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The Concept of Insecurity within Latin American Campaigns. The PRO in Buenos Aires City as a Case Study (2007-2011)

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electorales latinoamericanas. El caso del PRO en

la Ciudad de Buenos Aires (2007-2011)

The Concept of Insecurity within Latin

Ameri-can Campaigns. The PRO in Buenos Aires City

as a Case Study (2007-2011)

Mercedes Calzado

(*)

Instituto de Investigaciones Gino Germani,

Universidad de Buenos Aires - Argentina

calzadom@gmail.com

Vanesa Lio

(**)

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales,

Universidad Nacional de La Plata - Argentina

vanesa.lio@gmail.com

Mariana Fernández

(***)

Instituto de Investigaciones Gino Germani,

Universidad de Buenos Aires - Argentina

mcf.mariana@gmail.com

Resumen

A partir de 2008, el delito se convirtió en el principal problema social para los ciudadanos latinoamericanos. Como

Abstract

Since 2008, urban safety and crime have been considered as the main social issue by Latin American

(2)

citi-consecuencia, la batalla contra la inse-guridad se transformó en uno de los motores de la gubernamentalidad y las campañas electorales se centraron, con frecuencia, en discursos sobre el miedo. El trabajo propone identificar, a partir de un caso de estudio, algunas variables de la comunicación política en el con-texto de las sociedades de seguridad. Para ello, se analizaron piezas comuni-cacionales de las campañas de 2007 y 2011 del actual partido de gobierno en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. ¿Qué tipo de subjetividad se promueve? ¿Cuál es el rol asignado al Estado? ¿Cómo se describe la seguridad? ¿Qué características permiten describir al ciudadano-víctima? El artículo indaga acerca de los modos de interpelación a la ciudadanía, las características de enunciación de la seguridad y la imagen que asume el Estado en momentos electorales.

Palabras claves: comunicación política, seguridad, victimización, gobierno, caso de estudio.

zens. As a consequence, the battle against the phenomenon of urban insecurity became one of the most used governmentality strategies and politi-cal campaigns were focused around discourses of insecurity and fear. This paper aims to identify, from a case study, some political communication variables in the context of the security societies. To do so, a set of communi-cation pieces from Buenos Aires City’s governing party 2007 and 2011 campaigns were analyzed. What kind of subjectivity is promoted? How is designed the role of the State? How is the security described? Which charac-teristics allow describing the citizen as a victim? Guided by the former questions, this paper investigates about modes of interpellation to citi-zenship, the enunciation of safety characteristics and the image assumed by the State during election times. Keywords: political communication, security, victimization, government, case study.

Sumario: 1. Introducción. Delito y sentimiento de inseguridad en América Latina; 2. El caso de estudio: la Ciudad de Buenos Aires y su contexto socio político; 3. Campaña 2007: “Estaría bueno ser bueno”; 3.1. Vecinos protegidos; 4. Campaña 2011: “Tenemos que seguir juntos”; 4.1. Temores difusos; 5. Conclusiones; Biblio-grafía.

1. INTRODUCCIÓN. DELITO Y SENTIMIENTO DE INSEGURIDAD EN

AMÉ-RICA LATINA

La agenda mediática y política de la Ciudad de Buenos Aires se

encuentra desde hace dos décadas teñida por el escenario de violencia

urbana. A pesar de no ser procesos necesariamente vinculados, la

circulación de las noticias sobre inseguridad se profundizó en el mismo

(3)

período en que se puso en marcha la autonomía de la Ciudad con las

elecciones a Jefe de Gobierno y constituyentes en 1996. En medio del alza

de denuncias de crímenes violentos y otros de menor intensidad, los

escenarios electorales locales desde el inicio de la autonomía porteña se

han encontrado teñidos de proclamas de seguridad.

Después de subir de manera sostenida desde 1993, en 1997 la tasa de

homicidios cada 100 mil habitantes a nivel nacional llegó a 9.0, un pico que

se repitió en 2003 según datos oficiales del Ministerio de Justicia y

Derechos Humanos de la Nación (2009). Si bien desde 2003 las denuncias

de delitos contra la propiedad y las personas, así como los homicidios, han

descendido (pese a algunos incrementos en los últimos años), lo cierto es

que el alza de las dos últimas décadas no llegó a modificarse

sustantivamente. Algunos estudios realizados recientemente dan cuenta de

que la preocupación por la inseguridad no es un reflejo de la victimización,

afirmación interesante para analizar la realidad porteña. Autores como

Kessler (2009, 2011) consideran que el miedo al delito se produce con

autonomía relativa de los índices de criminalidad y una fuerte influencia de

los medios de comunicación masiva en la generación de predisposiciones

de alarma. La autonomía entre la percepción de miedo y la criminalidad se

reflejan en la variación de las tasas de victimización entre 2003 y 2011 a

nivel regional y local. Así, aunque entre 2003 y 2007 el delito no creció, la

violencia urbana se ubicó como la mayor preocupación en 2008 según los

últimos datos oficiales proporcionados por el Ministerio de Justicia y

Derechos Humanos de la Nación. Con datos más actuales, el informe de

2011 de Latinobarómetro repite esta tendencia: en Argentina el problema

principal para la ciudadanía es el par “delincuencia/seguridad pública”

(Lagos y Dammert 2012).

Esta preocupación, vale destacar, se repite en prácticamente toda la

región. La encuesta, realizada por Latinbarómetro en 18 países de América

Latina, indica que en 2011 el 28% de los encuestados de la región

identifican la “seguridad urbana y el crimen” como la mayor preocupación

que deben afrontar sus países. Si a ello se le suma la categoría “violencia y

delincuencia” el nivel de preocupación alcanza el 32%. La encuesta muestra

que en la región el problema principal sigue siendo el económico. Sin

embargo, desde la perspectiva de la percepción ciudadana, los ítems

económicos están verbalmente expresados de diferentes formas mientras

que el problema que adquiere mayor consenso verbal es “crimen”. El

(4)

crimen y la seguridad urbana aparecen en el tope de las preocupaciones

sociales en 11 de los 18 países, con niveles que van del 20% en Perú al 61%

en Venezuela. La percepción del crimen como el problema más relevante

es menor en Nicaragua y Brasil con el 3% y el 7%, respectivamente.

Ubicada en el medio de la tabla, Argentina aparece con el 34%

(Latinoba-rómetro 2011). El desempleo toma el segundo lugar en la agenda regional

con una media de 16%, seguido por la economía y los problemas

económi-cos (12%). El crimen y el desempleo dominan la agenda de los países

lati-noamericanos durante la última década aunque en estos puntos surgen

importantes cambios de lugar. La relevancia del crimen mostró un alza

sustantiva, alcanzando el mayor nivel en 2011 (un punto arriba de 2010)

mientras que el desempleo ha tendido a disminuir: en 2011 alcanzó el 16%,

tres puntos por debajo de 2010.

Por su parte, la Ciudad de Buenos Aires es un territorio con una

amplia distancia entre temor y denuncias. Las cifras establecidas por el

Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, en base a

denuncias ante las agencias policiales y judiciales, muestran que en la

Ciudad de Buenos Aires la tasa anual de homicidios dolosos en 2008 fue de

4,57 casos cada cien mil habitantes, lo cual representa un porcentaje menor

al del promedio del país, que era de 5,8 en el mismo año. Según los datos

comparativos entre distintas ciudades del continente publicado por el

Ministerio de Justicia de la Nación, Buenos Aires tiene una tasa de

homicidios (4,99 cada 100 mil habitantes) más baja que New York (5,6),

Montevideo (6,4), México DF (8,44), Santiago de Chile (9,56), San Pablo

(11,18), Washington (23,84), Bogotá (31,7) y Río de Janeiro (39,7). Sin

embargo, en las encuestas el temor al crimen parece ser el problema más

repetido por los habitantes de la Ciudad. En esta línea, los datos de mayo

de 2013 producidos por la consultora Analogías revelan que la seguridad es

el principal problema para más del 60 por ciento de los habitantes de la

Ciudad de Buenos Aires.

En este escenario regional y local, algunas de las campañas

electorales a Jefe de Gobierno y a Presidente de la Nación en Argentina,

así como en las elecciones de medio término, estuvieron durante los

últimos años marcadas por la discusión en torno de la necesidad social de

intervenir frente a la inseguridad. Uno de los partidos políticos que

desa-rrolló esta silenciosa guerra por la paz en el escenario político argentino es

Propuesta Republicana (PRO), una alianza de tendencia

(5)

liberal-conservadora surgida en 2005 bajo el liderazgo del empresario local

Mau-ricio Macri. En diciembre de 2007, el partido llegó al poder luego de

im-ponerse frente a su principal oponente, el Frente para la Victoria (FPV), en

las elecciones para Jefe de Gobierno local. La primera campaña de

Mauricio Macri a Jefe de Gobierno en 2007 estuvo fuertemente teñida por

las definiciones en torno a la seguridad. Desde su primera gestión la

cuestión securitaria adquirió una amplia dimensión publicitaria y práctica:

se puso en marcha la Policía Metropolitana y se profundizó el sistema de

cámaras de seguridad en territorio porteño. En cambio, la batalla

discursi-va contra el riesgo y cómo intervenir frente al miedo latente en la ciudad

no fue uno de los motores más utilizados en la campaña de 2011. Si bien es

discutible que los ejes de campaña constituyan una representación “fiel” de

las demandas del conjunto de la ciudadanía, un acercamiento a sondeos

realizados en los períodos de gestión antedichos permite rastrear si en la

transformación del discurso de Unión PRO en torno a la seguridad además

del contexto electoral intervienen las variaciones de los índices

delictuosos.

En este contexto, este trabajo se propone indagar: ¿Qué relación hay

entre las discursividades de inseguridad y el voto que permitió a Mauricio

Macri obtener consecutivamente el gobierno de la ciudad? ¿Qué

diferen-cias y regularidades presentan las campañas de 2007 y 2011 del partido

Propuesta Republicana en torno a la emergencia securitaria y el castigo

penal? ¿Cómo se escenificó en cada período el miedo de la ciudadanía en

las estrategias de la comunicación política? ¿A quiénes se construyó como

adversarios y a quiénes como destinatarios privilegiados? ¿El rol del

Esta-do construiEsta-do resultó invariable o se adecuó al contexto electoral?

A fin de reflexionar sobre estos elementos, el objetivo central del

ar-tículo es analizar comparativamente las estrategias comunicacionales de

Mauricio Macri durante las dos elecciones en las que resultó elegido a

nivel local: la elección a Jefe de Gobierno que le confirió por primera vez el

mando de la administración porteña en 2007 y la elección de 2011 en la

que volvió a ganar. Para ello se recurre al análisis discursivo de un

conjun-to de spots audiovisuales producidos durante ambas campañas elecconjun-torales

del PRO en la Ciudad de Buenos Aires y un conjunto de materiales de

campaña 2.0 relevado en los sitios Web del candidato y de su partido

polí-tico.

(6)

Se parte del supuesto según el cual, en las sociedades inseguras, la

lu-cha contra el crimen supone la circulación de discursos que legitiman un

modo de gobernar basado en el imperativo del orden y la responsabilidad

individual. Sin embargo, las estrategias de la comunicación política varían

según se esté en el gobierno o se pretenda arribar a él. Cuando esto último

sucede, la inseguridad es un elemento discursivo prioritario por la fuerte

repercusión social que el problema genera en la sociedad. En cambio,

cuando la campaña involucra a políticos ya en ejercicio del poder, la guerra

se torna más silenciosa y repercute como un murmullo en la paz.

Se comienza recuperando brevemente el proceso de constitución de la

Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las particularidades del caso de

estu-dio. En segundo lugar, se enmarca el análisis en una reflexión más amplia

acerca de la forma de gubernamentalidad que impera en nuestras

socieda-des contemporáneas, denominadas por Foucault (2006) como sociedasocieda-des

de seguridad a partir de algunos elementos conceptuales sobre la guerra y

la paz en las ciudades occidentales. Luego, se analizan los resultados de la

investigación recuperando las características de las campañas a Jefe de

Gobierno de Mauricio Macri en 2007 y en 2011 en torno a los ejes de

vic-timización, riesgo y gubernamentalidad. Finalmente, se elaborara un

con-junto de conclusiones sobre los modos de interpelación a la ciudadanía, las

características de enunciación de la seguridad y la imagen que asume el

Estado en momentos electorales.

2. EL CASO DE ESTUDIO: LA CIUDAD DE BUENOS AIRES Y SU CONTEXTO

SOCIO POLÍTICO

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital política de la República

Argentina, representa la mayor área urbana del país y una de las más

importantes de América Latina. De acuerdo al último Censo Nacional de

Población, Hogares y Viviendas (2010), el número de habitantes de la

Ciudad está estimado en alrededor de 2,9 millones de habitantes. Sumado

al aglomerado urbano que conforma el denominado Gran Buenos Aires,

este número asciende a 12,8 millones.

Si bien la Ciudad fue fundada en 1580, la autonomía de su gobierno le

llegará recién tras el proceso de reforma de la Constitución Nacional de

1994. Desde entonces, constituye uno de los veinticuatro distritos que

(7)

conforman el país, con una constitución y poderes ejecutivo, legislativo y

judicial propios.

Tanto el Poder Ejecutivo (PE) como el Poder Legislativo (PL) de la

Ciudad son elegidos mediante voto directo de la población. Las elecciones

para Jefe de Gobierno (titular del PE), se realizan cada cuatro años con un

régimen de doble vuelta y posibilidad de reelección consecutiva por un

solo período. Previo a la reforma constitucional, sin embargo, la Ciudad

era gobernada por un Intendente, designado por el Presidente de la

Nación con acuerdo del Senado.

En su joven historia de autonomía, la ciudad ha visto sucederse a sólo

cinco Jefes de Gobierno que, en su mayoría, han pertenecido a partidos

políticos de oposición respecto del gobierno nacional de turno, y no han

sido representantes del peronismo (a excepción del breve período entre

2006 y 2007 gobernado por Jorge Telerman, quien debió ocupar el cargo

debido a la destitución del entonces Jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra).

En diciembre de 2007, asume su primer mandato como Jefe de

Gobierno el empresario y político Mauricio Macri, líder y fundador del

PRO, un partido político de reciente creación con una tendencia

liberal-conservadora. El mandatario llegó al poder luego de imponerse en las

elecciones con el 60,96 por ciento de los votos en segunda vuelta, ante

Daniel Filmus, candidato del Frente para la Victoria (FPV). El FPV, al

frente del Gobierno Nacional desde 2003, con Néstor Kirchner primero

(2003-2007) y Cristina Fernández después (2007-2011 y 2011 a la

actualidad), no pudo lograr anclar su poder electoral en un territorio

habitualmente adverso para el Peronismo.

El 10 de julio de 2011 se volvieron a enfrentar Macri y Filmus. Al no

alcanzar la mayoría absoluta requerida según la normativa vigente,

Mauricio Macri debió someterse nuevamente a una segunda vuelta el 31

de julio de dicho año, en la que se impuso con el 64,25 por ciento frente a

Filmus. Tres meses después, el 23 de octubre, el PRO de la Ciudad de

Buenos Aires se volvió a imponer en las elecciones legislativas nacionales.

Durante su primer gobierno, Mauricio Macri recurrió a la puesta en

marcha de una serie de políticas de seguridad que marcaron fuertemente

su gestión. A través del denominado Plan de Seguridad, se instalaron

(8)

cámaras de seguridad y se fortaleció el poder de acción del Ministerio

Público Fiscal. El fin: “Recuperar la Ciudad para los vecinos”.

Con este mismo objetivo previsto se encaró una de las más

significativas apuestas de la gestión macrista en materia de seguridad: la

creación de la Policía Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires. La

fuerza comenzó a ejercer sus funciones en febrero de 2010 luego de no

pocas disputas con el Poder Ejecutivo Nacional. Con anterioridad a esta

medida, la Ciudad era jurisdicción de la Policía Federal Argentina, la cual

ejerce aún las funciones de seguridad tanto en las cuestiones de carácter

federal, como en acciones de patrullaje similares a las de la Policía

Metropolitana.

Ahora bien, ¿en qué contexto se produce la llegada de Mauricio Macri

al poder? El paradigma securitario al que se ha hecho referencia

anteriormente eclosiona en Argentina luego del estallido social de

diciembre de 2001, cuando el temor al delito se convierte en un importante

factor de legitimación/deslegitimación gubernamental (Kessler 2009). Sin

embargo, la inseguridad frente al delito venía construyéndose social y

políticamente como un problema clave de los centros urbanos ya desde

mediados de la década del noventa, en el marco del modelo neoliberal que

caracterizó las políticas argentinas de esa época. Las transformaciones de

esa década deben entenderse como parte de un proceso de reforma

estructural del Estado, de profundas mutaciones de las relaciones sociales

y de una creciente valoración del ámbito privado, asociado tanto al

mercado como a la esfera personal de cada individuo (Oszlak 2003).

Comienza entonces a instalarse la idea de “crisis de inseguridad” a

partir de la conjunción de un componente subjetivo (la “sensación de

inseguridad”), y un componente objetivo, el aumento de los hechos

delictuosos identificados como “criminalidad en la calle” o

“micro-criminalidad”, es decir, delitos contra la propiedad y las personas

especialmente en el espacio público (Sozzo 2009). Como producto de ello,

las crecientes demandas de seguridad en las ciudades se suman al proceso

de descentralización gubernamental característico de las políticas de la

década del noventa, que diluyen las responsabilidades estatales frente al

delito y colocan a los gobiernos locales en un rol novedosamente

protagónico frente a la cuestión de la inseguridad.

(9)

Este proceso ha estado acompañado, además, por la materialización

del modelo preventivo en relación al delito en Argentina, cuya máxima

expresión es el Plan Nacional de Prevención del Delito puesto en marcha

de 2000. En el plano local, esto se vio especialmente reflejado en la

implementación de estrategias de tipo situacional-ambiental con un fuerte

acento en intervenciones en el espacio público y en prácticas de

participación ciudadana, como en el caso del Programa de Prevención del

Delito del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (véase Sozzo

2009; Calzado 2004).

El sentimiento de inseguridad guarda una autonomía relativa

respecto al delito: si bien aumenta al incrementarse la victimización, una

vez instalado como problema social ya no disminuye al ritmo de las tasas

del delito (Kessler 2011). A partir de entonces, y más allá de las

estadísticas delictivas, la lucha contra el crimen se consolida como

elemento privilegiado en las agendas electorales también a nivel municipal

y la inseguridad se presenta como una temática recurrente de las disputas

políticas por el gobierno de las ciudades. Ahora bien, ¿cómo se expresa

este cambio frente al delito que comienza a conformar el imaginario de la

ciudadanía en las campañas del PRO en la Ciudad Autónoma de Buenos

Aires?

3. C

AMPAÑA

2007:

“E

STARÍA BUENO SER BUENO

La frustración del compromiso incumplido, la voluntad de entablar

acciones pospuestas y la pretensión superadora que el partido de Mauricio

Macri se auto-atribuyó durante las elecciones de 2007 para impulsar que

“esté bueno Buenos Aires”, su slogan de campaña, fueron los principales

factores que presionaron (y contribuyeron a lograr) el cambio en el rumbo

del gobierno local. La ciudad se presenta como un lugar riesgoso y el

dis-curso electoral de la campaña de Macri en 2007 se acentúa en el lugar de la

esperanza del futuro. Una esperanza posible, un deseo tangible.

De allí que la trama de discursos que identifican al candidato utilice el

modo verbal potencial, concluyendo con la aserción del deseo concretado:

“Estaría bueno que empezáramos a atender mejor a los que están

enfer-mos, empezando por los hospitales. Estaría bueno no inundarnos cada vez

que llueve porque así nos estamos inundando en un vaso de agua. Va a

estar bueno Buenos Aires”.

(10)

El PRO enmarca el acto electivo como una oportunidad de

protagoni-zar el juego de la democracia republicana y hacer valer la participación de

los habitantes porteños, construyendo a conveniencia su propio

posicio-namiento electoral. En términos de Mauricio Macri:

“Pedirte una oportunidad sería mucho pero pedirte que vayas a elegir

es pedirte que seas libre, que le cuentes a todo el mundo lo que pensás, que

vuelvas a expresarte una y otra vez por tu idea, que digas de lo que estás

cansado, que grites aquello de lo que no querés más, que te escuchen los

que se hacen los sordos, que pongas un voto de confianza en lo que

con-fiás”.

El valor de la libertad se erige por sobre los autoritarios, sobre los

sordos. Ser libre es plasmar, temporalmente, nuestras ideas en el proceso

electoral.

Los postulados son sencillos y no dependen netamente de la acción

gubernamental, sino de todos y cada uno de los actos de la ciudadanía, de

su compromiso y avenencia general: “Estaría bueno ser bueno. Estaría

bueno decirse buenas tardes aunque no sean tan buenas. Estaría bueno

empezar ahora y decirnos buenas noches todas las noches. Va a estar

bueno Buenos Aires”. La idea de vecindad emerge como una

responsabili-dad activa de naturaleza general al servicio del equilibrio y el desarrollo de

la comunidad. El pedido de colaboración para con la ciudadanía es

perma-nente en la campaña. Así, Macri dirá en uno de los spot: “Somos la fuerza

que más está creciendo y eso es porque usted se está dando cuenta”. E

instará a los electores diciendo: “El domingo le pido por favor: vayamos a

votar” y “el tres depende de vos, después del tres es por vos” (en relación a

la fecha de los comicios).

A la convivencia se le suma la apelación a los riesgos actuales sobre

los que el Estado debería comenzar a intervenir. Peligros de los que nadie

sería capaz de salvarse. “¿Quién usa las calles inundadas? Todos. ¿Quién

camina por las veredas rotas? Todos”, los spot enumeran una infinidad de

cuestiones que incomodan al ciudadano de a pie y destacan la necesidad de

contar con una administración eficaz en detrimento de la “deficiente

ges-tión anterior”. De este modo, los riesgos se identifican por doquier: en

cualquier calle puede haber un bache en el que cualquiera de nosotros se

puede tropezar. Cualquier lluvia puede ser la causa de una inundación en la

(11)

que los vecinos se enfrenten a un daño irreparable para sí o para sus

perte-nencias. En todas sus publicidades de campaña, Macri se encuentra

acom-pañado por Gabriela Michetti, candidata a vicejefa de gobierno. Ambos se

turnan para hablar, con lo que dan muestras de su capacidad de diálogo y

escucha del otro. Destacan, además, que el PRO excede el carisma o la

inteligencia personal de los políticos que componen la formula electoral:

“No soy yo ni los que me acompañan, el PRO es una idea y una idea no son

cuatro años ni un cargo, es que el país puede y tiene que volver a salir

campeón”, dice Macri connotando su primera experiencia política como

presidente del Club Atlético Boca Juniors en 1995. Él es efectividad, ya

mostró una vez que puede hacerlo con un club de la envergadura de Boca

e, incluso, transformarlo en un equipo de trascendencia internacional ¿Por

qué no lograr los mismos resultados con la Ciudad?

3.1. Vecinos protegidos

El problema de la seguridad y el orden urbano es uno de los puntos

centrales de la campaña de Macri en 2007. Ante el dictamen exhibido en

uno de los spot sobre el peligro de “ser asesinado en cualquier momento o

asaltado”, el PRO señala el déficit educativo como el factor sobre el cual es

preciso operar en miras a revertir la delincuencia urbana: “Estaría bueno

que aprendiéramos que con mayor educación habría menos inseguridad”.

La discursividad se sustenta en el presupuesto positivista según el

cual el delito deviene de una multiplicidad de causas que actúan

simultá-neamente impulsando a los presuntos victimarios hacia la transgresión de

la ley penal, entre las cuales la falta de instrucción suficiente ocupa un

lugar central. Este axioma no se argumenta ni justifica más allá de sí

mis-mo, funciona como una creencia generalizada y autoevidente que no

nece-sita demostrarse.

Sin embargo, se puede señalar con Foucault (2010) que el problema

de la inseguridad excede al factor educativo como condicionante de la

vio-lación a las normas y de la transgresión penal. Sus raíces remiten más bien

al reacomodamiento en el discurso histórico del siglo XIX del modelo de

la guerra predominante durante el siglo XVIII como analizador de las

relaciones políticas y su reaparición como sostenedor del orden y de la

seguridad: “En ese momento, surgirá la idea de una guerra interna como

defensa de la sociedad contra los peligros que nacen en su propio cuerpo y

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de su propio cuerpo”, revela Foucault (2010: 198). La guerra será un

esta-do transitorio instrumentalizaesta-do desde el Estaesta-do en función del imperativo

de la seguridad/ inseguridad.

En este marco, el delito no es más que un suceso prohibido, probable

y de hábil regulación estatal: “Las definiciones establecidas de riesgo se

convierten así en una varita mágica con la cual una sociedad anquilosada

puede aterrorizarse a sí misma y, consecuentemente, activar sus centros

políticos y politizarse desde dentro” (Beck, 2000: 12). El poder interviene

sobre los índices delictuosos soliviantando los costos de la política

crimi-nal, gestionando series abiertas, extendiendo los beneficios del control

social: “Se trata simplemente de maximizar los elementos positivos, que se

circule lo mejor posible, y minimizar, al contrario, los aspectos riesgosos o

inconvenientes como el robo, las enfermedades”, define Foucault (2006:

39). La característica de las nuevas regulaciones es la consciencia de la

imposibilidad de suprimir los riesgos. En el marco de esa lógica, la guerra

es la realización extrema de una enemistad entendida como negación de un

ser diferente capaz de ser puesto fuera de la ley (Schmitt, 2001).

Ahora bien, pese a que enfatiza en la importancia de la educación en el

proceso de integración social, la campaña del PRO no propone corregir la

conducta delictiva sino “que los que te roben no puedan salir”. En las

so-ciedades de seguridad, la política penal deja de regirse por modelos

correc-cionalistas tal como lo hacía en la etapa disciplinaria (Foucault, 2006) y se

supedita a la lógica de la neutralización e incapacitación penal. A partir de

la emergencia del gobierno de la excedencia social, la pena deja de regirse

por una lógica utilitaria y se convierte en un fin en sí mismo (Di Giorgi,

2005). “En un período muy corto se volvió común considerar el valor

cen-tral de todo el «complejo penal-welfare» no sólo como un ideal imposible

sino, mucho más radicalmente, como un objetivo político que no vale la

pena tratar de alcanzar, incluso peligroso, ya que era contraproducente en

sus efectos y equivocado en sus premisas”, establece Garland (2005: 42). El

«endurecimiento» de la justicia penal es el principal compromiso que

for-mula el PRO en materia securitaria para “poder salir tranquilo a la calle”.

Claro está, la política criminal propuesta no apunta a resguardar la

seguridad de los ofensores sino la del resto de la ciudadanía. La muerte del

delincuente no será ya un delito en las sociedades de seguridad, sino

ga-rantía de estabilización de los antagonismos en la ciudad. En la concepción

(13)

que el PRO tiene de la ciudad como espacio político, queda claro que hay

un enemigo sobre el cual el Estado caerá con todos los dispositivos a su

alcance: “el delincuente”. Como dijimos previamente, una de las cuestiones

que “estarían buenas” es “que los que roben no puedan salir”. En la ciudad

que propone el PRO, entonces, el enemigo está claramente identificado y

se reactualizan las palabras de Schmitt cuando advertía que cada Estado

genera “formas de proscripción, destierro, ostracismo, de poner fuera de la

ley, en una palabra, de declarar a alguien enemigo dentro del Estado”

(2001: 75). Si el Estado existe en tanto se configure un enemigo interno

pasible de ser desterrado, el biopoder no puede pensarse sin su inherente

aspecto tanatológico. No es superfluo entonces destacar que el Estado

opera en esa dirección a través de “formas automáticas o de eficacia

regu-lada por leyes especiales, formas abiertas u ocultas de circunloquios

oficia-les” (

Ibídem

).

Por su parte, añade el PRO, para que “todos” puedan tener

«seguri-dad», ésta debe ser gratuita. La amenaza de castigo legal se presenta como

la fuente principal de la disciplina y la internalización de la moral del

ries-go, con lo cual es preciso extender cabalmente el control policial sobre el

mapa local: acrecentar la cantidad de agentes, de patrulleros, mejorar el

equipamiento técnico y garantizar la efectividad de las condenas. En las

sociedades biopolíticas, la muerte del enemigo social constituye un

meca-nismo de purificación de la especie, signado por la intolerancia y el miedo.

Pensando entonces al miedo como una construcción histórica y

cultu-ral, es preciso plantear que el temor al delito se generaliza como eje

medu-lar de las campañas políticas desde la caída de las sociedades samedu-lariales que

prevalecieron entre 1945 y 1970 en los países desarrollados y la

consolida-ción del neoliberalismo a nivel mundial. Jonathan Simon (2011)

contextua-liza este escenario en la década del sesenta cuando, ante el

desmorona-miento de las políticas de bienestar en Estados Unidos, la búsqueda de los

dirigentes se comienza a situar en los discursos centrados en la guerra

contra el delito. Asegura el criminólogo norteamericano: “Las campañas

electorales para los cargos de alcalde, gobernador, procurador general y,

sobre todo, presidente de la nación se han transformado, en parte, en una

lucha por quién se muestra dispuesto a ir más lejos en su papel de

acusa-dor”. Y agrega: “Los mandatarios deben mostrar que se identifican con la

experiencia de victimización delictiva y con el deseo de venganza que

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pro-voca” (2011: 55). El ciudadano, en estos modos de interpelación, es una

víctima del delito.

A través del empleo de la matriz de la acusación penal se amplifican y

administran los miedos urbanos y se construye legitimidad

político-electoral sobre la base no ya de la cuestión delictiva sino de la guerra

con-tra la inseguridad: “Actualmente, estudios promovidos por los gobiernos

analizan regularmente los niveles y el carácter de este temor,

categorizando y midiencategorizando las reacciones emocionales provocadas por el delito

-temores concretos, -temores provocados, inseguridad generalizada, ira,

resentimiento- correlacionándolos con los patrones reales de riesgo y

vic-timización”, determina en esta línea Garland (2005: 46). Las políticas

gu-bernamentales no se centran necesariamente en el delito como un

proble-ma a gestionar, sino en el miedo a la delincuencia como principal

priori-dad. En épocas de campaña se intensifican los discursos alrededor del

ries-go y se reavivan las capacidades imaginarias de intervención de un Estado

ideal.

“¿Quién no ve las calles sin luz? Todos” (sic). Tal como se expone en

el spot, una de las medidas securitarias a desarrollar por el PRO refiere a

la incrementación de la iluminación en la vía pública. Al igual que se

ob-serva en la plataforma electoral, la propuesta consiste en duplicar el

par-que de alumbrado público en 4 años y ejecutar un sistema de poda

conti-nuo para evitar que se tape la luz. Esta última idea se basa en una política

de prevención situacional importada de Estados Unidos, Gran Bretaña y

Australia (Sozzo, 2000) a fin de prevenir acontecimientos pre-delictivos

mediante la implantación de dispositivos de control socio-ambiental. Con

lo cual, si bien hay apelaciones a la prevención social, la intervención del

Estado pasaría por la efectividad de las acciones situacionales. La

legitimi-dad de la gestión a realizar dependerá, entonces, del modo en que se

exor-cicen los riesgos que afectan a la ciudadanía en su experiencia habitual.

4. CAMPAÑA 2011: “TENEMOS QUE SEGUIR JUNTOS”

En la disputa de gobierno, saber pararse en el contexto, interpretar

“la necesidad social” y elegir una estrategia de intervención oportuna

pue-de bastar para pue-desarrollar con éxito una campaña electoral. En una época

donde cada apuesta engendra de por sí sus propios riesgos, el empleo de

propuestas y significantes vacíos permite moverse sin asumir grandes

(15)

costos. A diferencia de lo descripto respecto de la campaña precedente, la

estrategia del PRO durante la elección a Jefe de Gobierno en 2011 consiste

en velar al adversario político marcando la diferencia que lo posiciona

co-mo superior a su competidor prico-mordial, FVP ¿Qué es lo que lo destaca?

Aquello que se estima en términos del grupo de votantes que compone su

objetivo: la eficacia y racionalidad técnica de la gestión y el interés por el

vecino.

La campaña de Mauricio Macri en 2011 se basa en la ambigüedad que

suministra el slogan “Juntos venimos bien”, proposición que a primera

vista no exhibe compromiso alguno. Más bien, implica una interpelación a

la continuidad de una gestión que ya llevaba cuatro años al frente del

Go-bierno de la Ciudad. Como punto de arranque, la construcción discursiva

de campaña busca anular las distancias entre candidatos y electorado:

“Somos vecinos” y “la Ciudad nos une”, enuncian los spots macristas. El

PRO procura no posicionarse como un partido político tradicional ni

to-mar parte en el auto-adjudicado papel de “hacer las cosas de otra manera”.

Opta, en cambio, por construirse como una “fuerza joven” extendida a todo

aquel capaz de involucrarse en la cuestión “vecinal” y sentir la insuficiencia

de relegar la política a un sector profesional. En ese oxímoron yace su

principal fortaleza.

Bajo una estética colorida, se consolida la figura del vecino,

construi-da en las gráficas de campaña a partir de un nosotros inclusivo que

en-vuelve una diversidad de actores: jóvenes, mujeres, ancianos, niños,

mili-tantes del PRO. Sujetos emprendedores, cansados de la conducción

tradi-cional, “con ideas nuevas”, dispuestos a obedecer la anónima voz del líder:

“Tenemos que seguir juntos”, “Te pido que votes por nosotros porque

juntos venimos bien”. El lazo de unión que identifica al colectivo de

perte-nencia es esencialmente ciudadano y se hace consciente día tras día, en la

convivencia cotidiana. La percepción que se fabrica da cuenta de una

idea-lizada concepción comunitaria, un orden pacífico y armonioso donde no

existe conflictividad, egoísmo (ni polémica). Un escenario pacífico en

tér-minos abstractos, pues desde allí se solapan las diferencias entre los

acto-res y la enmascarada pero siempre pacto-resente pugna entre vencedoacto-res y

vencidos.

Si bien la persuasión de la discursividad macrista en campaña se rige

por vía de la antipolítica, el intento de borrar la figura del

(16)

contradestinata-rio, es decir el partidario de las ideas del adversario (en nuestro caso, la

representación abstracta del FPV, Filmus y el Gobierno Nacional), acaba

por develarlo en los propios cimientos que estructuran la identidad del

nosotros. El paradestinatario –el “fuera de juego”, según Verón (1987), el

que no es partidario ni adversario sino el indeciso hacia el cual se suele

dirigir la campaña– es una suma de individuos unidos contra el modo

ac-tual de gobernar, que si no pertenece al gobierno porteño se deduce que

alude a la administración nacional. En otras palabras, el discurso del PRO

se enmarca en una mirada conservadora o republicana comúnmente

carac-terizada por cuestionar la falta de pluralismo, moralidad, honestidad,

or-den, entre otros tópicos enraizados en la matriz liberal. La decisión de no

explicitar el contrincante conlleva la anulación de aquél con quien se

pres-cinde confrontar.

La enunciación resalta que bajo la administración del PRO se viene

llevando a cabo una política enraizada en el diálogo, la colaboración y la

solidaridad vecinal. Por ello, al señalar la principal cualidad del candidato a

diputado en las elecciones de 2011, Federico Pinedo, se destaca su empeño

por hacer valer “la voz de todos”. Este procedimiento se asienta en un

me-canismo de homogeneización entre el sujeto de la enunciación y el

para-destinatario a partir del cual es posible la identificación del

nosotros

, los

vecinos que “podemos” expresarnos libremente, a diferencia de

ellos

, que no

poseen o valorizan de igual modo la cualidad de la palabra: en esa

diferen-cia nos unimos. El ejercicio no afecta el juego, la efectividad está

garanti-zada por la vacuidad simbólica. Dicho de otro modo, el macrismo no

osten-ta al adversario porque no requiere de ello para impulsar el mecanismo que

estructura su campaña. Más bien se apoya en la idea de vecindad: terreno

en el que se incluye y desde el cual disputa.

Sin embargo, es preciso comprender que esta última característica no

es exclusiva del PRO sino que se enmarca en un entorno más amplio. Con

el traspaso de las sociedades masivas a las mediáticas, el modo de hacer

política que emerge no representa necesariamente un cambio de matrices

sino de formas de fabricar consentimiento en base a las tecnologías de la

enunciación mediática. Como sostienen Barreiros y Cingolani: “No hubo

un momento en el que la política no haya sido espectacular, lo que sucede

ahora es que también se ha vuelto mediática” (2007: 102). Por un lado, las

estrategias de campaña se acomodan a la lógica del drama televisivo y de

la velocidad de las nuevas tecnologías: los tiempos se acortan, los ritmos se

(17)

aceleran, los relatos afloran bajo la influencia de la agenda informativa.

Allí se juega el éxito o fracaso de los mensajes transpuestos. Por otro lado,

los medios asumen el carácter político que les concierne abandonando el

discurso de la objetividad periodística mediante la construcción de

discur-sividades adversativas.

Pero construir no es mentir. El proceso de producción discursiva

par-te de una serie de presupuestos de visibilidad puestos en juego en el

mon-taje narrativo para lograr efectos de sentido que exceden la

intencionali-dad de sus productores (Vilches, 1989). La fuerza de los spot recae en el

modo de hacer visibles las conceptualizaciones políticas promovidas. Sólo

el develamiento del montaje puede evitar que el poder simbólico desmienta

su arbitrariedad y se constituya en creencia. En ese sentido, no está de más

apuntar la simplificación que implica mantener que “[…] la imagen es

enemiga de la abstracción, mientras que explicar es desarrollar un discurso

abstracto” (Sartori, 1998: 84). Si bien es cierto que la imagen genera

per-cepciones predominantemente sensoriales (Mouchon, 1999), no “falsifica”

la realidad ni necesariamente obstruye la reflexión: impone un punto de

vista a partir de la utilización de distintas técnicas y recursos (ocultos o

explícitos) dirigidos a seducir a la ciudadanía audiovisual.

En este sentido, se puede observar que aunque el discurso del PRO

declara su preocupación por salvaguardar el “bienestar general”, las

imá-genes montadas no expresan esa explicación. Más bien, develan que el

target del electorado interpelado no encarna a toda la sociedad; se reduce a

la ciudadanía porteña perteneciente a los sectores sociales medios y altos.

Las imágenes difundidas muestran personas de diversas edades reunidas

en distintos ámbitos de la ciudad, como la puerta de un edificio donde se

juntan a conversar. En el grupo se encuentra Mauricio Macri, que se sitúa

en el mismo plano: es un vecino más. La tentativa de enfatizar los

caracte-res de los adherentes adopta tal prioridad, que vuelve superflua la vocación

política del candidato y, más aún, las referencias a su personalidad. Los

personajes se exponen elegantemente vestidos, sonrientes y divertidos, sin

voluntad de rivalizar. Los discursos excluyen todo sujeto ubicado fuera de

“nuestra normalidad”. Ese es el límite que define la política comunicacional

de “Mauricio en la ciudad”. Los sujetos esbozados los spots no contemplan

otro perfil más que el de un (si se quiere) “profesional” ciudadano porteño.

Un vecino-víctima del autoritarismo del Estado Nacional y del miedo a lo

(18)

diferente. El mundo donde “todos queremos vivir” no concibe

desviacio-nes.

4.1. Temores difusos

La campaña audiovisual de 2011 elude hablar de inseguridad desde la

dimensión del miedo. Seguridad es gestión y eficacia. Uno de los únicos

spots sobre esta cuestión es protagonizado por la candidata a Vice-Jefa de

Gobierno, María Eugenia Vidal, quien asocia el concepto de seguridad con

el deseo de que “nuestros hijos puedan ser lo que quieran ser”. El temor

difuso de la ciudadanía se vuelve un dispositivo velado de gestión. Como

sostiene Foucault (2004), desde principios de siglo XVII el enigma de

nuestras sociedades securitarias ha sido “cómo limitar desde dentro el

ejer-cicio de gobernar”. Los mecanismos de prevención se dirigen a todo daño

potencial que resulte imprevisible en la población, entre los cuales la falta

de “libertad” resulta un riesgo necesario.

Ahora bien, la administración de los riesgos valorados como tales no

remedia la ansiedad de las víctimas: la información sobre la carencia de

“libertad” y de seguridad urbana produce un sentimiento de victimización

anticipado que cristaliza en el temor a la pérdida. Pues, si algo caracteriza

a la sospecha es su carácter performativo: el riesgo tiene la forma de lo que

falta y en ese acto, toma cuerpo su propia definición (Beck, 2000). Con lo

cual, la disputa librada en el margen entre la autonomía y la amenaza

con-lleva la extensión de subjetividades victimizantes que reclaman orden y

protección al Estado.

Así las cosas, los gobernantes deben encargarse de vigilar la

seguri-dad de la ciuseguri-dadanía comprendiendo sus dificultades, conteniendo su

ner-viosismo, alertando sobre las zonas donde subyace el riesgo, proclamando

la severidad de los castigos. En medio de un fenomenal desarrollo del

ne-gocio de la seguridad, el Estado se convierte en un proveedor de este

ser-vicio. Pero no cualquier proveedor, su intervención opera sobre las reglas

del mismo juego mediante el diseño de las normas de tolerancia

autoriza-das bajo un vaivén cambiante de orden y conflicto.

Pese a que en los spots no haya referencias directas a la violencia

ur-bana y se eluda el uso directo a la dimensión del temor no implica que la

seguridad sea abandonada como un compromiso fundamental de gestión

(19)

con la vecindad. Durante la campaña, Macri no sólo le habla a través de los

spots a la ciudadanía, al

nosotros

, también lo hace a través de otros canales.

Sale a la calle, firma “compromisos” con los vecinos en eventos que buscan

ser comunicados desde los noticieros de los horarios centrales y en el vivo

y directo que le permiten los canales de noticias. Luego, cristaliza estos

acontecimientos en videos que pasan a formar parte de su campaña 2.0.

En días soleados, en días nublados, Macri se rodea de los vecinos y se

compromete a que los chicos disfruten los parques, a promover actividades

culturales en los barrios, a sumar más jardines maternales, a mejorar el

pedido de turnos telefónicos en hospitales. Y se compromete, también, a

brindar más seguridad en los barrios y profundizar las medidas de

protec-ción al delito de los adultos mayores. En el marco del Plan Integral de

Seguridad se firma, por un lado, un compromiso que comprende la

coloca-ción de cámaras de seguridad para monitoreo en todos los parques y

pla-zas, centros comerciales barriales y accesos a la ciudad. De esta forma, se

busca “recuperar” una “tranquilidad” perdida, vivir en “una ciudad que nos

cuida y protege”. Por otro lado, un segundo compromiso promete brindar

protección y tranquilidad a “aquellos que son más vulnerables”, a través de

la distribución de botones antipánico entre los adultos mayores de la

ciu-dad para que puedan emitir alertas ante “situaciones de riesgo”.

La instalación de Circuitos Cerrados de Televisión (CCTV) para

vigi-lancia y monitoreo, históricamente restringida al ámbito privado, ha

evi-denciado un desplazamiento a nivel mundial hacia el espacio público como

parte de políticas de prevención del delito. El mismo rol se le atribuye

desde el Gobierno de la Ciudad: las cámaras como prevención, alerta

tem-prana para evitar el delito. Sin embargo, más allá de su efectividad en la

reducción del crimen, el recurso político a estos sistemas tiene más que ver

con su valor simbólico: el reconocimiento del Estado como dador de un

marco de protección a los ciudadanos y la necesidad de demostrar la

exis-tencia de acciones desde la gestión orientadas a atender la cuestión del

delito (Norris, Mc Cahill y Wood, 2004).

En este sentido, las cámaras de seguridad se vuelven protagonistas de

la comunicación política de campaña. Su colocación se asume como

com-promiso, sus imágenes se construyen como producto mediático. El mismo

Macri recuerda cómo los medios mostraron el “éxito” de las imágenes a

través de la difusión de ciertos videos puestos a disposición por el gobierno

(20)

local. Al mismo tiempo, la distribución de estos dispositivos delinea la

ciudad segura y sus sujetos. Es que la videovigilancia incide en la forma en

la cual es ejercido el poder, modifica las experiencias emocionales en el

espacio urbano y afecta la forma en la cual la realidad es conceptualizada y

entendida (Koskela, 2000: 250). Las cámaras de vigilancia construyen una

cierta geografía de la ciudad que está determinada por el miedo, los riesgos

y la peligrosidad. Así, los espacios públicos son catalogados a partir de la

oposición seguro-inseguro. En paralelo, los sistemas de monitoreo buscan

articular el control por parte del Estado con un consenso social acerca de

lo que debe ser denunciado: aquello sospechoso, peligroso y desviado.

Macri asume el compromiso de brindar “tranquilidad” a “todos los

ve-cinos” pero enumera, sin embargo, algunos de los grupos sociales que

in-tegran dicha categoría: “madres con sus hijos”, “enamorados” y “abuelos”

que visitan habitualmente las plazas. De esta forma, el espacio público

invita a algunos y expulsa a otros. Dos grupos de sujetos se presentan

como excluyentes: los vecinos, ese nosotros inclusivo (víctimas); y los

de-lincuentes o disturbadores del orden público, esos otros, sobre los cuales

las cámaras deben focalizar su atención. La “tranquilidad” prometida, por

su parte, se asimila a ese orden público, cuyo mantenimiento es el objetivo

mismo de este tipo de políticas, que asocian la seguridad barrial con la

ausencia de delitos. De aquí que el discurso del PRO contribuya a

repro-ducir la persecución del sujeto desviado alzada desde los medios masivos

en un escenario en que predomina la criminología del otro (Garland,

2005).

5. CONCLUSIONES

Los contextos electorales son momentos conflictivos donde se

plas-man las preocupaciones sociales y los imaginarios políticos

contemporá-neos. En la campaña de 2007 el mito de una ciudad peligrosa es tangible

en los spots macristas. Incendios, inundaciones, inseguridad por doquier,

calles intransitables. El temor de los vecinos hace de Buenos Aires una

ciudad no deseada. Y las políticas de Estado existente son entendidas

co-mo ineficaces. El PRO juega en su campaña en esta doble promesa. Si en el

Estado hay eficacia, hay seguridad. Un voto entendido como símbolo de la

esperanza, de un horizonte de seguridades. Un voto capaz de aportar a un

Buenos Aires que sí puede estar bueno. Como sostiene Williams: “En su

impaciencia, un cuerpo gobernante podrá imponer a menudo, mediante

(21)

distintas formas de presión, una conformidad aparente. Llegado el caso, la

experiencia ulterior puede hacerla efectiva; ese hecho es la tentación más

marcada de cualquier política dominativa: que los sucesos justifiquen lo

que en principio la gente no aceptará” (2001: 259).

Unos años más adelante, en 2011, la reelección de Macri buscará

nue-vos horizontes discursinue-vos. La inseguridad, de hecho, no constituye el

ele-mento discursivo prioritario como sí lo había sido en 2007. La eficacia ya

está en marcha, la Ciudad está en movimiento. La inseguridad, el por

ha-cer, se convierten en seguridad, en “haciendo”, en Policía Metropolitana,

en más cámaras de seguridad, en la puesta en marcha de un Plan Integral

de Seguridad. Cuando esto sucede, cuando se habla desde la propia gestión,

la guerra se torna más silenciosa y repercute como un murmullo en la paz.

Vimos que, según Simon (2011), las campañas locales y nacionales

norteamericanas se caracterizaron en las últimas décadas por discursos

centrados en la guerra contra el delito. No obstante, el análisis permitió

verificar que en una elección local en Argentina, como lo fue la campaña de

Mauricio Macri en 2011, la construcción de los dirigentes lejos estuvo de

erigirse a partir de la definición explícita de una lucha contra la

delincuen-cia. Esto no implica que la cuestión no esté presente. El temor a la

crimi-nalidad aparece solapado tras la definición de la necesidad de proseguir,

tras una gestión del mismo signo electoral, con el camino de libertad y

orden.

En tanto el discurso de campaña se aleja de un horizonte

confrontati-vo y el posicionamiento busca reforzar la dimensión significante del

con-senso y el diálogo, la apelación a la imagen de guerra lejos parece ser la

más adecuada. Más bien, los spots de campaña revisados promueven una

discursividad en torno de la gestión eficiente en pos de revivir una ciudad

para nosotros los vecinos. La seguridad urbana se concibe como

responsa-bilidad vecinal de sujetos privados que desconfían de la aplastante

inter-vención del Estado Nacional y se unen para administrarla en función del

propio costo-beneficio. De allí que en la discursividad configurada en la

campaña del PRO los candidatos se identifiquen con la experiencia de

vic-timización de una vecindad de la que ellos mismos buscan formar parte.

Víctimas de los fantasmas que pueden atacarnos tanto desde la

confronta-ción política, como desde la embestida criminal.

(22)

Las mitologías construidas en un contexto de campaña dan cuenta de

un espacio conflictivo donde se plasman las preocupaciones sociales y los

imaginarios políticos contemporáneos. La campaña refuerza un horizonte

de administración de los riesgos en el cual la vida que se preserva es la del

nosotros: el futuro es el de las vidas que se ubican al interior de nuestro

territorio. El territorio protegido es el de la Ciudad de Buenos Aires, en

términos locales. Más allá de su frontera, la otredad. Pero dentro de

nues-tro mapa se circunscriben zonas resguardadas de la violencia que se cuela

dentro de la cotidianeidad de los vecinos de la ciudad. En este sentido,

hemos visto que la finalidad de la videovigilancia es localizar y reducir las

pequeñas y cotidianas incivilidades así como las oportunidades delictivas

propagadas en la ciudad, particularmente en zonas frecuentadas por las

potenciales víctimas. El ejercicio de gobierno que recuerda la campaña

alude, entonces, a la búsqueda de la seguridad local, ubicando a los

fantas-mas como un abyecto exterior a la territorialidad ciudadana. El fantasma

de un otro confrontativo y violento no debe advertirse dentro de los

pará-metros de un ilusorio orden interno.

B

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PARA CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAFÍAS:

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DOI: http://dx.doi.org/10.5209/rev_MESO.2014.n13.49438

R

ECIBIDO

: 26 de mayo de 2014.

(27)

Las autoras

(*) Mercedes Calzado

Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación, magíster en Investigación Social y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Es docente de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires e investigadora Consejo Nacional de Investi-gaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto de Investigaciones Gino Germani.

(**)$Vanesa Lio

Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación (Universidad de Buenos Aires) y magíster en Comunicación Pública y Política (Università di Pisa). Es becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) e investigadora del Instituto de Investigaciones en Humanida-des y Ciencias Sociales (IDIHCS, Universidad Nacional de La Plata). Ac-tualmente realiza el Doctorado en Ciencias Sociales (UBA).

(***) Mariana Fernández

Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani (Facultad de Ciencias Sociales, UBA). Actualmente es becaria tipo 1 del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET) y se encuentra realizando el Doctorado en Ciencias Sociales en la UBA.

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