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Pobreza, desigualdad y religión: creencias religiosas y atribuciones causales de la pobreza en México* 1

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Palabras clave:

Atribuciones causales de la pobreza, creencias religiosas, pobreza, legitimidad de la justicia distributiva, meritocracia.

Pobreza, desigualdad y religión: creencias religiosas y atribuciones causales de la pobreza en México*

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Poverty, inequality, and religion: religious beliefs and causal attributions of poverty in Mexico

Pobreza, desigualdade e religião: crenças religiosas e atribuições causais da pobreza no México

David Eduardo Vilchis Carrillo**2

RESUMEN

Las atribuciones causales de la pobreza son las razones subje- tivas de por qué la gente piensa que hay pobreza. Es importante estudiarlas porque permiten comprender la reproducción y legi- timación de las desigualdades en la medida en que fundamen- tan actitudes y respuestas ante la pobreza, como la aceptación o rechazo de implementación de políticas redistributivas o las representaciones sobre el merecimiento y la culpa de los resulta- dos socioeconómicos de los individuos (Jaramillo-Molina, 2019).

Considerando la persistencia de los altos porcentajes de pobla- ción religiosa en México y que las creencias religiosas conforman un marco valorativo importante en la configuración de las cos- movisiones de las personas (Zalpa & Offerdal, 2008), la presente investigación pretende explorar las relaciones entre creencias reli- giosas y atribuciones causales de la pobreza a través de un análisis de regresión logística. Los resultados señalan que determinadas creencias como el providencialismo o el tradicionalismo tienen diferentes efectos sobre las atribuciones causales de la pobreza.

Esto complejiza la comprensión de la relación entre pobreza, des- igualdad y religión, al mismo tiempo que da luz para fomentar la

*1 El presente artículo es parte de una investigación realizada entre junio de 2020 y mar- zo de 2021, la que es financiada por el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IM- DOSOC) en el marco del Seminario de Estudios sobre Religión y Desigualdades (ReDes).

**2 Maestro en Ciencia Política. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana. Ciu- dad de México, México. vilca_eduardo@hotmail.com

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reflexión sobre la participación e integración de los creyentes en la lucha por el abatimiento de la pobreza y las desigualdades.

ABSTRACT

Poverty’s causal attributions are the subjective factors that ex- plain why people perceive poverty exist. They allow us to un- derstand the reproduction and legitimization of inequalities to underlying attitudes and responses towards poverty. The latter includes accepting or rejecting redistributive policies, meritori- ous representations, and blame for individuals’ socioeconomic outcomes (Jaramillo-Molina, 2019). This study explores the re- lationships between religious beliefs and causal attributions of poverty through a logistic regression analysis while considering Mexico’s high religious population and the critical value struc- ture in individuals’ worldviews (Zalpa & Offerdal, 2008). The re- sults indicate that certain beliefs, such as providentialism or tra- ditionalism, affect causal attributions of poverty differently. The latter complicates the relationship between poverty, inequality, and religion while shedding light on devotees’ participation and integration in the fight to reduce poverty and inequality.

RESUMO

As atribuições causais da pobreza são as razões subjetivas do porquê as pessoas acreditam que a pobreza existe. O estudo dessas atribuições é importante porque permite compreender a reprodução e legitimação das desigualdades na medida em que fundamentam atitudes e respostas com relação à pobreza, como aceitar ou rejeitar a implementação de políticas de redistribuição ou as representações sobre o merecimento e a culpa pelos resul- tados socioeconômicos dos indivíduos (Jaramillo-Molina, 2019).

Considerando a persistência de altas porcentagens de população religiosa no México e que as crenças religiosas formam um con- texto de valores importante na configuração das cosmovisões das pessoas (Zalpa & Offerdal, 2008), a presente pesquisa preten- de explorar as relações entre as crenças religiosas e as atribuições causais da pobreza mediante uma análise de regressão logística.

Os resultados indicam que determinadas crenças, como o provi- dencialismo ou o tradicionalismo, apresentam diferentes efeitos sobre as atribuições causais da pobreza. Isso complica a com- preensão da relação entre pobreza, desigualdade e religião, ao mesmo tempo em que lança luz para promover a reflexão sobre a participação e integração dos crentes na luta para reduzir a po- breza e as desigualdades.

Keywords: Causal attributions of poverty, religious beliefs, poverty, legitimacy of distributive justice, meritocracy.

Palavras-chave:

Atribuições cau- sais da pobreza, crenças religiosas, pobreza, legitimi- dade da justiça distributiva, meri- tocracia.

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Pobreza, desigualdad y creencias religiosas: una introducción

La legitimidad de la justicia distributiva es un tema poco estudiado en Latinoamérica, pero es clave para entender las formas en las que se reproducen y legitiman las desigualdades, así como la configuración de las representaciones sobre el merecimiento y la culpa de los resulta- dos socioeconómicos de los individuos (Jaramillo-Molina, 2019). Una de sus dimensiones es la percepción de la desigualdad (McCall, 2013), es decir, el entendimiento subjetivo de la naturaleza y las causas de la misma. Ahora bien, aunque desigualdad y pobreza no sin sinónimos (El Colegio de México, 2018), las atribuciones causales de la pobreza son una forma de aproximarse a las percepciones de desigualdad, pues del origen al que se atribuye la pobreza se desprenden las actitudes, valoraciones y comportamientos ante ella, los cuales pueden reprodu- cir o combatir a las desigualdades.

Estas atribuciones causales pertenecen al orden de lo microsocial, es decir, al de las ideas, creencias e intereses que se forman e interio- rizan desde la interacción social (Barozet & Mac-Clure, 2015). En este mismo orden también juegan un papel importante las creencias reli- giosas, en tanto son “proveedoras de marcos de interpretación de las situaciones de pobreza y de injusticia social [...] y como generadoras de prácticas de transformación o de reproducción de estas situacio- nes” (Zalpa & Offerdal, 2008, p. 13), es decir, las creencias religiosas pretenden dar cuenta del mundo y proporcionan pautas de com- portamiento que funcionan como esquemas básicos proveedores de sentido para la acción social. Por lo tanto, las creencias religiosas pueden indicar qué es la pobreza, cómo la debes de valorar y cómo debes comportarte ante ella. En este campo, La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber (2011) es la piedra señera, pues sugirió cómo los cambios en las creencias religiosas influyeron sobre las actitudes, intereses materiales y el comportamiento político-eco- nómico de los individuos.

En este sentido, más recientemente, Sandel (2020) señaló cómo en la narración de Job se encuentran las raíces religiosas de la meritocra- cia, es decir, de la idea de que nuestro esfuerzo es suficiente para salir de la pobreza. Aunque desde nuestro pensamiento secular y posmo- derno el relato bíblico del hombre que lo perdió todo por una apuesta

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cósmica puede parecernos infantil, en la meritocracia moderna preva- lece la idea “de que el universo moral está organizado de tal modo que hace que la prosperidad esté alineada con el mérito y el sufrimiento con los actos inmorales” (Sandel, 2020, p. 50).

Así, el objetivo del presente artículo es indagar si las creencias re- ligiosas pueden influir en que un individuo sostenga determinadas atribuciones causales de la pobreza. Para ello, se analizaron los resul- tados de tres modelos de regresión logística con variables elaboradas a partir de los datos de México de la World Value Survey Wave 7. La revisión de literatura permitió delimitar tres atribuciones causales de la pobreza (individualistas, estructurales y fatalistas) y tres creencias religiosas (providencialismo y dos creencias eclesiológicas en cuanto a la autopercepción del creyente con respecto a su comunidad reli- giosa). De esta manera, el texto está estructurado en cinco apartados.

Tras esta introducción se presenta el marco teórico de la investigación, el cual culmina con la presentación de las hipótesis. Posteriormente se explica la metodología usada, particularmente en lo referente a la construcción de las variables, tras lo cual se presentan los resultados de los modelos. Finalmente, el artículo termina con la discusión de los resultados a la luz de la literatura y concluye con algunas consideracio- nes finales respecto a sus alcances y sus límites.

Atribuciones causales de la pobreza y creencias religiosas

Feagin (1972) propuso una tipología tripartita de atribuciones causales de la pobreza: individualistas, fatalistas y estructurales. Esta tipología se ha convertido en punto de partida para ulteriores estudios y ha sido utilizada por gran parte de las investigaciones sobre el tema (Dakduk et al., 2010).

Las atribuciones individualistas consideran a la pobreza como un problema personal, al considerarla el resultado de cuestiones como la flojera, el comportamiento inmoral o la falta de desarrollo de habili- dades, por lo que guardan estrecha relación con el mérito y la merito- cracia (Katz, 1989). Esto porque, en primer lugar, históricamente se ha buscado distinguir entre el pobre que “merece” la ayuda social y el que no la merece. Esta distinción se encuentra incluso entre las mismas personas empobrecidas (Narayan et al., 2000). En segundo lugar, es en

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torno al mérito que se construye el mito o narrativa de la meritocracia, la cual “conlleva la idea de que, cualquiera que sea su posición social al nacer, la sociedad debe ofrecer suficientes oportunidades y movilidad para que el ‘talento’ se combine con el ‘esfuerzo’ para ‘llegar a la cima’”

(Littler, 2017, p. 1)1. Para la autora, la meritocracia es la principal creen- cia que legitima la desigualdad en nuestros días (cf. Mijs, 2019). En este sentido, Bayón (2015) señala cómo ciertos discursos dominantes basa- dos en una visión neoliberal consideran a la pobreza como un proble- ma individual y moral, y cuya interiorización por parte de las personas en pobreza explica la aceptación y tolerancia de su situación social en un doble proceso de autoestigmatización y de estigmatización de otros pobres. El problema de las visiones meritocráticas es que, en última instancia, son individualistas y “el enfásis excesivo en el esfuerzo y el mérito termina ocultando la inequidad en el campo social, ignorando las profundas (des)ventajas de la riqueza del hogar y la posición social”

(Jaramillo-Molina, 2019, p. 45).

Por su parte, las atribuciones fatalistas son una versión “dura” de estimar a la pobreza como un problema personal o moral (Katz, 1989), pues incluso se llega a sostener una visión esencialista, incluso biolo- gicista, sobre la pobreza (Kraus & Keltner, 2013) al considerarla como el resultado de cuestiones genéticas o de deficiencias heredadas. Nara- yan et al. (2000), en su estudio de las definiciones de la pobreza expre- sadas por quienes la sufren en carne propia, se encuentran recurren- temente con ideas fatalistas, por ejemplo: “las personas pobres tienen que existir para servir a los grandes, a los ricos. Así es como Dios ha he- cho las cosas” (p. 37). En la misma línea, Paugam (2007) señala cómo lo que él llama pobreza integrada hunde a las personas por la convicción fatalista de que no se puede hacer nada para salir de ella. El problema con las ideas fatalistas es que inhiben todo intento por incidir en la disminución de la desigualdad e implican una naturalización plena de la permanencia y reproducción de la misma (Jaramillo-Molina, 2015).

En cambio, la principal diferencia entre las atribuciones causales mencionadas y las estructurales proviene de su cercanía o no con un enfoque de derechos como fundamento de su percepción del modelo de justicia social (Banegas, 2015). Este tipo de atribuciones señalan a

1 Traducción propia.

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las fuerzas estructurales y situacionales sociales como las principales causas de la riqueza y la pobreza, independientemente de los rasgos individuales de las personas. Desde esta perspectiva, las estructuras sociales no ofrecen oportunidades iguales para todas las personas y son la causa de arreglos sociales injustos y desiguales. En consecuen- cia, a través del control de estructuras sociales, políticas y económicas (por ejemplo, la educación, la política, el trabajo y el capital), los ri- cos mantienen y legitiman el control sobre otros segmentos de la po- blación (Smith & Stone, 1989); y, en este sentido, solo a través de la transformación de dichas estructuras es que verdaderamente se podrá mitigar la pobreza y la desigualdad.

Ahora bien, y como ya se ha mencionado, la importancia de con- siderar a las atribuciones causales de la pobreza como percepciones subjetivas de desigualdad, independientemente de las mediciones objetivas de la misma, radica en que las percepciones que se tienen sobre la pobreza influyen sobre nuestra actitud y comportamientos hacia esta, pues las prácticas discursivas a las que uno está expuesto inciden en la construcción social de la pobreza. De esta manera, la po- breza puede entenderse como una anomalía socioeconómica o como algo natural, lo que contribuye a que las personas visibilicen, objetiven u oculten a las personas empobrecidas dentro de sus cosmovisiones personales. Por lo tanto, de la concepción de las causas de la pobreza se puede inferir lo que se podría hacer para combatirla.

Por ejemplo, se sabe que las percepciones juegan un papel de gran importancia al momento de tomar postura en cuestiones de políti- ca pública social, como lo es la aplicación de impuestos progresivos (Campos-Vázquez et al., 2020). De esta forma, las atribuciones causa- les de la pobreza se relacionan con otras actitudes, posturas y creencias en torno a la desigualdad. Por ello, se expone la tabla con la que Jara- millo-Molina (2015) ejemplifica los tipos ideales sobre representación de la pobreza y el modelo de justicia social en México (Tabla 1), la cual recupera la visión de McCall (2013) sobre modelos de justicia distribu- tiva con tres dimensiones íntimamente relacionadas: 1) la percepción sobre la desigualdad, 2) las representaciones sobre las oportunidades y 3) las percepciones de la política social redistributiva.

La Tabla 1 muestra asociaciones estadísticas con base en la Encues- ta Nacional de Pobreza de la UNAM. Puede observarse que, conforme

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a lo teorizado, los factores individualistas están asociados con culpar a los pobres de su pobreza y estigmatizarlos por ser beneficiarios de pro- gramas sociales. De igual forma, los factores estructurales se vinculan con responsabilizar al gobierno de los problemas sociales y en hallar en la eficiencia gubernamental y políticas redistributivas la solución a la pobreza. En cambio, las creencias fatalistas contrastan con lo teori- zado, pues en vez de presentar actitudes de resignación o inacción, se asocian con políticas redistributivas, aportaciones privadas y aumento de impuestos a ricos y la atención a grupos en desventaja.

Tabla 1

Tipos ideales sobre representación de la pobreza y justicia social Factores que

explican la pobreza

¿Quién es el responsable de los problemas sociales?

¿Cómo acabar con la pobreza?

¿Cómo pagar política social?

Principios que deberían definir la política social

Estigma sobre el pobre

Individualistas Personas que no quieren trabajar

Mayor desarrollo económico

Que los pobres trabajen más

Premiar el esfuerzo

Estructurales El gobierno Mayor eficiencia del gobierno

Que el gobierno no robe

No se identificó un solo principio

No

Fatalistas La [naturaleza de la]

sociedad

Política redistributiva

Impuestos a ricos/

Aportaciones privadas

Atender grupos en desventaja

No

Fuente: Jaramillo-Molina, 2015.

Cabe mencionar que las explicaciones científicas de la pobreza son más cercanas a las atribuciones estructurales que a las visiones fatalis- tas o individualistas de la pobreza. Por ejemplo, Acemoglu y Robinson (2012) señalan que los factores institucionales son los que verdade- ramente explican la desigualdad en el mundo, más que las creencias, actitudes o valores. De forma semejante, Banerjee y Duflo (2012) ex- plican cómo a través de políticas públicas bien diseñadas se puede contribuir a combatir la pobreza. Particularmente, señalan cómo la falta de información, la sobrerresponsabilidad de las personas empo- brecidas en muchos aspectos de la vida que las personas privilegia- das tienen resueltas por beneficios estructurales, la accesibilidad (en

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igualdad de oportunidades) a los mercados, y la ignorancia, ideologías e inercia de los hacedores de política pública son las principales claves que permiten comprender la pobreza. , pues dificultan el desarrollo de las personas empobrecidas. En este sentido, Piketty (2015) refuta la teoría del goteo, que consideraba que la acumulación de la riqueza en pocas personas iba a derramarse en las capas inferiores, y propo- ne la recuperación del Estado social y un impuesto progresivo sobre la renta para mitigar las desigualdades. Así, en términos generales, se proponen cambios sistémicos en las instituciones y las políticas para combatir la pobreza, la meritocracia y la desigualdad (Batthyány &

Arata, 2022; El Colegio de México, 2018) más que cambios de actitud, de mentalidad o la inacción.

Ahora bien, ¿cuál es el papel de la religión en el sostenimiento de las atribuciones causales de la pobreza? Desde la perspectiva compa- rada, algunos han revelado cierta influencia indirecta de la religión en la adopción de determinadas atribuciones causales por medio de variaciones culturales. Por ejemplo, se sostiene que la tendencia esta- dounidense a explicar la pobreza en términos individualistas es reflejo de su tradición liberal y puritana. (Smith & Stone, 1989). En contraste, se ha señalado que la cultura colectivista del Medio Oriente promueve entre los ciudadanos turcos y libaneses una tendencia a creer en atri- buciones causales de la pobreza (Nasser & Abouchedid, 2001).

De forma semejante, hay un debate sobre la relación entre religión y éxito económico. Por un lado, autores como Norris e Inglehart (2004) han señalado que la desigualdad tiene una fuerte relación estadística con la religiosidad de las poblaciones. Particularmente, descubrieron que sociedades con baja religiosidad son sociedades de naciones con fuertes estados de bienestar (con sistemas de salud, seguro de desem- pleo, sistema de pensiones, etc.), mientras que las sociedades más re- ligiosas se relacionan con países altas tasas de fertilidad y mortalidad infantil, así como baja expectativa de vida. Por otro lado, Acemoglu y Robinson (2012) consideran que en realidad hay poca o nula relación entre religión y éxito económico. Los autores de Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, siguiendo una interpretación errada de La ética protestante… de Weber (Gil Vi- llegas, 2013), señalan que países católicos como Francia e Italia tienen tanto éxito como sus contrapartes protestantes y que los éxitos econó-

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micos del este de Asia no guardan relación con ningún tipo de religión cristiana. Además, en el caso de Medio Oriente, señalan que, si bien hay diferencias religiosas importantes entre países ricos y pobres, tam- bién hay diferencias en su desarrollo institucional, lo cual no solo tiene mayor peso al momento de explicar la desigualdad, sino también al momento de explicar las diferencias religiosas, por lo que la relación entre la religión islámica y la pobreza en Oriente Próximo carece de validez.

No obstante, Acemoglu y Robinson (2012) no desestiman del todo la hipótesis de la cultura que no solo incluye a la religión, sino también a otras creencias y valores. Ellos consideran que es útil para compren- der la desigualdad en el mundo en la medida que “las normas sociales, que están relacionadas con la cultura, importan y pueden ser difíciles de cambiar y, en ocasiones, apoyan diferencias institucionales” (p. 43);

esa es su explicación para la desigualdad mundial.

Por lo demás, aunque las investigaciones politológicas y sociológi- cas han primado la asistencia religiosa como medición de religiosidad, no se puede dejar de lado las creencias religiosas. Así, no hemos de ol- vidar que la asistencia a los servicios religiosos y la membresía en orga- nizaciones religiosas no son un proceso aleatorio, sino que responden a convicciones religiosas (McKenzie, 2001). No obstante, las creencias se suelen dejar de lado, en parte, por lo difícil que resulta medirlas em- píricamente. Rodney Stark (2001) sugiere que las creencias deberían ser estudiadas más extensivamente, pues señala que para el creyente Dios es el que importa, no los rituales. Además, las convicciones doc- trinales tienen repercusión en el medio social donde se desarrollan (Blancarte, 1996), es decir, las creencias religiosas tienen consecuen- cias políticas (Friesen & Wagner, 2012).

Ahora bien, ¿qué creencias religiosas pueden guardar afinidad con las atribuciones causales de la pobreza? La revisión de la literatura se- ñala al providencialismo y las creencias eclesiológicas como las prime- ras candidatas.

Por un lado, se sabe que la creencia en el involucramiento de Dios en el mundo, en un Dios activo en el mundo, se asocia con una me- nor participación pública, porque si Dios controla lo que sucede en el mundo, entonces el creyente no tiene motivos para involucrarse políticamente con la intención de cambiar las cosas (Driskell & Lyon,

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2011; Omelicheva & Ahmed, 2018). La creencia en este destino inexo- rable se traduce en comportamientos distintos con respecto a quien no comparte estas creencias. Por ejemplo, Barker y Bearce (2013) des- cubrieron que los cristianos que creen en el fin de los tiempos bíblicos son menos propensos a apoyar políticas que buscan frenar el cambio climático que el resto de los estadounidenses, pues ¿para qué cambiar algo que es inevitable?

En este sentido, hay evidencia que apunta que la religiosidad fun- ge como amortiguador del impacto en eventos estresantes (como el desempleo) y sus consiguientes implicaciones sociales y económicas.

Así, se ha llegado a la conclusión de que los efectos amortiguadores o castigadores de la religión podrían sumarse a los factores que generan apoyo a ciertos tipos de sistemas económicos y sociales (Clark & Le- lkes, 2005, 2009; Scheve & Stasavage, 2006b). Además, se ha encontra- do que las personas que son religiosas prefieren, en promedio, niveles más bajos de seguridad social por parte del Estado que las que no son creyentes (Scheve & Stasavage, 2006a).

Si bien estas apreciaciones podrían considerar que el providen- cialismo apunta hacia las creencias fatalistas, también hay que con- siderar su relación histórica con las individualistas: el mérito y la meritocracia. Así como bien señala Sandel (2020), la discusión actual por el mérito y el éxito terrenal hunde sus raíces en las discusiones teológicas reformadas sobre el mérito y la salvación. Actualmente, también se ha señalado que la mal llamada teología de la prosperi- dad genera y promueve una ética meritocrática al exaltar la respon- sabilidad individual ante la vida, lo que es gratificante en condiciones favorables, pero desmoralizadora y hasta punitiva en situaciones ad- versas (Bowler, 2016).

En esta visión, la salvación es un logro personal y, además, se con- sidera que el éxito, la salud y la riqueza se pueden conseguir con el em- peño y la fe suficientes (Sandel, 2020). En contraposición, la miseria es considerada una maldición, una condición pecaminosa despreciada por Dios, pero que es consecuencia de la irresponsabilidad individual.

En esta cosmovisión, la pobreza y la enfermedad se entienden como señales de que no se ha cumplido con las obligaciones para con Dios, pues no solo no se ha hecho nada con los talentos (Biblia El Libro del Pueblo de Dios, 1990, Mt. 25:14-30), sino que incluso se han perdido.

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(Zalpa & Offerdal, 2008) Así, la voz del pobre “ni siquiera merece ser escuchada, porque en realidad ni si quiera es” (Coto & Salgado, 2008, p. 106) en la medida es un pecador despreciado por Dios.

Esta visión trasciende el espacio meramente religioso, pues se ha mostrado que ha influido en la cultura empresarial (Hutchinson, 2014) y la académica (Winslow, 2015). Además, se ha señalado el proceso de secularización de la meritocracia, el cual parte de la educación de las conciencias con la que la Iglesia católica pretendía provocar la caridad en la feligresía, pero que en realidad fundamentó una posterior califi- cación del pobre en forma peyorativa bajo términos que implicaban carestía, miseria, debilidad e indeseo (Mollat, 1988; Morell, 2002), lo que ocasionó rápidamente en la separación entre los pobres merece- dores y los no merecedores. (Barrientos, 2008).

Así, el providencialismo parece guardar una relación histórica con la meritocracia, la cual está fuertemente asociada con las atribuciones individualistas de la pobreza al considerarla, en última instancia, como el resultado de la responsabilidad personal. Considerando lo anterior, se formula la siguiente hipótesis:

Hipótesis 1: Las creencias providencialistas serán más propensas a asociarse con atribuciones individualistas de la pobreza.

Por otro lado, también se ha señalado que las creencias sobre la dimensión social de las comunidades religiosas influyen sobre actitu- des y el comportamiento público de los creyentes (Driskell, Embry &

Lyon, 2008). Esto se explica en que las creencias religiosas influyen en la composición final de la pirámide axiológica del creyente, configu- rando su cosmovisión social. Particularmente, en la conformación de estas creencias juega un papel importante la concepción que se tenga de la Iglesia o comunidad religiosa y de su propia pertenencia a esta, en tanto que media dicha relación.

De esta forma, se puede inferir que, en la medida que estas creen- cias regulan las relaciones del creyente con los otros creyentes, tam- bién constituyen identidades eclesiales o, mejor dicho, tipos ideales de identidades eclesiales. Ahora bien, actualmente las identidades no pueden entenderse como entidades estables, “sino [como] entidades sumamente dinámicas, pero por eso mismo, frágiles y problemáticas”

(Legorreta, 2006, p. 9). Por ejemplo, en México se puede observar, par-

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ticularmente en las zonas urbanas, un tránsito de una configuración religiosa tradicional, “de certezas y seguridades, [y] poco abierta a los cambios y procesos del mundo moderno” a una de corte moderno, “in- dividual y abierta a lo plural” (Sota García, 2005, p. 172).

En este sentido, hay que considerar lo que Hervieu-Léger denomi- na como “desregulación institucional”, concepto que hace referencia a la conformación de un marco de creencias independientemente de lo que enseña la institución. Su surgimiento por la crisis de legitimidad de la autoridad clerical y la caída de la civilización parroquial ha provo- cado el cese del imaginario de continuidad, es decir, del armazón sim- bólico que provee de sentido y del cual los miembros del grupo extraen las “razones para creer en su propia perennidad” (Hervieu-Léger, 2005, p. 266). Durante mucho tiempo, la materialización de este imaginario fue la parroquia, pues en torno a esta se articulaba la memoria de la comunidad y se delimitaba el espacio de esta, así como se evidenciaba quiénes pertenecían a ella, todo bajo la influencia del clero. Su caída significó la desvinculación con la tradición que regía férreamente el dogma.

De esta manera, el creyente contemporáneo construye su propio sistema de creencias a modo de collage y bricolaje con total libertad ante la tradición y a la cual puede sentirse perteneciente, mas no re- gulado. Sin embargo, en estos nuevos sistemas de creencias también cabe “el retorno a la tradición” (Hervieu-Léger, 2004, p. 125, el cual se da usualmente entre quienes se han reencontrado con su propia tra- dición.

Así, se pueden concebir dos figuras: el creyente tradicionalista y el desregulado. En este sentido, se ha encontrado que la afiliación y parti- cipación religiosa no moldea significativamente las actitudes hacia las políticas de redistribución, pero que la identificación con la derecha religiosa e interpretaciones específicas de las escrituras sí influyen en la forma en que se piensa la redistribución. De este modo, la percep- ción de que las iglesias deben trabajar para preservar las creencias tra- dicionales se relaciona con personas menos partidarias de las políticas redistributivas y la creencia de que Jesús fomentó la justicia social es- tán relacionadas positivamente con el apoyo a las políticas de redis- tribución económica (McCarthy et al., 2016). En este sentido, también existe evidencia empírica de que las actitudes y el comportamiento

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público varían según haya adhesión a un extremo u otro de lo que se ha denominado espectro teológico, en cuya izquierda se encuentran posiciones que dan mayor importancia a la justicia social y a la separa- ción de la Iglesia y el Estado, mientras que en la derecha se enarbolan posturas como el compromiso a la verdad revelada y la necesidad de la influencia cristiana sobre la sociedad (Friesen & Wagner, 2012).

De forma semejante, hay que considerar la tradicional concep- ción cristiana de la caridad como limosna. Más allá de su fundamen- to teológico, su ejercicio llegó a tener un efecto circular divergente al mandato evangélico, pues le confirió a la pobreza una connotación de debilidad ante la que el privilegiado debía responder de forma asis- tencialista y paternalista (Mollat, 1988). La necesidad y obligatoriedad del ejercicio de la caridad entendida como limosna se sustentaba en la idea de que la riqueza y la pobreza eran realidades perennes que, se- gún el mismo Cristo (Biblia El Libro del Pueblo de Dios, 1990, Jn. 12:8) no se podían suprimir, solo mitigar (Barrientos, 2008; Mollat, 1988).

Ahora bien, la cosmovisión que sostiene esta concepción de la caridad no es un vestigio histórico pues, por ejemplo, sigue prevaleciendo en la pastoral social de muchas parroquias católicas, generando un trabajo asistencialista y paternalista que reproduce esquemas de desigualdad (Barrientos, 2008).

Con respecto al creyente desregulado, en la presente investigación se utilizará como criterio de selección para la construcción de la variable el apoyo al aborto o a la adopción homoparental en tanto que son actitu- des expresamente condenadas por la mayoría de los líderes religiosos.

Por ello, conviene aclarar dos cosas: 1) se le ha de entender como una expresión del creyente desregulado institucionalmente que agrega a su repertorio de creencias y valores que la jerarquía rechaza; 2) esta opera- cionalización no agota el concepto de desregulación institucional. Otra expresión del concepto lo hallamos en creyentes que creen en la reen- carnación o el horóscopo, por ejemplo; sin embargo, se emplean tales mediciones tanto porque sus datos son más asequibles como porque están insertos en movimientos de lucha por la justicia social contra las causas estructurales que generan y perpetúan las desigualdades.

En resumen, por un lado, el creyente tradicionalista puede enten- der la caridad como limosna y concebir una respuesta paliativa ante un fenómeno que es entendido como perenne y natural. Esto parece

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guardar cierta afinidad con las atribuciones fatalistas y, además, puede explicar por qué en el caso de México estas no se asocian con la inac- ción, como la teoría sugiere (Tabla 1). Por otro lado, el creyente desre- gulado, por cuestiones de derechos sexuales y reproductivos, al estar inserto en luchas sociales puede tener una visión más estructural de la pobreza, por lo que se formulan las siguientes dos hipótesis:

Hipótesis 2: Los creyentes tradicionalistas serán más propensos a guardar afinidad con atribuciones fatalistas de la pobreza.

Hipótesis 3: Los creyentes desregulados serán más propensos en sostener atribuciones estructurales de la pobreza.

El método y lo datos

Para este trabajo, se utilizaron los datos de la séptima ola de la Encues- ta Mundial de Valores (2017-2022). La mayoría de las encuestas, reco- lectadas en 57 países, se completaron en 2017 y aunque la ola 7 cerró oficialmente el 31 de diciembre de 2021, la pandemia del coronavirus retrasó la aplicación de algunas encuestas, por lo que la presentación final no se efectuó hasta abril de 2022 (Haerpfer et al., 2022). Cabe mencionar que la presente investigación utilizó los datos disponibles en marzo de 2021.

En México, la aplicación del instrumento de la ola 7 (2017-2022) estuvo a cargo del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

A continuación, se describe la metodología empleada por las y los res- ponsables para la recolección de los datos. El muestreo probabilístico se utilizó en el proceso general de selección, incluido el encuestado en cada hogar. Para llegar a ello, se utilizaron las secciones electorales como unidades primarias de muestreo, provenientes de la lista de secciones válidas para las elecciones presidenciales de 2018. Este marco muestral cubre a toda la población votante del país. En etapas posteriores, en cada sección electoral se seleccionaron bloques, hogares y encuestados (uno en cada hogar). Finalmente, las y los investigadores escogieron un total de 496 unidades muestrales durante un trabajo de campo que duró poco más de tres meses, concentrando la mayor parte de las entrevistas los fines de semana (Haerpfer et al., 2022).

De esta forma, se reportaron 1.739 observaciones para México, de las cuales se trabajó sobre 1.403 tras la eliminación de los valores perdidos.

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Atendiendo las consideraciones teóricas, las variables se agruparon en cinco categorías: atribuciones causales de la pobreza (dependientes), creencias religiosas y religiosidad (independientes), y percepciones de desigualdad y percepciones sociodemográficas (control).

Las variables dependientes son tres: atribuciones estructurales, individuales y fatalistas. La variable “atribuciones estructurales” se construyó dicotómicamente con las observaciones que tenían un ma- yor grado de acuerdo con “considerar que el Estado debe igualar los ingresos de la población” o que “se deba cobrar a los ricos y subsidiar a los pobres” son características democráticas, y que se considere que el gobierno debiera de asumir una mayor responsabilidad para garan- tizar que todas y todos tengan seguridad social (de cara a que esta res- ponsabilidad recaiga en los individuos).

La variable “atribuciones individuales” se construyó dicotómica- mente a partir de cuán de acuerdo se estaba con considerar que los indi- viduos deberían asumir más responsabilidad sobre su propia seguridad o que el éxito se debe al esfuerzo y trabajo duro (que se debe a la suerte).

Por su parte, se hizo lo propio con la variable “atribuciones fata- listas” según cuán de acuerdo se estaba con considerar que el trabajo duro generalmente no trae el éxito, sino que es más una cuestión de suerte o que sienten que lo que hacen no tiene un efecto real sobre lo que les sucede, lo que puede interpretarse como una sensación de no tener control ni libertad sobre la propia vida.

La construcción dicotómica de las variables dependientes requirió la elaboración de modelos de regresión logística, los cuales se utilizan para estimar la propensión de que la variable dependiente presente uno de los dos valores posibles en función de diferentes valores que adoptan el conjunto de las variables independientes (Jovell, 1995).

En la Figura 1 se observa la correlación entre las variables depen- dientes. Según la literatura, las atribuciones estructurales guardan una fuerte correlación negativa con las individualistas y una débil con las fatalistas. Ello indica la pertinencia de la construcción de las variables, pues la responsabilidad individual o falta de responsabilidad (por atri- buirse a fuerzas superiores más allá de nuestro control) se contrapo- nen con la creencia en una responsabilidad social orientada al cambio de estructuras a través de la política.

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Figura 1

Correlaciones de las atribuciones causales de la pobreza

Fuente: Elaboración propia.

Con respecto a las variables independientes, para “providencialis- mo” se utilizaron los valores reportados a la pregunta por la importancia de Dios en la vida en una escala de 1 a 10, donde 1 es nada importante y 10 muy importante. Por su parte, “tradicionalismo” se construyó con aquellas personas que consideraron que la religión es muy importante en la vida o que la religión es principalmente seguir normas o ritos, o que la propia religión es la única aceptable y que reportaron creer que la sociedad debe ser defendida valientemente contra las fuerzas sub- versivas. En cambio, la variable “desregulado” hizo lo propio con los valores que señalaban que una persona era religiosa y que consideraba que el aborto es siempre justificable o que las personas del mismo sexo son tan buenos padres como las parejas heterosexuales.

De las variables de control, vale la pena mencionar que, por un lado, se consideró la asistencia a los servicios religiosos en cuanto es la medida usual de religiosidad en los estudios politológicos y sociológi- cos cuantitativos. Para facilitar la interpretación, se construyó de forma dicotómica asignando un 1 a la asistencia de una o más veces por se- mana a tales servicios. Además, en consideración con investigaciones que han dado cuenta de la importancia del capital social para explicar el comportamiento político de los creyentes (Vilchis, 2019), se incluyó la membresía activa en organizaciones religiosas.

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Por otro lado y en atención a la literatura de percepción de desigual- dades, se incluyeron la clase social subjetiva (es decir, en qué clase social se considera el encuestado, independientemente de su ubicación social real) (Jaramillo-Molina, 2015, 2016), la movilidad social (Mijs, 2019), el ingreso (Bucca, 2016) y la ausencia de experiencia de desigualdad(Mijs, 2019; Piff et al., 2018). Esta última se construyó con los valores de quie- nes reportaban que en el último año nunca se había experimentado al- guna de las siguientes situaciones: no tener dinero suficiente para co- mer, sentirse inseguro del crimen en el propio hogar, no tener acceso a medicina o tratamiento médico requerido, no tener ingresos y no tener refugio seguro para pasar la noche. En la Tabla 2 se pueden observar los estadísticos descriptivos de las variables empleadas.

Tabla 2

Estadísticos descriptivos

Variables R N S

Atribuciones causales

Estructurales 1-0 1.403 0,37  

Individualistas 1-0 1.403 0,41  

Fatalistas 1-0 1.403 0,4  

Creencias religiosas

Providencialismo 1-10 1.403 8,54 2,29 Tradicionalista 1-0 1.403 0,14  

Desregulado 1-0 1.403 0,31  

Control: religiosidad

Asistencia a los servicios religiosos

1-0 1.403 0,44  

Membresía en organizaciones religiosas

1-0 1.403 0,27  

Control:

percepciones de desigualdad

Clase social media alta

1-0 1.403 0,64  

Movilidad social 1-0 1.403 0,57  

Privilegiado 1-0 1.403 0,16  

Ideología política 1-10 1.403 5,66 2,77

Control:

sociodemográficas

Edad 18-90 1.403 42,83 16,3

Ser mujer 1-0 1.403 0,48  

Ingresos 1-10 1.403 4,26 2,37

Estudios universitarios

1-0 1.403 0,09  

Trabajo remunerado 1-0 1.403 0,58   Fuente: Elaboración propia.

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Resultados

Por cada una de las variables dependientes se elaboró un modelo de regresión logística, cuyos resultados se reportan en la tabla 3. En tér- minos generales, se encontró que aún con las variables de control se- ñaladas por la literatura, la relación entre el conjunto de variables de religiosidad y atribuciones causales de la pobreza guarda efectos sig- nificativos.

De las variables sociodemográficas, edad, escolaridad y ocupación no registraron efecto estadísticamente significativo alguno. En cambio, el ingreso mostró un efecto constante en los tres modelos, cuyos re- sultados señalan que entre mayor sea el ingreso, menor será la pro- pensión a creer en atribuciones estructurales (9%), pero mayor será la propensión a tener atribuciones individualistas (15%) y fatalistas (4%).

Además, ser mujer aumentará en un 26% la propensión de creer en atribuciones estructurales y un 31% el tener atribuciones fatalistas. Por su parte, con respecto a las variables de control asociadas a las percep- ciones de desigualdad, acercarse a posiciones político-ideológicas de derecha aumenta levemente en un 5% y 3% la propensión a sostener atribuciones individuales y fatalistas, respectivamente. Particularmen- te, haber experimentado movilidad social, es decir, percibir que se vive mejor que como lo hicieron los respectivos padres, disminuye en un 28% la propensión a creer en atribuciones fatalistas de la pobreza.

Lo resultados señalan que la medida clásica de religiosidad, esto es, la asistencia a los servicios religiosos, no presenta un patrón ni signifi- cancia estadística en los efectos. En cambio, se reporta que la membre- sía a los servicios religiosos tiene un efecto positivo en las atribuciones estructurales y negativo tanto para las individuales como las fatalistas, aunque ciertamente no significativo considerando el conjunto de va- riables de control. Además, el efecto tiene significancia estadística res- pecto a la atribución fatalista, donde ser miembro activo de organiza- ciones religiosas disminuye un 21% la propensión a sostener ese tipo de atribución causal de la pobreza.

Cabe mencionar que inicialmente también se construyeron mo- delos de regresión logística únicamente con las variables de creencias religiosas y religiosidad con pocas diferencias en los resultados con los modelos completos, salvo que en este primer ejercicio, la membresía activa a los servicios religiosos tiene un aumento de un 24% de en la

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propensión a creer en atribuciones estructurales. Sin embargo, la sig- nificancia estadística desaparece al considerar el resto de las variables de control, lo cual señala que si bien hay una relación entre asociación religiosa y atribuciones causales estructurales de la pobreza, su poder explicativo se pierde ante el resto de las variables consideradas en su conjunto, entre las que destacan el ingreso y el sexo.

Tabla 3

Modelos de regresión logística

Categoría Variables A. Estructurales A. Individualistas A. Fatalistas

Β SE RM β SE RM Β SE RM

Creencias religiosas

Providencialismo -0,05 0,03 0,95 ** 0,06 0,03 1,06 ** 0,03 0,03     Tradicionalista 0,29 0,16 1,33 * -0,18 0,17     -0,33 0,17 0,72 * Desregulado 0,11 0,12     -0,10 0,12     0,03 0,12    

Control:

Religiosidad

Asistencia a los servicios

religiosos 0,03 0,12     -0,07 0,12     0,04 0,12     Membresía en

organizaciones religiosas

0,21 0,13     -0,02 0,13     -0,23 0,13 0,79 *

Control:

Percepción de Desigual- dades

Clase social

media alta -0,08 0,12     -0,04 0,12     0,00 0,12     Movilidad social 0,18 0,11     0,03 0,11     -0,33 0,11 0,72 **

Privilegiado -0,05 0,15     -0,05 0,15     -0,14 0,15     Ideología política -0,01 0,02     0,05 0,02 1,05 ** 0,03 0,02 1,03 *

Control:

Socio demo- gráficas

Edad 0,00 0,00     0,00 0,00     0,00 0,00    

Ser mujer 0,23 0,12 1,26 * -0,04 0,12     0,27 0,12 1,31 **

Ingresos -0,09 0,03 0,91 ** 0,14 0,03 1,15 ** 0,04 0,02 1,04 * Estudios

universitarios -0,26 0,21     0,12 0,19     -0,26 0,20     Trabajo

remunerado 0,08 0,12     0,01 0,12     0,04 0,12    

AIC       1.844,10     1.875,90     1.882,70

McFadden 0,019 0,026 0,02

p < 0,1 * p < 0,05 **

Fuente: Elaboración propia.

De forma semejante, considerando un valor de confianza estadís- tica de un 90%, el ser creyente tradicionalista tiene un patrón recono- cible de propiciar las atribuciones estructurales y repele las individua- listas y fatalistas. Particularmente, aumenta en un 33% la propensión a las primeras y disminuye en un 28% la de las terceras. En cambio, el ser creyentes desregulado, si bien tiene efecto positivo a las estructurales y negativo a las fatalistas, estos no son significativos estadísticamente.

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Finalmente, la relación entre providencialismo y atribuciones es- tructurales e individualistas de la pobreza sostiene efectos significati- vos con un nivel de confianza estadística de un 95%. Específicamente, disminuye en un 5% la propensión a creer en las atribuciones estruc- turales y aumenta en un 6% a sostener las atribuciones individualistas.

Cabe mencionar que los modelos cumplen con el supuesto de no co- linealidad, ya que ningún coeficiente entre variables independientes registró un grado elevado de correlación. Los más altos se reportaron en la correlación entre asistencia a los servicios religiosos y provi- dencialismo (r = 0,22) y membresía en organizaciones religiosas (r = 0,26). Además, es importante mencionar que muchas de las variables no eran categóricas, lo que implica que su dicotomización conllevó la pérdida de varianza. No obstante, se procedió de tal modo tanto por las críticas de usar modelos de regresión lineal con variables con valores limitados como por las dimensiones de diferentes preguntas utilizadas en la construcción de las variables finales.

Discusión y consideraciones finales

Los resultados de las variables de control sociodemográficas y de per- cepción de desigualdades son acordes con la evidencia presentada en la literatura, lo que abona a considerar que los modelos se constru- yeron adecuadamente y cuyos resultados son un buen primer acerca- miento a las relaciones estudiadas.

La relación entre los altos ingresos con la ausencia de atribuciones estructurales y presencia de individualistas está totalmente en la línea de las discusiones académicas sobre el tema. En esto, Bucca (2016) se- ñala que la evidencia muestra una tendencia a esperar que las perso- nas de un nivel socioeconómico más alto sean más propensas a favore- cer las creencias individualistas, mientras que las personas de un nivel socioeconómico más bajo serán más propensas a promover creencias estructuralistas. Las razones que se arguyen son variadas. Por el lado de quienes sostienen la perspectiva de la legitimación (Kreidl, 2000), se argumenta que las personas de alto nivel socioeconómico tienen creencias individualistas sobre la desigualdad porque desean legitimar su superioridad económica con una narrativa meritocrática. Además, se ha complejizado esa explicación y se ha señalado que los ingresos, en conjunción con otros elementos relacionados, como la educación,

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las redes sociales y la ubicación de la vivienda, llevan a una segregación territorial, estratificación escolar y homogamia social que disminuyen las posibilidades de conocer a alguien de un origen socioeconómico diferente y, con ello, las de desarrollar una comprensión del privilegio o la difícil situación de otra persona (Mijs, 2019; Piff et al., 2018). Lo que explica la justificación de las creencias individualistas porque la expe- riencia personal sobreestima el propio esfuerzo (“mérito”), fluidez y disponibilidad de oportunidades en la sociedad.

La propensión de ser mujer y sostener tanto atribuciones estruc- turales como fatalistas se explica, por un lado, con “el principio de los desvalidos” y las teorías relacionadas que dicen que las mujeres, en tanto grupo históricamente desaventajado, tienden a desarrollar una mayor conciencia de la opresión y la desigualdad estructural (Schna- bel, 2018); por otro lado, porque la religión continúa siendo una fuer- za social ambivalente con respecto a la violencia contra el cuerpo y la sexualidad de las mujeres, lo que ha llevado a muchas mujeres a inte- riorizar formas de violencia simbólica y a asumir como justas o peren- nes formas de discriminación, desigualdad e incluso violencia en su contra (Servitje Montull, 2021).

Ahora, si bien los resultados no reportaron que la edad tuviese un efecto significativo alguno en las variables independientes, dadas las condiciones de vulnerabilidad y desigualdad que padecen las juven- tudes, una categoría en intersección con otras desigualdades (ingreso, escolaridad, falta oportunidades laborales, precarización laboral, falta de seguridad social, etc.), conviene explorar las percepciones de des- igualdad de este grupo etario. Este, además, ha sido construido social- mente como una categoría difusa, de transición y en clara perspectiva adultocéntrica que ha dificultado la realización de estudios adecuados.

Respecto de la movilidad social, aunque no se muestra con la misma claridad que en los casos anteriores, el efecto negativo presentado sobre las atribuciones fatalistas está relacionado con la discusión académica sobre su papel explicativo en la adopción de una u otra creencia sobre las atribuciones causales de la pobreza. Así pues, en términos generales, se arguye que una experiencia positiva de movilidad social ascendente contribuye a la atribución de factores individualistas en la pobreza por la tendencia a extrapolar su experiencia al resto de la sociedad (Mijs, 2019).

Además, si bien la explicación continúa señalando que las experiencias

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negativas de movilidad social tenderán a contribuir con factores estruc- turales porque se han encontrado sistemáticamente con las desigualda- des estructurales de la sociedad, en realidad no hay razones para pensar que no podrían propiciar atribuciones fatalistas al no poder encontrar razones que expliquen la falta de movilidad fuera del infortunio o la fa- talidad. Esto es particular y tristemente razonable en el contexto mexi- cano, donde la evidencia apunta a que “origen es destino”, pues 74 de cada 100 mexicanos que nacen en la base de la escalera social no logran superar la condición de pobreza (Centro de Estudios Espinosa Yglesias, 2019). Así, en México la movilidad social es baja y las probabilidades de ascender socialmente están directamente relacionadas con las caracte- rísticas sociodemográficas del hogar de origen.

El efecto negativo de la membresía activa en organizaciones religio- sas sobre las atribuciones fatalistas no implica que este tipo de asocia- ciones promuevan atribuciones estructurales o individualistas per se, y mucho menos considerando otras variables de alto valor predictivo.

Esto, por un lado, señala que la ambigua relación de la religión con la pobreza (en el sentido que puede dar elementos tanto para combatirla como para reproducirla y legitimarla) se mantiene en el seno de sus asociaciones. Pero, por otro lado, su reproducción y legitimación no necesariamente va en el sentido de imprimir una visión fatalista de la pobreza y la desigualdad.

Esto va de la mano con la naturaleza social de muchas de las aso- ciaciones religiosas que en varias ocasiones las ha llevado a la arena política en la lucha por los derechos (Blancarte, 2007) y más reciente- mente también de la mano de los llamados movimientos antiderechos en materia de políticas morales (por ejemplo, aborto, matrimonio y adopción homoparental) (Díez, 2018; Vera, 2018). Lo anterior también está en relación con que, como se explicó anteriormente y al menos en el cristianismo, un trasfondo fatalista de la pobreza no se traduce en la inacción sino que históricamente ha impulsado una serie de acciones que, aunque asistencialistas, paternalistas y que devinieron en con- cepciones de criminalidad de la pobreza y merecimiento de asistencia social, estaban dirigidas a la atención social de las personas empobre- cidas y vulnerables.

La falta de efecto de la desregulación institucional había sido repor- tada con anterioridad en el caso de la participación política (Vilchis,

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2020). En este caso, si bien el apoyo a políticas morales (Díez, 2018) está relacionado con la lucha por la reivindicación de derechos, la jus- ticia social y transformación de estructuras de opresión y desigualdad en realidad no se traduce en ni en un apoyo activo ni en una acepta- ción total. Por ello, en vez de optar por la pregunta de si se considera- ba la homosexualidad justificable se eligió la pregunta de considerar que las parejas homosexuales podrían ser tan buenas en la paternidad como las parejas heterosexuales, porque ello implica un apoyo más marcado y profundo que el considerar justificable o no la homosexua- lidad. No obstante, tal operación no arrojó efectos significativos, lo que contraviene la hipótesis 3. Ello puede explicarse por dos razones, no necesariamente excluyentes.

Por un lado, distanciarse de la postura oficial en temas polémicos no implica ningún compromiso con ellos. La aceptación del aborto o el matrimonio igualitario puede deberse a la consideración de que las acciones tomadas por otros grupos no son vistas como buenas ni ma- las, desmarcándose así del juicio negativo que la jerarquía pronuncia sobre esos temas. Por otro lado, rechazar la postura oficial en asuntos de sexualidad y de políticas morales no implica oponerse a otros prin- cipios religiosos y seculares, lo cual es consistente con las creencias de collage y bricolaje señaladas por Hervieu-Léger, así como con la tesis de Berger (2016) de que el creyente puede actuar como creyente en algunos casos, pero secularmente en otros. En este sentido, el creyen- te desregulado puede ser reflejo de “los muchos creyentes ordinarios que logran ser tanto seculares como religiosos” (Berger, 2016, p. 14) o lo que García Canclini (1990) señaló como el uso de estrategias para entrar y salir de la modernidad, en lo que denominó como culturas hí- bridas, lo que dificultaría identificar su relación con alguna atribución causal de la pobreza.

Los resultados señalan que sí hay efecto del ser creyente tradicio- nalista sobre las atribuciones causales, pero en el sentido contrario al enunciado en la hipótesis 2, pues disminuye la propensión a tener atri- buciones fatalistas y tiene el efecto contrario sobre las estructurales.

Esto puede deberse tanto a la razón antes argüida de que, cuando me- nos en el cristianismo, una visión fatalista de la pobreza no se traduce en la inacción sino en la asistencia social. En este sentido, y en el caso del catolicismo, Blancarte (1992) señalaba que era un error considerar

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a los integristas (grupos religiosos diversos cuyo común denominador es el apego a la tradición) totalmente alejados de cuestiones popu- lares, pues tanto tienen acercamiento con las devociones populares, muchas de las cuales impulsan o abrevan de ellas, como son quienes más resguardan la tradición caritativa de la Iglesia. Además, y de nuevo siguiendo en el caso del catolicismo, desde la segunda mitad del siglo pasado, tanto la doctrina social de la Iglesia como grupos más o me- nos revolucionarios afines a las teologías de la liberación, del pueblo y populares, han propugnado una visión estructural de la pobreza, lo cual bien podría haber permeado en el grueso de la feligresía. Aquello puede tener fundamento histórico en el señalamiento de la fuerza so- cial de los grupos laicales; no obstante, esta nueva hipótesis ha de ser indagada empíricamente y más allá del catolicismo.

Los resultados abonan a la aceptación de la primera hipótesis. Con- forme a lo teorizado, en el caso mexicano las creencias providencialis- tas son hasta cierto punto incompatibles con atribuciones causales y afines con las individualistas. Este hallazgo es similar al de Scheve &

Stasavage (2006b), quienes encontraron que en los países con mayor religiosidad, entendida en términos de grado de importancia de Dios en la vida y asistencia a los servicios religiosos (r = 0,22 en este estudio), se destinaba menos porcentaje del gasto social del PIB. Los autores lle- garon a la conclusión de que la religiosidad era una fuente que proveía –subjetivamente– seguridad, amortiguando así los efectos adversos de la falta de política social. En este sentido, Díaz (2010) encontró que en Latinoamérica los factores religiosos tienen más peso al momento de explicar el apoyo al libre comercio, pese a las consecuencias que tiene en el crecimiento de la desigualdad de los países y las comunidades.

Además, está la ya clásica argumentación de Weber al respecto. Por un lado, señala que el ascetismo religioso intramundano, caracterís- tico del calvinismo, justificó la profesión (en el sentido de vocación) del empresario y su afán de lucro –siempre y cuando su conciencia se hallase en estado de gracia–, así como “la seguridad tranquilizadora de que la desigual repartición de los bienes de este mundo es obra especialísima de la Providencia Divina” (Weber, 2011, p. 243). Así, se estableció una analogía entre la “injusta” predestinación de algunos y la igualmente “injusta”, pero ambas queridas por Dios, distribución de los bienes. Es injusta desde la perspectiva humana, pero que debemos

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confiar en que persigue finalidades divinas ocultas, desconocidas para nosotros, pero con una razón de ser en el plan divino de salvación.

Por otro lado, Weber señala las diferencias entre el providencialis- mo católico y puritano en la valoración de la pobreza. Mientras que el primero no solo había tolerado la mendicidad, sino que la había llegado a glorificar, el segundo no la admitía en su seno. Esta aversión puritana a la pobreza, según señala Weber, fue la causante de la dura legislación inglesa sobre los pobres de la época, pues es vista como un síntoma de pereza culpable, e incluso de condenación. Así, y como ya se ha indicado, en esta concepción providencialista, la pros- peridad es una bendición otorgada por Dios a quienes lo obedecen y que incluye a la riqueza material, la cual es concebida como una señal de la bendición de Dios o como una especie de compensación o retribución por ser fiel al plan divino de salvación. En contraparte, la miseria, la pobreza y la enfermedad es considerada una maldición, pero no en sentido fatalista, sino como una consecuencia del pecado personal e individual, como una condición pecaminosa despreciada por Dios.

No obstante, y en virtud de los resultados presentados tanto en este estudio como en Vilchis (2020), es conveniente precisar y mejorar la consulta por el providencialismo en las encuestas, pues la pregunta por la importancia de Dios en la vida no refleja enteramente el concep- to de providencialismo −el cual implica la creencia en un plan divino de salvación e incluso el propio papel en su ejecución. La formulación actual de la pregunta también guarda las distancias sobre el involucra- miento de Dios tanto en la vida como en el mundo, es decir, que Dios sea importante para mí o en mi vida no implica necesariamente que Dios actúe en mi vida o en el mundo y mucho menos que lo haga de acuerdo a un plan divino de salvación, elementos que supone la cons- trucción teórica del concepto.

En este sentido, vale la pena recordar que la importancia de atender las percepciones subjetivas de la desigualdad bajo la forma concreta de las atribuciones causales de la pobreza radica en que son el mar- co valorativo desde el que los ciudadanos legitiman o deslegitiman la desigualdad. Esto puede traducirse en reproducciones o erradicacio- nes de relaciones y modelos de opresión e injusticia, así como en la aceptación o no de políticas de redistribución.

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De esta forma, el presente estudio abona a la comprensión del pa- pel de las creencias religiosas en la presentación de tal o cual tipo de atribuciones causales de la pobreza. Así, los hallazgos muestran la per- tinencia de estudiar tres líneas de investigación:

1) Continuar reflexionando sobre el mecanismo causal donde las creencias religiosas se relacionan con las atribuciones causales.

Mientras ambas operan en el nivel microsocial y conforman la cosmovisión de las y los ciudadanos, quizá convenga recuperar la propuesta metodológica weberiana de las afinidades electivas para iluminar este tipo de relaciones.

2) Explorar la relación inversa: cómo las percepciones subjetivas de desigualdad influyen y conforman nuevas creencias y actitudes re- ligiosas. Por ejemplo, si bien el magisterio y gran parte de la acción social católica organizada acompaña a las personas migrantes y lu- cha contra las injusticias estructurales que las obligan a dejar sus lugares de origen y les impiden la integración en los lugares de paso y destino, muchos católicos se han mostrado escépticos ante tal si- tuación (Guerrero, 2019).

3) Indagar, sin descuidar los marcos regulativos vigentes, sobre meca- nismos y estrategias de integración de los creyentes en la lucha con- tra la reproducción y legitimidad de las desigualdades.

Finalmente, la investigación tiene limitaciones similares a las de otros estudios empíricos basados en la aplicación de encuestas, pero las principales radican en que no ahonda en la naturaleza cua- litativa de las relaciones entre los fenómenos y, dada la naturaleza transversal de los datos, no se puede precisar relación causal. Ade- más, si bien este trabajo pretendió no tratar a los creyentes en ge- neral, centrándose en creencias religiosas concretas indistintamente de la religión profesada, tanto la distribución de los datos como la construcción teórica de los conceptos han inclinado la balanza final hacia el cristianismo y, para la explicación de los resultados, hacia el catolicismo. El panorama religioso cada vez más diverso exige la profundización del estudio de las relaciones aquí exploradas en otras confesiones cristianas y en otros credos religiosos. No obstante, a pe- sar de estas limitaciones, el presente análisis ofrece datos relevantes y una mirada panorámica a la relación entre creencias religiosas y

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atribuciones causales de la pobreza en México. De igual forma, abre derroteros para futuros estudios en un contexto donde lo religioso vuelve a irrumpir con fuerza en el espacio público.

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