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Manuela frente al "monumento nacional"

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Academic year: 2020

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(1)Manuela frente al “Monumento Nacional”. Monografía de grado. Presentada por: Juliana Castro Torres. Dirigida por: Carolina Alzate Cadavid. Departamento de Humanidades y Literatura Facultad de Artes y Humanidades Universidad de los Andes. Bogotá, Julio 2007.

(2) Quiero agradecer a todos aquellos que en algún momento formaron parte de este proceso. Cada una de sus preguntas, críticas y sugerencias fueron, de una u otra manera, importantes aportes para el desarrollo de este trabajo. Agradezco especialmente a Carolina Alzate; sin su apoyo, motivación, compromiso, dedicación y constante trabajo esta monografía no se habría podido llevar a cabo. Gracias también a mi familia que me tuvo paciencia durante los días y las noches de trabajo, a Camilo por su incondicional interés y ayuda y a Jorge por Todo..

(3) ¡Oh! Si ustedes se compadecieran de las lágrimas que hacen derramar por llevar adelante sus calaveradas Manuela.

(4) Manuela frente al “Monumento Nacional” Índice de contenidos Introducción. 1. Capítulo 1. Manuela: una nación tejida a través del diálogo. 6. 1.1 El narrador de Manuela: una presencia comprometida. 9. 1.2 El lenguaje integrador en Manuela. 15. 1.3 Demóstenes: Parodia de un “señorito bogotano”. 21. 1.4 Una mujer dueña de su propia voz. 27. 1.5 Las mujeres “de carne y hueso” en Manuela. 29. 1.6 “Te digo la verdad, que estaríamos lo mismo: somos como de nación separada”. 31. Capítulo 2. Una apro ximación a los primeros lectores de Manuela. 36. 2.1 La lectura en el siglo XIX. 39. 2.2 Lectura de literatura: la prensa literaria en el proceso de conformación nacional. 41. 2.3 “Formemos un M onumento Nacional”. El Mosaico: conformador de lectores y lecturas en La Nueva Granada. 49. 2.4 Una aproximación al horizonte de expectativas de los primeros lectores de Manuela. Manuela frente a sus primeros lectores: a manera de conclusión. 64. 67. “Al colocar la primera piedrezuela en el M osaico literario…”. 70. Manuela frente al “M onumento Nacional”. 72. Algunas consideraciones finales. 83. Bibliografía. 85.

(5) Introducción. La primera vez que leí Manuela fue hace más o menos dos años, en el curso “Políticas de la escritura: narrativa de fundación nacional” dictado por la profesora Carolina Alzate. Hasta ese momento yo no sabía nada de la novela de Díaz. A pesar de haber nacido en Colombia, haber residido toda mi vida en este país y haber tenido, desde muy pequeña, un profundo interés por la literatura, sólo vine a saber de la existencia de Manuela hacia el final de mi programa de pregrado. Así, cuando empecé a leer la novela no pude evitar preguntarme una y otra vez por qué no la había leído antes, por qué casi no había oído hablar de una de las primeras novelas de gran magnitud de la Colombia independiente, por qué, cuando antes pensaba en novelas de mediados del siglo XIX, sólo se me venía a la mente María de Jorge Isaacs. Estas fueron las primeras preguntas que me llevaron a pensar en el problema de la recepción de la novela de Eugenio Díaz. Esta preocupación se intensificó unos meses después cuando releí Manuela para hacer un pequeño trabajo acerca de la novela y empecé a buscar bibliografía sobre el tema. M e sorprendió muchísimo lo poco que se ha estudiado esta novela, publicada por primera vez hace casi siglo y medio. Pero me sorprendió aún más la manera en la que se habla de Manuela en las historias de la literatura colombiana (cuando se habla de ella, pues no siempre ocurre). Frecuentemente, la novela de Díaz se menciona en poco más de media página a través de afirmaciones como: “…por sus imperfecciones, no puede ser considerada una obra maestra, pero sí una obra sugerente…” (Ayala 244)1. Por supuesto, estas sorpresas generaron más y más preguntas. Después de leer detenidamente Manuela dos veces, de haberme maravillado con sus personajes, con su agudeza 1. Esta afi rmación de Ayala es tomada del libro Manual de literatura colombiana (1984) Bogotá: Educar, 1986. Se pueden encontrar afirm aciones similares en otros t extos de literatura colombiana como: Evolución de la novela en Colombia de Antonio Curcio Altamar (Bogotá: Biblioteca Básica Colombiana, 1975), Compendio de historia de la literatura colombiana de Hurtado Matos (Bogotá: Marconi, 1925) y Resumen histórico de la literatura colombiana de Jesús María Ruano (Bogotá: Casa editorial Santafé, 1924).. 1.

(6) crítica y con su riqueza lingüística, no pude sino interesarme más por esta novela. Fue entonces cuando leí el primer prólogo de Manuela, escrito por José M aría Vergara y Vergara. M e llamó la atención encontrar en este texto grandes elogios a la novela de Díaz acompañados de fuertes críticas a su lenguaje, calificado como “incorrecto”. Pero, sobre todo, me llamó la atención el gran énfasis que hace Vergara sobre la historia de la vida de Eugenio Díaz y su escasa educación formal. Comprendí entonces que el asunto era más complejo de lo que imaginaba, y que para aproximarme a mis preguntas iniciales debía estudiar con detenimiento la manera en que se recibió Manuela desde su primer público lector. Fue en ese momento cuando surgió el proyecto de esta monografía. En esta monografía me propongo, entonces, explorar la manera en la que fue recibida Manuela por sus primeros lectores: desde 1858 hasta más o menos 1865. El lapso de tiempo que comprende a estos primeros lectores se determinó fundamentalmente a partir de dos hechos: la primera publicación de Manuela tuvo lugar en 1858 en El Mosaico, y 1865 fue el año de la muerte de Eugenio Díaz, hecho por el cual hubo alguna producción de textos sobre Manuela y sobre su autor. Después de 1865 se escribió poco sobre Díaz Castro y sobre su novela, hasta 1889 cuando Manuela aparece como realización independiente, gracias a Salvador Camacho Roldán. Por supuesto, este lapso temporal no es una camisa de fuerza; los pocos textos publicados desde 1865 hasta finales del siglo XIX también serán analizados en esta monografía, pues pueden aportar elementos importantes para estudiar ese primer escenario de lectura al cual se enfrentó Manuela. Así mismo, se incluirán algunos textos críticos sobre la novela de Díaz escritos en el siglo XX, en la medida en que revelen el fuerte impacto que tuvieron las primeras lecturas de Manuela sobre el lugar que ha ocupado esta novela en el canon literario colombiano. Para este estudio de recepción de Manuela me apoyaré en la teoría de la estética de la recepción propuesta por Hans Robert Jauss en su libro La literatura como provocación (1967). El teórico 2.

(7) parte de la idea de que una obra literaria no es un objeto que exista para sí mismo y que guarde un sentido inmanente e inamovible, siempre igual para todos sus lectores. Jauss propone ver la obra literaria “…como una partitura, adaptada a la resonancia siempre renovadora de la lectura, que redime al texto de las palabras y lo trae a la existencia actual” (Jauss 167). Así, la valoración estética de una obra estaría determinada por la manera en la cual dicha obra es recibida por su público lector. Esta relación de diálogo entre la obra y el público tiene lugar a través de procesos como la comparación de la obra “nueva” con lo ya leído, la comprensión de lecturas previas a esa obra y su confrontación con obras parecidas (pertenecientes al mismo género, que tratan temas similares, que tienen estilos cercanos etc.). Jauss plantea, entonces, la existencia de un “horizonte de expectativas”, siempre cambiante y renovado por cada lectura. Este horizonte estaría conformado, como su nombre lo indica, por las expectativas de un grupo de lectores que comparten una tradición (tanto literaria como cultural), un contexto histórico, unas lecturas comunes, y, posiblemente, unos cuestionamientos y preguntas comunes. Siguiendo esta idea, la manera en la que ocurre la recepción de una obra literaria, depende de cómo entra dicha obra en el horizonte de expectativas de un grupo de lectores (si la obra responde o no a lo que esperan los lectores, si se limita a entrar en lo “ya conocido” o si llega incluso a trascender ese horizonte, haciendo que las expectativas del lector se cuestionen, amplíen y/o modifiquen). Para realizar un estudio de recepción de una obra literaria es necesario, entonces, reconstruir el horizonte de expectativas de la comunidad lectora a la cual ésta se enfrenta. De esta manera se puede confrontar la obra con lo que esperan sus lectores, y determinar si responde o no a lo esperado. Para explorar la situación de Manuela frente al horizonte de expectativas de sus primeros lectores, empezaré por analizar la novela. En el primer capítulo de esta monografía, se intentará hacer un análisis de las críticas y propuestas que se elaboran en Manuela y de las maneras a través de la cuales esto se lleva a cabo. M e detendré a analizar el narrador de la novela y la crítica 3.

(8) al modelo del liberal letrado neogranadino, al igual que las propuestas de Manuela con respecto al lenguaje literario, la mujer y la nación. En el segundo capítulo se pretenderá delimitar el horizonte de expectativas de los primeros lectores de Manuela. Para esto, exploraré algunos de los elementos que caracterizaron la lectura en la Nueva Granada en pleno periodo de fundación nacional, apoyándome en los estudios de Carmen Elisa Acosta sobre la lectura en el siglo XIX, Leer literatura y Lecturas, lectores y leídas. Después, me detendré a estudiar El Mosaico y sus objetivos, por la importancia de este periódico en la configuración de imaginarios nacionales 2 y la difusión y producción de textos literarios en La Nueva Granada, pero también porque este fue el lugar en el que se publicó Manuela por primera vez. En ese sentido, estudiar el horizonte de expectativas de los lectores de El Mosaico, nos permite estudiar también el horizonte de expectativas de los primeros lectores de Manuela. Este estudio de El Mosaico girará en torno a tres ejes que se relacionan entre sí: el tipo de lector que pretendía configurar el periódico (a quiénes iba dirigido El Mosaico), su conformación de la “literatura nacional” o la “Biblioteca Neogranadina” (las obras que recomendaba, difundía y publicaba) y el establecimiento de los criterios con los cuales se evaluaba una obra literaria a través de las críticas, prólogos, etc. Este estudio me permitirá caracterizar a ese primer público de Manuela, según lo que éste podía esperar de una novela. 2. Para esta monografía se tomará el concepto de “ nación” propuesto por Benedict Anderson en su libro Comunidades imaginadas (1983). Según Anderson una nación puede definirse como una “ comunidad política imaginada como inherentement e limitada y soberana” (23). En ese s entido, la nación es una idea col ectiva que es construida por un grupo de individuos que se imaginan a sí mismos como una comunidad (con una cultura, una historia y unas costumbres compartidas, al igual que un espacio físico y un tiempo simultáneo imaginados ). No me referiré en detalle a la propuesta de Anderson, pues esto se sale de los obj etivos de esta monografía. Sin embargo, me parece importante que se tenga en mente la presencia de la propuesta de Anderson a lo largo de este trabajo y su importancia para entender l a manera en la que la literatura y la prensa fueron herramientas fundamentales en l a configuración de naciones (construcción de imaginarios, “ modelos”, símbolos patrios, paisajes, etc.) en el siglo XIX hispanoamericano.. 4.

(9) neogranadina y, finalmente, proponer ese horizonte de expectativas al cual se enfrentó la novela de Díaz Castro. En la última parte de este trabajo se retomarán las propuestas y críticas de Manuela para evidenciar la distancia que hay entre la novela de Díaz y el horizonte de expectativas de sus primeros lectores. M e detendré, principalmente, en la distancia de Manuela con respecto a la literatura de costumbres de la época y en los choques y divergencias que pudo haber entre las propuestas de mujer y de nación que encontramos en la novela de Díaz y aquellas que usualmente se hallaban en la literatura promovida y difundida por El Mosaico. Con este trabajo, más que encontrar respuestas, pretendo llegar a una serie de hipótesis que generen preguntas sobre Manuela y el problema de su recepción. Al ser un tema casi inexplorado, quisiera que esta monografía se convirtiera en una invitación para que se realicen futuros estudios sobre la novela de Díaz y otros textos literarios de la época que han pasado desapercibidos para la crítica colombiana. A través de esta monografía también quiero resaltar la importancia de estudiar la configuración de lecturas3 y lectores en el siglo XIX colombiano para podernos aproximar de manera crítica a la historia de nuestra literatura y a nuestro canon literario y sus procesos de conformación.. 3. Con el término “ lecturas” me referiré en esta monografí a tanto a las obras como a las interpretaciones que de ellas se hagan, pues considero que las primeras no se pueden separar de las s egundas, y menos aún en un estudio de recepción.. 5.

(10) Capítulo 1 Manuela: una nación teji da a través del diál ogo ¡Y todo esto a doce o catorce leguas de la capital de la república; y todo esto cuando los pueblos han comprado con su dinero y su sangre una constitución para vivir sosegados y respetados. Demóstenes. 4 Manuela ha sido una novela frecuentemente relegada a un segundo plano en las historias. de la literatura colombiana y en el canon literario del país. Aún así, la obra de Eugenio Díaz no ha sido completamente desconocida y olvidada. En el momento en que Manuela se publicó en El Mosaico, la novela fue ampliamente leída y suscitó comentarios y varios elogios dentro del círculo letrado capitalino. En el siglo XX, esta novela formó parte del grupo de lecturas obligatorias en algunos (pocos) colegios del país5. También ha despertado el interés de varios críticos literarios y escritores (como Rafael M aya, Elisa M újica, Raymond Williams, Tomás Rueda Vargas, Seymour M enton y Álvaro Pineda Botero, entre otros) quienes se han preguntado por la presencia/ausencia de esta novela en el panorama literario colombiano. A pesar de esto no hay muchos textos críticos sobre Manuela; tampoco abundan estudios en los que se haga un análisis de la novela.. 4. Todas las citas de Manuela que aparecen en esta monografí a son de la edi ción del Círculo de l ectores de 1985. A pesar de que habría sido ideal poder manej ar úni camente una de l as tres ediciones del siglo XIX (la de1858 en El Mosaico, la de 1866 en Museo de cuadros de costumbr es y la de 1889 de Garnier Herm anos), ninguna de estas ediciones se encuentra completa: la de El Mosaico sólo llega hasta el capítulo octavo, a la de1866 le falta el último capítulo en el ejemplar que se cons erva y la de 1889 está en tan mal estado que algunas páginas son completamente ilegibles. 5 Testimonio de esto es el texto Análisis de Manuela hecho por Julio Botía Niño (Bogotá: Terranova Editores, 1993). Este texto es una especie de “ cartilla escolar” dirigida a niños y jóvenes, en la cual se hace un resumen de la novela y se habla acerca de sus personajes y de la vida del autor.. 6.

(11) Por esta razón, es pertinente hacer un análisis de algunos aspectos centrales de Manuela. Tal análisis me permitirá ver qué puede estar proponiendo esta obra y cómo lo hace, y así reunir algunas herramientas para estudiar el problema de su recepción. Para ubicarnos un poco haré un muy breve recuento de la novela. M e referiré sólo a la historia principal, teniendo presente que dejo de lado muchos elementos importantes de la trama. Manuela se abre con la historia de Demóstenes, un viajero bogotano ilustrado que llega a La Parroquia (pueblo cuyo nombre nunca sabemos) con el objetivo de conocer la realidad rural de su país. El primer lugar al que llegan el viajero, su criado José y su perro Ayacucho es una casa muy precaria, cercana al pueblo, bautizada por el bogotano como la posada de M al-Abrigo. Allí conocen a Rosa, una trapichera de El Retiro, quien los atiende muy cálidamente y les habla acerca del pueblo y sus habitantes. Al día siguiente don Demóstenes y José llegan a La Parroquia y se hospedan en la casa de una familia en la que funciona un almacén. Allí viven M anuela y su madre, doña Patrocinio, quien ha quedado viuda recientemente durante la revolución de M elo6. Rápidamente Demóstenes, que es un liberal con una fe ciega en el progreso y la civilización, conoce al cura Jiménez, con quien entabla una enriquecedora amistad a pesar de sus diferencias ideológicas. A partir de este momento la narración de la novela empieza a ocuparse también de la historia de M anuela y del pueblo en general. Durante toda la obra, Demóstenes conoce las haciendas, sus dueños y sus familias, los arrendatarios, los trapicheros y otros habitantes de la zona, y poco a poco se involucra en la realidad política y social de La Parroquia. Cuando Demóstenes conoce a M anuela queda deslumbrado por su belleza y hay incluso escenas en donde parece haber un coqueteo entre los dos personajes. Sin embargo, la relación que se construye entre M anuela y el bogotano es una amistad sincera. M anuela se vuelve uno de los. 6. Para ver más sobre la revolución de 1854, liderada por el General Melo, ver: José María Melo, los artesanos y el socialismo de Gustavo Vargas Martínez (Bogotá: Editorial Planeta, 1998).. 7.

(12) interlocutores más presentes en la vida de Demóstenes; con ella entabla largas conversaciones sobre diversos temas. Por otra parte, M anuela está viviendo una situación muy difícil: se encuentra separada de su amado, Dámaso, porque el gamonal del pueblo, Tadeo, acosa a la joven para convertirla en su amante y ha amenazado a Dámaso en varias oportunidades, exiliándolo de su pueblo. A partir de esta situación se revela el estado en el que se encuentra La Parroquia, especialmente con la llegada de las elecciones. El pueblo está dividido en dos bandos, los tadeístas y los manuelistas. Los primeros son los simpatizantes de don Tadeo (algunos por convicción, algunos obligados), un “draconiano” que habla en contra de los hacendados y los calzados, y pregona ideas de liberación y revolución. Este gamonal ha reclutado trapicheros y campesinos de la región y ha conseguido tener muchísimo poder en la zona. Tadeo manipula a los jueces locales, y a través de la falsificación de documentos saca de su camino a quienes se interpongan en su tarea de sabotear las elecciones. La ausencia completa del estado (tema que le preocupa muchísimo a Demóstenes, quien cree en la constitución liberal que rige el país y la defiende) permite que Tadeo haga en el pueblo lo que se le antoje: él dicta las leyes e impone los castigos según le parece. El segundo bando, los manuelistas, son todos aquellos que se oponen al régimen del gamonal. Entre ellos la figura más fuerte es M anuela, quien cuenta con el apoyo de Demóstenes y el cura Jiménez. Ante la situación de injusticia que se vive en La Parroquia, el bogotano se reúne con varios hacendados (don Cosme, don Blas y don Eloy, entre otros) y entre ellos logran sacar a Tadeo temporalmente del pueblo. La mayor parte de la novela se centra en narrar la guerra que hay entre estos dos bandos y las desventuras que sufren M anuela y Dámaso mientras tratan de unirse para casarse. Los dos amantes son exiliados y luego llevados a la cárcel, pero con la ayuda de Demóstenes y de varios trapicheros y hacendados logran finalmente salir libres. Cuando todo parece estar en calma Demóstenes se devuelve a Bogotá, tras conocer la noticia de que M anuela y Dámaso se van a 8.

(13) casar. El día de la boda, el 20 de Julio de 1856 7, Tadeo regresa a La Parroquia y quema la iglesia en donde se celebra la unión de los amantes. M anuela sale gravemente herida. Durante su agonía el cura consagra la unión, y a los pocos segundos M anuela muere de la mano de Dámaso.. 1.1 El narrador de Manuela: una presencia comprometida Empecemos, entonces, con el narrador, el lente a través del cual vemos el mundo que presenta la novela y por tanto el que nos va a introducir en el análisis de otros elementos de la obra. Comenzando desde lo más básico, podríamos decir que el narrador de Manuela es un narrador extra-heterodiegético: un narrador en tercera persona que no es un personaje de la historia. Es un narrador con focalización múltiple que tiene acceso a los pensamientos y sentimientos de algunos personajes, principalmente M anuela y Demóstenes, relatando unos acontecimientos que parece conocer de antemano. Su narración es lineal, se centra principalmente en una historia, y solamente en una oportunidad (Cap XII) hace una retrospección que lo desvía por un momento de la fábula central. A partir de la identificación de estas pocas características podría pensarse que el narrador de Manuela reúne muchos de los elementos que, según Doris Sommer (Foundational Fictions), se observan de manera recurrente en las novelas de fundación nacional en América Latina: un narrador con una evidente “omnisciencia” y una pose de conocedor del futuro de la historia (176). Sin embargo, cuando se estudia Manuela con detenimiento, la idea que se podría tener en un primer momento acerca del narrador como omnisciente se pone rápidamente en duda. Por una parte, este narrador no se presenta como conocedor de toda la historia. A veces encontramos. 7. Es importante notar que la historia narrada en la novela se sitúa dos años ant es de la publicación de la obra, hecho que según Álvaro Pineda Botero l e da a Manuela un caráct er testimonial y la ubica en un momento concreto de la historia de Colombia.. 9.

(14) afirmaciones como: “No sabemos qué tanto alcanzaría a oír de este discurso el señor don Demóstenes…” (100). Según Álvaro Pineda este tipo de dudas expresadas por el narrador de Manuela, que revelan su no omnisciencia, constituyen un rasgo característico de una modernidad incipiente (146). Por otra parte, desde los primeros capítulos de la novela es posible ver que el narrador de Manuela se encuentra muy comprometido con lo que relata, haciendo evidente su presencia en el texto; expresa sus apreciaciones, rechaza o exalta personajes según le parece, evidenciando así su simpatía o desacuerdo con ciertas inclinaciones religiosas y políticas, actitudes, visiones de mundo y demás. Por ejemplo, contándonos acerca de una conversación entre don Cosme y don Blas, dice: “Habían comenzado por elecciones; pero como don Cosme era un liberalón de siete suelas, y se lo iba entripando a don Blas, que era poco tolerante, tuvieron a bien doblar la hoja” (49). Al leer la novela se nos revela un narrador con opiniones y creencias propias, a pesar de que nunca habla de sí mismo en primera persona. A menudo, alcanzamos a percibir la simpatía que siente el narrador con los ideales liberales de don Demóstenes a través de comentarios como: “Don Demóstenes era patriota y realmente humanitario; era un buen liberal y no perdía la menor ocasión de ser útil a la causa de la civilización humana” (96). Estas apreciaciones del narrador son complementadas por exclamaciones en las que se lamenta por la desigualdad y el atraso que sufre la nación con respecto a Europa (a la manera de Demóstenes). Un ejemplo de esto lo encontramos en el capítulo X en el que Rosa le cuenta al viajero bogotano acerca de la violencia de la que fue víctima por parte de los “amos dueños de tierras”, episodio que recibe el siguiente comentario del narrador: Los ultrajes que la ciudadana había sufrido en sus más preciosos derechos habían contristado el corazón humanitario de don Demóstenes […] Don Demóstenes que había viajado y visto toda la grandeza de los hoteles y las casas más ricas de los Estados Unidos,. 10.

(15) era el socialista más a propósito para apreciar en aquella situación todo el mérito de la humildad y pobreza neogranadinas, conversando en tal salón con una estanciera descalza y vestida con el traje más inmediato que puede haber al de los aborígenes de la tierra. ¡Oh cuánta desigualdad delante del cuadro general de la civilización humana! ¡Cuánta distancia entre Rosa de M al-Abrigo y la hija de don Blas, el dueño de la hacienda! (107). También podemos caracterizar al narrador de Manuela a través de la manera en la que habla de las costumbres conservadoras de Alfonso Jiménez y su familia. Dice, por ejemplo: “La casa de don Alfonso era un verdadero convento, se criaban tres hermosas niñas, que fueron educadas según los usos del alto tono” (128). Y más adelante señala con respecto a los viajes de estas mujeres a la hacienda La Esmeralda: “Parecía que las señoras Jiménez no salían de Bogotá, sino por librarse de la tiranía del alto tono, como los colegiales que se liberan en el asueto de los reglamentos y los bedeles” (129). A través de este tipo de comentarios se evidencia la opinión del narrador con respecto a las costumbres conservadoras del “alto tono”. Sin embargo, no encontramos un rechazo directo del narrador hacia las inclinaciones conservadoras de la familia Jiménez, como lo vemos en el caso de don Demóstenes, por ejemplo. De hecho, el narrador ve al señor Jiménez como un buen hombre, y exalta su generosidad y el buen trato que da a sus peones. A pesar de que a lo largo de la novela podemos identificar algunas de las inclinaciones del narrador, sus afinidades con ideas liberales (como la igualdad, la libertad y la fe en el progreso) y su distancia con respecto a ciertas costumbres conservadoras (a las que a veces llama “retrógradas” y heredadas de la colonia), no llegamos a saber con certeza cuál es su filiación política. El narrador nunca se declara a sí mismo como perteneciente a un partido específico, y, aunque exalta a Dios en varias oportunidades, tampoco percibimos en su narración un discurso eclesiástico.. 11.

(16) Este narrador, que jamás se identifica con un nombre, se nos presenta también como miembro del país que describe, al incluirse en el mundo de la historia a través de expresiones como “nuestra Nueva Granada” o “nuestras tierras bajas”. Así, el compromiso del narrador con lo que cuenta se vuelve aún más evidente. El narrador de Manuela es alguien tan involucrado con la realidad política y social de la novela como cualquiera de los colombianos de la época. No es gratuito que encontremos en la narración fragmentos como: “M anuela estaba asilada bajo la bandera de ñor Dimas, como varios presidentes y magistrados de la Nueva Granada que se han asilado bajo las banderas de ministros residentes en Bogotá, durante los cuarenta y seis años de nuestra independencia” (206). Aún así, el narrador de la obra de Díaz parece tener mucho cuidado de no acaparar toda la novela para exponer su perspectiva, a pesar de que, evidentemente, su deseo no es parecer neutral. Las apreciaciones y posiciones de este narrador aparecen casi siempre de manera indirecta y esporádica, enredadas en la narración de acontecimientos, y son frecuentemente contrastadas por las opiniones que expresan algunos personajes. Una de las características más llamativas del narrador de esta novela es la facilidad con la que cede la voz a los personajes para que cada uno exponga su situación, su perspectiva y sus críticas, permitiendo así la existencia de una multiplicidad de discursos que dialogan constantemente entre sí. En esa medida, el discurso del narrador (sus inclinaciones políticas y religiosas, su situación y su visión de mundo, e incluso su lenguaje), que se hace evidente en la novela y que se puede caracterizar a lo largo de la narración, es sólo uno de los muchos discursos que se oyen en la obra, y no necesariamente el predominante o el que se pretende instaurar como “correcto”. Siguiendo con algunas de las características del narrador de Manuela, podemos explorar el lugar desde donde habla este narrador que hemos identificado como neogranadino. A través de la 12.

(17) manera en la que se refiere a los personajes, a sus costumbres, a los objetos y a los lugares que va presentando, el narrador se nos revela como alguien que no pertenece exclusivamente al ámbito rural en el que se desarrolla la obra. Su mirada hacia el mundo del campo y sus habitantes muestra un profundo extrañamiento, y en muchas ocasiones encontramos una visión ligeramente “exotizante” de lo que observa. Se refiere, por ejemplo, a la belleza de las mujeres del pueblo como algo natural, ligado a lo selvático y a lo salvaje. Dice de Rosa: “El traje de Rosa no tenía las ventajas de la riqueza sino todas las apariencias de la naturaleza selvática, porque sus enaguas eran muy altas de los tobillos y su camisa era de mangas sumamente cortas y de tira muy escotada” (103). Adicionalmente, vemos que se refiere a los habitantes del pueblo y del campo como los descalzos o los calentanos y constantemente los mira como “otros”; como individuos distintos a él, que viven y hablan de otra manera. Así, el narrador nos hace saber su condición de “forastero”, probablemente citadino, y se preocupa por evidenciar que es además letrado y un gran lector: “El Retiro es un trapiche que está metido en las quebradas de un terreno monstruoso, al cual no se llega impunemente, como decía Calipso de su isla, porque está fortificado […] con fosos llenos de barro” (44). A través de este tipo de referencias, el narrador evidencia su formación letrada, e incluso nos invita a rastrear sus lecturas e influencias literarias a lo largo de la obra. En la narración de Manuela encontramos numerosas expresiones y figuras literarias que aluden directamente a la mitología griega, a la historia antigua de occidente, a Cervantes o a Humboldt, entre otros. Otro elemento que vale la pena resaltar de este narrador es su conciencia de estar narrando. Con frecuencia, el narrador de Manuela se refiere a los escenarios de la historia como “las tablas o el teatro de esta narración”. El capítulo VII empieza, por ejemplo, con la siguiente frase: “En. 13.

(18) dos capítulos seguidos hemos tratado de dar a conocer…”, 8 exponiendo así la estructura de su narración (que parece plantearse, ante todo, como escrita), y más adelante encontramos que también explica por qué decide poner mayor atención a uno u otro aspecto: “Sin embargo hay gentes que llaman indios a los de estos sitios, sin detenerse a contemplar […] pero nosotros sí nos detendremos a considerar por algunos momentos …” (133). Este narrador también parece tener un tipo de lector en mente. Posiblemente le escriba a un lector de la ciudad que desconoce por completo el mundo rural del país. Los lectores son interlocutores que se mencionan en la narración constantemente: “…las dos señoritas habían pasado a tratar del socialismo, cosa que les parecerá muy extraña a mis lectores” (50). Se trata, entonces, de un narrador que decide contar una historia para alguien; hacer un relato para quienes pueden leer acerca de una realidad que les es desconocida, pero que debe interesarles. Este narrador quiere que su relato quede sobre un papel, dándole así existencia escrita a lo que cuenta y a la realidad rural que describe. Esto se evidencia especialmente cuando describe meticulosamente los paisajes de la zona y las casas de la gente que va conociendo Demóstenes en su trayecto, deteniéndose en detalles como las imágenes religiosas que decoran la casa de Rosa y la precariedad de su cocina y sus dormitorios. El narrador dedica algunos fragmentos a explicar, por ejemplo, qué es un rancho o una guacharaca, como “traduciendo” para un lector no familiarizado con este tipo de términos: “Las guacharacas son unas cañas de chontadura rajadas, que se frotan con una astilla de palo…” (24).. 8. Por supuesto, hay que tener en cuenta que Manuela fue una novela pensada para ser publicada semanalmente en El Mosaico, algo muy frecuente en la literatura d e la época. Es posible que este tipo de frases encuentren parte de su razón de ser en este hecho.. 14.

(19) Lo anterior nos lleva a detenernos en otra característica de este narrador, que no se puede pasar por alto: su lenguaje. Como se verá más adelante, éste fue uno de los aspectos más criticados de la novela, desde su primera publicación en El Mosaico. Sin miedo a generalizar, es posible afirmar que en Manuela encontramos una voz narrativa bastante uniforme que se va configurando poco a poco y de manera coherente, a medida que avanza la novela. En otras palabras, reconocemos a un narrador que conserva a lo largo de la obra una misma manera de proceder: una combinación de descripción y narración de acontecimientos que se intercala de forma intermitente con las voces de los personajes. También percibimos un tipo de lenguaje que se mueve constantemente entre el terreno de lo “letrado” (en cuanto a escrito) y el terreno del lenguaje popular perteneciente a una cultura oral. Al incluir elementos del lenguaje popular (refranes, adagios y términos) en su narración, esta voz narrativa enriquece notablemente su vocabulario y sus posibilidades de crear imágenes literarias, lo cual le permite construir sensorialmente el mundo rural que se configura en la novela. En cuanto a esto, el episodio de la fiesta del angelito (Cap. XXIII) es muy ilustrativo: La música seguía con todo vigor, en especial la carraca, que no cesaba un solo momento: era un cuadro que merecía un pincel por separado, la figura de ñor Elías agachado, pegándole al suelo con la carraca, sin dejar apagar la churumbela, y sin alzar a mirar a la gente, embriagado con la dulce filarmonía de su instrumento… (290). 1.2 El lenguaje integrador en Manuela Es difícil hablar del lenguaje del narrador dejando de lado el lenguaje de los personajes a los que éste les cede la voz tan frecuentemente. La riqueza de esta novela, en cuanto al lenguaje se refiere, no está dada únicamente por el narrador de la historia. A través de las voces de los personajes Manuela se nutre de un gran número de acentos, expresiones, construcciones y vocabulario nacidos en una zona rural. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en la 15.

(20) conversación que tiene Estefanía con Clotilde durante la agonía de Rosa, uno de los momentos más conmovedores de la novela. Dice Estefanía: Todo se le ha hecho, pero Rosa no escapa de ésta […] El tasajo ni el plátano no hay para qué nombrárselos. Rosa se muere mi señora; y por eso es que el trespiés no vagó de cantar encima de la mata de guadua en toda la semana pasada; y dice Antoñita que lo vio volar y sentarse en dos ocasiones sobre la casa. (327). Gran parte de la novela está conformada por las voces de los personajes involucrados en la historia. Entre ellos encontramos diversos tipos de lenguaje que van desde el cachaco letrado, que parece seguir juiciosamente los diccionarios y las gramáticas, hasta el de los trabajadores del trapiche, quienes hacen uso de una gran cantidad de palabras y decires populares de la cultura oral. A través de este lenguaje integrador de lo popular/oral y lo “culto”/escrito, en Manuela se crea una voz narrativa que llama la atención sobre las posibilidades del lenguaje literario. De la misma manera que podemos rastrear al Quijote en la narración de la novela también nos damos cuenta de la influencia que el lenguaje de los personajes va teniendo sobre el narrador. Éste se apropia del lenguaje popular, e incluye en su narración términos y dichos que hemos oído previamente en boca de los personajes. En esa medida, tanto el lenguaje popular, que nace y vive en una cultura oral, como los grandes clásicos (libros) de la literatura de occidente son fuentes de las que el narrador bebe para configurar el lenguaje literario de su novela. Partiendo de esta idea, es posible afirmar que en Manuela se reúnen, principalmente, dos propuestas con respecto al lenguaje literario. En primera instancia, la novela está llamando la atención sobre la posibilidad de integrar diferentes modos del lenguaje popular oral a la novela, cuestionando así la noción de lenguaje “correcto”, usualmente reservado para lo escrito. Así, la separación tajante entre el lenguaje de “la letra” (perteneciente a la reducida élite lectora-escritora. 16.

(21) de las ciudades) y el lenguaje oral (del pueblo analfabeta) se resquebraja en la novela de Díaz Castro. Con respecto a esta división social del lenguaje, que fue tan importante en América Latina para los proyectos “civilizadores” durante el periodo de fundación de naciones, dice Ángel Rama: la “palabra escrita viviría en América Latina como la única valedera, en oposición a la palabra hablada que pertenecía al reino de lo inseguro y lo precario” (22). Manuela surge, entonces, como una obra literaria que cuestiona las restricciones de validez y autorización de la ciudad letrada (tomando el término de Rama), 9 en cuanto a su lenguaje se refiere. Además de incluir el lenguaje popular y oral en la novela escrita, la obra de Díaz llama la atención sobre la belleza de los diferentes tipos de lenguaje que se encuentran en la zona rural en la que tiene lugar la historia de Manuela. En varias oportunidades tanto el narrador como Demóstenes (los dos letrados) expresan la fascinación que experimentan al oír hablar a algunos personajes de La Parroquia. Dice el narrador, por ejemplo: M arta sabía leer y aunque era más verbosa y locuaz que M anuela, no tenía la gracia de locución de ésta […] el estilo de las hijas del Llano grande, que se expresan por medio de imágenes y figuras rápidas y bellas, y con frases de una sencillez que les ha hecho gozar de bien merecida fama. (119) Al calificarse el lenguaje de estas campesinas como bello, la novela de Díaz está llevando el problema a un nivel estético. En ese sentido, no se trata únicamente de incluir en la literatura escrita elementos del lenguaje popular iletrado, sino también de reconocer el valor estético y el carácter poético de este tipo de lenguaje. Este elemento amplía la primera propuesta de Manuela con respecto al lenguaje literario, al tiempo que la justifica. En otras palabras, la inclusión del 9. En su texto, La cuidad letrada, Rama propone que con l a creación de l as ciudades durante la colonia en Améri ca Latina se creó también un centro de poder urbano que, aunque no constituyó la parte material y visible del orden colonial, ejerció una labor de control y legitimación a través de los signos. Este centro de poder es el que Rama llama la ciudad letrada. A los integrant es de esta cuidad letrada les correspondía dirigir las sociedades, tarea que, según Rama, siguieron haciendo durante todo el siglo XIX independiente.. 17.

(22) lenguaje oral en una novela escrita no se propone únicamente por el simple hecho de incluir (en el sentido de no dejar de lado), sino que también se justifica en cuanto a que ese lenguaje tiene una carga estética importante, elemento propio de la literatura. La segunda propuesta que puede estar haciendo Manuela es llamar la atención acerca de la necesidad que tiene la literatura de apropiarse de otros tipos de lenguaje a la hora de aproximarse a realidades que así se lo exigen. Para ilustrar mejor esta idea vuelvo a hacer referencia al ejemplo que cité anteriormente, el episodio de la agonía de Rosa. En este fragmento, Díaz opta por hacer hablar a Estefanía para que a través de su voz y su lenguaje podamos conocer una realidad (unas creencias y una forma de ver la naturaleza), que no podríamos ver de igual manera a través del lenguaje del narrador letrado y citadino de Manuela. En otras palabras, la novela está evidenciando la inseparable unión que hay entre el lenguaje y la realidad en la que éste se engendra. En esa medida, Manuela llama la atención acerca de la imposibilidad de hablar de la naturaleza, la historia y las creencias de un pueblo ignorando su lenguaje. Hago aquí un paréntesis para señalar que el lenguaje es tematizado de diferentes maneras a lo largo de toda la novela. Además de encontrar varios tipos de lenguaje incluidos en el texto, éste es un tema discutido por los personajes de Manuela, y señalado frecuentemente por el narrador. A medida que la novela nos da a conocer a los personajes, también nos informa acerca de quiénes en La Parroquia saben leer y quiénes no. Se nos cuenta que la “ilustrada” del pueblo es M arta, la prima de M anuela, y que tanto el cura como Tadeo leen y escriben. Adicionalmente, los personajes hacen una diferenciación entre los letrados y los no letrados (ligada usualmente a la división calzados-descalzos), evidenciando así cómo la distinción lenguaje escrito / lenguaje oral está ligada a una rígida separación social y política en la Nueva Granada. Tadeo y sus seguidores, por ejemplo, explotan esta diferenciación social para argumentar su discurso demagógico en contra de los hacendados. En el capítulo XXVIII (capítulo cedido por el narrador 18.

(23) casi en su totalidad a Tadeo para que exponga su discurso “draconiano”), el gamonal dice: “La deferencia actual de los descalzos a los calzados, o de los ignorantes a los que saben leer y escribir, no es otra cosa que la sumisión del vencido en la guerra general entre ricos y pobres” (371). En términos generales (tal vez con excepción de M arta), quienes poseen el conocimiento de la letra escrita son aquellos que pertenecen a las clases sociales dominantes (incluido en esta clase don Tadeo, a pesar de ser el principal denunciante de esta situación), aquellos que ejercen su poder sobre (o en contra de) los no letrados. Es importante notar que Manuela no es el único texto literario de su época en el que encontramos la presencia de un lenguaje rural y oral. Ésto era frecuente en los cuadros de costumbres, y a veces en los relatos de viajes. Sin embargo, este lenguaje juega un papel distinto en la novela de Díaz. En primer lugar, hay una apropiación del lenguaje oral por parte del narrador letrado, quien reconoce la belleza de este tipo de lenguaje; segundo, esta inclusión no se hace por el simple hecho de reconocer la existencia de un “otro” que habla distinto, como ocurre por ejemplo en María, sino que esta inclusión alberga también una propuesta estética; y por último, el lenguaje oral y rural en Manuela se presenta con la misma autoridad y legitimidad que el lenguaje letrado del narrador y de don Demóstenes. A través del lenguaje rural de M anuela, Rosa o Dimas conocemos, por ejemplo, algunas de las posiciones políticas más fuertes de la novela, posiciones que llegan a retar el discurso letrado de Demóstenes. Algunas de las primeras críticas que recibió Manuela con respecto a su lenguaje fueron formuladas por José M aría Vergara y Vergara y Carlos M artínez Silva. En la biografía de Díaz, escrita por Vergara en 1865, en homenaje a su muerte ocurrida el mismo año, el autor dice: “Si el señor Díaz hubiera poseído lenguaje, como poseía injenio, hubiera figurado en la primera línea de. 19.

(24) los escritores castellanos” 10 (91). Así mismo, en el prólogo que hace a Manuela en El Mosaico (1858) Vergara señala que no se puede juzgar el estilo de Díaz, pues ya se ha hablado acerca de su vida, es decir, se ha contado que el escritor de Manuela nació en Soacha y que no terminó bachillerato. Después de ésto, Vergara pregunta: “¿Quién se atrevería a inculparle el poco culto que dé a la diosa literaria de este siglo, a la Forma?”(16). Esta asociación que hace Vergara entre habitante del campo y falta de lenguaje y de cuidado en la forma, nos recuerda los planteamientos de Rama. La crítica de Vergara (teniendo en cuenta su fundamento) parece provenir de un integrante y defensor de la cuidad letrada. Cabe preguntarse si esa idea de que, inevitablemente, Díaz manejaba un “lenguaje descuidado” debido a su origen (de ahí que como lectores debamos “disculparlo”) no se engendra precisamente en la división social ligada al lenguaje de la que se habló anteriormente. Por la misma vía, M artínez Silva afirma en 1880 que el lenguaje de la novela de Díaz era “…por todo extremo incorrecto, el estilo vulgar y desaliñado…” (Ctd en M újica I 16). Hay dos elementos en este comentario que llaman la atención. Por una parte, encontramos la idea de lenguaje “incorrecto”, que supone una oposición al “correcto”, y por otra, la utilización del calificativo “vulgar” en términos negativos. Estos dos adjetivos parecen apuntar hacia el mismo asunto: la inclusión (con estatuto) del lenguaje popular oral en una novela escrita. La gran variedad de formas del castellano que encontramos en Manuela debían presentársele a M artínez Silva (un abogado y académico conservador de gran peso en la vida política del país y reemplazo de M iguel Antonio Caro en la dirección del periódico El Tradicionalista) como demasiado diferentes al lenguaje “correcto” que quería promover y que se manejaba en la cuidad y en el pequeño círculo intelectual del que él formaba parte. En ese sentido, el lenguaje de los sectores. 10. Se respetará la ortografí a de los textos originales.. 20.

(25) populares (del vulgo), debía ser, sin duda, “incorrecto” y por lo tanto su aparición en el texto escrito debía ser reconocida como un error, como algo definitivamente inapropiado. Visto desde esta perspectiva, no debe sorprendernos que M artínez no haya encontrado en Manuela una propuesta con respecto al lenguaje literario, propuesta que desafía ese miedo a lo “vulgar” y a lo “incorrecto”. Lo que sí resulta sorprendente es que ya en el siglo XX algunas de las críticas que se le hicieron a Manuela hayan seguido recorriendo el mismo terreno, como si la crítica literaria colombiana se hubiera congelado en el tiempo. En su libro La literatura colombiana (1918), Antonio Gómez Restrepo hace la siguiente afirmación sobre Manuela: “El estilo de Díaz es descuidado e incorrecto, pero expresivo y pintoresco, y tiene rasgos que revelan hasta qué altura hubiera podido elevarse don Eugenio con una más completa educación de su talento” (94). El comentario de Gómez evidencia una lectura de la crítica de Vergara y Vergara y, posiblemente, también de M artínez Silva. Cabe preguntarse hasta qué punto hay detrás de la crítica de Gómez Restrepo un estudio riguroso de Manuela, o sólo un tránsito por los caminos de las “autoridades” que hablaron sobre el tema (sobre todo si nos fijamos en la similitud que hay en las apreciaciones, e incluso en los adjetivos utilizados).. 1.3 Demóstenes: Parodia de un “señorito bogotano” Los personajes de Manuela son otro elemento que, como el lenguaje, parecen albergar una serie de propuestas. Aunque no me detendré a estudiar todos los personajes de la obra, hay algunos que no se pueden pasar por alto. Empezaré por don Demóstenes, uno de los personajes más importantes de la novela y también uno de los más presentes. Demóstenes es un viajero bogotano que desconoce por completo la realidad rural de su país y que se sorprende con todo lo que va encontrando durante su estadía en La Parroquia. La primera imagen que tenemos de este 21.

(26) personaje es la de un letrado que lleva sus libros a todas partes y se queja por la incomodidad de las posadas neogranadinas, añorando el progreso y la civilización que encontró en de los pueblos de Estados Unidos. Este viajero letrado rápidamente se interesa por entablar una conversación con Rosa para conocer su vida y la de La Parroquia. Este último es un ras go muy característico de los letrados que pertenecían a la generación de la Comisión Corográfica, quienes emprendían viajes por La nueva Granada con el ánimo de conocer su país y las costumbres de sus habitantes. En Demóstenes esta característica se mantiene hasta el final de la novela. Demóstenes siempre está buscando hablar con todos los personajes que conoce, mostrando un gran interés por sus vidas y sus opiniones. A través de las conversaciones que tiene este viajero con los trapicheros, los habitantes del pueblo, el cura y los hacendados, se abre el espacio en la novela para que conozcamos los diferentes discursos y lenguajes que conviven en La Parroquia y sus alrededores. La inclinación política de Demóstenes es una de las características que más rápidamente conocemos de este personaje. Tanto el narrador como el mismo Demóstenes señalan la inmensa fe que tiene el personaje en las ideas del liberalismo radical. M uy temprano en la novela (Cap. III) sale a la luz el pensamiento político de Demóstenes y su firme convicción en que el futuro de la Nueva Granada está en la educación letrada, el progreso tecnológico y científico, el cultivo de la razón (libre de cualquier dogma religioso) y la libertad individual. El mismo Demóstenes dice sobre sí mismo: “…tengo un corazón liberal, liberal, liberal” (73). Desde el capítulo III también empezamos a percibir el deseo de Demóstenes de “ilustrar” al pueblo iletrado, haciéndole entender la importancia de los valores liberales en los que él tan firmemente cree. Esta idea de enseñar y “civilizar” al pueblo se presenta en Demóstenes de manera un poco obsesiva. Cualquier situación le parece apropiada al personaje para exponer sus convicciones políticas. Por supuesto, los referentes de civilización de don Demóstenes son los mismos de los de la mayoría de los ciudadanos letrados del siglo XIX en Hispanoamérica: Europa y Estados Unidos. Esta fe en el 22.

(27) progreso y su admiración por la cultura europea se revelan en escenas como la que encontramos en el capítulo IX, en donde M anuela le enseña a Demóstenes un baile popular para las fiestas de San Juan. Dice Demóstenes a la joven: -Es lo que te digo […] lo que se debe aprender es la varsoviana, el strauss y la polka que son los bailes de alto tono, y dejarse de los usos retrógrados de los pueblos semisalvajes. No hay que poner estorbo a los adelantos del siglo. (94). En un principio, Demóstenes se nos presenta como un típico letrado capitalino que predica sus ideales sin conocer realmente el país en el que vive. Su imagen de letrado está construida, a menudo, a partir de situaciones que se tornan cómicas y que terminan revelando lo inapropiado y hasta el carácter un poco ridículo de su proyecto liberal “civilizador”. Una escena en donde esto se hace muy visible es el segundo encuentro de don Demóstenes y Rosa, el cual tiene lugar en el trapiche El Retiro. Rosa le dice a don Demóstenes que es “enemiga de la clase de botas”, a lo cual el bogotano responde: “-Yo me alegro de que tú seas socialista […] ¿De dónde has tomado lecciones de tanto progreso?” Y sigue diciendo: “¿Quién te ha enseñado que la riqueza acumulada en ciertas clases privilegiadas […] es contraria al espíritu de la democracia?”(103). En seguida Rosa le manifiesta que no le ha entendido nada y le explica el por qué de su enemistad: “- Es porque usted no sabe que un rico me acarició para reírse de mí y para desecharme luego, quitarme la estancia y arruinar a mi familia” (104). La respuesta de Rosa introduce un giro a la situación que evidencia lo inapropiado del comentario de Demóstenes, haciendo visible su ingenuidad con respecto al mundo real. A través de este tipo de situaciones, la figura del liberal letrado, que intenta organizar el mundo a partir de un discurso que ha aprendido en los libros empieza a presentarse, no sólo ingenua, sino también ridícula, precisamente por su impertinencia.. 23.

(28) No obstante, esto comienza a cambiar en la segunda mitad de la novela. A medida que Demóstenes conoce la realidad política y social de La Parroquia se sorprende por la gran distancia que hay entre lo que él imaginaba de un pueblo de la Nueva Granada durante un gobierno liberal y lo que realmente se encuentra allí. Cuando conoce la situación de sometimiento de los arrendatarios y trapicheros, exclama indignado: “-¡Oh! ¡los señores feudales! […] ¡Y en el siglo XIX y bajo un gobierno más democrático que el de los Estados Unidos! ¡M e horrorizo, me espanto de ver que así se desprecie la constitución!”(106). Esta sorpresa de don Demóstenes se convierte gradualmente en un reconocimiento de su ingenuidad con respecto a lo que creía que era la Nueva Granada. En el capítulo XVII oímos a don Demóstenes decirle al cura: “-Yo creía cándidamente que todas esas leyes que se dan en el congreso y todos esos bellísimos artículos de la constitución eran la norma de las parroquias, y que los cabildos eran los guardianes de las instituciones; pero estoy viendo que suceden cosas muy diversas de lo que se han propuesto los legisladores” (200). La pobreza y la injusticia que encuentra don Demóstenes dejan gradualmente una huella en el personaje. El bogotano empieza a perder la inocencia que enmarcaba sus convicciones iniciales, y poco a poco entiende que hay en la Nueva Granada un problema social mucho más complejo de lo que podría parecer en los textos escritos y leídos desde la capital. La figura del intelectual citadino, convencido de las virtudes del pensamiento liberal, empieza a matizarse en la novela, a partir del desengaño paulatino que experimenta Demóstenes. “A medida que Demóstenes gana experiencia en los hechos diarios de la vida rural de la Colombia de mediados del siglo XIX, va entendiendo las diferencias entre la nación que conoce a través de la constitución y la leyes, y la nación rural inmersa en la cultura oral…” (Williams 83). En medio del conflicto de La Parroquia, el personaje se ve envuelto en situaciones inesperadas que nunca habrían podido ser contempladas por su “corazón liberal, liberal”. En el 24.

(29) capítulo XVII, cuando los manuelistas, los hacendados y don Demóstenes logran capturar a Tadeo, quien intenta escapar, y lo llevan amarrado a la cárcel “como si fuera un carnero”, el bogotano se siente muy afligido por haber tenido que contribuir en el proceso de quitarle la libertad a un ciudadano. Con respecto a esto el narrador comenta: Lo que a éste [Demóstenes] lo tenía más triste era el considerar el extremo a que había llegado por su participación en los asuntos de la parroquia, y la revolución completa de sus ideas […] se hallaba en absoluta contradicción con sus principios radicales. ¿Pero qué iba a hacer don Demóstenes? Los tigres no se amansan con grano como las palomas. (199) Las situaciones a las que se enfrenta Demóstenes en La Parroquia provocan un conflicto en el personaje, pues hacen que sus acciones e ideales se contradigan. Así el personaje de Demóstenes se despoja gradualmente del carácter un poco ridículo que cargaba al principio de la novela. Al final nos encontramos con un Demóstenes mucho más real, menos caricaturesco, un personaje más serio que ha sufrido un proceso a través del cual ha desvirtuado y cuestionado algunos de sus juicios y convicciones iniciales. Vale la pena mencionar aquí el análisis de Demóstenes que hace Seymour M enton en su texto La novela colombiana: planetas y satélites. En él, el autor señala el parecido que hay entre don Quijote y don Demóstenes. Dice, por ejemplo, que hay grandes similitudes entre las relaciones que tienen el bogotano y su criado y el caballero de La M ancha y Sancho Panza. Sin duda, estas son relaciones que se pueden establecer y que, muy probablemente, Díaz tuvo en mente durante la creación del personaje de Demóstenes. También encontramos situaciones en Manuela que, aunque no tendrían una equivalencia directa con episodios de Don Quijote, podrían calificarse de quijotescas 11.. 11. Un ejemplo de ésto lo vemos en el capítulo X, en el que don Demóstenes le hace una visita a Clotilde, la hija de un hacendado y a quien quiere seducir. En él, el bogotano caza una guacharaca para l a joven y al entregárs ela ella se enfurece y se pone muy triste, porque el ave era su mascota.. 25.

(30) “Es precisamente ese ‘perfil ficticio’ y el aspecto a veces ridículo que explican la caracterización de don Demóstenes: es una especie de don Quijote” (M enton 57). Esta afirmación de M enton puede llegar a ser muy discutible. En primer lugar, sugiere que el personaje de Demóstenes es sólo el resultado de la intención de Díaz de hacer una especie de don Quijote, lo cual ignora por completo el contexto, tanto histórico como de la novela, en el que está inmerso este personaje. En segundo lugar, la afirmación de M enton encierra la idea de que si vemos a Demóstenes como “un Quijote bogotano”, entonces el personaje se “salva” de su carácter a veces ridículo y cómico. Aunque es necesario señalar que M enton hace esta afirmación con el ánimo de discutir con aquellos críticos que “… no han sabido apreciar debidamente la caracterización de don Demóstenes” (M enton 57) y han calificado al personaje como “poco encarnado,” la propuesta del autor deja de lado muchos aspectos del personaje, en su afán de “defenderlo”. Por ejemplo, no tiene en cuenta la transformación que va sufriendo Demóstenes a lo largo de la novela. Por otra parte, resultaría más enriquecedor para el análisis de Manuela cambiar el ángulo desde el que se pueden estar formulando las preguntas. Con esto me refiero a que en lugar de preguntarnos cómo se puede “justificar” el carácter ridículo y caricaturesco que percibimos en Demóstenes, podríamos preguntarnos más bien cómo se presenta ese carácter ridículo, qué tanto hay de ironía en él, qué matices tiene y qué propuesta puede haber detrás de este personaje. Lejos de ser una falencia de la novela o una incapacidad del autor para configurar personajes “bien encarnados”, el personaje de Demóstenes introduce un elemento de parodia e ironía, que es central en Manuela. La imagen del liberal letrado bogotano, miembro de la ciudad letrada, tan importante en el siglo XIX, se ve “desacralizada” a través de las situaciones ridículas y cómicas en las que vemos a Demóstenes. Si pensamos que tanto la historia de Manuela como su escritura y su publicación ocurrieron durante el Olimpo Radical en Colombia, esta parodia empieza a cobrar más sentido. Según Williams, Demóstenes “…podría verse como la 26.

(31) personificación de aquella fase histórica de dominación liberal de los años 1850 a 1870 […] [en donde] la cosmovisión liberal del momento en nada reflejaba las realidades económicas, sociales y políticas” (83). Visto desde esta perspectiva, el personaje de Demóstenes es una parodia del “señorito bogotano”, por lo menos durante la primera parte de la novela. Vemos en Demóstenes a un capitalino letrado con ideales liberales que pretende educar al pueblo “bárbaro”, sin conocer el país en el que vive; un liberal para quien la libertad y la democracia son valores supremos, pero a quien le parece intolerable que su novia sea católica. A través de este liberal que alberga una serie de contradicciones, unos visos de un orden autoritario, se está haciendo un señalamiento de la figura del letrado urbano del siglo XIX. Sin embargo, no podemos olvidar el proceso que sufre este liberal letrado que sí se atreve a conocer la realidad rural de su país. Finalmente, Demóstenes se devuelve a Bogotá para arreglar su relación con su novia católica, siendo consciente de que la constitución no está hecha para el país real, al cual en últimas se desconoce en la capital.. 1.4 Una mujer dueña de su propia voz A pesar de que algunos críticos como Williams y M enton han señalado que el protagonista de la novela de Díaz es Demóstenes, cuando se analiza el personaje de M anuela esta afirmación se vuelve difícil de sostener. M anuela es un personaje de una fuerza arrolladora, que fácilmente atrapa nuestra atención en la narración. Es una joven de diecisiete años, con un carácter fuerte y unas convicciones firmes. A pesar de no ser letrada, M anuela sostiene largas discusiones con Demóstenes acerca de temas como la igualdad y el futuro social y político del país, y es la principal defensora de su cultura y tradiciones locales. Esta joven es quien más frecuentemente cuestiona los ideales liberales utópicos del bogotano, desde sus fundamentos más esenciales, con argumentos que retan el discurso letrado del viajero. Por ejemplo, es ella quien más cuestiona las 27.

(32) contradicciones de don Demóstenes con respecto a la igualdad y la tolerancia. Cuando estos dos personajes discuten sobre lo inaceptable que le parece a Demóstenes que su novia Celia sea católica, le dice M anuela: “- M uy bien, ¿no es tolerante usted? ¿O es que usted solamente da la tolerancia para que lo toleren, pero no para tolerar, o cómo es eso? […] Ya verá cómo ni usted ni don Alcibíades ni don Tadeo son tales liberales, porque del decir al hacer hay mucho que ver” (296). A través de la inteligencia de M anuela y de sus habilidades de expresión, la novela hace de un personaje rural de la Nueva Granada (además mujer y no letrada) un interlocutor válido, capaz de hacer aportes importantes al proyecto de nación, algo casi impensable en el siglo XIX. M anuela es una mujer que opina y decide sobre su vida, maneja su propia voz (Ortiz 147). Así, por ejemplo, ella decide casarse con Dámaso, a pesar de la persecución de Tadeo, y lleva su decisión hasta las últimas consecuencias. M aría M ercedes Ortiz nota que el aspecto físico de M anuela es uno de los elementos que reflejan el tipo de mujer que está proponiendo la novela de Díaz (en oposición a María): “…La fuerza, vitalidad y salud de M anuela, el amplio uso que hace de su cuerpo al trabajar, caminar, bailar, etc., contrastan con el cuerpo lánguido y enfermo de M aría que casi nunca sale de su casa” (147). Vale la pena notar que, a diferencia de lo que podría esperarse de una joven en el siglo XIX, M anuela es una mujer que no depende de ningún hombre, en ningún sentido; es una mujer trabajadora, responsable de su casa y una importante consejera y defensora de los habitantes de La Parroquia. En su relación con Dámaso, es ella quién decide qué deben hacer, cuándo y a dónde deben huir durante la persecución de Tadeo. Tampoco tiene un padre que la “guíe” o que decida sobre su vida, como ocurre en María. Con todas estas cualidades, M anuela no sólo se convierte en una mujer que sale al terreno público (usualmente reservado para el hombre) 12, sino que también se hace líder social y político de La Parroquia.. 12. Ver González Stephan, Beatriz. “ Modernización y disciplinamiento”, 441-442.. 28.

(33) 1.5 Las mujeres “de carne y hueso” en Manuela No hay en La Parroquia ni un atisbo de la mujer “idealizada” del siglo XIX. La mujer prudente, recatada, tímida, frágil, obediente, dependiente y doméstica está completamente ausente y es cuestionada a través de los personajes femeninos en la novela de Díaz, especialmente a través de M anuela. Ninguna de las mujeres de La Parroquia podría ser vista como “el ángel del hogar” (tomando la expresión de González Stephan). Sin lugar a dudas, Manuela es una novela de personajes femeninos que tienen una voz, hacen denuncias y expresan su posición política: M anuela, Patrocinio, Cecilia y M arta en La Parroquia; Pía, Rosa y M atea, trabajando en los trapiches; la Lámina en Bogotá; M elchora viviendo en el monte; Clotilde y Juanita, las hijas de los hacendados. Con respecto esto Pineda afirma que las mujeres en Manuela son personajes ampliamente caracterizados, lo cual contrasta con los personajes femeninos que encontramos en otras novelas de la época como Yngermina o La hija del Calamar (yo añadiría, María), en donde las mujeres se dibujan a través de “…clichés y metáforas desgastadas alrededor de temas como el honor, el recato, la pureza, la belleza…” (Pineda 149). Lejos de encontrar íconos marianos (como en la novela de Isaacs), “en Manuela, las mujeres son de carne y hueso…” (Pineda 149). Tal vez las dos mujeres de La Parroquia que nos podrían llegar a parecer cercanas a la mujer “idealizada” del siglo XIX son Clotilde y Juanita. Estas dos hijas de hacendados han tenido una educación letrada, y sabemos que son lectoras de novelas románticas. Son mujeres hermosas que guardan un comportamiento “decente y recatado”, de “corazón sensible”, y frecuentemente se abandonan al llanto. Aunque sus conversaciones se centran en sus líos amorosos con caballeros que las cortejan a través de cartas, vemos en ellas dos características que las alejan del ideal de “ángel del hogar”. En primer lugar, son mujeres inteligentes que trabajan en su hacienda 29.

(34) y organizan el trabajo de los trapicheros. En segundo lugar, son jóvenes perfectamente enteradas de la situación política de su país. A pesar de su acomodada posición, se lamentan por las injusticias sociales que perciben en el sistema, el sufrimiento de las mujeres trapicheras y la situación de guerra en la Nueva Granada. Sus conversaciones terminan siempre convirtiéndose en discusiones sobre política (como las de sus padres), en las que expresan agudas críticas al gobierno y a la posición que ocupa la mujer en la sociedad. Un elemento que atraviesa a los personajes femeninos en Manuela es que todas ellas son víctimas. Las mujeres de La Parroquia y de los trapiches son víctimas de la violencia política, de la injusticia y del abuso del gamonal, y éstas últimas también del abuso de los hacendados y de la violencia de sus esposos; Celia y sus hermanas, miembros de la élite capitalina, son víctimas del desplazamiento durante la guerra bipartidista y de la autoridad de su padre; Juanita y Clotilde se quejan de la marginalidad de la mujer en su sociedad. “Ya sean madres, esposas, amantes, peonas burladas, ricas hacendadas, recatadas damas de alcurnia, son víctimas, por lo general, de la intransigencia masculina de la época, de la norma varonil que les exigía un honor mal entendido; de la manipulación masculina cruel e injusta” (Pineda 149). A pesar de la fuerza de estas mujeres y de su espíritu de lucha, la realidad social y política del país termina siempre agrediéndolas a ellas en primer lugar. En ese sentido, la novela de Díaz está haciendo un señalamiento acerca de la vulnerabilidad de la mujer en medio de un orden patriarcal intolerante que se extiende a todos los círculos sociales de la Nueva Granada. Pineda y Ortiz llevan esta idea a un nivel alegórico. Los críticos señalan que, a través de estas mujeres, hay en Manuela una denuncia del abandono, el abuso, la violencia y la injusticia de la que es víctima toda la nación, debido al orden político y social bajo el cual ésta se ha pretendido conformar. Dice Ortiz: “Las mujeres atropelladas y dolidas parecen personificar a la Colombia del siglo XIX, azotada por las guerras civiles y los conflictos partidistas” (146). Por su 30.

Referencias

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