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EL SENTIDO COMÚN DEL AGUA

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Academic year: 2021

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EL SENTIDO COMÚN DEL AGUA

FELIPE ANGEL

Al abecedario del Paraná, que en los esteros de Rosario me dijo: Hablá…

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Bebe hasta saciar búsquedas y sed, báñate largo, úsala mucho, atájala poco, si quieres déjala correr por el simple verla o si debido al desnudo ser así te da por ahí repítela piel, tela no; tuya no es; tú eres ella y porcentualmente poco más; hoy limitan tu relación con ella; alegan que se va a acabar; oh, no, no, señoras y señores; ella, la bella, la de la elegancia simple, la más neutra de las presencias, la más madre de todas ellas, ella, el agua, no se va a acabar. Es mentira.

El agua que se puede acabar, el agua que se está acabando, es la de los acueductos e hidroeléctricas, la de tal o cual cuenca o vereda, no la del ciclo natural del agua, no la de la biosfera, no el agua como tal sino la del río cuyo cauce intervenimos y de eso como ciudad vivimos. La que bebes, la de tu ciudad, esa puede acabarse, cómo no y son necesarios esfuerzos varios para impedirlo; pero es una parte muy pequeña del agua dulce que hay en la Madre Tierra y del agua salada una mínima porción.

Equívoco de época que tenebroso penetra la normalidad estatuida narrativa de aquella ética

impoluta

de la racionalidad urbana, la que supone que lo que le atañe, en este caso el agua que ella usa, atañe por igual a los ciclos todos, a la biosfera misma, al Universo entre lares otros y por eso deduce que el agua se acaba cuando pasa poco de lo que pasar

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pasó en Ur, Nínive y urbes y lares otros en siglos inmensamente olvidados por la sed de Chichen Itzá. La ciudad se racionaliza engreimiento pero, en realidad, se constituye como un sistema abierto al que le entran y le salen flujos de energía, entre ellos el del agua que ingresa en un estado tal o cual pero que, casi siempre, sale más deteriorada, más contaminada, no apta para continuar funcionando una vez expulsada de la ciudad, no apta para proseguir su caminarse ciclo evaporado, condensado nube y luego devuelto a lo que por ello no es desierto.

El agua que sale de la urbe es un cadáver que le daña el caminado al ciclo natural del agua. La humanidad debe propiciar el ciclo del agua; la estabilidad climática de ello pende. La política global de uso mínimo del líquido vital atenta contra el ciclo natural del agua ya que impide que la que la ciudad devuelve al cauce o al mar tenga las condiciones físico-químicas para reintegrarse al ciclo natural del agua.

Además, la normalidad de época aplica esta política de uso mínimo del agua sobre una falsa premisa: alegan que se va a acabar, como si fuera un recurso no renovable; no lo es: es un ciclo, por favor. Seamos serios respecto a cómo andar anda este planeta. Desde hace millones y millones de años hay una misma cantidad de agua en la Madre Tierra; es un ciclo. El

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oro, los osos panda o el petróleo y el colibrí, esas vainas se acaban; el agua no. Aseverar que el agua se va a acabar pasa poco de la ignorancia. En los cien kilómetros que separan mi morada del Océano Pacífico nadan tantos ríos como caben sin unirse entre ellos. Son lo

no visto

; son lo que la normalidad de época niega a las lógicas vivas de la realidad no urbana. El agua no se va a acabar, salvo la que surte acueductos, jugos, sopas y electricidad.

Esfuerzos serios, transparentes, que por doquier riegan la ignorancia de su buena voluntad; que en vereda, edificio, colegio, universidad y hogar exigen usar la menor cantidad posible de agua; excúsenme, sí, por favor. Lo tardío de este texto, los años acompasándolo ejemplo directo sin alentarme a redactarlo homenaje de mi parte es para Ustedes; año tras año cada mes y cada día de Ustedes es. Lo siento pero la Madre Tierra; su llamado en el Paraná; mi no ser el al mástil amarrado Odiseo, que otros dicen Ulises; mi intuición general sin su nieta, la esperanza cuando camina; mi pasión por no regañarme en el segundo antes del sueño, entre otros motivos decidieron mi convicción a dar a luz esta noción.

Los citadinos, la comunidad urbana, la gente, pues, la gente, nosotros, debemos ser racionales respecto a las lógicas biosféricas y no reducir nuestro sentido común a las lógicas

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urbanas. Existe

un sentido común del agua

, una constancia al proceder, un actuar concatenado, una lógica. Sopesar ambas lógicas, eso pido, y, ya en la autonomía del fuero individual de cada quien, decidir. Decidir pero entendiendo las consecuencias de ambas posiciones, no como ahora donde una única lógica habla, la urbana, la que le conviene a tal o cual ciudad pero no participa en el diálogo la lógica que le conviene al funcionamiento de la Madre Tierra. Nuestros deberes son tanto locales como globales.

Aquí está y mi llamado es así: lo denomino

el sentido común

del agua

. Lo argumentado amplía el horizonte en cuanto extiende los eslabones argumentales. Un unívoco y dogmáticamente positivo contenido ético otorga fuero institucional, educacional y familiar al esfuerzo actual para reducir al máximo el consumo de agua. Esto condujo a percibir como dañina la relación de cada quien con el agua; esto sirvió para volcar lejanía entre el agua y el ánimo personal, para que no sea un valor estar a su lado sino un pecado y su abuso un regaño y un desdén su uso largo, feliz y afortunado.

Nos negamos a deshacer y a deshacernos de lo plácido inherente en nuestra relación con el agua; sí, nosotros, tus hijos y nietos, señora Agua, los que sabemos que aunque de

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velorio te disfracen fiesta eres y orquesta. Líquidos paganos, acudamos al llamado.

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