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La Iglesia es en este mundo, el sacramento de salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres.

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Academic year: 2021

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La palabra iglesia viene de la palabra griega ―Ekklesia‖ que significa ―una asamblea‖ o ―una convocatoria.‖ La raíz del significado de la palabra ―iglesia‖ no es un edificio, sino la gente. Es irónico que cuando le preguntas a la gente a cuál iglesia asisten, usualmente ellos dicen, Bautista, Metodista, u otra denominación. Muchas veces ellos se refieren a una denominación o un edificio. Romanos 16:5 dice, ―Saludad también a la iglesia de su casa....‖ Pablo se refiere a la iglesia ―en su casa,‖ - no a un edificio que alberga la iglesia, sino al cuerpo de creyentes.

La iglesia universal es la iglesia formada por todos los que tienen una relación personal con Jesucristo. 1 Corintios 12:13-14 dice, ―Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos.‖ Aquí vemos que cualquiera que ha depositado su fe en Jesús es parte del Cuerpo de Cristo. La iglesia de Dios verdadera no es ningún edificio de iglesia o denominación. La iglesia universal de Dios la forman todos aquellos que han recibido la salvación a través de la fe en Jesucristo.

La Iglesia es en este mundo, el sacramento de salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los hombres.

La Iglesia es el Pueblo de Dios porque Él quiso santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sino constituyéndolos en un solo pueblo, reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

La Iglesia es cuerpo de Cristo porque, por medio del Espíritu, Cristo muerto y resucitado une consigo íntimamente a sus fieles. De este modo los creyentes en Cristo, en cuanto íntimamente unidos a Él, sobre todo en la Eucaristía, se unen entre sí en la caridad, formando un solo cuerpo, la Iglesia. Dicha unidad se realiza en la diversidad de miembros y funciones. La Iglesia es llamada templo del Espíritu Santo porque el Espíritu vive en el cuerpo que es la Iglesia: en su Cabeza y en sus miembros; Él además edifica la Iglesia en la caridad con la Palabra de Dios, los sacramentos, las virtudes y los carismas.

La Iglesia es una: tiene un solo Señor; confiesa una sola fe, nace de un solo Bautismo, no forma más que un solo Cuerpo, vivificado por un solo Espíritu, orientado a una única esperanza (cf Ef 4, 3-5) a cuyo término se superan todas las divisiones.

La Iglesia es santa: Dios santísimo es su autor; Cristo, su Esposo, se entregó por ella para santificarla; el Espíritu de santidad la vivifica. Aunque comprenda pecadores, ella es "ex maculatis immaculata" ("inmaculada aunque compuesta de pecadores"). En los santos brilla su santidad; en María es ya la enteramente santa. La Iglesia es católica: Anuncia la totalidad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada a todos los pueblos; se dirige a todos los hombres; abarca todos los tiempos; "es, por su propia naturaleza, misionera"

La Iglesia es apostólica: Está edificada sobre sólidos cimientos: "los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14); es indestructible (cf Mt 16, 18); se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el colegio de los obispos.

"La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica... subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad " (LG 8).

Los fieles son aquellos que, incorporados a Cristo mediante el Bautismo, han sido constituidos miembros del Pueblo de Dios; han sido hecho partícipes, cada uno según su propia condición, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, y son llamados a llevar a cabo la misión confiada por Dios a la Iglesia. Entre ellos hay una verdadera igualdad en su dignidad de hijos de Dios

Cristo instituyó la jerarquía eclesiástica con la misión de apacentar al Pueblo de Dios en su nombre, y para ello le dio autoridad. La jerarquía está formada por los ministros sagrados: obispos, presbíteros y diáconos. Gracias al sacramento del Orden, los obispos y presbíteros actúan, en el ejercicio de su ministerio, en nombre y en la persona de Cristo cabeza; los diáconos sirven al Pueblo de Dios en la diaconía (servicio) de la palabra, de la liturgia y de la caridad.

Los fieles laicos tienen como vocación propia la de buscar el Reino de Dios, iluminando y ordenando las realidades temporales según Dios. Responden así a la llamada a la santidad y al apostolado, que se dirige a todos los bautizados. Los fieles laicos tienen como vocación propia la de buscar el Reino de Dios, iluminando y ordenando las realidades temporales según Dios. Responden así a la llamada a la santidad y al apostolado, que se dirige a todos los bautizados.

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Conozco que soy introvertido, y necesito fortalecer la autoestima y seguridad en mi mismo, por lo que hice preguntas sobe el asunto, y algunas de las respuestas son: Para fortalecer la autoestima y seguridad, lo mejor es comenzar a tomar decisiones individualmente, siendo consecuente con los resultados, sean los que sean. Hay que empezar con cuestiones sin importancia y luego asumir cada vez más responsabilidad. Paralelamente, indagar en el interior y conocer cuáles son mis verdaderas limitaciones y potencialidades. Poco a poco me he dado cuenta de que el miedo es una limitación mental que no aporta nada bueno ni constructivo.

Se que es muy importante tener amigos para crecer como persona, pero sin dejar de hacer las cosas que a uno le gustan. Aunque vaya en contra del pensamiento general del grupo, hay que aprender a tomar nuestras propias decisiones. La verdadera confianza no la da formar parte de algo, sino que es el resultado de ser uno mismo, aunque tenga que pasar por momentos de soledad.

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Hay que dejar de ver la botella medio vacía para verla medio llena. Los pensamientos negativos generan automáticamente emociones negativas, que a su vez condicionan de forma negativa la conducta. Hay que salir de este círculo vicioso y aprender a enfrentar a la adversidad de manera positiva. Sonreír puede convertirse en el mejor aliado frente al miedo. Hay que recordar que la inseguridad es una consecuencia de la obsesión por sentirme seguro en un mundo que no lo es. La incertidumbre es inherente a la existencia. Para afrontarla, hay que hacer uso de valentía y confiar más en mi mismo. Sólo así podré confiar más en la vida. Todo lo que me sucede es lo que necesito para aprender a vivir sin miedo.

Dejar de decir "no sé" cuando hablo. Debo intentar ser consciente cuando comparto lo que pienso con otras personas. Los demás podrán estar o no de acuerdo con lo que digo, pero no debo dejar que la inseguridad reste credibilidad a mis argumentos o afirmaciones. No se trata de compartir certezas, sino de intercambiar puntos de vista enriquecedores. Lo que pienso tiene el mismo valor que lo que piensan los demás. No debo sabotearme a mi mismo.

En América Latina

Argentina: Nuestra Señora de Luján

Bolivia: Nuestra Señora de Copacabana

Brasil: Nuestra Señora de Aparecida

Chile: Virgen del Carmen de Maipú

Colombia: Nuestra Señora de Chiquinquirá

Costa Rica: Nuestra Señora de los Ángeles

Cuba: Virgen de la Caridad del Cobre

Ecuador: Nuestra Señora del Quinche

El Salvador: Nuestra Señora de la Paz

Guatemala: Nuestra Señora del Rosario

Honduras: Virgen de Suyapa

México: Nuestra Señora de Guadalupe

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Paraguay: Nuestra Señora de Caacupé

Perú: Nuestra Señora de la Evangelización

Puerto Rico: Nuestra Señora de la Divina Providencia

República Dominicana: Nuestra Señora de las Mercedes

Uruguay: Virgen de los Treinta y tres

Venezuela: Nuestra Señora de Coromoto

En España

Nuestra Señora de la Franqueira

Nuestra Señora de la Rogativa

Nuestra Señora de las Lágrimas

Nuestra Señora de las Nieves

Nuestra Señora de los Desamparados

Nuestra Señora de los Dolores-Murcia

Nuestra Señora de los Dolores de Hellín

Nuestra Señora del Pilar

Nuestra Señora del Rosario de Hellín

Santa María de la Arrixaca

Santa María de la Merced

Virgen de la Peña

Virgen del Azahar

Virgen del Carmen de Beniajan

Virgen de Rosell

Advocaciones Marianas en Europa

*Virgen Desatanudos

*Nuestra Señora de Beauraing .*Virgen de los Pobres *Reina de la Paz *Majka Bozja Bistricka .*Nuestra Señora de Lourde *Virgen del Pilar

*Nuestra Señora de la Gracia *Nuestra Señora de Knock

*Nuestra Señora de las Nieves *Virgen de Loreto

*Nuestra Señora del Buen Consejo. *Nuestra Señora de todas las Naciones *Madre de la Misericordia

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*Virgen de Fátima *Virgen de Kazan

ASIA

Indiala Virgen María es honrada bajo la advocación de Nuestra Señora de la Salud de Velankany, China como Nuestra Señora de Sheshan,

Japón como Nuestra Señora de Akita.

AFRICA

N. Señora del Inmaculado Corazón de María en Angola N. Señora de Africa en Ceuta

N. Señora de Camerún

La constitución sobre la Iglesia -Lumen gentium-, que fue el segundo texto conciliar, debería considerarse vinculada interiormente a la anterior: Sacrosanctum Concilium. La Iglesia se deja guiar por la oración, por la misión de glorificar a Dios. La eclesiología, por su naturaleza, guarda relación con la liturgia. Y, por tanto, también es lógico que la tercera constitución -Dei Verbum- hable de la palabra de Dios, que convoca a la Iglesia y la renueva en todo tiempo. La cuarta constitución -Gaudium et spes- muestra cómo se realiza la glorificación de Dios en la vida activa, cómo se lleva al mundo la luz recibida de Dios, pues sólo así se convierte plenamente en glorificación de Dios.

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Ahora bien, por lo que atañe a la eclesiología de la Lumen gentium, han quedado ante todo en la conciencia de la gente algunas palabras clave: la idea de pueblo de Dios, la colegialidad de los obispos como revalorización del ministerio episcopal frente al primado del Papa, la revalorización de las Iglesias locales frente a la Iglesia universal, la apertura ecuménica del concepto de Iglesia y la apertura a las demás religiones; y, por último, la cuestión del estado específico de la Iglesia católica, que se expresa en la fórmula según la cual la Iglesia una, santa, católica y apostólica, de la que habla el Credo.

El documente alude a que la Iglesia no existe para sí misma, sino que debería ser el instrumento de Dios para reunir a los hombres en torno a sí, para preparar el momento en que "Dios será todo en todos" (1 Co 15, 28).

Quien quiere comprender la orientación de la eclesiología conciliar, no puede olvidar los capítulos 4-7 de la constitución Lumen gentium, en los que se habla de los laicos, de la vocación universal a la santidad, de los religiosos y de la orientación escatológica de la Iglesia. En esos capítulos se vuelve a destacar una vez más el objetivo intrínseco de la Iglesia, lo que es más esencial a su existencia: se trata de la santidad, de cumplir la voluntad de Dios, de que en el mundo exista espacio para Dios, de que pueda Dios habitar en él y así el mundo se convierta en su "reino". La santidad es algo más que una cualidad moral. Es el habitar de Dios con los hombres, de los hombres con Dios, la "tienda" de Dios entre nosotros y en medio de nosotros (cf. Jn 1, 14). Se trata del nuevo nacimiento, no de carne ni de sangre, sino de Dios (cf. Jn 1, 13). La orientación a la santidad es lo mismo que la orientación escatológica, y de hecho ahora esa orientación a la santidad, a partir del mensaje de Jesús, es fundamental para la Iglesia. La Iglesia existe para convertirse en morada de Dios en el mundo, siendo así "santa": por ser más santos se debería competir en la Iglesia, y no sobre mayores o menores derechos de precedencia, ni sobre quién debe ocupar los primeros lugares. Y todo esto, una vez más, se halla recogido y sintetizado en el último capítulo de la constitución sobre la Iglesia, que trata de la Madre del Señor.

La Iglesia es virgen y madre, fue concebida sin pecado y lleva el peso de la historia, sufre y, a pesar de eso, ya está elevada a los cielos. En el curso del desarrollo sucesivo se revela muy lentamente que la Iglesia es anticipada en María, es personificada en María y que, viceversa, María no es un

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individuo aislado, cerrado en sí mismo, sino que entraña todo el misterio de la Iglesia. La persona no está cerrada de forma individualista y la comunidad no se comprende de forma colectivista, de modo impersonal; ambas se superponen recíprocamente de forma inseparable.

LOS LAICOS

1. Estatuto propio de los laicos en la Iglesia (LG 31-33)

Introducción (LG 30): se habla de «estado» de los religiosos y el clero siguiendo una óptica histórico-jurídica clásica de la Iglesia entendida como sociedad con «estados» —que posteriormente se calificarán, y mejor, como «condiciones» (LG 43)—. Se subraya con fuerza teológica que «los pastores no asumen ellos solos» la misión de la Iglesia y que su «función es reconocer los servicios y carismas de los fieles».

La peculiaridad de los laicos (LG 31): texto central del capítulo IV donde se afirma la peculiaridad de los laicos en estrecha conexión con los religiosos y los presbíteros, por medio de una «descripción tipológica», según la misma explicación conciliar. Por un lado, los laicos, negativamente, no son ni religiosos ni tienen el orden sagrado; por otro lado, positivamente, su identidad surge del bautismo, que les hace participar a su manera de las tres funciones mesiánicas de Cristo (sacerdotal, profética y real) y, «en la medida que les pertenece», realizan la misión de la Iglesia.

De ahí surge la famosa expresión sobre lo que es «propio y peculiar» de los laicos —no «exclusivo», tal como el texto conciliar previo decía—, que es su «carácter secular» (indoles secularis): es decir, los laicos son primariamente «Iglesia en el mundo». Negativamente, se recuerda que los «clérigos» deben dedicarse «principalmente» a su ministerio, y que los «religiosos» por vocación y opción dan relieve a la «transfiguración y ofrenda» del mundo a Dios. Por esto, positivamente, los laicos tienen «la vocación propia de buscar el reino de Dios tratando las cosas temporales y ordenándolas hacia Dios», y así privilegian su relación de «vivir en el siglo..., en las condiciones ordinarias de la vida...».

El valor de la condición laical (LG 32-33). Se afirma significativamente que en la Iglesia «la dignidad de los miembros es común» (LG 32) y que, por tanto, los laicos participan propiamente de «la misión salvífica de la Iglesia» y no por delegación o sustitución. Se recuerda, además, que los laicos «pueden ser llamados de distintas maneras a una colaboración más directa con la jerarquía», así como ser convocados a ejercer «ciertos cargos eclesiásticos(munera ecclesiastica)». Afirmación que está en la

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base del desarrollo posconciliar de los llamados «servicios y ministerios confiados a laicos».

2. Las tres funciones de los laicos: sacerdotal, profética y real (LG 34-36)

La participación en la misión sacerdotal (LG 34): repite elementos de LG 10-11, y se habla de sacerdocio «espiritual» en sentido fuerte gracias a las cuatro referencias explícitas que se hacen al Espíritu Santo; «sacerdocio» que se ejerce de forma prevalente con una vida santa. Todo esto hace posible «consagrar el mismo mundo a Dios», frase en la que resuena la expresión tradicional de la consecratio mundi como tarea propia del laicado (M. D. Chenu).

La participación en la misión profética (LG 35): texto con notables reflexiones teológicas en el que se cita de nuevo el sensus fidei (LG 12), al que se une «la gracia de la palabra (gratia verbi)» como don para poder comunicar la propia experiencia de fe, unida «al testimonio de su vida y a la fuerza de la palabra». En este contexto aparecen mencionados particularmente el matrimonio y la familia por su carácter profético. Finalmente, se recuerda la ayuda que los laicos pueden realizar en «algunos oficios sagrados (qf ficia sacra)», y se invita a todos para que conozcan «más profundamente la verdad revelada», primer texto del Vaticano II en el que se habla de una teología abierta a todos.

La participación en la misión real (LG 36): se ofrecen principios que desarrollará la Gaudium et spes. Así, la libertad cristiana es calificada como «real» por su carácter de servicio para la promoción de los valores humanos. A su vez, se afirma la autonomía de las cosas temporales, que se fundamenta en la creación. Finalmente, se indica que el lugar decisivode la autonomía «secular» del mundo es «la conciencia cristiana» formada a la luz del Evangelio que debe armonizar el ser miembro de la Iglesia con el ser ciudadano del mundo.

Las relaciones con la jerarquía y con el mundo (LG 37-38): de forma insistente y casi enfática se trata de la relación con el clero y se subraya el diálogo, el derecho de los laicos a «manifestar su opinión», el sentido de obediencia, «el trato familiar», «la justa libertad»..., todo en una perspectiva de comunión en clave de comunicación «interna». El número final (LG 38) cierra el capítulo con la famosa expresión de la Carta a Diogneto: «Lo que el alma es al cuerpo, así han de ser los cristianos en el mundo».

Capítulo V

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A partir de aquí la Lumen gentium cambia de estilo y sus aportaciones deben ser vistas de forma más global y referidas a la totalidad del capítulo. De hecho, la atención a la nota de la santidad fue una de las constantes del proyecto conciliar. Por esto el que este capítulo se encuentre entre el de los laicos y el de los religiosos depende de contingencias conciliares, puesto que con toda propiedad debería integrarse en la tractación del pueblo de Dios del capítulo II.

La principal novedad se encuentra en LG 41, donde se habla de la variedad de caminos de santificación, aún fuera del estado religioso, tal como ha acontecido en la etapa posconciliar. LG 39-40 introduce el tema de la vocación a la santidad en la Iglesia, y LG 42 concluye tratando sobre los medios de santificación, entre los cuales privilegia los «consejos evangélicos» que son presentados corno «múltiples», y no sólo los tres clásicos, entre los cuales la virginidad y el celibato tienen la primacía. Tales consejos son dirigidos a todos y la vida religiosa los atestigua de forma particular.

Hoy se ve claro que el Concilio Vaticano II no ha sido sólo un acontecimiento eclesial decisivo, sino que además él vive en la vida y misión de la Iglesia de estos tiempos de Nueva Evangelización.

Los dieciséis documentos del Concilio Vaticano II que produjo han venido marcando el norte para la marcha de la Iglesia de cara al siglo XXI . Durante el tiempo transcurrido hemos podido ser testigos de la impronta del Concilio en la vida de la Iglesia, y comprendemos tanto como valoramos el amplio horizonte que abre para las generaciones del presente y del mañana.

El Concilio no ha significado una relativización «según el espíritu secular» de «todo en la Iglesia: dogmas, leyes, instituciones, tradiciones», como algunos

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pretendían entonces y otros aún desdichadamente pretenden hoy. Los desvelos, palabras y ejemplos de los Sumos Pontífices Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI señalan claramente el horizonte por el que la gran palabra de entonces y de hoy, adquiere su auténtico sentido eclesial.

La Dei Verbum

Se trata de una Constitución dogmática, al igual que la Lumen gentium. La profundización sobre la divina Revelación constituye un don y una enseñanza autorizada que ilumina la marcha del Pueblo de Dios.

Especialmente cuando cierto relativismo y reduccionismo viene conduciendo a una crisis en la interpretación de la Palabra de Dios escrita, las luminosas enseñanzas de la Dei Verbum cobran una mayor importancia.

El día 18 de noviembre de 1965, en la octava sesión del Concilio, fue promulgada por el Papa Pablo VI la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación. Aparecía así uno de los documentos más breves y al mismo tiempo de más rica doctrina que ha promulgado el Concilio Vaticano II.

La Dei Verbum ha sido un documento de larga gestación. Desde el primer esquema hasta su redacción final hubo un recorrido en que el permanente afán por profundizar con fidelidad en temas tan densos se fue concretando hasta que se llegó finalmente a proponer «la doctrina auténtica sobre la Revelación y su transmisión: para que todo el mundo, con el anuncio de la salvación, oyendo crea, y creyendo espere, y esperando ame».

El alcance y valoración de ese proceso lo explica muy bien el Cardenal de Lubac: «En esta Constitución Dei Verbum se ventilan la idea de la Revelación lo mismo que los conceptos íntimamente ligados con ella, como son los conceptos de tradición e inspiración. Ésta era la primera vez que un concilio se ponía a estudiar "de una manera tan consciente y metódica las categorías más fundamentales y primordiales del cristianismo"».

Cuidadosamente examinada y revisada la Constitución vio finalmente la luz con una aprobación de la asamblea conciliar que manifestaba una práctica unanimidad. De los 2,350 Padres conciliares presentes, 2,344 votaron placet y sólo 6 votaron non placet. La promulgación de la Dei Verbum por el Papa Pablo VI ofrecía a la Iglesia un invalorable documento para guiar su camino de renovación.

Referencias

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