la Revolución cubana
(1959-2012)
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La sociedad civil en
la Revolución cubana
(1959-2012)
Joseba Macías
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Foto de portada/Azalaren argazkia:
© Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco Euskal Herriko Unibertsitateko Argitalpen Zerbitzua ISBN: 978-84-9082-385-9
Depósito legal/Lege gordailua: BI-406-2016 Macías Amores, Joseba
La sociedad civil en la Revolución cubana (1959-2012) / Joseba Macías. – Bilbao : Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, Argitalpen Zerbitzua = Servicio Editorial, D.L. 2016. – 608 p.; 24 cm.
Bibliog.: p. [571]-608.
D.L.: BI-406-2016. — ISBN: 978-84-9082-385-9
1. Cuba – Historia – 1959 (Revolución). 2. Cuba – Historia – 1959-972.91 “1959/...”
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Suerte siempre.
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Prólogo (Jorge Luis Acanda) . . . 13
Introducción . . . 17
Capítulo 1. Sociedad Civil como concepto: Hipótesis y Problemas . . . 23
1.1. Sociedad civil: Evolución histórica del término . . . 24
1.1.a) De los orígenes a la «definición clásica» del Liberalismo . . 24
1.1.b) Nuevas lecturas: Hegel, Marx y Engels . . . 28
1.1.c) La revalorización de la noción «Sociedad Civil». Tocque-ville y el asociacionismo . . . 31
Capítulo 2. Teorías de la sociedad civil: mapa contemporáneo . . . 33
2.1. Habermas: la Sociedad Civil como Ideal . . . 36
2.2. Mouffe: a la Sociedad Civil desde la Democracia como Ejercicio de Antagonismo . . . 37
2.3. Walzer: Sociedad Civil, Democracia de base y Cotidianidad . . . 38
2.4. Keane y Held: la Sociedad Civil como Motor de Transformación Política . . . 39
2.5. Kaldor: Sociedad Civil, Sociedad Global . . . 40
2.6. Cohen y Arato: Sociedad Civil, una Concepción Alternativa . . . 41
2.7. Sociedad Civil y Perspectivas Femeninas. . . 43
2.8. Jeffery C. Goldfarb: Intelectuales y Sociedad Civil . . . 44
Capítulo 3. Antonio Gramsci: Sociedad Civil y hegemonía . . . 47
3.1. El Concepto de Hegemonía . . . 49
3.2. La Sociedad Civil en Gramsci . . . 52
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3.3. El Papel de los Intelectuales . . . 54
3.4. Actualidad de Gramsci . . . 57
Capítulo 4. Cuba: contexto histórico para un objeto de estudio. Etapas de la revolución (1959-2010) . . . 61
4.1. Cuba, 1898-1959: de la Independencia a la Revolución . . . 61
4.2. Etapas de la Revolución. 1959-2010. . . 72
4.2.a) El Tránsito del Capitalismo al Socialismo (1959-1961) . . . 78
4.2.b) Las bases del Estado socialista (1962-1970) . . . 86
4.2.c) La institucionalización (1971-1989) . . . 103
4.2.d) El «Período Especial» (1990-2006) . . . 112
4.2.e) Cambios en la dirigencia de la Revolución. De Fidel Castro a Raúl Castro (2007-2010) . . . 126
Capítulo 5. La recepción de Antonio Gramsci y el debate sobre la Sociedad Civil en Cuba . . . 149
5.1. Dos baluartes: el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana y su revista Pensamiento Crítico. . . 150
5.2. La difusión de la obra de Antonio Gramsci en la Revolución. . . 156
5.3. El debate sobre el concepto «Sociedad Civil» en Cuba . . . 160
5.4. Dinámicas de la Sociedad Civil cubana . . . 169
5.5. El Verticalismo en la cultura política cubana. . . 174
5.6. El «hombre nuevo» de Ernesto Guevara . . . 182
Capítulo 6. Contextualización de las nuevas Organizaciones de Masas en la Cuba revolucionaria . . . 189
6.1. Las nuevas leyes del Gobierno Revolucionario (enero 1959-agosto 1960) . . . 191
6.2. Las Organizaciones de Masas . . . 212
6.2.a) Central de Trabajadores de Cuba (CTC) . . . 215
6.2.b) La Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) . . . 221
6.2.c) La Federación de Estudiantes de Enseñanza Media (FEEM) . 231 6.2.d) Unión de Pioneros José Martí (UPJM) . . . 234
6.2.e) Asociación de Combatientes de la Revolución (ACRC) . . . 235
Capítulo 7. Las Organizaciones de Masas (I): los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) . . . 237
7.1. Contexto de agresión y nacimiento de los CDR . . . 238
7.2. Desarrollo de los Comités de Defensa de la Revolución . . . 254
7.3. CDR: de la Institucionalización al Nuevo Siglo. . . 262
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Capítulo 8. Las Organizaciones de Masas (II): la Federación de Mujeres
Cubanas (FMC) . . . 273
8.1. Situación de la Mujer Cubana: (1898-1959) . . . 274
8.2. La Federación de Mujeres de Cuba (FMC): Constitución y Prime-ros Años . . . 283
8.3. La FMC: del Período Especial al Cambio de Dirigencia. . . 294
8.4. Enfoque de Género y Nuevo Asociacionismo . . . 303
Capítulo 9. Las Organizaciones de Masas (III): la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) . . . 313
9.1. La ANAP: de las Reformas Agrarias a la Zafra de los Diez Millones 316 9.2. La ANAP: de los años 70 al Período Especial . . . 325
9.3. La ANAP en el siglo xxi . . . 331
• Organizaciones de Masas. Conclusiones . . . 340
Capítulo 10. Cultura y Revolución: intelectuales y sociedad civil . . . 345
10.1. Literatura, Polémicas y Revolución . . . 349
10.1.a) «Palabras a los Intelectuales»: Dictum o Definición. . . 354
10.1.b) De Palabras al Quinquenio Gris. . . 362
10.2. El Cine de la Revolución. Miradas y Conflictos. . . 376
10.2.a) Políticas y Polémicas del ICAIC en los años 60 y 70 . . . 382
10.3. Revolución, Música y Sociedad Civil . . . 392
10.3.a) El Movimiento de la Nueva Trova Cubana como referente social . . . 397
10.4. De los años 80 al VII Congreso de la UNEAC . . . 407
10.4. a) Proyecto Paideia: la autonomía de la cultura como dis-curso . . . 411
10.4.b) Alicia y el espejo del Período Especial . . . 414
10.4. c ) Retorno del Quinquenio (virtual) y Nuevas Tendencias . . 424
10.4.d) Resoluciones del VII Congreso de la UNEAC . . . 439
• Conclusiones. . . 446
Capítulo 11. Religión y asociacionismo en Cuba, 1959-2010. . . 451
11.1. La Iglesia Católica y los primeros años revolucionarios . . . 456
11.2. La Revolución y las Iglesias Evangélico-Protestantes. . . 475
11.3. El histórico viaje del Papa Juan Pablo II (1994) y sus consecuen-cias . . . 483
11.4. La revista Vitral y su lectura de la Sociedad Civil cubana . . . 489
11.5. Religiones y Asociacionismo en Cuba ante el nuevo milenio . . . . 495
• Conclusiones. . . 508
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Capítulo 12. Revolución y Disidencia Política . . . 509
12.1. Oposición y Disidencia en las primeras etapas de la Revolución 513
12.2. Los Derechos Humanos como bandera . . . 523
12.3. Del Proyecto Varela al siglo xxi . . . 530
• Conclusiones. . . 535
Capítulo 13. Cuba: Sociedad Civil y Nuevos Territorios. . . 537
13.1. Participación, Diálogo y Debate como referentes necesarios . . . . 538
13.2. La Juventud cubana, sujeto de reflexión. . . 541
13.3. Heterogeneización, Desigualdades y Nueva Estratificación . . . 545
13.4. Los Medios de Comunicación a Debate . . . 548
• Conclusiones. . . 558
Capítulo 14. Sociedad Civil y Crisis de Hegemonía en la Revolución Cu-bana. Conclusiones Generales. . . 559
14.1. Crisis de Hegemonía en la Revoluición cubana . . . 562
• Conclusiones Finales . . . 568
Bibliografía . . . 571
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Todos conocemos aquel viejo dicho que afirma que no se puede ser juez y parte a la vez, y que da por sentado la supuesta incompatibilidad entre lo racional y lo afectivo. Redactar este prólogo implicó para mí en-frentar el desafío de superar la imposibilidad que este refrán da por ga-rantía. Y ello por una doble razón. La primera, porque al autor de este li-bro me une una entrañable relación. Conocí a Joseba Macías hace algunos años, cuando nos presentaron en un café situado a la vera de la Colina Uni-versitaria habanera. Tuve la inmensa suerte de que me escogiera como su amigo, y desde entonces pude acompañar, a la distancia, la investigación que realizaba y que presenta ahora en esta monografía, después de que la expusiera ante un tribunal académico en junio de 2011 en la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea y que le valiera la obtención del título de doctor honoris causa en Ciencias Políticas. La segunda razón radica justamente en el tema de este libro: la Revolución Cubana. Si digo que nací en Cuba en 1954 y que desde hace cinco largas décadas los avata-res de ese proceso han conformado mi marco existencial, comprenderá el lector que para mí no se trata de un tema académico más, sino de algo que forma parte de mi propia historia de vida. Y creo que esa relación afectiva con la Revolución Cubana es una de las principales cosas que comparti-mos Joseba y yo. Colocado por sus convicciones en los postulados de la iz-quierda, es natural la simpatía con la que siempre ha visto la lucha del pue-blo cubano, que vincula orgánicamente la conquista de la plena soberanía con la construcción de un orden socialista. Para él, esa isla del Caribe no ha sido nunca una simple evocación turística, ni un idealizado refugio para quimeras insolventes, sino un laboratorio para aprender participando, un campo de pruebas donde un pueblo ha decidido pagar por el coraje de
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tentar enderezar lo que la avaricia y la irresponsabilidad han colocado ca-beza abajo durante siglos. Su relación con Cuba ha estado marcada por la solidaridad, pero no una facilona que por parcial conduce al engaño tanto del que la da como del que la recibe, sino aquella que se constituye desde la conciencia de la responsabilidad que todos compartimos en evitar que el viejo sueño de libertad fracase una vez más. Y desde esa responsabilidad, y al calor del complejo momento histórico que vive esa Revolución, empren-dió la reflexión que ahora nos entrega aquí.
Al escribir este libro, Joseba también ha desafiado el apotegma qu e contrapone pasión con conocimiento. Ha asumido la máxima expresada por Antonio Gramsci, de que lo que distingue al revolucionario es el op-timismo de la voluntad y el pesimismo de la razón. Y si traigo a colación al marxista italiano es porque el análisis que aquí se hace sobre el último medio siglo de la historia cubana tiene un carácter claramente grams-ciano. Sobre la revolución cubana se ha escrito mucho, y casi siempre desde dos posiciones tan plagadas de dogma como de falacia: o sataniza-ción total o idealizasataniza-ción absoluta. Macias no invoca una pretensa objeti-vidad apartidista, cuyo carácter falaz ha sido demostrado ya hace mucho por el pensamiento crítico. Asume el punto de partida de la indignación ética ante la existencia de la explotación y la inequidad social y desde ahí adopta un instrumental teórico para la reflexión. Y en este caso, los dos ejes conceptuales desde los que analiza el decursar y el futuro de la revo-lución cubana son los conceptos gramscianos de hegemonía y de socie-dad civil. Y recalco que lo hace desde la interpretación que de estos con-ceptos desarrolló el autor de los Cuadernos de la Cárcel, y no desde la que ha hecho el pensamiento neoliberal.
Tradicionalmente, al reflexionar sobre la realidad cubana, se han pri-vilegiado dos perspectivas para el análisis: desde el Estado y el espacio de lo político, o desde el mercado y el espacio de lo económico. Y ello ha con-dicionado el conjunto de los temas sobre los que se reflexiona y se discute: un Estado reforzado o uno debilitado, estas o aquellas estructuras políti-cas, más mercado o menos mercado, un mercado más libre o más contro-lado. Utilizar el recurso de la sociedad civil no implica evitar la cuestión de la política o la economía, sino utilizar un enfoque más abarcador, por-que permite plantearse la política y la economía no como dos formas di-ferentes y separadas de actividad humana, sino como dos modos inter-penetrados de existencia del todo social. El neoliberalismo entiende a la sociedad civil como lo opuesto a la sociedad política y al Estado, como es-pacio definido en exclusiva por la asociatividad libre y voluntaria; el reino de lo privado. A su vez, el Estado se identifica tan sólo con el conjunto de instituciones públicas represivas (ejército, tribunales, poder ejecutivo y le-gislativo, etc.) y se le entiende como situado aparte y por encima de la
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ciedad. Gramsci, por el contrario, concibió al Estado como el conjunto de estructuras e instituciones que consolidan al poder, y al poder como prin-cipio estructurador del todo social, y por ende no únicamente en su esen-cia represiva, sino también y principalmente en su esenesen-cia productiva. Como hegemonía, como capacidad de una clase de conformar el ambiente cultural-espiritual de la sociedad. Y a la sociedad civil no en contraposi-ción mecánica con la sociedad política y el Estado, sino en su relacontraposi-ción de interpenetración con ambas, entendiéndola como el conjunto de estructu-ras e instituciones que condicionan la socialización del individuo y la pro-ducción social de sentido, esfera de existencia de la cultura.
No es casual que Joseba Macías asuma el legado teórico de Gramsci. Comparte con él una interpretación sobre la revolución socialista que no se agota en los términos estrechamente políticos de toma del control de las instituciones públicas represivas, ni en los estrechamente económicos de estatalización de los medios de producción, sino en los términos verdade-ramente políticos y económicos de socialización del poder y socialización de la propiedad. Que la comprende como complejo proceso socio-cultu-ral de creación de un modo de vivir y de pensar raigalmente nuevos, de construcción de una hegemonía de signo radicalmente diferente. Y que ve la garantía de ello en la creación de una cultura y una sociedad civil dese-najentantes y liberadores. La idea de sociedad civil no se utiliza como ins-trumento para negar la validez del ideal socialista, sino para plantearlo de un modo más radical. Recordemos que Marx dijo que ser radical era ir a la raíz, y que la raíz era el hombre mismo. Y asumir la perspectiva que se condensa en los conceptos de hegemonía y sociedad civil significa colocar al hombre, a la producción de su subjetividad, en el centro de la reflexión.
Adoptar el punto de vista de la sociedad civil tiene implicaciones con-ceptuales en el campo de la interpretación teórica del socialismo. La pri-mera es comprender que la contradicción esencial no es la que se formula en términos de sociedad civil versus sociedad política o Estado, sino la que se plantea en términos de sociedad civil versus sociedad civil. Es de-cir, la contradicción, al interior de ella misma, entre aquellos momentos constitutivos que confluyen hacia la hegemonía del gran capital interna-cional y aquellos que la desafían y tributan a la conformación de una he-gemonía liberadora. Es en la sociedad civil donde se juega el destino de toda revolución. La segunda se deriva de la anterior, pues al desplazarse el centro de la atención a la conformación de una hegemonía de nuevo tipo, se avanza hacia un primer plano la dimensión cultural (en el sentido más amplio del concepto) de la cuestión del poder. Ello significa la nece-sidad de una concepción renovada de la política, que ya no se puede en-tender como construcción de un consenso pasivo, como política pastoral y mesiánica. La necesidad de hacer una política «culta», entendiendo por tal
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aquella que promueve la comunicación entre los diversos sectores socia-les, el diálogo democrático en el seno del pueblo, desarrollando la capaci-dad de auto-reflexión y de auto-organización. En plena consonancia con aquel apotegma fundante que proclama que esta revolución no le dice al pueblo cree, sino le dice lee, la política en ella ha de ser entendida como el arte de promover a nivel social un pensamiento que, en tanto revolucio-nario, tiene que ser autónomo, crítico y orgánico. La originalidad de la re-volución cubana en los años ‘60 se expresó en la energía que, procedente de la vieja sociedad civil, se volcó en la conformación de un nuevo entra-mado cultural, de mucha más riqueza y diversidad de relaciones por la irrupción de clases y fuerzas sociales antes preteridas, y que ahora apare-cían como agentes políticos porque eran, por primera vez, agentes cultu-rales, fuerzas de generación y construcción de nuevos ideales, principios, formas de vida, vocabulario, etc. La gran originalidad de la revolución cu-bana debe seguirse expresando en la sociedad civil.
El autor promueve una tesis compartida por muchos: lejos de ser un obstáculo a la consolidación del objetivo socialista, es precisamente en ese entramado de formas de actividad e instituciones que promueven la participación colectiva y la socialización del poder y la propiedad donde se encuentra la garantía para que la revolución pueda enfrentar los difíci-les retos que encara. Y a lo largo de las páginas de este libro despliega un abundante material fáctico para demostrar cómo ha sido precisamente el fortalecimiento de esta sociedad civil desenajenante lo que ha permitido la supervivencia del proceso que se inició en 1959.
Joseba llega a una conclusión que comparto, y que no gustará a muchos: la revolución cubana vive en estos momentos una crisis de hegemonía. Pero en ningún lugar afirma que esa crisis sea insuperable. Consecuente con su ideal emancipador, no presenta como soluciones ni el atrincheramiento en los viejos dogmas del socialismo estadolátrico ni la adopción contra-natura de mecanismos típicos del capitalismo, sino el ahondamiento del propósito libertario que ha animado las luchas del pueblo cubano. La tarea de la revo-lución cubana es la de revolucionarse a sí misma. Este libro es parte de su contribución a ese empeño que él siempre ha considerado como insepara-blemente vinculado a su vida. Y si desde lo racional tengo que agradecerle a Joseba Macías todo lo que he aprendido leyendo estas páginas y valorar-las como una contribución importante a la bibliografía sobre Cuba, desde lo afectivo no puedo menos que felicitarme de que la lucha de mi pueblo cuente con el apoyo solidario de personas como él.
Jorge Luis Acanda Catedrático de la Facultad de Filosofía en
la Universidad de La Habana
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El objetivo de esta obra es analizar los mecanismos de articulación de la sociedad civil cubana en el período que se abre con el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959. Se trata de un pormenorizado estudio de una experiencia que vino a «expandir el campo de lo posible» (Sartre, 1968) al permitir la constitución de un poder mediante el cual pudo plan-tearse, sobre nuevas bases estructurales, la transformación completa del país caribeño. El acceso al gobierno de una confluencia de sectores na-cionalistas radicales, grupos socialistas y diversos movimientos socia-les posibilitó la constitución de un «nuevo orden» sustentado en la crea-ción de instituciones originales, la depuracrea-ción de la burocracia estatal del régimen de Fulgencio Batista, la suplantación de las fuerzas armadas preexistentes, la constitución de un sistema de organizaciones de masas y en el surgimiento de un sector nacionalizado de la economía (Valdés Paz, 2009: 195). Un proceso, por lo demás, no conducido por un partido marxista lo que aporta una interesante peculiaridad respecto a la histo-ria del cambio político-social en el siglo xx: la presencia hegemónica del marxismo se va a introducir de manera progresiva tras la toma del poder y en un contexto internacional caracterizado por el auge de una oleada revolucionaria, las disensiones en el interior del llamado «campo socia-lista» y por las primeras muestras del agotamiento de la institucionali-dad política y del doctrinarismo implantado en los países del «socialismo histórico» (Acanda, 2002 a).
La Revolución cubana se convierte así en una ilusión socializada para una mayoría de hombres y mujeres en la Isla. Y también fuera de ella. Los primeros esbozos de una experiencia distinta y no tutelada genera
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que la utopía derive en topos, en «vanguardia-sueño del otro», en lugar común de referencia (incluso doctrinaria) para millones de personas en todo el mundo, especialmente en los países del Sur, sometida luego a la pasión y a las dudas de la historia, a los flujos y reflujos a lo largo de me-dio siglo de un proceso lleno de vaivenes, estigmatizaciones o defensas irreductibles.
Cuba y Revolución como referentes geográficos y políticos para un objeto de estudio con proyección a lo largo de más de cincuenta años. Y la articulación social de este proceso como elemento conceptual central. Ahora bien, ¿podemos hablar de la existencia de una «sociedad civil» en la Revolución cubana? Este interrogante nos obliga a definir el concepto y a optar por una propuesta metodológica. No es una cuestión menor. A lo largo esencialmente de las últimas décadas, utilizar el término «sociedad civil» se ha convertido en un ejercicio delicado, en una marcada justifica-ción para las más diversas agendas ideológicas, llegándose a convertir in-cluso en un «valor refugio» (Vallespín, 1996). Nosotros vamos a asumir el término sociedad civil atendiendo a la definición que realizara el pensa-dor y político italiano Antonio Gramsci (1891-1937), considerado uno de los grandes autores de la «filosofía de la práctica» y, al mismo tiempo, de la contemplación de los mundos interior y exterior (Sacristán, 1977).
«¿Qué es la sociedad civil? La sociedad civil es “el conjunto de los organismos denominados privados —dice— que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce sobre toda la sociedad“. La sociedad civil sería así el conjunto de organismos pri-vados que detentan hegemonía doctrinal o intelectual sobre las clases subalternas, las clases inferiores, organismos hegemónicos. La socie-dad civil es el campo de batalla donde se difunde y luchan entre sí las diversas ideologías, o mejor, las diversas cosmovisiones, que amalga-man desde las expresiones más elementales del sentido común de la gente sencilla hasta las elaboraciones más sofisticadas e intelectuales. Las organizaciones triunfantes en esta lucha ideológica en la socie-dad, las que logran apoderarse de la dirección intelectual —es decir, lo que se piensa—, y de la dirección moral —es decir, lo que se va-lora— de la sociedad forman parte de la superestructura, y atraen ha-cia el grupo dirigente la adhesión de las clases subalternas. El grupo dirigente se adueña de la estructura ideológica, impone un mundo de ideas, creando y difundiendo, mediante los organismos que lo inte-gran, una determinada concepción del mundo en el pueblo, en la so-ciedad. Tales organismos son la escuela, la Iglesia, los llamados me-dios de comunicación social, etc. Entonces, resumiendo, la sociedad civil sería el conjunto de organismos que crean un modo de pensar en el pueblo, que tienen, por tanto, hegemonía intelectual sobre la socie-dad, crean un sentido común, el sentir común de la gente. Eso sería la
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sociedad civil que, según Gramsci, pertenece al ámbito de la superes-tructura». (Sáenz, 1987: 9-10)
El resultado de la comprensión gramsciana de la importancia de los mecanismos de producción de hábitos de comportamiento, valores y mo-dos de pensar nos permite entender mejor la estructuración del poder en las sociedades modernas. Gramsci separa únicamente como cuestión me-todológica sociedad civil de sociedad política, definiendo a ésta como el con-junto de organismos, pertenecientes también a la superestructura, que ejercen una función coercitiva y de dominio directo en el campo jurídico (civil y penal), político y militar. De esta forma, para el filósofo italiano aparecen de forma complementaria dos elementos esenciales: la
hegemo-nía (identificada con la sociedad civil) y el dominio (consustancial a la socie-dad política).
«El concepto de hegemonía, en Gramsci, resalta la capacidad de la clase dominante de obtener y mantener su poder sobre la sociedad no sólo por su control de los medios de producción económica y de los instrumentos coercitivos, sino sobre todo porque es capaz de produ-cir y organizar el consenso y la dirección política, intelectual y moral de la misma. La hegemonía en tanto dirección ideológico-política de la sociedad civil como combinación de fuerza y consenso para lograr el control social». (Acanda, 2002 a)
Hegemonía, Sociedad Civil… y Bloque Histórico como tercer elemento
referencial: el espacio de confluencia entre estructura y superestructura, la unificación práctica de las fuerzas materiales y de la ideología, conjun-ción de sociedad civil, sociedad política y economía. Y todo ello con el ser hu-mano ubicado en el centro neurálgico de su reflexión.
«Es un error pensar que en la formulación de la teoría de Gramsci, si bien están sutilmente comprendidos las diferenciación y el dina-mismo político de las sociedades modernas, faltaría la problemática del individuo: el individuo es precisamente el sujeto activo de su con-cepción de “sociedad civil“». (Kebir, 1991: 132)
¿Podemos establecer, de acuerdo a estos postulados teóricos, que en Cuba a partir de 1959 un nuevo bloque histórico hegemónico ha favorecido la articulación de una sociedad civil, con sus progresivas transformaciones internas? En esta obra vamos a intentar responder a esta cuestión con-creta atendiendo a los postulados expuestos por Antonio Gramsci que, frente a otro tipo de lecturas, nos propone una reflexión que se separa de un discurso confrontativo sociedad civil-poder político.
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Nuestra investigación considera en este sentido como hipótesis cen-tral que el ejemplo de la Revolución cubana muestra manifiestamente la viabilidad de proyectos de sociedad civil en articulaciones políticas no su-jetas a las llamadas «democracias parlamentarias», jugando un papel de configuración de hegemonía en claves de legitimación-deslegitimación, consenso-disenso, siempre desde la perspectiva de constitución de un
bloque histórico en su lectura integral y gnoseológica.
«La tesis del significado gnoseológico del principio de la hegemo-nía abrió una nueva dimensión para la interpretación de la política y de los procesos de dominación, en consonancia con la comprensión de la importancia y significación de la sociedad civil en la estructura-ción de las relaciones de poder. Gramsci apuntó la necesidad de pen-sar los soportes culturales del poder y la dominación (…) En la base teórica gramsciana de la hegemonía subyace una comprensión relacio-nal del poder. Fue esta perspectiva la que le permitió superar el re-duccionismo de la concepción tradicional, que limitaba el poder a los aparatos de coerción del Estado» (Acanda, 2002 a).
La existencia de la sociedad civil cubana, hipótesis referencial, nos lleva también a la necesidad de argumentar el desarrollo de determina-dos procesos y condiciones político-estructurales que la han hecho posi-ble. Entre otros:
— El mantenimiento de una cultura de asociacionismo en Cuba ante-rior al triunfo de la Revolución.
— Las medidas adoptadas por el Gobierno a partir de 1959 para or-ganizar el apoyo social en claves de participación-organización y, paralelamente, como elemento de consenso y legitimación ante los primeros ataques (internos y externos) al recién iniciado proceso revolucionario.
— La puesta en marcha de las Organizaciones de Masas de la Revo-lución, articulación sectorial de campesinos, trabajadores, mujeres, estudiantes, veteranos, etc.
— El establecimiento en los primeros años de espacios propios en ámbitos como el económico y el ideológico.
— El redimensionamiento de todo el sistema institucional encargado de producir y difundir las nuevas formas ideológicas.
— La incorporación de la población a una red moderna de ingresos, servicios, modelos de consumo, niveles de educación, etc.
— La aparición en la década de los años ochenta del siglo xx, a ins-tancias de la dirigencia del país, de un nuevo asociacionismo (pro-fesionales, ONGs, etc.)
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— La nueva realidad fruto de la crisis de la década de los años no-venta del pasado siglo con la reducción del papel omnímodo del Estado y el surgimiento de nuevos territorios y espacios de articu-lación social
Otro aspecto realmente reseñable es la existencia, en la configuración de la sociedad civil en la Revolución, de una heterogeneidad representada por expresiones que proponemos a estudio como las Organizaciones de Masas, la Cultura como referencia específica, la Religión y su tejido aso-ciativo (particularmente activo entre las iglesias cristianas, con especial incidencia histórica en la comunidad católica), el ámbito de la Oposición y la Disidencia política y otras esferas de expresión desarrolladas esen-cialmente ya en los inicios del nuevo siglo xxi.
Así pues, esta obra intenta analizar estas propuestas metodológicas respecto a un objeto de estudio realmente atractivo que hoy como ayer sigue levantando pasiones encontradas y que, al hilo de una investiga-ción como la que proponemos, nos permita poder conocer con mayor ri-gor científico el pasado, el presente y el futuro inmediato de una realidad social compleja y, a la vez, siempre centro de interés para miles de hom-bres y mujeres en todo el mundo.
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Sociedad Civil como concepto:
Hipótesis y problemas
Partamos de un a priori necesario a la hora de definir el concepto
so-ciedad civil: no es sencillo delimitar el término pese a que, como señalan
muchos autores, la literatura sobre el mismo ha venido hegemonizando buena parte de la producción de las ciencias sociales occidentales en las últimas décadas. O precisamente por ello.
«La sociedad civil se ha convertido en un conocido y resbaladizo concepto utilizado para justificar de forma radical agendas ideológi-cas diferentes, sustentadas en evidencias profundamente ambiguas y plagadas de muchas suposiciones cuestionables». (Edwards, 2008: 6)
Es lógico entonces realizar un recorrido por la evolución del mismo para tratar de establecer un marco teórico que nos permita contextuali-zar nuestra reflexión. No estamos ante una tarea fácil. Incluso politólogos como Norberto Bobbio, Niccola Matteucci y Gianfranco Pasquino llegan a señalar en su «Diccionario de Política» una manifiesta y progresiva per-versión conceptual:
«Se trata de un proceso de modificaciones, o tal vez sea mejor de-cir de deslizamiento de significados, por el que la expresión sociedad
civil habría llegado incluso a tener finalmente un significado opuesto
al que había tenido en sus inicios». (Bobbio, Matteucci y Pasquino, 1995: 1522)
¿Cómo resolver este «laberinto polisémico»? ¿Cómo entender el abuso sistemático de su utilización tanto en el lenguaje coloquial como en el lenguaje científico? ¿Cómo evitar su conversión en «talismán
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gico» o, en palabras de distintos analistas, su «valor refugio» (Vallespín, 1996) o su papel como «comodín verbal» (Meiksins Wood, 1990)? Las respuesta nos vienen de la mano de un urgente y necesario repaso histó-rico sobre la evolución del concepto «sociedad civil» que nos lleve desde sus orígenes hasta las acepciones más recientes (diversas y contradicto-rias) pasando por la concepción clásica liberal, las aportaciones de He-gel, Marx y Engels, los acercamientos contemporáneos desde un amplio crisol ideológico y, muy especialmente, desde la aportación fundamental del filósofo y político italiano Antonio Gramsci, piedra angular de la jus-tificación teórica y analítica en el estudio de la articulación de la sociedad civil cubana desde 1959 que proponemos.
1.1. Sociedad Civil: Evolución histórica del término 1.1.a) De los orígenes a la «definición clásica» del Liberalismo
Atendiendo al sentido etimológico de las palabras, el término griego
polis y su correspondiente latino civitas designan, con manifiesta
aproxi-mación, un mismo concepto. Según Aristóteles, el Estado (la Ciudad-Estado griega) tiene como fin el bien supremo del ser humano, su vida moral e intelectual. Una comunidad capaz de satisfacerse a sí misma al alcanzar la autarkéia.
«La familia es la comunidad primitiva que existe para hacer po-sible la vida para cubrir las necesidades cotidianas de los hombres. Cuando varias familias se unen y se procura ya algo más que la satis-facción de las necesidades diarias, se origina la aldea. Más adelante, de la unión de varias aldeas en forma de una comunidad mayor que “se basta a sí misma o casi se basta del todo”, surge la Ciudad-Es-tado». (Copleston, 1991: vol. 1, 352)
De esta forma, el ser humano por su propia esencia, está llamado a formar parte de dos sociedades naturales: la familia, comunidad origina-ria o primigenia, y la polis, comunidad perfecta o autosuficiente. La ex-presión latina civitas, como hemos señalado, hace alusión a esta misma realidad. De ahí que los términos sociedad civil y sociedad política tengan en un primer momento un significado similar. Sobre esta base no es de ex-trañar que los pensadores inmediatamente posteriores en el tiempo, in-fluenciados por esta cosmovisión política, pudieran identificar las nocio-nes con el moderno concepto de «Estado» comprendido en su acepción
total de «comunidad perfecta o soberana» hasta bien entrada la Edad
Me-dia.
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«La escolástica del siglo xiii considera equivalentes la “sociedad civil” y la “sociedad política” y, si bien en un autor como Santo To-más los términos habitualmente empleados para nombrar la comuni-dad perfecta son civitas communitas política o communitas civilis, en su obra también aparece utilizada la expresión civilis societatis o societas
civilis». (Migliore, 2005: 11)
El contractualismo del siglo xvii, que pretendía justificar la obli-gación política en función del libre consentimiento de cada uno de los miembros de la sociedad, va a transformar en lo esencial esta aparente sinonimia. Autores como John Locke (Locke, 1995) y Adam Ferguson y los ilustrados escoceses (quienes presentan la sociedad civil como una es-fera de encuentro y realización social), comienzan a plantear una radical autonomía conceptual bajo la consideración de que la sociedad es previa a la propia creación del Estado (Ibarra, 2005: 20). Una propuesta, por lo demás, basada en el complicado argumento de combinar dos tradiciones aparentemente contradictorias: las virtudes clásicas del humanismo cí-vico y los componentes del liberalismo emergente.
«Para Ferguson la sociedad civil todavía no es percibida como una esfera de vida completamente distinta de la sociedad política o del Es-tado, pero sí se comienzan a observar algunas distinciones, aunque tenues, entre ambos conceptos. Dos son los ámbitos —interrelaciona-dos entre sí— que nos permiten hacer esta afirmación. Uno se centra en el papel que juega la naciente presencia de la economía en las so-ciedades modernas y, el otro, tiene su razón de ser en la lucha contra el despotismo, en la búsqueda por establecer límites al poder» (Wen-ces Simon, 1998: 85-86).
Las teorías iusnaturalistas, con Thomas Hobbes como principal refe-rente, analizan el Estado o la sociedad política respecto a un nuevo ele-mento referencial: el estado natural o la sociedad natural. ¿De qué esta-mos hablando? Hobbes es explícito:
«Una ley natural, lex naturalis, es un precepto, una regla general que se descubre con ayuda de la razón, según la cual un hombre ha de evitar hacer lo que puede destruir su vida o privarle de los me-dios para conservarla, así como todo lo que él crea mejor para preser-varla». (Hobbes, 2002: 116)
Así pues, en este contexto, una ley natural es para Hobbes una norma de «egoísta prudencia» (Copleston, 1991: vol. V, 42). Una búsqueda ra-cional de la propia conservación que conduce al ser humano a formar comunidades o estados en los que las leyes naturales proporcionan las condiciones para establecer una sociedad y gobierno estables. Hobbes,
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en definitiva, sustenta la sociedad o comunidad en un contrato social en el que la propiedad privada se va a convertir en la piedra angular de la nueva estructura. Ahora bien, ¿cómo se realiza esta «transferencia de de-rechos» mediante la que una pluralidad de individuos cede su fuerza o sus poderes? Con el establecimiento de un acuerdo «de hombre a hom-bre» que delimita los mecanismos de constitución de la nueva «sociedad civil» creada con el objetivo de proteger la paz y la seguridad de los que son partes en el contrato social (Copleston, 1991: vol. V, 46).
Locke, por su parte, va a proponer una aportación clave al concepto de «sociedad civil» al enfrentarse intelectualmente tanto al absolutismo de Hobbes como al «derecho sagrado de la realeza», justificado en aque-lla época por teóricos de la ciencia política como Robert Filmer (Filmer, 1991). Al plantear la defensa del establecimiento de límites al poder mo-nárquico asegurando paralelamente la independencia del poder judicial, Locke prefigura uno de los rasgos significativos del término sociedad civil predominante en alguna de las nociones contemporáneas: referirse a una sociedad «total» dentro de la cual las «instituciones no políticas» no están dominadas por las «políticas», no asfixiando tampoco a los individuos (Fernández, 1997: 4).
La única solución para superar el estado natural de guerra y, en con-secuencia, asegurar la paz, la libertad y la propiedad, señala Locke, es posibilitando una situación de «tranquilidad políticamente impuesta», es decir, fundando la sociedad civil. Un planteamiento que se aparta meri-dionalmente de lo expuesto por Hobbes:
«A diferencia de Hobbes para quien el hombre natural desaparece una vez constituido el ciudadano, para Locke es realmente un hombre protegido. El dato más significativo de esta tesis es que Locke se aleja de Hobbes al presentar al estado de naturaleza no como un ámbito de guerra perpetua sino más bien como una esfera de convivencia pací-fica en donde existen la libertad y la igualdad y en la cual tiene lugar una cierta solidaridad social de carácter “natural” que nos da la pauta para sugerir la existencia de una sociabilidad imperfecta, sociabilidad que no se pierde sino que es reformada y perfeccionada cuando se asienta la sociedad civil». (Wences Simón, 1998: 26)
Como afirma el filósofo cubano Jorge Luis Acanda, la idea de la so-ciedad civil aparece de esta forma en la modernidad vinculada directa-mente al pensamiento liberal constituyendo, paraleladirecta-mente, uno de sus aspectos fundamentales.
«Razón, individuo y sociedad son tres elementos básicos de la vi-sión liberal de lo social. La Razón es transfigurada en razón
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mental, como expresión sublimada de las leyes de funcionamiento del mercado. El individuo es entendido como el varón propietario. Y la sociedad civil como la sociedad bien organizada, espacio ordenado (“civilizado”) donde esos individuos propietarios despliegan su aso-ciatividad. En la concepción liberal temprana, nada podía interferir en ese despliegue». (Acanda, 2002 a: cap. VI, 1)
Definición conceptual, génesis y desarrollo del término como marco autónomo. Pero con un manifiesto sesgo en su universalización: la exclu-sión práctica de otras formas asociativas constituidas por aquellos gru-pos sociales no comprendidos dentro de los marcos conceptuales del «in-dividuo».
«Este concepto de sociedad civil, por tanto, no abarcaba en la mente de sus creadores todas las formas de asociatividad sino tan sólo las que se correspondían con la Razón, vale decir, con el mer-cado. Era una idea más bien excluyente pues sus marcos de inclusión estaban limitados. Para las personas que vivieron esa época, estaba bien claro este carácter restringido de la idea de sociedad civil, vincu-lada sólo a la propiedad privada». (Acanda, 2002 a: cap. VI, 2)
No es un tema menor. El desarrollo de las relaciones de mercado a partir del siglo xvi va a conformar un original concepto del Yo, determi-nado por la aparición de nuevas forma de motivación y asociación social basadas en el interés propio individual. La sociedad civil es así presentada por los contractualistas como una esfera institucionalizada, superior por su orden y su lógica a la conflictividad inherente al estado de la natura-leza. Sociedad civil significa para ellos sociedad bien organizada, con un Estado que garantiza esa organización, como señala el filósofo y escritor chileno Helio Gallardo:
«El concepto nace para designar la sociedad bien ordenada bur-guesa y su cotidianidad, por oposición a las antiguas relaciones me-dievales. Desde este punto de vista, histórico, puede ser usado como sinónimo de sociedad burguesa y sociedad moderna... También como sinónimo de sociedad de ciudadanos». (Gallardo: 1995, 15)
En definitiva, la inviolabilidad de la propiedad privada, la primacía de los derechos individuales y, especialmente, la no intromisión del po-der político en el ámbito económico (generando una ficticia división en-tre las esferas de lo público y lo privado), van configurando gradualmente una concepción «privatista» de lo político. La sociedad civil queda identi-ficada con la sociedad económica, con todo el tejido tanto colectivo como individual de relaciones que en el espacio del mercado conforman el
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mundo económico. Paralelamente, esta corriente incorpora progresiva-mente a dicha sociedad civil la naciente opinión pública entendida, claro está, como una construcción colectiva y autónoma «alejada de la influen-cia del Estado» (Ibarra: 2005, 30).
Una tendencia en la que confluyen interrelacionándose en primer lu -gar, teorías realistas que describen al Estado tal cual es (como la línea de reflexión que va de Maquiavelo a los teóricos de la razón de Estado) y, en segundo lugar, teorías iusnaturalistas (de Hobbes a Rousseau y Kant) que proponen modelos ideales de Estado y que se refieren al mismo tal y como debería ser para realizar su propio fin. En palabras de Norberto Bobbio,
«(...) Esta segunda opción se caracteriza por su racionalización del estado y enlaza con la primera en cuanto que estataliza la razón, al hablar de razón de Estado. Hegel representa la disolución y el tér-mino de estas concepciones. “La Filosofía del Derecho” presenta la ra-cionalidad del estado como el fin del movimiento de la realidad histó-rica, no como un mero arquetipo ideal. La racionalidad de estado no es una exigencia, sino una realidad; no es un ideal, sino un aconteci-miento histórico». (Bobbio: 1977, 17)
1.1.b) Nuevas lecturas: Hegel, Marx y Engels
Georg Wilhelm Friedrich Hegel abre las puertas a una nueva línea de reflexión. El «desplazamiento semántico» del término sociedad civil desde lo genéricamente organizativo hacia lo económico-social, persiste en la formulación del filósofo alemán a caballo entre los siglos xviii y xix. Su propuesta no rechaza esta realidad. Pero esos «intereses egoístas» sólo adquieren pleno sentido en la medida en que se integran en la sociedad política.
«La sociedad civil se convierte para Hegel en el conjunto de libres decisiones tomadas por el “hombre burgués”, que tejen una red de compromisos, derechos y también de organizaciones estables, trans-formadas en una sociedad civil en la medida en que el Estado les dé sentido de totalidad. Es decir, en la medida en que el Estado, con su presencia y con la organización de dicho tejido social, otorga al mismo una etnicidad, un objetivo. Lo incorpora a un destino totaliza-dor del que él, el Estado, es artífice y protagonista». (Ibarra: 2005, 23)
Queda así planteada una cuestión meridiana de larga controversia en la recuperación contemporánea del término: el papel del Estado en la configuración de la sociedad civil; en definitiva, las relaciones entre
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bos referentes (para Hegel, con una mutua vinculación profunda). De acuerdo con él, la sociedad civil arranca al individuo de los lazos sociales tradicionales (esencialmente de la familia) y lo «autonomiza» mediante el establecimiento de nuevos elementos reguladores (las «corporaciones»).
«Hegel recalca el estatus de la sociedad civil como aquella esfera en la que los individuos operan con sus capacidades privadas». (Tes-ter: 1992, 22)
El filósofo alemán inauguró una forma nueva de abordar la interrela-ción de los problemas emanados de la instaurainterrela-ción de una sociedad en-tonces diferente.
Contemporáneamente a sus planteamiento se va a producir ya la pre-dicación del advenimiento de un orden nuevo regulado por científicos e industriales en contraposición con el orden tradicional dirigido por me-tafísicos y militares (Bobbio: 1977, 18). A diferencia de todos los teóricos políticos anteriores, Hegel señaló expresamente que el reconocimiento de normas morales por parte de los miembros de una sociedad era condi-ción imprescindible para el mantenimiento del Estado moderno.
«Para Hegel, la sociedad civil burguesa es el “sistema de nece-sidades”. Ante todo, el sistema económico moderno (o capitalista). Pero advierte que ese sistema no puede subsistir sin la existencia de una serie de instancias reguladoras. Por eso incluye en su definición, como elementos integrantes, los ámbitos de administración de justicia y las asociaciones entre productores (o corporaciones). Es decir, en la filosofía política hegeliana, la sociedad civil incluye instancias públi-cas de carácter coercitivo, inherentes al funcionamiento de la econo-mía moderna. Pero ellas no constituyen aún el Estado, en el sentido hegeliano». (Acanda: 2002 a, cap. VII, 13)
En resumen, cinco son las ideas centrales en el tratamiento hegeliano del concepto que nos ocupa: se trata del resultado de un largo e intrin-cado proceso de transformación histórica; no existe identidad o armo-nía necesaria entre los diversos elementos de la sociedad civil; el Estado juega un papel corrector de los conflictos internos de la sociedad civil; las corporaciones, asociaciones profesionales, son las mediadoras entre la so-ciedad civil y el Estado; y, quinta consideración, las relaciones Estado-sociedad civil se deben establecer de manera flexible garantizando la au-tonomía y el pluralismo de la propia sociedad civil, lo que redundará en los privilegios universales del Estado. (Wences Simon, 1998: 157-158).
Heredera de Hegel, la noción de sociedad civil elaborada por Carlos Marx se presenta como más «compleja» (Migliore: 2005, 14). La expresión
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«sociedad civil» adquiere en sus textos, mayoritariamente, el significado de «sociedad burguesa» en el sentido de sociedad de clase.
«El Estado ya no es la realización de la idea ética, lo racional en sí y para sí sino, como dice la famosa frase de El Capital, “violencia con-centrada y organizada en una sociedad». (Bobbio, 1977: 152)
El Estado, para Marx, no suprime el reino de la fuerza sino que lo perpetúa. La única diferencia es que se ha sustituido la guerra de todos contra todos por la guerra de una parte contra la otra, es decir, por la lu-cha de clases, de la cual el propio Estado es expresión e instrumento. Por otra parte, la sociedad que regula el estado no es una sociedad
natu-ral, adecuada a la naturaleza del ser humano, sino una sociedad
históri-camente determinada, caracterizada por ciertas formas de producción y por determinadas relaciones sociales.
De esta forma, el Estado se convierte en un aparato coercitivo, en un instrumento de dominio de clase subordinado a la sociedad civil, enten-dida ésta como un momento del desarrollo del sistema económico.
«Marx da a la expresión “sociedad civil” el significado de toda la vida social preestatal, en cuanto momento del desarrollo de las rela-ciones económicas que determina y del que procede el momento po-lítico; es uno de los dos términos de la antítesis sociedad-Estado (...). En el mismo pasaje de la Crítica de la Economía Política en el que hace referencia al análisis hegeliano de la sociedad civil, precisa que “hay que buscar la anatomía de la sociedad civil en la economía política». (Bobbio, 1977: 158)
A este respecto, es muy importante tener en cuenta uno de los esca-sos pasajes de Marx en los que reflexiona directamente sobre el concepto «sociedad civil», incluido en la obra La ideología alemana:
«La forma de relaciones determinada por las fuerzas productivas existentes en todos los estadios históricos hasta ahora ocurridos y que, a su vez, determina aquéllos, es la sociedad civil (...) La sociedad civil es el hogar, el escenario de toda la historia; es absurda la concepción de la historia que se limita a transcribir las acciones de los jefes y de los Estados y que descuida las relaciones reales (...) La sociedad civil com-prende todo el complejo de las relaciones materiales entre los indivi-duos en un determinado grado de desarrollo de las fuerzas producti-vas. Comprende todo el complejo de la vida comercial e industrial de un grado de desarrollo y trasciende el Estado y la nación, aunque por otra parte deba afirmarse de nuevo hacia fuera como nacionalidad y or-ganizarse como Estado». (Marx, 1970: 223)
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Para Friedrich Engels la expresión sociedad civil se va a convertir tam-bién en un elemento referencial de su sistema conceptual. Si Marx habla de ella explícitamente en obras como La cuestión judia o las significadas anteriormente Crítica de la economía política y La ideología alemana, Engels va a reflejar en un escrito más tardío, Ludwig Feuerbach y el fin de la
filoso-fía clásica alemana, uno de sus pensamientos más citados por su claridad y
capacidad de síntesis:
«En la historia moderna al menos, queda demostrado por lo tanto que todas las luchas políticas son luchas de clases y que todas las lu-chas de emancipación, pese a su inevitable forma política, giran en último término, en torno a la emancipación económica. Por consi-guiente, el Estado, el ordenamiento político, es el elemento subordi-nado, mientras que la sociedad civil, el reino de las relaciones
económi-cas, es el elemento decisivo». (Engels, 1980: 6)
La noción sociedad civil, el reino de las relaciones económicas, termina de esta manera por distinguirse claramente del concepto de Estado, com-prendido ahora ya no como sociedad política, sino en un sentido «par-cial» de gobierno, aparato de dominación al servicio de los intereses de la clase dominante. Un traspaso efectivo, en definitiva, del poder del estado a la sociedad. Una sociedad en la que el trato civil entre sus miembros debería estar liberado de toda enajenación. Va a ser un filósofo y político comunista italiano, de nombre Antonio Gramsci, quien decida afrontar años más tarde la tarea de asumir el desafío teórico que esta legítima as-piración implica. Pero sobre él volveremos posteriormente dedicándole el tiempo que se merece, más allá de silencios, mordazas y curiosos olvi-dos en buena parte de los estudios contemporáneos sobre el tema.
1.1.c) La revalorización de la noción «Sociedad Civil». Tocqueville y el
asociacionismo
Hay otro enfoque histórico del concepto sociedad civil sustentado, en esta ocasión, en la negación de la división entre sociedad y Estado. Una visión que afirma la imposibilidad de concebir la sociedad al margen de su constitución política (Ibarra, 2005: 20-21). En esta línea de pensamiento se inscribe la obra de autores como Montesquieu (con su planteamiento sobre el equilibrio de poderes y la organización social en torno a cuerpos intermedios que, a través de su actividad, impidan el despotismo estatal) y, muy especialmente, Alexis de Tocqueville. Ya desde los albores del si-glo xix, este pensador francés señalará la importancia que tiene la vitali-dad asociativa para la conjura de cualquier totalitarismo.
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Impresionado por lo observado en un viaje a Estados Unidos como integrante de una visión gubernamental para estudiar el sistema peniten-ciario del país, Tocqueville trata de describir en su obra «La democracia en América» (Tocqueville: 2007) las consecuencias que la igualdad habría de tener tanto en el terreno de la política cuanto en la configuración de la «sociedad civil».
«Tocqueville sintetiza las ideas de Locke que se reflejan en el ilu-minismo escocés y del Montesquieu que se entremezcla en Hegel. La primera influencia puede verse en su idea de sociedad como una es-fera separada del estado, y en su entendimiento de la sociedad civil como la arena de la pluralidad, lo que los escoceses veían en la divi-sión del trabajo. Tocqueville, como Hegel, también ve los peligros po-tenciales de la diversidad de intereses particulares en la sociedad ci-vil. En especial le preocupa la posibilidad de que algún grupo pueda tiranizar a otro. Pero, a diferencia de Hegel, Tocqueville no opta por el estado como la solución, ya que el mismo estado tiende a la tiranía, sino que las instituciones intermediarias proveerían la protección con-tra la tiranía tanto de las minorías como de una mayoría». (Hall, 1995)
En su opinión, el sistema político estadounidense sólo se puede en-tender si se tiene en cuenta la importancia de su «genio» asociativo:
«Las asociaciones políticas que existen en Estados Unidos no cons-tituyen más que un elemento en el inmenso conjunto que presenta la totalidad de las asociaciones. Los americanos de todas las edades, de todas las condiciones, de todas las mentalidades, se unen constante-mente. No sólo tienen asociaciones comerciales e industriales de las que todos forman parte, sino de otras mil clases: religiosas, morales, serias, fútiles, muy generales y muy particulares, inmensas y peque-ñísimas. Los americanos se asocian para dar fiestas, fundar semina-rios, construir albergues, edificar Iglesias, distribuir libros, enviar mi-siones a las antípodas; de esta manera crean hospitales, primi-siones y escuelas. Se asocian, en fin, si se trata de revelar una verdad o de de-sarrollar un sentimiento con la ayuda de un gran ejemplo. Si en Fran-cia veis al gobierno y en Inglaterra a un gran señor a la cabeza de las nuevas empresas, contad con que en Estados Unidos hallareis una asociación». (Tocqueville: 2007, 84)
Desde la perspectiva de Tocqueville, la sociedad civil se va a conver-tir en un espacio en el que se hace política. Una línea de pensamiento que va a influir abiertamente en muchas de las nuevas teorizaciones del con-cepto desarrolladas ya en las últimas décadas del siglo xx.
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Teorías de la Sociedad Civil:
mapa contemporáneo
El tema de la sociedad civil se ha situado en los últimos años en el centro de la atención de políticos y especialistas de las ciencias sociales y también en el centro de los debates de la opinión pública (Acanda, 2002 a; cap. 1, 1). Muchas y diversas son las razones que podrían explicar esta revitalización conceptual que han llevado a convertir la «sociedad civil» en una especie de hegemonía epistemológica (Tismaneanu: 2002, 190). Desde la necesidad ideológica de justificar cambios políticos en deter-minadas estructuras sociales hasta los intentos de explicación de nuevas formas de organización social y asociativa. Desde postulados sustentados en una teoría posmarxista de la democratización hasta concepciones neo-liberales, sin olvidar las orientaciones socialdemócratas.
«La revitalización de la sociedad civil cobra relevancia a partir de una serie de acontecimientos sociales y políticos de alcance universal que podrían, a riesgo de reducir una sinfonía a una simple nota, sin-tetizarse en cuatro escenarios. Por un lado, los procesos de transición de la hipertrofia estatal autoritaria a la democracia en los países de Europa del Este y de América Latina que convirtieron a la sociedad civil en un símbolo de identidad de la lucha contra el sometimiento (...). En segundo lugar, el auge en el mundo occidental de los nuevos movimientos sociales que desde distintos frentes han ido reclamando el reconocimiento, desarrollo y protección de diversos intereses y ne-cesidades, tanto individuales como colectivos (...). En tercero, la con-figuración de la sociedad civil como uno de los ejes centrales de al-gunas de las actuales teorías de la democracia y en un armazón para combatir ya no sólo los abusos del estado autoritario, sino también las crecientes estrategias que buscan borrar a la política de la vida social.
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Por último, hay un cuarto escenario que surge a partir de la crisis de los estados de bienestar, tanto de los que se hallaban en vías de im-plantación y que han sido incapaces de ofrecer respuestas adecuadas al agravamiento de la pobreza y la desigualdad, como de los consoli-dados que se han visto tambaleados por el avance de un mercado ca-paz de derribar todo intento de imposición de frenos». (Sauca y Wen-ces: 2007, 9)
Esta multiplicidad de referentes, ha generado manifiestos efectos en el ámbito de la reflexión teorética, tanto empírica como analítica, del con-cepto. Desde la crítica neomarxista podríamos citar a autores como Les-zek Kolakowski (Kolakowski, 2001), Adam Michnik o Mihály Vajda; en Europa Occidental, pensadores como Cornelius Castoriadis (Tello, 2003), Ernest Gellner (Gellner, 1996), André Gorz (Gorz, 1998) o Pierre Rosan-vallon (RosanRosan-vallon, 2007); y en el caso de América Latina, las reflexio-nes de nombres como Guillermo O´Donell (O´Donell, 2001), Francisco Weffort (Weffort, 1999), Leonardo Avritzer (Avritzer, 1999), Alberto J. Ol-vera (OlOl-vera, 2002), Rafael Hernández (Hernández, 1999), Fernando Mar-tínez Heredia (MarMar-tínez Heredia, 2001) o el ya citado Jorge Luis Acanda (Acanda, 2002 a).
Estos trabajos se vieron acompañados, a su vez, de propuestas veni-das de tiempo atrás sobre el fortalecimiento del tejido social y asociativo en las democracias consolidadas. Entre ellos y a modo de ejemplo, pue-den mencionarse los estudios de Norberto Bobbio, Claude Lefort y, muy especialmente, Jürgen Habermas (Habermas, 2002).
Con todo, son muchos los autores que muestran su crítica respecto a la recuperación de un término que, prácticamente relegado de la re-flexión del pensamiento sociológico y político desde mediados del si-glo xix, aparece en el debate actual en forma tan recurrente como semán-ticamente imprecisa. Es el caso de Adam Seligman quien destaca tres usos fundamentales de la idea de sociedad civil: su utilización como slo-gan político tanto por la derecha como por la izquierda; su aplicación como concepto sociológico analítico para describir formas de organiza-ción social; y, finalmente, su consideraorganiza-ción de concepto filosófico con ca-rácter normativo, vinculado a reflexiones sobre el reino de la formación y funcionamiento de valores y creencias de acción simbólica (Seligman, 1992).
¿Cuáles son los escenarios geográficos y políticos donde el término
sociedad civil ha adquirido una revitalización a partir de los años 70 del
si-glo xx? Indudablemente estamos hablando de los países del «socialismo histórico» (Gallardo, 1991) del este de Europa (identificando el término con nuevos espacios —frente a los estados ultracentralistas— convertido en sinónimo de «anticomunismo»), de los países capitalistas
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llados (tanto desde una óptica de proyección política neoconservadora como manifiestamente social identificada con una cultura de izquierda) y de la región latinoamericana (desde una crítica progresista en un primer momento ante las arbitrariedades de los regímenes militares y, posterior-mente, al modelo económico neoliberal expandido en el continente). Las conceptualizaciones siguen siendo muy abstractas y contrapuestas. En el caso latinoamericano, por ejemplo, el sociólogo nicaragüense Orlando Núñez identifica como «sociedad civil» a todos los grupos y organiza-ciones que no son parte del orden dominante o de la clase gobernante (Núñez, 1998), mientras Helio Gallardo habla del término como un con-cepto múltiple que agruparía todo lo que no es Estado (Gallardo, 1995) y Jorge G. Castañeda, por su parte, llega a establecer como sinónimos en un momento de la historia reciente del continente «sociedad civil», «mo-vimientos populares», «organizaciones sociales o de base» y «organiza-ciones no gubernamentales» (Castañeda, 1995: 369-370).
«¿A qué se ha debido el extraordinario éxito del recurso a la socie-dad civil en las dos últimas décadas del siglo xx? Su éxito teórico es reflejo de la “clara crisis de identidad de la política democrática” y de las “perplejidades que asolan a los distintos discursos ideológicos”, tanto de izquierda como de derecha. Crisis, sí, de la izquierda revo-lucionaria, que ante el agotamiento histórico no sólo de los viejos es-quemas vanguardistas de lucha por el poder, sino también del patrón estadolátrico de estructuración del proyecto anticapitalista, está obli-gada a buscar nuevos conceptos y nuevas formas de manifestarse y existir. Pero también crisis política de la derecha. Ella está deseosa de desmantelar el estado keynesiano y sus estructuras redistributivas ga-rantes de la gobernabilidad, mecanismos que se vio obligada a adop-tar ante los exitosos desafíos provenientes de un movimiento revo-lucionario y obrero en ascenso, y que ahora se han vuelto un estorbo ante la desaparición o debilitamiento de aquellos desafíos». (Acanda, 2002 a: cap. 1 pp. 9-10)
Es cierto. La contextualización geográfica nos permite comprender buena parte de los postulados desde los que se configura la delimita-ción del concepto. Así, mientras en el caso de la Europa del Este se plan-teaba en muchos casos como una «alternativa al Estado» desde la pers-pectiva de consecución de espacios propios de expresión convirtiéndose en ocasiones en formas de oposición política manifiesta y, en otras, en re-des sociales ajenas a la esfera de lo político, en el caso de Estados Unidos las definiciones de «sociedad civil» han tenido mucho que ver con la dis-minución creciente de la participación ciudadana en todo tipo de orga-nizaciones voluntarias y su reflejo en la articulación social del país. Una
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contextualización que también, desde sus manifiestas peculiaridades, po-demos aplicar a las realidades de Europa Occidental, África, Asia o de América Latina.
Vamos a acercarnos entonces a algunas de estas definiciones contem-poráneas del término «sociedad civil», atendiendo a su interés desde la perspectiva analítica de nuestro objeto de estudio.
2.1. Habermas: la Sociedad Civil como Ideal
Muchos pensadores sobre la sociedad civil plantean un núcleo ins-titucional constituido por asociaciones voluntarias fuera de la esfera del Estado y de la economía. Jürgen Habermas, filósofo de la moralidad ba-sada en el consenso, se inscribe en esta corriente de pensamiento mien-tras autores como Michel Foucault se sitúan, en contraposición, en el ám-bito de lo que podríamos llamar la «historia real» contada en términos de conflicto y de poder (Vázquez García, 95: 126). Para Habermas la socie-dad civil se estructura en torno al espacio de la opinión pública
(Öfftlich-keit), cuya trama le da consistencia. Un espacio que deviene en fenómeno
social mientras los nuevos movimientos sociales se convierten en agentes de racionalidad comunicativa:
«El espacio de opinión pública como mejor puede describirse es como una red para la comunicación de contenidos y tomas de postura, es decir, de opiniones y en él los flujos de comunicación quedan filtra-dos y sintetizafiltra-dos de tal suerte que se condensan en opiniones públi-cas agrupadas en torno a temas específicos». (Habermas: 2002, 171)
Para Habermas, debe oponerse el lebenswelt (el mundo de la vida) con su lógica cooperativa, horizontal y solidaria, a la lógica instrumen-tal, racionalista y mercantilista proveniente del Estado y del mercado (Ibarra, 2005: 31). Una sociedad civil «idealizada» en permanente ase-dio por parte de «poderes superiores». De esta forma, el filósofo alemán propone la necesidad de fortalecer esas redes colectivas separándolas del Estado, la economía y otros sistemas funcionales. La influencia de esta sociedad civil en el sistema político institucionalizado es siempre indirecta y prácticamente nula en el subsistema económico. Así, la con-cepción habermasiana de la sociedad civil, sustentada en la estructura comunicativa que configura los mundos de vida, aparece como un ám-bito de reclamo pero de escasa posibilidad de desencadenar y orien-tar una transformación social frente a un Estado que debe proteger el sostenimiento de esa red asociativa. Un pensamiento y unos
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mientos en definitiva que, como señalan diversos autores, proponen un buen desarrollo en lo concerniente a modelos e ideales pero limitan cualquier posibilidad de desencadenar u orientar una transformación social (Flyvbjerg, 1999: 68).
2.2. Mouffe: a la Sociedad Civil desde la Democracia como Ejercicio de
Antagonismo
Para la politóloga belga Chantal Mouffe, la imposibilidad de erradi-car la dimensión de conflicto de la vida social lejos de socavar el proyecto democrático es la condición necesaria para comprender el desafío al cual se enfrenta la política (Mouffe, 2007: 9). Es precisamente desde esta pers-pectiva desde la que podemos extraer su opinión sobre la sociedad civil. Democracia como conflicto, democracia como antagonismo, elemento esencial de «lo político».
«El enfoque consensual en lugar de crear las condiciones para lo-grar una sociedad reconciliada, conduce a la emergencia de anta-gonismos que una perspectiva agonista, al proporcionar a aquellos conflictos una forma legítima de expresión, habría logrado evitar». (Mouffe, 2007: 12)
El pluralismo real será así consecuencia de que todos los grupos, to-dos los intereses, estén presentes en el espacio público interviniendo en el conflicto y en el proceso de construcción real de la toma de decisiones. Se trata de reivindicar, en definitiva, una visión estrictamente «política» frente a la «postpolítica» desmontando los argumentos no sólo de las co-rrientes liberales y su concepción «moral» de una lucha entre el «bien y el mal», sino también los de aquellos sectores considerados progresistas que han aceptado la visión optimista de la globalización pasando a ser los defensores de una forma consensuada de la democracia que limita su propia naturaleza y expresividad.
«Creer en la posibilidad de una democracia cosmopolita con ciu-dadanos cosmopolitas que posean los mismos derechos y obligacio-nes, un grupo que coincidiría con la “humanidad”, es una ilusión pe-ligrosa. Si tal proyecto alguna vez se realizara, sólo podría significar la hegemonía mundial de un poder dominante que habría logrado imponer su concepción del mundo sobre todo el planeta y que, iden-tificando sus intereses con los de la humanidad, consideraría cual-quier desacuerdo como un desafío ilegítimo a su liderazgo “racional». (Mouffe, 2007: 114)
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