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LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

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LA “GUERRA CONTRA EL TERRORISMO”

Viejas respuestas e imprevisiones estratégicas

a los conflictos y amenazas

al Orden Internacional emergente desde 1989

Antonio Gomariz Pastor

Resumen

El presente trabajo se centra en las respuestas de los Estados Unidos de América (EUA) a los ataques terroristas sufridos el 11 de septiembre de 2001, que, bajo la denominación genérica de “guerra contra el terrorismo”, se van desplegando y cuyas consecuencias profundizan los cambios del orden internacional emergente desde 1989.

Estas respuestas incluyen rasgos que caracterizan los conflictos actuales (de cuarta generación), el papel de los medios de comunicación en un nuevo frente táctico y algunas consecuencias de las operaciones militares en el desarrollo global del conflicto que incluye aspectos políticos y diplomáticos, económicos y militares de las guerras de Afganistán de 2001 y de Irak de 2003.

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Un informe del Instituto de Estudios Estratégicos del U.S. Army War Collage, de diciembre de 2003, exponía que el terrorismo islamista, sin presencia en 2003 en el territorio iraquí, se convertía en el gran problema para la reconstrucción política y económica del país. Un extracto de este Informe1, recogido por Ibáñez Muñoz en su artículo El desafío a la pax americana. Desde el 11 de septiembre de 2001, ilustra bien algunos rasgos derivados de las acciones y operaciones desplegadas por los Estados Unidos de América (EUA) en respuesta a los ataques terroristas y que nos presentan los caracteres propios de los conflictos del sistema internacional actual.

Varios autores se han referido a este informe, se concluye que la identificación de Al Qaeda con el Estado de Irak de Saddam Hussein ha sido un error estratégico de primera magnitud. Esto implica que una de las tareas más importantes en la elaboración de la estrategia como es la correcta identificación del conflicto (naturaleza, actores y amenaza) no se ha desarrollado a partir de un análisis profundo y objetivo.

Una identificación errónea de la dimensión de una amenaza puede desembocar en una concepción estratégica y táctica errónea. En los casos de Afganistán e Irak, la atención y recursos se desviaron de los elementos principales, a saber, las causas, los participantes en actos como el 11-S y los movimientos del terrorismo islamista.

Toda estrategia necesita identificar un enemigo o enemigos al que vencer. Y conocer bien al enemigo es un requisito de toda victoria. Esto significa que esta guerra contra el terrorismo no debe abandonar el conocimiento de los factores que permiten, potencian, sostienen y consolidan las actuaciones de los grupos terroristas, sus objetivos, su composición, formación y adiestramiento, organización y modus operandi, etc.

El desconocimiento previo y en el momento de responder a los ataques del 11-S evidenciado por la Administración de EUA y los servicios de seguridad lo ha sido tanto del terrorismo islamista como de los diversos estados que suponen amenazas a la seguridad internacional. Así se contempla en numerosos análisis, estudios e informes2 de los que se desprende el profundo desconocimiento sobre la realidad del terrorismo islamista y la realidad armamentística de países que son una amenaza como Corea del Norte o Irán.

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No se ha producido tanto un error en la identificación concreta de los autores de los ataques del 11-S, como un error en el diseño de la estrategia global, motivado por fallos en el proceso de información, análisis y definición de la naturaleza del conflicto y de los elementos implicados. En los discursos que han ido fraguando la Estrategia de Seguridad Nacional de la Casa Blanca se han establecido dos confusiones que han complicado la traducción de los objetivos políticos en los militares. Primera, identificar y vincular el terrorismo islamista con estados concretos: Afganistán y, sobre todo, Irak. Segunda, fusionar terrorismo islamista y terrorismo global.

Asimismo, estas identificaciones precipitadas tienen lugar en un nuevo entorno de los conflictos, donde uno de los rasgos característicos es la dificultad para definir al enemigo o terrorista, tanto de forma individual (procedencia, residencia, lazos familiares), social (sin adscripción a grupos, estados ni ejércitos definidos y localizables) como jurídica (porque ni siquiera capturados tenían la condición de prisioneros de guerra, permaneciendo en una especie de limbo jurídico que acrecentaba su falta absoluta de identidad).

Los EUA establecieron como objetivos políticos acabar con el terrorismo y evitar las amenazas procedentes del mismo. Esto se tradujo en objetivos operativos concretos, como perseguir y detener a los autores de los ataques, capturar a los líderes de Al Qaeda y desactivar los refugios y apoyos del terrorismo islamista en Afganistán y otros lugares. Posteriormente, se estableció un nuevo objetivo militar que no formaba parte de la guerra contra el terrorismo, a saber, derrocar el régimen de Irak por un doble motivo: estar vinculado al terrorismo de Al Qaeda y ser una gran amenaza a la seguridad internacional (representada por el posible uso de armas de destrucción masiva).

La falta de pruebas sobre la existencia de armas de destrucción masiva y de vinculación con terrorismo de Al Qaeda impuso nuevos objetivos políticos, como la democratización de Irak y su liberación de un régimen tirano, apareciendo como objetivo militar la captura de Saddam Hussein. Pese a su captura, la inseguridad existente en Irak era muy elevada. La imprevisión estratégica de la reconstrucción y la falta de efectivos terrestres suficientes para una presencia larga y complicada en el terreno convirtieron a la seguridad y la estabilidad en objetivos y condiciones necesarias para la legitimación de la acción militar.

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Estas identificaciones y acumulación de objetivos concentraron esfuerzos que han reducido otros elementos de análisis y conocimiento del grado de amenaza, apoyo social, rasgos propios, comportamientos, objetivos, organización de los participantes y actores vinculados a la actividad terrorista. Asimismo, han desviado la atención sobre la situación real de los Estados que puedan representar amenazas a la seguridad internacional y dificultan la identificación de otros procesos, conflictos y amenazas, como el control de armas de destrucción masiva, distintas formas de violación de los derechos humanos, autoritarismo, falta de democracia, etc.

Los errores para identificar la naturaleza del conflicto, las simplificaciones, la falta de credibilidad por el establecimiento progresivo y creciente del número de objetivos políticos y el desarrollo de las operaciones militares han provocado, además de confusión, un desajuste o incoherencia entre los objetivos políticos anunciados en la guerra contra el terrorismo y los medios y resultados políticos de la estrategia militar, tanto en la opinión pública como en los dirigentes y estados que comparten la lucha contra el terrorismo transnacional.

Esto unido a los efectos de los ataques aéreos y bombardeos sobre parte de la población civil de Afganistán e Irak, infraestructura sanitaria, patrimonio histórico y cultural, la desproporción en el uso de la fuerza y la represión, el trato a prisioneros, así como de la batalla librada entre soldados ocupantes y parte de los medios de comunicación, como el rol de éstos, han conducido a cuestionar el ius ad bellum, produciendo un desequilibrio entre una causa justa admitida y la intención de la guerra y proporcionalidad de los fines. Al aumentar las dudas sobre la esperanza de éxito y la finalidad de la paz, se cuestiona también la rectitud en la conducción de la guerra, debilitando los apoyos internacionales.

Las diferencias surgidas en muchos países por el apoyo a las operaciones militares de los EUA se debieron a la escasa relación de éstas con los objetivos políticos de la guerra contra el terrorismo, lo que aumentó las dudas previas.

Por ello, aunque el apoyo de la población estadounidense y la opinión pública internacional al derecho de los EUA a su legítima defensa ha sido casi unánime y ha servido de base a los planteamientos políticos y militares estadounidenses. Este apoyo es invocado constantemente porque la traducción de los objetivos políticos en militares y su ejecución han violado la rectitud en la conducción de la guerra.

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Esta falta de unanimidad y consenso sobre la necesidad de intervenir militarmente en Irak ha determinado no sólo la legitimidad de la guerra, sino el curso de los acontecimientos, la desproporción entre medios aéreos y terrestres, los problemas de una prolongada presencia de un número elevado de efectivos militares, las dificultades para dar por finalizada la guerra, la falta de previsión y preparación para la reconstrucción, la falta de cooperación de parte de la población iraquí, la disposición de fondos para la reconstrucción, etc., resultando de todo ello una situación compleja y complicada difícil de gestionar por los ocupantes de Irak.

Todos estos aspectos dificultaban la aplicación de medios para encontrar una solución al conflicto. Así, los fallos en la cadena de elaboración estratégica se han ido trasvasando al desarrollo de las diferentes fases, incluida la definición de objetivos políticos, la estrategia militar o los recursos y medios necesarios.

La ventaja tecnológica militar de los EUA hace que su política se base en una concepción militar del poder desproporcionada sobre los peligros del sistema internacional, que se traduce en una preferencia por las guerras asimétricas, que gracias al uso de una alta tecnología rebaja el número de efectivos a mantener sobre el terreno y reduce a niveles muy bajos las víctimas propias. Este esquema, aceptado por la población, constituye uno de los rasgos de las guerras de cuarta generación. Sin embargo, el desarrollo de la guerra de Irak ha venido a demostrar que no sólo es necesaria una concepción asimétrica de la guerra, sino que tiene que definirse la estrategia de manera completa. Una estrategia que no facilite respuestas y objetivos militares y globales en cada momento ya no sirve a los objetivos políticos y es ineficaz, aunque no se cuestione la superioridad militar ni la capacidad global superior política y económica, en este caso de los EUA.

Es lo que ha ocasionado el giro en la estrategia militar clásica desplegada por los EUA, ataque y pronta retirada. En los casos de Afganistán e Irak no ha sido suficiente porque la situación exigía mantenerse sobre el terreno y garantizar la reconstrucción, no preparada por no haber sido prevista. La prioridad militar para cualquier objetivo político en Afganistán, Irak y ambas regiones es que la estrategia de salida o escapada rápida del teatro de operaciones practicada hasta ahora debe supeditarse a la estrategia de estabilización y reconstrucción.

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Hoy, los estrategas militares actuales tienen una nueva responsabilidad, la previsión de ir más allá de la victoria. La tipología de los conflictos de cuarta generación exige que la victoria o final de la guerra se defina y traslade a una nueva fase que supere el enfrentamiento o las operaciones militares. Debe prever y contemplar un plan estratégico que incluya las tareas post-conflicto y de reconstrucción antes del envío de las tropas al campo de batalla. El éxito global dependerá del éxito y capacidad de reconstrucción. Por ello, lo que ha fallado en Irak y en Afganistán no puede ser ignorado por los líderes civiles y militares, es decir, el diseño de planes de desarrollo rápido y eficaz, coordinados con la población destinataria, sus gobiernos y apoyados por los estados del área3.

Los EUA trataron y definieron al Estado de Irak como una entidad nacional homogénea, desatendiendo los factores culturales, la configuración étnico-religiosa y los equilibrios de poder sociales e históricos. Como tal Estado fue atacado y previsto el proceso de finalización de la guerra. Pero ignorar estos factores generó grandes problemas a las Fuerzas Armadas de los EUA: el retraso en finalizar las operaciones militares, no ejercer el control de la seguridad y tener que preparar nuevas misiones por la falta de previsión para permanecer y gestionar la estabilidad y pacificación, debiendo hacer frente a una situación cuyo desenlace es imprevisto, incluso una guerra civil que atraparía a los EUA impidiendo la proclamación de victoria alguna en esta guerra.

De ahí la advertencia de una nueva implicación estratégica derivada de la posible transformación de un conflicto local entre distintas facciones étnicas y/o religiosas iraquíes en un grave conflicto regional que afecte al área del Medio Oriente, desembocando en respuestas violentas que necesiten de la intervención militar de los EUA4. Ante un escenario similar, urge reforzar la cooperación con los actores y Estados de la Región, lo que demanda reorientar todos los elementos políticos, militares, económicos y tecnológicos hacia esta cooperación.

Se ha producido, pues, una vieja respuesta, la guerra entre estados, para una nueva amenaza, Al Qaeda y el terrorismo islamista. La heterogeneidad y dispersión del terrorismo islamista e internacional, dificultad de localización, multiplicidad de objetivos y tácticas de presión sobre la opinión pública internacional, junto a la pervivencia de otras amenazas a la seguridad internacional, conforman un tipo de conflictos diferente al enfrentamiento militar clásico que caracterizan el orden internacional emergente desde 1.989, cuyo contexto está fuertemente condicionado por la relevancia adquirida por los medios de comunicación.

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Esta relevancia viene dada, antes que nada, porque los brutales ataques terroristas contra los símbolos de poder económicos y político-militares de los EUA, fueron, por primera vez, retransmitidos y presenciados en directo por millones de ciudadanos de todo el mundo que asistían a un ataque sorpresivo, no anunciado por ningún ejército, contra la mayor potencia económica y militar existente, Estados Unidos.

Una guerra espectáculo que precipitó algunos de los rasgos observados en la evolución del tratamiento de la información en anteriores situaciones de guerra. Este hecho, junto a las diferentes fases de la guerra contra el terrorismo anunciadas y desarrolladas posteriormente, configuran un nuevo modelo de relaciones entre los medios de comunicación, las agencias oficiales, organizaciones internacionales, estados, ejércitos, la opinión pública internacional y un conjunto de actores nuevos y tradicionales.

La configuración y transmisión de una imagen-fuerza, la de los informadores, periodistas, cámaras, reporteros e integrantes de los medios de comunicación como héroes y víctimas en esta guerra ha funcionado ejerciendo una presión importante como un actor más en las guerras. No es algo ni propio ni único de estas dos guerras, pero sí es un fenómeno que evoluciona rápidamente desde la guerra de Vietnam, que alcanza un gran desarrollo durante la primera guerra del Golfo, adquiere tintes de espectáculo y alcanza su punto álgido después de los atentados del 11-S y con la intervención militar de Estados Unidos en Irak en 2003. Ha sido más notable en dos momentos concretos, en los prolegómenos inmediatos de la intervención militar y durante el desarrollo de las operaciones militares.

Este fenómeno adquiere una dimensión mayor por la transmisión de imágenes procedentes de diversos frentes de batalla en los que se contrasta el sufrimiento de la población civil por la guerra y la violencia. Si, además, la realidad informativa muestra las contradicciones entre la política, los discursos, los objetivos y los resultados, la percepción sobre el rol de los medios sobrepasa el tradicional y los convierte en agentes relevantes sobre los que se proyecta una imagen que les confiere entidad como parte del conflicto. Es más, tiene lugar la adscripción de medios a una u otra causa, pasando entonces a un debate sobre la manipulación de los medios sobre la opinión pública.

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La imposibilidad de mayor control sobre los medios globales y la aparición de medios que con escasos recursos pueden ofrecer información en tiempo real de forma global impulsó a los EUA a la creación de medios oficiales para producir información oficial sobre lo que sucede en la guerra y en la posguerra, sobre todo en la de Irak.

Esto incrementa la percepción de que los medios de comunicación y aquellos que se erigen en defensores de la libertad de prensa y de información son héroes y víctimas en muchas ocasiones. Una herramienta que ha contribuido a la formación de esta percepción ha sido Internet, con la constatación diaria de los acontecimientos y la recopilación elaborada por parte de las organizaciones humanitarias y representativas de los reporteros y periodistas sobre la situación de éstos y de los medios, aparte de la propia de la guerra.

Otra nota característica de las guerras de Afganistán e Irak ha sido el aumento de las relaciones entre medios de comunicación, políticos e incluso militares. Las llamadas, interpelaciones y denuncias han ido ocupando un lugar importante en los momentos previos a las guerras, durante las mismas y en las fases de posguerra o reconstrucción. Han dado lugar a un nuevo frente táctico donde todos los actores implicados, estados y ejércitos (implicados o no militarmente, contrarios o partidarios de la ocupación en Irak), organizaciones internacionales, humanitarias, agencias y medios de comunicación, partidos políticos, organizaciones que hablaban en representación de la sociedad global, han tomado parte y han adoptado estrategias y posiciones para influir y condicionar la opinión pública internacional.

En resumen, los propios medios de comunicación, su papel y su proceder se han convertido en la guerra contra el terrorismo y sobre todo, en la guerra de Irak, en objeto de información y noticia. Su participación como actores ha adquirido una posición desconocida hasta ahora, especialmente en la guerra y posguerra de Irak. Unas veces por la situación de los reporteros, el tratamiento de la información, otras por las denuncias sobre censuras, cierre de medios, despidos por falsificación de imágenes y fotografías, por la financiación de nuevas televisiones o la prohibición y cierre de otras o por las protestas por restricciones al derecho y libertad de información, lo cierto es que en ninguna otra guerra como en la de Irak, los estados y ejércitos participantes habían tenido que atender este nuevo frente, que ha adquirido presencia como actor junto a la opinión pública internacional.

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En definitiva, en las guerras de Afganistán e Irak se han observado errores y dificultades para identificar y definir el conflicto y determinar el enemigo o enemigos, se ha desarrollado un proceso abierto, confuso y precipitado para establecer los objetivos políticos, complicado por la acumulación de objetivos imprevistos y, por último, se han producido modificaciones y asunción de nuevas misiones a partir de los resultados de las operaciones militares. Especialmente la guerra de Irak ha resultado un proceso siempre abierto que obliga a los EUA a estudiar y revisar continuamente las implicaciones estratégicas de su presencia en la zona por la incapacidad de estabilizar y ofrecer seguridad, debilitando su posición de partida no sólo en este ámbito sino también en el de la información.

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Notas 1

García Segura, C y Rodrigo Hernández (eds.): El Imperio inviable. El orden internacional tras el conflicto de Irak,

Tecnos, Madrid, 2004. “Especialmente preocupante ha sido la identificación de Al Qaeda y del Irak de Saddam Hussein como si fuesen una misma y única amenaza terrorista. Fue un error estratégico de primera magnitud porque pasó por alto las diferencias esenciales entre ambos en cuanto a características, nivel de amenaza y susceptibilidad de respuesta frente a la acción disuasoria y militar de los Estados Unidos. El resultado ha sido una guerra preventiva innecesaria contra un Irak disuadido que ha creado un nuevo frente del terrorismo islámico en Oriente Medio y ha desviado la atención y los recursos necesarios para garantizar la seguridad interior estadounidense frente a otros ataques de una Al Qaeda inmune a la disuasión. La guerra contra Irak no era parte integral de la Guerra Global contra el Terrorismo, sino una desviación de ella” www.carlisle.army.mil/ssi/

2

Informe oficial relativo a la Comisión de Investigación en EUA sobre el 11-S, de especialistas, del ex–Coordinador del Consejo Nacional de Seguridad o en el de la Comisión encargada por el presidente G.W. Bush acerca del papel desempeñado por los servicios de información en la antesala de la Guerra de Irak, que trataron a este Estado como una amenaza seria a la seguridad internacional por la posesión y predisposición al uso de armas de destrucción masiva. Este último se ha hecho público el 31 de marzo de 2005 y del mismo, cabe destacar, en primer lugar, que los ataques se basaron en informaciones totalmente erróneas y las afirmaciones previas sobre armas no convencionales estaban completamente equivocadas; en segundo lugar, que se ha producido un daño a la credibilidad internacional del país que tardará años en restablecerse; y, en tercer lugar, que los servicios de inteligencia americana necesitan cambios profundos para enfrentar las amenazas del siglo XXI, que deben ser drásticos en las 15 agencias existentes, impulsando la coordinación de la información, algo que no hicieron antes de la guerra de Irak.

3

Franklin, Mark D. (Lieutenant Colonel, U.S. Marine Corps), “Iraq Reconstruction: Time for a Plan”, marzo 2004, Instituto de Estudios Estratégicos del U.S. Army War Collage, concluye que es posible que los EUA necesiten luchar en guerras que requieran una reconstrucción, lo que obliga a la adopción de planes globales para finalizar el conflicto teniendo que atender las operaciones de paz y resolución de conflictos diversos. Actualmente, el coste de no aceptar esta reconstrucción post-conflicto no es aceptado por los ciudadanos. Es necesario contemplar planes estratégicos de transición a la fase de reconstrucción, un coordinador y una agencia que lidere los esfuerzos políticos y militares. Disponible en www.carlisle.army.mil/ssi/

4

Terrill W. Andrew, “Strategic implications of intercommunal Warfare in Iraq”, febrero 2005, SSI del U.S. Army War Collage.

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