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Nunca se me ocurrió hacer otra cosa que no fuera dirigir

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Academic year: 2021

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“Nunca se me ocurrió hacer otra cosa que no fuera

dirigir”

Marialy, ¿por qué ser cineasta?

Como en todo, uno puede explicarse las cosas en retrospectiva, pero la verdad es que yo nunca quise hacer otra cosa. Desde que tengo siete años siempre sentí lo mismo. Sin ninguna razón tan específica, porque yo no vengo de una familia de cineastas. Incluso en Chile, en esa época, casi no había cine. Con el tiempo he empezado a pensar que hay dos cosas que tal vez me influyeron. Entré a un colegio Waldorf en cuarto básico y mis papás sacaron la televisión de la casa. Así, yo iba al cine por lo menos dos veces a la semana, me repetía las películas. Como en ese tiempo, en plena dictadura, había pocas películas en cartelera, yo veía a los doce años a Tarkovski y paralelamente veía «Retroceder nunca, rendirse jamás», porque era lo que había. Por otra parte, yo tenía unos vecinos con los que hacíamos películas, porque el papá de uno de ellos tenía una cámara de Súper VHS. Todavía las tengo: «La venganza de J. J. Jones» 1, 2 y 3, que era como «El padrino», y después hicimos una de terror. Conversábamos y armábamos las escenas. Y mis vecinos, los dueños de la cámara, eran de una familia de derecha, entonces en el día jugábamos y en la noche nos tiraban cosas a la casa y nos gritaban ¡comunistas! Eran mis amigos de día, pero mis bully de noche. De ese amor/odio, de ese conflicto, también goteó el amor por el cine.

¿Por qué pensar en ser directora y no actriz?

Son personalidades distintas. El actor es un intérprete, quiere expresarse a través de jugar a ser otro; el director quiere controlar un universo y darle sentido. Para mí no están relacionados, es como preguntar por qué directora y no doctora.

¿Te acuerdas qué imagen tenías del director de cine, de ese rol?

Yo creo que se trata de una cuestión de personalidad. Porque siempre que jugábamos, era yo la que organizaba las cosas. Dirigir grupos humanos siempre me ha resultado fácil. Aun no entendiendo lo que el rol significaba, porque cuando uno es niño no tiene real comprensión de lo que el trabajo en particular significa. Pero nunca, ni a los dieciocho, ni a los quince, ni a los veinticuatro, ni a ninguna edad, se me ocurrió hacer otra cosa que no fuera dirigir, nunca hubo otro camino que ese.

¿Te acuerdas de haber tenido referentes en ese momento?

Me acuerdo de haber amado las películas más antiguas. Tarkovski me gustaba mucho porque yo creo que no entendía nada. Me acuerdo de haber ido al Cine Arte Normandie y sentirlo muy gigante, siempre vacío, con gente fumando adentro. Todo el cine europeo que llegaba en esa época me encantaba: Kieœlowski, Wenders. Me gustaba «París, Texas». Una vez la vi tres veces en un día, en la función de las tres, de las siete y de las nueve. Pero

tampoco me pasaba que tuviera una obsesión con un director particular, hasta hoy no me pasa. Hay algunas películas que me vuelven loca y me quedo pegada en ellas. Soy de amor a primera vista.

¿Sientes que hubo oposición en algún momento? Algo como 'no, tú no vas a poder hacer esto'. Sabes qué, en mi caso, no.

¿Qué te decían tus papás?

Mis papás me decían 'bueno, dale'. Lo único complejo que pasó fue con la directora de mi colegio de media. Era un colegio súper enfocado en el éxito, y me iba bien. Entonces la directora y los profesores me decían 'tienes que estudiar algo como medicina'. Porque claro, tenía puntajes muy altos en todos los ensayos de prueba. Pero yo decía 'no, no, no'. Y un día la directora me dijo algo como 'bueno, no importa, tú te vas a casar y tu marido te va a

mantener, así que dedícate a ese hobby del cine'. Yo estaba con mi mamá, nos miramos y nos reímos. Porque yo nunca quise otra cosa. ¿Cómo te vas a oponer a un hijo que nunca ha querido hacer otra cosa?

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Pero era arriesgado; en ese tiempo no era como hoy que estudiar cine es una posibilidad real.

Hoy hay gente ganando el Oscar, hay publicidad y muchas cosas que hacen que los papás piensen que sus hijos se van a poder mantener. Mi mamá estudió Arte en la Universidad de Chile y mi papá era ingeniero, pero

honestamente, no sé porque me metieron a un colegio Waldorf a fines de los ochenta. En ese tiempo era como realmente salirse del sistema cuando no estaba de moda. Creo que mis padres fueron unos verdaderos punks. […]

¿Recuerdas algún momento en que te sintieras discriminada por ser mujer?

No. Pienso que ser lesbiana te da una seguridad particular, es como que inconscientemente copias ciertas cosas de lo masculino. No me refiero a moverse ni a vestirse de una manera, sino a la seguridad. Cuando uno proyecta seguridad la gente no te cuestiona. Entonces yo estaba tan segura de lo que quería, de que eso iba a ser, que nunca nadie puso oposición.

Pasaron cosas que fueron mitad suerte, mitad destino. Por ejemplo, conocí a Sebastián Lelio cuando estaba en el colegio, en tercero medio, una vez acampando en la playa con unos amigos. Nos hicimos amigos instantáneamente, como uno se hace amigos en la adolescencia. Lelio ya estaba estudiando Cine, entonces durante todo cuarto medio me iba todas las tardes a su casa a ayudarlo con sus trabajos. Él estaba en la Universidad Arcis, había estudiado un año Periodismo y se había cambiado. Terminando el colegio, postulé a Arcis y otras escuelas, pero me matriculé en Arcis porque Sebastián estaba ahí. Una tarde de verano, antes de entrar a clases, escuché a Sebastián decirle a su papá por teléfono: 'papá, todos los profesores buenos del Arcis se van a la Escuela de Cine de Chile, yo me quiero ir para allá'. La Escuela de Cine se acababa de abrir y él iba a pasar a segundo año en Arcis y tendría que partir de cero. El papá seguramente algo alegó y él le dijo 'voy a dar el mejor examen de admisión que te da una beca y no vas a tener que pagar de nuevo el año, tú tranquilo'.

A los cinco minutos me llama mi papá a la casa de Sebastián y me dice: 'Hija, llamaron de la Escuela de Cine de Chile porque te ganaste el mejor examen de admisión y tienes el primer año gratis'. ¡Yo me gané el mejor examen de admisión! Igual Sebastián se cambió a la Escuela de Cine. Entonces, fue fácil entrar a estudiar Cine.

[…]

¿Cómo ves hoy esa experiencia de haber entrado a un mundo tan dominado por hombres como la publicidad? Me acuerdo de dos episodios al inicio. Yo era chica, tenía veinticuatro o veinticinco años cuando empecé a dirigir publicidad, lo que no era común en esa época. Con la tecnología quizás hoy es más normal que un director empiece a los veinticinco, pero cuando todo era en cine, y cada lata costaba un ojo de la cara, no le abrían la puerta a gente de esa edad. Era muy raro, nosotros éramos la primera generación de directores de veinticinco años que hacía comerciales. Justo estuve en las primeras partes de muchas cosas, lo sentía extraño por el contexto, pero no por ser mujer.

Me acuerdo que estaba filmando un comercial de Sprite y algo le estaba preguntando al director de foto, que era Toño Ríos. Yo preguntaba un montón porque estaba aprendiendo. Había hecho un corto, había hecho un videoclip, había trabajado seis meses en asistencia de dirección, pero eso era todo. No entendía de qué se reían en la

publicidad, porque no había visto televisión nunca en mi vida. No entendía nada, además venía de vivir en Nueva York y encontraba que acá todo era súper machista. Para mí fue súper chocante, pero necesitaba plata, entonces empecé a ser asistente de dirección de un amigo, que había sido compañero mío, Matías Cruz. Al poco tiempo, desde una agencia, alguien me dijo 'pero tú eres directora, hiciste un corto súper bueno, ¿quieres dirigir un comercial?', y yo, 'ya'.

Estaba en eso, haciéndole preguntas al director de foto, cuando el productor técnico pasa por atrás mío y dice una pesadez. Yo estaba parada al lado de la cámara y me doy vuelta y le digo, delante de todo el equipo, '¿quieres dirigir tú?' Porque si quieres tratar tú con los clientes, yo me voy y diriges tú'. Y el tipo se achunchó altiro. 'No, Marialy, perdona'. Y desde ahí nadie dijo nada nunca más.

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[…]

¿Cómo sientes que te construiste para generar esta seguridad tan potente desde niña?

Yo nací en Talcahuano, viví en el puerto de San Vicente. A los cinco meses dije las primeras palabras, a los nueve meses hablaba y caminaba. Entonces, por el contexto en que vivía, que era de clase social baja, con poca

educación, se me veía como una niña genio. Yo asumí que tenía que ser inteligente para que me quisieran. No era algo que mis papás me decían, pero yo estudiaba y estudiaba. Relacioné el amor con la inteligencia. Por el contexto en que nací, siempre me sobre exigí. Creo que eso jugó un rol súper clave. De hecho, para mí ser gay me permitió pensar que por fin en algo no era perfecta. Dije 'tengo una falla, qué agradable'. Yo sabía que para mis hermanos era súper pesado que yo me sacara solo sietes en el colegio, que me ganara todas las becas y todos los premios. En ese momento fue como permitirme tener algo que es considerado malo y que me permitió ser un ser humano normal. Cuando salí del clóset y me fui a vivir a Nueva York, por fin pude relajarme y simplemente ser. […]

¿En tus contextos formativos sentías solidaridad con tus compañeros o seguías siendo rara por ser mujer? Para mí no era un factor. Hoy sí lo veo, pero nunca lo percibí así. Como no era la mina que quería agradar a los hombres, sino que era la mujer neutra, con una personalidad fuerte, altiro me trataban como igual. Obviamente yo trato a las mujeres de otra manera, para mí nunca fueron competencia, por tanto, nunca me llevé mal con alguna. No entendía que se pelearan, ni encontraba que eran complicadas, solo me parecía que eran fascinantes.

¿En qué momento ser mujer directora surgió como un tema para ti?

Creo que después de «Joven y alocada». Hasta esa película mi vida había sido una escalera que subía solamente. Tal vez el momento en que sentí que se frenó temporalmente fue con «Princesita». Ahí me di cuenta de que el privilegio te hace débil, porque en su momento sentí «Princesita» como una especie de fracaso.

¿Por qué?

Porque hasta entonces todo era reconocimiento. Me ganaba los premios, quedaba en todo lo que quería. Hice ese corto, gané premios y mucha prensa, ingresé a la escuela becada y salí mejor alumna de la generación. Después me gané la beca a Nueva York y, al volver, a los pocos meses de estar dirigiendo, me reconocieron como mejor

directora de Latinoamérica. Después hice un corto que quedó seleccionado en Cannes, luego hice «Joven y

alocada» que ganó Sundance. Entonces todo había sido siempre hacia arriba. Cuando hago «Princesita», no fue tan fácil. Me costó mucho el montaje y la oscuridad del tema, cuando nunca me había 'costado' nada. Nunca había sentido una fuerza opuesta.

¿Cuál era la respuesta que esperabas y que no tuviste con «Princesita»?

Se mezclaron una serie de cosas, en la pre, que duró un mes, filmé todos los fines de semana un comercial distinto (¡estaba loca!) para tener plata para días extras de rodaje. Ahora pienso que el guion no estaba del todo maduro, porque no había sopesado bien el nivel de oscuridad que tenía la película y eso lo entendí en el montaje. Me dio rabia conmigo misma. Y también nos apuramos. Mandamos la película a un par de festivales cuando no estaba lista, una versión que no se parece en nada a la película que terminó siendo. Entonces, cuando te dicen 'no' en un festival, eso igual te golpea. A mí nunca me habían dicho que no en nada. Yo soy la persona que se encuentra una revista botada y se gana el sorteo…

Lo que te pasó es que conociste el rechazo.

Nunca en toda mi vida, siempre éxito, éxito, éxito. Entonces, mi mujer, que es argentina y ha producido cuatro películas, me dice 'pero ¿qué te pasa? Quedaste en festivales maravillosos y te fue muy bien'. Y la verdad es que tiene razón.

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mandato, ellos tienen que ir, no importa cómo.

Eso los ayuda. Con la experiencia de «Princesita», empecé a mirar a muchos directores, hombres, conocidos míos, que estaban en su primera o segunda película, y estas no eran malas, tampoco buenas, eran medianas, como muchas. Porque es muy difícil hacer una buena película. Pero estos hombres hablaban de su trabajo como si fuera la última obra maestra. De verdad creen lo que están diciendo y hablan con una seguridad que la gente les compra: creo, al final, que eso es una gran ventaja. Les admiro eso.

Hoy, tras esa reflexión de la crisis, ¿por qué hacer cine, por qué dirigir películas?

Por el valor del punto de vista. Me interesa hacer series donde pueda contratar solo directoras mujeres. Voy a las agencias de publicidad a decirles que contraten directoras mujeres. Las historias que me interesa contar son historias de mujeres. Por ejemplo, fui a ver «Capitana Marvel» y me encantó la película, porque no tiene un interés romántico, los buenos son una mujer blanca, una mujer negra, un hombre negro y una niña negra. El único hombre blanco heterosexual es el malo de la película. Y pensé, para lo que yo quiero hacer, que es cambiar las mentes, no de la élite educada de Cannes que se da palmaditas y es mucho más inteligente que yo, sino de la niña que está en Cincinnati o en Talcahuano insegura sobre sí misma, sirve más hacer «Capitana Marvel» y no una película súper sofisticada. Para mí, ese es el cine que tiene sentido y al que yo quiero aspirar, más allá que me pueda resultar o no en mi vida. «Joven y alocada» la hice porque me enamoré del personaje de Camila. Me daba risa y dije ¡quiero mostrarle esto a todo el mundo, es demasiado entretenido!

En Wikén apareciste con Pepa San Martín y dos directores hombres más jóvenes, dejando un poco en evidencia las distancias entre ser hombre y mujer a la hora de dirigir películas en Chile. ¿Qué sientes que hay ahí?

Hay una charla TED que demuestra que a las mujeres nos enseñan a ser perfectas y a los hombres les enseñan a ser valientes. La charlista, Reshma Saujani, cuenta su experiencia creando una empresa de tecnología, un tema que se supone que es masculino. Esta mujer hace un llamado para reclutar gente y llegan hombres y mujeres que tienen que descifrar un código muy difícil, en un tiempo limitado. Al final del tiempo, todas las mujeres dicen 'lo siento, no lo pude descifrar. No puedo aplicar a este trabajo', y se van. Los hombres en cambio dicen 'el código está malo, porque no lo pude descifrar'. A Reshma Saujani le llamó la atención esta diferencia y, al revisar los

computadores de las mujeres, vio que ellas habían probado al menos diez caminos para llegar a la solución y habían estado súper cerca, mientras que los hombres habían probado un solo camino y porque no habían llegado a la solución, habían asumido que el problema estaba malo, no ellos. Por eso ella afirma que tenemos que dejar de criar a las niñas para ser perfectas, porque luego una se sobre exige mucho. Además, la sociedad no te deja fallar, una inconscientemente lo sabe, entonces te tienes que sobre preparar, presentar una cosa espectacular. Hay muchos directores que hacen una película mediana y siguen con la siguiente: van bien, no les importa. En cambio, las mujeres se dan un tiempo entre película y película, yo creo que principalmente por eso. Queremos pensarlo todo, controlarlo todo y que sea perfecto.

Ficha de autor

Antonella Estévez, editora del libro y entrevistadora, es periodista y magíster en Arte con mención en Teoría e Historia del Arte. Académica de las universidades de Chile y UDD, editora general de la Enciclopedia del Cine Chileno y directora del Femcine.

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