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Juan Bautista Alberdi, el pensador y sus etapas

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Juan Bautista Alberdi, el pensador y sus etapas

El autor y su contexto.

No hay manera de entender el pensamiento de las grandes personalidades de la historia de la humanidad, sin situarlos en un determinado tiempo y espacio, así como en la disputa de fuerzas políticas de ese contexto. Quien aquí nos convoca, don Juan Bautista Alberdi, nació en Tucumán el 29 de agosto de aquel revolucionario 1810, pocos meses después de la Revolución de Mayo, aquella que el propio autor definiera como “un capítulo de la revolución hispanoamericana, así como ésta lo es de la española y ésta a su vez de la revolución europea que tenía por fecha liminar el 14 de Julio de 1789 en Francia” (Alberdi, 1961: 28).

Desde el momento mismo de su nacimiento, el pequeño Juan Bautista estuvo a cargo de su padre, don Salvador Alberdi, dado que su madre, Josefa Rosa de Aráoz de Valderrama, falleció en el parto. Once años después también perdía a su padre, de modo que sus hermanos quedaron a su cuidado como tutores y en tal carácter, gestionaron una beca para que el joven continúe sus estudios en Buenos Aires. A los 14 años llegó Juan Bautista a la ciudad puerto donde ingresó en el Colegio de Ciencias Morales, en el que padeció un muy duro régimen disciplinario -que lo llevó años después a pedirle a su hermano, salir de esa institución- y donde se forjaron también otras notables personalidades y compañeros de ideas, como Vicente Fidel López, Miguel Cané, Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez, entre muchos otros.

Con posterioridad, inició sus estudios jurídicos primero en la Universidad de Buenos Aires y luego en la Universidad de Córdoba. En 1834 volvió a su provincia natal donde tuvo una corta estadía, para volver a Buenos Aires e integrar junto a los referidos jóvenes intelectuales que habían pasado por el Colegio de Ciencias Morales, el Salón Literario. Se trataba de un grupo que desde 1835 se reunían en la librería de Marcos Sastre y que significó un verdadero centro de difusión de las ideas políticas nutridas del romanticismo europeo. “[E]l grupo de este salón vivía en adoración a todo lo que llegaba de París. Leían y discutían sobre todo las novedades. Las intenciones más relevantes del grupo era[n] influir en las decisiones de Juan Manuel de Rosas. Soñaban con reformas sociales y esperaban que Rosas los tomara en cuenta, cosa que no sucedió” (A. Infante, 2014: 3).

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modelo de las asociaciones románticas europeas. Como se verá, esta es la época en la que Alberdi escribe una de sus importantes obras, “Fragmento preliminar al estudio del Derecho” que fuera duramente criticada por los antirosistas exiliados en Montevideo. “El intento de esta generación fue principalmente reflexionar y discutir la realidad rioplatense más allá de las discusiones de los (…) unitarios y federales”

(A. Infante, 2014: 2) de modo que, al pretender situarse por encima de esa disputa política, los sucesivos exilios de las personalidades de este grupo no fueron en rigor producto de la persecución rosista, que sí existía respecto de los unitarios, sino que en estos casos tomaron la decisión de expatriarse.

Cabe señalar -contrariamente a la historiografía oficial que pretende mostrar que en los tiempos de la “barbarie” la gente no leía ni se interesaba por el conocimiento de otras culturas del mundo-, que durante los tiempos de la Confederación apareció en Buenos Aires, a instancias del referido grupo, la revista “La Moda” cuyo primer número se publicó el 18 de noviembre de 1837 y que llevó siempre -hasta su último número 23- el lema de “¡Viva la Federación!”. Pues se trataba “de fervorosos federales que, años más tarde, tomaron partido por el unitarismo liberal. Uno de sus cofundadores fue Juan Bautista Alberdi, quien el mismo día del lanzamiento de la publicación dijo que La Moda ‘es un gacetín semanal de música, de poesía, de literatura, de costumbres’. [Incluso, fue creado] bajo los auspicios de Juan Manuel de Rosas, según refiere su fundador, Marcos Sastre, en el discurso inaugural. Y aquí encontraremos un aspecto jamás divulgado del Restaurador de las Leyes, quien lejos de ser un ‘tirano’ dejó que un grupo de jóvenes de inspiración sansimoniana, afrancesada y liberal pudiera irradiar su romanticismo a través del Salón Literario y sus publicaciones” (Turone, 2008).

Más allá de quienes pretenden mostrar a la revista como una sátira de Rosas, a juzgar por la editorial titulada “Trece de Abril” aún entonces se reconocía al gobernador federal con admiración:“También ayer se han cumplido tres años memorables para nuestra patria, tres años desde el día en que el pueblo de Buenos Aires, acosado de tantos padecimientos inmerecidos, se arrojó, él mismo, en los brazos del hombre poderoso que tan dignamente le ha conducido hasta este día. (…) Las costumbres no deben ser reformadas sino por las costumbres mismas, ha dicho Montesquieu, y nosotros, escritores de costumbres nos hemos puesto a realizarlo, merced a la ilustrada y noble tolerancia de un Gobierno que tenemos la honra de saludar en el tercer aniversario de su feliz establecimiento” (Revista La Moda, 14/4/1838).

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Bernardino Rivadavia. Predicaban allí la introducción de las costumbres y políticas europeas, contrarias al supuesto ‘atraso’ criollo al que había que desplazar. Además, ya venían fogoneando pactos secretos con los marinos franceses que, en marzo de 1838, dieron un ultimátum a Rosas antes de bloquear sin derecho alguno nuestras rutas marítimas.”

En este contexto, la mayoría de los hombres de esta generación de intelectuales decidieron partir al exilio. Fue entonces en noviembre de 1838, cuando Alberdi emprende el autoexilio. Las crónicas cuentan que una vez iniciada la partida del barco hacia Montevideo, pero aún en el puerto y ante la vista de las autoridades federales, arrojó la divisa punzó al río en símbolo de claro repudio. Desde el otro lado del río, continúa haciendo publicaciones como periodista e incluso se dedicó a escribir obras de teatro, entre las que se destacó una sátira contra Rosas, denominada “El Gigante Amapolas y sus formidables enemigos” (Haro, 2002).

En 1843 viajó a Europa junto a Juan María Gutiérrez teniendo a París como destino final, la meca de todos los románticos de la época, para luego volver hacia fines de ese año a América, a radicarse en Chile donde vivirá durante 17 años, la mayor parte del tiempo en Valparaíso, lugar en que finalmente concluye sus estudios universitarios en Derecho, y se dedica a trabajar como abogado además de continuar ejerciendo el periodismo. En cuanto al lugar donde se recibe de abogado, existen discrepancias entre las distintas biografías que se han editado sobre el pensador tucumano, algunas versiones dan cuenta de que Alberdi había concluido sus estudios de derecho en el departamento de jurisprudencia de la UBA, aunque no obtuvo la habilitación profesional, pues se resistía a dar cumplimiento al requisito de juramento de fidelidad al régimen federal. De este modo, revalidó entonces el diploma de abogado en Montevideo, como dijimos el primer lugar donde se autoexilia y a lo que se dedica posteriormente en Chile es a conseguir el título de doctor en jurisprudencia.

Al enterarse del triunfo de Urquiza sobre Rosas en la batalla de Caseros, del 3 de febrero de 1852, Alberdi se apresura a escribir desde Valparaíso, las “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina” que -en la mayoría de los casos- es la única obra del autor que se estudia en las facultades de derecho, como si fuera prácticamente su único escrito. Las Bases fueron editadas en ese país en mayo de ese año y luego reeditado en julio, incluyendo un proyecto de Constitución, oportunidad en la que el pensador tucumano le envía ambas obras a Urquiza, quien le agradece su aporte considerándolo un medio de cooperación importantísimo y oportuno. Así, las Bases se convierten en la fuente principal de la Constitución Nacional sancionada el 1° de mayo de 1853.

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lo cual en 1855 partió hacia Europa, pasando fugazmente por Estados Unidos, luego por Londres, para finalmente radicarse por casi veinticinco años en París, la ciudad de las luces de la civilización fervorosamente admirada por la intelectualidad de la que el tucumano formaba parte. Con tal misión diplomática, en 1858 se entrevistó en España con la reina Isabel II y consiguió el reconocimiento de la Confederación. Antes de emprender su viaje, publicó otra de sus obras más importantes: “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853”, donde reafirmó su defensa a ultranza de las teorías liberales clásicas de Adam Smith y David Ricardo.

Aunque su suerte cambiaría luego de la traición de Urquiza en Pavón, el 17 de septiembre de 1861, cuando las tropas del caudillo entrerriano -superiores numéricamente y militarmente a sus contrincantes- se retiraron de la batalla lentamente, al tranco de sus caballos, acaso para que nadie dude del hecho de que la retirada era voluntaria. “La alianza con los enemigos exteriores, desde Brasil hasta el imperio inglés, y con los unitarios exiliados constituyen la primera gran traición de Urquiza, pero no la última. Pronto habrá de venir la segunda traición, la batalla de Pavón. Allí, el caudillo entrerriano se retiró cuando tenía el triunfo a merced de una carga de su caballería, entregando el país a los designios de la oligarquía porteña encarnada en el vencedor de la batalla: el pésimo general pero habilísimo político, Bartolomé Mitre.” (Koenig, 2015: XXcap2do punto 2XX) Así, Mitre corona su primera y única victoria militar. Como consecuencia de este triunfo, Alberdi fue despedido como embajador e incluso el propio don Bartolomé se negó a pagarle los sueldos adeudados por más de dos años, así como el viaje de regreso, quedando de este modo sumido en una muy difícil situación económica.

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del capital y la empresa privada asentado en el liderazgo tecnológico-industrial y el poder naval” (Ferrer citado por Koenig, 2010: 79 y 81).

Así, comenzó la crisis del sistema de dominación colonialista, con posterioridad a las guerras napoleónicas de disputa por la hegemonía europea. De hecho -y no por casualidad- es precisamente en este período que surgen en nuestra América, Estados independientes fragmentados precisamente bajo la perniciosa influencia británica. Aparece entonces la preponderancia de la potencia emergente, con la cual los países recién nacidos entablaron un vínculo novedoso que implicó el primer paso en la transformación del colonialismo al imperialismo: “ya no entraremos como guerreros, vamos a entrar como mercaderes” dirá George Canning -el entonces ministro de relaciones exteriores británico-. Pues si bien Gran Bretaña recurrió en algunos casos a la violencia para conquistar estas tierras, su terminante éxito se dio en las áreas diplomática y económica (Koenig, 2010). “De aquellas regiones débilmente vinculadas entre sí y explotadas genéricamente por España, único centro aglutinante, surgirán las ‘naciones’ particulares, atraídas por el imán de otros centros mundiales más poderosos y estables que España. Estas potencias controlarán a través de las economías exportadoras creadas por el viejo capital mercantil la endeble nación colonial, disgregándola en Estados ‘soberanos’ con independencia política. Las veinte ‘naciones’ latinoamericanas nacen de dicho estallido.” (Ramos, 2011: 142)

De esta manera, los ingleses fueron expandiéndose mundialmente con el objeto de abrir los mercados a la producción de los países centrales y apropiarse al mismo tiempo de las materias primas necesarias para sus manufacturas. “El ministro inglés Pitt define tajantemente, con la claridad descarnada del imperio: ‘Para Inglaterra: defender el comercio o perecer’ (Casalla, 2003). Así Inglaterra se hace defensor a ultranza del libre comercio (…) debido a las ventajas competitivas de Gran Bretaña en los nuevos bienes asociados a la Revolución Industrial.” (Koenig, 2010: 82)

Como veremos al analizar la idea central de Alberdi en las “Bases”, en el caso argentino en particular, las batallas de Caseros y Pavón -dos derrotas consecutivas del proyecto nacional y popular representado por el federalismo- fueron determinantes para la penetración de los intereses ingleses en nuestras tierras. Circunstancia que no era desconocida en absoluto por el pensador tucumano, quien precisamente en esta coyuntura adopta un abierto anti-hispanismo funcional a la construcción de las condiciones para la hegemonía británica en el Río de la Plata. En este sentido, Pommer señala (2013: 17):

“Desprecia a España. [P]ara él las virtudes cardinales del trabajo e industriosidad están en la porción de Europa que no ha cruzado los Pirineos. Advierte: no se trata de construir una nación con una identidad fundamentada en el pasado. Se lo debe hacer contra el detestable pasado colonial que continúa presente.”

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Ahora bien, es sabido que Alberdi -aún en su etapa de férreo defensor del liberalismo- tenía diferencias con la oligarquía porteña, que se acentúan en la oportunidad en que Mitre -con apoyo del capital inglés- lleva adelante la guerra del Paraguay, motivo por el cual se enfrenta aún más con los genocidas de ese pueblo hermano cuando edita “El crimen de la guerra” en 1870. Así las cosas, su regreso a la Patria -que tuvo una recepción de honor en la Universidad siendo vivado por los estudiantes- se posterga recién hasta el 16 de septiembre de 1879, cuando en virtud de la candidatura lanzada mediante una alianza entre Roca y Avellaneda, consigue una banca como diputado nacional por la provincia de Tucumán, en cuya actuación se encuentra la participación decisiva en los debates parlamentarios sobre la Ley de Federalización de Buenos Aires, mediante la cual Argentina tuvo su Capital Federal. Recordemos que a Roca le cabría no solo la consolidación de todos los elementos constitutivos del Estado Moderno argentino, sino también la preponderancia británica total. Es decir, ese Estado se constituyó en relación de dependencia con el imperialismo británico e inserto en la división internacional del trabajo, según la cual -parafraseando nuevamente a Canning- si el lugar de Inglaterra en el sistema de dominación era el de taller del mundo, el nuestro era el de ser su granja. Pues, a pesar de que esa oligarquía se convenciera a sí misma y escribiera la historia mostrándose como el “granero del mundo”, en rigor se trataba de una de las tantas dependencias de servicios de los ingleses.

Acaso la frase del economista británico William Jevons describa magistralmente este cuadro de situación mundial: “Las planicies de América del Norte y Rusia son nuestros trigales, Canadá y el Báltico nuestros bosques madereros, Australia nuestros rebaños de ovejas y las praderas de Argentina y el occidente de América del norte nuestros rodeos de ganado; Perú nos envía la plata, y oro de Sudáfrica y Australia fluye en Londres; especias provienen de las Indias occidentales y orientales. España y Portugal son nuestras bodegas y el Mediterráneo nuestros frutales, y nuestras plantaciones de algodón que antes estaban en el sur de los Estados Unidos ahora están diseminadas en todas las tierras tropicales del globo” (citado por Koenig, 2010: 84).

Volviendo entonces a Alberdi, más allá de que había conseguido -a instancias de Roca- la banca de diputado en el Congreso Nacional, la disputa de intereses y contradicciones dentro del sector oligárquico se resolvió una vez más en su contra, pues tenía poderosos enemigos como el propio Mitre que no sólo no le perdonaba su campaña a favor del Paraguay, sino tampoco sus agudas acusaciones de falsear la historia y de compararse con San Martín y Belgrano, que el tucumano sostuvo en su obra “Grandes y Pequeños Hombres del Plata” escrita el mismo año en que regresó a nuestro país.

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propuesta de Julio Argentino de que el Estado Nacional publicara sus obras completas, sino que además logró la desaprobación de su nombramiento como embajador en Francia. Con unos cuantos años encima, ya cansado y humillado por la propia oligarquía, decidió irse nuevamente del país en 1881. Finalmente murió el 19 de junio de 1884, del otro lado del atlántico, en una ciudad cercana a París. Lo que la historiografía mitrista hizo con su obra, como con muchos otros, fue recortar y entronizar las obras funcionales a sus intereses y condenar el resto de su pensamiento, al olvido.

Las etapas de Alberdi.

Juan Bautista Alberdi es un personaje muy rico para analizar desde el punto de vista jurídico-político dado que sus ideas fueron transformándose a lo largo de su vida, llegando a ser absolutamente disímiles una de la otra. De modo tal que para poder explicar al autor creemos necesario diferenciar en él tres etapas, teniendo en cuenta la advertencia de Zaffaroni (2012: 62) en cuanto a que “si por cada giro pretendiésemos hallar un nuevo Alberdi, no habría dos Alberdi sino muchos más, porque fue un pensador en el amplio sentido de quien siempre se sintió libre respecto de sus anteriores opiniones. En tanto que otros pensadores cercenan su creatividad en el culto a sus propias palabras, Alberdi se distanciaba de ellas con la singular frescura de un infatigable rectificador repensante.”

Podemos explicar incluso a través de sus etapas, la correlación de fuerzas concretas de cada momento histórico nacional, en cuyo escenario Alberdi siempre disputó, aún pasando el mayor tiempo de su vida fuera del país. En este sentido, Hernández Arregui (2004: 102) asegura que “el pensamiento de Alberdi interesa, pues es dispar según las etapas de su vida. Y porque en conjunto, cayó víctima de las potencias que había contribuido a fortalecer.”

Etapa romántica:

La primera etapa podemos ubicarla durante sus estudios en leyes y las ideas que quedarán plasmadas en su tesis de graduación. Es un primer momento de su pensamiento jurídico-político, en la que el joven Alberdi -por mirar e identificarse con el romanticismo europeo- se acerca a don Juan Manuel de Rosas en estas tierras, pues bajo la influencia de tal corriente encuentra en el caudillo federal un principio de lo nacional, que expone en su “Fragmento preliminar al estudio del derecho”.

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difusor también de las ideas de Saint Simon” (Gerez, s.f), a diferencia de la posición que adopta en la siguiente etapa alberdiana, que es precisamente la más difundida porque -como dijimos- fue funcional a los intereses de la oligarquía asociada a los negocios del nuevo sistema de dominación imperialista.

Ahora bien, el Alberdi joven “mezcla en su pensamiento una valoración romántica hacia ciertos elementos locales con la influencia de una escuela histórica de corte hegeliano, (Sánchez 2000) combina razón y barbarie, es decir, la civilización universal y las dimensiones originarias y arcaicas de la región. Desde esta perspectiva es que interpreta a Kant: ‘Para leerlo utiliza a Lerminier, Cousin y Jouffroy, de quienes se vale como modelo para hacer aparecer la moral kantiana como una suerte de conciliación entre las exigencias universales y lo peculiar de cada situación determinada’ (Sánchez, 2000: 117). Podemos afirmar entonces que la modernidad europea es la principal coordenada a partir de la cual Hispanoamérica comienza a preguntarse por sí misma, buscando su nueva identidad en quiebre con las prístinas filiaciones nativas e hispánicas.” (A. Infante, 2014: 5)

Nutrido de esas tradiciones, Alberdi intenta establecer una relación entre lo universal -que es para el autor la razón occidental- y lo particular. Entonces sostiene que “a esa razón universal nosotros tenemos que unirnos porque esa razón universal es el alma del Derecho. Pero tenemos que unirnos conservando nuestras particularidades, conservando nuestra propia identidad” (citado por Feinmann, 2011). De modo que debiéramos unirnos a la universalidad en tanto particularidad, es decir acoplarse al devenir universal de la razón de occidente, pero a ella unirle nuestro rostro particular.

Ello así porque para esta tradición, cada nación debe encontrar la ley propia de su proceso histórico, dado que -según el tucumano- Dios no se repite en la creación de las naciones. Y en este aspecto, la “referencia a la nación es significativa porque es la generación de 1837 quien introduce –de la mano del historicismo- la cuestión nacional en el pensamiento argentino. Pero el aspecto curioso de ese historicismo alberdiano es que sostiene que nuestros países no tienen historia, puesto que poco es lo que puede rescatarse del período colonial. [Ello] explica que la afirmación del principio nacional pueda coincidir con el declarado europeísmo: (…) de Francia vendrán las ideas y allí se encontrará la inspiración para esa construcción de la nación. Porque solo las formas son nacionales, pero los principios son universales” (Jozami, 2012: 222)

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En este sentido, nuestro rostro particular sería el expresado por don Juan Manuel de Rosas, cuya mejor prueba de legitimidad –sostiene Juan Bautista en esta obra- es la popularidad de su gobierno, de modo que nadie podría pensar una revolución en contra de ese poder aceptado por el pueblo. Y de allí se deriva que, Rosas gobierna siguiendo su intuición, interpretando las leyes y la filosofía del desarrollo nacional. Para lo cual –en una suerte de división de tareas- la nueva generación de intelectuales a la que pertenece, colaboraría investigando las artes, la filosofía, la industria para encontrar la forma nacional de desarrollo. Aunque aquí ya se deje entrever un conflicto futuro, en la medida en que el gobernador de Buenos Aires no acepte la guía intelectual de la generación del ’37, sobre todo frente al bloqueo francés. Pues en este caso se enfrentaría al razonamiento que expuso en el Fragmento, según el cual:

“Nuestras simpatías por Francia no son sin causa. Nosotros hemos tenido dos existencias en el mundo, una colonial, otra republicana. La primera nos la dio España; la segunda, Francia. El día que dejamos de ser colonos, acabó nuestro parentesco con España: desde la República, somos hijos de Francia. Cambiamos la autoridad española por la autoridad francesa el día que cambiamos la esclavitud por la libertad. A España le debemos cadenas, a Francia libertades.” (Alberdi citado por Zaffaroni, 2012: 59)

La cuestión que podemos diferenciar claramente con los textos de posteriores de Alberdi, es el modo en que considera al sujeto popular en esta etapa, en tanto más tarde enfatizará la incapacidad que tienen para ejercer el gobierno, quienes carezcan de instrucción o de una determinada posición social. Sin embargo, recordemos que en el Fragmento, cuando explica el apoyo a Rosas, sostiene que se trata de un “representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por pueblo no entendemos aquí a la clase pensadora, la clase propietaria, sino también a la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe.” (Alberdi citado por Jozami, 2012: 227)

Etapa liberal:

Podríamos pensar en el inicio de la etapa decididamente liberal de Alberdi, cuando se auto-exilia luego de la ruptura con Rosas, como sucedió con el resto de toda la generación del 37, que es precisamente cuando le dieron espacio en la redacción constitucional de 1853. Vale decir que para entonces también era un prestigioso jurista.

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colonial, parcelando a Iberoamérica en veinte mercados raquíticos, aislados entre sí y directamente subordinados cada uno de ellos al mercado internacional controlado por las potencias imperialistas” (Carpani, 1986: 66).

El juicio que harán los intelectuales liberales de esta generación posterior al proceso independentista, sobre los libertadores de nuestra América, es contundente en palabras del Alberdi de esta etapa:

“Nuestros patriotas de la primera época no son los que poseen ideas más acertadas del modo de hacer prosperar esta América que con tanto acierto supieron sustraer al poder español. Las ficciones del patriotismo, el artificio de una causa puramente americana de que se valieron como medios de guerra los dominan y poseen hasta hoy mismo. Así hemos visto a Bolívar hasta 1826 provocar ligas para contener la Europa, que nada pretendía y al general San Martín aplaudir en 1844 la resistencia de Rosas a las reclamaciones accidentales de algunos Estados europeos. Después de haber representado una necesidad real y grande de la América de aquel tiempo, desconocen hoy hasta cierto punto las nuevas exigencias de este continente. La gloria militar que absorbió su vida, los preocupa todavía más que el progreso” (Alberdi, las

Bases, cap. XV)

De manera que el progreso radicaba para los intelectuales liberales en someterse a las condiciones de dominación imperialista vigente entonces en el orden mundial, “[n]ada de guerras, nada de luchas; valía más bajar la cabeza que recurrir a la espada. No porque el extranjero fuera imbatible; Rosas demostró que se podía vencerlo. Pero las victorias criollas perjudicaban el progreso y la civilización de la tierra: [dirá Alberdi] ‘Ante los reclamos europeos por la inobservancia de los tratados que firméis no corráis a la espada ni gritéis ¡Conquista! No va bien tanta susceptibilidad a pueblos nuevos que para prosperar necesitan de todo el mundo… la paz nos vale el doble que la gloria.’ (…) Con la paz habrá dinero, desde luego en manos foráneas, pero algunas migajas podían recoger los nativos amoldados al nuevo orden y que le sirvieran con lealtad.” (Rosa, 1992: 105)

Para ello esta generación escribiría las teorías que justifiquen la consolidación de las oligarquías y el texto constitucional en base a la cual debieran ordenarse los poderes gubernativos y el fin asignado a la comunidad por el sector social dominante, tomando el concepto de Constitución de Aristóteles según la traducción de Lassalle. Y será precisamente Alberdi quien diseña la ingeniería constitucional del proyecto oligárquico que abre la puerta al capital extranjero y la cierra a la participación popular (Koenig, 2015), mediante su obra Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina y el proyecto de Constitución agregado -como dijimos- a la segunda edición que envió a Urquiza, convirtiéndose de este modo en el texto fundante de la Constitución de 1853.

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de esos factores de producción; ‘Los capitales son la civilización argentina’ y merecen una ‘amplia y entera libertad de acción y aplicación’ y ‘la libertad ilimitada en la tasa del interés’. Esta es, en definitiva, la idea central de la Carta Magna original, a la que hay que cruzar con la profunda desvalorización de lo criollo y lo aborigen, tal como se sigue de las páginas de dicho texto. Ese es el proyecto que impulsa la oligarquía para organizar la Nación conforme a sus propios intereses.” (Koenig, 2015: XX cap 2do punto 2 XX)

De todos modos, cabe advertir que aún el texto de la Constitución es un terreno de disputa por la interpretación de sus cláusulas, así como por el proyecto de país que instituyen. Y la postura liberal clásica, no fue la única en base a cuyos postulados se miraba el texto sancionado. Al respecto, no podemos dejar de señalar que Mariano Fragueiro –como señala Sampay- hizo una lectura más nacional e intervencionista del texto constitucional en su “Estatuto para la Organización de la Hacienda y Crédito Público de la Confederación Argentina”. Frente a esta interpretación y en calidad de autor de su principal fuente, don Juan Bautista publica en 1854 el “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853”, obra fundamental dentro del corpus alberdiano “concebida como una continuación

de las Bases, plasmando una guía de principios económicos e impositivos para uso de las autoridades de la joven Confederación Argentina” (Gerez, s/f).

Esta obra, confronta marcadamente con el modelo colonial hispánico y reivindica en forma contundente a los clásicos, acaso para que no quede duda acerca de cuáles eran los principios económicos sobre los cuales habría que inscribir al texto constitucional de los vencedores de Caseros. En efecto, en su introducción “Alberdi reivindica el ideario demoliberal de la Constitución invocando expresamente el principio del laissez faire, laissez passaire de los fisiócratas y de Juan Bautista Say, para hacer una encendida defensa de la que llama Escuela Industrial de Adam Smith, a la que califica como ‘doctrina de la libertad’, afirmando que a esa doctrina y no a otra pertenece la Constitución (…) y sólo dentro de esa doctrina debe ser interpretada, no correspondiendo buscar otras interpretaciones fuera de ella. (…) El impacto de la interpretación doctrinaria alberdiana sobre los aspectos económicos de la Constitución fue muy fuerte y su contundencia contribuyó a afirmar el modelo agroexportador de la Generación del ‘80.” (Dalla Via, 2011: 30)

En este sentido, en palabras del propio Alberdi en el Sistema económico y rentístico, así defiende aquel carácter absoluto de la propiedad privada, esbozando la bandera del librecambismo, una especie de pensamiento único dominante entonces, que sería –como dijimos- el núcleo de la Constitución del 53;

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medios de acción, la tierra y el capital y todo el círculo de su triple empleo –la agricultura, el comercio, las manufacturas- que no son más que variedades del trabajo. Según esto, organizar el trabajo no es más que organizar la libertad; organizarlo en todos sus ramos, es organizar la libertad agrícola, la libertad de comercio, la libertad fabril. Esta organización es negativa en su mayor parte; consiste en la abstención reducida a sistema, en decretos paralelos de los del viejo sistema prohibitivo que lleven el precepto de dejar hacer a todos los puntos en que los otros hacían por sí, o impedían hacer.” (Alberdi, 1854)

De manera que, la lectura de Fragueiro se desvaneció a poco de andar, no porque Alberdi escribiera cómo leerse sino porque la Constitución real –es decir, las verdaderas fuerzas sociales dominantes- harían esa interpretación en la consolidación de un Estado funcional a sus intereses e inserto en la división internacional del trabajo tributaria del imperialismo británico. “Ni siquiera fue la [lectura] de Alberdi, sino la más propia de la oligarquía expresada por los archienemigos del pensador tucumano: Mitre y Sarmiento. Así, se conjugaron las bases de la penetración imperialista inglesa con su sesgo centralista, aristocrático, librecambista. Y sobre esta lógica se empezaron a llenar los espacios entre las letras constitucionales y la realidad de un Estado en construcción, sobre todo a partir de la victoria porteña de Pavón.” (Koenig, 2015:

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Ahora bien, esa libertad absoluta en términos económicos no era tal en términos políticos, dado que Alberdi, si bien consagraba el principio abstracto de la soberanía popular, consideraba al pueblo incapaz de gobernarse a sí mismo, de modo que esa tarea era reservada al sector social dominante.

“Por fortuna la libertad económica no es la libertad política; y digo por fortuna, porque no es poca el que jamás haya razón de circunstancias bastante capaz de legitimar, en el ejercicio de la libertad económica, restricciones que, en materia de libertad política, tienen divididas las opiniones de la ciencia en campos rivales en buena fe y en buenas razones. Ejercer la libertad económica es trabajar, adquirir, enajenar bienes privados: luego todo el mundo es apto para ella, sea cual fuere el sistema de gobierno. Usar de la libertad política, es tomar parte en el gobierno; gobernar, aunque no sea más que por el sufragio, requiere educación, cuando no ciencia, en el manejo de la cosa pública. Gobernar, es manejar la suerte de todos; lo que es más complicado que manejar su destino individual y privado. He aquí el dominio de la libertad económica, que la Constitución argentina asimila a la libertad civil concedida por igual a todos los habitantes del país, nacionales y extranjeros, por los artículos 14 y 20.” (Alberdi, 1854)

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representantes-reconoce que el ejercicio del poder y del sufragio debía concentrarse en manos de la oligarquía excluyendo al pueblo, cuya libertad se reducía a vender su fuerza de trabajo.

“dice Alberdi: ‘Para dar pábulo al desarrollo industrial y comercial dad al Poder Ejecutivo todo el poder posible’, con el objeto de ‘defender y conservar el orden y la paz’; sin los cuales no se conseguiría ‘inmigración de capital’, que ‘es la varilla mágica que debe darnos población, caminos, canales, industria, educación y libertad’ (…) ‘Yo no veo por qué en ciertos casos no pueden darse facultades omnímodas para vencer el atraso y la pobreza, cuando se dan para vencer el desorden, que no es más que el hijo de aquellos’. Empero, para que esto ocurra, es ‘un punto esencialísimo la supresión de los derechos de la multitud’ y únicamente conceder el voto a ‘la inteligencia y a la fortuna’, ya que ambas cosas ‘no son condiciones que excluyan la universalidad del sufragio, desde que ellas son asequibles para todos mediante la educación y la industria’. Alberdi, como la mayoría de los pensadores de su generación despreciaba profundamente al pueblo. Y hasta se planteaba su reemplazo por otro como lo expresa con claridad: ‘Necesitamos nuestras gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para ella, sin abdicar el tipo de nuestra raza original, y mucho menos el señorío del país; suplantar nuestra actual familia argentina por otra igualmente argentina, pero más capaz de libertad, de riqueza y progreso’ (Alberdi, 2009: 190)” (Koenig, 2015: XXX)

Si hay una idea del Alberdi de esta época que revela ese profundo desprecio de su generación por lo nacional y lo popular, que a su vez sintetiza buena parte de su pensamiento y que también implicó importantes consecuencias en la constitución del elemento población en la consolidación del Estado moderno (es decir, una idea que también fue llevada hasta sus extremos por la oligarquía porteñocéntrica) fue la que el tucumano expresó en: “GOBERNAR ES POBLAR”.

Pues, la idea de la oligarquía acerca de que los “negros” no quieren y/o no sirven para trabajar porque son “vagos”, es vieja como el Estado mismo y tiene vigencia aún hoy en vastos sectores de nuestra sociedad. “Veamos lo que Alberdi quiere para su país. Quiere inmigrantes para ‘plantar y aclimatar en América la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de Europa y de Estado Unidos.’ Como en cien años -opina- será imposible hacer del gaucho argentino o del roto chileno un obrero inglés, traigamos de Europa pedazos de su civilización. El hombre nativo es irredimible. Proponer exterminarlo sería excesivo. Dejémoslo vivir en los rincones oscuros de la sociedad” (Pommer: 2013, p. 17).

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“La justificación de tal anexión se funda en el mito de la sincronicidad de las culturas, es decir la idea de una evolución única de la humanidad. Claro está que la Razón Imperial se reservaba para sí el sitial de locomotora del progreso de la humanidad. Visto de este modo, Europa no imponía su civilización sino que civilizaba al mundo. Allí hay que encontrar la idea muy sarmientina de contraponer la civilización con la barbarie, es decir, imponer la cosmovisión europea sobre cualquier tipo de manifestación de la cultura autóctona.” (Koenig: 2010, XXX)

De manera que la idea alberdiana de que “gobernar es poblar” implicaba que el elemento poblacional sea profundamente transformado, una transformación que no fue más que la suplantación por otra población que en teoría eran aptos para el trabajo, aunque principalmente inmigraron los europeos del sur y no del norte, como ansiaban. Se trataba así de traer la gente para quien estaba hecha esa Constitución. Al respecto, José María Rosa dirá que Alberdi resuelve “la antinomia entre un pueblo indoespañol y una constitución liberal anglosajona (…) quedándose con la constitución y eliminando a los argentinos: ‘No son las leyes las que precisamos cambia: son los hombres, las cosas. Necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para ella… Si hemos de componer nuestra población para el sistema de gobierno; si ha de sernos más posible hacer la población para el sistema proclamado que el sistema para la población, es necesario fomentar en nuestro suelo la población anglosajona. Ella está identificada al vapor, al comercio, a la libertad, y nos será imposible radicar estas cosas entre nosotros sin la cooperación activa de esa raza de progreso y civilización… La libertad es una máquina que, como el vapor, requiere maquinistas ingleses de origen. Sin la cooperación de esa raza es imposible aclimatar la libertad en parte alguna de la tierra.’ (Alberdi, las Bases, cap. XXX y XXXII) El raciocinio es convincente. Para tener la ansiada constitución, y que ésta fuera real, debía traerse la gente para quienes había sido hecha. El cuerpo para el traje, ya que no había traje para el cuerpo.” (Rosa, 1992: 103)

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confortablemente’ (Alberdi, las Bases, cap. XXXII y XV). Con la frase en América, gobernar es poblar, sintetizó su pensamiento. Hacer una Argentina sin argentinos, habitada por las ‘razas viriles’ que harían posible la constitución. Gobernar es poblar, que exigía despoblar previamente de criollos, para repoblar con gentes aptas para la libertad” (Rosa, 1992: 103/104)

De manera que, aunque el tucumano planteara sus discrepancias con la antinomia sarmientina, el sector dominante en realidad había tomado esa decisión política, para la cual la pluma del Alberdi de este tiempo fue absolutamente funcional a ese proyecto. Un proyecto de país diseñado desde una ciudad puerto parada de espaldas al país, que quizás la agudeza de Jauretche sea quien mejor describa ese hecho fundante del Estado moderno argentino, aplicable también a la región. “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol (…) La incomprensión de lo nuestro prexistente como hecho cultural o mejor dicho, el entenderlo como hecho anticultural, llevó al inevitable dilema: todo hecho propio, por serlo, era bárbaro, y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar.” (Jauretche, 2008: 23)

Aunque finalmente, no podemos dejar de señalar cómo Alberdi se distancia críticamente de esa oligarquía genocida incluso durante esta misma etapa, cuando edita “El crimen de la guerra” -cuya lectura es prácticamente olvidada en los programas de las Altas Casas de estudio del derecho- donde sostiene que la oligarquía porteña es responsable de un genocidio en la campaña contra el Paraguay en la llamada Guerra de la Triple Alianza. Todavía sigue adscribiendo plenamente al liberalismo -cosa que algunos dirán que nunca abandonó-, aunque ya no está de acuerdo con el modo en que es conducido por esa oligarquía, donde la negación del Otro autóctono se reduce al liso y llano exterminio. Esta diferencia -como señalamos- Mitre no le perdonará jamás y de allí el odio propinado contra el pensador desde las páginas del diario La Nación, que -parafraseando a Homero Manzi- actuó y actúa aún hoy, como guardaespaldas de los intereses de su clase.

Cuando don Bartolomé aseguraba que la guerra fratricida de la “Triple Infamia” se fundamentaba por su carácter ‘civilizatorio’, Alberdi respondía -en forma letal- dejando en evidencia que si había un país adelantado y desarrollado era precisamente el de los hermanos paraguayos:

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Ahora bien, señalemos -con Hernández Arregui- acaso como límite en este Alberdi, que el tucumano “no ignoraba, aunque como siempre calla, en su valiente actitud sobre la Guerra del Paraguay, la mano oculta de Inglaterra, y centra su fuego en Brasil. (…) Alberdi, economista y diplomático de talento, sabía al dedillo que tanto Inglaterra como Francia eran las principales interesadas en la libre navegación de los ríos. Mucho más que Brasil. Pero no podía malquistarse con Londres. Su único apoyo.” (2004: 104)

Etapa de crítica al liberalismo:

Finalmente, el Alberdi viejo cuyas ideas podemos encontrarlas editadas en sus “Escritos póstumos” es absolutamente crítico hasta del propio liberalismo. Ello así, en tanto en el aspecto económico defiende la intervención del Estado. Antes de entrar de lleno en su principal postulado de esta última etapa, nos interesa poner en cuestionamiento la idea de que los sujetos descubren las cosas que escriben, como si se iluminaran y descubrieran el instituto –por ejemplo- de la propiedad privada, entonces es un presentado como un abogado brillante que escribe una definición, en lugar de comprender que son ideas político-ideológicas que se plantean los autores, las piensan, confrontan, discuten, y las sostienen, porque son producto de la disputa de intereses, de la lucha, la apropiación o la explotación del otro. Desde ahí, los conceptos son como diría Platón las ideas de la caverna.

Las diferencias de Alberdi con el liberalismo oligárquico –que existía aun en forma incipiente en su etapa liberal- se vuelve irreconciliable en su última etapa, donde efectúa una profunda crítica a la historiografía oficial. "En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento y Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje." (Alberdi citado por Jauretche, 2006: 13). Cabe señalar que esa política de la historia, fue uno de los mecanismos centrales -junto con la masificación de la escuela- que esa oligarquía encontró lúcidamente para homogeneizar el elemento poblacional, luego del genocidio de gauchos y nativos sumado a su reemplazo por inmigrantes de distintos lugares de la Europa pobre del sur -a pesar de sus planes- que también tenían profundas diferencias culturales entre sí.

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de la oligarquía para que no la cuestione. Por eso Jauretche habla de la política de la historia destinada a desorientarnos de los fines nacionales, en efecto “la falsa historia comienza a funcionar no sólo por la desvirtuación del pasado (…) sino como un sistema destinado a mantener esa desvirtuación y prolongarla en lo sucesivo imponiéndola para el futuro por la organización de la prensa y la enseñanza, de la escuela a la universidad, con una dictadura del pensamiento, esa que señala Alberdi, que hiciera imposible esclarecer la verdad y encontrar en el pasado los rumbos de una política nacional. Esto era una exigencia de la estructura económica que se creaba por la aplicación lisa y llana del liberalismo económico, que coincidía en esos momentos con los intereses de la dominación de Gran Bretaña, pues su fundamento era la división internacional del trabajo.” (Jauretche, 2006: 17/18)

A tal punto el pensador tucumano destroza a la política de la historia esgrimida por la oligarquía porteña, que Jauretche lo considera parte de los autores previos al revisionismo, cuando sostiene que a partir de 1955 "[l]a investigación y la búsqueda ansiosa de nuevas claves para interpretar la historia, hace aparecer a los ‘proto-revisionistas’, es decir, aquellos hombres de nuestro pasado, anteriores a los que habíamos considerado como precursores (Saldías, Quesada) que ya en su tiempo impugnaron a la historiografía liberal. Así se ‘redescubre’ al Alberdi ‘viejo’, al José Hernández, defensor del Chacho, a Guido Spano, crítico de la guerra del Paraguay, a Olegario V. Andrade, a Evaristo Carriego (abuelo), a Francisco P. Fernández, etc." (Jauretche, 2006: 121/122)

En el mismo sentido, León Pommer (2013: 15) –que también refiere a esta etapa como “el Otro Alberdi”- sostiene que en sus Escritos Póstumos “es feroz el ataque a los liberales porteños, a su corrupción y venalidad. Pero entiéndase bien, Alberdi no abjura de su liberalismo. Sus Bases son la prueba cabal de su ideario. Pero quiere a los liberales profesando la honestidad, no al servicio de una oligarquía mercantil. Alberdi es un gran develador de mitos, intérprete de una historia que está elaborando el poder entronizado en la ciudad puerto”. Por lo tanto, lo considera al igual que Jauretche, el precursor de una historia no oficial, en tanto notable anticipador de quienes más tarde negarían acatar la historia canonizada.

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Incluso en estos tiempos, Alberdi modifica su postura contraria al régimen de España en estas tierras, pues recordemos que en su etapa liberal atribuía a ese pasado hispánico todas las causas del atraso americano. Así Hernández Arregui sostiene que “junto a ese Alberdi deplorable, hay otro Alberdi. El mismo que ya anciano, en su casi desaparecido libro Mi vida privada, recuerda su formación francesa e inglesa con arrepentimiento: ‘Mi preocupación de ese tiempo contra todo lo que era español me enemistaron con la lengua misma, sobre todo con la más pura y clásica, que me era insoportable por lo difusa. Falto de cultura literaria, no tenía el tacto ni el sentido de su belleza. No hace sino muy poco que me he dado cuenta de la suma elegancia y cultísimo lenguaje de Cervantes. Pero más tarde se produce en mi espíritu una reacción en favor de los libros clásicos de España, que ya no era tiempo de aprovechar, infelizmente para mí, como se llega a ver en mi manera de escribir en la única lengua en que no obstante escribo’” (Hernández Arregui, 2004: 104).

Así, el viejo Alberdi revisa en esta etapa gran parte de sus juicios sobre España, no sólo en cuanto a la cultura hispánica de la que los suramericanos somos hijos -aunque ello sea producto de una violación, no podemos dejar de señalar que, quizá producto de la discusión de los humanistas, el Imperio español en América se mezcló con los pueblos originarios dando lugar al surgimiento de un nuevo sujeto-, sino también en lo relativo a las críticas lapidarias que tuvo otrora sobre el régimen administrativo español, al comprobar los efectos desastrosos de la política posterior a Caseros y Pavón, que él mismo había contribuido a construir como ideólogo aporteñado y habiendo pasado por alto que aquel régimen fue proteccionista en relación a las provincias del interior.

Discutiendo con Sarmiento, aunque en el fondo también contra Mitre, se plantea en diversos fragmentos de sus obras póstumas y también en su correspondencia privada -que la historiografía oficial se preocupó en mantener en estricto secreto y resguardo, para mostrar sólo el Alberdi funcional a sus intereses, que consideró al sistema español la causa de los desequilibrios del país- reconocerá allí el tucumano que la legislación de aquel régimen mantuvo a las provincias estabilizadas y en paz por siglos. Así, dirá que Sarmiento “es digno de ese honor al mismo título que sus héroes, porque ha colaborado con ellos en la misma obra de disolver la unidad nacional, que de un estado más o menos regular que fue al salir de las manos de España, ha quedado convertida por sus reconstrucciones de acciones de la pluma, en una masa informe de pueblos, gobernados apenas por las condiciones de su común geografía” (Alberdi citado por Hernández Arregui, 2004: 106).

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probablemente fueron escritos entre la época del derrumbe de la Confederación y 1880-, donde Alberdi cuestiona la radical dicotomía sarmientina, utilizada por la oligarquía en nuestro país, aún hoy. En estos textos corrige lo que escribía en su juventud con el apodo de Figarillo y también en las Bases, al considerar:

¿Qué idea tiene de la civilización este autor de Civilización y Barbarie? La civilización para él está solo en las ciudades, porque, según él, consiste en el traje, en las maneras, en el tono, en los modales, en los libros, en las escuelas, en los juzgados. Para él la América se divide en dos mundos: las ciudades y las campañas, que él considera como dos partidos, dos entidades, no solo distintas y separadas, sino enemigas, antagonistas, incompatibles, representando una la civilización y la otra la barbarie. (…) Mientras que el autor pretende que las campañas pastoras representan la barbarie, su libro no desmiente que toda la opulencia y riqueza argentina nacida de la industria rural se produce en las campañas, y que donde está la riqueza y la opulencia, está la civilización.” (Alberdi, 2013: 31 y 55)

En su lapidaria crítica respecto a quienes en nombre de la civilización utilizaron los métodos de la barbarie que ponían en cabeza de sus adversarios político, en esta etapa de su vida, dirá:

“Al caudillo de las campañas sigue el caudillo de las ciudades, que se eterniza en el poder, que vive sin trabajar del tesoro del país, que persigue y fusila a sus opositores, que hace guerra de negocios pero todo en forma y en nombre de la ley que, en sus manos, es la lanza perfeccionada del salvaje. No mata con cuchillo pero destroza y devasta con el sofisma, que es su cuchillo. No es el caudillo de chiripá pero es el caudillo de frac; es siempre un bárbaro, es decir las dos cosas unidas formando un solo todo: una civilización bárbara, una barbarie civilizada. (…) Lo que es nuevo y magnífico es matar, empobrecer y desolar países como Entre Ríos y Paraguay, en nombre de la civilización y el progreso; y éste es el atributo original y distintivo del caudillaje letrado de las ciudades argentinas. (…) Decir que Buenos Aires representó la ‘civilización’ y las provincias la barbarie es una extravagancia que sólo puede disculparse al fanatismo del partido. De parte del extranjero neutral, el nudo de esta calificación es una solemne impertinencia, a menos que no participe directamente del interés de calumniar los hechos.” (Alberdi, 2013: 73/74)

En cuanto al asesinato y sobre todo la posterior obra escrita por el sanjuanino para justificar tremendo crimen político del caudillo riojano Ángel Vicente Peñaloza, será contundente Alberdi al afirmar que:

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