Sobre el Ecumenismo
Isaac Vidal Martínez
Esquema
Introducción al Movimiento Ecuménico ... 2
El Ecumenismo: movimiento impulsado por el Espíritu Santo ... 4
Sobre la Iglesia Católica ... 6
Jesucristo anhela la unidad entre todos los hombres ... 8
El Espíritu Santo es la Vida de la Iglesia Católica, la vida de los hombres ... 10
Situación de los Hermanos Separados de la Iglesia Católica ... 11
Elementos de la Iglesia Católica presentes en otras iglesias ... 13
Sobre la práctica del Ecumenismo ... 17
Sobre la Iglesia Oriental ... 19
Sobre las iglesias separadas en Occidente ... 21
Introducción al Movimiento Ecuménico
Para abordar los principios católicos del ecumenismo debemos acudir al decreto
Unitatis Redintegratio, documento del Concilio Vaticano II (aprobado en 1966), que
reflexiona sobre el Movimiento ecuménico
,
movimiento surgido a principios del siglo
XX, movimiento que tiene por finalidad el restaurar la unidad de la Iglesia. Así lo
expresa dicho proemio de tal decreto:
Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo. Los discípulos del Señor, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo.1
Ya León XIII, en su carta apostólica
Praeclara gratulationis de 1894, muestra una
atención particular hacia las iglesias orientales y el anglicanismo. Se trata de un intento
de estudio y acercamiento a los hermanos separados.
El
Movimiento ecuménico tiene su origen en la
Asamblea misionera de
Edimburgo, celebrada en 1910. La Iglesia Católica no participa en ésta, aunque manda
observadores a ella.
Pío XI, en su encíclica
Mortalium animos, en 1928, se muestra todavía crítico con
este movimiento.
El ecumenismo católico crece, sobre todo, después de la Primera Guerra Mundial,
concretamente con la fraternidad Una Sancta, de M. J. Metzger (1939).
Pío XII, en su encíclica Mystici Corporis, de 1943, expresa su preocupación por una
correcta comprensión teológica de la unidad.
En 1948, se crea el Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEI), en Ámsterdam, como
resultado de los puntos de encuentro obtenidos en la anterior asamblea celebrada.
Estos puntos de encuentro son acerca de: la fe y el dogma, la vida y la acción social.
En 1952 surge en Holanda la Conferencia Internacional Católica para Cuestiones
Ecuménicas.
En 1954 el CEI celebra la Asamblea de Evanston y los católicos dan los primeros
pasos hacia la colaboración, después de haber permanecido observadores hasta ahora.
Juan XXIII, finalmente, crea y orienta el
Secretariado para la Promoción de la
Unidad Cristiana.
En 1963 es aprobado por el Concilio Vaticano II un documento que habla sobre el
Ecumenismo: Unitatis Redintegratio.
El Ecumenismo: movimiento impulsado por el Espíritu Santo
El ecumenismo es un movimiento impulsado o promovido por el Espíritu Santo,
con el fin de unir a todos los hombres en Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica:
Con todo, el Señor de los tiempos, que sabia y pacientemente prosigue su voluntad de gracia para con nosotros los pecadores, en nuestros días ha empezado a infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí la compunción de espíritu y el anhelo de unión. Esta gracia ha llegado a muchas almas dispersas por todo el mundo, e incluso entre nuestros hermanos separados ha surgido, por el impuso del Espíritu Santo, un movimiento dirigido a restaurar la unidad de todos los cristianos.
En este movimiento de unidad, llamado ecuménico, participan los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesucristo como Señor y salvador, y esto lo hacen no solamente por separado, sino también reunidos en asambleas en las que conocieron el Evangelio y a las que cada grupo llama Iglesia suya y de Dios. Casi todos, sin embargo, aunque de modo diverso, suspiran por una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, para que el mundo se convierta al Evangelio y se salve para gloria de Dios. Considerando, pues, este Sacrosanto Concilio con grato ánimo todos estos problemas, una vez expuesta la doctrina sobre la Iglesia, impulsado por el deseo de restablecer la unidad entre todos los discípulos de Cristo, quiere proponer a todos los católicos los medios, los caminos y las formas por las que puedan responder a este divina vocación y gracia.2
El Espíritu Santo es la Persona de la Santísima Trinidad que tiene por misión el
santificar y unificar a la Iglesia en un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo:
Consumada, pues, la obra, que el Padre confió el Hijo en la tierra (Cf. Jn 17, 4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (Cf. Ef 2, 18). Él es el Espíritu de la vida, o la fuente del agua que salta hasta la vida eterna (Cf. Jn 4, 14; 7, 38-39), por quien vivifica el Padre a todos los hombres muertos por el pecado hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (Cf. Rom 8, 10-11). El Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles como en un templo (1 Cor 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos (Cf. Gal 4, 6; Rom 8, 15-16.26). Con diversos dones jerárquicos y carismáticos dirige y enriquece con todos sus frutos a la Iglesia (Cf. Ef 4, 1112; 1 Cor 12,4; Gal 5, 22), a la que guía hacía toda verdad (Cf. Jn 16, 13) y unifica en comunión y ministerio. Hace rejuvenecer a la Iglesia por la virtud del Evangelio, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo. Pues el Espíritu y la Esposa dicen al Señor Jesús: "¡Ven!" (Cf. Ap 22, 17). Así se manifiesta toda la Iglesia como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.3
2 UR, Proemio 3 LG 4
Los católicos participan en éste desde la doctrina católica. Por ello, tenemos que
hablar de principios católicos sobre el ecumenismo. Hoy en día, el término
ecumenismo, por confusión, suele utilizarse confusamente para realidades que no lo
son. En cierto sentido, el término se ha prostituido. Por ello, es importante, en primer
lugar, aclarar en qué consiste este movimiento que el Espíritu ha suscitado a su Iglesia.
Y, por consiguiente, quedará claro lo que no es ecumenismo por contraposición a lo
detallado aquí.
El ecumenismo puede definirse como el conjunto de acciones dirigidas a
promover y conseguir la unidad de todos los cristianos en:
un solo pastor y un solo
rebaño.
Sobre la Iglesia Católica
La Iglesia es una realidad visible (está formada por humanos) e invisible (está
sostenida y guiada por el Espíritu Santo) a la misma vez. Existe, a su misma vez, una
iglesia peregrina (en la tierra) y una iglesia celeste (formada por todos aquellos que
gozan de la Vida de Dios en el Cielo):
Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante a la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (Cf. Ef 4, 16).4
La Iglesia, fundada por Cristo, permanece en su totalidad en la Iglesia Católica,
siendo Ésta la portadora de la verdad plena para la vida espiritual y salvación de todos
los hombres. En el Credo, todos los cristianos confesamos que la Iglesia es Una, Santa,
Católica y Apostólica: es una sola la iglesia formada por Cristo; es santa porque su
fundador, Jesucristo, es Santo (Dios es el Tres veces Santo), y porque la sostiene y la
guía el Espíritu Santo; es la iglesia católica la que mantiene en plenitud la iglesia
querida por Cristo, la que a pesar de las miserias humanas conserva el tesoro de la
salvación; Cristo fundó la iglesia a través de medios humanos, de los Apóstoles. Por
ello, la iglesia es apostólica.
Esta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa,
católica y apostólica, la que nuestro Salvador entregó después de su resurrección
a Pedro para que la apacentara (Jn 24, 17), confiándole a él y a los demás
apóstoles su difusión y gobierno (Cf. Mt 28, 18), y la erigió para siempre como
"columna y fundamento de la verdad" (1 Tim 3,15). Esta Iglesia, constituida y
ordenada en este mundo como una sociedad, permanece en la Iglesia católica,
gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él, aunque
pueden encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y de verdad
que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad
católica.
5Sólo en la Iglesia Católica está la salvación de todos los hombres. En las otras
Iglesias no hay salvación. Sólo hay salvación posible en la Iglesia de Cristo, pero hay
4 LG 8 5 Ibíd
que entenderlo bien: por la participación que tienen las otras iglesias con la única
Iglesia de Cristo se abren a la salvación. Todos los hombres alcanzan la salvación a
través y por medio de Cristo y su Iglesia. Ningún hombre encuentra la salvación ajeno
a Cristo.
Jesucristo anhela la unidad entre todos los hombres
La petición que Jesucristo hace a Dios Padre, antes de entregar la vida por
nosotros, es una petición de unidad entre todos los hombres, unidad que sólo puede
darse y fundarse en el Amor (Deus Caritas Est). La unidad entre los hombres solo
puede fundarse en el amor, igual que en la Santísima Trinidad, cuya esencia es el Amor
entre las Tres Personas Divinas. Lo que no se funde en Dios no puede tener unidad
ninguna. Este deseo de unidad lo encontramos en la oración que Jesucristo dirige al
Padre en el Evangelio de San Juan:
Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.6
Dios es el fundamento de toda unidad existente y sólo en Él la humanidad puede
estar unida. Cristo, tras su Muerte y Resurrección, entrega a la humanidad al Espíritu
Santo (Tercera Persona de la Santísima Trinidad), para que modele a cada ser humano
según un único patrón: Jesucristo, en quien se encuentran plenamente unidas la
divinidad y la humanidad. Cristo es el patrón y el Espíritu Santo quien tiene la misión
de modelar a cada hombre según el único patrón.
El Espíritu Santo es la Vida de la Iglesia Católica, la vida de los
hombres
Así, por el Espíritu Santo los hombres se hacen hermanos de Cristo,
identificándose con Él, y a través del Hijo, los hombres se hacen dignos hijos del Padre.
El Espíritu Santo es quien da unidad a toda la Iglesia, tal como enseña el Apóstol
Pablo: un solo cuerpo y un solo Espíritu. La Iglesia, fundada por Cristo, se sostiene por la
acción continua del Paráclito sobre sus miembros. Así pues, los Sacramentos se
realizan por la acción del Espíritu: de la misma forma que por el Espíritu Santo el
Verbo de Dios se hace hombre en las entrañas de María Inmaculada, por el Espíritu
Santo, Jesucristo glorificado, quien está a la derecha del Padre, se hace presente entre
los hombres en el Misterio de la Eucaristía y habita verdaderamente entre ellos.
El Espíritu Santo es la vida de la Iglesia peregrina. Los Apóstoles y los sucesores
de éstos gozan de la asistencia continua del Espíritu para enseñar (mediante la
predicación del Evangelio), regir (gobernar a la Iglesia según el querer de Dios) y
santificar (mediante la vida de los Sacramentos) al pueblo que les ha sido
encomendado.
La misión del Espíritu Santo es hacer a los hombres semejantes a Cristo. Aquí es
donde radica la unidad de toda la Iglesia, en la semejanza perdida por el pecado
original: la semejanza con Cristo por acción del Espíritu Santo es la fuente de la unidad
de la Iglesia. El Espíritu Santo, así, viene a restaurar la semejanza perdida por el
pecado original.
Situación de los Hermanos Separados de la Iglesia Católica
Entre los Apóstoles, Cristo eligió a Pedro para que fuese imagen viva y visible de
la unidad de la Iglesia en Cristo y para que actuase en nombre del Maestro. San Pedro
y sus sucesores son los representantes de Cristo en la tierra, quienes actúan en nombre
suyo: representantes vivos de Cristo en la tierra. Santa Catalina de Siena, en los
Siloloquios, afirma (Dios Padre) que el Papa es otro Cristo en la tierra. La Iglesia, tal
como afirma Lumen Gentium en el número ocho, está dotada de órganos jerárquicos:
Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante a la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (Cf. Ef 4, 16).
La jerarquía que establece Cristo en su Iglesia es con el fin de servir a los
hombres, no para tener poder y abuso sobre ellos: la jerarquía presente en la Iglesia es
para el servicio.
Desde el principio del cristianismo, por el pecado, surgen grupos de personas
que se separan de la Iglesia fundada por Cristo, grupos que se separan de la iglesia
católica. Surgen, por consiguiente, iglesias que se separan de la plena comunión con la
Iglesia de Cristo, aunque de algún modo participen y se hayan incorporado a Ella a
través del Bautismo. Es evidente que toda separación o desunión es fruto del pecado
de los hombres.
Por el Bautismo, muchos grupos constituidos forman parte de la Iglesia,
comienzan a tener comunión con la Iglesia de Cristo, aunque dicha unión con Ella no
sea perfecta. Estos hermanos, aunque no tiene la comunión plena con la Iglesia de
Cristo, por el Bautismo, quedan incorporados a su Iglesia, y tienen todo derecho a ser
reconocidos como hermanos de los católicos.
Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se constituye persona en ella, con los deberes y derechos que son propios de los cristianos, teniendo en cuenta la condición de cada uno, en cuanto estén en la comunión eclesiástica y no lo impida una sanción legítimamente impuesta.7
La vida plena con Cristo se da a través de los Sacramentos presentes en la Iglesia
Católica, no existiendo otro medio para los hombres. Sin la vida de Gracia, los hombres
no pueden hacerse semejantes a Cristo:
La vida de Cristo en este cuerpo se comunica a los creyentes, que se unen misteriosa y realmente a Cristo, paciente y glorificado, por medio de los sacramentos. Por el bautismo nos configuramos con Cristo: "Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu" (1 Cor 12, 13). Rito sagrado con que se representa y efectúa la unión con la muerte y resurrección de Cristo: "Con El hemos sido sepultados por el bautismo, par participar en su muerte", mas si "hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección" (Rom 6, 4-5). En la fracción del pan eucarístico, participando realmente del cuerpo del Señor, nos elevamos a una comunión con El y entre nosotros mismos. "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1 Cor 10, 17). Así todos nosotros quedamos hechos miembros de su cuerpo (Cf. 1 Cor 12, 27), "pero cada uno es miembro del otro" (Rom., 12,5).8
Los cristianos forman un solo cuerpo en Cristo y cada miembro de la Iglesia ha
recibido, por la gracia, una misión concreta, para la edificación de la Ella:
Pero como todos los miembros del cuerpo humano, aunque sean muchos, constituyen un cuerpo, así los fieles en Cristo (Cf. 1 Cor 12, 12). También en la constitución del cuerpo de Cristo hay variedad de miembros y de ministerios. Uno mismo es el Espíritu que distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia, según sus riquezas y la diversidad de los ministerios (Cf. 1 Cor 12, 1-11). Entre todos estos dones sobresale la gracia de los apóstoles, a cuya autoridad subordina el mismo Espíritu incluso a los carismáticos (Cf. 1 Cor 14). Unificando el cuerpo, el mismo Espíritu por sí y con su virtud y por la interna conexión de los miembros, produce y urge la caridad entre los fieles. Por tanto, si un miembro tiene un sufrimiento, todos los miembros sufren con él; o si un miembro es honrado, gozan juntamente todos los miembros (Cf. 1 Cor 12, 26).9
8 Lumen Gentium, núm. 7 9 Ibíd.
Elementos de la Iglesia Católica presentes en otras iglesias
Muchos elementos de la Iglesia Católica, pueden también encontrarse en otras
iglesias, pero pertenecen por derecho a la única Iglesia de Cristo. Muchos de los actos
que practican, por pertenecer a la Iglesia de Cristo, producen vida de gracia, y, por
tanto, también están abiertos a la Salvación.
Sólo en la Iglesia Católica, la Iglesia del mismo Cristo, están los medios
necesarios para la salvación de todo hombre.
Los sacramentos del Nuevo Testamento, instituidos por Cristo Nuestro Señor y encomendados a la Iglesia, en cuanto que son acciones de Cristo y de la Iglesia, son signos y medios con los que se expresa y fortalece la fe, se rinde culto a Dios y se realiza la santificación de los hombres, y por tanto contribuyen en gran medida a crear, corroborar y manifestar la comunión eclesiástica; por esta razón, tanto los sagrados ministros como los demás fieles deben comportarse con grandísima veneración y con la debida diligencia al celebrarlos.10
Tal como recoge este decreto, las diferencias y desuniones entre los hermanos
comienzan desde la época de los Apóstoles:
En esta una y única Iglesia de Dios, ya desde los primeros tiempos, se efectuaron algunas escisiones que el Apóstol condena con severidad, pero en tiempos sucesivos surgieron discrepancias mayores, separándose de la plena comunión de la Iglesia no pocas comunidades, a veces no sin responsabilidad de ambas partes. Pero los que ahora nacen y se nutren de la fe de Jesucristo dentro de esas comunidades no pueden ser tenidos como responsables del pecado de la separación, y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor; puesto que quienes creen en Cristo y recibieron el bautismo debidamente, quedan constituidos en alguna comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia católica.11
Es evidente que existen diferencias (en cuanto a la doctrina, disciplina, estructura
eclesiástica) entre las distintas iglesias cristianas, que dificultan mucho la unión, y que
el movimiento ecuménico trata de superar:
Efectivamente, por causa de las varias discrepancias existentes entre ellos y la Iglesia católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se interponen a la plena comunión eclesiástica no pocos obstáculos, a veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata de superar. Sin embargo, justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a Cristo y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y justamente son reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la Iglesia católica.12
10 CIC, canon 840 11 UR, núm. 3 12 Ibíd.
En las otras iglesias encontramos elementos que pertenecen a la Iglesia de Cristo,
y que por tanto les abren a la salvación:
Es más: de entre el conjunto de elementos o bienes con que la Iglesia se edifica y vive, algunos, o mejor, muchísimos y muy importantes pueden encontrarse fuera del recinto visible de la Iglesia católica: la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y algunos dones interiores del Espíritu Santo y elementos visibles; todo esto, que proviene de Cristo y a El conduce, pertenece por derecho a la única Iglesia de Cristo.13
Los hermanos separados no gozan de la unidad que Cristo quiso para su Iglesia
cuando Él la fundó, no habiendo sido fieles a la Tradición y a la Sagrada Escritura:
Los hermanos separados, sin embargo, ya particularmente, ya sus comunidades y sus iglesias, no gozan de aquella unidad que Cristo quiso dar a los que regeneró y vivificó en un cuerpo y en una vida nueva y que manifiestan la Sagrada Escritura y la Tradición venerable de la Iglesia. Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es auxilio general de la salvación, puede conseguirse la plenitud total de los medios salvíficos. Creemos que el Señor entregó todos los bienes de la Nueva Alianza a un solo colegio apostólico, a saber, el que preside Pedro, para constituir un solo Cuerpo de Cristo en la tierra, al que tienen que incorporarse totalmente todos los que de alguna manera pertenecen ya al Pueblo de Dios. Pueblo que durante su peregrinación por la tierra, aunque permanezca sujeto al pecado, crece en Cristo y es conducido suavemente por Dios, según sus inescrutables designios, hasta que arribe gozoso a la total plenitud de la gloria eterna en la Jerusalén celestial.14
Por tanto, el ecumenismo es una acción necesaria para conseguir la unidad de la
Iglesia de Cristo. Éste decreto define el ecumenismo de la siguiente manera:
Por "movimiento ecuménico" se entiende el conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos.15
Son tres las disposiciones que se han de tener a la hora de dirigir esta empresa,
según mencionado decreto
16:
1.
Eliminar palabras, juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad,
a la condición de los hermanos separados, y que, por tanto, pueden hacer más
difíciles las mutuas relaciones con ellos.
2.
"El diálogo" entablado entre peritos y técnicos en reuniones de cristianos de las
diversas Iglesias o comunidades, y celebradas en espíritu religioso. En este
13 Ibíd. 14 Ibíd. 15 UR, núm. 4. 16 Cfr. UR, núm. 4
diálogo expone cada uno, por su parte, con toda profundidad la doctrina de su
comunión, presentado claramente los caracteres de la misma. Por medio de este
diálogo, todos adquieren un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo
de la doctrina y de la vida de cada comunión.
3.
Las diversas comuniones consiguen una más amplia colaboración en todas las
obligaciones exigidas por toda conciencia cristiana en orden al bien común y, en
cuanto es posible, participan en la oración unánime. Todos, finalmente, examinan
su fidelidad a la voluntad de Cristo con relación a la Iglesia y, como es debido,
emprenden animosos la obra de renovación y de reforma.
La labor ecumenista es tarea de toda la Iglesia, pues manifiesta el designio de Dios:
Es manifiesto, sin embargo, que la obra de preparación y reconciliación individuales de los que desean la plena comunión católica se diferencia, por su naturaleza, de la empresa ecumenista, pero no encierra oposición alguna, ya que ambos proceden del admirable designio de Dios. Los fieles católicos han de ser, sin duda, solícitos de los hermanos separados en la acción ecumenista, orando por ellos, hablándoles de las cosas de la Iglesia, dando los primeros pasos hacia ellos.17
Es de gran importancia que los cristianos den verdadero ejemplo de su vida
cristiana. Sin el ejemplo es imposible enseñar, puesto que existe una intrínseca relación
entre enseñanza y obras:
Pues, aunque la Iglesia católica posea toda la verdad revelada por Dios, y todos los medios de la gracia, sin embargo, sus miembros no la viven consecuentemente con todo el fervor, hasta el punto que la faz de la Iglesia resplandece menos ante los ojos de nuestros hermanos separados y de todo el mundo, retardándose con ello el crecimiento del reino de Dios.18
Los católicos, por ello, han de tener una clara conciencia de que han de aspirar a
la perfección de la vida cristiana, para llevar con éxito la unión entre todos los
hombres:
Por tanto, todos los católicos deben tender a la perfección cristiana y esforzarse cada uno según su condición para que la Iglesia, portadora de la humildad y de la pasión de Jesús en su cuerpo, se purifique y se renueve de día en día, hasta que Cristo se la presente a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga.19
Los católicos han de apreciar y valorar aquellos elementos que se encuentran
presentes en otras iglesias y son comunes a la Iglesia Católica:
17 UR, núm. 4 18 Ibíd. 19 Ibíd.
Por otra parte, es necesario que los católicos, con gozo, reconozcan y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados. Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las virtudes en la vida de quienes dan testimonio de Cristo y, a veces, hasta el derramamiento de su sangre, porque Dios es siempre admirable y digno de admiración en sus obras. Ni hay que olvidar tampoco que todo lo que obra el Espíritu Santo en los corazones de los hermanos separados puede conducir también a nuestra edificación.20
Sobre la práctica del Ecumenismo
No cabe la menor duda de que la unión es una tarea de todos los cristianos:
El empeño por el restablecimiento de la unión corresponde a la Iglesia entera, afecta tanto a los fieles como a los pastores, a cada uno según su propio valor, ya en la vida cristiana diaria, ya en las investigaciones teológicas e históricas. Este interés manifiesta la unión fraterna existente ya de alguna manera entre todos los cristianos, y conduce a la plena y perfecta unidad, según la benevolencia de Dios.21
Se trata de una reforma de la Iglesia que afecta a todos los hombres y que ha de
empezar con la conversión del corazón a Dios, con el fin de que todos los hombres
respondan a su vocación personal:
Puesto que toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación, por eso, sin duda, hay un movimiento que tiende hacia la unidad. […] El verdadero ecumenismo no puede darse sin la conversión interior. En efecto, los deseos de la unidad surgen y maduran de la renovación del alma, de la abnegación de sí mismo y de la efusión generosa de la caridad. Por eso tenemos que implorar del Espíritu Santo la gracia de la abnegación sincera, de la humildad y de la mansedumbre en nuestros servicios y de la fraterna generosidad del alma para con los demás.22
Es importante la oración conjunta, tanto pública como privada, para que todos
sean uno, tal como Cristo quiere de su Iglesia:
Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico, y con razón puede llamarse ecumenismo espiritual. […] En ciertas circunstancias especiales, como sucede cuando se ordenan oraciones "por la unidad", y en las asambleas ecumenistas es lícito, más aún, es de desear que los católicos se unan en la oración con los hermanos separados. Tales preces comunes son un medio muy eficaz para impetrar la gracia de la unidad y la expresión genuina de los vínculos con que están unidos los católicos con los hermanos separados: "Pues donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".23
Es importante un conocimiento mutuo entre hermanos separados, y, por
supuesto, una formación teológica que responda a ello:
Conviene conocer la disposición de ánimo de los hermanos separados. Para ello se necesita el estudio que hay que realizar con un alma benévola guiada por la verdad. Es preciso que los católicos, debidamente preparados, adquieran mejor conocimiento de la
21 UR, núm. 5 22 UR, núms. 6 y 7 23 UR, núm. 8
doctrina y de la historia de la vida espiritual y cultural, de la psicología religiosa y de la cultura peculiares de los hermanos.24
Sin una exposición clara de la doctrina no puede darse un verdadero
ecumenismo, puesto que el ecumenismo trata de conducir a los hermanos separados a
la verdad plena:
En ningún caso debe ser obstáculo para el diálogo con los hermanos del sistema de exposición de la fe católica. Es totalmente necesario que se exponga con claridad toda la doctrina. Nada es tan ajeno al ecumenismo como el falso irenismo, que pretendiera desvirtuar la pureza de la doctrina católica y obscurecer su genuino y verdadero sentido.25
Todos los cristianos han de trabajar unidos en el campo social y han de confesar
la misma fe en el Dios Uno y Trino:
Todos los cristianos deben confesar delante del mundo entero su fe en Dios uno y trino, en el Hijo de Dios encarnado, Redentor y Señor nuestro, y con empeño común en su mutuo aprecio den testimonio de nuestra esperanza, que no confunde. Como en estos tiempos se exige una colaboración amplísima en el campo social, todos los hombres son llamados a esta empresa común, sobre todo los que creen en Dios y aún más singularmente todos los cristianos, por verse honrados con el nombre de Cristo.26
24 UR, núm. 9 25 UR, núm. 11 26 UR, núm. 12
Sobre la Iglesia Oriental
Las dos escisiones principales de la Iglesia Católica se dan, primeramente en
Oriente, y, cuatro siglos después, en Occidente. Las diferencias entre ambas iglesias
también se dan.
Las iglesias de oriente son portadoras de un gran tesoro:
Las Iglesias del Oriente tienen desde el principio un tesoro del que tomó la Iglesia del Occidente muchas cosas en la Liturgia, en la tradición espiritual y en el ordenamiento jurídico. Y es de sumo interés el que los dogmas fundamentales de la fe cristiana, el de la Trinidad, el del Hijo de Dios hecho carne de la Virgen Madre de Dios, quedaron definidos en concilio ecuménicos celebrados en el Oriente. Aquellas Iglesias han sufrido y sufren mucho por la conservación de esta fe.27
Encontramos en ellos un gran amor a la liturgia, en especial a la celebración
Eucaristía, y un gran amor a la Santísima Virgen María (UR, núm. 15):
Todos conocen con cuánto amor los cristianos orientales celebran el culto litúrgico, sobre todo la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles unidos a su Obispo, teniendo acogida ante Dios Padre por su Hijo el Verbo encarnado, muerto y glorificado en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la Santísima Trinidad, hechos "partícipes de la naturaleza divina". Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas.
Ellos tienen verdaderos sacramentos y un gran patrimonio de la iglesia católica
(UR, núm. 15):
En este culto litúrgico los orientales ensalzan con hermosos himnos a María, siempre Virgen, a quien el Concilio Ecuménico de Éfeso, proclamó solemnemente Santísima Madre de Dios, para que Cristo fuera reconocido como Hijo de Dios e Hijo del hombre, según las Escrituras, y honran también a muchos santos, entre ellos a los Padres de la Iglesia universal. Puesto que estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos y, sobre todo por su sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, por los que se unen a nosotros con vínculos estrechísimos, no solamente es posible, sino que se aconseja, alguna comunicación con ellos en las funciones sagradas en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica. También se encuentran en el Oriente las riquezas de aquellas tradiciones espirituales que creó, sobre todo, el monaquismo. Allí, pues, desde los primeros tiempos gloriosos de los santos Padres floreció la espiritualidad monástica, que se extendió luego a los pueblos occidentales. De ella procede, como de su fuente, la institución religiosa de los latinos, que aún después tomó nuevo vigor en el Oriente. Por lo cual se recomienda encarecidamente a los católicos que acudan con mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres del Oriente, que levantan a todo hombre a la contemplación de lo divino.
Lo único que nos separa de ellos es que no aceptan al Santo Padre como sucesor
de San Pedro:
No hay que sorprenderse, pues, de que algunos aspectos del misterio revelado a veces se hayan captado mejor y se hayan expuesto con más claridad por unos que por otros, de manera que hemos de declarar que las diversas fórmulas teológicas, más bien que oponerse entre sí, se completan y perfeccionan unas a otras. En cuanto a las auténticas tradiciones teológicas de los orientales, hay que reconocer que radican de una modo manifiesto en la Sagrada Escritura, se fomentan y se vigorizan con la vida litúrgica, se nutren de la viva tradición apostólica y de las enseñanzas de los Padres orientales y de los autores eclesiásticos hacia una recta ordenación de la vida; más aún, tienden hacia una contemplación cabal de la verdad cristiana.28
Sobre las iglesias separadas en Occidente
Es difícil describir a estas iglesias:
Puesto que estas Iglesias y comunidades eclesiales por la diversidad de su origen, de su doctrina y de su vida espiritual, discrepan bastante no solamente de nosotros, sino también entre sí, es tarea muy difícil describirlas cumplidamente, cosa que no pretendemos hacer aquí. […+Hay que reconocer, ciertamente que entre estas Iglesias y comunidades y la Iglesia católica hay discrepancias esenciales no sólo de índole histórica, sociológica, psicológica y cultural, sino, ante todo, de interpretación de la verdad revelada. Mas para que, a pesar de estas dificultades, pueda entablarse más fácilmente el diálogo ecuménico, en los siguientes párrafos trataremos de ofrecer algunos puntos que pueden y deben ser fundamento y estímulo para este diálogo.29
Por ello, la atención se centra, sobre todo, en los siguientes aspectos: la confesión
de Cristo (partiendo del reconocimiento público de Jesucristo como Dios y Señor y
Mediador único entre Dios y los hombres, para gloria del único Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo.); el estudio de la Sagrada Escritura; la vida sacramental
30; la vida con
Cristo
31.
29 UR, núm. 19
30 Por el sacramento del Bautismo, debidamente administrado según la institución del
Señor, y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para el consorcio de la vida divina, según las palabras del Apóstol: "Con El fuisteis sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos" (Col 2, 12; Rom 6, 4).
31 La vida cristiana de estos hermanos se nutre de la fe e cristo y se robustece con la gracia
del bautismo y con la palabra de Dios oída. Se manifiesta en la oración privada, en la meditación bíblica, en la vida de la familia cristiana, en el culto de la comunidad congregada para alabar a Dios. Por lo demás, su culto muchas veces presenta elementos claros de la antigua Liturgia común.