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EDITORIAL «Arraigados en Cristo, firmes en la fe»

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Academic year: 2021

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EDITORIAL

«Arraigados en Cristo, firmes en la fe»

Cuando los ecos emotivos de la celebración de la JMJ en Madrid se van apa-gando, deben quedar las realidades que ha ido poniendo en «marcha crítica». Porque, si los creyentes en Jesús no recibimos cada uno de los acontecimientos de gracia como un juicio animador de nuestra realidad pastoral, hemos dejado pasar torrentes de gracia, para que todo permanezca igual. Quiero en este edi-torial referirme a las propias visiones y experiencias primero y a lo «que otros han visto y comentado».

La primera experiencia, positiva, ha sido la de la existencia de una juventud cristiana que se mueve, que se plantea las realidades del hoy como otros jóvenes contemporáneos, pero sus respuestas no son «indignadas», sino respuestas desde la esperanza. Cuando las cosas no van bien todos sufrimos las deficien-cias, lo importante es cómo reaccionamos y qué soluciones buscamos. Solucio-nes que, no exentas de utopía, han de estar muy ancladas en la realidad que pisamos, pero sin dejarse frenar por ella y menos por los agoreros de catástrofes que en uno y otro lugar hay siempre. La esperanza del cristiano no es una visión ilusoria y alucinada de la realidad, sino un asumir que con el dueño de la espe-ranza toda situación tiene salida.

Si echamos una mirada al Nuevo Testamento nos podemos preguntar: ¿Qué salida hay para el hijo de la parábola, que marcha de casa y se gasta todo, di-lapida la herencia?, ¿qué futuro tiene Pedro después de haber negado a quien había confesado como Mesías unos días antes?, ¿cuál es el camino que em-prenden los dos de Emaús?, ¿hacia dónde marcha Saulo camino de Damasco? Cualquiera de estas situaciones parece sin salida y en todas ellas la esperanza viene de la mano del amor: el padre que acoge al hijo y le devuelve su dignidad; Jesús que mira a Pedro y le examina, más tarde, de amor; la visión nueva de los acontecimientos y el pan del amor partido a la mesa con los dos de Emaús; el encuentro con Jesús que transforma a Saulo en Pablo…

En todos y cada uno de ellos, dentro de la diferencia, hay una puerta abierta que parecía no existir. Cuando hacemos análisis de la realidad constatamos que cada vez son menos los jóvenes que viven su fe cristiana, que hay unas modas y modos de comportamiento que están alejados de la ética evangélica no sólo en la relación afectivo-sexual, sino en la de relaciones laborales, la jus-ticia social, el amor por la obra realizada a favor de los otros, el actuar sin en-gaños, como testigos de la verdad que proviene de estar arraigados en la

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Verdad. Los análisis sociológicos nos salen siempre deprimentes, nos dejan la sensación de que nada tiene remedio. Hace años un autor italiano decía que en ellos se constata que Dios no está ahí (en los análisis), ni siquiera en los he-chos por personas creyentes, sin deseo de manipulación… como no la hay en las personas y los hechos que, de pasada, hemos recordado. A veces existe la visión dolorosa que nos dan los mismos jóvenes de nuestra cristiana familia: ya no siguen la fe de sus padres, o ya sus padres dejaron antes la fe. Sin em-bargo hay salida. Dios no ha abandonado a nuestro mundo, lo sigue mirando con ternura y nos pide que sigamos:

ARRAIGADOS ENCRISTO, FIRMES EN LA FE…

Importa poco cuál sea la casa que levantemos (vida comprometida en el lai-cado, consagración en el mundo mediante la pertenencia a un instituto secular, vida religiosa contemplativa o activa, sacerdocio ministerial), es importante en qué o en quién estamos arraigados y qué nos exige ese fundamento sobre el que apoyamos nuestra existencia.

Estar arraigados en Cristo supone estar insertados en la vid como un sar-miento que necesita de la savia que le viene de la raíz y el tronco. Significa tener conciencia agradecida de que la vida no nos viene de nosotros, sino que viene del tronco y que éste la comunica a los demás y que, si bien lo hace a través de nosotros, individuos, sólo enraizados en la comunidad podemos dar fruto. No somos francotiradores que puedan lograr los fines por sí solos, somos pueblo caminante que muestra los diversos aspectos de ese vivir arraigados en Cristo. Por eso nuestra comunidad eclesial en la parroquia, en la diócesis y la Iglesia universal, no es una comunidad unívoca que despersonaliza, sino ese cuerpo que tiene diversos miembros para realizar las funciones diferentes que le exige su necesidad de supervivencia.

No podemos negar que existe, provocado por el «miedo» a las circunstancias actuales de «cierta persecución», de ataques «al creyente», de «no respeto» a las convicciones, sobre todo si son cristianas, de los demás; que existe, digo, una tendencia a replegarse, y un sarmiento que se repliega es porque está mustio y no puede producir fruto. Replegarse es lo mismo que dejar de estar arraigado en la savia de Cristo, único tronco de vid verdadera. No es la misión que Cristo nos manda «permanecer en el cenáculo» y, me temo que hemos creado demasiados cenáculos que lo único que hacen es estar «con las puertas cerradas», por miedo a los diversos tipos de judíos que hoy persiguen de mil formas y con más eficacia que nunca. Si el mandato es «Id y predicad el evangelio» (por cierto, lema de la próxima JMJ en Río de Janeiro), mal lo vamos a hacer desde el temor y el com-portamiento pusilánime. ¿Acaso no hemos recibido la fuerza del Espíritu? Parece que Pentecostés no ha sido un acontecimiento en la Iglesia, que se sigue

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actua-lizando en cada época, en cada creyente. Ese viento nuevo, fuego nuevo, ímpetu renovado que hace salir a todos los rincones y predicar la Buena Noticia.

Por supuesto que lo primero que necesitamos es creer nosotros que es Buena Noticia. A veces parece que estamos dando una noticia de miedo, de temor, de condenación… en lugar de la definitiva Buena Noticia para los hombres y mujeres de cada tiempo, también de este tiempo nuestro. Por eso necesitamos la firmeza en la fe. Firmeza en la fe que nada tiene que ver con incomprensión y cerrazón, con no dialogar, con no exponer nuestra palabra al juicio de los otros. En defini-tiva, si de verdad es palabra que proviene de la raíz, iluminará a quienes la es-cuchen con corazón abierto a la Verdad. El que es «el verdadero» se propone y deja en libertad, nunca se impone. No quiso nunca imponerse. Su poder es el del amor y el amor se ofrece y espera respuesta, nunca se violenta a nadie para que lo acepte. Y el amor de Jesús es savia de vida y es luz para el entendimiento, es fuerza de renovación total y absoluta, es raíz de entrega y superación. Es bueno recordar algunas de las palabras que el Santo Padre dirigía a los jóvenes desde el primer momento: «Este descubrimiento del Dios vivo alienta a los jóve-nes y abre sus ojos a los desafíos del mundo en que vive con sus posibilidades y limitaciones. Ven la superficialidad […] Y saben que sin Dios sería arduo afron-tar estos retos y ser verdaderamente felices, volcando para ello su entusiasmo en la consecución de una vida auténtica. Pero con Él a su lado, tendrán luz para caminar y razones para esperar» (Discurso de bienvenida en Barajas, § 6). Y más adelante: «… tienen una ocasión privilegiada para poner en común sus as-piraciones…, animarse mutuamente en su camino de fe y de vida… y fiándose por entero de Cristo, saben que tienen realmente un futuro por delante y no temen los compromisos decisivos que llenan toda la vida» (Ibid.).

Esa brisa de aire puro y juvenil que ha sido la Jornada Mundial de la Juventud se quedará en «viento pasajero» si no asumimos las exigencias de este arraigo en Cristo, la conciencia de una tarea universal que se concreta en cada mo-mento y en cada cultura y el sentido pleno de que esta bella aventura necesita de «un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y pru-dente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respe-tuosa convivencia con otras legitimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias» (Ibid., § 8). Compromiso de salir al encuentro del otro y dialogar para que «el nombre de Cristo resuene y tenga eco en el corazón de los que no creen». Compromiso que, ya lo hemos indicado, lleva a asumir riesgos en esta sociedad nuestra. Algo de ello vimos en el ataque de los «laicis-tas» a niños y adolescentes de la JMJ en la Puerta del Sol, el furor increíble de quienes, por otra parte, piden sean respetadas sus posturas, pero no respetan la de nadie que no «cante a coro con ellos». Riesgos que no deben amedren-tarnos, firmes son las palabras de Yahvé a Jeremías: «No les tengas miedo, pues yo estoy contigo para librarte». Esta seguridad es lo que nos hace estar asentados en la fe y ser testigos. Pero detengámonos en:

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LAS PALABRAS DELPAPA

A lo largo de todas sus intervenciones, desde la ceremonia de bienvenida hasta la despedida, Benedicto XVI nos ha dicho palabras que invitan a la alegría, palabras de acción de gracias y palabras que nos animan al compromiso.

En la fiesta de acogida en la Plaza de Cibeles, tras los agradecimientos de rigor nos dice: «…es una gran dicha estar aquí con todos vosotros. Que la llama del amor de Cristo nunca se apague en vuestros corazones» (Saludo, § 2). Du-rante varios momentos de sus discursos reitera esta misma idea: el protagonista es Cristo, él es quien pone en el corazón de los jóvenes la llama del amor nuevo que podrá consagrarse en el matrimonio, en la vida religiosa o en el ministerio sa-cerdotal, pero si no es esa llama la que alimenta la vida, entonces ésta queda vacía y sin sentido, es una vida plana y sin contenido, por eso más adelante nos dirá: «… os invito a subir hasta la fuente eterna de vuestra juventud y conocer al protagonista absoluto de esta Jornada Mundial y, espero, de vuestra vida, Cristo Jesús» (Ibid., § 7). Es una palabra llena de hondura: la fuente eterna de la juventud Cristo Jesús, por eso invita a que sea el protagonista de nuestra vida. No porque él nos necesite, sino porque nosotros estamos llamados a una clase de vida im-posible sin él, a la vida en plenitud de gozo, en alegría que mane de lo más hondo del corazón, alegría que brota de ese amor nuevo. Necesitamos ser de verdad hombres nuevos, nuestros jóvenes cristianos precisan ser diferentes a los demás contemporáneos para mostrar que hay un camino, que no es el de la satisfacción física o el poder que nos da mucho más poder: el de ser y vivir «a tope».

En el discurso, después de la lectura del Evangelio que nos invitaba a acoger las palabras de Jesús y ponerlas en práctica, distinguirá entre palabras vacías y palabras que construyen. «Hay –dice el Papa– palabras que solamente sirven para entretener; otras instruyen la mente en algunos aspectos; las de Jesús, en cambio, han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida. Sin esto, se quedan vacías y se vuelven efímeras» (FA, Discurso, § 2). Es importante es-cuchar esto en una sociedad en la que se utiliza la palabra para engañar, envol-ver en las redes de la mentira a los incautos que se creen dueños de todo y de todos y no son sino marionetas, hábilmente manejadas por palabras vacías de sentido o vaciadas del que tuvieron. No todas las palabras son iguales, lo hemos oído al Papa, ni a todas les podemos dar el mismo valor; por eso más adelante, tras afirmar que «las (palabras) de Jesús han de llegar al corazón, arraigar en él y fraguar toda la vida», nos invitará: «Escuchad de verdad las palabras del Señor para que sean en vosotros ‘espíritu y vida’… vuestro entusiasmo y alegría, vues-tros deseos de ir a más, de llegar hasta lo más alto, hasta Dios, tienen siempre futuro cierto, porque la vida en plenitud ya se ha aposentado dentro de vuestro ser» (Ibid. § 3 y 4). Sólo esas palabras son constructivas y generan alegría que se expande alrededor de quien la siente, es ese contagio, la pastoral más dadera es la que se hace por contagio, por estar llenos, por rebosar de vida

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ver-dadera, la que nos viene por Cristo Jesús, el Señor, el amigo «…y vuestra alegría –nos dice– contagiará a los demás. Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es la persona misma de Cristo» (Ibid., §7). El se-creto de la vida. ¡Cuántas personas desorientadas, que no ven salida ni sentido a su existencia, pese a tener pocos años! ¡Cuánta desolación en los gritos des-aforados de los que quieren combatir cualquier tipo de relación con Dios! Más que reacciones de ira contra ellos, la actitud es la de esas adolescentes que ante los gritos de profesionales de la «persecución a quien no piense como ellos», optaron por rezar de rodillas, sin importarles los insultos y las blasfemias que contra ellas proferían. Ésta es la misión de los jóvenes cristianos en esta sociedad hostil: dar testimonio desde la serenidad y la paz, con esa alegría que tanto en-fada a los que tienen la tristeza de la suciedad en el corazón.

PALABRAS DE LLAMADA

Tres momentos destacan en lo que podemos decir el Papa explicita las dife-rentes modalidades de vocación: la Eucaristía con los seminaristas en la Cate-dral de la Almudena, la Vigilia de oración con los jóvenes en Cuatro Vientos (con el impresionante silencio del momento de adoración al Santísimo) y la Eucaristía del domingo 21, en el mismo lugar. Brevemente resaltaré lo más importante de los mismos:

«Como seminaristas estáis en camino hacia una meta santa: ser prolongado-res de la misión que Cristo recibió del Padre» (ESem, § 1) «La Eucaristía… es la expresión real de esa entrega incondicional del Jesús por todos, también por los que lo traicionaron» (Ibid., § 3). «El cuerpo desgarrado y la sangre vertida de Cristo, es decir, su libertad entregada, se han convertido por los signos eucarísti-cos en la nueva fuente de la libertad redimida de los hombres» (Ibid., § 3). De la eucaristía brotan las exigencias del que responde: Llamados a ser santos, desde la oración y el silencio, aunque seamos pobres y pecadores llamados a ser ami-gos: «Así lo ha querido Dios que no ha tenido reparo en hacer de pobres y peca-dores sus amigos e instrumentos para la redención del género humano» (Ibid., § 4), pero nos pide que seamos santos «para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar» (Ibid.). Las actitudes para este camino: alegría, docilidad, lucidez y radical fidelidad evangélica, así como «en amorosa relación con el tiempo y las personas en medio de las que vivís» (Ibid., § 5). Es importante el arraigo de la vocación al ministerio en las situaciones concretas, pues mal se puede predicar la palabra si no está encarnada. Jesús nos da ejemplo de ello y no hay más camino que el por Él elegido. Configurados con Cristo entraña esta realidad de identificación que se extiende a toda la tarea del sacerdote (§ 6). Sólo así se le puede imitar como Buen Pastor, disponible al

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plan del Padre, desprendido de los bienes de la tierra, austero y obediente. Con las actitudes de Caridad para con los alejados y pecadores, enfermos y pobres. Testigos de Dios hecho hombre (§ 7). Advierte del riesgo de menosprecio e invita a ser valientes y no dejarse intimidad. Ser fieles a la llamada, arraigados en Cristo (§ 8). Sí que advierte de algo muy importante: «…abrid vuestra alma a la luz del Señor para ver si este camino… es el vuestro, avanzad hacia el sacerdocio sola-mente si estáis firmesola-mente persuadidos de que Dios os llama a ser sus ministros» (§ 9). Son pequeñas pinceladas que muy bien pueden ahormar un extenso artículo sobre elementos esenciales en la formación de los futuros presbíteros.

Elementos también importantes de la vida del joven cristiano encontramos en las palabras que dirige en la Vigilia y, sobre todo, en la homilía de la Santa Misa en Cuatro Vientos: Es el amor del Padre el que da arraigo a la misión de Jesús y esta realidad abre a la verdad de nuestra vida y da sentido a los demás. Per-manecer en el amor significa «vivir arraigados en la fe, porque la fe no es simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleve a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios» (Vigilia, § 2-3) Pienso que éste es el núcleo del mensaje de la vigilia. Tener experiencia del amor del Señor, y eso vale para los jóvenes y los maduros, para todos aquellos que buscan no un sistema de «ver-dades», sino una vida y un sentido para la misma, arraigada en realidades im-portantes. La vocación, el ministerio que se desarrolle después es lo menos importante, si nace de esta experiencia de que Dios nos ama. Además esta se-guridad hará que se desempeñe desde la alegría y fidelidad (§ 7).

Nos invita el Papa a que vivamos la vida como llamados, sea cual sea el «es-tado de vida» desde el que actualicemos nuestra misión evangélica: «A muchos el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne, se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una en-trega de la totalidad de la persona» (§ 8). «A otros en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada» (§ 9).

Lo importante es descubrir el camino para «permanecer en el amor de Cristo como amigos. Esta idea la repite en la homilía en Cuatro Vientos: «…mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira… Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas a una vida plena» (Homilía, § 1).

Todo esto sólo puede darse desde el caminar unidos, apoyados los unos en la fe de los otros, insertados en la dinámica de las parroquias y movimientos, caminando como comunidad de creyentes que renueva en cada tiempo a la Iglesia y la hace tener el rostro siempre joven del Señor Jesús, de quien dan testimonio todos los creyente y, de manera especial y nueva, las jóvenes gene-raciones de creyente.

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A lo largo de los estudios de este número se irán desarrollando y profundi-zando en los temas de la JMJ, como respuesta viva a lo que allí sentimos y ex-perimentamos: «Que el Señor sigue pendiente de este mundo, que nos ama, y se renueva en los más jóvenes. Que él es el acompañante de nuestros caminos y que está siempre en camino, para indicarnos que no podemos permanecer nunca quietos, gozando de los logros, porque la dinámica de vida nos obliga a ir saliendo siempre al encuentro de los otros, como Jesús, por todos los caminos del mundo».

AGRADECIMIENTO

Aunque siguen muy vinculados a la dirección de la revista, no quiero que pase la ocasión de agradecer lo hecho en estos dos últimos años por Juan Ma-nuel Cabiedas y Lope Rubio que, además de sus trabajos, tesis doctoral incluida de Juan Manuel, han añadido horas para que la revista siguiera con su temática y altura en el devenir y actualidad vocacional de nuestra Iglesia.

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