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Sujetos urbanos en zonas rurales - en busca de los paisajes imaginados en la Sabana de Bogotá

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Academic year: 2020

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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA

SUJETOS URBANOS EN ZONAS RURALES: EN BUSCA DE LOS PAISAJES IMAGINADOS EN UNA VEREDA DE LA SABANA DE BOGOTÁ

Trabajo de Grado presentado para optar al título de Magíster en Antropología

Por: María Natalia Laverde Bohórquez Código: 201421056

Director del Trabajo de Grado: Profesor Roberto Suárez Montañez, PhD

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AGRADECIMIENTOS

Quería estar otra vez aquí: en el punto en el que el conocimiento y las habilidades pasadas se juntan con las presentes, recién aprendidas, para encontrar una parte de mí que creía extinta, para ver y sentir el mundo de una manera diferente y dar más a las personas de quienes provengo, y a las que en éste viaje llegan o llegarán a mí dependiendo del lugar de destino. Estar aquí y estarlo de forma plena es solo posible gracias a profesores, familia y amigos.

Agradezco el estímulo intelectual y emocional, las preguntas que cada uno de mis profesores ofrecieron de diferentes maneras, con sus propios sellos personales e intelectuales. Especialmente quiero agradecer al profesor Roberto Suárez por su apoyo, interés en mi trabajo, confianza y gran habilidad vigía en esta experiencia de aprender haciendo.

Gracias a mis compañeros Carolina, Sandra, Diana, Andrea, Juliana, Gina, Jaime, Sneider y Tania por escuchar y opinar, me ayudaron a ratificar con nuestros diálogos la visión que tenía de este proyecto. Gracias a José Yesid, Liliana, y César por compartir su conocimiento, experiencia y consejos.

Agradezco a mi esposo, Sergio, por acompañarme en silencio en las horas de lectura y escritura durante este año y medio, y por unirse con tanto interés, amor y paciencia a las actividades que esta investigación requirió. Así mismo agradezco a mi hermana Iris por su agudeza visual y el tiempo dedicado a leer y retroalimentar este documento.

Especialmente quisiera agradecer a toda la comunidad de la vereda Hondura Tibagota por abrirme las paredes, puertas, ventanas, techos de sus casas y paisajes de su vida; a pesar de estar vinculada intermitentemente desde hace años a esa tierra, esta investigación me hizo descubrir que lo único que le pertenece a uno es la ilusión y en ella los lugares en los que deambulamos internamente.

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RESUMEN

Esta investigación en Antropología Social y Cultural busca estudiar el imaginario social sobre el paisaje rural de un grupo de citadinos en la vereda La Hondura del municipio de El Rosal. Para ello, he estudiado cómo el imaginario de un paisaje aparentemente rural sin contaminación, cerca a la naturaleza, y despoblado, detona la motivación para migrar a esta vereda y asentarse allí. Analizo cómo en la migración, el citadino vive las dimensiones sociales, eco sistémicas y políticas implícitas en su decisión.

El estudio da cuenta de las formas de interpretación e intervención del territorio por parte de sujetos urbanos y la configuración del paisaje rural en el proceso de migración ciudad-campo, desde la selección del lugar de destino; la construcción de infraestructura que supone el establecimiento de una red de relaciones sociales con otros pobladores y funcionarios públicos, de enfrentamientos a la orografía y clima; y el momento en que establece una vida diaria fundiéndose con el paisaje rural.

Las narrativas de funcionarios públicos del municipio sobre el paisaje de La Hondura, contrastan con las narrativas de los habitantes –rurales y urbanos- hecho que repercute en la gestión ambiental local y en la planeación de la vereda.

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BIOGRAFÍA

Natalia Laverde Bohórquez estudió Comunicación Social y Periodismo (1998) en la Universidad de la Sabana en donde aprendió técnica fotográfica. Cuenta con una especialización en Gerencia de Comunicación Organizacional de la misma Universidad (2002). A lo largo de los últimos veinte años ha alternado y combinado sus labores de consultoría de comunicación corporativa e institucional, con proyectos por encargo y personales de fotografía y producción audiovisual: en esta área tiene estudios complementarios en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV), Houston Center for Photography, Rice University y New York Institute of Photography. Recientemente ha participado en exposiciones colectivas entre las que se encuentran Continental Drift (FotoFest, Houston, 2014) y Art Crawl (Houston, 2015).

Datos de contacto:

Website: http://foto.natalialaverde.com

Correo-e: natalialaverde@yahoo.com / n.laverde10@uniandes.edu.co Dirección: Carrera 1ª No. 70-34 apt. 401

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TABLA DE CONTENIDO

1 Introducción ... 1

1.1 Metodología ... 5

1.1.1 Participantes ... 5

1.1.2 Recolección de Datos ... 6

1.1.3 Entrevistas semi-estructuradas ... 8

1.1.4 Cartografía social ... 8

1.1.5 Registro fotográfico ... 9

2 Marco teórico ... 10

2.1 Lo rural Vs. lo natural ... 16

3 Lugares representados…lugares diferenciados ... 21

3.1 Usos y representación del paisaje en los habitantes de H-T ... 31

4 Memoria y representación del paisaje ... 36

4.1 Imaginarios sociales del estilo de vida en Hondura Tibagota: recuerdos de infancia, estar tranquilo y la necesidad de ser libre ... 36

4.1.1 Estar tranquilo y ser libre ... 40

4.2 Taxonomías y construcción de identidades ... 41

4.3 Motivaciones y trayectorias de migración ... 46

4.3.1 Aversión al lugar de origen ... 46

4.3.2 Atracción hacia el lugar de destino ... 47

4.3.3 Migrar y comprar ... 49

5 La imagen habitada ... 55

5.1 Vivir en cubos: tejas, vidrio, ladrillo y alambre de púas ... 57

5.2 La primera noche del exilio voluntario ... 61

5.3 La casa que respira ... 63

5.4 Entre cercas y perros ... 64

5.4.1 Alter-ego canino ... 66

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5.5 Agua y madera ... 69

5.6 Ser parte de la comunidad ... 74

5.6.1 Fuego que une y desune ... 77

6 Epílogo: Entre el sueño y la vigilia ... 81

7 Referencias y bibliografía ... 87

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ÍNDICE DE FIGURAS

Figura 1. Imágenes complementarias de una imagen anaglífica, tomadas con siete

centímetros de diferencia. ... 3  

Figura 2. Anaglifo o imagen estereoscópica que combina las dos imágenes. ... 4  

Figura 3. Detalle del Mapa Veredal de Cundinamarca. Escala: 1 cm equivale a 3.250 mts. ... 7  

Figura 4. El Rosal en rojo ubicado en la Provincia Sabana Occidente, Cundinamarca. ... 7  

Figura 5. Características de los sujetos de investigación ... 8  

Figura 6. Uso de los recursos del bosque altoandino. ... 22  

Figura 7.Percepción visual del paisaje. ... 25  

Figura 8. Sección superior del mapa titulado “Usos del Suelo Rural” (2012) ... 27  

Figura 9. Comparación de la representación cartográfica de la vereda según habitantes citadinos (Mapa A) y habitantes campesinos (Mapa B) ... 35  

Figura 10. Tipo de habitantes citadinos según valor que le dan al paisaje ... 43  

Figura 11. Características principales de Hondura-Tibagota por las cuales los habitantes citadinos decidieron comprar. ... 50  

Figura 12. Ondas expansivas en el agua. Fotografía Natalia Laverde ... 56  

Figura 13. Construcción de un sueño. ... 60  

Figura 14. Habitar el paisaje. ... 60  

Figura 15 Año Nuevo en Hondura Tibagota (Foto Natalia Laverde B.) ... 82  

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1 Introducción

“¿Cómo definir la vida cotidiana? Nos rodea y nos cerca; en el mismo tiempo y el mismo espacio, está en nosotros y nosotros en ella y estamos fuera de ella, tratando sin cesar de proscribirla para lanzarnos en la ficción y lo imaginario, nunca seguros de salirnos de ella, aún en el delirio del sueño. Todos la conocemos (y sólo a ella conocemos) y cada uno de nosotros la ignora.” (Lefebvre 1978, 85)

El viaje del migrante citadino comienza por la búsqueda, parafraseando a Milton, del paraíso perdido. Los ojos rondan en busca de un lugar concreto que sea maleable y tan soluble que pueda fundirse con las características de una vida tranquila y libre: con una cabaña de madera, con una silla para la contemplación del árbol que florece, o para ver el sol ocultándose tras el volcán-nevado.

Mas allá del encanto de los paisajes agrarios en este trabajo busco analizar las trayectorias del migrante urbano hacia lo rural. Sus representaciones de lugar, valores que se le otorgan, los cambios en estilos de vida, intercambios sociales generados a partir de su llegada, y finalmente cómo se construye como el paisaje como lugar habitado y contemplado.

¿Quién es el migrante urbano?, ¿importa su origen? o ¿es aquel que se ha adentrado y definido en lo que según Morin es la ciudad? ¿ese lugar en “donde se desarrollan la especialización del trabajo, la estratificación de clases y castas, el comercio y lo intercambios” (Morin 1975,147)?. Tal vez la ciudad define a su morador sin importar su origen. En este sentido una idea que atraviesa este trabajo plantea el problema del sujeto urbano que migra hacia lo rural, el impacto paisajístico y cómo dentro de lo rural hay una ruralidad urbanizada en donde desde la experiencia vivida hace el lugar y su denominación.

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2 Para Anderson “los paisajes rurales pueden ser entendidos como lugares, socialmente construidos e imbuidos con múltiples significados simbólicos, e ideas divergentes sobre las actividades que son apropiadas dentro de ese tipo de lugares” (2013,123). En parte es lo que estas páginas intentarán dilucidar desde el estilo de vida de citadinos atribulados en un paisaje rural impoluto y pacífico que ha sido imaginado desde la ciudad. Las condiciones climáticas, orográficas y sociales del paisaje de Hondura-Tibagota (2700 msnm) se entretejerán lentamente con el imaginario social de sujetos rurales y que finalmente serán agentes transformados, y de transformación sociocultural y eco-política.

La experiencia citadina de vivir en el campo, se asemeja a un anaglifo. Las imágenes anaglifas se basan en el fenómeno de síntesis de la visión binocular que fue patentado por Louis Ducos du Hauron en 1891, en donde el sujeto u objeto principal está en el centro, mientras que su escenario está desplazado lateralmente alrededor de siete centímetros (distancia estándar entre cada ojo). La imagen vista está compuesta por dos imágenes fotográficas filtradas por color, es la corteza visual del cerebro la que las fusiona y da la ilusión de ver una sola imagen con profundidad, el principio de las imágenes en 3D.

En esta metáfora visual del paisaje, la imagen B simboliza el paisaje soñado, imagen onírica y azul, y la imagen A, en rojo, es el paisaje concreto de H-T, la biota. Representan dos ángulos de visión ligeramente separados en el eje horizontal que al ser transpuestos producen una tercera imagen, mental en este caso, con ilusión de profundidad.

Por supuesto para que sea posible percibir el tercer elemento se necesita de un artefacto que le de sentido y nitidez a la composición; según la analogía de la imagen estereoscópica, el objeto revelador o las gafas sería la experiencia cotidiana de habitar a través de los sentidos (Ingold 2012) y sesgada en principio por esa vida rural representada desde la ciudad. La tercera imagen o Imagen C, (Unión de A y B) es entonces un imaginario que orienta una vida de límites borrosos en la que el rurbano (Nates 2008) se debate entre la ciudad, el campo y

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3 sus intersticios, entre lo orgánico y lo plástico, entre lo artesanal y lo tecnológico, entre el sueño y la vigilia.

Imagen A – Ojo izquierdo Imagen B Ojo derecho

Figura 1. Imágenes complementarias de una imagen anaglífica, tomadas con siete centímetros de diferencia. (Fotografías por Natalia Laverde, serie Sujetos urbanos en zonas rurales, 2015)

Así en el primer capítulo (Imagen A) titulado Lugares representados: lugares diferenciados se describe el paisaje físico de Hondura Tibagota, según su geopolítica y eco-historia1 desde el punto de vista de los habitantes nativos, migrantes citadinos y funcionarios del gobierno municipal. En el segundo capítulo (Imagen B) Memoria y representación del paisaje se revelará el imaginario sobre vida rural, su proceso de migración y adaptación al paisaje. En el capítulo La imagen habitada y el epílogo Entre el sueño y la vigilia que siguen la metáfora del anaglifo se revelará el encuentro de la imagen A y B, para construir una imagen ilusoria (Imagen C producida por el cerebro) que cambia cada día y que transformará al sujeto urbano y su lugar: lo que Ingold llamaría “un mundo en constante formación perceptual” (2011, 168).

1 El término eco-historia o historia del paisaje es referenciado por Moran. El término busca: “encontrar evidencia histórica sobre cómo ellos –los paisajes- fueron creados y cambiados por la actividad humana, procesos naturales y sus interacciones.” (Crumley en Moran 2006, 66)

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4 Figura 2. Anaglifo o imagen estereoscópica que combina las dos imágenes.

Para ver el anaglifo de este documento y del ensayo fotográfico en por favor utilice las gafas proveídas en este documento. Si usa lentes de prescripción por favor úselas sobre ellos para percibir el efecto con mayor

nitidez.

El “lector” u observador del foto-ensayo expuesto en la galería virtual (Ver Anexo) podrá experimentar la narración visual en dos formas: en las primeras fotografías se ha obliterado el color en los anaglifos para resaltar las formas y texturas de paisajes por una parte porque el color verde y sus asociaciones cambian de significado cuando se habita, y por otra para liberar la propia experiencia del observador. Después observar los anaglifos podrá observar imágenes a color, no anaglíficas, de corte documental que pretenden hacerlo partícipe del mundo sensorial del color, las emociones y representaciones de los habitantes de la vereda recogidos por la autora de este documento.

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1.1 Metodología

El estudio se basa en una investigación cualitativa etnográfica, de pequeña escala sobre la forma de vida de personas citadinas en una zona rural en la Sabana de Bogotá. El propósito es el de analizar y entender los procesos que se encuentran dentro de los procesos sociales relacionados con el paisaje altoandino.

En este estudio se exploran factores como el imaginario social y la representación de dicho paisaje por parte de sus habitantes, sus interacciones culturales, creencias, actitudes, y percepción sobre lo que es rural y natural. Estudiar la percepción de los habitantes del lugar y del paisaje es fundamental para entender cómo ellos funden su forma de vida en la zona rural, y como ese paisaje rural se enlaza a ellos.

Este entendimiento requirió el registro de las experiencias de los habitantes citadinos en su encuentro con el paisaje altoandino de una vereda de la Sabana de Bogotá y la percepción del paisaje rural en las instituciones municipales.

1.1.1 Participantes

Los participantes en el estudio son personas quienes después de vivir y crecer en la ciudad, en determinado punto de su vida decidieron migrar hacia un área rural que es asociada con el espacio abierto y la naturaleza. Fueron escogidos de acuerdo a criterios predeterminados y relevantes del objetivo general de la investigación, el tamaño de la muestra fue establecido según la saturación teórica. Cabe aclarar que el “citadino” para este estudio es aquella persona cuyo lugar de origen inmediatamente anterior a la ocupación de la vereda Hondura Tibagota fue Bogotá, DC. Las personas citadinas que participaron en el estudio han vivido en la vereda entre cinco y quince años realizando actividades agropecuarias, agrícolas y de conservación del medio ambiente, actividades diferentes a las que desarrollaron en su etapa productiva en la ciudad como sus historias de vida lo confirman.

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6 Por otra parte, se entrevistaron varios funcionarios públicos del Municipio en la secretaría de Planeación, la UMATA, Secretaria de Turismo y Alcaldía en donde se analizaron sus discursos con relación al paisaje altoandino de dicha vereda, y se comparó con la percepción que los habitantes de la vereda tienen del mismo paisaje.

Otras entrevistas incluyen vendedores de finca raíz de la zona, y habitantes campesinos nativos de la vereda, que viven y han participado en la conformación socio-cultural y política de dicho territorio desde hace más de cincuenta años. Se realizó un análisis de medios indirectos de comunicación publicados por la Alcaldía Municipal (folletos, catálogos de turismo, página web) para establecer cómo el Estado comunica su visión del paisaje como capital cultural y la forma cómo desean llegar a la comunidad a través del EOT.

Adicionalmente, se realizaron entrevistas y habitantes nativos de la zona para establecer la forma como se ha convertido en la única vereda que alberga el último fragmento de bosque altoandino del municipio y el cual se entreteje tanto orgánica como culturalmente con las tensiones sociales que el presente estudio etnográfico reproduce.

1.1.2 Recolección de Datos

La recolección de datos fue realizada en 2015, en la vereda Hondura Tibagota, en adelante H-T, la vereda más alejada de la cabecera municipal del municipio de El Rosal, a una altura promedio de 2850 msnm, en el departamento de Cundinamarca. Es una de las veredas más grandes del municipio, cuenta con un área aproximada de 1426 hectárteas (El Rosal, 2011). Es importante destacar que los nombres de los sujetos de investigación que lo solicitaron han sido cambiados para proteger su identidad.

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7 Figura 3. Detalle del Mapa Veredal de Cundinamarca. Escala: 1 cm equivale a 3.250 mts.

Municipio resaltado y conectado al noroccidente de Bogotá por la autopista Medellín en rojo. Vereda indicada con *. Fuente: Gobernación de Cundinamarca

Figura 4. El Rosal en rojo ubicado en la Provincia Sabana Occidente, Cundinamarca. Fuente: Gobernación de Cundinamarca. Escala 1:325.000

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1.1.3 Entrevistas semi-estructuradas

Las entrevistas semi-estructuradas fueron los métodos directos de recolección de la información: exploración de las formas de vida y formas de relacionarse con el entorno de sujetos urbanos, campesinos y funcionarios públicos.

Las entrevistas fueron realizadas en los hogares de los participantes sin dar juicios de valor sobre las motivaciones que los llevaron a migrar a la vereda, o sobre la forma cómo usan y se relacionan con la tierra y recursos como el agua.

Figura 5. Características de los sujetos de investigación

SUJETO EDAD S NIVEL

EDUCATIVO

AÑO DE LLEGADA A H.T

1 70 M SUP 1997

2 51 M SUP 2007

3 45 M SUP 2008

4 65 F SUP 1992

5 45 M SUP 2008

6 61 F SUP 2004

7 43 M SUP 2005

1.1.4 Cartografía social

Los pobladores de origen citadino y campesino participaron separadamente en dos ejercicios de cartografía social. En la que se les pidió “dibujar su vereda”. El objetivo era rastrear la forma como representan los límites geográficos de la vereda, su visión y sentimientos de territorialidad, para analizar sus formas de interacción con otros habitantes en el territorio estudiado.

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1.1.5 Registro fotográfico

El registro fotográfico se realizó teniendo en cuenta dos puntos de vista, uno documental que pretende mostrar las formas de intervención paisajística en la orografía del lugar y el estilo de vida de citadinos en esta vereda desprovista de servicio de agua y alcantarillado municipal, pero que es aparentemente rica en fuentes hídricas, y sus formas de adaptación.

El otro punto de vista es el conceptual que pretende ofrecer al espectador una metáfora visual de lo cómo sucede la migración citadina al campo. Se realizaron encuadres panorámicos y planos medios, algunos transformados en ilustraciones fotográficas para representar los hallazgos encontrados en las narraciones de los sujetos de investigación.

Se retrataron objetos de carácter antrópicos del paisaje rural en la que se incluyen los relacionados al uso del agua, el suministro de energía, el acceso y delimitación de predios. Se encuentran entre ellos pozos profundos, acequias, tanques de recolección de agua, y por otra parte cercas, caminos y construcciones, así como una comparación de viviendas campesinas y “citadinas” como las fachadas que detallan la forma como ambas formas de vida son congruentes e incongruentes en algunos temas.

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2 Marco teórico

“¿Quién tiene el poder de convertir un espacio en un lugar?” Akhil Gupta (1997)

El paisaje altoandino de la vereda H-T atrae turistas del Distrito Capital de Bogotá que realizan cabalgatas, ciclo-paseos, y excursiones en boogies – la última moda-. Se desplazan por el espacio “natural” en contemplación visual y transeúnte, y aún así son igualmente persuadidos por lo que parece un bosque de niebla natural, sin intervención humana. Muchos experimentan en sus paseos el deseo de tener un espacio propio para respirar “aire puro”; movidos por el imaginario de naturaleza rural algunos comprarán-o al menos anhelarán- un pedazo de tierra. “Fincas” para escapar de una ciudad que se les antoja opuesta al campo, y lejos del tormentoso ruido y la contaminación.

El sujeto urbano, mientras que es turista no ve el movimiento orgánico que vive el paisaje rural que observa. Este asombro en principio cautivo por el sentido de la vista (Tuan 1977; Lefebvre 1970; Cassey 1997) - aunque no es el único disparador del deseo citadino de incorporarse a lo “rural” y a lo “natural” - se convierte paulatinamente en un ideal de forma de vida. ¿Qué hace desear al citadino migrar2 hacia zonas rurales?.

Los citadinos sujetos de esta investigación se convierten también en consumidores de tierra, de una forma similar al Modelo de Consumo de Nicosia (1966) o al modelo psico-socioanalítico de Alport en el que factores socioculturales, sociales e individuales responden a la acción de compra ante un objeto de estímulo (Goodhope 2013,167) que en este caso es un paisaje en la vereda Hondura-Tibagota.

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11 Aunque el deseo de vivir alejado de la ciudad es poderoso, no hay una desvinculación total de ella por parte del poblador citadino así lo asegura Hedberg: “moverse a otro lugar no es un asunto de dislocación a otro punto geográfico en el mapa; es también, y sobre todo, una nueva relación que está siendo establecida entre diferentes localidades (Montulet 2005) y que tiende a persistir en el tiempo (Walford 2007)”. (Hedberg 2014).

El fenómeno de push and pull o de corrientes y contracorrientes migratorias (Lee 1960, 49) ha sido estudiado por las teorías históricas del geógrafo Ernst Ravenstein en el siglo XIX y en el siglo XX por Everett Lee quien distingue factores negativos y positivos en los lugares de origen y destino que determinan la decisión para quedarse o establecerse en otro sitio.

Cuando el turista se despoja de la visión lejana del paisaje al adquirir la propiedad legal de un terreno, de forma lenta y cotidiana se funde con la naturaleza lo vivo que es humano, se convierte en habitante (Ingold 2011,4) empieza a formar parte de esas corrientes migratorias y de un ordenamiento territorial del cual es parte y al cual se integra de una manera casi inconsciente. Torn H. Aase expresa en su artículo Symbolic Space que el término planeación regional:

“Actúa como una metonimia para otros dos procesos: acumulación de capital en la periferia y la legitimación de la autoridad política. Con el uso de una metáfora positiva como ‘polo de crecimiento’, la gente común es invitada a creer que la planeación es organizada para su propio beneficio.”(Aase 1994, 54).

La nueva relación del sujeto urbano con el paisaje rural es descrita en la sociología, la ecología política y en la antropología ecológica. Su presencia y acciones tienen un impacto en la economía y las dinámicas sociales de las zonas rurales teniendo en cuenta que el espacio natural es en parte el punto de partida, del modelo original del proceso social (Lefebvre 1978). Pero el estudio de formas de vida citadinas en zonas rurales en la Sabana de Bogotá tiene múltiples puntos

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12 de vista, aparte de vincularse a procesos migratorios, también se encuentra relacionado a planes de ordenamiento territorial.

No es posible, encontrar al menos de una manera homogénea y concluyente una definición de lo rural. Aparentemente las teorías en ciencias sociales lo explican como un constructo social originado en la ciudad (Lefebvre 1978), sin embargo, se agotan al momento de ser traducidas en políticas públicas en donde lo rural es definido como una realidad económica concreta. Se expresan incluso dudas sobre su existencia: “Muchas configuraciones del mundo rural son posibles. Esbozo, en breve, un catálogo incompleto con tres escenarios que intentan responder si en la literatura colombiana actual existe la ruralidad.” (PNUD 2011).

Siendo parte la ruralidad de un modelo económico y al estar estrechamente ligado a la agricultura y a los medios de producción, se encuentran nociones instrumentales, pragmáticas, en documentos del PNUD y del Banco Mundial que ofrecen definiciones concretas o explicaciones de porqué debe definirse así:

“(…) En la conformación de políticas tiene que haber algo de criterio o umbral para guiar la administración. En términos de eficiencia económica de las inversiones públicas, un conjunto de elementos críticos que puede diferenciar las áreas rurales de las urbanas son los gradientes de costos para proveer servicios e infraestructura, lo cual depende de la densidad de población y las distancias. (…). Los criterios (para definir lo rural)3 varían según el país y son escogidos sin referencia a un estándar internacional.” (de Ferranti et al. 2005)

El discurso común es parte de la globalización y trae como consecuencia la homogeneización en la categorización de distintas realidades. El PNUD por su parte intenta hacer una definición de lo rural compresiva y local anunciando que:

“Las fronteras entre campo y ciudad son cada vez menos claras y más difíciles de identificar (…) Utilizaremos la definición clásica de Pérez (2001a y 2001b): Se

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13 entiende lo rural como la complejidad que resulta de las relaciones entre cuatro componentes: el territorio como fuente de recursos naturales, soporte de actividades económicas y escenario de intercambios e identidades políticas y culturales; la población que vive su vida vinculada a los recursos naturales y la tierra y que comparte un cierto modelo cultural; los asentamientos que establecen relaciones entre sí mismos y con el exterior, a través del intercambio de personas, mercancías e información, y las instituciones públicas y privadas que confieren el marco dentro del cual funciona todo el sistema.” (PNUD 2011, 27)

Definir “lo rural” se presenta como un reto para los expertos en ciencias sociales, no solo porque además está influido por acontecimientos diacrónicos y sincrónicos que cambian la historia de los procesos productivos y culturales.

Por otra parte si se intenta comprender lo rural entendiéndolo como una construcción social se encuentran interrogantes como “¿Es lo rural una conceptualización dada de espacio o es performativo en su naturaleza?, en otras palabras ¿Es lo rural un lugar o una actividad?” (Pons 2012). Si intentamos definir lo rural solamente como una actividad nos encontraremos con definiciones que lo explican históricamente en ambos términos y además desde puntos de vista socio-económicos y geopolíticos.

Marx tenía una pensamiento específico del campo en la que éste es contrario a lo urbano y es subalterno de la sociedad industrial. En los años 30 Zorokin y Zimmerman, en contraposición, y tratando de evitar una explicación de pares contrarios vinculan la ciudad al campo y hablan del continuum rural-urbano (Romero, 2012). Sin embargo, a partir de las manifestaciones de inconformidad con la sociedad industrial y de consumo en París (Mayo de 1968) aparece el movimiento “neorural” (Ellis 1977) en Europa cuando “grupos de jóvenes se cansaron de la vida urbana, y en oposición al modelo social emergente del nuevo capitalismo (…) dejaron la ciudad en varias olas y se fueron a vivir en casas y villas abandonadas por campesinos y artesanos” (Resina 2012), lo mismo aconteció por la misma época en Estados Unidos en donde el campo fue visto

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14 (desde la ciudad) como el lugar para escaparse de la Guerra y los problemas urbanos, industriales y sociales de ese tiempo.

Ya en la década de los 90 el campo es concebido como parte de la realidad global y más aún como parte del capitalismo pero las definiciones de lo rural en las ciencias sociales aún no definen las nuevas dinámicas culturales y migratorias (Romero 2012). Sobre la evolución del concepto de rural en las ciencias sociales la filóloga Margalida Pons advierte que J. Cloke en el Journal of Rural Studies identificó ideas que fueron repetidas a lo largo del tiempo, entre ellas que lo rural es “sinónimo de cualquier cosa que no sea urbana en su carácter” o “la percepción es el principal agente de la definición de lo rural y lo urbano” (Cloke en Pons 2012) a lo que K. H. Halfacree responde que – explica Pons- “el problema de la definición está en la falla de distinguir entre lo rural como un tipo de localidad distintivo y lo rural como una representación social – lo rural como espacio y lo rural como espacio representado.” (Halfacree en Pons 2012)

Ante la evolución y la dificultad de identificar las fronteras entre lo urbano y lo rural empírica y teóricamente, hoy otra vez se habla del nuevo ruralismo o de neoruralismo. Ya en la segunda década del siglo XXI hay quienes se arriesgan a re-definir la categoría: The New Ruralism: An epistemology of Transformed Space (2012) y Translocal Ruralities (2012) son ejemplos de esfuerzos por descubrir los nuevos significados de una categoría sin un concepto terminado aún, pero que contradictoriamente en el mediascape enunciado por Appadurai está lleno de símbolos y asociaciones perceptivas que son tomadas por ciertas, y que afirmarían una ruralidad muy bien definida en el imaginario social.

Es necesario recordar sin embargo, que la creación del término neoruralismo se le atribuye a Ellis en un informe realizado en 1975 para la conferencia HABITAT de la ONU. Neoruralismo – New Ruralism - es “la migración de personas de las ciudades para buscar una nueva vida en áreas no metropolitanas” (Ellis 1977). Tanto Ellis (1977) con una definición instrumental para la ONU, como Pons (2012) con una definición inscrita en la academia y las ciencias sociales, empiezan

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15 definiendo lo rural como lo contrario a lo urbano, ambos autores separados por momentos históricos y económicos diferentes, acuden a la misma fórmula: lo rural es lo “no-urbano” o lo “no-metropolitano”. Pons también señala otra vía hacia la cual dirigirse :

“Hoy los Estudios Rurales están dominados por la convicción de que la ruralidad debe ser vista como un constructo social. Algunos especialistas en el campo de la geografía y la economía de la agricultura incluso sugieren que paremos de usar los conceptos generales o universales de urbano y rural y en lugar nos enfoquemos en un reino de acción post-rural (Murdoch/Pratt:425) ” (Pons 2012)

Hedberg y Do Carmo lo sustentarían desde una perspectiva translocal “el espacio rural es visto como construido por las interrelaciones con otros espacios nacionales e internacionales (Massey 2005)” (Hedberg et al 2012). Geógrafos, filósofos y antropólogos se han ocupado de estudiar lo rural como símbolo, lugar y espacio de representación y como representación de un espacio social (Lefebvre 1977).

Las conceptualizaciones del espacio rural se derivan principalmente de la percepción como medio de aprehensión de la realidad “el lugar no es un mero producto o porción de espacio, es tan primario como la percepción que da acceso a él (…) la percepción primaria es inseparable de la acción concreta” (Casey 2003, 19) incluso algunos autores como Basso hablan de inter-animación entre paisaje y ser humano en donde cada uno le da sentido al otro. ”(1997,55).

Aún hoy “queda en nuestras actitudes hacia la naturaleza un fuerte componente estético que no puede ser fácilmente subyugado” (Tuan 1974). Esa “topofilia” no es ajena a Lefebvre para quien:

“Los grandes mitos agrarios (la tierra madre) han penetrado la poesía, el arte, la filosofía, desde sus orígenes hasta nuestros días. Las herejías cristianas han tenido también una base en gran parte agraria en las (prolongaciones y recuerdos de la comunidad campesina)” (Lefebvre 1978, 76).

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16 La percepción también lleva al hombre a representar lo rural como lugar en el arte en donde lo encontramos en forma de paisajes desde los feudos del siglo XVIII, los producidos por la Comisión Corográfica en la Nueva Granada en 1850, hasta fotografías de alta resolución que dejan ver panorámicas de 360 grados, o pinturas hiperrealistas de diferentes tipos de paisajes (Urbanscapes, ruralscapes o landscapes).

2.1 Lo rural Vs. lo natural

Como en el arte, las zonas rurales y zonas naturales especialmente en la Sabana de Bogotá son parte de una misma imagen, intrincadas y traspasadas por corrientes y contracorrientes de pobladores. La migración urbana-rural desde el punto de vista de la geografía y el espacio abstracto, supone que “el medio natural, ha venido a ser reemplazado por un medio ambiente, en gran medida obra del hombre, que está subordinado al entorno socioeconómico” (Chorley 1975 en Pillet 2004) podríamos concluir que el medio natural, ese espacio natural incorrupto, se convierte en medio ambiente una vez el hombre – proveniente de la ciudad o no - empieza a transformarlo. Ese medio ambiente es afectado por crisis relacionadas a ciclos de producción que provocan el abastecimiento y desabastecimiento de recursos que guían hacia migraciones, como el de la Isla de Pascua, ejemplo usado por Emilio Moran en The Great Forgetting (2006, 64). Biólogos, zoólogos y ecólogos como Tim Ingold, Emilio Moran, Gregory Bateson y otros expertos como Phillipe Descola provenientes o cercanos de las ciencias naturales se han interesado por la Antropología para estudiar porqué existe la dicotomía naturaleza-cultura o naturaleza-sociedad. Mucho se ha dicho, debatido y escrito sobre el tema pero mientras tanto, en la práctica y fuera del ambiente académico la humanidad lo vive día a día, sin reflexiones y a manera de habitus (Bourdieu 1997, 146).

Según la revisión de la literatura sobre la noción de “rural” se encuentran diferentes aproximaciones y problemas para definirlo cuando se trata de separarlo

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17 de lo natural, así Margalida Pons quien afirma que el problema de asociar lo rural y lo natural y/o con el paisaje es “engañoso porque implica la inmutabilidad del campo contrastada con el dinamismo de la ciudad” (Pons 2012).

La construcción social de “naturaleza” y “paisaje rural” han sido analizados desde diferentes perspectivas por autores como Denis Cosgrove como The Iconography of Landscape: Essays on the Symbolic Representation, Design and Use of Past Environments (1988), Tetsurô Watsuji en Climate and Culture (1961), Eric Hirsh en The Anthropology of a Landscape (1995) y Setha Low en The Anthropology of Space and Place (2003) en donde expresa que Hirsh incluye dos funciones de paisaje en Antropología: una de ellas es el de ser usado objetivamente como un instrumento de enmarcación, y el segundo es el paisaje entendido “como el significado que la gente le imputa a sus alrededores (1995: 1)” (Low 2003, 16). Desde la fenomenología, Tim Ingold propone una mediación entre visiones culturalistas y naturalistas, una antropología del habitar en la que cultura y naturaleza están entretejidas y en donde el paisaje como lugar toma una mayor relevancia. De esta manera el hombre vive con el paisaje no en él, el paisaje es “el mundo como es conocido por los que habitan en él, que habitan sus lugares y viajan a lo largo de sus senderos conectándolos” (Ingold 1993, 156). Según este autor el enfoque en el habitar reconcilia naturaleza y cultura y las diferencias profundas entre habitar un entorno natural y uno citadino o rural:

“Habitar la ciudad moderna es habitar un ambiente ya construido. Pero mientras el constructor es un trabajador manual, el habitante es un caminante. Y el medio, construido por manos humanas debería idealmente permanecer ileso de las pisadas provocadas por el habitar.” (Ingold 2011, 44)

Si las teorías sobre percepción y experiencia del paisaje, lo rural y la naturaleza implican un relacionamiento entre habitantes campesinos y citadinos con las sustancias del paisaje y a través de sus actividades, se verían reflejadas en tensiones ecológico-políticas que no necesariamente son antagónicas.

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18 La antropóloga colombiana Astrid Ulloa ilustra el desarrollo de la Ecología Política afirmando que:

“Durham considera que solo en los ochenta empezó la verdadera ecología política. Bryant y Beiley (1997) consideran que de manera paralela, durante los setenta y comienzos de los ochenta surgió lo que ellos llaman ‘la ecología política del tercer mundo’ ” (Ulloa 2001, 208).

El objetivo de esta ecología es estudiar las relaciones entre lo político y el cambio ambiental, sin embargo, a finales de los años ochenta, según Ulloa investigadores como Brookfield, Guha o Jones:

“Introdujeron análisis de las relaciones de poder, género y etnicidad para entender los procesos de control y acceso a los recursos naturales (…) Las perspectivas actuales en ecología política están articuladas entorno a problemáticas globales –la crisis ambiental, las desigualdades demográficas y económicas, discusiones teóricas posmarxistas (…)” (Ulloa 2001, 209).

La migración de la ciudad al campo, como escenario de esta investigación, en Colombia ha sido estudiada desde el punto de vista sociológico y de ordenamiento territorial, pero pocas son las referencias antropológicas sobre las formas de vida de citadinos que realizan actividades en el campo, su impacto cultural y social. El sujeto de estudio serán personas urbanas que compran tierra en la vereda H-T del municipio de El Rosal con diversos objetivos. No se estudiarán aquellos citadinos que viven en conjuntos cerrados ubicados en zonas que fueron rurales de municipios como Chía donde “la construcción no controlada de urbanizaciones está destruyendo rápidamente el ‘cinturón verde’ indispensable para la población de la metrópoli”(Dureau et al. 2000, 34).

La llegada de citadinos de estratos medios y altos y con educación superior en la vereda ha generado cambios sustanciales en la forma como es imaginado y vivido el paisaje rural. El campesino que se autoabastecía de la tierra y en un tiempo era el único habitante ahora comparte su espacio con el citadino. Todos los días la biósfera y la etnósfera, a la manera de Wade Davis, se entrelazan formando un

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19 nuevo paisaje cultural, en donde los nuevos miembros no-rurales se involucran lentamente a una comunidad preestablecida que mayoritariamente se define por relaciones de parentesco, y que ahora tiene el reto de relacionarse con “recién llegados” en términos de vecindad o amistad (Tonnies 1986, en Gómez 2003) y a veces laborales.

Treinta años después de la definición de Ellis para las Naciones Unidas, Joan Ramón Resina de Stanford University sugiere que el término neo-ruralismo se refiere a un vasto territorio eco-político y no a nociones agrarias románticas “(…) no es sinónimo del movimiento de ‘retorno a la naturaleza’ de los años sesenta” sino que lo define como “el retorno de una conciencia social de la dignidad y la conciencia de lo no-urbano” (Resina 2012), otros lo definen como “como lugares que son indispensables para la vitalidad económica, medio ambiental y cultural de las ciudades y regiones metropolitanas.” (Kraus 2006, 27)

Joan Nogué i Font, de la Universidad Autónoma de Barcelona en 1988 exploró la clasificación de neorurales desde varios criterios y recurre a la clasificación de Hervieu-Léger (1979) y Chevalier (1981) según el tipo de actividad que realizan: neoartesanos, neocampesinos, y quienes practican la pluriactividad que se dedican a la agricultura o artesanía además de las actividades que realizaban en la ciudad, para asegurar ingresos.

Sin embargo, desde que Nogué escribió su artículo la alerta en el cambio climático ha urgido a gobiernos y pueblos hacia el cuidado del medio ambiente, y como lo demuestra la conformación de la Sociedad Red de Reservas de la Sociedad Civil (Resnatur) en Colombia habría que considerar una nueva sub-clasificación de “citadinos conservacionistas” o citadinos que adquieren terrenos para la conservación de un ecosistema y simultánea o separadamente tienen áreas de aprovechamiento de sus fincas.

Si bien la palabra neo-rural para efectos de esta investigación es un intento taxonómico para enmarcar a los sujetos urbanos que buscan una vida rural, entendido como construcción social, no hay que perder de vista el poder que

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20 nuevos pobladores como los descritos tienen en el cambio social y físico de un lugar, por esta razón también son llamados gentrificadores rurales (Nates 2008) a pesar de que el término se usó originalmente en contextos urbanos.

El término neorural para definir a los citadinos que migran a zonas rurales, no es un marco definitivo. El punto de partida desde el cual pueden estudiarse los diferentes factores que confluyen en el fenómeno neorural (Ellis 1977) y de gentrificación rural y será complementado, identificado o redefinido según el curso de la investigación. Ese paisaje altoandino más que una representación pictórica es el testimonio de la interacción biósfera-etnósfera, paisaje y habitante (Ingold, 1993; 2012).

El Informe nacional de desarrollo humano 2011 incluye dentro de las causas de migración rural-urbana la falta de oportunidades en el campo, los pocos logros de la política pública, la falta de institucionalidad, la violencia y las “pésimas condiciones de vida en el campo” (PNUD 2011) no se menciona ni se tiene en cuenta el impacto de la contracorriente citadina a zonas rurales, tan evidente en Cundinamarca y en otros departamentos y ha sido estudiada escasamente desde la Antropología.

Se encuentran estudios sobre la incidencia de citadinos en el campo en Europa y Norteamérica pero tanto así en Colombia en donde aparentemente se disloca lo urbano del impacto de la transformación cultural del campo, su realidad y composición en la que “incluso aquellos que se quedan en sus lugares ancestrales y familiares encuentran que su relación con el lugar se ha alterado ineluctablemente y que se ha resquebrajado la ilusión de una conexión natural y esencial entre la cultura y el lugar.”(Gupta y Fergusson 2012, 240).

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3 Lugares representados…lugares diferenciados

“Lo que llamamos el suelo no es realmente una superficie consistente para nada, sino –justo como la piel- una zona en la cual el aire se mezcla con sustancias cuyas fuentes yacen en la tierra en germinación y el crecimiento de los

organismos vivos.” Tim Ingold (2011 , 87)

La vereda H-T no ha existido siempre. Aunque al parecer fueron los Chingas pertenecientes al Cacicazgo de Subachoque (Bermúdez 1992, 91) quienes habitaron el Valle de Choque originalmente, su nacimiento político-administrativo para algunos data de hace setenta años. Un momento en el cual comienza a ser habitada por grupos de campesinos que llegan a la zona provenientes de Subachoque. Según testimonios de los habitantes más ancianos, a través de la “roza” de “maleza” –sotobosque y bosque (emergente y dosel)- crearon potreros para pastoreo de vacas lecheras, ganado de engorde, cultivos de trigo y maíz. Productos como quesos, envueltos de maíz, tamo (tallo del trigo o heno), formaban parte de su economía.

Los productos eran sacados de las laderas de la “taza” - como algunos describen la morfología de la vereda- a caballo o mulas hacia las poblaciones más cercanas de Subachoque o Facatativá, aún hoy persisten pocas familias que lo hacen de la misma forma. Doña Lucrecia y Doña Amalia trabajaban desde niñas en la recolección de leche y la siembra de alverja y papa, y luego colaboraban en la monta de la carga, que era llevada por el padre acompañado del hermano o hermana mayor y a veces de los hijos menores. La travesía hacia Subachoque retaba la fuerza de mulas y seres humanos, en lo que hoy es “La cuchilla” y en donde no había carretera sino trocha.

Hombres y mujeres adultos o niños, iban a pie detrás de las mulas cuidando de la estabilidad de la carga. Usaban alpargates de fibra de fique que tenían mejor agarre o iban descalzos por la vereda de barro arcilloso, amarillo y pegajoso dada la incesante lluvia que caracterizaba el clima de hace 60 años, las botas de

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22 caucho a pesar de ser creadas en el siglo XIX, no aparecerían en la vida campesina en la vereda sino a mediados de los 60.

Como en el ejemplo de Moran (2006, 64) seguido de una intensa ocupación se dio paso a una crisis ambiental que genera un cambio en la técnicas de explotación, y por supuesto de habitación. Analizando testimonios de campesinos y funcionarios públicos, dos ciclos recientes, uno de desgaste y otro de recuperación de la zona han tenido lugar. La madera endémica de tunos esmeraldos y helechos arbóreos fue utilizada para la construcción de casas (Figura 6) cercas, muebles, corrales, yuntas, herramientas, producción de calor y energía para cocinar e iluminar. Campesinos que convivían con el ecosistema altoandino de Hondura-Tibagota, se vieron obligados a vender parte de sus tierras en vista del agotamiento del suelo para cultivos, la disminución de madera nativa, y de agua dada la siembra de eucaliptus para secar el terreno anegado, que según funcionarios fue una acción promovida por el Instituto Nacional de Recursos Renovables y Ambientales (Inderena) ya disuelto.

Figura 6. Uso de los recursos del bosque altoandino.

A la Izquierda: Helecho arbóreo (altura: 7 mts) comúnmente llamada Palma Boba, planta endémica, 2800 mts. A la derecha, columna de helecho usada en una de las casas de campesinos construida en 1940

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23 De una economía autosuficiente pasaron a emplearse en los vastos cultivos de papa de Subachoque y La Pradera, o en fincas de propietarios venidos de Bogotá, Subachoque o El Rosal. Hoy solo subsisten en la vereda tres familias campesinas nativas que mantienen la fabricación de queso y la venta de productos agrícolas como mora y alverja, los grandes trigales han desaparecido.

Las tierras altas de la vereda, percibidas por nuevos compradores como “más difíciles de trabajar” por su pendiente pronunciada, más baratas y difíciles de vender, quedaron fuera de la explotación agrícola y ganadera campesina lo que permitió la recuperación espontánea de una parte del bosque altoandino nativo, pero otras áreas menos pronunciadas quedaron expuestas a la lluvia, al viento y al pesado paso de ganado lo que aumentó el peligro de remoción de tierra: la zona es identificada por la Dirección de Prevención y Atención de Desastres (DPAE) de El Rosal como una zona inestable y en peligro de derrumbe.

Por otra parte el pequeño reducto de bosque de niebla rodeado por colinas de pasturas verdes y erodadas, y los bosques de eucaliptos y pinos - cada uno puede consumir hasta 40 litros diarios según funcionarios de la Unidad de Asistencia Técnica Agropecuaria (UMATA)- son vistos desde lejos por turistas y citadinos como elementos que forman un “bello paisaje”. La cartilla Circuito Turístico Sabana Occidente publicación del Instituto Distrital de Turismo (IDT 2013) de la Alcaldía Mayor de Bogotá, es un claro ejemplo de cómo la representación de paisaje rural es construida desde la ciudad y asociada a ciertos valores.

En dicho documento El Rosal aparece como parte de la “Ruta de Naturaleza y Bienestar” cuyo único sitio turístico es precisamente el mirador “Mirador La Hondura” descrito en un escueto párrafo que resalta su vocación para el “turismo contemplativo” (Circuito 2013, 33). El mirador no está ubicado claramente en el mapa proveído, otro funcionario asegura que al gobierno municipal no le interesa que empiece a llegar gente allá que traiga inseguridad y basura y por eso no hay indicaciones claras de cómo llegar.

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24 Funcionarios del Imdercultur aseguran que cuando la Alcaldía Mayor inició el proyecto, cada municipio de la Provincia Sabana Occidente debía presentar una lista de lugares que consideraran icónicos y patrimoniales, un panel de expertos internacionales de España y México fueron los responsables de visitar y escoger los sitios, expresa el funcionario:

“Por ejemplo: teníamos varios sitios elegidos que aquí la gente quiere mucho pero nos asombraron porque no escogieron nuestro monasterio benedictino que habíamos puesto en la lista y que ha hecho parte de nuestra historia, pero sí escogieron el paisaje de Hondura-Tibagota por su gran belleza...”.

Como vemos, la percepción del lugar varía dependiendo de la persona, de las distancias, de los tiempos y de los contextos (Figura 7). Por ejemplo, es diferente ver un paisaje de forma panorámica y pictórica y considerarlo solo una imagen entendida estáticamente, y otra muy diferente entenderlo como una unidad viva, en el cual la naturaleza se interconecta con sus moradores y las actividades que diariamente lo transforman, como diría Lefebvre la “actividad práctica escribe la naturaleza” (en Ingold 2011, 84). La Figura 7 ilustra la experiencia cercana o lejana de las cosas nos da señales y formas de leer el paisaje de manera diferente.

Hondura Tibagota puede ser, al mismo tiempo un paisaje, un lugar y una vereda. Vereda tiene varios significados: su etimología nos remite al latín vereda “camino estrecho y viejo para ganados y monturas” que viene a su vez de veredus que significa caballo de posta, o de viaje (DRAE 2001). Por otra parte, el diccionario del IGAC la describe como la “sección administrativa de tipo rural de un municipio” (IGAC sf) y la Asociación Colombiana de Geografía presenta una definición más completa que la describe como la “unidad mínima de producción y vida” (Mendoza sf).

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25 Figura 7.Percepción visual del paisaje.

Imagen A: Vista satelital (Foto: Google Maps); (Fotografía de la B a la F por Natalia Laverde)

La primera y la última definición se acercan más a la representación que los habitantes de Hondura-Tibagota hacen de ella, siendo la definición del IGAC la más abstracta y reduccionista. En todo caso sea la vereda una “sección” de algo más grande, o sea esa “unidad” que envuelve historia, viajes, economía y vida cotidiana, involucra un nombre, límites y geografía que son aspectos que hacen evidentes las tensiones entre las escalas local, municipal y nacional.

A B

C D

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26 La vereda es identificada de formas diferentes en mapas y documentos oficiales del municipio, al igual que la vereda conexa -Hondura-Chingafrío- que tampoco es nombrada de manera oficial en ejercicios administrativos del gobierno municipal. Sin embargo, los nombres que la cartografía municipal de El Rosal impone actualmente no vinculan emocionalmente a la comunidad que quedó enmarcada y nombrada en los límites imaginarios del Estado creados desde hace al menos cien años cuando el territorio correspondía a Subachoque.

En 1997 se creó el municipio de El Rosal en un contexto de escándalos políticos, corrupción y mapas incorrectos (Value 1997) que pareciera persistir, y “Las dos Honduras” pasaron a ser parte del corregimiento de El Rosal. Hoy convertido en municipio independientemente de la opinión de los pobladores: según cuentan los habitantes de mayor edad, unos querían de alguna manera independizarse y los otros querían seguir perteneciendo a Subachoque que era un municipio mejor conformado políticamente y más rico económicamente hablando.

Las representaciones cartográficas, compuestas de límites y topónimos, y lo que éstas simbolizan para funcionarios públicos es una línea paralela a la representación que los habitantes hacen de ella que parece no ensamblarse. Los pobladores han recorrido las sinuosidades y verticalidades del paisaje de Hondura-Tibagota durante décadas, a pie, a caballo, en moto, y ahora en camperos, con plena conciencia de su territorio creando significados y símbolos, parte de una identidad.

Existe en el mapa de Planeación un área llamada “La Hondura”, que abarca el territorio de las dos. Ésta se encuentra diferenciada en las representaciones cartográficas municipales, en letra grande aunque casi imperceptible, como puede observarse en la Figura 8. Asegura uno de los pobladores campesinos que “No, la vereda Hondura no existe…” ningún poblador sabe dónde queda la vereda “La Hondura”, siempre es necesario decir por cuál está uno inquiriendo Hondura – Tibagota (HT) u Hondura-Chingafrío (HCh).

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27 Figura 8. Sección superior del mapa

titulado “Usos del Suelo Rural” (2012) Fuente: cortesía de la Secretaría de

Planeación Municipal el Rosal.

En lo que si parecen estar de acuerdo funcionarios y habitantes es en la descripción del lugar como un gran “tazón”, “taza”, “pocillo”, “una paila inclinada” o “cráter” símiles que dan sentido al sustantivo que precede el guión: Hondura. La palabra hondura cumple una función toponímica que corresponde a la representación de la orografía del lugar: “Hondura 1. f. Profundidad de una cosa, ya sea en las concavidades de la tierra, ya en el mar, ríos, pozos, etc.” (DRAE, sf). Esta fisonomía del paisaje ha determinado la forma en que el gobierno municipal, los habitantes campesinos y citadinos lo transforman diariamente desde hace décadas y le dan sentido.

Según la profesora quien nació en H-Ch, en sus respuestas sobre a qué vereda pertenecen, sus alumnos en la escuela responden “Chingafrío” o “Tibagota” sin mencionar el nombre “Hondura”, aunque ella asegura que les enseña los nombres completos y algunos mapas que aún tienen las dos veredas diferenciadas. En los relatos de habitantes la vereda es denominada “Hondura-Tibagota” y en algunos folletos (Imdercultur 2013), es nombrada solo “La Hondura” por el IGAC (El Rosal, sf), “Las Honduras” por el Plan de Desarrollo Municipal (Diagnóstico 2012, 5) u

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28 “Honduras-Tibagota” como fue marcada en pintura en una de las paredes de la abandonada escuela veredal.

El intento de Planeación Municipal, ya sea premeditado o desordenado y descuidado, por unir las dos veredas tras una sola denominación, y representarlo en sus mapas como un solo territorio o subdivisión política no tiene conexión alguna con la vida cotidiana de los pobladores. No entra en conflicto con la comunidad en tanto el nombre no salga de las oficinas municipales.

Estas diferencias de denominación calan en los sentimientos de todos los habitantes especialmente campesinos, que se sienten “ofendidos” cuando los funcionarios públicos y civiles confunden el topónimo. En una capacitación realizada por los bomberos de El Rosal en cuanto a incendios forestales que la comunidad había solicitado dados varios eventos, se encontraban presentes la mayoría de los pobladores, de origen citadino y campesino atendiendo a uno de los bomberos que repetía constantemente que se encontraba en Hondura-Chingafrío, hasta que Constanza, habitante campesina nativa de la vereda, no aguantó más y corrigió al bombero alzando la voz: “Usté está en Hondura TI-BA-GO-TA… ¿cuándo es que van a aprender cómo nos llamamos?” dijo exacerbada, levantando los brazos y abriendo sus rasgados ojos azules mientras Lucía odontóloga y también de una de las fincas, intentaba calmarla posando su mano sobre el hombro izquierdo de Constanza y susurrándole: “con amor doña Ceci.. corríjalos con amor”.

La forma de nombrarse es clave e importante para identificarse, ser identificado y para ser encontrado. En zonas rurales la referencia de localización de un incendio son las torres de energía eléctrica. Los bomberos y la defensa civil no se ubican oficialmente por el nombre de las veredas que son utilizados como referencia secundaria al momento de atender una emergencia. Ningún habitante citadino o campesino, asistente a la reunión, sabía que las torres que atraviesan el valle y forman parte del paisaje rural de Hondura-Tibagota tenían un número (Ver fotografía). De hecho las torres son un elemento antrópico del paisaje altoandino

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29 que muchos evitan o que quisieran borrar dados los múltiples conflictos con ISA, el sonido de las cuerdas y la depreciación de la tierra que esto ha causado a algunos.

El problema del nombre de la vereda presenta retos prácticos, no solo en cuanto a localización, identidad, sino de representación y agencia de la comunidad. La reacción de Constanza, contrasta con el argumento de funcionarios públicos de Planeación quienes, aseguran que la gente que vive en la parte alta del Rosal, no sabe cuál es límite de su vereda, y que “no tienen problema en decir que son de una Hondura o de la otra” pero que sí buscan un “mayor desarrollo a través de la junta de acción comunal”. Para el municipio las Juntas de Acción Comunal (JAC) representan un grupo de personas que se auto-reconocen como comunidad. El elemento integrador es el nombre del lugar al que pertenecen, al que ellos creen y sienten que pertenecen, es lo que distingue a unas JAC de otras. Como en el caso de H-T (que en documentos de la alcaldía aparece reconocida como vereda y en otros no) o de la vereda El Recreo que: “no es una vereda.. es un sitio en la carretera, en el que ni siquiera hay pobladores, sino fincas”, según afirma uno de los funcionarios del gobierno municipal. Así el nombre de la vereda contiene una gran cantidad de significado histórico, cultural, identitario y de interrelaciones con el paisaje, que el municipio termina obliterando al pensar que el nombre de un lugar es solo una coordenada.

Más tarde las dos veredas pasaron a ser administradas por el municipio de El Rosal y siguieron siendo imaginadas y vividas por sus pobladores como comunidades identificadas de forma diferente, con JAC independientes desde que eran parte de Subachoque; así, la JAC de Hondura Tibagota está organizada desde 1975, según testimonio de uno de sus fundadores. Hoy en El Rosal hay conformadas trece JAC y oficialmente nueve veredas (El Rosal sf).

La identificación con la vereda Hondura Tibagota aflora de manera espontánea cuando los habitantes hablan de conflictos puntuales como el robo de cables de la luz en H-T “los ladrones vienen a robar aquí pero se esconden en Chingafrío” o

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30 relacionados a la falta de profesor para la escuela “no es justo que los niños de aquí, tengan que ir a la vereda de Chingafrío a estudiar al lado de las marraneras..”, o en la identificación de límites: “de la quebrada de la escuela para allá, empieza Chingafrío y de para acá es Tibagota.”

Claudia de 11 años, cuyos padres y abuelos nacieron en H-T, me dice de la nada en un encuentro casual que a ella le gusta “mirar desde lejos… allá arriba en el alto se ve toda Tibagota, las montañas y el cielo… aquí el paisaje es más bonito que en Chingafrío” vereda más poblada, cuyo paisaje es definido por la pestilencia que despiden los criaderos de cerdos y el desorden en el que están construidas las casas. En oposición a esta mirada los mapas veredales, contienen un “área forestal protectora” (Secretaría 2012) diversa que a gran escala es una panorámica abrupta, con diferencias entre los 2200 mts y los 2900 mts y que ha sido transformado por factores abióticos como la niebla, la luz, el viento y los deslizamientos; bióticos como el bosque de robles, cedros, montano bajo y antrópicos como potreros para pastoreo, cercas, casas y pozos entre otros.

En la parte más alta se encuentra el último reducto de bosque nativo altoandino del municipio que corresponde al cinco por ciento de su superficie y al 31 por ciento del área de la vereda (Secretaria 2012) que se diferencia de las demás partes por reflejar un verde oscuro y profundo. El resto del verde se reparte en tonalidades más pálidas con tintes amarillos o grisáceos en parches de eucaliptos, pinos, acacias y grandes porciones de praderas cercadas, o lo que Knight llamaría midori no sabaku o desierto verde (1996, 255). Dos elementos antrópicos sobresalen transversalmente en el área: el sistema de interconexión eléctrica y la carretera, destapada y construida en 1995, que se desenrolla desde la cuchilla hacia el nororiente hasta llegar a la carretera pavimentada que lleva a la cabecera municipal.

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31 Parte de los factores distintivos e identificadores de la vereda por parte de la población local4 son las características altoandinas de la vereda que la diferencian de “la otra Hondura” localizada en el fondo de la gran “taza”. Cuando se ve desde “la cuchilla” o nombrado por la plancha del IGAC No. 227-II-A-2 1, ACT 06/2008, como cerro “Tobacota”, la Hondura-Tibagota es identificada por su paisaje de valles profundos cercanos, intermedios y lejanos, de tranquilidad aparente.

Además de la mancha de bosque de niebla, otras invariantes (Navarro 2003) o características distintivas del paisaje de la vereda son los lagunas, pozas en los pliegues de las colinas y montañas, y antiguas casas que funcionan como cronotopos realizadas con materiales del lugar y técnicas tradicionales de adobe que tienen ventilación de los pisos de tabla sentados en cimientos de piedras y ventanas sin vidrios, muy pequeñas, que contrastan con las casas endebles prefabricadas, de grandes ventanales, que la Alcaldía ha proveído en los últimos años a los campesinos de menos recursos.

3.1 Usos y representación del paisaje en los habitantes de H-T

Las formas de habitar los lugares se encuentran relacionadas con las formas como la persona lo experimenta. En este sentido el paisaje es usado de diferentes maneras que fueron agrupadas en tres categorías: referenciación, representación y diagnóstico.

En las tres categorías se revela un posicionamiento externo del habitante que lo define como observador. Es decir, que se da una objetivación del paisaje como un hecho externo al individuo pero es vivido como parte integral de sus vidas. La referenciación opera sensorialmente, en ella predomina el sentido de la vista y la orientación, en donde las personas encuentran referentes físicos para ubicarse.

4 No fue posible establecer el número exacto de habitantes en la vereda H-T. Sisben reporta 43 personas afiliadas, no hay desplazados en la vereda según la Secretaría de Gobierno, ni estadísticas sobre cifra de habitantes citadinos.

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32 A través de la observación del paisaje - es decir de la imagen parcial percibida en un momento de la vereda- y sus puntos más prominentes, usualmente las personas imaginan puntos que sugieren una referenciación de lugares que en ese momento están escondidos o no visibles dada el área de territorio físico de 1172.71 hectáreas (El Rosal sf). Los elementos visibles hacen que la persona ubique puntos no visibles “…si el cedro torcido está aquí… la quebrada entonces queda para allá…” Así todos los mapas del ejercicio de cartografía social empezaron a ser dibujados desde la parte más alta de vereda en donde está “La cuchilla”, incluso si las personas estaban ubicadas en la parte alta, baja o media de la vereda.

Otra de las funciones es de la representación y lectura del paisaje. El paisaje como imagen o input inmediato de la realidad tiene también una función representativa en la mente del citadino de H-T. Esta función, tiene matices diferentes, según el tipo de poblador especialmente, entre el inmigrante citadino y el poblador local campesino.

La grandilocuencia al describir el paisaje por parte del habitante citadino que aún tiene un dejo de turista es evidente, para él el paisaje integrado por las cadenas montañosas central y occidental inundadas de luz rasante de mañana o tarde y la niebla como elemento difusor de la luz, ofrecen literalmente un espectáculo diario que lo conecta a la belleza y a su condición primaria de observador.

A las 5:34 p.m. por entre el ruido de una sierra eléctrica se escucha un grito: “¡Viiiictooooor, deje eso ahí y venga rápido a ver este espectáculo!” grita afanadísima Clara quien se encuentra en el porche de su casa viendo el atardecer del día. El ruido de la sierra cesa. El “espectáculo” es el sol escondiéndose tras la cordillera central justo detrás del volcán-nevado del Ruiz, y del resto de montañas de la cordillera central, que a contraluz estival se ve completamente rojo. Solo la silueta de su cima, de su fumarola de densidad y forma cambiantes se revelan a contraluz.

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33 En contraste, a la misma hora Isidro Santana de 65 años quien nació en la casa principal de la vereda que hoy cuida, y cuya familia llegó en los años 50 a la vereda cuando aún era Subachoque, se encuentra dándole de comer a los terneros y se alista para cortar pasto para tres cabras de la finca que está a su cargo.

No levanta la mirada para ver el “espectáculo” y me pregunta qué estoy viendo por el lente de la cámara (un lente Sigma de 500 mm por demás pesado y ruidoso) Isidro completamente ajeno al paisaje como imagen pictórica, y de que el sol está ocultándose tras la fumarola del Ruiz a quinientos kilómetros de distancia, sigue en su tarea. “¿No le parece bonito Isidro?” le pregunto, “pueees.. - y se ríe un poco con escepticismo- si así es todos los días… pero eso todo rojo es que va a hacer verano, pobres animales, y el volcán si tiene como mucho humo hoy…” dos días después el Servicio Geológico Colombiano declara la alerta amarilla en Manizales. No llueve hace cuatro meses, y todos sin distinción miran al cielo en busca de la niebla que otras veces inundaba el valle o por nubes oscuras que indiquen lluvia:

“Que bien que haya nubes negras, pero lo peor es el viento que se las lleva…” afirma Mariana, habitante citadina de la vereda desde hace unos 20 años. Isidro comenta “yo le tengo agüero a los muñequitos, puede ser que llueva –dice refiriéndose a los nimbos que se acumulan en el horizonte - “pero con estos climas de ahora las señales cambian…”

Estos usos son parte de la forma en que los migrantes urbanos conocen y aprehenden el paisaje en el que ahora viven. Aprenden primero los topónimos “de la gente”, los de los campesinos nativos con quienes tienen contacto más rápidamente, en lugar de aprender los nombres y delimitaciones ofrecidas por fuentes gubernamentales. Por lo general tienen problemas para ubicarse cuando discuten la licencia de una casa en Planeación al encontrarse con la confusión de “Las Honduras”. El nombre de la vereda es una de las primeras características que el citadino aprende como referencia del lugar, y será una de las claves de entrada que lo ayudarán a pertenecer a la comunidad rural pre-establecida.

Referencias

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