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Más allá del desarrollo:

la buena vida

Gustavo Esteva

El desarrollo es hoy el emblema de un mito en agonía y un lema político para vender pro-ductos tóxicos. “Como desarrollo significa ya casi cualquier cosa”, dice Wolfgang Sachs en la revista Development, “desde levantar ras-cacielos hasta instalar letrinas, desde perforar por petróleo hasta perforar por agua, es un concepto de un vacío descomunal… Es testi-monio del poder de las ideas que un concepto tan carente de contenido haya dominado el debate público por medio siglo”.

Hasta hace poco tiempo el desarrollo había estado protegido por un tabú. Desde la iz-quierda o la derecha, los académicos respal-daban la reivindicación de los políticos de que el sufrimiento de las mayorías era el precio que debían pagar por el bienestar que final-mente obtendrían. Sin embargo, una sucesión de crisis, empezando por la de los años ochen-ta –oficialmente “la década perdida para el desarrollo en América Latina”- permitió des-garrar el velo que escondía la naturaleza del desarrollo. La corrupción de la política y la degradación en la naturaleza, que se le aso-cian sin remedio, pudieron finalmente ser to-cadas y olidas por todos. Un nuevo grupo de expertos documentó la conexión causal entre el deterioro del entorno y la pérdida de soli-daridad que antes sólo percibían los más po-bres. Resultó así posible empezar a enfrentar la verdad dominante. Hasta los universitarios, entrenados para confiar en la opinión de los expertos más que en sus propias narices, tu-vieron que reconocer que el desarrollo apesta. Si uno vive en la ciudad de México o Sao Paulo, es preciso ser muy rico o muy obtuso para no darse cuenta de ello.

Para toda una generación, la mía, el desarro-llo fue sagrado e inviolable. Era el ídolo

co-mún de sectas que perseguían la misma meta por medios incompatibles. Pero ha llegado el momento de reconocer que es el propio desa-rrollo el mito maligno que amenaza la super-vivencia de las mayorías sociales y de la vida en el planeta. Necesitamos oponernos con firmeza a la esperanza adicional de vida que se quiere dar al desarrollo con la creación de alternativas. Padecimos ya las consecuencias de adjetivos cosméticos, que trataban de di-simular el horror: desarrollo social, integral, endógeno, centrado en el hombre, sustenta-ble, humano, “otro”… No podemos esperar que la salida provenga de burócratas de las instituciones internacionales ni de los nuevos cruzados del “desarrollo alternativo”, que de-rivan dignidad e ingresos de la promoción del desarrollo. Las cuatro décadas del desarrollo fueron un experimento gigantesco e irrespon-sable que, según la experiencia de las mayo-rías de todo el mundo, ha fracasado misera-blemente. La crisis actual es la oportunidad de desmontar la meta del desarrollo en todas sus formas.

La era del desarrollo: nuevo episodio

colonial

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acuñó el término. Rara vez una palabra fue tan universalmente aceptada el mismo día de su acuñación política, como le ocurrió a ésta1. Truman la empleó para identificar una calami-dad específica que afecta a la mayor parte de los seres humanos y a la mayoría de los paí-ses fuera de Estados Unidos. Usó una palabra que incluso los antiyanquis podrían reconocer como una condición indeseable. La usó para designar una condición social que casi todo el mundo se siente capaz de plantear, sin nece-sidad de identificarse con la tensión que así impone a la mayoría a la que se dirige. Se convirtió en un término capaz de producir irrefrenables burocracias.

No éramos subdesarrollados. En los años treinta, al contrario, buscábamos empeñosa-mente nuestro propio camino. Gandhi consi-deraba que la civilización occidental era una enfermedad curable. En vez de nacionalizar la dominación británica, buscaba Hind Swaraj: que la India se gobernase en sus propios térmi-nos, conforme a sus tradiciones. Cárdenas, en México, consciente de los efectos devastado-res de la crisis capitalista, soñaba en un México de ejidos y pequeñas comunidades industria-les, que evitara los males del urbanismo y el industrialismo, y en que las máquinas fueran usadas para aliviar al hombre de los trabajos pesados y no para la llamada sobreproducción. Mao había iniciado la Larga Marcha, en la bús-queda de un camino chino de transformación social. Todos estos empeños se derrumbaron ante el empuje de la empresa desarrollista. Las presas fueron los nuevos templos para la India de Nehru. México se rindió a la Revolu-ción Verde; la obsesión por la industrializaRevolu-ción y el urbanismo ha hecho que la quinta parte de los mexicanos viva en un monstruoso asen-tamiento contaminado y violento en la ciudad de México y otra quinta parte haya tenido que emigrar. El socialismo chino, como el de otros países, se convirtió en la vía más larga, cruel e ineficiente de establecer el capitalismo.

Después de Truman se han sucedido una tras de otra, a cortos intervalos, las teorías del desa-rrollo y el subdesadesa-rrollo. En cada una de ellas,

‘desarrollo’ aparece como un algoritmo: un sig-no arbitrario cuya definición depende del con-texto teórico en que se usa. Como ha señalado Gilbert Rist, “el principal defecto de la mayor parte de las seudo-definiciones de ‘desarrollo’ es que se basan en la manera en que una per-sona (o grupo de perper-sonas) describe las condi-ciones ideales de la existencia social… Pero si la palabra ‘desarrollo’ solo es útil para referirse al conjunto de las mejores aspiraciones huma-nas, podemos concluir de inmediato que ¡no existe en parte alguna y probablemente nunca existirá!” (cursivas de Rist 1997).

Sin embargo, a medida que las definiciones del desarrollo se hicieron más variadas y contradic-torias entre sí, sus connotaciones adquirieron mayor fuerza. “Es un vector emocional, más que un término cognitivo. Connota mejoría, avance, progreso; significa algo vagamente positivo. Por eso es tan difícil oponerse a él: ¿quién quiere rechazar lo positivo?” (Sachs 2007).

En el mundo real, más allá de la disputa aca-démica sobre los significados del término, de-sarrollo es lo que tienen las personas, áreas y países ‘desarrollados’ y los demás no. Para la mayoría de la gente en el mundo, ‘desarro-llo’ significa iniciarse en un camino que otros conocen mejor, avanzar hacia una meta que otros han alcanzado, esforzarse hacia adelante en una calle de un solo sentido. ‘Desarrollo’ significa sacrificar entornos, solidaridades, in-terpretaciones y costumbres tradicionales en el altar de la siempre cambiante asesoría de los expertos. ‘Desarrollo’ promete enriqueci-miento. Para la gran mayoría, ha significado siempre la modernización de la pobreza: la creciente dependencia de la guía y administra-ción de otros. Reconocerse como subdesarro-llado implica aceptar una condición humillante e indigna. No se puede confiar en las propias narices; hay que confiar en las de los expertos, que lo llevarán a uno al desarrollo. Ya no es

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posible soñar los propios sueños: han sido soña-dos, pues se ven como propios los sueños de los ‘desarrollados’, aunque para uno (y para ellos) se vuelvan pesadilla.

“El viejo imperialismo –la explotación para ga-nancia extranjera- no tiene cabida en nuestros planes”, señaló Truman en el discurso en que acuñó la palabra subdesarrollo. “Concebimos un programa de desarrollo basado en los con-ceptos de trato justo y democrático” (Truman 1967). No había cabida para el viejo imperia-lismo. Estados Unidos se convirtió en el cam-peón de la descolonización, apoyando directa o indirectamente a quienes se querían librar del yugo europeo. Pero así empezó otra forma de colonización, más penetrante y extendida. Para la defensa y fomento de los intereses es-tadounidenses, se recurrió a la fuerza siempre que fue necesario y se respaldó toda suerte de autoritarismos. El propio Truman señaló, ante las críticas sobre su respaldo a Somoza en Nicaragua: “Sí, es un hijo de puta, pero es

nuestro hijo de puta”. En general, sin embar-go, se prefirió la vía suave de la persuasión, a través de la propaganda y el mercado, edu-cando a una generación entera en la religión del desarrollo.

El proceso de descolonización, que marca el inicio del milenio, pasa necesariamente por la desmitificación del desarrollo. El supuesto de que los ‘subdesarrollados’ deben y pueden lle-gar a ser como los ‘desarrollados’ no tiene ya sustento y se le reconoce cada vez más como una amenaza a la naturaleza y a la conviven-cia. Ha llegado el tiempo de deshacerse radi-calmente del mito colonizador.

La ruptura

Desde los años ochenta se hizo públicamen-te evidenpúblicamen-te el fracaso de la empresa desarro-llista. La propuesta de Truman prometía ex-presamente cerrar la brecha entre los países “avanzados” y los demás, para implantar una nueva forma de justicia en el mundo. En 1960 los países ricos eran 20 veces más ricos que los pobres. En 1980, gracias al desarrollo, eran 46

veces más ricos. Resultaba claro que el ‘de-sarrollo’ era muy buen negocio para los países ricos y muy malo para los demás. Las cuentas alegres que en los años cincuenta prometían que países como México o Brasil se desarrolla-rían en un plazo de 25 a 50 años cayeron por su propio peso: se rezagaban cada vez más. Nunca llegarían a ser como los países que se adoptaban como modelo.

Esta conciencia tuvo efectos ambiguos. Para muchos, fue fuente de frustración, rabia, des-esperación. ¿Por qué tantos países parecían condenados a estar siempre en segunda posi-ción, al final de la cola? Se produjeron también reacciones individualistas: conscientes de que sus países no serían como los ‘desarrollados’ algunos decidieron sumarse a las minorías de éstos. En clases medias y altas de América La-tina circuló por entonces una postura cínica: “No vamos a vivir como los estadounidenses, sino mejor que ellos. Tendremos todos los bie-nes y servicios que ellos tienen, sus malls, sus McDonalds, sus Walmart, y además criadas”. Millones de personas se convirtieron en los que Carlos Monsiváis ha llamado “los primeros esta-dounidenses nacidos en nuestros países”. Son personas que no toman en cuenta los puntos de vista de las criadas ni los de las mayorías socia-les desplazadas y despojadas por el desarrollo. Forman ahora los Nortes de cada Sur.

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ciones del buen vivir –aunque hacerlo implica-ba intensificar la resistencia ante desarrollistas públicos y privados, debilitados por las crisis pero no eliminados, y luchar a contrapelo de los vientos dominantes.

Empezó a hablarse de posdesarrollo, un térmi-no que se puso repentinamente de moda. Tras varios años de conversaciones en distintos paí-ses, reflexionando sobre el tema, Iván Illich y sus amigos publicaron el Diccionario del Desa-rrollo: una guía del conocimiento como poder

(Sachs 1992). Era un esfuerzo de desmantelar la frágil pero poderosa constelación semánti-ca del ‘desarrollo’ mostrando el semánti-carácter tóxi-co de sus pilares lingüístitóxi-cos: ayuda, ciencia, desarrollo, estado, igualdad, medio ambiente, mercado, necesidades, nivel de vida, partici-pación, planificación, población, pobreza, pro-ducción, progreso, recursos, socialismo, tecno-logía y un mundo.

El posdesarrollo significa ante todo adoptar una actitud hospitalaria ante la pluralidad real del mundo. Significa, como dicen los zapatistas, ponerse a construir un mundo en que quepan muchos mundos. En vez del viejo sueño per-verso de un mundo unificado e integrado bajo la dominación occidental, que Estados Unidos tomó en sus manos al final de la Segunda Gue-rra Mundial, se trata de abrirse hospitalaria-mente a un pluriverso, en que las diferencias culturales no sólo sean reconocidas y acepta-das sino celebraacepta-das.

Posdesarrollo, en ese contexto, significa tam-bién celebrar las innumerables definiciones del buen vivir de quienes han logrado resistir el intento de sustituirlas con el American way of life y ahora se ocupan de fortalecerlas y re-generarlas. En un sentido muy real, ir más allá del desarrollo significa encontrarse con la bue-na vida, curando al planeta y al tejido social del daño que les causó la empresa desarrollista.

El camino de la emancipación

Existe consenso general sobre el hecho de que nos encontramos al final de un ciclo histórico.

Pero el consenso se rompe cuando se trata de identificar el cadáver. ¿Qué es lo que habría muerto o se hallaría en agonía? Aunque domi-na todavía en los medios y las elites la con-vicción de que se trata solamente de un ciclo económico más y pronto empezará una nueva fase de expansión capitalista, se acumulan continuamente otras revelaciones.

* Terminó el Consenso de Washington, como certificó en Londres en abril de 2009 el primer ministro británico Gordon Brown, confirmando el funeral del neoliberalismo, cuya procesión inició el Banco Mundial en 2007 y encabezaron los presidentes latinoa-mericanos en El Salvador a finales de 2008, aunque algunos de ellos habían sido fanáti-cos promotores del catecismo neoliberal y sin él actúan como gallinas sin cabeza.

* En círculos académicos se examina por pri-mera vez con seriedad la tesis que hace 20 años sostiene Imanuel Wallerstein de que nos encontramos en la fase final del capita-lismo como régimen de producción. Algu-nos analistas sostienen que no terminaría por sus contradicciones estructurales, las que examinó Marx y Wallerstein retoma, sino por una especie de suicidio, provocado por los fundamentalistas de mercado. Las advertencias de Soros habrían resultado válidas.

* A veces se retoman las enseñanzas de diver-sos pensadores radicales, como Foucault, para sostener que nos encontramos al fin de la era moderna. Se habrían desmontado ya los pilares fundamentales del modo de ser y pensar de los últimos 200 años. Si esto resultara cierto, nos encontraríamos en el periodo de incertidumbre al final de una era, cuando sus conceptos y racionali-dades no permiten ya entender la realidad y transformarla y aún no aparecen los nue-vos.

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nas se encuentran en movimiento. Por meros impulsos de supervivencia o por la convicción de que ha llegado el momento de realizar antiguos ideales, se extienden movimientos sociales que abandonan impulsos meramente reivindicativos, que se reducen a presentar demandas al estado. No confían ya en los par-tidos políticos y el gobierno y se concentran en recuperar sus ámbitos de comunidad o crear otros nuevos. Instalados con lucidez más allá del desarrollo, cada vez más conscientes de la contraproductividad fundamental de todas las instituciones modernas –la medida en que pro-ducen lo contrario de lo que prometen, que la escuela genera ignorancia, la medicina enfer-ma, el transporte paraliza… (Illich 2006-08)-, enfocan sus empeños a construir un mundo nuevo.

Cambiar el mundo es muy difícil, quizá im-posible, señalaron los zapatistas al terminar el Encuentro Intercontinental en 1996; pero construir un mundo nuevo es factible. Lejos de ser una propuesta romántica, esta postu-ra resulta entepostu-ramente ppostu-ragmática. Y en ella está un número creciente de personas. Obser-van que en el seno mismo de la vieja sociedad es posible empezar a generar nuevas relacio-nes sociales, ajenas a toda explotación, y que con ellas no sólo se hace posible enfrentar las dificultades de la crisis sino ampliar la digni-dad personal y colectiva, desafiando todos los sistemas políticos y económicos existentes.

Proliferan actividades aparentemente inocen-tes, que no tienen a primera vista un conte-nido político: Monedas locales, que surgen lo mismo en Medellín, Colombia, que en Buenos Aires, Argentina, o Oaxaca, México. Tecno-logías apropiadas, como bicimáquinas, sani-tarios ecológicos secos o concentradores so-lares construidos localmente, desafían a la sociedad tecnológica. Son apropiadas porque corresponden a la intención de sus usuarios y éstos se las apropian, las mantienen bajo su control, en vez de convertirse en esclavos de la tecnología. Espacios de discusión y apren-dizaje, más allá de la escuela, la vanguardia y el partido, unen medios y fines y se vuelven

modelo de la sociedad por venir.

La lista de iniciativas es interminable y nada tienen de inocentes. Construyen realmente un mundo nuevo y luchan para evitar el de-sastre.

Una metáfora intenta captar lo que está pa-sando. Estamos todos en un barco, en me-dio de la tormenta perfecta. En el cuarto de máquinas disputan intensamente políticos, científicos, dirigentes sociales, funcionarios, partidos políticos… Todos tienen ideas sobre cómo enfrentar la dificultad. Tan ocupados están en su debate que no perciben que el barco se hunde. Pero la gente, en cubierta, se da cuenta claramente. Algunos, con sesgo individualista, saltan del barco y se ahogan. Los demás se organizan y en pequeños grupos construyen botes y balsas y empiezan a ale-jarse del barco. Surgen pronto mecanismos para articular los empeños, hasta que descu-bren que están en medio del archipiélago de la convivialidad… Observan, a la distancia, cómo sus supuestos ‘dirigentes’ se hunden junto con el barco.

Bibliografía

Illich, I. (2006-08). Obras reunidas. Tomos I y II. México, Fondo Cultura Económica.

Rist, G. (2002) The History of Development. Lon-dres, Zed Books.

Sachs, W. (1992) The Development Dictionary: A Guide to Knowledge as Power. Londres: Zed Books. En español: Diccionario del desarrollo: Una guía del conocimiento como poder. Lima, PRATEC (1996) y México, Galileo Ediciones (2001).

Sachs, W. (2007) En Upfront Reflections on 50 Years of Development. Development. 50: 5.

Truman, H. (1967). Discurso de investidura, 20 de enero de 1949. Documents on American Foreign Relations (Documentos sobre relaciones exteriores estadounidenses). Connecticut: Princeton University Press.

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Ecología política,

sustentabilidad y poder social

en Latinoamérica

Víctor M. Toledo

Vivimos tiempos tan inimaginables como in-esperados, en los que las críticas anticipada-mente hechas desde hace décadas se hacen efectivas, confirmando que los procesos socia-les son mucho más lentos de lo que se suponía. Entramos a un “fin de época”, a la fase ter-minal de la civilización industrial, tecnocráti-ca y tecnocráti-capitalista, en la que las contradicciones sociales y ecológicas se agudizan y en el que la norma son cada vez más los escenarios sorpre-sivos y la ausencia de modelos alternativos. Dos fenómenos encabezan esta crisis de civi-lización: de un lado, la crisis ecológica con el calentamiento global y el fin de la era del pe-tróleo en primera fila, y en segundo término, la crisis financiera y económica provocada, y largamente anunciada, por la voracidad insa-ciable del capital.

Desde la perspectiva de la ecología política, tres fenómenos operan como puntos de refe-rencia de la crisis del mundo contemporáneo:

a) El deterioro y descrédito evidentes de la clase política en la mayor parte de los paí-ses (Estados y partidos), la cual ha queda-do ampliamente rebasada, independiente-mente de su orientación ideológica, por la complejidad y la velocidad de los procesos contemporáneos (ecológicos, económicos, tecnológicos, informáticos, y culturales); esto se expresa en la falta de proyectos al-ternativos a la altura de las circunstancias actuales.

b) La creciente sujeción de esa clase política, socialmente ineficaz y corrupta, por par-te de los principales enclaves económicos

del mundo contemporáneo (corporaciones, bancos internacionales, empresas), es de-cir, por el capital en su fase corporativa y global.

c) Finalmente, la difusión y multiplicación de innumerables iniciativas, proyectos y mo-vimientos ciudadanos en varias partes del mundo, pero especialmente en Latinoamé-rica. Estos proyectos surgen como reaccio-nes frente a la posibilidad, cada vez más apuntalada por la investigación científica, de un colapso ecológico de escala global, que por primera vez en la historia pone en duda la supervivencia de la especie huma-na, es decir plantea la idea de que el Homo sapiens es una especie mortal.

Dos grandes tipos de movilizaciones parecen dominar el espectro de estos movimientos ciudadanos: las movilizaciones anti-sistémicas realizadas en la última década mediante la participación coordinada de cientos de miles de ciudadanos organizados en pequeños gru-pos, redes y otras formas novedosas de protes-ta; y el desarrollo de proyectos territorializa-dos dirigiterritorializa-dos a la construcción del poder social mediante formas ecológicamente viables de producción, comercio y consumo, la autoges-tión y la democracia participativa, por lo co-mún orientados por el nuevo paradigma de la sustentabilidad.

¿Cómo se construye el poder social?

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comuni-7

dades, cooperativas, grupos gremiales, orga-nismos de gestión, etc.) alcanza su forma de poder social, cuando se salta de la protesta o la mera resistencia al control efectivo de espacios: barrios de ciudades, comunidades, municipios, cuencas, regiones. Cinco criterios permiten visualizar una plataforma mínima para la construcción del poder civil o ciuda-dano:

I) El poder social se construye no en abstrac-to sino en los espacios concreabstrac-tos de los te-rritorios; es decir se realiza una práctica política territorializada, no meramente discursiva.

II) El poder lo construyen los conglomerados sociales (no partidos políticos ni gobiernos, ni empresas o corporaciones) en iniciativas, proyectos o movimientos de carácter mul-ti-sectorial. Es decir, por núcleos organiza-dos y conformaorganiza-dos por diferentes actores o agentes sociales, ensamblados mediante el consenso (democracia participativa), y en los que participan tanto los actores locales (habitantes o usuarios de un cierto territorio) como aquellos que sin pertene-cer al territorio se encuentran articulados a aquellos a través de los flujos de informa-ción, monetarios, asistenciales, educativos y tecnológicos.

III) El poder se construye para favorecer, man-tener y acrecentar el control social de los habitantes o usuarios locales o territoria-les de una cierta región sobre los procesos naturales y sociales que les afectan, única manera de garantizar la calidad de vida y el bienestar de las ciudadanías locales y re-gionales.

IV) El poder social se construye en lo concreto de manera incluyente, mediante la orques-tación de habilidades, conocimientos y ro-les, más allá de las particularidades de los participantes, y a través de la discusión, la auto-crítica, la disolución de las diferen-cias y la complementariedad de visiones y puntos de vista.

V) El poder social requiere, además, de co-nocimientos acerca de la realidad social y natural del territorio. Por ello resulta importante la participación de científicos y técnicos con conciencia ecológica y so-cial. Ello supone el involucramiento de universidades, tecnológicos y otros centros académicos que se vuelcan a apoyar el pro-ceso de empoderamiento civil, dotados de nuevos enfoques, métodos e instrumentos; es decir de una ciencia y tecnología desco-lonizada y desenajenada.

La construcción del poder mediante las pre-misas anteriores busca entonces el empode-ramiento social (de los individuos y sus fa-milias, las comunidades, las regiones, etc.), frente a y por encima de los otros dos poderes que hoy dominan a la sociedad: el del esta-do (poder político) y el del mercaesta-do (poder económico). En su desarrollo y expansión, el poder social va imponiendo en cada territorio, pautas o modalidades de organización social autogestiva, que al sumarse y unificarse van creando “zonas de resistencia”, que enfren-tan cada vez con más fuerza a los otros dos poderes (político y económico), gestando, de paso, nuevas sinergias que se orientan hacia la transformación gradual de la sociedad y que, en ocasiones, terminan por desplazar súbita-mente al poder político. Lo anterior supone la creación de “zonas liberadas”, de territorios autónomos donde la organización social logra el control del espacio, los recursos naturales, el abasto, las transacciones económicas, la in-formación, la educación y la cultura.

La “micropolítica doméstica”

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En fin, de la adopción de una nueva filoso-fía por y para la vida.

En el caso de la alimentación, se trata de que el hogar alcance donde le sea posible, el auto-abasto de alimentos sanos, nutri-tivos y producidos bajo esquemas ecológi-camente adecuados (agricultura orgánica o sustentable), y su obtención desde redes y mercados solidarios, justos y orgánicos. El hogar debe buscar también la autosufi-ciencia en agua y energía, lo cual impli-ca la adopción de tecnologías adecuadas, limpias, baratas y seguras. La vivienda debe estar construida con materiales lo-cales, no tóxicos y producidos ecológica-mente. Finalmente, la salud se alcanza por el consumo de alimentos sanos, materiales no tóxicos, agua limpia, adecuados dispositivos sanitarios, y el empleo no de una sino de va-rias tradiciones médicas (por ejemplo, desde la acupuntura hasta las diferentes medicinas industriales).

Los hogares autosuficientes, sanos y seguros, conforman las células últimas del poder social, y sólo alcanzan a realizarse cuando forman parte de redes, cooperativas o comunidades de territorios bien definidos. Estos represen-tan un segundo nivel de organización social y surgen de la agregación solidaria de los prime-ros. Un tercer nivel puede alcanzarse cuan-do se logra la articulación a escala de barrios urbanos, ciudades pequeñas, municipios y mi-cro-regiones, y así sucesivamente.

Todas estas formas de organización se alcan-zan más fácilmente cuando existe la partici-pación de “agentes técnicos”: investigadores, promotores, animadores. Sin la construcción del poder social, la toma del poder político (que corre en paralelo) se ve limitado en sus acciones reivindicadoras, incluso se torna ino-cuo o disfuncional al ser dominado o contro-lado por las fuerzas anti-sociales (como los mercados dominados por el capital).

Sustentabilidad y poder social en

Latinoamérica

A diferencia de los países industriales, donde existen experiencias ciudadanas en las perife-rias urbanas y semi-urbanas, o bien ejecutadas por actores neo-rurales (habitantes urbanos que retornan al campo), en la América Latina la mayor parte de las iniciativas encaminadas a construir el poder social es representado por sus poblaciones rurales campesinas e indíge-nas. Ello, en parte, se explica por la enorme presencia de la población campesina (unos 65 millones) y el gran número de habitantes in-dígenas (40 a 55 millones), pertenecientes a unas 800 culturas, que en el caso de varios países conforman conglomerados sociales do-minantes (Guatemala, Perú, Bolivia, Ecuador), o son propietarios de enormes territorios. Esto último es el caso de Colombia, donde la población indígena representando solamente el 2% de la población nacional, posee el 25% del territorio y el 80% de las áreas forestales; en México el campesinado y las comunidades indígenas detentan la mitad del territorio, las cuatro quintas partes de los bosques y selvas y el 20% del agua; y Brasil con un territorio indígena de 100 millones de hectáreas.

El recuento de los movimientos sociales de inspiración ecológica y/o sustentable actuales revela un panorama complejo y notable. In-cluye formas incipientes o avanzadas, núcleos autónomos o mezclados con los gobiernos o

Latinoamerica – datos clave

Población Total 546,723,509 Población Rural 160,000,000 Población Campesina 65,000,000 Población Indígena 40-55,000,000

Número de lenguas 725

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partidos, y en escalas locales, micro-regiona-les, regionales o de carácter nacional. Entre los más notables deben contarse el Movimien-to de Campesino a Campesino con 10.000 pro-motores y 500.000 familias beneficiadas en el norte de Centroamérica, y la Asociación Coordinadora Indígena y Campesina de Agro-forestería Comunitaria Centroamericana (ACI-CAFOC), que lleva a cabo proyectos de mane-jo de bosques, agua y servicios ambientales, eco-turismo, producción y comercialización.

También debe incluirse a la COICA (Coordina-dora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica), organización regional fundada en 1985, representando 400 diferentes pueblos o culturas de 9 países (1.5 millones de per-sonas), cubriendo más de 7 millones de km2. Otras iniciativas son el Movimiento de los Sin Tierra (MST) de Brasil, que en el año 2000 du-rante su 4o. Congreso (11.000 participantes), adoptan la agro-ecología como su modelo para la producción. A la fecha, el MST ha reali-zado varias jornadas anuales de agro-ecología (5.000 participantes) y creado 12 Escuelas Au-tónomas de Agroecología, además del Centro “Chico Mendes” de Agroecología en Paraná.

En Cuba, el sector no estatizado y campesi-no representado por la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (231.000 socios en 1998) con 1.689 millones de hectáreas, pro-ducen: 85% del tabaco, 81 % del frijol, 67% del maíz, 60% del cacao, 68% de los frutales, 51% de la miel, 50% de las hortalizas, 47% del café, 50% de la acuicultura, 40% del ganado, 37% de la carne de cerdo, 30% de la leche del país. Ellos fueron el único sector producti-vo que se mantuproducti-vo al margen de la tremenda crisis que sufrió el país tras el desabasto del petróleo provocado por la caída de la antigua URSS. El movimiento más avanzado lo con-forma sin duda los clubes y organizaciones de vecinos que frente a la crisis alimentaria se organizaron con el apoyo del movimiento agroecológico, para restablecer huertos urba-nos orgánicos, un movimiento de autogestión que hoy reúne a miles de ciudadanos. Hacia 2003, 200 mil predios generaron 3.4

millo-nes de toneladas de alimentos, incluyendo el 65% del arroz, 45% de las verduras, 38% de las frutas, 13% de raíces y tubérculos y 6% del huevo. Además, hoy en Cuba también exis-te un proyecto ecológico nacional que inclu-ye bio-fertilizantes (5 millones de ton para 475.000 ha), control biológico de plagas (276 centros y 4 plantas industriales), áreas natu-rales protegidas, energía alternativa, manejo y mejoramiento de suelos y otros.

En los países andinos las luchas políticas y por la defensa de los territorios se entremezclan con las que se hacen por los recursos natura-les, las prácticas agrícolas tradicionales y el agua (como en Cochabamba, Bolivia). Final-mente, en México, disponemos de un reperto-rio de experiencias por buena parte del centro y sur del país, desde las comunidades y coo-perativas productoras de alimentos orgánicos, las organizaciones forestales, las comunidades erigidas en defensa del agua, o con proyectos ecoturísticos, etc. En México existen unas 15 regiones con más de mil comunidades con pro-yectos hacia la sustentabilidad encabezadas por Oaxaca (616), Chiapas (134), Michoacán (94), Quintana Roo (100) y Puebla (100) y or-ganizaciones estatales y de escala nacional.

Iniciativas ciudadanas

Utilizando el parámetro de la huella ecológica

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En una región donde se realizan nuevos proyectos políticos mediante el triunfo electoral, también existen innumerables proyectos ciudadanos, esencialmente ru-rales, que caminan en la vía de la susten-tabilidad y el poder social y que conforman formas novedosas de resistencia frente a la crisis de civilización que hoy se padece. Estas iniciativas parecen contener elemen-tos de una enorme importancia porque, a diferencia de los impulsos anti-sistémicos o de la izquierda convencional, ofrecen al-ternativas territorializadas basadas en lo local, la autogestión, la democracia parti-cipativa o de base y el manejo adecuado de los recursos de la naturaleza. Por todo ello, es posible anticipar que en el futuro inmediato estas iniciativas cobrarán una mayor importancia y serán los ejes o pi-votes de nuevas fórmulas emancipadoras (llámense “modernidad alternativa”, “de-crecimiento” o “post-desarrollo”), en las que un cambio en las articulaciones de los grupos humanos con la naturaleza correrá en paralelo con nuevas formas de relacio-nes sociales. Todo indica que es este el camino que permitirá superar la crisis, de carácter global, que la civilización indus-trial ha generado.

Bibliografía

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Zermeño, S. 2004. La Desmodernidad Mexicana. Editorial Océano.

Zibechi, R. 2006. Espacios, territorios y regio-nes: la creatividad social de los nuevos mov-imientos sociales. Contrahistorias 5: 39-60.

Víctor M. Toledo, mexicano, es docente e investigador en el Centro de Investigaciones en Ecosistemas, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Del desarrollo a la

autonomía:

La

reinvención

de los

territorios

Carlos Walter

Porto-Gonçalves

El desarrollo como

noción colonial

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del capitalismo. Esa idea-fuerza se presen-ta como si fuese natural y, por presen-tanto, como si no tuviese una génesis histórica y un lugar de origen muy específico. El desarrollo ganó el mundo en el contexto de la post guerra, cuando el Sr. Harry Truman, entonces Presi-dente de EE.UU., y el naciente Banco Mundial de Reconstrucción y Desarrollo, comenzaron a definirnos como subdesarrollados por tener una renta per cápita por debajo de US$ 100 y estar sin-capital, sin-escolaridad, sin-conoci-miento, sin-tecnología, sin-urbanización. Es decir, cuando pasamos a ser analizados no por lo que éramos, sino por no ser iguales a los que nos caracterizaban como tales, quienes disponían del capital, del conocimiento, de la tecnología, del ideal urbano al que habríamos de convertirnos.

En fin, el desarrollo es una idea colonial en el sentido más preciso de la palabra. Hasta los años ‘50, nadie quería desarrollar a nadie y los países europeos hablaban abiertamente de colonizar África y Asia, donde estaban sus colonias. Incluso los primeros documentos que propusieron la creación del Banco Mun-dial decían explícitamente que se trataba de un banco de reconstrucción y no de desarrollo (Pereira, 2009). Hasta mediados de los años ‘50, la cartera de inversiones del Banco Mun-dial fue básicamente destinada a la recons-trucción de Europa y poco o nada a las “áreas subdesarrolladas” (Truman). Fue la ola des-colonizadora desencadenada por los pueblos africanos y asiáticos en la post guerra, la que proporcionó las condiciones para que los paí-ses que perdían sus colonias reinventen esa noción colonial, que pasó a dividir el mundo entre los que eran desarrollados y los subde-sarrollados, estableciendo que estos deberían seguir el modelo de aquellos. A partir de en-tonces, las agencias (poco) multilaterales se encargaron de contratar científicos y técnicos para medir cuanto faltaba a los sub para que se vuelvan desarrollados y, para eso, diversas misiones y sus misioneros fueron enviados al llamado Tercer Mundo. Así como la primera colonialidad, bajo hegemonía ibérica, se afir-mó en nombre de la fe cristiana, y la segunda colonialidad, bajo hegemonía de Europa Norte

Occidental, se afirmó en nombre de la fe en la ciencia -olvidando que la fe en la ciencia no es ciencia, es fe-; la tercera colonialidad, bajo hegemonía estadounidense, sobre todo en la post guerra, se afirmó en nombre de la idea del desarrollo. Así como un día los europeos colocaron la idea de catequizar y colonizar el mundo, ahora quieren desarrollarlo, esto es, conducir a todo el mundo hacia su idea de de-sarrollo. La idea es rigurosamente colonial, como se ve.

En Abya Yala/América somos

modernos hace 500 años!

Es en ese contexto de descolonización de los pueblos africanos y asiáticos, sobre todo, que se propone la revolución verde1 como una re-volución técnica, donde el verde1 de esa revo-lución buscar vaciar la revorevo-lución roja que ha-bía ganado gran expresión con la Gran Marcha campesina en China. El desarrollo tecnológico emergía como una bendición a la que todos tendrían derecho, teniendo a la ciencia occi-dental como su fuente de inspiración. Así, con un sesgo universalista, aunque con un origen bien provinciano, el occidental, se presentaba a la ciencia occidental como una panacea, in-dependiente de los contextos socio-geográficos específicos donde fuera a insertarse. Incluso se nos contó una historia de las técnicas con énfa-sis en la Revolución Industrial del siglo XVIII eu-ropeo que debía iluminar el mundo (sic), como si estuviésemos en la edad de las tinieblas. Olvidaron no sólo las innovaciones tecnológi-cas presentes cuando la conquista colonial de Abya Yala/América, inclusive el hecho de que este continente no exportaba materias primas, como se enseña en los libros, puesto que tanto el oro como la plata, que salían de Anauac y del Tawantinsuyu, al igual que el azúcar, que salía de Cuba, Haití y de Brasil, eran productos manufacturados. No sólo el oro y la plata eran

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objeto de un tratamiento manufacturero con un sofisticado conocimiento de esas metalur-gias ya previamente existentes, sino también el azúcar procesado en los ingenios para ser exportado. A la época, el azúcar era el mayor

commodity en circulación en el mundo y era producido aquí en Abya Yala/América con pro-cesos manufactureros que no encontraban pa-ralelo en el continente europeo. Por lo tanto, si quisiéramos contar la historia del desarrollo tecnológico moderno deberíamos comenzar por todo lo que abarcó la conquista y la coloniza-ción de Abya Yala/América. ¡Somos modernos hace 500 años!

Somos modernos sí, pero el lado olvidado de la modernidad, esto es, el lado colonial que, to-davía, le es constitutivo. Europa, hasta la con-quista de Abya Yala/América en 1492, no tenía la centralidad que pasó a tener después de in-corporar este continente. A la época, “orien-tar” indicaba el camino acertado a seguir, esto es, el Oriente. La conquista de Abya Yala/Amé-rica proporcionó a Europa las condiciones de posibilidad para que se convierta en el centro geopolítico, geocultural y geoeconómico del mundo. De hecho, no se comprende la centra-lidad de Europa sin su lado colonial que, así, cumple un papel protagónico en la constitución del sistema mundo moderno-colonial que nos habita hasta hoy. La modernidad desde su pri-mer momento fue colonial. Hacer monoculti-vos extensimonoculti-vos, esto es, en latifundios, fue una innovación tecnológica que tuvo su lugar en el mundo colonial y, para eso, fue necesario el trabajo esclavo puesto que nadie espontánea-mente hace monocultivo. El monocultivo es una técnica que sólo tiene sentido cuando se produce no para sí mismo, sino para otro, aún más cuando se lo hace en grandes extensiones territoriales. La técnica se muestra, así, par-te de las relaciones sociales y de poder. Los ingenios de azúcar molían la caña proveniente de los latifundios de monocultivo bajo la mano santa del látigo en la espalda de los esclavos, tal como hoy los latifundios empresariales de monocultivos de soja o de caña operan bajo la tecnología de la Monsanto. Cuando decimos la mano santa del látigo de los señores en la

espal-da de los esclavos no lo hacemos como si fue-se una figura de retórica simplemente, puesto que la Iglesia a la vez que cuidaba del alma de los indígenas, aunque con ambigüedad, bende-cía la esclavitud.

La reinvención de los territorios

El “desenvolvimento” (desarrollo2), entre los muchos significados que encierra, contiene uno muy especial que se refiere a su no “en-volvimento” (envoltura) con los lugares y las regiones en sus singularidades. Hubo un autor, Walter Rostow, que llegó a caracterizar el mo-mento exacto en que un país o una región se desarrollaban como take off; o sea, una me-táfora de la aviación para señalar el momento del despegue. Desarrollar es despegar y, así, el “desenvolvimento” es también “des-envol-vimento” en el sentido preciso de romper el

“envolvimento” (environment, del inglés), de privar a quienes son de lo local, a quienes son de una determinada región o de un determina-do territorio, el poder de definir su propio des-tino, de concebir su propio ambiente. En ese sentido, “des-envolver” es desterritorializar. Sus raíces pertenecen a la tradición liberal que, por ello, da tanta importancia al derecho de ir y venir, y no da ninguna atención al derecho de quedarse, al derecho de permanecer que, en el fondo, es el derecho de territorializarse por sí mismo, en su differentia specifica. Por ello, es importante constatar que la crisis del desarro-llo viene junto con el debate acerca del terri-torio y de las territorialidades (Oporto-Gonçal-ves, 2001). Es un debate por el ambiente, por el “envolvimento”, por la reapropiación social de la naturaleza (Leff, 2006). Y ya no se trata de un debate de cada cual en defensa de su propio territorio (Diaz-Polanco, 2004), puesto que el “desenvolvimento” al “des-envolver”-se (despegar) de cada contexto sociogeográfi-co específisociogeográfi-co, sociogeográfi-comprometió a cada uno sociogeográfi-con el

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destino de todos, al poner en peligro la propia supervivencia del planeta y de las especies.

No en vano, la actual crisis por la que pasa la humanidad es la crisis del éxito de su revolu-ción que, tal como Prometeo, se hizo por el control del fuego, por la revolución energética fósil, la Revolución (en las relaciones sociales y de poder) Industrial. Fue la generalización del uso de la energía fósil (carbón y petróleo) que permitió no sólo que la energía (en física, capa-cidad de realizar trabajo) transformase la ma-teria (en física, trabajo) y, así, hizo posible que la materia transformada en cualquier lugar del mundo con el uso de máquinas a vapor pudiese ser transportada a cualquier lugar del mundo con el uso de la máquina de vapor adaptada a los medios de transporte y, así, que proporcio-ne una transformación de la materia en pro-porciones jamás vistas en toda la historia del planeta, “des-envolvendo”-se (despegándose) de cualquier lugar a la vez que “envolvía” a todos en su “desenvolvimento” (desarrollo). Con eso, el “desenvolvimento des-envolveu-se” (despegó) y se olvidó de las leyes de la termodinámica, del principio de entropía. El calentamiento global es la expresión del éxito de un desarrollo que perdió el sentido de su

“envolvimento”. Hubo un tiempo en que se llegó a saludar la llegada del desarrollo con sus locomotoras, llamadas en Brasil cariñosamente como “María Humareda”.

He ahí la razón de ser de las luchas por la re-apropiación social de la naturaleza (Leff), de las luchas por territorios, por sentidos de estar en la tierra, en fin, por territorialidades. Los pueblos indígenas y los diferentes campesinos tienen un papel estratégico al protagonizar lu-chas en defensa del agua, del aire, de la tierra y de la vida. Así como los últimos 30/40 años fueron los 30/40 años más devastadores de la historia humana, cuando hubo la mayor ola de expropiación indígena-campesina que des-ruralizó y sub-urbanizó por todas partes, fue también en estos 30/40 años que la humanidad tomó conocimiento de su carácter planetario y que emergieron por todas partes movimientos que luchan por territorios en su diversidad

(te-rritorialidades) y, así, ponen en el orden del día el derecho a la igualdad en la diferencia (Opor-to-Gonçalves, 2001). Por encima del “desen-volvimento”, autonomía. Autonomía significa en griego, darse las propias normas, en fin, tener el control de su destino. Autonomía es, entonces, recuperar el control sobre nuestros destinos y, de este modo, es, rigurosamente, lo otro de “des-envolvimento”. Y, no olvidemos, tal y como todo ser vivo, toda autonomía tiene que tener poros, aperturas para relacionarse con el otro en condiciones de igualdad sin que la autonomía se pierda. (Traducción ALAI)

Bibliografía

Díaz-Polanco, H. El Canon Snorry. UACM, Ciudad de México, 2004.

Escobar, A. La invención del Tercer Mundo: construc-ción y desconstrucconstruc-ción del desarrollo. Barcelona: Grupo Editorial Norma, 1996.

Esteva, G. Desenvolvimento. En: Sachs, W. Dicionário do Desenvolvimento: Guia para o Conhecimento como Poder. Petrópolis, Vozes, 2000.

Leff, E. Racionalidade ambiental: a reapropriação social da natureza. Civilização Brasileira, Rio de Janeiro, 2006.

Pereira, J. M. M. O Banco Mundial como ator político, intelectual e financeiro (1944-2008). Tese de Dou-torado, Universidade Federal Fluminense, Niterói, 2009.

Porto-Gonçalves, C.W. Da Geografia às geo-grafias: um mundo em busca de novas territorialidades. En: Ceceña, A.E. y Sader, E. (comps) La Guerra Infinita: hegemonía y terror mundial. Buenos Aires, Clacso, 2001.

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Sachs, W. Dicionário do Desenvolvimento: Guia para o Conhecimento como Poder. Petrópolis, Vozes, 2000.

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Alternativas AL Desarrollo en América Latina:

¿Qué pueden aportar las

universidades?

Ana Agostino

Post desarrollo

En la historia del desarrollo es posible encon-trar diversos énfasis, desde la clásica propues-ta de Rostow respecto a espropues-tadios de crecimien-to económico que los países subdesarrollados necesariamente debían seguir para alcanzar la modernización y la industrialización, pasando por la propuesta de las necesidades básicas, la teoría de la dependencia, desarrollo endóge-no, desarrollo sustentable y desarrollo huma-no, entre otros. Algunas de estas propuestas surgieron en el marco de lo que se ha dado en llamar desarrollo alternativo debido a la in-troducción de nuevas áreas de preocupación como el ambiente, los derechos humanos, los procesos democráticos y la dimensión local.

Un análisis sistemático de estos modelos, sin embargo, evidencia que los ejes centrales del discurso del desarrollo se han mantenido in-modificados. Uno de ellos es el concepto de subdesarrollo. Una sociedad que se plantea el desarrollo como meta necesariamente se percibe a sí misma como subdesarrollada, es decir, en un estado de atraso respecto a un modelo al que se ve como universal y superior. El discurso del desarrollo ha contribuido preci-samente a que más de la mitad de la población mundial se considere como subdesarrollada. Esto es muy significativo pues las opciones y alternativas que se buscan para modificar o mejorar la calidad de vida tienen como punto de partida la auto percepción del fracaso, lo que no se ha logrado realizar o alcanzar.

Este aspecto tiene que ver con otro elemen-to central del discurso: la negación de la di-versidad. Ésta no puede ser valorada desde

el discurso del desarrollo porque cuestiona la noción fundamental de estados superiores a alcanzar, donde un tipo de sociedad desarro-llada se constituye el modelo a seguir. Teodor Shanin (1997) plantea que la palabra progreso fue cambiando según las tendencias en mo-dernización, desarrollo o crecimiento, pero la idea central se mantuvo: la diversidad fue pro-ducida por diferentes momentos del desarrollo de diferentes sociedades. A medida que quie-nes están en los niveles percibidos como más bajos se muevan hacia el ejemplo propuesto por quienes ya han alcanzado los mayores lo-gros del progreso, la diversidad desaparece-rá. Esto significa que otras formas posibles de hacer las cosas –de alimentarse, de producir, de intercambiar bienes, de relacionarse con la naturaleza- no son percibidas como expresio-nes de diversidad sino como la incapacidad de actuar de acuerdo con el modelo visto como universalmente válido, es decir el occidental. Por lo tanto, las alternativas y soluciones que se promueven no están ancladas en las parti-cularidades de las personas y los pueblos sino en los elementos previamente definidos por el discurso del desarrollo.

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y lograr los niveles de vida aceptados como universalmente válidos, el carácter transiti-vo del desarrollo, es decir su intervención en los asuntos internos de otras naciones, surge como elemento natural e incuestionable.

Un cuarto elemento, y probablemente el que más claramente caracteriza el discurso del desarrollo, es la centralidad del crecimiento económico. De hecho el desarrollo siempre se refiere a “más”: más inversiones, más infraes-tructura, más producción. La respuesta dada a las múltiples y diversas situaciones a las que se enfrentan sociedades heterogéneas es siem-pre de carácter económico, orientada a crear dependencia de bienes y servicios que sólo se pueden obtener en el mercado. De acuerdo con Arturo Escobar, la visión económica ha sido, sin duda, la mayor influencia en el pensamiento del desarrollo, y ha tendido a “economizar” no solo al desarrollo sino a la vida misma.

Escobar y otros autores de la corriente conoci-da como post desarrollo han argumentado que estas características están siempre presentes en el discurso del desarrollo, con indepen-dencia de si se trata de teorías dominantes o alternativas y han convocado a pensar al-ternativas AL desarrollo. Mientras éste es de carácter normativo imponiendo a las personas y a las sociedades una forma de percibirse a sí mismas, de interpretar sus vidas y de proyec-tarse hacia el futuro, el post desarrollo ofrece argumentos que cuestionan la universalidad del modelo y convocan a identificar y promo-ver “otras maneras de hacer las cosas”. El desarrollo cuenta, según Escobar (1987), con dos instrumentos fundamentales: el trabajo del conocimiento del desarrollo (la profesio-nalización del desarrollo), y el trabajo de las instituciones del desarrollo (la institucionali-zación del desarrollo). El post desarrollo, por su parte, no presenta un discurso alternativo sino una nueva sensibilidad que valoriza la di-versidad, que cuestiona la centralidad de la economía –en particular del mercado-, que promueve la sustantabilidad de la vida y la naturaleza, no del desarrollo –¡mucho menos del crecimiento!- que reconoce múltiples

de-finiciones e intereses en torno al sustento, las relaciones sociales y las prácticas económicas, que prioriza la suficiencia frente a la eficien-cia, entre otros conceptos.

América Latina, cambios y desarrollo

Durante los últimos años los países latinoame-ricanos han protagonizado un cambio de orien-tación política, contando con una mayoría de gobiernos que se autodenominan progresistas de izquierda. Ello ha implicado la implemen-tación de políticas de nuevo signo y también la llegada de un discurso oficial que incorpo-ra como propias las aspiincorpo-raciones de amplios sectores de la población históricamente mar-ginados de las prioridades gubernamentales. Un elemento, sin embargo, se ha mantenido constante durante las últimas décadas con in-dependencia de la orientación de los gober-nantes: la exaltación del desarrollo como ob-jetivo tanto de las políticas nacionales como de los esfuerzos de integración regional.

El Tratado de Asunción que dio origen al MER-COSUR (Mercado Común del Sur, integrado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay y otros estados asociados) fue firmado en 1991 por gobiernos neoliberales. En su primer conside-rando plantea que “la ampliación de las actua-les dimensiones de sus mercados nacionaactua-les, a través de la integración, constituye condición fundamental para acelerar sus procesos de de-sarrollo económico con justicia social”.

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la Comunidad Andina, así como la experiencia de Chile, Guyana y Suriname. El objetivo últi-mo es y será favorecer un desarrollo más equi-tativo, armónico e integral de América del Sur.

A nivel nacional podemos citar los ejemplos de Brasil y Uruguay. Según cobertura de prensa brasileña “el desarrollo de Brasil, la distribu-ción de la renta entre los más pobres y alcan-zar una educación de calidad, son los objeti-vos prioritarios del programa de gobierno del presidente Lula da Silva para un segundo man-dato”. Y para el caso del Frente Amplio, coali-ción de izquierda que gobierna Uruguay desde 2005, el programa aprobado en su último con-greso con miras a las elecciones de 2009, plan-tea que esa coalición “procura transformar el Uruguay para que sus habitantes logren niveles crecientes de calidad de vida. Esta aspiración se resume en el concepto de desarrollo. En el marco de una concepción integral del desarro-llo cabe definir aquí el desarrodesarro-llo económico- social como un objetivo central del gobierno de izquierda. Esta aspiración implica definir políticas activas en diversos campos para me-jorar las condiciones de vida de la población. Para lograrlo es imprescindible el crecimiento económico sostenido, porque así aumentará el producto y la riqueza nacional”.

Esta reseña muestra la aspiración al desarrollo como una constante en los gobiernos de América Latina, independientemente de su orientación política. El documento del Frente Amplio en particular sintetiza la aspiración común de los diversos gobiernos que presentan al crecimien-to económico como la llave para otros procesos que permitan acceder al bienestar general.

Es interesante observar que los gobiernos de izquierda de la región criticaron de sus ante-cesores la aplicación de las políticas neolibe-rales, los tratados de libre comercio, la de-pendencia de los organismos internacionales de crédito. Cabe preguntarse por qué, si du-rante décadas el desarrollo fue la guía de esos mismos gobiernos –y de los organismos inter-nacionales que promovieron la aplicación del modelo neoliberal- éste no sólo no es objeto

de la misma crítica sino que continúa siendo la aspiración fundamental.

Una posible respuesta tiene que ver con que los beneficios del desarrollo pertenecen a lo que John Kenneth Galbraith dio en llamar “sa-biduría convencional” en su libro “The Affluent Society”. Allí planteó que con frecuencia las personas reaccionan casi con pasión religiosa para defender lo que han aprendido con es-fuerzo. Según él, la familiaridad es muy im-portante para la aceptabilidad, y las ideas que son aceptadas tienen gran estabilidad, son altamente previsibles. En base a estas tres características (familiaridad, previsibilidad y aceptabilidad), acuñó la expresión “sabidu-ría convencional. El desarrollo claramente se ubica en este campo dada su alta aceptabili-dad que deriva de la familiariaceptabili-dad con inde-pendencia de los resultados objetivos. Según Galbraith, la articulación de la sabiduría con-vencional es un rito religioso, la afirmación de lo que la gente ya sabe sin ninguna intención de generar conocimiento.

En un sentido similar, Gilbert Rist (1997) ha afirmado que el desarrollo es una creencia profundamente arraigada, una certeza colec-tiva sobre la cual no sería apropiado realizar cuestionamientos en público. El desarrollo pertenecería a un grupo de proposiciones en las que la gente cree porque han sido repeti-das por largo tiempo y todo el mundo acepta. En la misma línea, Raff Carmen (1996), sos-tiene que el desarrollo puede ser llamado la religión sustituta de la segunda mitad del siglo XX. Ha sido este carácter de religión moderna lo que le ha permitido continuar y reprodu-cirse a pesar de más de 50 años de promesas incumplidas e incluso de planteos que entran en contradicción con desafíos a los que se en-frenta la humanidad, como por ejemplo el de la sustentabilidad ecológica.

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Universidad, desarrollo y post

desarrollo

Las universidades latinoamericanas se han caracterizado por una vocación dirigida a la acción social, fundamentalmente luego de la Reforma de Córdoba a partir de la cual, y a lo largo de varias décadas, se concretaron los ma-yores procesos de transformación institucional, reflejada en los principios de autonomía y co-gobierno. Muchas universidades acompañaron los cambios políticos que ha vivido la región y en varios países fueron centros de resistencia a gobiernos autoritarios. Es posible afirmar, sin embargo, que en lo que refiere al discurso del desarrollo, las universidades pueden ser compa-radas con los gobiernos progresistas. No sólo es difícil encontrar espacios de cuestionamiento al desarrollo sino que reiteradamente se men-ciona como función genérica de la universidad atender a las necesidades del desarrollo. Los planteos del post desarrollo, muy tímidamente, han llegado a espacios universitarios y cuando lo han hecho son percibidos con sospecha.

En las últimas dos décadas, y sobre todo a partir del libro editado por Wolfgang Sachs, “Diccionario del Desarrollo. Una guía del cono-cimiento como poder”, ha habido una impor-tante producción sobre los planteos, la prácti-ca y las perspectivas del post desarrollo. Son escasos, sin embargo, los aportes surgidos de universidades latinoamericanas y menores aún los cursos que incluyen en un pie de igualdad a las supuestas ventajas del desarrollo -e incluso a la inevitabilidad del desarrollo como destino-, las críticas y propuestas alternativas del post desarrollo. Tampoco es fácil encontrar a nivel universitario proyectos de investigación que analicen la pertinencia y viabilidad de estas al-ternativas o de prácticas que, sin autodenomi-narse post desarrollo, plantean una distancia y un cuestionamiento a las prácticas tradiciona-les del desarrollo orientadas al crecimiento.

Retomando a Galbraith y su idea de sabiduría convencional, también plantea que el enemigo de ésta no son las ideas sino la marcha de los acontecimientos. “El golpe mortal a la

sabidu-ría convencional se produce cuando las ideas convencionales fracasan notablemente para hacer frente a alguna circunstancia frente a la cual su obsolescencia las ha hecho evidente-mente inaplicables”- dice Galbraith. Agrega que a esa altura la irrelevancia será dramatiza-da por alguna persona a quien se le dramatiza-dará crédito por haber instalado las nuevas ideas si bien lo único que habrá hecho será poner en palabras lo que la marcha de los acontecimientos habrá dejado en evidencia.

Vale la pena preguntarse si el cambio climáti-co, la crisis energética, la alimentaria y la fi-nanciera, sumados al crecimiento del número de personas pobres, la pérdida de la biodiversi-dad, entre otros, no constituyen una acelerada marcha de los acontecimientos que muestran la obsolescencia del desarrollo. Y cabe pregun-tarse también en qué medida las universidades no son un espacio privilegiado para colaborar en la promoción de nuevas ideas, en muchos casos ayudando a revelar la importancia de ciertas prácticas hasta ahora desechadas por el discurso del desarrollo.

Bibliografía

Carmen, R. Autonomous Development. Humanizing the Landscape: An Excursion into Radical Thinking and Practice, Zed Books, London y New Jersey, 1996. Escobar, A. La invención del Tercer Mundo: Construc-ción y DeconstrucConstruc-ción del desarrollo. Bogotá, Edito-rial Norma, 1996.

Esteva, G. Desarrollo, En: Diccionario del desarrollo (W. Sachs, compilador), PRATEC, Perú, 1996. Galbraith, J.K. The Affluent Society. Penguin Books, Inglaterra, 1999.

Rist, G. The History of Development. From Western Origins to Global Faith. Zed Books, London y New York, 1997.

Sachs, W. Diccionario del desarrollo. PRATEC, Perú, 1996.

Shanin, T. The idea of progress, En: The Post-Devel-opment Reader. Zed Books, Londres y Nueva Jersey, 1997.

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Maldesarrollo como Mal Vivir

José María Tortosa

“Se reconoce el derecho de la población

a vivir en un ambiente sano y ecológi-camente equilibrado, que garantice la sostenibilidad y el buen vivir, sumak kaw-say” - Constitución Ecuatoriana, 2008, Art. 14

”El estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble)- Cons-titución Política del Estado de Bolivia, 2009, Art. 8, epígrafe 1.

La palabra desarrollo ha sido usada como una metáfora afortunada que comenzó a usarse a partir del discurso del presidente estadouniden-se H. Truman de 1949. Toma prestada de la bio-logía la constatación de que los seres vivos se desarrollan según su código genético en un pro-ceso natural, gradual y beneficioso. Como otras metáforas, tiene el riesgo de esconder ideología y más si consiste en indicar el objetivo a seguir, el del crecimiento, y, además, no hace ninguna referencia a los límites del mismo, como si el crecimiento fuese algo ilimitado.

La palabra maldesarrollo, por su parte, es tam-bién una metáfora. Los seres vivos sufren mal-desarrollo cuando sus órganos no siguen el có-digo, se desequilibran entre sí, se malforman. Su uso en las ciencias sociales parece haberse iniciado a partir del artículo de Sugata Das-gupta (“Peacelessness and Maldevelopment”) de 1968, sigue con el libro de René Dumont y Marie-France Mottien (Le maldéveloppment en Amérique Latine) de 1981, el de Laurence R. Alschuler (Multinationals and Maldevelop-ment) de 1988, aunque probablemente la obra clásica en el uso de este concepto sea la de Samir Amin (Maldevelopment. Anatomy of a

Global Failure) de 1990, sin olvidar el Insights into Maldevelop¬ment que editó Jan Danecki en 1994 con amplia participación interconti-nental. En estos últimos en particular, late la idea del fracaso del proyecto inicial, fra-caso que se sitúa a escala mundial y no sólo a escala de los estados concretos o localidades particulares.

Sigue siendo una metáfora, pero a diferencia de “desarrollo”, “maldesarrollo” intenta refe-rirse no a un Buen Vivir que debería buscarse sino a la constatación, primero, del fracaso del programa del “desarrollo” y, segundo, del Mal Vivir que puede observarse en el funcio-namiento del sistema mundial y de sus com-ponentes, desde los Estados nacionales a las comunidades locales. Si “desarrollo” implica un elemento normativo (lo deseable), “malde-sarrollo” contiene un componente empírico (lo observable) o incluso crítico (lo indeseable).

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ya indicó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en su Informe sobre el desarro-llo humano de 1997. Todo ello sin olvidar las demandas de “rescates” gubernamentales de sectores en crisis (¡incluso el de la pornogra-fía!) por parte de los que habían proclamado el “menos Estado, más mercado” o habían predi-cado el “Consenso de Washington”(1).

Tal vez sea preciso hablar primero del diag-nóstico (el maldesarrollo) antes de hablar del tratamiento o la terapia. Pero el diagnóstico es siempre con respecto a un ideal. Así su-cede con la medicina clínica que compara lo observado con un determinado ideal de salud. Del mismo modo, se puede tomar como ideal el Buen Vivir para hacer un diagnóstico que, desgraciadamente, será algo más complicado que el que puede hacer un médico en su con-sulta: la realidad socio-económica es mucho más compleja que la biológica.

El punto de partida para dicho ideal puede ser el recurrir a las necesidades humanas básicas. La versión dominante ha sido la de reducir és-tas al bienestar y tomar como satisfactores lo estrictamente monetario: el bienestar se con-sigue con el dinero, del mismo modo que la pobreza consiste en no disponer de un deter-minado montante de dólares (eso sí, a paridad de poder adquisitivo, que, de nuevo, indica la unidimensionalidad de la medida). Manfred Max-Neef y coautores reaccionaron con vehe-mencia ante tal reduccionismo y, reconocien-do la importante distinción entre necesidad –tal vez universal- y satisfactor –más depen-diente de la cultura-, proporcionaron una lista de necesidades humanas que hacía ver hasta qué punto era insuficiente la visión economi-cista del desarrollo, hoy todavía difundida.

Tal vez la lista de necesidades humanas de Max-Neef era demasiado prolija y, por tanto, había ido al extremo opuesto del economicis-mo economicis-monetarizante. Por eso emergieron otras enumeraciones de necesidades humanas que pudieran servir como criterios de evaluación de situaciones concretas. Johan Galtung pro-puso cuatro grandes necesidades humanas

básicas, es decir, básicas porque si quedaban insatisfechas difícilmente se podía decir que la vida humana era realmente humana.

“First things first”, se puede iniciar, aunque aquí no se trate de una jerarquización de las necesidades al estilo de Maslow, por el bien-estar y su mínimo exigible, la supervivencia. Pero la necesidad del bienestar no se satisface necesariamente mediante el dinero. Basta re-cordar las actividades económicas que quedan fuera del cálculo del PIB para ver dónde reside el problema: el autoconsumo, el trueque, el trabajo doméstico y el no asalariado en gene-ral pueden ser un satisfactor de la necesidad de bienestar sin que por ello se tenga que re-currir a una medida monetaria de dichas acti-vidades. La seguridad es la segunda necesidad básica a incluir en el Buen Vivir. Su contrario es la violencia que no se reduce a la violencia física sino que incluye las otras formas en las que los seres humanos consiguen de sus seme-jantes comportamientos o actitudes que, de no haber intervenido aquellos, no se hubieran producido. Se trata, por usar un vocabulario bien trillado, de las violencias estructurales (explotación, marginación) y de las violencias culturales que otros autores prefieren llamar violencias simbólicas. La libertad es una ne-cesidad básica que consiste en la capacidad de decidir, libertad de y libertad para. Tiene como contrario la represión. Finalmente, la necesidad de la identidad, de la capacidad de responderse a uno mismo “quién soy yo”, tie-ne como contrario la alienación.

Son, como se ve, planteamientos muy genera-les, pero pueden ser útiles para definir el Buen Vivir y, consiguientemente, pueden servir para diagnosticar los casos de Mal Vivir. Pero ¿en qué ámbitos?

El desarrollo convencional, como ya se ha di-cho, ha estado oscilando entre el desarrollo nacional y el desarrollo local. Con

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des se ha ido introduciendo el sistema mundial aunque sí han sido perceptibles las indicacio-nes sobre el ecosistema. De hecho, estos cua-tro sistemas pueden verse como cajas chinas o como matrioshkas, una dentro de la otra pero relacionadas de forma ineludible. El sistema local forma parte del sistema nacional o esta-tal, que es uno de los puntos que los dedica-dos a los “proyectos de cooperación (al desa-rrollo)” suelen olvidar. Cierto que en lo local se puede intervenir con mucha más facilidad, pero eso no obsta para que lo que sucede en la escala del Estado o de la nación(2) no acabe siendo determinante para lo local.

Pero lo mismo se puede decir sobre la escala estatal o nacional: que está inserta en el sis-tema mundial. Cierto, de nuevo, que el poder del Estado permite intervenciones importan-tes en la satisfacción (e insatisfacción) de las necesidades básicas indicadas. Pero el siste-ma mundial en el que se encuentra el Estado o la nación, y la crisis contemporánea es prueba de ello, se convierte en un elemento que faci-lita o dificulta esas intervenciones.

Para complicar el análisis, el sistema mundial se encuentra, a su vez, actuando de subsis-tema del ecosissubsis-tema que engloba a todos los demás. De hecho, una de las razones esgrimi-das para anunciar la crisis terminal del siste-ma mundial contemporáneo es precisamente su incapacidad para responder a los problemas de agotamiento de recursos, contaminación, calentamiento global y eventual cambio cli-mático que no pondrían en discusión la exis-tencia del Planeta sino de la especie humana que ha dejado esa huella ecológica indeleble y de efectos irrecuperables.

Cruzando aquellas cuatro necesidades básicas y estos tres niveles, se obtiene el cuadro-resu-men de la Tabla 1.

La primera columna hace referencia a una vi-sión del “desarrollo” algo más compleja que la que se reduce al mero crecimiento econó-mico, sea o no acompañado por la reducción de la pobreza y, raramente, unido a la

pro-blemática de la desigualdad y la inequidad. Planteado a escala estatal, se trataría del “desarrollo nacional”, pero también podría referirse al “desarrollo local”. La lectura en vertical de esta primera columna indica los puntos en los que se encuentra el maldesarro-llo en el mundo contemporáneo. Cierto que su incidencia será mucho mayor en los países de la periferia, después en los emergentes y, finalmente, en los países centrales y en el he-gemónico actual. La pobreza, la represión, el fundamentalismo o la violencia criminal no son patrimonio exclusivo de la periferia sino que se encuentra (y a veces con mayor inten-sidad) en los países centrales.

La segunda columna se refiere a temáticas que han estado presentes, por lo menos a ni-vel retórico, en algunos planteamientos del “desarrollo”. Se ponen aquí para hacer ver una doble realidad: por un lado, que sus cau-sas suelen estar más en los países centrales (y recientemente en los emergentes) que en los periféricos ya que son aquellos los mayo-res emisomayo-res de gases de efecto invernadero, CO2 y en general de residuos contaminantes (aunque procuren almacenarlos en países de la periferia). Por otro lado, que nos encon-tramos ante problemas que, aunque en algu-nos casos puedan ser más dramáticos en sus efectos contra las periferias en forma de ca-tástrofes de origen humano, sin embargo, los efectos importantes para la supervivencia de la especie y para el mantenimiento del actual sistema podrían se generalizados. El Planeta, como se ha dicho, no estaría amenazado, lo estaría la especie que le ha llevado a la actual situación que algunos ven de “no-retorno”.

Finalmente, la tercera columna trata de al-gunos aspectos del “desarrollo” que, aunque planteados por algunas escuelas (los

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