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La principal manifestación de lo que sucede en el interior del espíritu se produce a través del lenguaje.

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Cambiaron la verdad de Dios por la mentira

(Rom. 1, 25).

La principal manifestación de lo que sucede en el interior del espíritu se produce a través del lenguaje.

La palabra guarda una profunda relación con la realidad, tanto física como metafísica (1). Ella en cierto sentido está más próxima a la inteligencia que las mismas cosas sensibles (2) y por eso posee un gran poder evocador. Conocer el sentido de esta conexión es entrar en uno de los temas que más ha cautivado al pensamiento contemporáneo(3).

Hay un orden de dependencia entre la realidad, el pensamiento que concibe esa realidad y la palabra que expresa lo entendido.

Por eso es necesario distinguir entre la palabra interior y la exterior. Esta distinción es fundamental para captar las diferencias entre el conocimiento y su expresión. La palabra interior es lo concebido, lo entendido en el interior de la mente; en cambio la palabra exterior o material es el signo que manifiesta o expresa aquello que se percibió íntimamente.

La expresión del pensamiento tiene el límite de que se trata de una voz material, tal vez la más cercana entre todas las realidades sensibles a lo inmaterial, pero material al fin y en cierto sentido convencional. Ella, sin embargo, significa una realidad espiritual. Esta realidad espiritual si bien no puede ser contenida

plenamente por su expresión exterior guarda una semejanza con ella y es su fundamento.

La palabra interior que es el pensamiento mismo como acto y perfección, es lo que Santo Tomás llama palabra del corazón para indicar el núcleo íntimo en el que radica. Esta palabra además de constituir un verdadero diálogo consigo mismo, porque lo que uno concibe en sí mismo se lo manifiesta a sí mismo, es un diálogo con Dios, que siendo el primer principio de esta concepción puede acceder

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directamente a ella.

Es también aquello concebido como fruto de la asimilación de las realidades que están por encima de la mente, pues este diálogo interior o aquello que la persona percibe de la realidad, no está circunscripto, como es evidente, a la mera

consideración de las realidades sensibles, sino que se extiende incluso a lo que está por encima del hombre. El hombre tiene una verdadera capacidad de percibir, aunque este no sea el objeto inmediato y primero de su inteligencia, realidades espirituales y puede, por esta razón, relacionarse con ellas.

Por eso las palabras, al ser reflejo del pensamiento, que es espiritual, siendo ellas sensibles, pueden producir un efecto espiritual. La palabra es vicaria de un ser espiritual. La palabra fue hecha para expresar y manifestar la verdad de la persona.

Son muy elocuentes al respecto, las reflexiones de San Agustín

“Suprime la Palabra, y ¿qué es la voz? Donde falta la idea no hay más que un sonido. La voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón.

Observemos el desarrollo interior de nuestras ideas. Mientras reflexiono sobre lo que voy a decir, la palabra está dentro de mí; pero, si quiero hablar contigo, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que ya está en el mío.

Al buscar cómo hacerla llegar a ti, cómo introducir en tu corazón esta palabra interior mía, recurro a la voz y con su ayuda te hablo. El sonido de la voz conduce a tu espíritu la inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal te ha llevado a la comprensión de la idea, se desvanece y pasa, pero la idea que te transmitió permanece en ti sin haber dejado de estar en mí.

Y una vez que el sonido ha servido de puente a la palabra desde mi espíritu al tuyo ¿no parece decirte: es preciso que el crezca y que yo disminuya? Y una vez que ha cumplido su oficio y desaparece ¿no es como si te dijera: mi alegría rebasa todo límite? Apoderémonos de la palabra, hagámosla entrar en lo más íntimo de nuestro corazón, no dejemos que se esfume” (4) .

De allí que Dios también se revela a través de la palabra. Dios manifiesta algo de su realidad a través de signos sensibles. Manifestación que encuentra su culmen en la Encarnación del Verbo, es decir, La Palabra, por la cual el hombre no sólo conoce a Dios, sino que fundamentalmente se hace partícipe de su Vida, porque la Palabra de Dios es Dios mismo, su Vida, su Ser y todas sus perfecciones que

vienen al hombre .

Por eso el conocimiento adecuado de la realidad, es decir la asimilación de la Palabra, que siempre es un acto contemplativo y metafísico, supone un creciente orden mental, que no debe identificarse con un esquematismo racionalista, ni siquiera con el orden lógico formal, sino que debe manifestar eso que la mente concibe en su corazón cuando conoce y expresa espontáneamente a través del lenguaje lo que en él se contiene. Se trata de un acto enteramente personal, que imita el modo de obrar divino que es también comunidad de personas que se

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comunican.

Así toda auténtica palabra tiene su fundamento en este verbo interior. Por eso tanto la voz como el silencio exterior deben fundarse en este diálogo interior. Y por esta misma razón la manifestación es un elemento fundamental de la palabra. Ella fue hecha para ser vehículo del bien que es difusivo de sí, para transmitir una perfección o para recibirla.

El pensamiento contemporáneo, como dijimos, ha percibido también el valor de la palabra en la configuración de la mente.

Fueron las corrientes herederas del romanticismo las que han sido especialmente sensibles a esta cuestión, llegando a poner a la palabra por encima del mismo pensamiento, pues ella es portadora de un sentido, de un sentimiento íntimo, inspirado. De aquí surgirá una visión secularizada de la palabra revelada y por lo tanto por encima de la razón pura. La palabra es portadora de un sentido que va más allá incluso del sujeto que la pronuncia, pues es una manifestación singular del espíritu.

Muchas derivaciones de estas posturas se han desarrollado en torno al tema del lenguaje. En ellas sobresale la idea, de origen idealista, de que la palabra

construye o constituye la mente. Nos encontramos así con doctrinas como las del neopositivismo lógico, que ponen el acento en el lenguaje científico- lógico, como el marco según el cual debe configurarse el pensamiento, o Heidegger, para quien es el lenguaje filosófico- poético el único capaz de tocar aquello inefable que es el núcleo de la realidad . Cada una de estas posturas, en apariencia antagónicas, coinciden en la visión de fondo del lenguaje como configurador de la mente. Ello sin olvidar el estructuralismo y su representante dentro del psicoanálisis, Lacan, para quien el ello, que constituye el centro de la vida psíquica, está estructurado como un lenguaje (7) .

Incluso en Freud, el padre de esta escuela de psicología, encontramos una advertencia sobre el poderoso instrumento que constituye la palabra:

Por lo demás, no debemos desdeñar la palabra, poderoso instrumento, por medio del cual podemos comunicar nuestros sentimientos a los demás y adquirir

influencias sobre ellos. Al principio fue, ciertamente, el acto; el verbo -la palabra-vino después, y ya fue, en cierto modo, un progreso cultural el que el acto se amortiguara, haciéndose palabra. Pero la palabra fue primitivamente un conjuro, un acto mágico, y conserva aún mucho de su antigua fuerza (8) .

Este último escenario ha generado en nuestra cultura una sensibilidad especial en torno al problema de la comunicación aunque no ha llegado a captar con precisión el fundamento último de su importancia, sino que más bien lo que ha hecho es facilitar su banalización. De allí que nuestro tiempo ha asistido al drama de una humanidad que se mueve en un laberinto de palabras, pero sin lograr una

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lenguaje se desconecta de su fundamento personal metafísico queda reducido a un sistema técnico vacío o a un juego de signos. El llamado giro lingüístico que marca un desplazamiento de la gnoseología, con su fundamento metafísico, a la filosofía del lenguaje, muchas veces ajena a este fundamento, es un síntoma de la operación espiritual que se ha generado en la cultura contemporánea por la cual a través de las palabras el hombre queda expuesto a todo tipo de influjo, incluso el preternatural.

Esta operación es posible porque al tener la voz exterior una cierta independencia de la palabra interior, puede producirse una desconexión entre ambas realidades o una manipulación del pensamiento a través de la palabra exterior.

Así puede perderse la conexión con este diálogo íntimo, o el mismo diálogo interior y la palabra material quedar al servicio de la divagación o del vaciamiento mental o del pensamiento de otros. Por esa razón es que puede haber una verborragia que exprese la dispersión mental o un silencio que manifieste el vacío o el odio . Aquí es donde podemos ubicar a la mentira.

La mentira es precisamente eso: un acto de ruptura. Es algo contrario al don del lenguaje por el cual, como han hecho notar algunos autores, se violenta aquella doble investidura que contiene la palabra: la sacralidad y la racionalidad (10) . Así puede perderse la conexión con este diálogo íntimo, o el mismo diálogo interior y la palabra material quedar al servicio de la divagación o del vaciamiento mental o del pensamiento de otros. Por esa razón es que puede haber una verborragia que exprese la dispersión mental o un silencio que manifieste el vacío o el odio . Aquí es donde podemos ubicar a la mentira.

La mentira es precisamente eso: un acto de ruptura. Es algo contrario al don del lenguaje por el cual, como han hecho notar algunos autores, se violenta aquella doble investidura que contiene la palabra: la sacralidad y la racionalidad (10). Es una separación entre la boca y el corazón, abre una brecha entre la realidad y el mundo interior, en oposición a aquello que dice el evangelio que de la

abundancia del corazón habla la boca.

De allí que el problema de la mentira no es un problema meramente lingüístico, sino moral y psicológico, pues destruye la natural relación entre la mente y la verdad, entre la mente y las cosas, entre la mente y las personas. Precisamente Santo Tomás cuando habla de esta cuestión recuerda el sentido etimológico de la

palabra mentira, que va contra la mente(11) .

Entre sus elementos esenciales además de la ruptura, la mentira incluye la manifestación (12) . Del mismo modo que la voz material es vicaria del mundo interior, así el hecho de expresar con signos, cualesquiera que estos fueran, algo diverso de lo que hay en el pensamiento o en el corazón, es lo más propio de la

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mentira. Este elemento ―la manifestación―nos permite captar más

profundamente el efecto pernicioso que conlleva la mentira, pues a través de ella se constituye en una especie de tumor de la palabra, que hecha para expresar lo que sucede en el interior del hombre y comunicar auténticos bienes humanos, se transforma en vehículo de manipulación y corrupción.

La mentira usa del poder evocador y espiritual de la palabra para infringir un daño, que según las características de la mentira será mayor o menor. Pues es un hecho que no toda mentira tiene el mismo alcance y gravedad.

Como sucede con tantos otros males la mentira tiene muchos rostros.

De allí que esta ruptura puede darse en distintos niveles: al nivel de la relación entre el pensamiento y la realidad y aquí nos encontramos con la mentira interior; es decir, aquel estado en donde es la palabra interior la que no guarda relación con la realidad, en donde el pensamiento está al servicio de un fin arbitrario que se constituye cuando uno voluntariamente no quiere preguntarse por la verdad de las cosas y prefiere la mentira.

El otro nivel de ruptura sería entre la voz interior y la exterior. Allí la persona conoce internamente la verdad, pero decide manifestar exteriormente otra cosa. Esta mentira estaría más en el orden de la manifestación.

La mentira puede adquirir diversas formas: la sospecha, la jactancia, la falsa humildad. En todos estos modos de mentira podemos distinguir el elemento interior de ruptura y el elemento exterior de su manifestación.

Veamos el primero de ellos, la sospecha. Dice el Abad Rivas:

“Esta forma del mentira, con el pensamiento, como dijimos, nos sorprende. Se trata de la famosa sospecha que, habitualmente, no se la considera mentira y por eso se la deja crecer envolviendo toda la vida de la persona en un mecanismo mentiroso. La sospecha es una mentira porque es admitir algo de alguien por el

sólo hecho de haberlo imaginado así. Doroteo dice: Si ve a alguien hablando con su

hermano, piensa: ‛Es de mí de quien hablan’.El caso que presenta Doroteo es bien conocido y muy habitual en la vida de toda persona como en la vida de una

comunidad monástica, como aquella a la que él está hablando. Continuamente estamos admitiendo cosas sobre los demás, sin saber a ciencia cierta si son así. El fenómeno es muy curioso y muestra lo peligroso de todo el mecanismo: es

creernos a nosotros mismos lo que nosotros suponemos, no lo que sabemos con verdad. Toda verdad necesita confrontación con la realidad y aquí la realidad es lo que el otro, realmente ha dicho o es.” (13)

Es llamativa la inclusión de la sospecha como una forma de mentira interior. Pero si consideramos el hecho de que la sospecha es afirmar algo con pocos indicios rápidamente comprendemos la relación que puede guardar con la mentira. Pues el que sospecha no está dispuesto a confrontar seriamente aquello que conjetura con la realidad, sino que queda como atrapado en un mecanismo mentiroso, en donde

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con facilidad tiende a tejer relaciones de causa y efecto que son arbitrarias y por eso mentirosas. Este mecanismo, que reemplaza ese diálogo interior por una autoobservación meticulosa, en muchos casos llega a ser tan sofisticado que da lugar a verdaderos sistemas filosóficos o a una cosmovisión toda ella mentirosa, como señala Adler, quien explica cómo algunos neuróticos tienden a construir una filosofía privada de vida en base a estas falsas premisas.

“La función de la autooobservación es, más bien, la de agrupar tendenciosamente todas las impresiones provenientes del mundo exterior, reducirlas, por así decirlo, a un texto único, de modo de proveer al individuo de un medio, digamos,

matemático o estadístico, es decir, de una eficacia tan probable como posible, adecuada para salvar su originaria inseguridad primaria. Ello equivale a la evasión de una derrota.

Así, pues, aun cuando a la autoobservación, despierta e intensa, se deban espléndidos frutos en el terreno de la filosofía, de la psicología y del

comportamiento del hombre y del mundo, es una de las etapas en el camino que conduce a la neurosis; constituye la filosofía personal del neurótico que, por una conclusión errónea, se aleja de la realidad del mundo, aberración (corregible por el análisis) que halla su valiosa analogía en el Γ´νωỏι que decía el excelso filósofo” (14).

Que esta mentira sea interior no significa que no se manifieste, al contrario, lo que queremos destacar aquí es en qué nivel de profundidad se da la mentira, porque alguien puede mentir a otro sin engañarse a sí mismo, pero en este caso se trata en primer lugar de un diálogo mentiroso consigo mismo respecto de los demás o de la realidad.

La manifestación más frecuente de este tipo de mentira es la murmuración. Este modo de manifestación es muy coherente con la fisonomía propia de la mentira, porque la murmuración se basa precisamente en la apariencia, es decir, en lo que parece a primera vista, que luego es multiplicado, aumentado y deformado por la multiplicidad de palabras que tienden a producir un efecto envolvente que aleja de la verdad y capitaliza ese primer encuentro superficial con las cosas, sobre el que no se tiene intención de profundizar.

En muchas ocasiones la verborragia, que siempre va acompañada de otras manifestaciones, está al servicio de la mentira, además de que constituye un elemento fascinador tanto para quien habla como para quien escucha.

En cierta manera este modo de mentira rige nuestra época dominada por un

lenguaje que tiende a producir como efecto una desconexión entre el pensamiento y la realidad que es reemplazado por un complejo sistema de ideas (o más bien imágenes y sensaciones) aparentemente coherentes, pero que vistos más de cerca, están viciados de profundas falacias y arbitrariedades y que tiene como efecto la desconfianza en los demás y una visión negativa de la realidad y que al

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igual que ocurría con los sofistas, encuentra auditorio entre personas superficiales, sin pensamiento propio.

Hay una estrecha alianza entre la murmuración y la fascinación, pues de este modo se tiende a imitar el oficio del pretidigitador, que realiza artilugios sofisticados para inculcar a los demás sus pensamientos mentirosos.

Pensemos finalmente como este mecanismo se torna puerta para muchas otras deformaciones, pues al configurarse la mente con este sistema fascinador se dispone el alma para justificar muchos males.

Y entiendo que aquí no hay que pensar solamente en vicios más evidentes, que por supuesto también encuentran en este modo de obrar su lugar natural de

origen, sino y esto debe concentrar más la atención de los católicos, en doctrinas o modos de vida espiritual más sutiles que ocultan profundas deformaciones.

En nuestra época, dada la gran confusión doctrinal y espiritual que padecemos estamos especialmente expuestos a caer en este tipo de mentira, que usa como dijimos, del poder fascinador de la palabra para engañar y atrapa la verdad en la apariencia:

El Dr. Larchet, siguiendo a los Padres de la Iglesia, describe el origen, muchas veces preternatural, de este tipo de engaño:

“Este estado donde el hombre confunde el mal y el bien y toma el uno por el otro, puede ser considerado como un verdadero estado de delirio, lo que señala a su manera Atanasio: «Al ver que el placer era un bien para ella, el alma en su error, abusó del nombre del bien, y pensó que el placer era un bien absoluto y

verdadero: igual que un hombre que, alcanzado por la demencia, reclamara una espada para golpear a los que encuentre y creyera que eso fuera la sabiduría» San Gregorio de Nisa repite muchas veces que el hombre es aquí víctima de una

ilusión. Las cosas que son para nosotros ocasión de mal «desde el principio

parecen deseables y son buscadas como consecuencia de un engaño». Escribe «el mal en sus profundidades tiene la muerte como una trampa escondida, pero por una trampa engañosa, la hace aparecer como una imagen del bien» -dice también-El diablo-explica- es el inspirador de esta ilusión: «Sucedió que la inteligencia, inducida al error en su deseo del bien verdadero, fue apartada hacia lo que no es: engañada por el promotor y consejero del vicio, se dejó persuadir de que el bien era lo opuesto del bien». Y presenta al Maligno como un encantador que el

envuelve literalmente al hombre que consiente «haciendo brillar la gracia exterior de las apariencias y, como un charlatán, encanta nuestro gusto por algún placer de los sentidos». (15)

Cuando la materia sobre la que se engaña es acerca de la vida espiritual, que es vida de fe, se trata de uno de los pecados más graves, según hace notar el Aquinate.

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Otra forma de mentira interior, ya más circunscripta a la visión que el hombre tiene de sí mismo, es la jactancia. Propiamente hablando en lo que se refiere a la mentira interior, llamaríamos soberbia a esta forma de mentira sobre sí mismo y jactancia a su manifestación. Por ella no sólo se revela exteriormente, sino que interiormente la persona se considera superior a los demás, es decir, posee una falsa imagen de si, en este caso por exceso, que luego es transmitida de los demás de manera ostentosa.

Así como la sospecha es una mentira referida al otro, la jactancia es una mentira referida a sí mismo. De allí que ambas formas de mentira puedan guardar una estrecha relación, pues el modo en que vemos a los demás está vinculado al modo en que nos vemos a nosotros mismos.

Así alguien humilde ve a los demás mejores que él, es decir, capta lo bueno que hay en el otro; en cambio el soberbio secretamente desprecia a los demás, cree que todos son peores que él, es decir, malos.

Pero además la murmuración puede estar al servicio de la jactancia, como la sospecha al servicio de la soberbia, pues en ambos casos la tendencia es a denigrar al otro y elevarse a sí mismo.

Finalmente tenemos la falsa humildad, que Santo Tomás llama ironía, que consiste en fingir ser menos de lo que se es en realidad

Es verdad, señala el Aquinate, que uno se puede rebajar a sí mismo, pero esto hay que hacerlo respetando la verdad, como cuando se callan cualidades importantes que hay en uno y se descubren pequeños defectos.

Sin embargo en esta falsa humildad, que es una especie de actitud afectada, se falsea la verdad, pues se afirma la existencia de un defecto que no se posee o se niegan cualidades que se tienen .

Evidentemente detrás de esta forma de mentira se pueden ocultar muchas deformaciones, como la pereza, pues quien oculta sus cualidades evita las exigencias que estas conllevan; la misma soberbia por la que secretamente a través de un rodeo íntimo quien se presenta ante los demás como carente de talento, intenta de este modo imponerse frente a los otros o fascinarlos. Este modo de mentira se distingue por oposición de la hipocresía por la que alguien malo por dentro se hace pasar por bueno exteriormente.

En este caso lo que se oculta no son cualidades sino vicios, defectos o pecados. En principio sabemos que uno no está obligado a manifestar ninguna de estas cosas; es más muchas veces la prudencia indica ocultarlos, sobre todo por el escándalo que puede seguirse de su conocimiento.

Pero la mentira de la hipocresía no está en ocultar la maldad, sino en hacerla aparecer como buena. La hipocresía es una especie de simulación por la que uno

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finge ser distinto de lo que es. Pues uno miente cuando dice lo que no es verdad, no cuando calla lo que es verdad.

Nos encontramos en este caso ya en otro nivel pues aquí interiormente se conoce la propia maldad, habiendo engaño en su manifestación, pues se hace pasar por bueno cuando en realidad se es malo. Es una imitación exterior de la bondad. Este modo de mentira muchas veces está acompañado por la adulación.

Pero hay además otra mentira y esta se da al nivel de la relación entre el verbo interior y la voz exterior.

Normalmente este tipo de mentira está al servicio de alguna utilidad o placer. Como quien miente para obtener algún beneficio o por diversión.

Podríamos agregar muchas otras distinciones que a los fines fenomenológicos nos ayudarían a captar mejor el alcance y la fisonomía que tiene este no siempre considerado mal de la mentira.

Sin embargo preferimos concluir nuestras reflexiones haciendo hincapié en el aspecto que consideramos esencial: el efecto pernicioso de la mentira en cuanto ruina de la mente, es decir del centro de la vida humana en cuanto tal y en cuanto abierta a la trascendencia, pues al cerrar el paso a la verdad y por lo tanto a la realidad, la mentira impide el acceso a la fe.

De allí que San Pablo en la carta a los Romanos, precisamente en el mismo pasaje que citamos en el título de nuestra disertación afirma: “desde el cielo Dios revela su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia.” (Rom. 1, 18).

El mal de la mentira consiste precisamente en tener atrapada como prisionera la verdad, usando de ella perversamente y abusando de su apariencia, por eso es un mal que produce la ira de Dios, como dicen otras traducciones.

Sobre todo en el año de la fe debemos reflexionar sobre lo que significa para la configuración de la vida interior de tantas personas el vivir envueltos en un

laberinto de mentiras que hacen a la propia salvación y dignidad personal y en la responsabilidad que tenemos en la transmisión de la fe, que es la verdad.

Notas

1. Cf. O. DERISI, La palabra, Emece, Buenos Aires 1978, 17: “El Ser infinito fue eternamente dicho por la Palabra. No hubo jamás Ser que no estuviera siempre entendido ni Inteligencia que no estuviera siempre diciendo el Ser. Más aún, la Omniperfección divina implica el Ser infinito y el Pensamiento infinito,

identificados, porque en la Infinitud no cabe composición alguna, y lo están en el único Acto puro, en la pura Actividad, porque en la Infinitud no cabe limitación o potencia alguna.”

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2.De Veritate, q. 11, a. 1, ad. 1.

3. Cf. L. ELDERS, Las grandes cuestiones de la filosofía del lenguaje en una

perspectiva tomista, en: Hombre, naturaleza y cultura en Santo Tomás de Aquino, Educa, Buenos Aires 2003.

4.AGUSTÍN DE HIPONA, Sermones, Sermón 293: PL 38, 1328- 1329. 5. S. Th. I, q. 1, a. 9.

6. Cf. F. LEOCATA, Persona, lenguaje, realidad, Educa, Buenos Aires 2003.

7. J. LACAN, Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Lección II: El inconsciente freudiano y el nuestro, Paidós, Buenos Aires 1984, 28. Cf. M. ECHAVARRÍA, Corrientes de psicología contemporánea, Scire Universitaria, Barcelona 2010.

8. Ibid., 175.

9. Cf. S. Th. I- II, q. 35, a. 8: “Specialiter acedia dicitur vocem amputare, quia vox inter omnes exteriores motus magis exprimit interiorem conceptum et affectum, non solum in hominibus, sed etiam in aliis animalibus, ut dicitur in I Polit.”

10. S. PEREZ CORTEZ, La prohibición de mentir, Siglo veintiuno editores, Madrid 1998.

11. S. Th. II- II, q. 110, a. 1. 12 .S. Th. II- II, q. 110, a. 1

13. Cfr. F. RIVAS (OSB), «Teología monástica y Verdad» Coloquio XII, N. 14 (2009), 58.

14. A., ADLER, El carácter neurótico, Buenos Aires, 1993, 88.

15. J. C., LARCHET, Thérapeutique des maladies mentales. L l´Orient chrétien des premiers siècles, París, Ediciones du cerf, tercera edición, París, 1997.

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16. S. Th. II- II, q. 113, a. 1. 17. S. Th. II- II, q. 113, a. 1

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