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Control de Esfínteres, los aspectos sociales, médicos y psicológicos.

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Academic year: 2021

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Control de Esfínteres, los aspectos sociales, médicos y

psicológicos.

El entrenamiento en la adquisición del control de esfínteres (tan de moda hoy en día en guarderías y demás centros educativos) es el resultado de un proceso de “normalización”, una especie de convención que se adoptado como socialmente válida y que se ajusta bien a los intereses, sobre todo, de las instituciones.

Como en todo proceso madurativo, existe una amplia variabilidad interindividual. Por ejemplo, en el desarrollo del lenguaje (otro proceso autorregulado), la franja de edad que se considera normal para el inicio del lenguaje va desde los 10-11 meses hasta los 3-4 años. Es decir, que tanto los niños que comienzan a hablar a los 10 meses como los que comienzan a los tres años y medio, son niños normales, sanos e inteligentes. El desarrollo del lenguaje, en idénticas condiciones de estimulación, puede variar enormemente de un niño a otro, dependiendo de la forma en la que vaya madurando su sistema nervioso central. Lo mismo sucede con el desarrollo motor (otro proceso autorregulado) Hay niños que caminan con 9 meses de edad, mientras que hay otros que no empiezan a andar hasta los 20 meses. Tanto unos como otros se consideran normales.

Con el control de esfínteres, la alimentación y el sueño sucede lo mismo. Hay bebés que con 12 meses piden pis y otros que no lo piden hasta los tres años y medio. Niños que duermen bastante seguido casi desde que nacen y otros que no cambian su pauta nocturna hasta los dos o tres años. Niños que comen sólidos sin dientes y otros que maman hasta los cuatro años.

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La sociedad en la que nos ha tocado vivir es complicada. La incorporación de las mujeres al mundo laboral ha puesto en marcha el fenómeno de las guarderías y la escolarización a edades muy tempranas (3 años), en clases en las que tienen que atender a los niños por veintenas. En estas circunstancias, resulta muy difícil (porque sería muy caro) respetar las necesidades individuales de cada niño: para las instituciones educativas, resulta más práctico poder tratarlos a todos por igual, uniformar al máximo las rutinas diarias y los procesos de los niños. Todos han de comer a la misma hora, hacer pipí en el váter y dormir la siesta en su momento y sin ayuda. Es decir, el sistema necesita niños muy autónomos, porque no encuentra otra forma de poder atenderlos mientras mamá y papá trabajan.

De esta realidad se ha ido derivando en los últimos años una especie de estandarización de “edades ideales” para adquirir el control de determinados procesos, concretamente el tema del pañal se ha fijado en los dos años.

Normalmente cuando hablamos de autorregulación, hablamos de respeto. Respeto por los procesos del niño y por los ritmos naturales. Lo contrario a este respeto es presión, es decir, es forzar que ocurra lo que va a ocurrir de todas formas. Por lo general, los padres que presionan a los niños en este sentido están siendo a su vez presionados por el entorno: el colegio, la guardería, la familia, las amistades e incluso algunos medios de comunicación. El entrenamiento normalmente viene motivado por la necesidad de los padres de que el niño ingrese lo antes posible en lo “social”. Esta presión tendría sentido si estuviéramos hablando de procesos que tardan años en normalizarse por sí mismos, pero es que estamos hablando de una diferencia de meses en los casos más tardíos (en otros muchos casos, el control sucede antes de lo esperado de forma natural).

Voy a ofrecer unos datos pediátricos (proporcionados por el Dr. Francisco Gilo Valle), para ver mejor cómo ocurre este desarrollo físico:

En los lactantes, la micción es espontánea debido a un reflejo medular. Según se distiende la vejiga se van enviando impulsos hacia el centro sacro de la micción y llega un momento en que se activa el reflejo espinal, dando lugar a la contracción del detrusor y simultáneamente se relaja el esfínter muscular estriado’.

La micción o vaciado de la vejiga es un acto reflejo regulado por la médula espinal y los nervios simpáticos y parasimpáticos.

El estímulo simpático hace que se relaje la vejiga y se contraiga el esfínter. Se cierran los orificios uretrales, se contrae el esfínter interno.

La estimulación parasimpática relaja el esfínter interno, estimula el músculo detrusor y hace que se vacíe la vejiga.

Cuando se llena la vejiga, la presión interior que se va formando estimula los receptores de tensión y provoca contracciones reflejas del músculo detrusor y surge la necesidad de la micción.

Los lactantes que no han desarrollado aún control voluntario sobre el esfínter uretral externo, orinan de manera automática cada vez que se les llena la vejiga.

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A medida que el niño crece, va reduciendo progresivamente su frecuencia miccional y va adquiriendo un patrón miccional.

La función normal de la vejiga es la de almacenar orina y expulsarla por la uretra (conducto por donde sale la orina) en forma voluntaria. Esta función la logra por estar formada de músculo, tejidos elásticos y vasos sanguíneos. Estas fibras musculares y tejidos elásticos forman los esfínteres, que se encargan de abrir y cerrar la salida de la orina, para que sea expulsada por la contracción del músculo de la vejiga.

Para la edad de 1 a 2 años hay un aumento en la capacidad de almacenamiento de orina (capacidad vesical) en la vejiga, y de maduración del sistema nervioso. Esto permite al niño, a partir de este momento, adquirir paulatinamente la capacidad de darse cuenta que su vejiga está llena y la necesidad de vaciarla con una micción (acto de orinar), lo que significa que adquiere la capacidad de iniciar y terminar una micción y que es lograda en forma voluntaria, gracias al paulatino control de la corteza cerebral.

Así las cosas, aproximadamente, el 75 por ciento de los niños logra controlar la orina a los 3 años y el 90 por ciento a los 5, aunque el control nocturno puede tardar varios años más.

LOS ASPECTOS PSICOLÓGICOS

El control de esfínteres, además, depende no sólo de la maduración física sino también de la maduración psicológica y del desarrollo del esquema corporal. Alrededor de los tres años (mes arriba, mes abajo), los pequeños comienzan a ser capaces de dibujar una forma humana relativamente coherente. El dibujo de la figura humana (con sus pies, sus manos, la cabeza y los ojos en su sitio) es la proyección de la noción que tienen de su propio cuerpo. Hasta ese momento, aunque a los adultos nos resulte muy difícil de comprender, el niño tiene un esquema corporal bastante difuso.

Alrededor de los dos-tres años, suceden varias cosas importantes: - El bebé comienza a darse cuenta de que es una persona diferente de mamá. - El bebé comienza a verbalizar cómo se siente, qué le pasa, qué le duele y dónde, si tiene hambre o sueño.

- La separación de mamá va unida a un inmenso interés por explorar y descubrir su entorno más allá de la frontera mamá-bebé. Comienza a relacionarse con su entorno como una persona independiente.

- Estos avances van configurando una nueva imagen de sí mismo. Esto le lleva a una re-elaboración de su esquema corporal y a una toma de conciencia mayor con sus procesos y sensaciones físicas (dolor, por ejemplo).

- Comienza a comprender, por encima, los procesos de ingestión-evacuación. Se empieza a dar cuenta de que él es un ser individual, que incorpora cosas que vienen de fuera (alimento, relaciones con los demás, aprendizajes) y que también evacúa (excrementos, emociones negativas, generalmente en forma de rabietas).

Este darse cuenta, este descubrimiento, para el niño es fundamental. Coincide en el tiempo (porque el sistema nervioso es sabio), además, con el comienzo de la sensación de control de

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estas funciones, por lo que para el niño es un hecho asombroso el poder controlar a voluntad la evacuación.

Para el pequeño, los excrementos son aún casi una parte de sí mismo. Hasta hace poco el pañal mojado y el resto de su cuerpo eran la misma cosa. Ahora se da cuenta de que no, pero la frontera todavía está reciente.

Por eso, a muchos niños les genera mucha angustia utilizar el váter (prefieren el orinal) para hacer pis o caca: porque no saben a dónde van a parar su pis o sus cacas, esas partes queridas de sí mismos de las que se van a desprender. A los pequeños les preocupa mucho dónde van a parar sus excrementos y, cuando finalmente se animan a depositarlos en algún sitio que ellos consideran “de fiar”, les encanta mirarlos y comentar cómo son. Por eso, es importante permitirles ir a su ritmo en la experimentación con estas sensaciones de “desprendimiento”. Ir demasiado rápido puede generar en ellos una ansiedad que no es difícil de imaginar. Sin embargo, si les permitimos investigar y explorar el asunto a su ritmo, encontrarán un gran placer en este control y les resultará fascinante el hecho de hacer pis y caca a voluntad.

Desde este supuesto, es decir, si consideramos el control de esfínteres como un proceso madurativo, no nos puede extrañar ni molestar que nuestro hijo, un día, vuelva a pedir o a necesitar los pañales. Puede que durante unas semanas haya ido al baño o utilizado el orinal sin problemas, pero por la causa que sea de repente puede volver a haber escapes importantes, y nuestro hijo puede pedir el pañal porque no se siente a gusto mojado, o bien podemos sugerir nosotros la posibilidad de volver a usarlo. No es un retroceso, es un estadio normal del desarrollo, que dará a nuestro hijo más confianza, tanto en sí mismo como en nosotros. En sí mismo, porque será capaz de tener controlado un aspecto que suele plantearse como problemático en muchas situaciones… en nosotros, porque verá que le aceptamos sea lo que sea que decida hacer con su cuerpo y sus funciones.

Así, hemos visto que seguimos un esquema madurativo que va así:

- Comienza el proceso de individuación.

- Se va estableciendo el esquema corporal y la autoimagen.

- El niño se da cuenta de que los excrementos son una parte que se desprende de sí mismo.

- El niño comienza a sentir que puede controlar la evacuación (gracias a la maduración de su sistema nervioso central y la mayor capacidad de su vejiga).

- El niño comienza a experimentar con ese control y se va asegurando de que a él no ocurre nada por hacer pis y caca en el orinal o el vater (que su cuerpo sigue entero)

- El niño se siente seguro, su desarrollo fisiológico le permite un mayor control y un esquema miccional más maduro.

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Llegados a este punto, sí hay ciertas cosas que podemos hacer:

Respetarles en el ritmo y en la manera que el proceso se dé en nuestros hijos. Aceptarles tal como son, con pañal o sin él, mojados o secos, sin valorar ni juzgar si es tarde, pronto, oportuno o no quitarse o ponerse el pañal… sea lo que sea lo que nuestro hijo decida. Permitir su maduración psicológica: alentando sus avances, su deseo de ser independientes, animándole a ganar autonomía en otras áreas de su vida, etc.

Explicarles: cuando empiecen a mostrar interés, explicarles dónde van sus excrementos, qué sucede con ellos, cómo lo hacen los animales, los papás, los otros niños, etc.. A fin de cuentas, ir calmando todas las ansiedades que se van a despertar en el niño durante este proceso.

Poner a su disposición: un vater con un escalón y un adaptador por si lo quiere usar (o un orinal), ropa cómoda, pañales y bragas o calzoncillos. Poner a su disposición es informar de dónde está cada cosa, no forzar a su utilización. Es importante que sepa dónde está cada cosa, para que pueda poco a poco ir mostrándonos qué quiere en cada momento y para que conozca cuál es el abanico de posibilidades que tiene al respecto.

No impacientarnos: muchos niños quieren dejar el pañal espontáneamente alrededor de los dos años, mientras que otros no lo piden hasta los tres y medio o cuatro. No pasa nada, todo va bien. Si nos sentimos incómodos con la situación, es importante pensar por qué tenemos la necesidad de que nuestro hijo tenga ya ese control. Descubriremos que nuestra necesidad e inquietud son fruto de la presión social. Pero ahora que ya sabemos cuándo se adquiere realmente ese control, podemos estar seguros de que a nuestro hijo no le pasa nada raro ni está retrasado en ningún proceso.

Sin embargo, si pese a todo lo dicho, existe alguna exigencia real que no podemos “saltarnos”, si en el cole no admiten a nuestro hijo con pañal y tiene que ir sí o sí porque nosotros trabajamos, y tampoco lo admiten con pérdidas ni nosotros queremos o podemos trasladarnos al cole a diario para cambiarlo y nadie va a hacerlo por nosotros, sólo os puedo dar una indicación: flexibilidad. Si vamos a retirar el pañal en algún momento y nuestro hijo no lo ha pedido, que haya tiempo suficiente para poder volver atrás todas las veces que lo creamos necesario, podemos tener varios orinales repartidos por la casa para no tener que salir corriendo al baño, podemos sacar el pañal unos días sí y otros no, a unas horas sí y a otras no, y éstas no tienen que ser siempre las mismas, se puede sacar el pañal en casa pero ponerlo al salir de casa, que es más engorroso para todos, y si vemos que es demasiado… dejarlo unos días o unas semanas y volver a intentarlo un poco después. Y siempre, aceptar que puede pasar tiempo hasta que se produzca el control, y por ello, seguir respetando lo que vaya sucediendo y los sentimientos que en nuestro hijo vayan surgiendo.

Por: Violeta Alcocer.

Agradecimientos: Nuria Otero. Ilustración: Nathalie Choux.

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