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Sin duda alguna, el documento

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LA IGLESIA, SACRAMENTO

UNIVERSAL DE SALVACIÓN

50 ANIVERSARIO DE LA PROMULGACIÓN DE LA

CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE LA IGLESIA DEL

CONCILIO VATICANO II, 21 DE NOVIEMBRE DE 1964

LUMEN GENTIUM

Pbro. Lic. Alberto Medel Ortega

FORMACIÓN Y ESPIRITUALIDAD

S

in duda alguna, el docu-mento más importante del Concilio Vaticano II es la Constitución Dogmáti-ca sobre la Iglesia, conocida tam-bién por sus dos primeras palabras en latín Lumen Gentium (Luz de las gentes). En este noviembre de 2014 celebramos el 50 aniversario de su promulgación por el papa, hoy Beato, Pablo VI.

La comisión encargada por el papa San Juan XXIII para organizar el Concilio Vaticano II, durante la eta-pa llamada “preeta-paratoria” ya había vislumbrado la posibilidad de tratar el tema de la Iglesia. De hecho se presentó a los padres conciliares un esquema con este argumento. Sin embargo los participantes al Con-cilio no estaban muy de acuerdo ni con este ni con otros esquemas que se les habían preparado. Varias cró-nicas del Concilio nos reportan que en el aula conciliar había mucha confusión, ya que se quería hablar de muchas cosas que no se habían considerado en los esquemas, pues estos habían sido elaborados por

los obispos de la comisión prepara-toria que vivían en Roma, que tra-bajaban en la Curia Romana y que

en su gran mayoría eran europeos. Un buen número de los obispos participantes en el Vaticano II no

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se sentían escuchados ni reflejados en las resoluciones que entonces se habían tomado. Las discusiones es-tuvieron muy subidas de tono y a más de alguno parecía que la obra del Concilio iba a fracasar, pues no lograban ponerse de acuerdo. Hay que tener en cuenta que el Conci-lio fue histórico en muchos senti-dos, y uno en particular tiene que ver con el número de participantes, pues el Concilio Vaticano II reunió a casi 2500 obispos venidos de to-das las naciones del mundo, a los cuales se sumaron los teólogos pe-ritos, los auditores y observadores de otras confesiones cristianas hasta llegar a los casi 3500 asistentes. Se comprende que en el siglo XX la Iglesia estuviera extendida en todo el mundo y que por eso habrían estado los obispos de todo el orbe, pero también la facilidad que ya ha-bía para trasladarse a Roma favore-ció que participara la totalidad de los obispos. Era la primera vez en la historia de la Iglesia que tal nú-mero de obispos con la consiguien-te riqueza cultural y lingüística se encontraran en una reunión donde todos tenían derecho de voz y voto. Tal vez para los países de la antigua cristiandad, es decir, los países de Europa, las formas de entender a la Iglesia estaban muy arraigadas en sus esquemas, sus formas y sus cos-tumbres porque desde siglos atrás fueron creciendo y configurándose al amparo de la fe cristiana, pero la mayoría de las Iglesias de otros continentes eran más jóvenes que las europeas, pensemos en nuestra América, descubierta en 1492 y evangelizada en el siglo siguiente, para la época del Concilio de Tren-to que se celebró en el siglo XVI,

la Iglesia en América Latina estaba en sus inicios; en ese mismo siglo se fundaban misiones en el lejano oriente que hasta los siglos siguien-tes lograron configurarse como igle-sias diocesanas no sin persecuciones y penurias. El penúltimo concilio, el Vaticano I, celebrado en el siglo XIX no alcanzó a reunir un número tan grande de obispos, apenas 750, además de que la situación políti-ca de la naciente Italia impidió que sus trabajos continuaran y conclu-yeran. Así que la enorme cantidad y pluralidad de los participantes, les hizo caer en la cuenta que la Iglesia estaba conformada precisamente

por esa variada riqueza, y que en la enorme diversidad de los pueblos y culturas, la Iglesia de Cristo fun-dada en el único Evangelio, debía saber ser ella misma en todos los lugares y en todos los tiempos. Fue providencial la intervención del Cardenal Léon José Suenens, Arzo-bispo de Manilas-Bruselas el 4 de diciembre de 1962, cuando, luego de haberlo comentado previamente con el cardenal Giovanni Montini (después Pablo VI) y con el mismo papa Juan XXIII, propuso a los Pa-dres conciliares tratar el tema de la Iglesia desde dos perspectivas: “El problema fundamental que tiene

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en estos momentos el Concilio es el de estudiar su plan de conjunto. Y para ello es necesario volver in-cesantemente la vista al fin que el Concilio se propone. Esta es la con-dición esencial para que los trabajos futuros vayan mejor ordenados y para que la obra de las comisiones sea bien comprendida como un trabajo particular que se integra en un conjunto. El Concilio Vati-cano I fue el Concilio del Primado del Papa. Este [el Vaticano II] debe mostrar a la Iglesia como luz del mundo. Ecclesia lumen gentium. Por ello este esquema que está estu-diándose es el eje del Concilio. Así pues yo propondría un programa de trabajo que estudiase primero la Iglesia ad intra (hacia adentro) y luego la Iglesia ad extra (hacia afuera), es decir: primero la Iglesia vista desde dentro, y luego la Iglesia

tendida hacia afuera. La Iglesia ha recibido la misión de los apóstoles: ‘Vayan y enseñen a todo el mundo y bautícenlos’. ‘Vayan’ es la misión de la Iglesia. ‘Enseñen’ es su misión magistral. ‘A todo el mundo’ es la universalidad de esta misión. ‘Y bautícenlos’, es su misión santifica-dora. La Iglesia debe, pues, ir hacia ese mundo que la espera y dar una respuesta a los problemas que hoy se plantea: el respeto a la persona hu-mana, la inviolable defensa de toda vida, los problemas de la procrea-ción consciente, de la justicia social, de los pueblos subdesarrollados, de la evangelización de los pobres, de la paz y la guerra, de modo que la Iglesia aparezca realmente como luz del mundo. Porque la Iglesia no sólo tiene sus propios fieles, ha de pensar también en los separados e instaurar un diálogo con el mundo

La Iglesia debe,

pues, ir hacia ese

mundo que la

espera y dar una

respuesta a los

problemas que hoy

se plantea.

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en las líneas señaladas por el Santo Padre en todos sus discursos, pero especialmente en el del 11 de octu-bre”. Los Padres conciliares acogie-ron con entusiasmo esta propuesta y aplaudieron efusivamente para demostrar su aprobación.

Los encargados de desarrollar la propuesta del Cardenal Suenens elaboraron entonces dos esquemas sobre la Iglesia, uno respondiendo a la pregunta Iglesia ¿qué dices de ti para ti misma?, que es el tratado sobre la Iglesia “hacia dentro”, y un segundo esquema sobre la Igle-sia “hacia afuera” respondiendo a la pregunta: Iglesia ¿qué dices al mundo sobre ti misma y cómo te relacionas con él? Así, más tarde, serán promulgados las dos grandes constituciones sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II, la Lumen

Gentium la constitución Dogmá-tica sobre la Iglesia y la segunda, la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, mejor conocida como Gaudium et spes y promulgada por el papa Pablo VI en el penúltimo día del Concilio, el 7 de diciembre de 1965.

La Lumen Gentium fue el resultado de un cuidadoso estudio eclesioló-gico (la Eclesiología es la ciencia teológica que estudia a la Iglesia), enriquecido por la gran variedad espiritual y cultural de los Padres conciliares venidos de todo el mundo, que además estaban ex-perimentado en ese Concilio la eclesialidad y la catolicidad en su esplendor. En el documento se-ñalaron las líneas maestras de una renovada eclesiología llamada a ha-cer resplandeha-cer a la comunidad de

los bautizados según la voluntad de Jesucristo su Esposo y Funda-dor, es decir, la familia y el pueblo de Dios enviado a anunciar y testi-moniar la alegría del Evangelio y a transformar e iluminar las realida-des humanas con la luz de Cristo. La Constitución Lumen Gentium nos presenta ocho capítulos que po-demos ubicar en dípticos entre sí: Los dos primeros capítulos tratan sobre el misterio de la Iglesia: en su radicalidad trinitaria, en el ca-pítulo I y en su realización histó-rica, en el capítulo II, remitiendo, por tanto, al designio de Dios y a su manifestación en la historia por la misión del Hijo y del Espíritu Santo, a la vez que remitiendo al designio, libertad y realización del hombre formando un pueblo. La

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Iglesia es así don e iniciativa inde-ductible e irreinde-ductible de Dios, y nunca construible por los hom-bres, cuyo contenido último, por tanto, es la vida divina. Pero es a la vez humanidad, historia, libertad, colaboración, pueblo; iniciativa di-vina e iniciativa humana. Por eso, en el primer capítulo, apenas en el primer párrafo, la Iglesia dice de sí misma que en Cristo “es como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano”. Es decir, que la Iglesia, unida íntima-mente a su Esposo y Cabeza, actúa en su nombre y en su persona y lo hace presente en el mundo actuan-do la salvación en cada lugar y en cada tiempo.

Los capítulos III y IV exponen la constitución de la Iglesia, su estruc-tura originaria querida por Cristo,

en la que, participando todos de la misma vocación a la santidad y de la vocación al anuncio de la salva-ción, los apóstoles primero y luego los obispos reciben y actualizan la autoridad de Cristo, como testigos cualificados y autorizados suyos. Obispos, presbíteros, diáconos y laicos, en diversa forma son la mis-ma y única Iglesia.

Los capítulos V y VI exponen lo que podríamos llamar la vocación inmanente de la Iglesia, que es re-coger, reflejar, revivir y transmitir la santidad de Dios, que nos ha sido manifestada exteriormente en Jesús y comunicada interiormente por el Espíritu Santo. El Don de Dios como Absoluto originario y como Fin último de los hombres, es el centro de la vida de la Iglesia. Saberlo, vivirlo y testimoniarlo es vocación de todos. Pero eso, que

es de todos y para todos, algunos lo eligen como tarea totalizadora y especificadora de su vida y sus-citan una forma de vida, unas ins-tituciones, unos signos y unas an-ticipaciones del futuro, en las que todos reconocemos interpretada y realizada la común vocación a la santidad. Son los religiosos.

Los capítulos VII y VIII nos ex-ponen a la vez lo que es la Iglesia consumada como totalidad y como individualidad: en los santos y en la Virgen María. La comunidad y la comunión de los santos nos muestran cómo la Iglesia, afincada en la tierra, teniendo que ser fiel a la tierra y debiendo ser solidaria no como desde fuera e impasible, sino como desde dentro y afectada con todos los hombres, no se agota sin embargo en la historia. La trascien-de en un sentido y la consuma en

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otro. La Santísima Virgen María es real historia y escatología realizada. Con este documento el Concilio no pretendió definir un dogma sobre la Iglesia, ni agotar todo el tema referente a la Iglesia, sino marcar las líneas de reflexión ecle-siológica para las decisiones pas-torales del futuro. Es una Consti-tución dogmática de un Concilio pastoral para una Iglesia misionera dentro de una sociedad en la que el Evangelio de Cristo está llama-do a ser fermento de unidad y de esperanza para todos los hombres. Estas son las cuatro claves necesa-rias para una interpretación y apli-cación correctas.

El mismo día en el que el Beato Pablo VI promulgó la Constitu-ción Lumen Gentium, el 21 de noviembre de 1964 como ya lo señalé, el papa también otorgaba a María Santísima el título de

“Ma-dre de la Iglesia”, en un acto sin embargo que no tenía intención dogmática, sino como expresión de una actitud de alabanza y vene-ración con la Madre de Dios. Que ella, en cuyas manos está la Iglesia y de la que es modelo y maestra, ruegue por la familia de los discí-pulos de su Hijo, especialmente la de este nuestro tiempo, para que sepamos renovarnos interior y ex-teriormente a la luz del Evangelio y “encontremos siempre nuevos im-pulsos de vida”, “para que la Iglesia sea siempre en medio de nuestro mundo, dividido por las guerras y discordias, instrumento de uni-dad, de concordia y de paz”; sea también “un recinto de verdad y de amor, de libertad de justicia y de paz, para que el mundo encuentre en ella un motivo para seguir espe-rando”. Santa María de Guadalu-pe, Madre, Maestra y Auxiliadora de la Iglesia, ruega por ella, ruega por nosotros.

La familia y el

pueblo de Dios

enviado a anunciar y

testimoniar la

alegría del Evangelio

y a transformar e

iluminar las

realidades humanas

con la luz de Cristo.

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