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CARRASCAL DEL RÍO

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Academic year: 2020

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Esta pequeña localidad se encuentra situada a orillas del Duratón, al norte de la capital, de la que dista unos 70 km Se accede a ella desde la carretera CL-603 tomando desvío al este en Navalilla.

Su primera denominación fue simplemente Carrascal –bosque de encinas– con la cual se la conoce hasta el siglo XVIII. Los primeros vestigios de población nos remiten a etapas

prehistó-ricas, habiendo aparecido en el término distintos materiales como un hacha neolítica o cerá-mica de la edad del hierro, tardorromana y medieval. En época plenomedieval se encontraba englobada en la Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda dentro del ochavo de Las Pedrizas. Exceptuando los documentos relacionados con la ermita de San Frutos, patrón de la diócesis segoviana, se la menciona por primera vez en 1174 con motivo de la donación por parte de Alfonso VIII de una serna situada en su término al convento de Sacramenia junto a otras tie-rras cercanas. A lo largo del siglo XIIIvolvemos a encontrar referencias en distintas ocasiones,

y así en 1204 aparece citada en el documento de préstamos de vestuario para el cabildo sego-viano, y ya en 1247 en la distribución de rentas del obispado.

CARRASCAL DEL RÍO

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Iglesia de Nuestra Señora de La Asunción

Ábside

L

A IGLESIA PARROQUIALde Nuestra Señora de la

Asun-ción se encuentra ubicada en la zona más elevada del núcleo urbano de Carrascal del Río, en el centro de la plaza de su nombre y cercana a la mayor que preside el edificio de Ayuntamiento.

La fábrica responde a una sencilla planta repetida en el ámbito rural de cabecera con tramo recto presbiterial y ábside semicircular a los que se une la nave rectangular cubierta por una moderna armadura de madera y torre a los pies. Al costado norte de la cabecera se adosa la sacris-tía cubierta por bóveda de medio cañón de sillería, sobre la que se asienta una habitación a la que se accede por medio de una escalera de caracol desde el exterior, por una puerta en la fachada oriental que simula un segundo ábsi-de. En la estructura del edificio se diferencian al menos dos momentos constructivos, que responden al primer templo románico y a una profunda reforma posterior llevada a cabo hacia 1707, fecha que campea en la cornisa occiden-tal de la torre, y que bien se pudiera corresponder con la

reforma del muro y acceso sur, cornisas, estribos, y realza-dos del ábside y sacristía.

La iglesia está construida en mampostería, a excepción del muro norte de la nave, compuesto en sillares perfecta-mente escuadrados y con evidentes signos de haber sido removidos, especialmente en los esquinales y al interior en distintas épocas, configurando el resto más destacado de época románica que quizá pertenezca a finales del siglo XII

o principios del XIII. La fachada sur conserva reaprovechadas

distintas piezas con perfiles de bocel, huellas de labra a hacha y un pequeño fragmento con motivo de entrelazo.

El ábside está reformado por completo en sus dos caras. Del primer estado de la obra restan al exterior varios sillares en el hemiciclo y el arranque de una imposta de lis-tel y chaflán, cercanos al codillo norte, que denotan la existencia de un primer ábside de factura más suntuosa que el actual. Al interior se sustituyeron las cubiertas y apeos, mudando por bóvedas tabicadas de cañón con lunetos y cuarto de esfera las anteriores que hemos de suponer

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pé-Fachada norte

Planta

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A los pies de la nave se conserva una pila de copa semiesférica de 128 cm de diámetro construida en caliza sobre un pie troncocónico de 23 cm de altura. Se orna-menta el vaso con simples gallones, en este caso distan-ciados, y un bocelete cercano a la embocadura. En cuan-to a la concepción general se la puede relacionar con la pila de la parroquial de Rebollo, si bien las distancian puntuales elementos decorativos.

Como se apuntó más arriba, por medio de un husi-llo exterior se accede al segundo cuerpo de la sacristía. Éste desemboca en una habitación conocida por la población local bajo el nombre de San Luis y que debió edificarse para estancia o vivienda de algún servidor del templo, como demuestra la existencia de una ventana de asiento en el costado oriental y una chimenea en el occi-dental. Su situación adosada al presbiterio y sobre la sacristía la convierte en mirador excepcional sobre los canes de éste, que aunque en su mayoría segados o muy deteriorados se ha conservado un ejemplar en el que surge un rudo ser híbrido con cola vuelta de reptil y cabeza de ave con cresta dividida en cuatro mechones puntiagudos.

Texto y fotos: RMB - Planos: AMM

Bibliografía

CONTEBRAGADO, D., CONTEBRAGADO, A. y GARCÍAMARTÍN, Mª del

M., 2004, p. 65; GARMARAMÍREZ, D. de la, 1998, p. 138; GONZÁLEZ

GONZÁLEZ, J., 1960, II, doc. 212; GONZÁLEZHERRERO, M., 1998, p.

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DÍEZ, G., 1983, p. 333; SÁEZSÁNCHEZ, C., 1982, p. 543; SIGUERO

LLORENTE, P. L., 1997, pp. 274 y 275; VILLARGARCÍA, L. M., 1990, docs. 98, 140, 141.

treas. Actualmente ocupa el espacio del ábside un retablo barroco presidido por la Virgen con el Niño, que amolda su cascarón a la bóveda de horno. Para el enyesado general del templo se debieron picar las impostas, quedando alguna huella de ellas en el muro norte del presbiterio.

Canecillo en el interior

Priorato de San Frutos del Duratón

P

ESE A SITUARSESAN FRUTOS en término de Carrascal

del Río, el acceso a la ermita lo realizaremos desde la inmediata localidad de Villaseca, a través del camino de tierra y grava que parte junto a la espadaña de su parro-quial. A unos cuatro kilómetros de Villaseca deberemos abandonar el vehículo en el lugar habilitado al efecto y con-tinuar la bajada a pie unos 900 metros. El lugar está dentro del Parque Natural de las Hoces del Río Duratón, Zona de Especial Protección para las Aves y una de las mayores áreas de cría del buitre leonado de Europa. Es por ello que las

visi-tas están sometidas a restricciones, siendo preferible poner-se en contacto previamente con el Centro de Interpretación del Parque, situado en la iglesia de Santiago de Sepúlveda. En cualquier caso, aquí de modo especial y aunque sea obvio, más importante que nuestra presencia y disfrute siempre será tanto el respeto al monumento natural que alberga al construido, como a este mismo.

Los vestigios del antiguo priorato benedictino, Monu-mento Nacional desde 1931, se ubican sobre el cerro que preside un espectacular meandro del cañón del Duratón,

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Panorámica del priorato

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estableciéndose en el particularísimo maridaje entre la arquitectura y su abrupto entorno –animado por las impo-nentes siluetas de las aves que lo pueblan– una de las estampas más llamativas y bellas de todo el románico peninsular, marco propicio para la elevación de los espíri-tus que, sin duda, fue bien apreciado en la elección de tan apartado lugar por sus antiguos moradores (LINAGE

CONDE, A., 1983a). Y bien decía Gil González Dávila que esta “montaña fragosa” era propicia para “fundar Ermitas para mirar de lexos el alma desengañada el ruydo de la vanidad humana”, siendo el lugar escogido para su retiro por el patrono de la diócesis, San Frutos, y sus hermanos San Valentín y Santa Engracia. Afirma el mismo historia-dor que pese a no existir memoria del año de su fundación, “ayla de que en el año 714 era Conuento”, cuya iglesia consagró el arzobispo toledano Bernardo, según consta en la inscripción, que transcribe, y sobre la que en breve vol-veremos.

La historia de San Frutos ha sido trazada en diversas publicaciones por Martín Postigo, a las que se añaden

varias contribuciones de Linage Conde y, recientemente, la obra de Conte Bragado y Fernández Bernaldo de Quirós sobre el panorama arqueológico del cañón. Aunque los orígenes del poblamiento en el lugar se remontan al neolí-tico (cueva de La Nogaleda), los más antiguos vestigios localizados en la península de San Frutos remiten a la Edad del Bronce, y desde entonces la ocupación humana debió ser casi continua hasta el pasado siglo. De la época roma-na nos resta, junto a algunos hallazgos cerámicos, uroma-na ins-cripción funeraria reutilizada en el aparejo del ábside, datada en el tránsito del siglo Ial IId. de C. Ya en época

altomedieval nos encontramos con una curiosa confluen-cia entre los escasos vestigios y la tradición eremítica de San Frutos y sus hermanos, éstos supuestamente martiriza-dos en Caballar. Hay referencias precisas al hallazgo de un broche de cinturón visigodo y una moneda de la época de Vitiza, piezas ambas lamentablemente no conservadas. Y como “anteriores a la repoblación” califica Golvano Herre-ro las tres tumbas excavadas en la Herre-roca atribuidas a los san-tos, dos rectangulares y otra antropoide, con orientación

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Fachada occidental

Fachada meridional

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noroeste-sureste y hoy bajo el humilladero hecho en 1781 y sito a unos 200 m al oeste del conjunto, en la ladera del cerro. Sea como fuere, parece claro que en época visigoda el lugar conoció una cierta concentración de eremitorios, y aunque nada queda, si aceptamos la tradición, de aquel oratorio dedicado a Santa María por el mismo San Frutos (†715), la cercana Cueva de los Siete Altares y tres las tumbas excavadas parece avalar este hecho. Sobre la his-toricidad de la figura de San Frutos se ocupó en extenso Antonio Linage (1971), y a sus conclusiones, que hacemos nuestras, remitimos. Más espinoso resulta dibujar el pano-rama inmediatamente posterior a la muerte del mismo, coincidente con el asentamiento de los musulmanes en el solar ibérico, pues aunque su fama de santidad pudiera haber atraído a grupos de cristianos al modo de otros casos riojanos y leoneses, ningún indicio nos permite contrade-cir el abandono del lugar, ignorando a qué referencia alu-día Gil Dávila en su alusión antes citada al año 714. Así, aceptando con Linage el visigotismo de la Cueva de los Siete Altares, resultaría que su renacer no sería anterior a los primeros y efímeros esfuerzos de consolidación cristia-na entre los valles del Duratón y el Riaza, en época con-dal. Y aún de éste turbulento periodo que va del 940 al 1076 no existen evidencias más allá de la conservación del nombre y la memoria del lugar como centro de culto, Colateral sur

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resultando así fundamentales para completar el panorama los grafitos de la cueva-ermita que la tradición señala como lugar de retiro de San Valentín, situada en el corta-do, bajo el monasterio superior. Lamentablemente la cueva se hundió en 1896, y los grafitos sólo nos son conocidos a partir de los afortunados calcos realizados en el siglo XVIII

por el P. Bernardo Gayoso y comentados por el P. Domin-go de Ibarreta, conservados en el archivo de Silos. En ellos dejaron huella de su paso varios personajes, entre los que Pérez de Úrbel ha querido reconocer a miembros de la corte navarra del segundo tercio del siglo XIy al

mismísi-mo padre de Alvar Fañez, dux de Toledo y hombre de con-fianza de Alfonso VI. Sea cual fuere la identidad de estos visitantes, nos dejaron la fecha de su “pintada”, por des-gracia incompleta, aunque debe corresponder al año 1029 ó 1059. Se probaría así la pervivencia de la importancia del valor simbólico del lugar, aunque no el hecho de su pobla-miento, que no aparecerá confirmado sino hasta el primer texto fundamental y cierto que alude a San Frutos, que no es otro que la donación con su término al monasterio de Silos por Alfonso VI, el 17 de agosto de 1076, senda al fin firme tras los resbaladizos terrenos de la hipótesis en que hasta ahora nos hemos movido. El documento, desapare-cido el original del Archivo de Silos en fecha relativamen-te recienrelativamen-te, se ha conservado en su confirmación por Alfonso X en 1255, habiendo sido objeto de un exhausti-vo estudio por Martín Postigo en 1970. En él el monarca leonés, estando en Navares, dona al abad Fortunio de Silos el paruum munusculum, scilicet illum locum quod ad antiquitate Sanc-tus FrucSanc-tus uocatur, in quo requiescit sanctissimum corpus illius, pre-cisando que el lugar está sub urbe, quam ferunt Septempublica, super fluuium Duraton. Añade a la donación el término del priorato, cuya delimitación fue desentrañada con precisión por Linage, añadiendo el disfrute de pastos y leñas exclu-sivo dentro del coto, y en comunidad con Sepúlveda y las villas de su entorno. La donación fue consignada por vein-tiséis de los primis populatoribus in Septempublica, cuyos nom-bres se recogen.

El siguiente testimonio inequívoco del renacer de San Frutos del Duratón más allá del documental nos lo pro-porciona la propia iglesia, en la cual, salvo que futuras excavaciones arqueológicas nos desmientan, no acertamos a reconocer vestigio alguno ni del primitivo oratorio visi-godo al que alude el P. Flórez ni de una iglesia mozárabe (Marqués de Lozoya, 1931). El monumentum ædificationis se dispuso sobre un sillar del contrafuerte que flanquea por el oeste la portada meridional, y presenta su arista superior abocelada, pues continúa el banco corrido sobre el que se alzó la nave del templo. Fracturado en el pasado siglo, fue brutalmente arrancado de su primitivo emplazamiento

para su traslado a una exposición en 1990, cercenándolo de su marco arquitectónico y mutilando la pieza. Hoy lo que queda de ella se custodia tras una reja en una hornaci-na de la cabecera, aunque afortuhornaci-nadamente contamos con un vaciado en el Museo de Segovia y con buenas fotogra-fías anteriores a su deterioro, como una de Hauser o la de Benito de Frutos que publicamos. Su transcripción, según Martín Postigo, es la siguiente:

HEC EST : DOMVS : D(omi)NI : IN HONOREM S(an)C(t)I : FRVCTI C(onfessoris) EDIFICATA AB ABATE FORTVNIO / EX S(an)C(t)I : SEBASTIANI : EXSILENSI : REGENTE ET HOC CENOBIO DOMI-NANTE ET AB ARCHIEPISCOPO : BER/NANDVS : SEDIS · TOLETANE DEDICATA : SVB ERA : TA CA

XXXVIII : ET A D(omi)NO DOM(no) : MICHAEL E[S]T FABRICATA

Esto es, “Esta es la casa del Señor, edificada en honor de San Frutos por el abad Fortunio, que regía San Sebas-tián de Silos y tenía el dominio de este cenobio, y consa-grada por Bernardo, arzobispo de Toledo, en la era 1138 (año 1100), y fue construida por el señor don Miguel”.

Sobre este famoso epígrafe se dispuso otro en carac-teres similares, incompleto y deteriorado, a modo de ensa-yo frustrado, en el que leemos: ERA T C / XXX VIII ET... / ET IN DIE…, aludiendo de nuevo a la misma fecha de 1100. La inscripción nos ciñe cronológicamente de un modo preciso la construcción de la iglesia, que podemos

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0 1 2 3 4 5 m

10 m 0 1 2 3 4 5

Alzado este

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0 1 2 3 4 5 m

0 1 2 3 4 5 m

Alzado occidental

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0 1 2 3 4 5 m

0 1 2 3 4 5 m

Sección longitudinal

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enmarcar así entre la donación de Alfonso VI en 1076 y este año 1100, bien acorde con la data de 1093 tradicio-nalmente aceptada para El Salvador de Sepúlveda, herma-nada tipológicamente con la que nos ocupa, como luego veremos.

El 18 de junio de 1126 se datan dos importantes docu-mentos que nos demuestran la vitalidad de la renacida casa, y en los que Alfonso VII concede al abad de Silos y al prior de San Frutos licencia para poblar con colonos el monasterio de San Frutos y su aldea de Ceca (licentiam popu-landi monasterium Sancti Fructi et uestram aldeiam, que uocatur Ceca, de uestros collazos et de hominibus, undecumque uenerint). En el segundo, con la misma intención, otorga a San Frutos y la citada aldea privilegios forales según el fuero de Sahagún, que había sido concedido por Alfonso VI al burgo de Silos en 1135 (secundum forum burgi Sancti Dominici et Sancti Facundi, quod bone memorie auus meus rex Adefonsus dederit uobis). Durante el reinado de Alfonso X hubo de intervenir el monarca para salvaguardar los derechos del priorato silense –que incluían los jurisdiccionales– frente a los atropellos del concejo sepulvedano, así en julio de 1278. Los conflictos con Sepúlveda serán continuos, conservándose un acta de amojonamiento aún en la tardía fecha de 1780. Igualmen-te se defendió el priorato en esIgualmen-te mismo siglo XIII del

menoscabo de sus derechos parroquiales sobre los habi-tantes de su dominio, y entabló pleitos con los francisca-nos establecidos hacia 1230 en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles de la Hoz, dentro del coto del prio-rato, disputas que se zanjaron en la concordia de 1510. Como refiere Martín Postigo, muy probablemente en la primera mitad del siglo XIII –hacia 1225– tuvo lugar el suceso del milagro de “la mujer despeñada”, recordado por una inscripción moderna del muro meridional de la nave, que supuso el notable acrecentamiento del dominio del priorato con las posesiones de la protagonista del sorpren-dente evento en las localidades de Tenzuela y Santo Domingo de Pirón.

A partir del siglo XVel priorato de San Frutos entra en

la dinámica de la señorialización que afectó a su casa madre desde la venta del señorío de la villa de Silos a Pedro Fernández de Velasco en 1445. Su declive y mera explotación económica incluye varios episodios armados de usurpación del cenobio, en el que sabemos que ya sólo residía un monje. Fruto del inventario realizado el 24 de agosto de 1498, hecho a resultas de tales disputas, pode-mos conocer el estado y distribución del priorato en esta época, así como que sus posesiones se dispersaban en Bur-gomillodo (denominado El Burgo), Santo Domingo de Pirón, Tenzuela, Frades (junto a Cantalejo), Vegafría, Villaseca, Fuenterrebollo, Horcajo, Bercimuel, Carrascal

de la Cuesta, Cobos y Fuente El Olmo de Fuentidueña. Su recuperación durante los siglos XVI al XVIII, en los que

amplía el dominio con algunas compras en los lugares de Navalilla y Valles y continúa su particular disputa territo-rial y sobre derechos con el concejo sepulvedano, permiti-rá la renovación de parte de las dependencias que hoy yacen arruinadas al sur y oeste de la iglesia. Resulta curio-so cómo la aplicación de la jurisdicción que correspondía al priorato hizo que esporádicamente se transformase el almacén de grano en prisión, así en el caso de mayo de 1636 referido por Martín Postigo. En el plano del siglo

XVIII realizado por Fr. Simón Lejalde entre 1790 y 1791,

conservado en el Archivo de Silos y publicado por Martín Postigo, se observa la distribución de las estancias tras las últimas reformas en el conjunto y el estado de ruina, ya entonces, de algunas de las más occidentales.

El siglo XIXverá la abolición de las órdenes

monásti-cas por la monarquía de José Bonaparte 1809, aunque el monasterio de Silos se resistió largamente a su aplicación y consta que la misma no fue efectiva en nuestro caso. También, por lo apartado del lugar, se libraron sus muros tanto de la francesada como de la guerra de la Indepen-dencia, sirviendo el priorato como lugar de refugio. Pero, compartiendo suerte con tantos monasterios hispanos, la definitiva condena a la desaparición de la vida monástica se materializó con la Desamortización de Mendizábal. A finales de 1835 abandonaban los monjes el priorato, pasando la iglesia a depender del Obispado de Segovia, siendo su primer administrador el cura de Hinojosas del Cerro. Pese a todo, el ascenso a la cátedra segoviana y los desvelos del P. Rodrigo Echevarría y Briones, último abad de Silos antes de la exclaustración, consiguió evitar en estos primeros momentos la ruina total de San Frutos del Duratón, convertido en parroquia de término, de la que eran anejas las de Hinojosas del Cerro y Aldehuelas, y hasta los años veinte del pasado siglo habitaron sus párro-cos en el lugar. De la ruina total del conjunto monástico, salvo el templo, se encargaría el posterior abandono y el incendio que arrasó la casa rectoral.

La iglesia fue declarada Monumento Histórico Artís-tico en junio de 1931, siendo sucesivamente restaurada en 1977 (capilla de San Frutos y adecentamiento de la iglesia, Merino de Cáceres), 1990 y en 1996-7, cuando además de actuarse en la iglesia (Berdugo y Moreno-Isla) se llevó a cabo la limpieza de vegetación de los restos de las depen-dencias. Amén de las completas monografías de Martín Postigo y los estudios de Linage Conde, son numerosas las referencias historiográficas que, desde principios del siglo

XX, se han acercado al aspecto artístico de San Frutos. De entre ellas destacaremos la temprana de Román Loredo,

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sobre todo porque incorpora fotografías anteriores a la ruina de las dependencias anejas, viéndose las desapareci-das portería y habitaciones de los monjes, el interior del templo encalado y la portada meridional aún abierta y pro-tegida por el atrio cerrado. Unos años después, en 1932, Solana publicó el primer estudio serio y completo de la iglesia, acompañado de planimetría y abundante material gráfico, cuyas conclusiones asumimos con leves variantes. Dos años más tarde se ocupó del templo Gómez-Moreno, quien recalcó la hermandad entre nuestra iglesia y la del Salvador de Sepúlveda, señalando la notable diferencia de proporciones y esbeltez entre ambas y la novedad que supone en ellas la disposición de arquerías interiores.

Del monasterio románico se conserva principalmente la iglesia, muy alterada por reformas y restauraciones, aun-que mantiene en lo fundamental sus dos campañas cons-tructivas de esta cronología. El proyecto original, esto es, el templo erigido entre la donación a Silos en 1076 y la consagración de 1100, planteó un edificio basilical de una nave dividida en tres tramos y cabecera probablemente de breve tramo recto y ábside semicircular, más bajo que el actual, del cual sólo restan los machones del arco de triun-fo que daba acceso al espacio. La nave, levantada en buena sillería caliza labrada a hacha sobre un banco corrido abo-celado, se cubre con bóveda de cañón reforzada por tres fajones de medio punto que apean en responsiones pris-máticos, correspondidos en la hoja exterior del muro por estribos de idéntica sección y escaso resalte, que alcanzan la cornisa. La bóveda, que parte de imposta con tres filas de tacos, manifiesta notables deformaciones fruto de los empujes y de la falta de ortogonalidad de la planta, com-binándose en su aparejo –con evidentes signos de refec-ción– la sillería caliza con la toba. Como ya señaló Solana, es notoria tal irregularidad de la traza, abriéndose el muro norte hacia la cabecera, y ello debió producir no pocos movimientos de la fábrica, palpables tanto en la cubierta como en la sillería del hastial occidental. La colocación en una reciente intervención de tensores que atirantan la nave parece haber frenado el problema.

En esta primera campaña constructiva, novedosos en la zona resultan los arcos ciegos de medio punto que ani-man los paramentos interiores apeando en chatas colum-nas acodilladas a los responsiones, recurso que luego será recurrente en la articulación de los paramentos interiores de muchas cabeceras y algunas naves castellanas. Son aquí los arcos de medio punto y arista ocupada por bocel, exor-nándose con chambrana de apalmetadas hojas lobuladas y acogolladas. Las columnas sobre las que recaen muestran cimacios ornados con tacos y billetes, nacelas o boceles escalonados, nacela con bolas o tres cabecitas humanas

–en las que Solana veía a los tres santos patronos–, tallos y follaje, greca de entrelazos o un listel y bocel sogueado sobre nacela, éste similar a la imposta de la portada meri-dional. Las basas, como las del Salvador de Sepúlveda, muestran dos finos toros ciñendo una desproporcionada-mente alta escocia. Sus capiteles se apartan algo del mues-trario decorativo que encontraremos en la citada iglesia sepulvedana introduciendo la figuración, apeas esbozada en aquélla, aunque tratada con rudeza. Prácticamente todas las cestas aparecen coronadas por parejas de volutas y cabecitas humanas o animales en cada frente, bajo las que se disponen aves afrontadas de agachados pescuezos, dos torpes leones afrontados alrededor de una palmeta pinjante, dos niveles de hojas cóncavas de carnoso nervio central y bolas en las puntas, hojitas lobuladas similares a las que exornan los arcos, piñas y bastoncillos, tallos for-mando nudos, etc. Resulta curioso el capitel de la primera arquería del muro sur, pareja del de las aves, que nos mues-tra las cabecitas de tres animales de puntiagudas orejas mordiendo lo que parece la traviesa de una cerca, sujeta por una argolla y cerrada por un pasador; un tema similar lo encontramos en dos capiteles del interior de la Colegia-ta cánColegia-tabra de Santillana del Mar. Además del primero por el oeste del muro norte, cuya figuración nos es indescifra-ble al estar parcialmente oculto tras la escalera de madera que da acceso al coro, otras dos cestas, ambas en el mismo muro norte, muestran temas historiados. La primera de ellas, bajo cimacio de tallos entrelazados que albergan brotes avolutados y cabecitas, muestra una cara rasurada y, en la otra, tras una palmeta pinjante, una figura antropoi-de que apoya sus garras en el collarino. A su antropoi-derecha se observa lo que parece una mano y junto a ella una forma difícilmente reconocible que para Ruiz Montejo se aseme-ja a un ave. Mayor interés tiene el capitel izquierdo del tramo oriental, bajo cimacio ornado con dos serpientes afrontadas. Vemos en la cesta a dos personajes, uno por cara, de los cuales el que mira a la nave alza sus brazos por-tando un báculo en la diestra y un libro abierto en la otra mano; en la cara oriental aparece un personajillo sentado que apoya sus manos en el puño de un bastón en “tau”. La relación entre ambas figuras y el hecho de que constituyan una escena parece reforzado por el hecho de sujetar la pri-mera figura el libro en su mano izquierda, más cercana a su compañero. En cuanto a la significación del relieve, Sola-na apuntaba cautelosamente a la de “Santo Domingo de Silos con un cautivo liberado”, mientras que Martín Posti-go la leía como “San Benito presentando el Libro de la Regla a un monje”, interpretación que asume Ruiz Monte-jo. La indefinición consecuente a la extrema torpeza del escultor no permite ir más allá en las hipótesis.

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Interior de la iglesia

Detalle del muro septentrional

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A esta primera campaña corresponde también la ven-tana abierta en el hastial occidental, de curiosa tipología. En torno a una saetera abocinada al interior se dispone un arco de medio punto moldurado con haz de triple bocel, rodeado por chambrana abilletada. Sorprendentemente, tal arco apea directamente sobre el muro, con la interme-diación de la imposta, también abilletada, que prolonga los cimacios de unas columnas acodilladas que restan así sin función. Estas columnas muestran una tipología de basa similar a la vista en el interior de la nave, coronándose con capiteles de gruesos tallos entrelazados que acogen puntas de clavo y remate superior de hojitas y volutas, según un modelo que vemos en la arquería interior y ventanas del Salvador de Sepúlveda.

De las dos portadas que posee el templo sólo la meri-dional parece corresponder a esta primera campaña, com-partiendo con las del Salvador de Sepúlveda su espartano carácter. Abierta en un breve antecuerpo del tramo orien-tal de la nave, consta de arco de medio punto peraltado de rosca moldurada con triple bocel, dividiéndose el exterior a modo de abilletado. Las salmeres están labradas en el mismo bloque que las impostas, éstas decoradas con triple bocel con incisiones oblicuas a modo de sogueado o espi-gas, reposando el conjunto en jambas lisas. En el sillar superior de la más occidental se grabó un bello grafito con un león, de aspecto medieval y que parece un remedo del que vemos tallado en reserva en el muro interior del has-tial occidental, mutilado al ampliar la portada. El removi-do aparejo, el rasuraremovi-do extradós, y su descentramiento en relación al tramo en el que se abre, nos hacen pensar en la posibilidad de que esta portada fuese trasladada, desde su hipotética primitiva ubicación en el hastial occidental, durante las reformas de la segunda campaña románica.

Tan evidente es la hermandad de la nave con la del Salvador de Sepúlveda que cabría pensarse, como ya avan-zó Solana, en una identidad, total o parcial, de sus talleres. Se extiende tan estrecha filiación a lo conservado de los aleros que rematan los muros, con cornisas ornadas con friso de hojitas losanges y zona interior del tablero con retícula romboidal y restos de policromía. Apea en canes de ruda labra y peculiar estructura, pues el frente sobre la nacela recibe también ornamentación, bien de rosetas, bien de dobles bezantes partidos e incisos, mientras que en su parte curva se decora con sucesión de rollos de no muy lejano recuerdo prerrománico, piñas, rudos bustos huma-nos, bastoncillos –algunos entorchados–, abilletado en damero, y simples hojas cóncavas superpuestas. Resulta curiosa la forma de rematar los contrafuertes contra la cor-nisa, pues las piezas laterales son en realidad medios canes integrados en el aparejo del estribo. Idéntica solución y

similares motivos los vemos en la nave del Salvador de Sepúlveda.

Probablemente en la segunda mitad del siglo XII–no

creemos que ya en el XIIIcomo supone Ruiz Montejo– se

acometió el refuerzo y ampliación del templo. La primera de estas medidas tiene que ver con el añadido de una pare-ja de potentes pilares adosados, correspondidos por estri-bos al exterior, en el centro del segundo tramo de la nave, solapando parcialmente los arcos ciegos de dicho tramo. Al exterior, estos contrafuertes añadidos no alcanzan como los originales al cornisa, rematándose en talud a dos tercios de altura. En esta campaña se construyó la actual capilla mayor, más amplia que la primitiva, que posterior-mente se flanqueó con dos capillas colaterales hasta cons-tituir en planta una cabecera triple escalonada, del tipo comúnmente denominado como “benedictino”. Es inco-rrecta sin embargo esta apreciación, pues aquí estos ábsi-des laterales, dispuestos de manera irregular, se conciben como capillas independientes, sin comunicación directa con la nave.

La unión entre la vieja y la nueva fábrica de la capilla mayor se produjo a la altura del primitivo arco triunfal, doblado y conservado junto a los machones que lo recogen –con impostas de entrelazo de cestería y un rudo personaji-llo– y a parte del muro volado sobre la antigua cabecera, en el que se abre una pequeña ventana que daba luz a la nave. Dicho vano ha quedado hoy integrado en el más amplio y alto ábside fruto de la reforma, que también supuso la trans-formación del triunfal, al que se añadió una tercera rosca interior que apea en sendas semicolumnas, algo descentra-das respecto a la pilastra y alzadescentra-das sobre un alto basamento. Tanto sus basas, de perfil ático de toro inferior aplastado y con lengüetas, como los capiteles vegetales de carnosas hojas acogolladas y acanaladas rematadas en caulículos bajo altos ábacos con cuernos, denuncian su tardía cronología, aunque bien propia de los parámetros románicos. Quizás reaprovechados del antiguo triunfal sean los dos cimacios que coronan estas cestas, ambos partidos y con seguridad recolocados, ornados con dobles tallos anudados y decora-ción vegetal de palmetas y tratamiento tipo ataurique, moti-vos ambos que encuentran su referente en la sepulvedana iglesia del Salvador.

La cabecera fruto de esta segunda campaña consta de tramo recto presbiterial cubierto con cañón y hemiciclo cerrado con bóveda de horno, ambas sobre impostas de nacela. Tres ventanas daban luz al ábside, condenándose la central tras el retablo de fines del siglo XVIII. Se trata de

sim-ples saeteras carentes de cualquier ornato y con fuerte derra-me al interior, mientras que exteriorderra-mente el tambor se muestra liso, rematado por cornisa abilletada sobre canes

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con perfil de proa de nave y nacela, salvo uno en el eje con un tosco busto humano y otro, inmediato a éste, a modo de capitelillo pinjante de hojas acogolladas, de aire similar a las de las cestas del triunfal. En la sillería absidal se observa un descenso de calidad respecto al buen aparejo de la nave, así como el uso de piezas reutilizadas de la primera campaña, dos impostas o cimacios ornados con tacos y boceles, en un caso sogueado, y una dovela con doble hilera de billetes. También se reutilizó, retallando la pieza a hacha, una estela romana datada en el tránsito del siglo Ial IId.C, con la

ins-cripción: FLAVO/AN L/ASPRO/AN XXV, transcrita por Hübner como “Flavo annorum Laspro annorum XXV”, esto

es, “A Flavus, de 50 años, y a Aspro, de 25 años”. En el apa-rejo de este tambor absidal se observan claramente tres

maneras distintas; la primera de ellas, correspondiente a la zona inferior, bajo las ventanas, corresponde a la masiva reu-tilización de sillares de la fábrica anterior, algunos retallados e incluso con dos marcas de cantero en la misma pieza –que entendemos deben corresponder a los canteros de las fases respectivas–, colocados junto a otros nuevos con cierto des-orden de hiladas, distinguiéndose dos tipos de marcas de hacha, una de finas incisiones oblicuas (primera fase) y otra más grosera. A partir de las ventanas el aparejo se hace más regular, utilizando piezas de menor tamaño, aunque no fal-tan las reutilizaciones de sillares primitivos y otras piezas, como la antes citada lápida romana y un sillar decorado. Finalmente, sin solución de continuidad respecto a esta últi-ma, la última hilada bajo la cornisa muestra piedra de una Capitel del arco triunfal

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coloración bastante más clara. Pese a todo, tales diferencias pudieran simplemente responder a la reutilización de los sillares de la demolida cabecera original sobre todo en las partes bajas.

La capilla del evangelio o “de San Frutos”, por su parte, repite la disposición de tramo recto y hemiciclo –que supo-nemos en origen abovedados respectivamente en cañón y horno–, interiormente revestidos por yeserías barrocas y el retablo que contiene las reliquias de los santos. Al exterior, su fábrica de descuidada sillería se adosa claramente a la de la capilla mayor junto al esquinal de su presbiterio, denun-ciando su posterioridad, aunque probablemente sin un amplio lapso temporal entre ambas. También su tambor se muestra desnudo, con una saetera abocinada al interior y hoy tras el retablo y cornisa abiselada sobre canes de nace-la. Aunque prácticamente la totalidad de los autores que han estudiado el edificio consideran obra de la ampliación de finales del siglo XIIla totalidad de esta capilla septentrional,

creemos que a esta fase sólo corresponde lo levantado en sillería, esto es, hasta el estribo que ciñe el arco de acceso al tramo recto. El resto de esta capilla y la estancia reflejada como sacristía en el plano de fray Simón Lejalde, levantadas en mampostería, así como el acceso a través de un descen-trado y liso arco de medio punto desde el tramo oriental de la nave, nos parece corresponden a una actuación moderna, algo anterior al retablo barroco que envuelve el hemiciclo y desde cuyo banco los devotos dan la vuelta a la sanadora piedra santa. Así, la capilla de San Frutos de la que se habla en el inventario de agosto de 1498 correspondería a la tar-dorrománica erigida durante la ampliación de la iglesia, que sería completada hacia el oeste a mediados del XVIII(1757), momento de cierta bonanza económica del priorato. A estas obras parece aludir el acta de la visita de 1760 citada por Martín Postigo (1984, p. 141) cuando, tratando sobre la ubicación de las santas reliquias, se dice que “porque se halla concluida ya la capilla del Sr. S. Frutos y puesto el retablo nuebo donde para maior culto de dichos Santos se dispuso en dicho retablo sitio donde cupiese la urna que contiene las tres arquitas...”. Para mejor ubicar las reliquias antes escon-didas en un nicho con reja del muro sur, se cubriría ahora la nave de esta capilla con cúpula y se realizaría el cerramien-to absidado occidental, que quedó luego recubiercerramien-to con el ámbito dedicado a sacristía que llega hasta la línea de la fachada occidental (no obstante, ya a fines del siglo XV se

habla de una “sacristanía” o sacristía en esta zona). Quizás al enyesado se refiera la intervención llevada a cabo en esta estancia entre 1773-1777, siendo prior don Anselmo Arias. Así pues, pensamos que la capilla norte se concibió como independiente de la nave incluso en su acceso, que debía realizarse desde poniente.

Distinto y más complejo es el caso de la capilla meri-dional, aún más retrotraída y con su eje más divergente del de la nave. Aunque este área ha sufrido notables alteracio-nes, es bien visible la forma interna de la capilla, con breve tramo recto y ábside perfectamente semicircular, con 2,8 m de diámetro y profundidad de justo el radio. Ambos espacios aparecen remetidos en el muro meridional del presbiterio, restando parte de los riñones de su bóveda, sobre imposta de nacela, con vestigios de policromía imi-tando el despiece de sillares e hiladas superiores de ladri-llo. Cabe preguntarse si esta capilla se extradosaba o bien, como sugieren los autores de la intervención arqueológica de los años setenta (FERNÁNDEZESTEBAN, S. et alii, 1997) formase parte de “una estructura ligeramente escalonada, quizá correspondiente a una torre”. Aunque es bien proba-ble este extremo, disentimos en la secuencia por ellos pro-puesta, pues pensamos que la torre, si es que existió, es posterior a la ampliación de la capilla mayor. Contra esta posibilidad, sin embargo, se alzaría la presencia en el muro meridional del presbiterio de una cornisa de nacela sobre canes del mismo perfil, aunque su aspecto nos hace dudar de su cronología, por lo que es a no descartar la hipótesis de una primitiva torre con capilla inferior, extradosando el hemiciclo o no, al estilo de las de San Nicolás o San Quir-ce de Segovia, San Justo de Sepúlveda o Nuestra Señora de las Vegas de Requijada. Actualmente se dispone hacia el este una espadaña con remate a piñón y dos troneras de medio punto, claramente postmedieval, cuya última res-tauración data de 1998 y en que se reutilizan algunas pie-zas de la cornisa de la nave. Contra esta capilla sur, cree-mos que contemporánea de la norte y ligeramente posterior al ábside, entesta una galería porticada que se mantiene, aunque modificada, ante la fachada meridional, de la que restan o hay evidencias de seis arcos de medio punto sobre impostas de nacela y pilares cúbicos, con pre-til y sobre un potente muro de contención que salva el acusado desnivel. Denominada como “claustro” en el documento de 1596 que trata del traslado del cuerpo de la mujer despeñada al interior del templo, las marcas de labra a trinchante perceptibles en sus sillares nos hacen pensar en una cronología tardía, dentro ya del siglo XIII. Es en

cualquier caso anterior a las reformas que afectaron a la zona superior de la portería, remozada a mediados del siglo XVIIIy dedicada a habitaciones de los monjes, pues en

su parte de levante se abre una puerta con batiente hacia la galería que daba acceso desde la estancia superior a la misma, en pie en las fotografías de principios del siglo XX

y hasta no hace muchas décadas. Quizás coetánea de esta segunda o tercera campaña sea la remozada portada de arco de medio punto doblado con aristas matadas por

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boceles que da acceso desde poniente a la portería, mien-tras que el arco de entrada desde el exterior, bajo el omni-presente escudo de Santo Domingo de Silos, es ya tardo-gótico.

A la segunda campaña románica debe corresponder la actual portada occidental y el antecuerpo de sillería en el que abre, algo desplazado hacia el sur respecto al eje de la nave. Consta este acceso de arco de medio punto y triple arquivolta, todos lisos, rodeándose por chambrana de sim-ple filete. Recaen los arcos en jambas escalonadas coronadas por imposta de nacela, que sólo recibe decoración de pal-metas bajo el intradós del arco. Se corona el antecuerpo con una breve cornisa ornada con tallo ondulante y brotes,

observándose en su aparejo la reutilización de piezas mol-duradas de la primera campaña, como la alargada de bocel entre dos listeles que observamos en la enjuta derecha.

En definitiva, de la lectura de muros y estudio de las estructuras aún en pie, pese a la dificultad añadida por las sucesivas reformas y reparaciones, consideramos que la actual iglesia de San Frutos es el resultado de tres campa-ñas constructivas encuadrables en el estilo románico. De la primera, fechable entre 1076 y 1100, resta el cuerpo de la nave; en la segunda mitad del siglo XII se acometió el

refuerzo con estribos de la nave y la ampliación de la cabe-cera, practicándose entonces el acceso occidental. Proba-blemente poco tiempo después, en el tránsito de la duocé-Capitel de la arquería

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cima centuria, se añadieron las dos capillas laterales y el pórtico. El mayor interés artístico reside en la campaña primitiva, donde son bien palpables las estrechas conexio-nes de los artífices de San Frutos con los del Salvador de Sepúlveda, hasta el punto de poderse pensar en la partici-pación de parte de un mismo equipo en ambas construc-ciones, o bien en una inspiración directa pero vulgarizada, como suponía Camps Cazorla.

Texto y fotos: JMRM - Planos: JSM

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