiga que los ayudaba en cualquier lugar. Cuando él viajaba al norte del Tolima, paraba a tomar un café con Ramón y Luis Eduardo.

Por la carretera de Armero a Ibagué, Mauricio recordaba que, en las reuniones del grupo de radioaficionados, realizadas en los últimos meses, Ramón, aquel hombre de 39 años, alto, calmado y bonachón, hablaba de su Armero y de las posibles afectaciones de una avalancha, si esta llegase a suceder. Lo repetía en todas las reuniones, pero en estas no encontraba eco. En los corredores de la Cruz Roja se hablaba con conocimiento del tema, pero Mauricio creía que exageraban. Sin embargo, esa tarde, ante la posible inminencia de un desastre, pensó que quizás Ramón tenía razón.

¿Sería que el volcán haría una erupción como sucedió el 12 de marzo de 1595, cuando quedaron destruidas tierras y propiedades de las zonas veci-nas, o el 19 de febrero de 1845, cuando una erupción con flujo de lava y lodo causó la muerte de más de mil personas cerca del río Magdalena y también destruyó tierras y propiedades?

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habitantes en sus áreas urbana y rural. Era la tercera ciudad más grande del departamento del Tolima, un centro estratégico al que convergían todos los pueblos del norte, como Líbano, Mariquita, Honda, Ambalema, Fresno, y por lo menos cinco municipios más. Se destacaba por su producción agrícola que incluía: sorgo, cacao, café, maní, y cerca de la quinta parte del arroz del país, y era considerada la Capital Algodonera de Colombia. Sede de cinco bancos y de otros servicios para la región, entre ellos dos hospitales: el San Lorenzo, el Psiquiátrico Isabel Fierro de Buendía y siete centros de salud.

Panorámica de Armero, antes de la avalancha. Foto Tomada de: http://www.eltiempo.com/multimedia/fotos/ colombia8/30-anos-de-la-tragedia-de-armero-colombia/16421377

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¿Cómo quedarían sus calles anchas, la mayoría de ellas pavimentadas y arborizadas, donde la gente se movilizaba especialmente a pie, en moto o bicicleta? ¿Y las casas grandes y blancas, algunas con zócalos de colores, de techos altos y solares amplios, sembrados de árboles frutales y habitados por perros, gallinas, gatos y pájaros? También recordó el Serpentario, el Museo Arqueológico, el Festival del Amor y la Amistad que se celebraba cada año; las Danzas de Armero, que ya eran famosas nacionalmente; los paseos de olla a los ríos Lumbí, Sabandija o Lagunilla y hasta evocó la única reina na-cional de belleza que ha tenido el Tolima, la armerita Edna Margarita Rudd Lucena.

Danzas folclóricas de Armero creadas en 1958 por la señorita Inés Rojas Luna. Foto tomada de la página de Facebook Danzas folclóricas de Armero

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Después de recibir la visita de su amigo Vila, Ramón retornó al des-pacho de la Alcaldía para atender asuntos pendientes y estar al tanto del desarrollo de la reunión del Comité de Emergencia del Tolima, que se reali-zaba en Ibagué. Al caer la tarde, otro amigo llegó a su despacho. Se trataba del ingeniero Jorge Amórtegui, quien trabajaba con el Ministerio de Obras Públicas y regresaba de inspeccionar algunas obras en municipios del norte del Tolima.

Amórtegui, temiendo que algo grave pasara aquella noche, le sugirió a Ramón viajar a Ibagué, pero este no aceptó; ante su insistencia, él le explicó que no podía abandonar a la gente en una situación como esa.

La Alcaldía

Carné de Ramón como Alcalde Especial de Armero, encontrado en el bolsillo del pantalón que vestía el día de su muerte. Fuente: Álbum de Lorenza Escobar Robayo

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Ramón Rodríguez, alcalde Armero, hablando para un noticiero de televisión. Fuente: https://www.las2orillas.co/el-desesperado-alcalde-de-armero-nadie-escucho/

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El arquitecto Héctor Díaz Molano, funcionario de la Alcaldía, conoció a Ramón el día que este llegó como nuevo alcalde municipal. Según Héctor, desde su llegada Ramón cambió el estilo de gobernar: familiarizaba con la gente, dejaba trabajar, no había que anunciarse para hablar con él.

En una administración anterior, la señora Isabel de Urdaneta (santofi-mista) elaboró el Plan de Desarrollo de Armero con la Universidad Nacio-nal. Con base en este, Héctor propuso la organización del Municipio y se la presentó al alcalde, quien decidió ponerla en práctica; para ello, nombró a Héctor gerente de Valorización. Posteriormente, se creó la Oficina de Pla-neación y Valorización, de la cual Héctor continuó como jefe.

Durante la alcaldía de Ramón se alcanzaron a realizar algunas de las actividades y obras previstas en el Plan: se construyó la torre de la alarma de bomberos y una habitación para los mismos; se organizó la plaza de merca-do, se arreglaron escuelas, se asignó un lote a la Policía, se apoyó a la Defensa Civil con los planos para construir su sede, se pavimentó la calle de entrada a Guayabal, y se pensaba construir las canchas polideportivas.

Ramón le servía por igual a todo el mundo, dice el ex jefe de Planeación de Armero. En otros tiempos, las calles se pavimentaban por pedazos y los frentes de las casas habitadas por personas de un partido político diferente al del gobernante, se dejaban sin pavimentar. Ramón dio continuidad y fortale-ció con éxito el programa de pavimentafortale-ción iniciado por el anterior alcalde, el señor Rosendo Torres: la gente aportaba el cemento (con el cual pagaban la va-lorización) y la Alcaldía participaba con la gravilla, la arena y la mano de obra. Ramón fue un alcalde de mente abierta que se interesaba por el progre-so del pueblo. Con visión de conjunto, tenía claro qué debía hacer y estaba pendiente de cómo se hacían las cosas y estimulaba a la gente para que rea-lizara un buen trabajo, no era celoso ni envidioso de los demás, animaba a los funcionarios para que asistieran a reuniones de otras dependencias, para que así se enteraran de todos los asuntos y pudieran trabajar en equipo; a todos escuchaba de manera afable y generaba empatía.

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la estabilidad ni los recursos con los que cuentan hoy los alcaldes elegidos popularmente. Eran funcionarios de libre nombramiento y remoción por parte de los gobernadores; pertenecían a la nómina departamental, subordi-nados del gobernador, y muy poco podían hacer sin su autorización. Tam-poco existía en el país la institucionalidad y la conciencia necesaria para la prevención de riesgos.

La gestión ante el riesgo

Posibles zonas afectadas por una erupción del Ruiz

Mapa tomado del libro Avalancha sobre Armero: Crónica, reportajes y documentos de una imprevisión trágica, de Javier Darío Restrepo. (1986)

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impedirse si los gobiernos: nacional, departamental, la propia administración municipal y la ciudadanía, tomaban a tiempo las medidas necesarias.

Ramón estudió la historia de Armero y en especial las crónicas relacio-nadas con el volcán; leyó libros como Los volcanes y La historia de los volcanes en Colombia del sacerdote José Rafael Goberna, que le ayudaron a entender la magnitud del riesgo en el que se encontraba la población. También cono-ció la última versión del Manual de manejo de emergencias volcánicas de la Oficina de Asistencia en Desastres de la ONU, en el que se decía que no deben “edificarse poblaciones sobre el paso de los lahares y que la única posibilidad de salvar a la gente expuesta a una catástrofe de este calibre es evacuar”.

Viajó al municipio vecino del Líbano en busca de apoyo del alcalde, para eliminar la represa de la vereda el Sirpe que pertenecía al Líbano, pero el riesgo lo corría Armero. Aunque al parecer no tuvo eco al respecto, acor-daron viajar juntos a Bogotá para solicitarle a Ingeominas la información sobre el estado del volcán y los riesgos de las regiones vecinas, en caso de una erupción. Ingeominas les suministró un estudio que concluía que el cráter Arenas podía explotar en cualquier momento y afectar las poblacio-nes circunvecinas, tanto de Caldas como de Tolima, y que podrían crecer y desbordarse los ríos que nacen del Nevado, principalmente el río Lagunilla, arrastrando piedras, lodo y “lo que encontrara a su paso”.

Más adelante, según cuenta el escritor Eduardo Santa en su libro: La catástrofe de Armero: Adiós Omaira, editado en 1988 por Santillana S. A., Bogotá, los dos alcaldes crearon un Comité Operativo que estuviera alerta del comportamiento del Nevado y del crecimiento del río Lagunilla. Este Comité funcionó: a las 9:25 p.m. del 13 de noviembre de 1985, la telefonista de Murillo, corregimiento del Líbano, vecino del Volcán del Ruiz, al sentir la explosión, dio aviso al alcalde de Armero.

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anteriores erupciones del volcán y planteó la necesidad de evacuar a Arme-ro. También contó que la respuesta de los asistentes fue una sonora carcaja-da, lo trataron de alarmista y le recomendaron no volver con despropósitos semejantes.

Asistió a seminarios sobre desastres naturales que se organizaron por esa época por parte de Ingeominas, el sena y el Grupo Ecológico de la Univer-sidad del Tolima, y promovió la realización en Armero de conferencias que sensibilizaran sobre el tema de la posible avalancha y la evacuación. Organizó visitas para dar a conocer el problema de la represa y buscó apoyo para pre-parar soluciones. Javier Darío Restrepo relata en su libro: La avalancha sobre Armero: Crónica, reportajes y documentos de una imprevisión trágica, que por un caminito que conducía a la represa, Ramón Antonio había llevado a todas las personas influyentes que pasaban por su despacho y a todos les había expli-cado su plan: “Dinamitar la roca y construir unos canales de desagüe”.

Con la erupción ocurrida en septiembre y las lluvias de arena y ceniza volcánica que cubrieron los techos de Armero en esas semanas, Ramón pro-movió la realización de reportajes periodísticos para dar a conocer el peligro de la represa, asociado a la posible erupción del volcán. Entre tales reporta-jes, su hermana Lorenza recuerda los que hicieron en el mes de septiembre los periodistas Germán Santamaría del periódico el Tiempo y Humberto Leyton y Mauricio Manjarrés de El Cronista de Ibagué.

Ante la aparición de los reportajes, cuenta Jaramillo, Ramón fue ame-nazado por el gobernador Alzate con ser destituido del cargo y, según su hermana Lorenza, fue recriminado por el secretario de Gobierno del Tolima, Flavio Rodríguez Arce, porque “estaba sembrando pánico y terror en los ha-bitantes de Armero, conducta que estaba tipificada en el Código de Policía”, y señaló que desde ese momento él sería el único vocero respecto a la situación de Armero. Igualmente, anunció por los noticieros de radio de Ibagué que en caso de una eventual evacuación de Armero, esta sería autorizada única-mente por el señor gobernador.

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Ramírez Rojas, realizaron “sobre los peligros del Ruiz”, al cual fueron con-vocados cuatro ministros del gabinete del presidente Belisario Betancur: de Gobierno, Jaime Castro; Minas, Iván Duque Escobar; Defensa, Miguel Vega Uribe y Obras Públicas, Rodolfo Segovia Salas, para advertirles so-bre la erupción inminente del volcán Nevado del Ruiz. Según el entonces representante a la Cámara por el Tolima, hoy alcalde de Ibagué, el médico Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez, Ramón aportó abundante infor-mación para ese debate, sobre el aumento de la turbulencia del río Laguni-lla y la represa del Sirpe.

El representante Ramírez, según el periodista Restrepo, dijo en un mo-mento de su intervención: “La avalancha es inminente porque ya empieza a presentarse un calentamiento en el volcán Arenas que está produciendo unos deshielos y, lo más peligroso es el caso del glaciar Las Nereidas, que da origen a tres riachuelos”. El Gobierno nacional, por intermedio del ministro de Minas, doctor Iván Duque Escobar, manifestó en la Cámara de Represen-tantes que el Gobierno tenía todo previsto para atender la emergencia que se presentara.

El representante Guillermo Alfonso Jaramillo, después de las interven-ciones de los ministros, dejó constancia que en Armero no se había instruido a los habitantes para enfrentar la situación de una posible avalancha, que no se contaba con mecanismos suficientes y efectivos, y que no existía un plan de evacuación de la ciudad, desoyendo el anuncio de los miembros de la Cruz Roja y de la Defensa Civil.

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no-viembre, para presentarlos a la Presidencia de la República, pero la toma del Palacio de Justicia del 6 de noviembre “alteró la programación y los planes relacionados con la atención al Nevado del Ruiz, y no fue posible programar una nueva fecha”.

El gobernador y el Comité de Emergencia

Fernando Cervantes, en su libro Armero, la ciudad donde viví, cuenta que el alcalde logró que el gobernador del Tolima visitara a Armero para explicarle la situación detalladamente y manifestarle que la población se encontraba asustada y preocupada por lo que pudiera suceder. Según narra en su libro:

La tragedia de Armero, el cura párroco de Guayabal, padre Augusto Cardo-na, editado en 1988 por Pijao, Bogotá, esa reunión se realizó el 8 de noviem-bre, y a las 4 p.m. hubo una gran manifestación de protesta por las calles de Armero aprovechando la visita del gobernador. Fernando Cervantes, como presidente del Club Rotario de Armero, asistió a la reunión, al igual que otros dirigentes sociales, empresariales, y el representante a la Cámara, Gui-llermo Alfonso Jaramillo. En su libro, Cervantes dice: “Doy fe de la preocu-pación del alcalde y de todos los asistentes, lo mismo que el poco interés que el señor gobernador le concedió a la situación”. Por su parte, Javier Darío Restrepo, en su libro citado, narra que, ante dirigentes del Municipio, el go-bernador y el representante Guillermo Alfonso Jaramillo, el alcalde Ramón Rodríguez expuso el plan de drenaje de la represa y el diseño de una campa-ña de educación para la población de Armero, con el fin de preparar a todo el mundo para una evacuación de la ciudad. Cuando el alcalde llegó a esta propuesta, el gobernador impaciente se levantó de su silla con un ademán de abandonar el lugar. No lo hizo, sin embargo, porque en la Plaza había un grupo de personas que esperaba el resultado de la reunión, pero manifestó su desagrado por una propuesta que a su juicio resultaba exagerada y para la cual no había dinero.

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le puso un plazo perentorio para que nombrara a Efraín Coronado Bohór-quez como secretario de Gobierno Municipal, cargo que ocupaba Dairo Cardozo, “también conservador pero amigo de Jaramillo”. Viana agrega que el alcalde nombró a Coronado secretario de Gobierno, pero para evitar dejar por fuera a Cardozo, “destituyó al único funcionario que no era jaramillista”, lo cual provocó antipatía en un sector de la ciudadanía y obstruyó la comu-nicación del alcalde con ese sector.

Ante la falta de respuesta positiva de la Gobernación, un grupo de nue-ve dirigentes sociales y cívicos de Armero, incluido Fernando Cervantes y con el alcalde a la cabeza, enviaron una comunicación al presidente Belisario Betancur Cuartas, con el fin de llamar su atención, pero no obtuvieron res-puesta alguna.

La semana anterior a la avalancha, Ramón recibió los planos de riesgo volcánico elaborados por Ingeominas, le solicitó al arquitecto Héctor Díaz que los hiciera ampliar para mirarlos en una reunión el jueves, cuando irían los expertos de Ingeominas a explicarlos. Pero la avalancha fue el miércoles.

Según el jefe de Planeación, Ramón era consciente del riesgo, pero no podía imaginar la magnitud del mismo. La información que recibieron en una reunión realizada recientemente en la iglesia, anunciaba que por la ace-quia se vendría el Lagunilla, pero pensaban que sería una creciente y confia-ban en que la inundación no llegaría al pueblo.

Sin embargo, los presentimientos de Ramón eran distintos. Su hermana Lorenza cuenta que una noche, tres meses antes de la tragedia, Ramón se en-contraba en Ibagué incapacitado por una sinusitis que padecía, y mientras dor-mía soñó que una ola gigantesca lo arrastraba con pueblo y todo. Se despertó angustiado e inmediatamente llamó a Armero para saber qué había sucedido.

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en el Líbano”. En dicha reunión, el alcalde del Líbano presentaría su Plan de Emergencia Volcánica a los demás alcaldes del área de influencia del Nevado de Ruiz en el Tolima y ellos, a su vez, expondrían sus avances para llegar a un “verdadero Plan de Emergencia”.

Al inicio de la reunión, los miembros del Comité se enteraron de la caída de ceniza volcánica en Armero y en otras poblaciones del Norte del Tolima, entre las tres y cuatro de la tarde. Durante la reunión le hicieron seguimiento a la situación y, pasadas las siete de la noche, cuando les infor-maron que había cesado la caída de cenizas, terminó la reunión y el Comité quedó convocado para el viernes 15, en el Líbano.

Las horas previas a la tragedia

Ramón y sus colaboradores cercanos estaban alerta ante cualquier eventuali-dad que pudiera presentarse aquella noche. A las 9:30 de la noche, el alcalde recibió la llamada de aviso de la erupción del volcán que hizo la telegrafista de Murillo, pero debía esperar instrucciones para actuar: Llamó insistente-mente al gobernador para informarle de la situación y pedirle autorización para evacuar la población, pero este nunca le contestó. Luego llamó al di-rector de la Cruz Roja, quien salió a buscar al gobernador para que diera la orden de evacuación.

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encon-tré a Ramón muy acucioso y me compartió lo que él creía que sucedería: Decía que vendría una inundación que afectaría parte de la población y, so-bre un plano de Armero señaló la zona ya demarcada que, a su juicio, sería impactada”.

En el apremio del momento, al ver que la noticia de la explosión había sido transmitida por el noticiero de televisión, Ramón llamó por teléfono a su hermana Lorenza para tranquilizarla y enviarle un mensaje a su novia Dilia Aurora. Lorenza tiene muy presente que ese 13 de noviembre de 1985, alrededor de las 10:00 de la noche, “Ramón llamó para decirme que no me preocupara que él estaba bien. Yo le contesté: Luego, ¿qué hizo usted? y él me respondió: ‛Yo… nada, el Nevado del Ruiz hizo erupción’. Le dije que por favor se cuidara y agregó: ‛Estoy muy apurado, entienda, tengo que organi-zar la evacuación de las personas que a esta hora se encuentren en el Parque, para enviarlos a Guayabal en los vehículos del Municipio. Llame a Dilia Au-rora y dígale que estoy bien y a don Arnulfo Sánchez infórmele que la noticia está en la Cruz Roja’. Le repliqué: Espere, ¿tiene tiempo para venirse? y él me contestó: ‛Cómo se le ocurre, a mí me toca salir de último. Cuando pueda me volveré a comunicar’”.

La avalancha

La orden de evacuación esperada del gobernador del Tolima nunca llegó. Entonces el alcalde desatendiendo su prohibición y siguiendo las recomen-daciones del director de la Cruz Roja, llamó a la Policía y al Cuerpo de Bomberos para que acudieran a las márgenes del Lagunilla para evacuar la gente, con cautela y sigilo, hacia el centro de la población o hacia las lomas vecinas”. Pero según afirma Eduardo Santa: Ellos “respondieron que era ‛absurdo’, que con esa medida se podía sembrar el caos y el desorden y que todo sería más funesto”.

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su libro citado: “Me es imposible olvidar que, cuando ya corrían guijarritos y una espesa masa de barro bajaba por las calles, pude observar —impávido— que a Educardo Acosta, a quien identifiqué por su voz inconfundible, ampli-ficada en su megáfono que le proporcionaba el diario vivir , lleno de angustia dijo: ‛Corran al cerro del Cementerio y busquen protección’, la Policía lo entraba a empellones a la guardia de la cárcel. Era esa la suerte que también a mí me hubiera esperado, si con una consigna igual a la de Educardo hubiera alterado el orden”.

Ramón también le avisó a Héctor Díaz, el jefe de Planeación de Armero, “que ya iba a venir una creciente y había que sacar la gente”. Héctor ayudó a trasladar a la gente a un lugar seguro y logró salvarse.

Cuando el locutor del Noticiero TV Hoy dijo que los técnicos de Inra-visión habían escuchado detonaciones y temblores muy fuertes, fue cuando Mauricio Vila y sus amigos radioaficionados, escucharon a Eduardo de la Torre y Ramón conversando con el presidente de la Cruz Roja del Tolima, que le pedía a Eduardo que se moviera con su camioneta a la Cruz Roja de Armero, porque la luz se había cortado y la seccional había quedado sin comunicación. Ramiro Lozano, con afán en el tono de su voz, pedía que la gente se retirara de las riberas de los ríos, pero cuando Eduardo intentó salir, vio la avalancha y se le escuchó decir: “Se nos metió el agua”. Fin de la comu-nicación, “no volvimos a escuchar a nadie”.

La señora Carmenza Conde recuerda en el artículo La tragedia me

transformó en líder, del libro: Armero treinta años de ausencia de Carmen Inés Cruz Betancourt y Francisco Parra Sandoval, antes citado, que “a las 11:00 de la noche la luz se fue y empezamos a vivir los momentos más aterra-dores de nuestras vidas. A las 11:15 entró la avalancha de lodo que venía del volcán, arrasándolo todo, arrancando de nuestros brazos a nuestro padres e hijos, dejándonos a la intemperie, solo con la mano del Señor que quiso salvarnos para contar esta triste historia”.

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mencionado, la misma noche del 13 de noviembre se precipitó sobre Arme-ro una avalancha de 60 millones de metArme-ros cúbicos de lodo y escombArme-ros, que arrasó las viviendas y acabó con la vida de más de 25.000 habitantes del Municipio.

Foto de Armero-avalan

Armero destruido por la avalancha.

Tomada de http://www.semana.com/nacion/articulo/armero-30-anos-la-ciudad-perdida/448947-3

“Fue una erupción volcánica relativamente pequeña… Y fue mortífera porque se conjugaron dos factores críticos: el primero, la erupción produjo lo que técnicamente se llama un flujo piroclástico expulsado por el cráter Arenas, que es una cantidad de gases y fragmentos de roca muy caliente [...] que se depositó sobre la cubierta glacial [...]. El flujo resultante, conocido popularmente como ‛avalancha’ tardó aproximadamente dos horas en tran-sitar por el cañón de los ríos Azufrado y Lagunilla, llegando a Armero hacia las 11:30 de la noche. El segundo factor crítico, era que la población estaba localizada en el sitio donde el río Lagunilla emerge al valle y allí empezó a descargar ese monumental volumen de agua, lodo, rocas, árboles y material que arrasó con todo a su paso”.

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así ese momento: “11:40 p.m. A pesar del torrencial chubasco, la gente de Guayabal comienza a concentrarse en el parque frente al templo. La luz eléctrica se había suspendido. En los radios transistores se escuchaba la voz del alcalde de Armero, doctor Ramón Antonio Rodríguez Robayo, comunicándose con la población desde un vehículo con altoparlante y conectado con Radio Armero. Lo mismo estaba haciendo el profesor antropólogo Edgar Efrén Torres, director del Instituto Carlos Roberto Darwin de Armero. Se invita a la población a tener serenidad, a taparse la nariz con un pañuelo y a concentrarse, los que lo deseen, en el Parque de los Fundadores. De repente, se escucha la voz del alcalde: ‛Me llegó el agua’. Es su última frase y esta es la razón del pánico de los moradores de Guayabal”.

“En la madrugada del día siguiente, dice Mauricio Vila, los compañeros de la red de emergencia de la Liga de Radioaficionados salimos de Ibagué a las cuatro de la mañana: Hugo Silva, José Raúl Ossorio y yo, en mi camione-ta, llevamos una planta eléctrica y varios radios personales, para dar apoyo. Al salir de la hacienda que estaba en plena molienda de caña, pedí que me echaran un bulto de panela, lo único que encontré para llevar. No sabíamos qué encontraríamos. Creíamos que inundaciones y nada más. Al llegar al puente de Armero, ya había una cola de carros y estaba oscuro. Como vimos la hacienda El Puente, yo me imaginé que no había mayores daños en Arme-ro. Pero cuando aclaró un poco, vimos que Armero estaba cubierto de lodo. Hugo Silva se apuró a instalar la primera antena y yo, al ver que no funciona-ban bien los radios, aceleré la planta, quedando listo el primer radio de H.F del día. Nos comunicamos con la Liga de Radio de Bogotá y dimos el primer parte de la tragedia, pero en los primeros momentos creyeron que estábamos exagerando”.

Tiempo después

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me dijo: ‛Vea como es la vida, él me trató como una persona igual; cuando viajábamos, nos quedábamos en la misma habitación y comíamos lo mismo, no como otros jefes que me mandaban a dormir en el carro’.” Agrega Lorenza que cuando construyeron el panteón en honor a los empleados fallecidos en la tragedia, el presidente del Sindicato de Trabajadores de Armero “trasladó para allá la cruz que habíamos colocado Dilia Aurora y yo en un lugar donde había otras cruces, argumentando: ‛Este es el sitio que él merece por haber sido un excelente jefe’”.

Menos de un año después de la avalancha de Armero, la Procuraduría Delegada para la Vigilancia Administrativa, mediante la Resolución Nº 0097 del 16 de octubre de 1986 declaró al gobernador Eduardo Alzate García: “Responsable disciplinariamente” y le impuso sanción disciplinaria consis-tente en “Solicitud de Destitución ante el Nominador”. La Procuraduría en-contró que: “En estas condiciones,

contrariamente a lo sostenido en sus descargos por el doctor Eduar-do Alzate, es manifiesta su negli-gencia en asumir o dictar actos de prevención, negligencia que se confirma una vez más si se tiene en cuenta su ausencia en la mayoría de los eventos realizados con el obje-to de acordarlos”. Dicha Resolución

fue apelada ante la Procuraduría General de la Nación, pero median-te providencia del 26 de marzo de 1987, fueconfirmada por la misma Procuraduría. Posteriormente, se solicitó ante el Consejo de Estado la nulidad de las dos resoluciones ante-riores, la cual fue negada mediante la Sentencia Nº 28215 del Consejo

Cruz colocada por Dilia Aurora y Lorenza en las ruinas de Armero, en recuerdo de Ramón.

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de Estado. Sala Plena Contenciosa Administrativa-Sección Segunda del 17 de mayo de 1991.

Dieciocho meses después de la avalancha, fueron hallados los restos mortales de Ramón. En los bolsillos del pantalón que aún vestía su esqueleto, se encontraron: Su cédula de ciudadanía, otros documentos personales, una tarjeta del almacén de artículos deportivos propiedad de Miguel Gordillo y una foto plastificada de su novia Dilia Aurora Arias. Con autorización del secretario de Gobierno de Ibagué, Rubén Darío Rodríguez, los restos fueron traídos a Ibagué, para depositarlos en la tumba de Teresa, su mamá, en el Cementerio San Bonifacio.

Dilia Aurora Arias. Fotografía encontrada en el bolsillo del pantalón que vestía el día de su muerte. Fuente: Álbum de Lorenza Escobar Robayo

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Placa parque Infantil Ramón Rodríguez. Álbum de Lorenza Escobar Robayo

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Lorenza Escobar Robayo, hermana de Ramón, en presencia del gobernador del Tolima Guillermo Alfonso Jaramillo, su esposa Vilma de Jaramillo y el alcalde de Armero Guayabal Octavio García, corta la cinta inaugural

del parque infantil Ramón Antonio Rodríguez, donado por la Unión Sindical Obrera. Álbum de Lorenza Escobar Robayo

Años después, el maestro César Zambrano, en un concierto celebra-do en la Catedral de Ibagué, estrenó la cantata “Ofrenda”, compuesta por él para expresar su sentimiento frente a la muerte de Ramón, la búsqueda angustiosa de su novia Dilia Aurora y el maravilloso hallazgo de su foto en el bolsillo del pantalón que vestía sus restos mortales, como testimonio de amor y clave para su reconocimiento. El 13 de octubre de 1985, un mes antes de morir, Ramón había tenido por fin la oportunidad que siempre había so-ñado: escuchar cantar a Dilia Aurora como solista en un evento importante: El “Concierto 435 años de Ibagué”, dirigido también por el maestro César Zambrano, en la Sala Alberto Castilla del Conservatorio del Tolima.

¿Quién era Ramón?

Su origen, infancia y adolescencia

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Era el menor de tres hermanos: Lorenza Escobar Robayo, Pedro y Ramón Antonio Rodríguez Robayo.

Teresa de las Mercedes, su madre, de origen boyacense, se desempeñó como enfermera auxiliar; trabajaba con el Ministerio de Salud y presta-ba sus servicios en diferentes pueblos del Tolima y Huila. Según Lorenza, la hija mayor, su mamá se caracterizaba por su responsabilidad, el amor por el trabajo y la solidaridad. Les daba comida a otros, aunque faltara en su casa, ayudaba al que necesitaba, no le interesaba que le pagaran. Si iba a visitar un enfermo y a este le faltaba

la fórmula, se la compraba. Atendía partos a domicilio, y una vez le quitó la cama a su hija para llevársela a una parturienta que no tenía. Regalaba la ropa, las cosas de la casa, etc. Según ella, tener cinco vestidos y dos pares de zapatos, era suficiente para no considerarse pobre, “pero eso sí, le gustaban las cosas finas”.

Lorenza nació en Ibagué y su padre murió cuando estaba muy pequeña. Pedro y Ramón fueron fruto de una segunda unión. Teresa vivió con su hija Lorenza en Baraya y San Antonio, Huila. En uno de esos lugares conoció y se unió a Juan Antonio Rodríguez, quien era empleado del Poder Judicial, oriundo del Líbano, y se desempeñaba como juez municipal. Según Lorenza, era un hombre amable y solidario con la gente; sin embargo, recuerda que “la relación con los hijos en esa época era distante, los papás no alzaban ni besaban a los hijos como lo hacen ahora”.

La pareja se trasladó con Lorenza para Anzoátegui; allí nació Pedro y al año siguiente Ramón Antonio. Teresa renunció al trabajo para atender a sus hijos, Pedro contrajo poliomielitis y murió antes de cumplir los dos años.

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Lorenza recuerda que en la casa se escuchaba música clásica por la Radio Nacional y también los discursos de Jorge Eliécer Gaitán. Según Lorenza, Anzoátegui era un pueblo tranquilo hasta el 9 de abril de 1948. Ese día, en la escuela, la profesora explicó a las alumnas que habían asesinado al dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán y que se fueran rápidamente para sus casas. Pasa-dos unos meses se inició la violencia partidista. Por las noches se escuchaban disparos en las calles y la gente se protegía metiéndose debajo de las camas.

La situación se fue complicando para la familia. Lorenza narra que en Anzoátegui los Rodríguez “éramos los raros del pueblo porque todos eran laureanistas y nosotros, liberales”. Un día encontraron pintada en la puer-ta de la casa una cruz negra y en el piso, una carpuer-ta amenazante y ofensiva. Para proteger a Lorenza y a Ramón, los padres los enviaron a la finca de una familia amiga y, días más tarde, fueron a recogerlos con un mínimo de sus enseres personales para irse a caballo al vecino municipio de Venadillo, un pueblo de mayoría liberal. Recorrieron como dos horas a caballo hasta llegar a la carretera, donde tomaron un vehículo que los llevó a Venadillo. Después les contaron que cuando en Anzoátegui supieron que los Rodríguez se ha-bían ido, alguien quemó voladores para celebrar su salida.

Ramón tenía casi cuatro años cuando salieron de Anzoátegui y Loren-za, ocho. Viajando de Anzoátegui se quedaron en Venadillo, y se alojaron donde una familia conocida. A los pocos días de haber llegado, se realizó en la plaza del pueblo un festival Liberal. Lorenza recuerda que ese día ella estuvo por la mañana ayudando a unas señoras a poner insignias y flores en el bazar y por la tarde fue a recoger una olla y unos platos a un puesto del mismo bazar. Cuando ya estaba de regreso, en un costado de la plaza, de re-pente escuchó una balacera: había policías disparando desde las esquinas a la gente que estaba dentro de la plaza. Ella, en medio de la confusión, perdió la olla con los platos. Para protegerse trató de resguardarse en los graneros que quedaban en el marco de la plaza, pero los fueron cerrando y no alcanzó a entrar a ninguno de ellos.

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Ramón. Allí estuvieron menos de un año, tiempo suficiente para dejar en la mente del niño un cariño muy grande por este pueblo, como lo recuerda su amigo Carlos Orlando Pardo, a quien en una oportunidad le dijo “el mejor pueblo para irse uno a vivir es el Líbano”. De Líbano, la familia se trasladó a Ibagué por una temporada corta. Luego, Juan Antonio fue trasladado al Valle de San Juan, donde vivieron todos por más de un año.

En 1953 retornaron a Ibagué, Ramón tenía casi siete años y comenzó a estudiar. Al poco tiempo, Juan Antonio se fue a trabajar a otro pueblo y al inicio hacía visitas esporádicas a la casa; cuando Lorenza tenía trece y Ra-món cerca de los nueve años, ella no volvió a ver a Juan Antonio en la casa. No sabe si Ramón lo volvió a ver alguna vez, ni cuándo ni cómo terminó la relación entre su mamá y Juan

Antonio, pero lo cierto es que este nunca volvió. No obstante, recuerda que “la mamá guardó su ropa por mucho tiempo” y que en la casa no se volvió a hablar de él.

Lorenza estudió en Iba-gué, en el colegio cedesco, un instituto de formación co-mercial que dirigía la profe-sora Vicky Danna, y dadas las dificultades económicas que atravesaba su mamá por la fal-ta del apoyo de Juan Antonio, empezó a trabajar en 1958, a la edad de dieciséis años, no sin antes solicitar un permiso ante la Inspección del Trabajo.

Un día, cuando Lorenza

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pasar a Juan Antonio por el frente de su oficina, y después de la avalancha de Armero supo que unos amigos comunes lo vieron y saludaron en la ciudad de Espinal.

Desde su llegada a Ibagué, la familia vivió sucesivamente en cuatro ca-sas, las tres primeras en arriendo, ubicadas en el barrio Pueblo Nuevo, y desde 1977 en una casa propia, en la Carrera 6ª entre calles 30 y 31. Teresa, la madre de Lorenza y Ramón, siguió trabajando como enfermera a domicilio, aplicaba inyecciones, hacia curaciones y atendía partos. En la mañana del 8 de febrero en 1984, cuando iba para la iglesia, fue atropellada por un carro frente a su casa y falleció instantáneamente. Ramón enfrentó este hecho con dolor y serenidad y continuó viviendo en la casa materna, como toda la vida, excepto en las épocas de ausencia temporal o cuando se desempeñó como alcalde de Armero.

Ramón inició la primaria en el Colegio Cisneros de Ibagué y terminó en el Colegio Cooperativo, donde se distinguió por su simpatía y sentido del humor, como lo recuerda uno de sus compañeros de quinto de primaria, el hoy maestro César Augusto Zambrano Rodríguez. En el Colegio San Luis Gonzaga, de los Hermanos Maristas, cursó parte del bachillerato. Avanzada la adolescencia, Ramón empezó a ausentarse de la casa y del colegio por temporadas de uno o varios meses y hasta de un año. Fue la época en la que se apasionó por la política. Finalmente, según su hermana, terminó el bachi-llerato en Bogotá y no resultó apto para el servicio militar.

Su amigo Miguel Gordillo, quien lo conoció en 1958, dice que “Ramón era estudioso y muy buen lector, pero no tan dedicado al estudio del cole-gio: se ocupaba más de su formación humanística, en especial de la cultura literaria y la historia”. Luego, Ramón estudió Diseño Gráfico en el sena y Producción Editorial por correspondencia, mediante cursos cortos en Pitts-burgh y Nueva York. Fue periodista empírico y obtuvo la tarjeta profesional en el año de 1975.

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acarreaba regaños a Lorenza y un distanciamiento con su hermano. En la adolescencia y la juventud también chocaban mucho, porque tenían dife-rentes formas de pensar. La mamá se ponía favor de él. En la casa era un caballero. Se llevaban bien pero no era apegado, aunque en los últimos años fueron más unidos, según Lorenza.

Ramón tenía una mascota que se llamaba Dino. Era un perro Schnauzer al que Ramón siempre le llevaba comida, especialmente arepas. Dino lo es-peraba sentado en la ventana. Cuando estaba de alcalde, Ramón llamaba frecuentemente a preguntar por el perro. Lorenza recuerda que mientras los restos mortales de su hermano Ramón estuvieron en la casa, antes de ser lle-vados al Cementerio, el perro permaneció quieto y en silencio junto a ellos.

Dino, la mascota de Ramón. Fuente: Álbum de Lorenza Escobar Robayo

Ramón no vivió la vida de los adolescentes que elevaban cometas en agosto, jugaban trompo, balero, yoyo, y participaban en las “cocacolas baila-bles” los sábados por la tarde. Sin embargo, dicen que era excelente bailarín y ganó un concurso de baile en el restaurante Pacandé. También nadaba en el río y en la piscina, le gustaba bucear, pescar, ir de camping y relacionarse con los campesinos.

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cuatro o cinco horas diarias”. Su amigo Miguel Gordillo dice que “en los años sesenta Ramón se vinculó a las tres actividades que fueron la razón de su vida: el basquetbol en el equipo Piratas (cuyo entrenador fue ‛el flaco Rudas Chinchilla’), la política y la cultura”.

Un joven de los años sesenta

Como lo hicieron muchos jóvenes inquietos de su época, Ramón adhirió desde su adolescencia al gran movimiento internacional social, cultural y político de los años sesenta, que produjo cambios radicales en los valores, costumbres, concepciones de la sociedad y hasta en la Iglesia Católica.

Ramón en su juventud, años sesenta. Álbum de Lorenza Escobar Robayo

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que según el historiador Álvaro Tirado Mejía en su libro: Los años sesenta:

Una revolución en la cultura, “Consistió este en que un grupo de talentosos escritores latinoamericanos publicó en los años sesenta, obras fundamenta-les que tuvieron una espectacular acogida e inmensa difusión en los medios intelectuales, en la academia y entre los lectores del Hemisferio Norte y de las otras regiones del globo. Era la llegada de Latinoamérica a Europa y a los Estados Unidos, no ya en la posición del inmigrante, del aprendiz deslum-brado que copia modelos, sino con un aporte de valía”.

Influenciados por todo esto, muchos de los jóvenes de entonces vivie-ron el resto de su vida de una manera diferente a la de sus padres, y se invo-lucraron en proyectos de cambios políticos, culturales, o en ambos, como fue el caso de Ramón.

Del basquetbol a la política

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No fue en los colegios, como pensaba su hermana Lorenza, donde surgió la posición de izquierda de Ramón, sino en el equipo juvenil competitivo de la escuela de basquetbol que organizó el profesor Jorge Viña Calderón, en el barrio Belén, y al cual ingresó Ramón en el año de 1958.

Ramón, que entonces cursaba quinto de primaria en el Colegio Coo-perativo, jugaba basquetbol, entre otros, con Miguel Gordillo, un estudiante que cursaba tercero de bachillerato en el Colegio San Simón. Después de los entrenamientos, los muchachos salían al parque para conversar. Al princi-pio, dice Miguel, hablaban de muchas cosas, pero luego se generó un am-biente de conversación sobre temas políticos y sociales, y tuvieron noticia de cosas desconocidas: que en los años cincuenta en unos países del Sudeste Asiático, Vietnam, Laos y Camboya, se habían realizado con éxito guerras de liberación nacional y algunas de descolonización, como la de Argelia contra Francia en África, y que por esos días, en Cuba, una isla del mar Caribe, cerca de Colombia, se libraba una lucha liderada por el Movimiento 26 de Julio (M-26) que encabezaban jóvenes como Fidel Castro, su hermano Raúl, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, para derrocar la dictadura de Fulgencio Batista.

Como estudiantes colombianos, estos muchachos podían entender y sim-patizar con la idea de derrocar una dictadura. En este país, los estudiantes de universidades, colegios o escuelas, en esa época participaron en manifestacio-nes para presionar la caída de la dictadura del teniente coronel Gustavo Rojas Pinilla y salieron a las calles para celebrar su dimisión y salida del país el 10 de mayo de 1957. Los diarios de mayor circulación en el país como El Intermedio y El Independiente (nombres con los que circulaban El Tiempo y El Espec-tador en las épocas de la censura militar) elogiaron a los estudiantes por su participación en la caída del dictador, y se refirieron a ellos como “héroes de las jornadas de mayo” y “Juventud: Orgullo máximo de la patria”.

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ojo azul, y entre las tres y las cinco de la mañana, a escondidas de los papás, escuchaban “Radio Rebelde”, una emisora fundada en febrero de 1958 por el comandante Ernesto Che Guevara en la Sierra Maestra y desde la cual se transmitían los partes de los combates y se difundían los discursos de los dirigentes de la Revolución.

Las conversaciones se centraban cada vez más en temas políticos y, se-gún Miguel, Ramón participaba en ellas, “pero era muy reservado y hablaba solo cuando estaba seguro de lo que decía, y de los que estaban”. Algunos muchachos promovieron reuniones más reducidas y, a veces, con nuevas personas.

A una de esas reuniones, de ocho a diez jóvenes, en la que participó Ramón, llegó un señor con uniforme militar. Se trataba de Antonio Larrota, uno de los líderes del Movimiento Obrero Estudiantil Campesino 7 de Enero (moec 7 de enero). Este Movimiento fue fundado en Bogotá por un grupo de líderes estudiantiles, algunos empleados y obreros, durante las protestas populares contra el alza del transporte en enero de 1959. Larrota invitó a los asistentes a hacer parte de ese movimiento “de influencia pro-china y pro-cubana” —según el profesor Alejo Vargas en su artículo: Los años 60 políticos en Colombia,—, y en el que la figura de Gaitán ocupó un lugar es-pecial, según anota José Abelardo Díaz Jaramillo, en su trabajo de grado de Maestría en Historia de Universidad Nacional de Colombia, en 2010, titula-do: El Movimiento Obrero Estudiantil Campesino 7 de Enero y los orígenes de la nueva izquierda en Colombia 1959-1969. Esa noche quedó conformada la primera célula del moec en Ibagué, dice Miguel Gordillo.

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montañas del Cauca a manos de un bandido conocido como ‛Aguililla’”, en mayo de 1961.

En su época de militancia en el moec, Ramón apoyó luchas sociales por la vivienda, como la del barrio Los Mártires en Ibagué, que lideraba Epifanio Mora, guerrillero liberal que formó parte del moec, o como la lucha de los empleados bancarios.

En 1963 llegó al moec Francisco Mosquera, un joven santandereano de origen liberal, quien, según Miguel Gordillo, también viajó a Cuba y se con-virtió en un crítico del Movimiento, “por privilegiar la lucha armada sobre la organización política y por el riesgo de sacrificar una generación de jóvenes en una lucha que no tenía posibilidad de éxito”. Con estos planteamientos formó una tendencia a la cual adhirieron muchos miembros de la organi-zación, entre ellos Miguel y Ramón, que terminó dando origen, tres años después, al Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (moir).

El ingeniero Jaime Corredor Arjona conoció a Ramón en la Universidad del Tolima en 1965, cuando él, como dirigente del Partido Socialdemócrata Cristiano, preparaba una visita a Ibagué del padre Camilo Torres Restrepo, un sacerdote bogotano, hijo de una familia de tradiciones liberales y alta clase social, que estudió Sociología en la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica; fue capellán y profesor de la Universidad Nacional de Colombia, y que por esos días promovía por diferentes ciudades “la plataforma del Frente Unido”, un movimiento con el que buscaba unificar los distintos grupos po-pulares y revolucionarios de Colombia.

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Según Jaime Corredor, Ramón “fue un vivo representante de Camilo, un socialista que asumió completamente sus ideas políticas y le dio continui-dad a través del periódico Núcleo desde el punto de vista social demócrata, en una época muy difícil de hacer”. Y agrega: “Ramón era una magnífica per-sona: honesto, claro y honorable políticamente, sin odios y muy entregado a la gente”. En 1966, Ramón participó en la creación del moir, en el cual mi-litó por varios años y del que nunca se retiró formalmente. Aunque después participó en otras organizaciones políticas, nunca rompió con el moir ni se alejó de los amigos.

A fines de los años setenta, Ramón conoció al médico y político Gui-llermo Alfonso Jaramillo, cuando este realizaba su práctica médica y era concejal en Armero. Jaramillo, como médico, profesaba la Medicina de los médicos descalzos de China y coincidía con Ramón en que veían en China la posibilidad de espacios para transformar la sociedad. Además, se entendían en el discurso, en la lucha contra Santofimio, contra “el establecimiento” y las expresiones del narcotráfico y el paramilitarismo. En junio de 1985, por solicitud del entonces representante a la Cámara, Guillermo Alfonso Jara-millo Martínez, Ramón Antonio Rodríguez Robayo fue nombrado Alcalde Especial del Municipio de Armero.

En el mundo de la cultura

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Israel Arjona, una persona muy reconocida en el mundo cultural y político de Ibagué y con Pedro Rivera, un veterinario recién graduado y apasionado por la literatura, y otras personas más. Era la primera librería de estas carac-terísticas en la ciudad.

A su vez, el director de teatro Alberto Lozano, conocido como “Yito”, cuenta que esa librería marcó muchas pautas en relación con la oferta de libros en Ibagué: se ofrecía buena literatura del mundo y Latinoamérica, y se dieron a conocer revistas nuevas y de izquierda, como Monthly Review, que se editaba en los Estados Unidos bajo la dirección de intelectuales como Paul Sweezy y Leo Huberman. Yito también expresa que Ramón era un hombre serio, carismático, culto, gran lector y motivado por acercar los libros a los lectores: permitía leer los libros, incitaba a su lectura hasta el punto de que cuando encontraba algo que pudiera interesarle a alguien conocido, lo lla-maba para informarle sobre la novedad.

Cuando inició la librería, Ramón llevaba una larga historia con la li-teratura y los libros y era característico en él llevar un libro debajo de su brazo, como muchos lo recuerdan. En la adolescencia conoció al poeta y escritor José Antonio Vergel Alarcón, quien cuenta que vivían pendientes de los nuevos libros y habían hecho el compromiso de que “si sale un buen libro de literatura universal o latinoamericana, el primero que lo vea, lo compra, si ambos estamos de acuerdo”. Por esos días apareció la Mala hora de García Márquez, y Vergel la trajo de Bogotá. Llamó a Ramón para decirle que tenía la novela, almorzaron y se fueron a leerla juntos, “de un solo jalón”; la ter-minaron en 4 o 5 horas, paraban para comentar algo y continuaban. “Así se formó la amistad”, agrega Vergel.

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encuentro permanente, estaba ubicado en la Carrera 3ª con Calle 10 A, fren-te al mango del Parque Murillo Toro.

Lorenza recuerda que el primer oficio de Ramón fue el de corrector de pruebas en el periódico El Cronista en Ibagué, por aquel entonces, el periódico regional del Tolima. Ya tenía los conocimientos básicos de Diseño Gráfico y Producción Editorial que fue complementando hasta convertirse en un exper-to en publicaciones y equipos, materia en la cual se le consideraba “un adelan-tado” por sus actualizados conocimientos. “Era un crítico y comentarista, dice Carlos Orlando Pardo, miraba la edición, esta fue su pasión”.

Ramón en su época de reportero. Fuente: Álbum de Lorenza Escobar Robayo

Gradualmente, Ramón se vinculó al periodismo. Como periodista ha-cía reportajes para El Cronista, presentaba un programa cultural en Radio Festival y tenía conexión con Vanguardia Liberal de Bucaramanga. En ese diario se publicó el reportaje de dos páginas: “Las primeras palabras con los hermanos Pardo”, el 28 de enero de 1973 (páginas 4 y 5). “Es que nuestro libro se llama ‛Las primeras palabras’”, dice Carlos Orlando. El libro fue pu-blicado en noviembre de 1972, así que el artículo salió dos meses después.

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cono-ció en 1964, en un grupo de estudio. Niño cuenta que Ramón dedicó gran parte de su trabajo a promover que los profesores escribieran materiales para divulgarlos, a despertar el ímpetu para escribir y a romper la timidez por pronunciarse. Sentó bases para escribir, divulgar y hacer material didáctico y para acercar la producción de la Universidad a la comunidad. En noviembre de 1978 solicitó una comisión para trabajar durante tres meses como coordi-nador general de la Secretaría de Educación del Departamento del Tolima. A su retiro de la Universidad, en 1981, Ramón ejercía el cargo de coordinador de Comunicaciones Universitarias.

Como periodista, Ramón participó con Camilo Pérez en la creación de la seccional Tolima del Colegio Nacional de Periodistas de Colombia (cnp) e hizo parte de la primera junta directiva. Ramón obtuvo la Tarjeta Profe-sional de Periodista al demostrar que antes de 1975 contaba con cinco años de ejercicio periodístico como corresponsal de Tribuna Roja y columnista del periódico El Cronista. En su época de mayor vinculación con el Colegio Nacional de Periodistas, Ramón colaboró en la realización de seminarios, discusiones y organización de eventos.

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Por su vinculación con El Cronista, Ramón tuvo la oportunidad de es-tablecer contacto y, en algunos casos, amistad con políticos, intelectuales y empresarios. Con veinticuatro de ellos participó en la creación en 1980 de la Sociedad Impresora del Tolima Limitada,mediante Escritura Pública Nº 056 del 24 de enero de 1980, de la cual se retiró al poco tiempo de su creación, antes de ser nombrado director de la Imprenta Departamental del Tolima en 1981.

Ramón adquirió otros vínculos con la actividad educativa: fue un profe-sor innovador de Literatura en colegios de Ibagué como el Benjamín Herrera y el Externado Popular. En su libro: Los últimos días de Armero: Vida, pasión y muerte de 30.000 colombianos sepultados vivos, editado en 1986 por Plaza & Janés, Bogotá, Carlos Orlando Pardo recuerda el día de la sesión de clau-sura de bachilleres del Colegio Externado Popular, en el que el rector Jesús Fernández evocó “su paso por esa Institución, llevando una cátedra que esta-ba lejos de ser el tradicional encierro entre cuatro paredes, ya que conducía a sus alumnos hasta las mismas máquinas del desaparecido diario El Cronista, para que observaran su funcionamiento y hacía publicar las crónicas y artí-culos destacados del mes, escritos por los estudiantes”.

Carné de docente de Ramón, hallado también entre sus pertenencias. Fuente: Álbum de Lorenza Escobar Robayo

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quedó inédito y que Ramón le leyó en su casa. Se trataba de la historia del Premio Literario Esso, desde el primero que ganara Gabriel García Márquez con la Mala hora (1961) hasta el último, que ganó el escritor tolimense Héc-tor Sánchez, con un comentario de cada una de las novelas ganadoras, más o menos unos catorce premios. El premio fue creado por Álvaro Mutis y desa-pareció luego de que Héctor Sánchez lo obtuvo, pero cumplió un papel muy importante para la literatura colombiana. Para escribir aquel ensayo y sus comentarios, Ramón leyó todas las novelas ganadoras: “Terminé la semana pasada, le comentó a Pardo, y me tocó conseguir la novela de Lucy Vargas en una librería de segunda en Bogotá”.

Otro campo de la comunicación en que incursionó Ramón fue el de la radioafición, que conoció a través de su amigo Eduardo Campuzano. Con el apoyo del señor Jesús Antonio Rivera, un aficionado veterano y miembro de la Cruz Roja Colombiana, ambos se integraron en el mundo de la radio-afición y entraron a formar parte de la Red de Apoyo de Emergencias de la Cruz Roja Colombiana.

Homenaje póstumo de la Federación de Clubes Radioaficionados de Colombia a los colegas desaparecidos en Armero el 13 de noviembre de 1985. Álbum de Lorenza Escobar Robayo

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salieron de Ambalema, Tolima, en cuatro embarcaciones, con el fin de hacer un recorrido de dos días que llegó hasta cerca de Barrancabermeja, arriba del municipio de La Dorada. La radioafición le brindó a Ramón la oportunidad de afianzar su visión internacionalista, porque podía comunicarse fácilmente, y como hablaba medianamente el inglés, establecía muchos contactos, y por esto llegó a ser muy conocido. Según Pardo, a Ramón lo asombraba la tecnología de la comunicación y tenía devoción por ella desde que vio el teletipo y el fax.

A comienzos de los años setenta, cuando César Augusto Zambrano vol-vió a encontrar a Ramón, su compañero de quinto primaria, era una persona cercana a la literatura y a la intelectualidad, ubicada en el mundo cultural. Ramón era el entonces director de Cultura del Municipio de Ibagué. Esa época fue para algunos una de las más intensas de la vida artística y cultural de Ibagué. Junto a otras personas, organizaron una Semana Cultural de re-citales, conferencias y obras de teatro: trajeron al maestro Ernesto Díaz a un recital de música, en el que también participó el maestro Zambrano. Reali-zaron un recital con el poeta León de Greiff, y también fueron invitados los escritores Andrés Holguín y Arturo Camacho Ramírez.

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Sobre el trabajo de aquella época, el maestro Zambrano cuenta que cuan-do estaban preparancuan-do la Semana Cultural, Ramón y él viajaron a Bogotá y pensaban regresar a Ibagué juntos. Ramón tenía que recibir unas placas que había mandado a hacer en Bogotá para unos premios que se iban a entregar, y como estaba demorada la entrega de las placas, le pidió a Zambrano que fuera al taller donde él estaba. “Para mi sorpresa, dice el maestro, cuando llegué en-contré a Ramón con un overol puesto y soplete en mano, pintando las placas, porque los otros no alcanzaban a pintarlas. Ahí estaba el director de Cultura con la mayor naturalidad del mundo: humilde, pero con grandeza”.

Ramón también organizó el Concurso Nacional de Cuento Ciudad de Ibagué. Pensó en un concurso que mostrara la ciudad frente al país desde el punto de vista cultural. Los jurados fueron Germán Vargas Cantillo, Darío Ruiz, Juan Gustavo Cobo Borda. El ganador del concurso fue Jairo Merca-do R. con su obra titulada: Un nombre para Rosario. El libro se publicó y se repartió en las escuelas y colegios de Ibagué. Fue una labor memorable que generó padrinazgos entre escritores y editores.

Ramón también contribuyó a la conformación de grupos teatrales lo-cales, con directores invitados como: Camacho, Moure, Jairo Aníbal Niño y grupos como: El Son del Pueblo y otras obras, como el Píccolo Teatro de Medellín. Alberto Lozano afirma que por esa época “Ibagué era una capital del teatro”. Aficionado al cine, Ramón también apoyó el Cine Club del Teatro Tolima, dirigido por Germán Ospina.

Paralelo a sus actividades culturales, Ramón incursionó, temporalmen-te, en actividades de agricultura y ganadería, en terrenos arrendados para tal efecto en predios cercanos a Ibagué.

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relación que duró muchos años, hasta que la avalancha de Armero decidió llevárselo”.

Ramón en la memoria de algunos amigos

“Comprometido con sus tareas y leal con sus ideas”. Así lo recuerda el médico y político Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez.

“Una señal inequívoca”. Desde que el “valanchero” le dijo que en las rui-nas de Armero había encontrado los restos de Ramón, el alcalde desapare-cido, su amigo Miguel Gordillo quería ver el cráneo del esqueleto que tenía en los bolsillos una tarjeta de su almacén de útiles deportivos. Al verlo, no le quedó duda alguna: los clavos en la mandíbula le ratificaban que se trataba del cráneo de su amigo. Aquella era una señal inconfundible que ambos co-nocían desde los años sesenta, cuando el amigo y entonces estudiante de Me-dicina de la Universidad Nacional, Alonso Ojeda Awad, le ofreció a Ramón que podía ser operado gratuitamente para corregirle la prominencia de su mandíbula. La operación se realizaría durante una de las prácticas de cirugía que dirigían el doctor Mantilla y el cirujano plástico Felipe Coiffman, consi-derado el padre de la Cirugía Plástica y Estética en Colombia. Ramón aceptó gustoso el ofrecimiento, pero pidió que también le hicieran la cirugía de labio leporino a su amigo Miguel. Así se hizo, y fueron operados el mismo día.

Para Miguel, Ramón fue un amigo desinteresado, sin apego a los bienes materiales, de vida modesta y austera, amplio, servicial y colaborador, un re-volucionario integral, que “compraba las peleas y los problemas de los otros”.

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se propusiera. Era divertido y ácido en la crítica. Para la gente, en general, era Ramón Rodríguez, o Moncho, pero en los documentos formales le gustaba firmar siempre con el segundo apellido. En esto era convencional, aunque contrario a los convencionalismos.

Una de sus pasiones fue la música clásica que sintonizaba, conseguía e importaba, que oía en emisoras de todo el mundo o buscaba por catálogo. Pero también le gustaba la música popular, la folclórica y se sabía todas las canciones de boleros y rancheras. Le fascinaba la tecnología y tener los me-jores equipos. Compraba carros raros usados, los transformaba en carros llamativos, los utilizaba un tiempo y luego los vendía.

En la política no fue amigo de figuraciones, ejercía liderazgo desde la modestia y la clandestinidad, era parte del coro. Su modestia y su actitud tranquila y serena generaban confianza en los momentos difíciles.

“¡Tengo los mejores recuerdos de él!”, dice Dilia Aurora Arias, y añade que Ramón siempre se caracterizó por su alegría, optimismo, honestidad, generosidad, don de gentes, gran sentido del humor y su potencial para grandes logros. Tuvo la oportunidad de desempeñar algunos cargos públicos en los que demostró este potencial.

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Amante de la lectura, la política, la literatura, la historia y la buena mú-sica. Conoció muy de cerca las obras de algunos de los grandes de la literatu-ra y aunque no tenía mucha habilidad musical, conocía a fondo algunos de los famosos de la música clásica. De excelente trato humano, siempre se ca-racterizó por su trato digno hacia las personas con las cuales estuvo involu-crado laboral y socialmente. Tenía facilidad para relacionarse con cualquier tipo de personas y por sus habilidades sociales siempre tuvo muchos amigos, aunque tan solo unos pocos lo fueron de verdad.

No comulgaba con las ideas de algunos políticos de la época y esto le creó algunos problemas. Fue siempre seguidor de las ideas marxistas y com-pletamente seguro de que si algún día tenía la oportunidad de ocupar un cargo que le permitiera ayudar a los más necesitados, este sería su gran logro.

Cuando inició su labor como Alcalde de Armero, su primera idea fue ayudar a los campesinos de la región con su oferta de alcaldía de puertas abiertas para escuchar sus problemas y necesidades. Una de las preocupa-ciones de los campesinos era la muerte de sus caballos por la sed debida a las altas temperaturas de Armero y así decidió construir unas albercas en la plaza de Armero donde los caballos que traían sus cargas de alimentos pu-dieran tener suficiente agua para calmar su sed.

“Estoy firmemente convencida de que, si hubiera sobrevivido a la tra-gedia, quizás por el resto de su vida lo hubiera atormentado la idea de no haber hecho lo suficiente por Armero. Por esto, sus últimas palabras cuan-do me comuniqué telefónicamente con él fueron: ‛Aquí me quedo hasta evacuar al último de los habitantes de Armero’, y así lo hizo”, puntualiza Dilia Aurora Arias.

Agradecimiento

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Zam-brano Rodríguez, Eduardo Campuzano Cadena, Fernando Cervantes del Portillo, Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez, Héctor Díaz Molano, Jaime Corredor Arjona, José Antonio Vergel Alarcón, Luis Fernando Monroy Uri-be, Mauricio Vila Mejía, Miguel Gordillo Hernández y Pedro Rivera Rivera. Para todos, mi reconocimiento y gratitud.

Referencias

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Viana Castro, Hugo. Armero su verdadera historia. Viana Ediciones Bogotá,

Segun-da edición. 2005, Bogotá.

Guía complementaria

Las siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula. Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. En la actualidad el uso de celulares es inevitable porque une a casi todos los habitantes de la tierra. Sin embargo, hasta hace unas décadas, los radioaficionados constituían redes de comunicación que servían para enviar y recibir información de manera inmediata. Consulte ¿qué son las Ligas de Radioaficionados? ¿Cómo contribuyeron estas redes en dar a conocer el desastre de Armero? ¿Cómo ayudaron a las víctimas del desastre? ¿Considera que es importante este medio de comunicación? 2. ¿Por qué era tan relevante Armero para la economía del Departamento?

¿Dónde se encontraba ubicado? Consiga algunas imágenes del munici-pio antes del desastre para conocerlo. ¿Cómo lo describiría?

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Revolucionario (moir), Juventud Liberal de Izquierda (juli). Indague brevemente sobre estos movimientos.

4. ¿Qué es Ingeominas? ¿Qué advertencias les hizo Ingeominas a los al-caldes de Armero y Líbano acerca de la represa del Sirpe? ¿Qué sucedió en la reunión con el gobernador del Tolima cuando Ramón Rodríguez entregó el informe de Ingeominas? ¿Cuál fue la actitud de este manda-tario en general frente a las reiteradas denuncias del alcalde Rodríguez? 5. ¿Cómo podría describir su papel como alcalde? ¿Cómo fue elegido al-calde? ¿Cómo se eligen los alcaldes y gobernadores hoy? ¿Qué acciones emprendió Ramón Rodríguez para dar a conocer a todos la inminencia del desastre que se avecinaba? ¿Por qué no salió de Armero antes de la explosión del volcán nevado del Ruiz? ¿Qué homenajes recibió tras su muerte la fatídica noche del 13 de noviembre de 1985?

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