• No se han encontrado resultados

El tiempo y la muerte

N/A
N/A
Protected

Academic year: 2017

Share "El tiempo y la muerte"

Copied!
9
0
0

Texto completo

(1)

EL TI EM PO Y LA M UERTE

Mariano Gallego Universidad de Buenos Aires ( Argent ina) m ariano_gallego@hot m ail.com

Re su m e n

Los m odos de concebir la m uert e han cam biado hist óricam ent e. Si, com o afirm a Philippe Ariés, en la edad m edia ést a era concebida com o un m om ent o necesario y era exhibida públicam ent e, durant e la m odernidad com enzó a ser negada y a t ransform arse en un acont ecim ient o privado que debía ser resguardado de la m irada pública. Pero est os cam bios, que t ienden a generalizarse, parecieran no haber afect ado de igual m anera a t odos los sect ores sociales. Es posible observar que algunos sect ores populares han repet ido ciert os rasgos en sus m aneras de concebir la m uert e a lo largo de la hist oria.

El obj et ivo de est e t rabaj o radica en la posibilidad de dar cuent a, por m edio de un caso part icular ( el día de los m uert os en México) , cóm o la m uert e es represent ada de m aneras diversas de acuerdo con el espacio social ocupado y cóm o las influencias de las ideas de la m odernidad y del capit alism o pueden haber afect ado est as represent aciones.

Pa la br a s cla ve : la m uert e – sim bólico – t em poralidad - represent aciones.

Los m odos de concebir la m uert e han cam biado hist óricam ent e. Si, com o afirm a Philippe Ariès, en la edad m edia la m uert e era concebida com o un m om ent o necesario y era exhibida públicam ent e, durant e la m odernidad com enzó a ser negada y a t ransform arse en un acont ecim ient o privado que debía ser resguardado de la m irada pública ( 1) . Walt er Benj am ín sost iene que es im posible no dej ar de not ar la relación que t iene la t ransform ación con respect o al concept o de et ernidad cuando se t ienen en cuent a los m odos de concebir la m uert e; si la m uert e hoy se vive de m odo t rágico es porque la relación con el t iem po ha m ut ado not ablem ent e

“ Morir era ant año un proceso público y alt am ent e ej em plar en la vida del individuo ( ...) m orir, en el curso de los t iem pos m odernos, es algo que se em puj a cada vez m ás lej os del m undo percept ible de los vivos” ( 2) .

Hoy la finit ud no es m ás que la expresión de la form ación de la individualidad, ello t eniendo siem pre en cuent a al suj et o com o un m odo de const rucción discursiva. Según Jean Baudrillard

“ Toda nuest ra cult ura no es m ás que un inm enso esfuerzo para disociar la vida de la m uert e, conj urar la am bivalencia de la m uert e en beneficio exclusivo de la reproducción de la vida com o valor, y del t iem po com o equivalent e general” ( 3) .

Y ello gracias a que la iglesia ha logrado apropiarse de la m uert e y t ransform arla en m oneda de cam bio; en ello radica su poder ya que se erige com o m ediación ent re la vida t errena y finit a y la et erna del m ás allá.

(2)

en las represent aciones de Holbein, Durero o Hans Balduin Grien son una expresión de ello. La m uert e no est á de paso, la m uert e viene a recordar la fat alidad del hom bre y su dest ino sobre est e m undo. Pero, por sobre t odas las cosas, siem pre un dest ino t rágico: el t em or a la m uert e se hace evident e y la m uert e debe ser alej ada de la cot idianidad.

Ahora bien, ¿son ést os los únicos m odos de concebir la m uert e? En la m ayoría de los aut ores, t ant o en Ariés com o en Baudrillard ent re ot ros, observam os una generalización hom ogeneizadora que unifica a la t ot alidad de la sociedad en cuant o a la percepción de una m ism idad que la enfrent a a su dest ino fat al. Sin em bargo podem os observar det erm inadas represent aciones acerca de la m ism a en la que se escapa a est as represent aciones; en el carnaval dice Baj t in ( 6) la m uert e se t ransform a en vida y adquiere el caráct er dual que t enía durant e la época clásica. Est a ponencia int ent a m ost rar uno de t ant os casos en los que la m uert e adquiere dim ensiones que escapan a est as generalizaciones. Si bien es ciert o que la t ransform ación de la m uert e ha sido m uy fuert e, es posible encont rar espacios de ret orno de ot ra concepción: com o un ret orno de lo reprim ido, espacios en los que ést a se cuela com o part e de una visión en la que la individualidad es t rascendida por una m irada m ayor que no es sim plem ent e la sum at oria de las individualidades, sino generadora de las relaciones individuales y lo que les da sent ido.

La m u e r t e e n M é x ico

1. Hoy sabem os que, por lo m enos un día al año, la m uert e en México se conviert e en una invit ada de luj o; el dos de noviem bre se celebra el “ día de m uert os” , y sino t odos los m exicanos, gran part e de ellos acuden ese día a algún cem ent erio llevando algunas ofrendas; bebidas fuert es ( alcohol) , com ida u ot ros obj et os que se colocan en las t um bas de sus fam iliares. Tam bién se deposit an flores de cem pealxóchit l, unas flores m uy coloridas que t ransm it en part e de ese sent ido fest ivo que t iene aquel día para el pueblo, se com en calaveras de azúcar con los propios nom bres inscript os sobre ést as, pan de m uert os y se const ruyen alt ares en las propias casas a los fam iliares ya fallecidos. Est e es uno de los rit os con m ayor adhesión en México y en el que part icipa gran part e de la población, y de ninguna m anera podría pensárselo com o un rit o nost álgico que sólo incit a a llorar a los que ya se han ido. Por el cont rario, t odo t ranscurre en un ám bit o de alegría en el se m ezclan las borracheras, la m úsica y sobre t odo, la risa. El consum o de alcohol es caract eríst ico t ant o para los vivos com o para los m uert os. Se supone que por la noche los m uert os abandonan sus t um bas y t om an t equila u ot ras bebidas j unt o con la com ida que les hubieran dej ado sus fam iliares. Es para ést os un día de fiest a ya que t ienen acceso a placeres que habían abandonado hacía t iem po a causa de su condición de m uert os, y la m úsica es fundam ent al para alegrarles su día. Exist en varios relat os que refieren la im port ancia que est as práct icas t enían a principios de siglo. Josefina Pérez, por ej em plo, una em pleada dom ést ica de cuarent a y t res años de la cuidad de México narra en una ent revist a realizada en 1981,

“ m i abuelit a nos decía que el padre les había dicho que eso de los m uert os sí exist ía, y así pienso que em pezó uno a creer” ( 7) .

Si se hace la cuent a de su edad m ás las edades de su abuela y del padre de su abuela, no nos encont ram os lej os de aquella época, a finales del siglo XI X. Est e día era m uy im port ant e para quienes adopt aban est as creencias, puest o que, de no llevar a cabo est os preparat ivos, su m uert o no sólo quedaba privado de aquellos placeres y t enía que esperar un año m ás para gozarlos, sino que, en algunos casos quien había olvidado a su m uert o podía vérselo aparecer esa m ism a noche y hast a perder la vida a m anos de ést e. Adem ás del t est im onio ant erior, Josefina Pérez narra una leyenda que era m uy com ún y que aparece en varios relat os en aquel m om ent o, y refiere que exist ían casos en que a quienes habían olvidado deposit ar las ofrendas, o que no lo habían hecho de m anera suficient e, esa m ism a noche se les aparecía el fam iliar m uert o y vengaba su descort esía llevándoselos a su m undo ( 8) .

(3)

se soport aba com o un sufrim ient o inevit able.

“ Los ant iguos azt ecas ( ...) sent ían la inm inencia de la dest rucción. Jacques Soust elle sugiere que el gran desarrollo de la ast ronom ía en las civilizaciones ant iguas de Mesoam érica puede haber est ado alent ado por un deseo de predecir, m ediant e la observación de las est rellas, la ocurrencia de desast res fut uros ( ...) Los Azt ecas vivían con un sent im ient o que lo im pregnaba t odo, de la fut ilidad de las aspiraciones hum anas; su filosofía pesim ist a debe de haberles dado una enorm e acept ación resignada respect o a la vulnerabilidad del hom bre. ( ...) Los azt ecas veían la vida com o una prisión, cuyo principal m érit o era su t ransit oriedad” ( 9) . Est o puede haber inducido a que en el calendario Azt eca exist ieran dos m eses dedicados a la m uert e, “ noveno” o “ fiest a de los m uert ecit os” y “ décim o” “ gran fiest a de los difunt os” , fecha en que se sacrificaba gran núm ero de hom bres” ( 10) . Con est a descripción pret endo hacer not ar que la m uert e ent re los azt ecas se llevaba a cuest as, que era m ucho m ás que una posibilidad cercana y previsible, que podía ser encont rada en cualquier recodo; con la m uert e se convivía t odo el t iem po.

Durant e los siglos post eriores, principalm ent e con la llegada de los españoles a Am érica, las represent aciones, así com o la relación con la m uert e cam biaron not ablem ent e. Durant e el siglo XVI , se expande en el territ orio m exicano la idea del infierno, hast a ent onces desconocida, y con ést a se generaliza el t em or hacia la m uert e. Los cráneos, que ant eriorm ent e se habían usado para adornar algunos alt ares, com ienzan a desaparecer por influencia de la iglesia cat ólica. La m uert e com ienza a ser represent ada por m edio de un esquelet o con una guadaña, est o puede observarse bien en la obra “ El t riunfo de la m uert e” que perm anece en el m useo del virreinat o, en la que aparece un personaj e con una guadaña en una m ano y una vela a punt o de ext inguirse en la ot ra. Es evident e la significación que est a obra adquiere y no necesit a de m ayores int erpret aciones. Durant e el siglo XVI I I , ya la m uert e dej a de ser represent ada com o algo t errorífico y se t ransform a en una figura am able, pero t odavía t endrá que pasar algún t iem po para llegar a adquirir el caráct er not able que t iene en los siglos XI X y XX.

Est a relación con la m uert e, por lo t ant o, parece ser un hecho que se acarrea desde las cult uras ancest rales pero lo que m ás nos im port a en est e caso, es que est e rit o del “ dos de noviem bre” , si bien no se t iene acabada inform ación al respect o, a part ir de algunos hechos observables, com o los grabados de José Guadalupe Posada y el surgim ient o de det erm inados géneros com o los “ versos calavera” , parece haber recobrado fuerza a part ir de finales del siglo XI X ( 11) . Y lo que puede observarse claram ent e en las ilust raciones de Guadalupe Posada es que la m uert e en ese m om ent o ocupaba un lugar im port ant e en la vida cot idiana. En sus ilust raciones, la m uert e es un personaj e corrient e que llega para quedarse, que se est ablece com o un am igo lej ano que viene a visit arnos desde lej os y decide perm anecer por un prolongado t iem po en nuest ra casa. Es evident e que durant e est e período la m uert e ocupa un lugar especial en la vida de algunos sect ores en México, y uno de los hechos m ás im port ant es al respect o es el giro hum oríst ico que ést a adquiere que podem os observar en las ilust raciones y que t am bién puede percibirse en los “ versos calavera” .

“ No puede decirse que las ideas que expresa el folclor m exicano sean originales. Lo que parece peculiar es el t ono, el sincero t oque de hum or fest ivo y diversión. La rica im aginería europea respect o de la m uert e – los grabados de Durero, y los realizados por Holbein en m adera de la danse m acabre- t iene claram ent e el propósit o de at em orizarnos al m ism o t iem po que hacer que nos arrepint am os de nuest ros pecados. La represent ación sim bólica de la m uert e, el esquelet o, parece decir: ‘recuerda que pront o est arás com o yo. Reflexiona sobre la vanidad de t u vida en el m undo. Tu dest rucción, t u put refacción est á m uy cerca. Est á j ust o aquí, ¡t e est á t ocando! ’. El esquelet o m exicano, en not able cont raposición, no es una aparición. Es un policía, un dandi cit adino, un peón o un cam arero de bar. ‘No es m ás horrible ni m ás at errador que cualquier hom bre ( ...) una calavera, con t odo y que es un esquelet o, no supone una am enaza’” ( 12) .

(4)

2. Est a relación que podem os observar a t ravés de los grabados de Guadalupe Posada en que aparecen sus calaveras, en las que se m ezclan los vivos con los m uert os, la risa y lo grot esco, pareciera ser una caract eríst ica de las cult uras populares a lo largo de la hist oria. Según las int erpret aciones que hace Baj t in sobre la cult ura popular europea en la edad m edia y el renacim ient o, la risa se m anifest aba com o la concepción m ism a de la vida. La risa desde est e punt o de vist a parece ser aquello que t iene el poder de invert ir lo dado, aquello que nos cuent a de un m undo “ no oficial” const ruido desde las cult uras populares que opera com o un dem arcador, separando dos t errit orios ( nunca en sent ido geográfico) . En est e sent ido, en las fiest as populares, los cont ext os cot idianos se t rasform an adquiriendo un sent ido nuevo, pero un sent ido que se hace perfect am ent e com prensible para t odos los part icipant es y que no necesit a m ás que algunos elem ent os para cam biar el m odo de act uar de t oda una cult ura, ya que t odos los involucrados poseen las com pet encias necesarias para com prenderlo y poder adecuarse. En est e sent ido, uno de los principales fact ores respect o a est e cam bio pareciera ser el m odo de concebir el t iem po y las m ut aciones respect o a su represent ación en est as fechas, volviendo a adquirir en el im aginario social un caráct er circular, aunque solam ent e sea por el espacio que dura el carnaval.

Podem os ent onces decir que durant e est e período puede observarse que algunos sect ores en México enfat izaban est a relación con la m uert e, que por un lado parecía encont rarse en relación direct a con los m odos de represent ación de sus ancest ros y por ot ro aparecía dot ada de significados nuevos. En est e sent ido cabría pregunt arnos ¿cuáles pueden haber sido las posibles causas del resurgim ient o de est as práct icas que parecían m overse en relación opuest a a las ideas dom inant es ( posit ivism o, racionalism o) que en ese m ism o m om ent o habían sido adopt adas por las clases dom inant es de la sociedad m exicana?

3. Con el ascenso de Porfirio Díaz al poder en México com ienza a desarrollarse una incipient e indust rialización . Est e proceso es llevado a cabo por algunos t errat enient es ( hacendados) que se han vist o beneficiados con las leyes de t ierras sancionadas algunos años ant es por los liberales, que en un principio t enían el propósit o de hacer product ivas grandes ext ensiones de t ierras ocupadas por la iglesia y las grandes corporaciones, pero que durant e el porfirism o son puest as en práct ica perdiendo su sent ido originario y favoreciendo el surgim ient o de los lat ifundios ( 13) . El m ism o proceso que les perm it e acum ular grandes ext ensiones de t ierra, les perm it e a la vez a est os t errat enient es generar grandes ganancias y gracias a ello llevan a cabo est e proceso de indust rialización. Para ello se necesit aba m ano de obra barat a que les fue posible conseguir a causa de las m ism as leyes, ya que produj eron el dest ierro de gran cant idad de pequeños cam pesinos y grupos de indígenas que poseían propiedades com unales llam ados ej idos y los induj eron a vender su fuerza de t rabaj o por unos pocos cent avos. Así, nos encont ram os en México con una ciudad en la que habit aban gran cant idad de m igrant es provenient es de lugares rurales que acarreaban consigo diferent es cost um bres, así com o una clase obrera en desarrollo. Est os sect ores sent aron un punt o de encuent ro en la ciudad m arcando un quiebre definit ivo sobre la vida cot idiana.

Al m ism o t iem po, los sect ores hegem ónicos, dueños del capit al y las t ierras, int ent aron reproducir los m odos de com port am ient o y las cost um bres europeas, en algunos casos pasadas de m oda, lo que dio surgim ient o a una cult ura m ezcla de rasgos t ant o feudales com o m odernos que de alguna m anera se reflej aba en los est ilos art íst icos. A riesgo de caer en un reduccionism o podríam os t razar una analogía con respect o a los m odos de producción, ya que com o m encionábam os ant eriorm ent e, se desarrolló lo que algunos aut ores dieron en llam ar hacendism o; una especie de capit alism o indust rialist a incipient e con el que se m ezclaban t int es feudales. Así, no result a t an ext raño que se hayan im port ado art ist as de Europa para sent arlos al m ando de las principales academ ias de art e, generando un est ilo de baj o vuelo que result aba ext raño para la época, e int ent aba legit im ar un art e que, a la m ayor part e del pueblo m exicano se le hacía m uy ext raño.

(5)

int ent ó borrar el pasado m exicano elim inando dioses y t radiciones ancest rales y en su lugar creó un vacío que hizo que las clases populares se encont raran sin hist oria y sin ident idad y que hizo que “ al cabo de cien años de luchas, el pueblo se ( encont rara) m ás sólo que nunca, em pobrecida su vida religiosa, hum illada su cult ura popular” ( 16) .

Nos encont ram os ent onces, con la exist encia de algunas cost um bres que nos perm it en dar cuent a de dos bloques ant agónicos. Uno dom inant e o hegem ónico, que ( com o ellos m ism os afirm aban) int ent aba m irar hacia el fut uro, que se encont raba en ot ro cont inent e, a la vez que int ent aba im ponerse sobre el subalt erno, que se encont raba ant e la necesidad de const ruir sus propios relat os y práct icas en un int ent o de resist ir a los em bat es de la clase dom inant e y a sus m odos de explot ación. Podem os ident ificar a est a clase dom inant e, reunida en t orno a la figura de Porfirio Díaz, que com o afirm a Carlos Monsiváis, se encont raba rodeado de

“ un grupo de funcionarios, poet as, hist oriadores, narradores, gram át icos y ‘cient íficos’ ( que se habían puest o de acuerdo) para no ( ceder) a la doble t ent ación de la piedad y la curiosidad, y ( prescindir) de referencias y concesiones visuales a los sem blant es, las vidas y los am bient es ‘de los de abaj o’, con su fardo de product os deleznables, sin oport unidad alguna de que alguien los vea ( con la m irada incluyent e) , ya no digam os que los t om e en cuent a. Y para deshacerse del apret uj am ient o, el at raso y la ignorancia, ( convirt ieron) en dogm a la selección de lo acept ado en el paisaj e a la disposición. Con est rat egia coral, el posit ivism o y la orat oria y la m úsica it alianizant e y la poesía m odernist a y la at ención a la m oda parisina ( se dist anciaron) de la realidad m alolient e” ( 17) .

En est e sent ido podem os afirm ar que am bos bloques luchaban por est ablecer los significados legít im os que fueran funcionales a sus “ m odos de vida” .

En México encont ram os en aquel m om ent o que, un conj unt o im port ant e de cost um bres que habían sido adopt adas por los sect ores populares, no era funcional al m odo de producción im pulsado por la clase dueña de los m edios de producción. Y es im port ant e t ener en cuent a est os procesos para poder llegar a una int erpret ación acert ada sobre algunos rit uales y práct icas llevadas a cabo por los sect ores populares, t ant o com o “ el día de m uert os” , com o ese am paro en la m uert e, y no creer que est as práct icas son puram ent e hechos caprichosos que devienen gracias al azar o que son product o de t radiciones, ent endidas est as com o reliquias del pasado. La cult ura, en est e caso, vendría a act uar com o un m odo de resguardo, el lugar desde donde se lucha por los int ereses propios de un pueblo, desde donde se resist e a los int ent os de im posición de un m odo de vida afín a un m odo de producción. Y est e conj unt o de práct icas que la com ponen se encuent ran siem pre en un cont inuo proceso de resignificación que se hace im posible ent ender sin t ener en cuent a el cont ext o hist órico, así com o los act ores que se encuent ran en lucha. ¿No afirm a E.P. Thom pson, acaso, cuando analiza la cult ura europea de los siglos XVI I I y XI X, que

“ ¿la cult ura plebeya es la propia del pueblo: ( que) es una defensa cont ra las int rusiones de la gent ry o del clero; ( que) consolida las cost um bres que sirven a los int ereses del propio pueblo...?” ( 18) .

Aunque est as cost um bres de las que él habla est án referidas a ot ro m om ent o hist órico y a ot ro cont inent e, podríam os t razar una analogía con est e razonam ient o y afirm ar que ciert as práct icas que acarrean algunas sociedades baj o el aspect o de “ t radiciones- reliquias” , no son solam ent e práct icas result ado de form aciones ant eriores carent es de sent ido act ual, sino que pueden ser int erpret adas com o un m odo de resguardar sus propios int ereses en det rim ent o de una clase que int ent a dom inar sus cost um bres para hacerlas acorde al m odo de producción vigent e. Nos encont raríam os, en est e caso, con un conj unt o de “ t radiciones- rebeldes” , que no son m ás que una form a de resguardo ant e los “ avances” t écnico - económ icos que se t raducen en un m odo de explot ación de los sect ores dom inados. Varios son los m om ent os a lo largo de la hist oria que podem os int erpret ar en est e sent ido ¿cóm o podríam os analizar de ot ro m odo las práct icas de los Luddit as ant e el desarrollo de las indust rias?

(6)

opinan algunos hist oriadores, est e m odo circular de represent ar la exist encia, nunca desapareció definit ivam ent e del im aginario popular. Ya que encont ró en algunos sect ores un lugar donde m ant enerse a resguardo y sólo salir a la superficie en las diversas práct icas populares com o carnavales, día de m uert os, et c.

Por est e m ot ivo es que creo que no es casual el uso de la m uert e com o práct ica sim bólica, no hay que olvidar el sent ido social que t enían est as práct icas en la ant igüedad ant es de que la vida fuera separada de la m uert e con el fort alecim ient o de la I glesia cat ólica y la m onopolización por part e de ést a de la vida et erna ( 19) . Exist en m uchos ej em plos que dem uest ran una t endencia que se hace m ás fuert e a m edida que corre el t iem po que est aría dada en que cada vez m ás, desde los sect ores m ás cercanos al pensam ient o occident al “ subj et ivist hum anist a-individualist a- exist encialist a ( o com o se quiera llam arlo) ” que siem pre parecen corresponder con los sect ores dom inant es, pareciera quererse negar a la m uert e, alej ándola de los lugares cot idianos, dej ándola reservada para los días de descanso o hablando com o si ést a realm ent e no exist iera. Est o lo m uest ra m uy bien el t rabaj o de Mart ín Barbero sobre los cem ent erios en Colom bia. Su t rabaj o m uest ra que los cem ent erios privados, pert enecient es a las clases alt as, se encuent ran en las afueras de las ciudades, y solam ent e se asist e los dom ingos, es decir, los días de descanso en que no se t rabaj a, aj enos a la cot idianidad y a la producción de las condiciones m at eriales de exist encia. Cont rariam ent e, los cem ent erios públicos, en que se ent ierran a las personas pert enecient es a las clases populares, se encuent ran en el corazón de las ciudades y se los visit a los días de la sem ana, días laborales. De est e m odo, según las int erpret aciones de Mart ín Barbero, pareciera que

“ la m uert e no es para ellas ( las clases populares) un asunt o de m ero recuerdo, sino el referent e cot idiano de la vida. La creencia est á int egrada al vivir, com o el lunes de la sem ana de t rabaj o y el espacio del cem ent erio en el espacio profano de la ciudad” ( 20) .

Si bien est e es un t rabaj o recient e podem os encont rar algunas analogías que nos sirven para analizar el período est udiado y observar el lazo que siem pre exist ió ent re las clases populares y la m uert e, en relación con la cot idianidad y a la represent ación del t iem po.

¿No podrían ser, ent onces, est as represent aciones acerca de la m uert e, una búsqueda en la hist oria para ej ercer una reafirm ación de la propia cult ura en el present e y reforzar los lazos de solidaridad, a la vez que para invert ir los valores propuest os por la clase dom inant e, a la vez que un m odo que escapa a una subj et ividad det erm inada y const ruida por un m odo racional- capit alist a ? Ant es m encionábam os el valor social que t uvo la m uert e a lo largo de la hist oria. La m ayoría de las sociedades prim it ivas no conocían una palabra que significase “ m uert e” en sent ido biológico, porque ést a no exist ía com o un proceso diferent e de la vida. Vida- m uert e era un proceso conj unt o, sin dist inción, que est aba relacionado con la concepción circular del t iem po. No exist ía la separación ent re vida y m uert e. Tant o la vida com o la m uert e eran un m ism o proceso vit al. La ent rada a la com unidad del individuo est aba represent ada por una m uert e sim bólica, en la que el iniciado se int egraba al “ volver” a nacer . El paso hacia civilizaciones m ás com plej as lleva a un principio diferenciador en el que un líder o grupo hegem ónico adquiere los derechos de la inm ort alidad, por ej em plo, com o en el caso de los egipcios. Dos m il años ant es de crist o se socializa la vida et erna, es decir que ést a pasa a ser un derecho social ( lo cual result a m uy gracioso) , y no solam ent e de los faraones. Pero la inm ort alidad com o inst it ución se generaliza definit ivam ent e con el surgim ient o de la iglesia cat ólica com o fuerza hegem ónica.

(7)

t ravés de unas ilust raciones la visión social que t enían est as cult uras. No exist ía una m irada personal, sim plem ent e porque era im posible que m irara un individuo, sino que lo hacía un colect ivo social y ello queda represent ado en la dificult ad o direct am ent e la im posibilidad de la aparición de la perspect iva en sus ilust raciones. Los azt ecas no conocieron la perspect iva, y sabem os que para que el nacim ient o de la perspect iva fuera posible, fue necesario el surgim ient o del suj et o m oderno, del suj et o individual, cart esiano; del hum anism o.

Mario Margulis afirm a con respect o a la risa;

“ es el gran inst rum ent o de liberación, el hum or, la burla, el insult o y la ridiculización de los poderosos, y ello es sólo posible en la fiest a, en el espacio y t iem po acot ados en que es lícit o invert ir las condiciones habit uales de exist encia” ( 23) .

Est a fiest a de la m uert e, con la que se relacionan t ant o la risa, com o el ridículo que aparece represent ada por Guadalupe Posada, ¿no podría ser ent onces, una búsqueda de liberación, a la vez que com o m encionáram os ant es, la const rucción de un im aginario com ún, es decir, de una ident idad propia que agrupe a los oprim idos baj o la prot ección de un m ant o de cost um bres ancest rales rescat adas de un im aginario colect ivo ?

Con clu sión

En est e caso, a diferencia de lo supuest o por aut ores com o Baudrillard o Benj am in, t enem os una cult ura de finales de siglo XI X y principios del XX que, en lugar de dest errar las represent aciones sobre la m uert e, decide t ransform arla en una figura cot idiana ant e la cual se ident ifican. Sus m iem bros se reúnen en los cem ent erios para fest ej ar a sus m uert os con com ida y bebidas alcohólicas al igual que sucedía en la Europa m edieval ant es de que en 1231 el concilio de Ruán prohibiera bailar en los cem ent erios baj o pena de excom unión ( 24) . Algo sem ej ant e podríam os encont rar en el caso cit ado por Mart ín Barbero en los cem ent erios colom bianos y en algunos pueblos del nort e argent ino en donde se fest ej a el día de t odos los sant os y en los que la m uert e cobra un significado m uy diferent e al rest o de las cult uras que se encuent ran plenam ent e at ravesadas por las represent aciones surgidas durant e la m odernidad.

Por lo que la pregunt a que subyace es ¿qué t ipo de subj et ividad const ruyen est as com unidades y qué relación encuent ran est os m odos de concebir la m uert e con respect o a la m ism a? Evident em ent e que no podem os m encionar a est as cult uras com o com unidades aisladas o “ descont am inadas” com o pret endió el rom ant icism o durant e el siglo XI X, pero sí podem os esbozar com o respuest a que en la m ayoría de est os casos la m odernidad no influyó en form a definit iva y que en su m ayor part e las form as económ icas capit alist as no se encuent ran plenam ent e desarrolladas. Téngase en cuent a que el de México es un caso en el que las econom ías de los sect ores populares respondían m ás bien a econom ías form adas por grupos fam iliares en las que no podía encont rarse un suj et o económ ico individual. Es indudable que la form a de const ruir la subj et ividad m oderna se encont raba en est recha relación con un m odo de producción en el que el pilar de su desarrollo lo const it uyó el hom bre individual capaz de vender su fuerza de t rabaj o y sus energías a un em presario capit alist a; por lo que en donde est e sist em a no penet ró m ás que de un m odo indirect o es posible encont rar m odos de represent ación que parecieran no obedecer direct am ent e a la const rucción del suj et o de la “ m odernidad” . Y es por ello que podem os observar sim bolizaciones sobre la m uert e m uy diferent es a las que t ienen las econom ías capit alist as m ás desarrolladas. Pérez Revert e en el libro “ La m uert e” afirm a sobre los rit os post m órt em :

“ Ot ros se han vuelt o obsolet os, a veces difíciles de cum plir, com o el acom pañam ient o del m oribundo y el prolongado velat orio del cadáver; o han sido prohibidos direct am ent e, com o el paso del cort ej o fúnebre por el cent ro de la ciudad; o incluso se los considera cost osos, im propios e inút iles, com o el banquet e funerario” ( 25) .

(8)

N ot a s

( 1) ARI ÈS, Philippe. Morir en Occident e; desde la edad m edia hast a la act ualidad. Buenos Aires. Adriana Hidalgo. 1975. ( 2) BENJAMI N, Walt er. “ El narrador” . Para una crít ica de la violencia y ot ros ensayos. Madrid. Taurus. Pág. 121.

( 3) BAUDRI LLARD, Jean. El int ercam bio sim bólico y la m uert e. Caracas. Mont e Ávila edit ores lat inoam ericana. 1993. pág. 170. ( 4) PANOFSKY, Erwin. I dea. Cont ribución a la hist oria de la t eoría del art e. Cát edra. 1990.

( 5) Ariès: Op. Cit .; pág. 52.

( 6) BAJTI N, Mij ail. La cult ura popular en la edad m edia y en el renacim ient o. Madrid. Alianza. 1999. ( 7) Revist a “ Razones” , Núm 48/ 2- 15 de noviem bre de 1981, México. Ent revist a hecha por Laura Herrero.

( 8) Sobre día de m uert os, ver VVAA, “ Los días de m uert os, una cost um bre m exicana” , México, G. U., 1995, Revist a “ Com unidad CONACYT” , México. Núm . 83, año I I I , nov. 1947.

( 9) GONZÁLEZ CRUSSÍ , Francisco. Día de m uert os y ot ras reflexiones sobre la m uert e. México. Verdehalago. U.A.M. 1997. págs. 43- 46. ( 10) VVAA, “ Los días de m uert os, una cost um bre m exicana” , México, G. U., 1995. pág. 17.

( 11) Con est o no se quiere decir que el rit o del dos de noviem bre haya nacido en esa época, pero sí que se popularidad creció, y est o es lo que nos int eresa a los efect os de est e análisis.

( 12) GONZÁLEZ CRUSSÍ , Op. Cit . Pág. 56.

( 13) Ver Silva Hersog, Jesús, Breve hist oria de la revolución m exicana, México, FCE, 1960, t om o I . ( 14) PAZ, Oct avio. El laberint o de la soledad. México. Fondo de Cult ura Económ ica. 2000. pág. 144.

( 15) Para m as inform ación sobre el posit ivism o en México ver Zea, Leopoldo, El posit ivism o y la circunst ancia m exicana, México, FCE, 1997, y Weim berg, Gregorio, La ciencia y la idea de progreso en Am érica Lat ina, México, FCE, 1998.

( 16) PAZ. Op. Cit . 145.

( 17) MONSI VAI S. Text o conseguido personalm ent e.

( 18) THOMPSON. E.P. Cost um bres en com ún. Barcelona. Crít ica. 1990. pág. 25. ( 19) Ver Jean Baudrillard. Op. Cit .

( 20) MARTÍ N BARBERO. J. “ Práct icas de com unicación en la cult ura popular” en SI MPSON GRI MBERG, Máxim o: Com unicación alt ernat iva y cam bio social. México. UNAM. 1981. pág. 248.

( 21) DAMATTA, Robert o. Carnavais, Malandros e heróis. Para um a sociología do dilem a brasileiro. Río de Janeiro. Rocco. 1997. ( 22) TODOROV, Tzvet an. La conquist a de Am érica. El problem a del ot ro. Buenos Aires. Siglo XXI . 2003.

( 23) MARGULI S, Mario. La cult ura de la noche. Buenos Aires. Espasa Calpe. 1994. pág. 16. ( 24) ARI ES, Op. Cit .

( 25) PEREZ REVERTE, 1990: 128.

Bibliogr a fía

ARI ÈS, Philippe. Morir en Occident e; desde la edad m edia hast a la act ualidad. Buenos Aires. Adriana Hidalgo. 1975.

BAJTÍ N, Mij ail. La cult ura popular en la edad m edia y en el renacim ient o. Madrid. Alianza. 1999.

BAUDRI LLARD, Jean. El int ercam bio sim bólico y la m uert e. Caracas. Mont e Avila edit ores lat inoam ericana. 1993. BENJAMÍ N, Walt er. “ El narrador” . Para una crít ica de la violencia y ot ros ensayos. Madrid. Taurus.

COLLAZO, Albert o ( 1975) . H. Revist a “ El art e” . Nº . 17. Guadalupe Posada. Buenos Aires. Cent ro Edit or Am érica Lat ina. Buenos Aires. 1991.

DAMATTA, Robert o. Carnavais, Malandros e heróis. Para um a sociología do dilem a brasileiro. Río de Janeiro. Rocco. 1997.

GEERTZ, Clifford. La int erpret ación de las cult uras. Barcelona. Gedisa. 1987.

GONZÁLEZ CRUSSÍ , Francisco. Día de m uert os y ot ras reflexiones sobre la m uert e. México. Verdehalago. U.A.M. 1997.

Guadalupe Posada: Calaveras y ot ros grabados. Buenos Aires. Brúj ula. 1969.

José Guadalupe Posada Aguilar. Com m em orat ing t he 75t h anniversary of his deat h. Chicago. The Mexican fine art s cent er m useum . 1988.

José, G. Posada: ilust rador de la vida m exicana. México. Fondo edit orial de la plást ica m exicana. 2000. MARGULI S, Mario. La cult ura de la noche. Buenos Aires. Espasa Calpe. 1994.

MARTÍ N BARBERO. J. “ Práct icas de com unicación en la cult ura popular” en SI MPSON GRI MBERG, Máxim o: Com unicación alt ernat iva y cam bio social. México. UNAM. 1981.

MONSI VÁI S, Carlos. En est e carnaval se adm it en est os rost ros. Bibliografía conseguida personalm ent e. ORTI Z, Renat o. Ot ro t errit orio. Buenos Aires. Universidad Nacional de Quilm es. 1996.

(9)

SI LVA HERZOG, Jesús. Breve hist oria de la revolución m exicana. Buenos Aires. Fondo de cult ura económ ica. 1966. THOMPSON. E.P. Cost um bres en com ún. Barcelona. Crít ica. 1990.

Referencias

Documento similar

Cedulario se inicia a mediados del siglo XVIL, por sus propias cédulas puede advertirse que no estaba totalmente conquistada la Nueva Gali- cia, ya que a fines del siglo xvn y en

El nuevo Decreto reforzaba el poder militar al asumir el Comandante General del Reino Tserclaes de Tilly todos los poderes –militar, político, económico y gubernativo–; ampliaba

Esto viene a corroborar el hecho de que perviva aún hoy en el leonés occidental este diptongo, apesardel gran empuje sufrido porparte de /ue/ que empezó a desplazar a /uo/ a

– Seeks to assess the contribution of the different types of capital assets: tangible ICT, tangible non-ICT, intangibles (public and private) and public capital (infrastructures). ·

Por PEDRO A. EUROPEIZACIÓN DEL DERECHO PRIVADO. Re- laciones entre el Derecho privado y el ordenamiento comunitario. Ca- racterización del Derecho privado comunitario. A) Mecanismos

En cuarto lugar, se establecen unos medios para la actuación de re- fuerzo de la Cohesión (conducción y coordinación de las políticas eco- nómicas nacionales, políticas y acciones

En el capítulo de desventajas o posibles inconvenientes que ofrece la forma del Organismo autónomo figura la rigidez de su régimen jurídico, absorbentemente de Derecho público por

First, we must remember that time travel (specially a trip to the past, or a two-way trip) would only be possible in the block universe. In the presentist alternative,