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Mi Enseñanza - Jacques Lacan

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Academic year: 2021

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ACAN cae corno un paracaidista ante oyentes ocasionales. Tiene una hora para decirles quién es y lo que hace. Los vuelve sensibles al siguiente contraste:

a) El inconsciente es aceptado, ya no asombra a nadie, pero solo por un efecto de propaganda; se han acostumbrado al psicoanálisis, pero como a una moda terapéutica, auxiliada por •charlatanerías• que lo reducen a lo ya conocido.

b) Sin embargo, el psicoanálisis introduce en una experiencia sin par. El inconsciente freudiano es una novedad sin precedentes. Los hechos así revelados son inasimilables tanto a las evidencias del sentido común como a los presupuestos de la filosofía. Tomados en serio, exigen repensar todo de nuevo. Lacan mismo se entregó a ello porque así fueron las cosas (anécdotas).

Su método consiste en partir de lo que todo el mundo sabe. Después, lentamente, astutamente, como quien juega, hace brotar en cascada conceptos sorprendentes: un pensamiento que no se piensa a sí mismo; un inconsciente que es lenguaje; un lenguaje que está •sobre el cerebro, como una araña•; una sexualidad que •agujerea la verdad•; un Otro donde esta verdad se instaura; un deseo que proviene de él, y que solo se extrae de él a costa de una pérdida, siempre; y la idea de que todas estas paradojas responden a una lógica, distinta de lo que se llama •el psiquismo•.

}acques-Alain Miller ISBN 978-950-12-3653-8

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PARADOJAS DE LACAN

Lo que les enseña un análisis no se obtiene por ningún otro camino, ni por la enseñanza, ni por ningún otro ejerci-cio espiritual. Si no, ¿para qué serviría? ¿Esto significa que hay que callar ese saber? Por muy particular que sea de cada uno, ¿no habría forma de enseñarlo, de transmitir por lo me-nos sus principios y algunas de sus consecuencias? Lacan se lo preguntó y respondió de distintas maneras. En su Semina-rio, argumenta a sus anchas. En sus Escritos, pretende demos-trar, y atormenta la letra a su antojo. Pero también están sus conferencias, sus entrevistas, sus obras improvisadas, donde todo avanza más rápido. Se trata de sorprender las opiniones para seducirlas mejor. Esto es lo que llamamos sus Paradojas.

¿Quién habla? Un maestro de sabiduría, pero de una sa-biduría sin resignación, una antisabiduría, sarcástica, sardó-nica. Cada uno es libre de trazarse una conducta según su pa-recer.

Esta serie, primero consagrada a inéditos, publicará a continuación fragmentos escogidos de la obra.

JACQUES LACAN

MI

ENSEÑANZA

~11~

PAIDÓS

(4)

Título original: Mon enseignement

© Éditions du Seuil, 2005

Campo Freudiano. Colección dirigida por Jacques-Alain Miller y Judith Miller

Lacan,Jacques

Mi enseñanza -l' ed. - Buenos Aires: Paidós, 2006. 152 p.; 18xll cm. Uacques Lacan en Campo Freudiano)

Traducido por: Nora González

ISBN 978-950-12-3653-8

l. Psicoanálisis Lacaniano. l. Nora González, trad. 11.

Título CDD 150.195

Traducción: Nora A. González Revisión: Graciela Brodsky Cubierta de Gustavo Macri

1 ª edición, 200 7

Quedan riguroamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del

cof.ryright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o par-cial de esta obra por cualquier medio o procedimienlo, comprendidos la repr0w grafia y el tratamiento informático, y la distribución de ~jcmplares mediante alquiler o préstamos públicos.

© 2007 de todas las ediciones en castellano Editorial Paidós SAICF

Defensa 599, Buenos Aires

E-mail: direccion@areapaidos.com.ar www.paidosargentina.com.ar

Impreso en la Argentina -Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la Ley 11. 723 Impreso en Gráfica MPS, Santiago del Estero 338, Lanús, en marzo de 2007.

Tirada: 5.000 ejemplares

Índice

Nota ....... . ··· 9

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA ... 11

MI ENSEÑANZA, SU NATURALEZA Y SUS FINES .. 77

ENTONCES, HABRÁN ESCUCHADO A LACAN .... 117

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Estamos en 1967, después en 1968, antes de mayo. Los

Escritos se publicaron a fines de 1966. De todas partes lo llaman a Lacan para hablar de ellos. Él a veces acepta, via-ja fuera de la capital. 1

Se encuentra frente a oyentes que no conocen lo que él lla-ma su «cantinela». Improvisa, cuenta sus desengaños con sus co/,egas, expone en el estilo más familiar los conceptos del psicoanálisis. Es divertido. Por ejemplo: «Conocemos el in-consciente desde siempre. Pero en el psicoanálisis se trata de un inconsciente que piensa tenaz.mente. Entonces, ¡atención, un minuto!».

La cosa ll,ega de vez en cuando hasta el sketch, al estilo de Pierre Dac, de Devos, de Bedos: «Los psicoanalistas no di-cen en absoluto que saben, pero lo dan a entender. "Nosotros sabemos muchas cosas, pero sobre eso, ¡mutis!, lo resolvemos entre nosotros. " Uno entra en este campo de saber por una ex-periencia única que consiste simp!,emente en psicoanalizarse. Después de lo cual, se puede hablar: Se puede hablar, lo que no quiere decir que se hab/,e. Se podría. Se podría si se

quisie-l. También se traslada a Italia, donde da tres confe-rencias cuyo texto, redactado de antemano, se recoge en los Autres écrits, Seuil, 2001, pp. 329-359.

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JACQUES LACAN

ra, y se querría si se hablara a gente como nosotros, que sabe, pero entonces, ¿de que serviría? Luego, uno se calla tanto

con los que saben como con los que no saben, porque los que no saben no pueden saber".

Después vienen cosas más complejas, pero siempre intro-ducidas con la mayor simplicidad.

Este tercer libro de las «Paradojas de Lacan" reagrupa tres conferencias inéditas en un solo volumen, cuyo texto he

estab/,ecido. Se trata de:

-«Lugar, origen y fin de mi enseñanza,,, en el Vinatier, en Lyon, asilo fundado bajo la Monarquía de julio; a la con-ferencia sigue un diálogo con el filósofo Henri Maldiney.

-«Mi enseñanza, su naturaleza y sus fines,,, en Burdeos,

para internos de psiquiatría.

-«Entonces, habrán escuchado a Lacan», en la Facultad de Medicina de Estrasburgo; el título está tomado del

comien-zo de la conferencia.

Jacques-Alain Miller

Lugar, origen

y

fin

de mi enseñanza

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No pienso darles mi enseñanza en forma de

comprimido, me parece algo dificil.

Quizá se haga esto más tarde, ya que la co-'

sa siempre termina así. Cuando uno ha desa-parecido desde hace suficiente tiempo, se re-duce a tres líneas en los manuales - en lo que a mí respecta, manuales no se sabe por otra parte de qué. Yo no puedo anticipar en qué manuales seré incluido, porque no anticipo nada del porvenir de eso a lo que se refiere mi enseñanza, es decir, el psicoanálisis. No se sa-be qué llegará a ser este psicoanálisis. Por mi parte, espero que llegue a ser algo, pero no es seguro que vaya en esa dirección.

Ven así que este título, «Lugar, origen y fin de mi enseñanza», puede empezar a cobrar un sentido que no es solamente condensador. Se

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JACQUES LACAN

trata para mí de incluirlos a ustedes en algo que está empezado, en curso, algo que no ha concluido, que solo terminará probablemente conmigo, si no soy alcanzado por alguno de esos enojosos incidentes que los hacen sobre-vivirse a ustedes mismos. También en este caso les diré que no voy en esa dirección.

Está hecho como una disertación bien ar-mada, hay un principio, un comienzo, un fin. «Lugar» es porque se debe comenzar por el comienzo.

1

Al principio no está el origen, está el lugar. Quizás haya dos o tres aquí que tengan cierta idea de mis cantinelas. «Lugar» es un término que utilizo a menudo, porque a menudo hay referencias al lugar en el campo a propósito del cual se celebran mis discursos - o mi dis-curso, como ustedes quieran. Para orientarse en este campo, conviene disponer de lo que se llama en otros ámbitos más seguros una topo-logía y tener una idea de cómo está construi-do el soporte sobre el que se inscribe lo que está en juego.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSENANZA

Seguramente no llegaré tan lejos esta no-che porque no puedo de ninguna manera darles un condensado de mi enseñanza.

«Lu-gar» tendrá así un alcance completamente

dis-tinto que en la topología, en el sentido de la

estructura, donde se trata por ejemplo de

sa-ber si una superficie es una esfera o un anillo,

porque lo que se puede hacer con ellos no es

en absoluto lo mismo. Pero no se trata de eso. El lugar puede tener un sentido por comple-to distinto. Se trata simplemente del lugar al que he llegado y que me ubica en una

posi-ción favorable para enseñar, puesto que

ense-ñanza hay.

Y bien, este lugar debe inscribirse en el re-gistro de lo que es la suerte común. Se ocupa el lugar al que un acto los empuja así, a la de-recha o a la izquierda, hacia aquí o hacia allá. Hubo circunstancias en las que fue necesario que tomara las riendas de algo a lo que, a de-cir verdad, no me creía en absoluto destinado.

Todo gira en torno al hecho de que la fun-ción del psicoanalista no es algo evidente, no cae de su peso en lo que hace a darle su esta-tuto, sus costumbres, sus referencias y, justa-mente, su lugar en el mundo.

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JACQUES LACAN

Están los lugares de los que hablé primero, los lugares topológicos, los lugares en el orden de la esencia, y después está el lugar en el mundo, que se consigue, por lo general, a los empujones. En suma, hay esperanzas. Con un poco de suerte, todos ustedes siempre termi-narán ocupando un lugar. La cosa no va mu-cho más lejos.

En lo que respecta a mi lugar, las cosas se remontan a 1953. Estábamos entonces en un momento que se podía llamar de crisis en el psicoanálisis en Francia, cuando se trataba de instalar cierto dispositivo que debía regular en el futuro el estatuto de los psicoanalistas.

Todo esto acompañado de grandes prome-sas electorales. Se nos decía que, si seguíamos a fulano, el estatuto de los psicoanalistas esta-ría rápidamente acompañado de todo tipo de sanciones, bendiciones oficiales y, especial-mente, médicas.

Como es habitual en este tipo de promesas, nada se hizo efectivo. Sin embargo, se efectivi-zó cierta implementación.

Por razones extremadamente contingen-tes, este cambio de hábito resultó no convenir a todo el mundo. Mientras las cosas se

imple-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

mentaban, hubo desavenencias, lo que se lla-ma conflictos.

En este barullo, me encontré con algunos en una balsa. Durante diez años, a fe mía, vivi-mos con los medios de que disponíavivi-mos. No nos encontrábamos absolutamente sin recur-sos, no nos avergonzábamos. En ese lugar re-sultó que lo que yo tenía para decir sobre el psicoanálisis cobró cierta dimensión.

Estas no son cosas que se hagan solas. Se pue-de hablar pue-del psicoanálisis así, ¡bah!, y es muy fá-cil verificar que se habla de él de este modo. Es un poco menos fácil hablar de él cada ocho días imponiéndose verdaderamente como discipli-na no repetir nunca lo mismo y no decir lo que ya es habitual, aunque no sea del todo inesencial conocer lo que ya es habitual. Pero cuando les parece que lo que ya es habitual deja un poco que desear, falla desde el origen, entonces la consecuencia es completamente distinta.

Todo el mundo cree tener una idea sufi-ciente sobre el psicoanálisis. «El inconssufi-ciente, pues bien, es el inconsciente.» Todo el mundo sabe ahora que hay un inconsciente. Ya no hay problemas, objeciones, obstáculos. Pero ¿qué es este inconsciente?

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JACQUES LACAN

Conocemos el inconsciente desde siempre. Por supuesto, hay un montón de cosas que son inconscientes, e incluso sobre las que todo el mundo habla desde hace mucho tiempo en la filosofia. Pero, en el psicoanálisis, el incons-ciente es un inconsincons-ciente que piensa tenaz-mente. Es loco lo que se elucubra en este in-consciente. Son pensamientos, se dice.

Entonces, ¡atención, un minuto! «Si son pensamientos, eso no puede ser inconsciente. Desde el momento en que se piensa, se piensa que se piensa. El pensamiento es transparente para sí mismo, no se puede pensar sin saber que se piensa.»

Por supuesto, hoy esta objeción ya no tiene ningún alcance. No es que nadie se haya he-cho verdaderamente una idea de lo que tiene de refutable. Parece refutable cuando en rea-lidad es irrefutable. Eso es justamente el

in-consciente. Es un hecho, un hecho nuevo.

Ha-rá falta empezar a pensar algo que dé cuenta de que puede haber pensamientos

inconscien-tes. No es algo evidente.

De hecho, nunca nadie se dedicó en ver-dad a esto que es sin embargo un problema al-tamente filosófico.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

Les diré de inmediato que no tomo las

co-sas por ese lado. Resulta que el lado por el que

las tomé resuelve cómodamente esta objeción, pero incluso ya no es una objeción, porque to-do el munto-do ya tiene al respecto sus propias ideas.

Y bien, resulta que el inconsciente es algo

aceptado, y, por otra parte, se piensa haber

aceptado muchas otras cosas en paquete, a

granel, gracias a lo cual todo el mundo cree sa-ber lo que es el psicoanálisis, salvo los psicoa-nalistas, y eso es lo molesto. Ellos son los úni-cos que no lo saben.

No solo no lo saben, sino que hasta cierto punto es algo que se justifica completamente. Si creyeran saberlo de inmediato, sería grave, no habría más psicoanálisis en absoluto. A fin de cuentas, todo el mundo está de acuerdo, el psicoanálisis es un asunto definitivamente re-glado, pero para los psicoanalistas no puede serlo.

En este punto la cosa empieza a ponerse in-teresante, y hay dos maneras de proceder en estos casos.

La primera es intentar mirar de cerca lo que pasa y cuestionarlo. Una operación, una

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expe-JACQUES LACAN

riencia, una técnica a propósito de la cual los técnicos confiesan ser incapaces de ponerse de acuerdo sobre lo más central, lo más esencial. .. No estaría nada mal ver eso, ¿no? Podría des-pertar simpatías, porque hay, pese a todo, un montón de cosas de nuestro destino en común que son de ese tipo. Son incluso precisamente las cosas de las que se ocupa el psicoanálisis.

Solo que el destino hizo que los psicoana-listas adoptasen siempre la actitud opuesta. No dicen en absoluto que saben, pero lo dan a entender. «Nosotros sabemos muchas cosas, pero sobre eso, ¡mutis!, lo resolvemos entre nosotros.» Uno entra en este campo de saber por una experiencia única que consiste sim-plemente en psicoanalizarse. Después de lo cual, se puede hablar. Se puede hablar, lo que no quiere decir que se hable. Se podría. Se po-dría si se quisiera, y se querría si se hablara a gente como nosotros, que sabe, pero enton-ces, ¿de qué serviría?

Luego, uno se calla tanto con los que saben como con los que no saben, porque los que no saben no pueden saber.

Después de todo, esta actitud es sostenible. La prueba es que se la sostiene. Sin embargo,

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

no es grata para todo el mundo. Ahora bien,

el psicoanálisis tiene una debilidad así en al-guna parte. Se trata de una debilidad muy grande.

Todo lo que dije hasta el momento puede parecerles cómico, pero no son debilidades, es coherente. Solo que hay algo que lo lleva a un cambio de actitud, y por eso empieza a volver-se incoherente.

El psicoanalista sabe bien que debe evitar ceder a su debilidad, su inclinación, y en la práctica cotidiana, por supuesto, tiene mucho cuidado. En cambio, el psicoanalista conside-rado en conjunto, los psicoanalistas cuando hay una multitud, una caterva, quieren que se sepa que están ahí por el bien de todos.

Están asimismo muy atentos a no tener esa debilidad de dirigirse demasiado rápido al bien de la singularidad, al bien de ese con el que

tra-tan, porque saben perfectamente que no es queriendo el bien de la gente como se lo alcan-za, y que la mayor parte del tiempo es incluso al revés. Felizmente, esta idea es, pese a todo, algo que ya adquirieron debido a su experiencia.

Falta que afuera ellos sean verdaderos pro-pagandistas del psicoanálisis, aunque sería

(12)

sa-JACQUES LACAN

ludable que más gente sepa que no es querien-do mucho el bien de su prójimo como se lo causa. Podría servir.

No, los psicoanalistas como cuerpo repre-sentado quieren absolutamente estar del la-do correcto, del lala-do del mango. Entonces, para hacer valer esto, es preciso que mues-tren que lo que hacen, lo que dicen, ya se en-contró en alguna parte, ya está dicho, ya se conoce. Cuando se llega a la misma encruci-jada en otras ciencias, se dice algo análogo, a

saber, que no es tan nuevo, que ya se ha pen-sado en eso.

De este modo, se remite este inconsciente a antiguos ecos y se borra el límite que permi-tiría ver que el inconsciente freudiano no tie-ne nada que ver con lo que hasta ese momen-to se llamó «inconsciente».

Se ha utilizado esta palabra, pero que lo in-consciente sea inin-consciente no es lo caracterís-tico. Lo inconsciente no es una característica negativa. Hay en mi cuerpo infinidad de cosas de las que no soy consciente, lo que no forma en absoluto parte del inconsciente freudiano.

No porque el cuerpo esté comprometido de vez en cuando el funcionamiento inconsciente

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

del cuerpo está en juego en el inconsciente

freudiano.

Les doy este ejemplo porque no quiero

ex-tenderme demasiado. Simplemente agregaré

que ellos llegarán incluso a hacer creer que la

sexualidad de la que hablan es la misma que

esa de la que hablan los biólogos. De ninguna

manera, es charlatanería.

Después de Freud, el equipo

psicoanalíti-co hace su propaganda en un estilo que la

pa-labra «Charlatanería» explica muy bien. Está

lo bueno y está el bien, del que acabo de

ha-blarles. Entre los psicoanalistas se ha vuelto

en verdad una segunda naturaleza. Cuando se

reúnen, los problemas que están verdadera-mente en juego, que se discuten, que pueden provocar incluso serios conflictos entre ellos, son problemas para los que saben. Pero a los que no saben se les cuentan cosas que apun-tan a allanarles el camino, abrirles paso. Esto es algo aceptado, forma parte del estilo psi-coanalítico.

Puede sostenerse. No está en absoluto en el campo de lo que se llamaría lo coherente, aunque, después de todo, conocemos muchas cosas en el mundo que viven sobre esas bases.

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JACQUES LACAN

Forma parte de lo que siempre se hizo en cier-to registro que por algo califiqué de «propa-ganda», término que tiene un origen comple-tamente preciso en la historia y en la estructu-ra sociológica. Me refiero a la Propaganda fidei, que es el nombre de un edificio en alguna par-te de Roma, donde todo el mundo puede ha-cer la cuenta de sus entradas y sus salidas, su

.

contabilidad. Luego, es algo que se hace, siem-pre se hizo. La cuestión es saber si es defendi-ble a propósito del psicoanálisis.

¿El psicoanálisis es pura y simplemente una terapéutica, un medicamento, un emplasto, polvos de la madre Celestina, todo eso que cu-ra? A primera vista, ¿por qué no? Solo que el psicoanálisis no es en absoluto eso.

Por otra parte, es preciso confesar que si fuera eso, uno se preguntaría verdaderamen-te por qué imponérselo a alguien, ya que de todos los emplastos es verdaderamente uno de los más molestos de soportar. Sin embargo, si hay gente que se alista en este asunto infer-nal que consiste en ir a ver a un tipo tres ve-ces por semana durante años, es porque, pese a todo, la cosa tiene en sí cierto interés. No basta con manipular palabras que no se

en-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

1 ienden, como «transferencia», para explicar que el asunto dura.

Estamos solamente en la puerta de las co-sas. Me veo forzado a comenzar por el comien-zo, si no quiero caer también en la charlatane-ría que consistiría en hacer como si yo creyera que ustedes saben algo relativo al psicoanálisis. Me veo entonces forzado a plantear al co-mienzo cierto número de evidencias. Nada de lo que digo aquí es nuevo. No solo no es nue-vo, sino que salta a la vista. Todo el mundo per-cibe perfectamente que todo lo que se cuenta en materia de explicaciones ad usum del públi-co relativas al psicoanálisis es charlatanería. Na-die puede dudar de ello porque, al cabo de cierto tiempo, la charlatanería se reconoce.

Observen que lo curioso es que estamos en 1967, y que esto que comenzó en líneas gene-rales a principios del siglo - digamos incluso, cuatro o cinco años antes, si se llevan las cosas un poco más lejos y se quiere llamar «psicoa-nálisis» a lo que Freud hacía cuando estaba so-lo - , pues bien, sigue estando allí.

El psicoanálisis, con toda su charlatanería, es fuerte como un roble y goza incluso de una especie de respeto, de prestigio, de efecto de

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JACQUES LACAN

prestancia completamente singular si se pien-sa, pese a todo, en lo que son las exigencias

del espíritu científico. De vez en cuando, los

que son científicos se impacientan, protestan, se encogen de hombros. Pero queda de todos modos algo, hasta tal punto que la gente capaz de manifestar las apreciaciones más desagra-dables sobre el psicoanálisis invocará en otros momentos tal o cual hecho, hasta tal o cual principio o incluso precepto del psicoanálisis, citará a un psicoanalista, invocará lo adquirido de cierta experiencia como si se tratara de la experiencia psicoanalítica. De todos modos, es algo que invita a la reflexión.

Hubo mucha charlatanería a lo largo de la historia, pero, si se mira con atención, no

hu-bo ninguna que sobreviviera tanto, lo cual

de-be de responder a algo que el psicoanálisis re-serva para sí, que constituye justamente este peso, esta dignidad. Es algo que reserva para sí en una posición que yo incluso alguna vez he

llamado con el nombre que merece, «extrate

-rritorial».

Vale la pena detenerse en esto. En todo ca-so, es una puerta de entrada al problema que intento introducir aquí.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

De hecho, existe pese a todo gente que no

sabe en absoluto qué es el psicoanálisis, que

no está en él, pero que escuchó hablar de él, y

scuchó hablar tan mal que utiliza el término

«psicoanálisis» cuando se trata de nombrar

cierta manera de operar. Les parirán un

libra-co del tipo Psicoanálisis de la Alsacia-Lorena, por

ejemplo, o del mercado común.

Este es un paso verdaderamente

introduc-torio, pero tiene la ventaja de enunciarse muy

claramente, y sin más referencia que la que

conviene al misterio que rodea ciertas palabras

que se utilizan, palabras que conllevan su

efec-to-choque, que tienen un sentido. Después de

haberlas escuchado, es preciso reaccionar y

empezar a plantear preguntas. Por ejemplo, la

palabra «verdad». ¿Qué es «la verdad»?

Y bien, «psicoanálisis» es una palabra de es-te tipo. A primera vista, todo el mundo perci-be que quiere decir algo distinto, sobre todo que en este caso la verdad está articulada con un modo de representación que da su estilo a esa palabra, «psicoanálisis», y hace secundario su empleo, si puedo decirlo así.

La verdad de la que se trata es exactamente como en la imagen mítica que la representa.

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JACQUES LACAN

Es algo escondido en la naturaleza y que des-pués sale, muy naturalmente, del pozo. Eso sa-l.e, pero no es suficiente, eso dice. Eso dice cosas,

y cosas que uno por lo general no esperaba. Es-to es lo que se escucha cuando se dice - «Fi-nalmente sabemos la verdad sobre este asunto, alguien empezó a confesar». Cuando se habla de «psicoanálisis», es decir, cuando uno se re-fiere a ese algo que da la talla, se trata de esto, incluso del efecto correlativo que conviene, que es lo que llamamos el efecto sorpresa.

Uno de mis alumnos me dijo un día, cuan-do estaba borracho - cosa que le ocurre des-de hace algún tiempo, porque, des-de vez en cuan-do, hay en su vida cosas que se le atraviesan, como se dice - , que yo era un tipo de la clase de Jesucristo. Es evidente, ¿no es cierto?, que se reía en mi cara. Yo no tengo la menor rela-ción con esta encarnarela-ción, soy más bien un ti-po de la clase de Poncio Pilatos.

Poncio Pilatos no tuvo suerte, yo tampoco. Él dijo eso que es verdaderamente habitual y fácil de decir-«¿Qué es la verdad?». No tuvo suerte, se lo preguntó a la Verdad misma, lo que le trajo todo tipo de problemas, y él no tie-ne buena reputación.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

Me gusta mucho Claudel. Es una de mis

debilidades, porque no soy en absoluto

«tha-la». 1 Con ese increíble talen to adivinatorio

que tiene verdaderamente siempre, Claudel

le dio un pequeño suplemento de vida a

Pon-cio Pilatos.

Cuenta que cuando este se paseaba, cada

vez que pasaba delante de lo que se llama, en

lenguaje de Claudel por supuesto, un ídolo

-como si un ídolo fuera una cosa repugnante, ¡puaj!-, supongo que por haber planteado la cuestión de la verdad justamente allí donde no había que hacerlo, ante la Verdad misma, cada vez que pasaba delante de un ídolo,

¡puf1, el vientre del ídolo se abría y se veía que este no era más que una alcancía.

Pues bien, es más o menos lo que me

ocu-rre a mí. No pueden saber el efecto que causo a los ídolos psicoanalíticos.

Sigamos.

l. Thala o tala: en la jerga de la Escuela Normal

Su-perior, «católico militante». Se trata de la abreviatura

irónica de talapoin (fraile, sacerdote) y también de (ceux qui von)t a la (messe), es decir, «los que van a misa». [N.

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JACQUES LACAN

Evidentemente hay que avanzar en estas cosas paso a paso. El primer tiempo es el de la verdad. Después de lo que se ha dicho de la ver-dad, o de lo que se cree que esta dice desde el momento en que habla, el psicoanálisis, natu-ralmente, ya no asombra a nadie.

Cuando algo se ha dicho y repetido cierta cantidad de veces, pasa a la conciencia común. Como decía Ma:x Jacob, y como yo accedí a re-producir al final de uno de mis escritos, «lo

verdadero es siempre nuevo», y para ser verda-dero, es preciso que sea nuevo. Es preciso en-tonces creer que lo que dice la verdad no lo di-ce completamente de la misma manera como lo repite el discurso común.

Y después hay cosas que cambiaron. La verdad psicoanalítica era que había algo sumamente importante en la base, en todo lo que se tramaba en materia de interpretación de la verdad, a saber, la vida sexual.

¿Es verdad o no es verdad?

Si es verdad, es preciso saber si era sola-mente porque se estaba aún en pleno período victoriano, cuando la sexualidad tenía en la vi-da de cavi-da uno el peso que ahora tiene en la vida de todos.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

De todos modos, hoy hay algo que cambió.

La sexualidad es algo mucho más público. A

decir verdad, no creo que el psicoanálisis

ten-ga mucho que ver. En fin, sostengamos que si

el psicoanálisis tiene algo que ver, es

precisa-mente lo que estoy diciendo, a saber, que no

es verdaderamente el psicoanálisis.

En las circunstancias actuales, la referencia

a la sexualidad no es en absoluto en sí misma

lo que puede constituir esta revelación de lo

oculto de la que hablaba. La sexualidad es

to-do tipo de cosas, los periódicos, la ropa, el

mo-do en que uno se conduce, la manera en que

los muchachos y las chicas lo hacen, un buen día, al aire libre, en la plaza.

Su vida sexual [sa vie sexueUe] es algo que

ha-bría que escribir con una ortografía particular.

Les recomiendo vivamente el ejercicio que

consiste en intentar transformar la forma en la

que se escriben las cosas. Ca visse exueUe, 2 he aquí donde estamos.

Se trata de un ejercicio bastante revela-dor, y además está a la orden del día. Para

2. El cambio de escritura hace escuchar ¡;a visse (eso o algo aprieta o ajusta). [N. de la T.]

(17)

JACQUES LACAN

atraer a los aficionados, que están en vías de considerar como un fracaso que uno haya puesto patas para arriba la lingüística, el se-ñor Derrida inventó la gramatología. Se ne-cesita darle aplicaciones. Intenten jugar con la ortografía, es una manera de tratar el equí-voco que no resulta en absoluto vana. Si es-criben la fórmula fa visse exuelle, verán que puede tener largo alcance. Aclarará ciertas cosas, podrá encender una chispita en los es-píritus.

El hecho de que eso ajuste o encaje tan bien hace que haya evidentemente un gran desconcierto sobre el tema de la verdad psi-coanalítica.

Debo decir que los psicoanalistas han sido muy sensibles a esto, y por eso se ocupan de otras cosas. Nunca más escucharán hablar de sexualidad en los círculos psicoanalíticos. Cuando se abren las revistas de psicoanálisis, se observa que son lo más casto que hay. Ya no se cuentan las historias de alcoba - lo que es bueno para los periódicos - , sino cosas que llegan lejos en el terreno de la moral, como el instinto de vida. ¡Ah, seamos fuertemente

ins-tintuales de vida, desconfiemos del instinto de

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

111uerte! Como ven, entramos en la gran

repre-1wntación, en la mitología superior.

Hay gente que cree verdaderamente que

t icne la manija de todo esto, que nos habla de

<'NtO como si fueran objetos de manipulación

corriente, y entonces se trata de obtener entre

unos y otros el buen equilibrio, la tangencia, la intersección justa, y con gran economía de fuerza.

¿Y saben cuál es el fin último? Obtener en medio de todo esto, y de las sabias instancias resultantes, lo que se llama con ese nombre importante: el yo fuerte, el fuerte yo.

Y esto se consigue, se logran buenos em-pleados. Eso es el yo fuerte. Evidentemente, es preciso tener un yo resistente para ser un buen empleado. Se trata de algo que tiene lugar en todos los niveles, en el nivel de los pacientes y, después, en el nivel de los psicoanalistas.

Sin embargo, podemos preguntarnos si el ideal de un final de cura psicoanalítica es que un señor gane un poco más de plata que an-tes, y que, en el orden de su vida sexual, se agregue a la asistencia moderada que deman-da a su compañera conyugal la de su secreta-ria. En general, se considera que esta es una

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JACQUES LACAN

muy buena salida cuando el tipo estaba un po-co hasta la po-coronilla de problemas por ese mo-tivo, ya sea que haya tenido simplemente una vida infernal o que haya sufrido algunas de esas pequeñas inhibiciones que pueden ocu-rrir en diversos niveles, oficina, trabajo, e in-cluso en la cama, ¿por qué no?

Cuando todo esto se levantó, cuando el yo está fuerte y tranquilo, cuando el sexo ha he-cho las paces con el superyó, como se dice, y el ello ya no pica demasiado, pues bien, la co-sa funciona. La sexualidad allí es completa-mente secundaria.

Mi querido amigo Alexander - porque era un amigo, y no era tonto, pero como vivía en Norteamérica, respondía a las órdenes - ha llegado a decir que, en suma, había que consi-derar la sexualidad como una actividad exce-dente. Entiéndase, cuando se hizo todo bien, se pagaron regularmente los impuestos, enton-ces, el remanente es lo que le toca a lo sexual. Debe de haber habido un error para que la cosa llegue hasta ese punto. Si no, uno no se explicaría verdaderamente la enorme apertu-ra teórica que se necesitó paapertu-ra que el psicoa-nálisis se instale e incluso asiente

decentemen-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

le sus cuarteles en el mundo, y después inau-gure esta extravagante moda terapéutica. ¿Por qué tantos discursos para llegar a eso? Debe de haber, pese a todo, algo que no funciona. Tal vez habría que buscar otra cosa.

Se podría pensar en primer lugar que debe de haber habido una razón para que la sexua-lidad haya asumido una vez la función de la verdad - aunque más no fuera una vez, pero justamente, fue solo una vez. Después de todo, la sexualidad no es algo tan inaceptable. Y ade-más, si la asumió una vez, la conserva.

Lo que está en juego se encuentra verdade-ramente al alcance de la mano, al alcance en todo caso del psicoanalista, que da testimonio de ello cuando habla de algo serio y no de sus resultados terapéuticos. Y lo que está al alcan-ce de la mano es que la sexualidad agujerea la verdad.

La sexualidad es justamente el terreno, si puedo decirlo así, en que no se sabe con qué pie bailar a propósito de lo que es verdad. Y respecto de la relación sexual siempre se plan-tea la cuestión de lo que verdaderamente se hace, no diré cuando se le dice a alguien un «te amo», porque todo el mundo sabe que es

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JACQUES LACAN

una declaración tramposa, sino cuando se tie-ne con ese alguien un lazo sexual, cuando la cosa tiene una continuación, cuando asume la forma de lo que se llama un acto.

Un acto no es simplemente algo que les sa-le así, una descarga motriz, como dice gustosamente y muy a menudo la teoría analítica -aun cuando, con la ayuda de cierto número de artificios, de diversas facilidades, o incluso del establecimiento de cierta promiscuidad, se lle-ga a hacer del acto sexual algo que no tiene más importancia, como se dice, que beber un vaso de agua.

No es verdad, y lo percibimos rápido, por-que ocurre justamente por-que se bebe un vaso de agua y después se tiene un cólico. La cuestión no es evidente por razones que obedecen a la esencia de la cosa, es decir que uno se pregun-ta en espregun-ta relación, cuando se es un hombre por ejemplo, si se es verdaderamente un hom-bre, o para una mujer, si se es verdaderamen-te una mujer. No solo se lo pregunta el parte

-naire, sino cada uno, uno mismo se lo pregun-ta, y esto cuenta para todo el mundo, cuenta de inmediato.

Entonces cuando hablo de un agujero en

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

la. verdad no es, por supuesto, una metáfora

wosera, no es un agujero en la chaqueta, es

c:1 aspecto negativo que aparece en lo que

atañe a lo sexual, justamente, por su

incapa-cidad para revelarse. De esto se trata en un

análisis.

Evidentemente, cuando las cosas empiezan

a presentarse así, uno no puede quedarse en

ese lugar. A partir de una pregunta como esta,

que es verdaderamente actual, presente para

todos, se percibe la renovación del sentido de lo que desde el origen Freud ha llamado

«Se-xualidad».

Los términos de Freud se reaniman, cobran

otra dimensión. Se percibe incluso entonces su

alcance literario, es decir, hasta qué punto con-vienen como letras para la manipulación de lo que está en juego. Lo ideal es justamente llevar las cosas tan lejos, Dios mío, como he comen-zado a llevarlas. Yo he llevado a los literatos al extremo, a saber, a lo que se consigue hacer con el lenguaje cuando se quieren evitar los equívocos, es decir, reducirlo a lo literal, a las letritas del álgebra.

Y esto nos conduce de inmediato a mi se-gundo capítulo, el origen de mi enseñanza.

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JACQUES LACAN

2

Fijense, aquí es lo contrario de lo de hace un momento.

Les he dicho que el lugar era el accidente. A fin de cuentas, yo era empujado al agujero del que hablamos, donde nadie quiere caer. Si me bato seriamente, es porque una vez que uno empezó, no puede detenerse así nomás.

Ahora, sobre el tema del origen, pues bien, esto seguramente no querrá decir lo que pue-de sugerirles, y, en primer lugar, saber en qué momento y por qué la cosa comenzó.

No estoy hablándoles de lo que se llama no

-blemente en las tesis de la Sorbona o de otras Facultades de letras los orígenes de mi pensa-miento, ni tampoco de mi práctica. Alguien bien intencionado quería que les hable del se-ñor de Clérambault, pero no les hablaré de él, porque, verdaderamente, no corresponde.

Clérambault me aportó cosas. Me enseñó simplemente a ver lo que tenía delante de mí, un loco. Como conviene a un psiquiatra, me lo enseñó interponiendo entre yo y eso, un lo-co - que es, a fin de cuentas, lo más inquie

-tante que hay en el mundo - , una muy boni

-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

ta teoría, que es el mecanicismo. Siempre se la

i 11 terpone cuando se es psiquiatra.

Entonces uno se encuentra frente a un tipo que tiene lo que Clérambault llamaba «auto -matismo mental», es decir, un tipo que no

puede hacer un gesto sin que esté

comanda-do, sin que se le diga - «El muy bandido va a

hacer esto». Si ustedes no son psiquiatras, si

simplemente tienen una actitud digamos hu-mana, intersubjetiva, simpática, un tipo que les cuenta una cosa parecida verdaderamente debe de dejarlos completamente helados en

alguna parte.

Un tipo que vive así, que no puede hacer un gesto sin que se diga - «¡Vaya, alarga el brazo, qué idiota!», es algo fabuloso, pero si ustedes han decretado que es debido a una es-pecie de efecto mecánico en alguna parte, a una cosa que les cosquillea la circunvolución y que además nunca nadie ha visto, verán que volverán a sentirse tranquilos. Clérambault me enseñó mucho sobre lo que atañe al estatuto del psiquiatra.

Naturalmente, sobre d automatismo men-tal, como él lo llamaba, no olvidé la lección.

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ex-JACQUES LACAN

presó casi en los mismos términos, pero esto no significa que la cosa no tenga siempre su valor cuando alguien lo reconoce por propia iniciativa. Dicho esto, él veía muy bien las co-sas, lo cual quiere decir que antes que él nadie había percibido la naturaleza de este automa-tismo mental. ¿Por qué, si no es porque co-rrían aún más los velos? Lograban poner tan-ta «Facultad de letras» entre ellos y sus locos que ni siquiera veían los fenómenos.

Aun hoy podría verse más, se podría descri-bir de manera completamente diferente la alucinación. Bastaría con ser en verdad psicoa-nalista, pero no se lo es. No se lo es exacta-mente en la medida en que, si se es psicoana-lista, se permanece a esa noble distancia de lo que todavía se llama, aunque se es psicoanalis-ta, el enfermo mental. En fin, dejémoslo.

En lo que hace al origen de mi enseñanza, pues bien, se puede hablar de ese origen tan-to como de cualquier otro.

El origen de mi enseñanza es bien simple, está allí desde siempre, puesto que el tiempo nació con lo que está en juego. En efecto, mi enseñanza es simplemente el lenguaje, absolu-tamente ninguna otra cosa.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

Es probable que para la mayoría de ustedes esta sea la primera vez que una idea

semejan-te llega a sus oídos con esta incidencia, porque pienso que pese a todo hay aquí un buen nú-mero que aún no ha entrado en el siglo de las Luces. Probablemente, un buen número de los presentes crea que el lenguaje es una supe-restructura, cosa que ni siquiera Stalin creía. Él se había dado cuenta de que, si se empeza-ba de este modo, la cosa podía andar mal y que, en un país que me atreveré a llamar avan-zado - probablemente no tenga tiempo de decirles por qué - , esto podía tener conse-cuencias. Es muy raro que algo que se hace en la Universidad pueda tener consecuencias, puesto que la Universidad está hecha para que el pensamiento nunca tenga consecuencias. Pero cuando se han perdido los estribos, co-mo ocurrió en alguna parte en 1917, que el se-ñor Marr declarase que el lenguaje era una su-perestructura habría podido tener consecuen-cias, se habría podido, por ejemplo, empezar a cambiar el ruso. ¡Momentito!, el tío Stalin sintió que se armaría la gorda si se hacía eso. Ven en qué tipo de confusión se iba a entrar.

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len-JACQUES LACAN

guaje no es una superestructura», lanza Stalin - y en esto está de acuerdo con Heidegger, «el hombre habita el lenguaje».

No les hablaré esta noche de lo que Heideg-ger quiere decir con esto, pero, como ven, me encuentro forzado a poner la casa en orden. «El hombre habita el lenguaje», incluso extraí-do del texto de Heidegger, habla por sí solo. Quiere decir que el lenguaje está antes que el

hombre, lo que es evidente. No solo el hombre nace en el lenguaje, exactamente como nace en el mundo, sino que nace por el lenguaje.

Falta designar el origen de eso de lo que se trata. Aparentemente, antes que yo nunca na-die concedió la menor importancia al hecho de que en los primeros libros de Freud, los li-bros fundamentales sobre los sueños, sobre lo que se llama la psicopatología de la vida coti-diana, sobre el chiste, se encuentra un factor común, salido de los traspiés de la palabra, de los agujeros en el discurso, de los juegos de pa-labras, de los retruécanos y de los equívocos. Esto confirma las primeras interpretaciones y los descubrimientos inaugurales de lo que es-tá en juego en la experiencia psicoanalítica, en el campo que esta determina.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

Abran en cualquier página el libro sobre el sueño, que es el primero que apareció, y verán que solo se habla de asuntos de palabras. Co-mo verán, Freud se refiere al tema de tal ma-nera que percibirán escritas con todas las

le-tras las leyes de estructura que Saussure difun-dió a través del mundo. Él no fue, por otra parte, su primer inventor, aunque sí ha sido su ferviente transmisor, para constituir lo más

só-lido que se hace hoy bajo la rúbrica de la lin-güística.

Un sueño en Freud no es una naturaleza que sueña, un arquetipo que se agita, una ma-triz del mundo, un sueño divino, el corazón del alma. Freud habla de este como de cierto nudo, de una red asociativa de formas verbales analizadas y que se recortan como tales, no por lo que estas significan sino por una espe-cie de homonimia. Cuando una misma pala-bra vuelva a encontrarse en tres entrecruza

-mientos de ideas que se le ocurren al sujeto, ustedes se darán cuenta de que lo importante es esa palabra y no otra cosa. Cuando han en-contrado la palabra que concentra en torno de ella la mayor cantidad de filamentos de es-te micelio, saben que allí está el centro de

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gra-JACQUES LACAN

vedad escondido del deseo en juego. Para de-cirlo todo, es ese punto del que hablaba hace un momento, ese punto-núcleo que agujerea el discurso.

Si me entrego a esta prosopopeya, es sim-plemente para volver sensible lo que digo a los que aún no lo habrían escuchado.

Cuando me expreso diciendo que el in-consciente está estructurado como un lengua-je, es para intentar devolver su verdadera fun-ción a todo lo que se estructura bajo la égida freudiana, y esto ya nos permite entrever un paso.

Porque hay lenguaje, como todos pueden percatarse, hay verdad.

¿En nombre de qué lo que se manifiesta co-mo pulsación viviente, lo que puede pasar a un nivel tan vegetativo como se quiera, o al nivel más elaborado en lo gestual, sería más verda-dero que el resto? La dimensión de la verdad no está en ningún lugar mientras solo se trata de la lucha biológica. ¿Qué agrega una osten-tación en el animal, aun cuando nosotros in-troduzcamos la dimensión de que apunta a en-gañar al adversario? Es tan verdadera como cualquier otra, puesto que justamente se trata

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

de obtener un resultado real, a saber, apresar al otro. La verdad solo comienza a instalarse a partir del momento en que hay lenguaje. Si el inconsciente no fuera lenguaje, no habría nin-gún tipo de privilegio, de interés en lo que se puede llamar, en el sentido freudiano, el in-consciente.

En primer lugar, si el inconsciente no fuera lenguaje, no habría inconsciente en el sentido freudiano. ¿Habría lo inconsciente? Pues bien, sí, lo inconsciente, de acuerdo, hablemos de esto. También esta mesa es inconsciente.

Son cosas que se han olvidado completa-mente a partir de cierta perspectiva, que es la perspectiva llamada evolucionista. En esta perspectiva, se encontró muy natural decir que la escala mineral desemboca naturalmen-te en una especie de extremo superior donde vemos verdaderamente funcionar la concien-cia, como si el prestigio de la conciencia de-pendiera de lo que acabo de mencionar. Si so-lo se trata de pensar la conciencia como esa función de conocer que da a los seres particu-larmente evolucionados la posibilidad de re-flejar algo del mundo, ¿por qué esta tendría el menor privilegio entre todas las otras

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fundo-JACQUES LACAN

nes que lindan con la especie biológica como tal? Esas personas a las que se llamó con diver-sos términos peyorativos, los idealistas, lo su

-brayaron muy bien.

Nosotros no estamos, pese a todo, despro-vistos de términos serios para establecer la comparación. Tenemos una ciencia organiza-da sobre bases que no son en absoluto las que ustedes creen. Nada que ver con una génesis. Para hacer nuestra ciencia, no hemos entrado en la pulsación de la naturaleza, sino que he-mos hecho intervenir letritas y numeritos, y con ellos construimos máquinas que funcio-nan, vuelan, se desplazan en el mundo, llegan muy lejos, lo cual no tiene absolutamente na-da que ver con lo que se ha podido imaginar en el registro del conocimiento. Se trata de al-go que tiene su propia organización. La orga-nización de la ciencia es eso, lo que termina saliendo de allí como su esencia misma, a sa-ber, nuestras famosas computadoras de diver-sos tipos, electrónicas o no.

Por supuesto, no es algo que funcione solo, pero puedo hacerles notar que no hay por el momento, y hasta nuevo aviso, ningún modo de hacer un puente entre las formas más

evo-LUGAR. ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

lucionadas de los órganos de un organismo

vi-vo y esta organización de la ciencia.

Sin embargo, no carecen completamente de relación. Allí también hay cables, tubos,

co-nexiones. Pero un cerebro humano es incluso

mucho más rico que todo lo que hemos podi-do construir como máquina. ¿Por qué no pre-guntarse por qué no funciona de la misma manera?

¿Por qué no hacemos, también nosotros, en veinte segundos tres mil millones de opera-ciones, de sumas, de multiplicaopera-ciones, y otras operaciones usuales, como la máquina, cuan-do tenemos muchas cosas más que confluyen en nuestro cerebro? Cosa curiosa, a veces, por un instante, funciona así. En el conjunto de lo que podemos constatar, es en los débiles. El fe-nómeno de los débiles calculadores es muy co-nocido. Ellos calculan como máquinas.

De ahí que todo lo que es del orden de nuestro pensamiento sea quizá como la captu-ra de cierto número de efectos de lenguaje so-bre los que se puede operar. Quiero decir que

podemos construir máquinas que son de algu-na manera su equivalente, pero en un registro evidentemente más limitado que lo que

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JACQUES LACAN

dría esperarse de un rendimiento comparable si se tratara en verdad de un cerebro que fun-cionara de la misma manera.

No digo todo esto para asentar algo firme, sino solo para sugerirles cierta prudencia, que es particularmente válida allí donde la fun-ción podría parecer apoyarse en lo que se lla-ma «paralelismo». No para refutar el famoso paralelismo psicofísico, que es, como todos sa-ben, una fruslería demostrada hace mucho tiempo, sino para sugerir que el corte no se hará entre lo físico y lo psíquico, sino entre lo psíquico y lo lógico.

Cuando se llegó hasta aquí, se entiende pe-se a todo un poco qué quiero decir cuando di-go que me parece indispensable poner en tela de juicio lo que ocurre con el lenguaje para aclarar los primeros abordajes de lo que está en juego en cuanto a la función del inconsciente.

En efecto, quizá sea cierto que el incons-ciente no funciona según la misma lógica que el pensamiento consciente. Se trata en este ca-so de saber según cuál.

No funciona menos lógicamente, no es una prelógica, no, sino una lógica más flexible, más débil, como se dice entre los lógicos. «Más

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

débil» indica la presencia o ausencia de ciertas correlaciones fundamentales sobre las cuales se edifica la tolerancia de esta lógica. Una ló-gica más débil no es en absoluto menos intere-sante que una lógica más fuerte, es incluso mucho más interesante porque es mucho más difícil de sostener, pero se sostiene a pesar de todo. Nosotros, psicoanalistas, podemos inte-resarnos en esta lógica, puede ser incluso ex-presamente nuestro objeto interesarnos en ella, suponiendo que haya una.

Piensen un poquito en todo esto de un mo-do somero. El aparato del lenguaje está en al

-guna parte sobre el cerebro como una araña. Él es quien captura.

Sé que esto puede resultarles chocante y pueden preguntarme - «Pero, entonces, pe-se a todo, ¿qué nos cuenta, de dónde viene es-te lenguaje?». No es-tengo ni idea. No estoy obli-gado a saberlo todo. Además, ustedes tampo-co tienen ni idea.

No vayan a imaginar que el hombre inventó el lenguaje. No están seguros de ello, no tienen ninguna prueba, no han visto ningún animal humano volverse ante ustedes Romo sapiens. Cuando es Romo sapiens, ya tiene el lenguaje.

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JACQUES LACAN

Cuando alguien se interesó en lo que atañe a la lingüística, un tal Helmholtz en particular, se prohibió plantear la pregunta por los orígenes. Fue una decisión sabia. Eso no quiere decir que haya que mantener siempre esta interdic-ción, pero es sabio no fantasear demasiado, y siempre se fantasea sobre los orígenes.

Esto no quita que se escriban un montón de obras meritorias de las que podemos ex-traer ideas completamente divertidas. Rous-seau escribió sobre el tema, e incluso algunos de mis queridos nuevos amigos de la genera-ción de la Escuela Normal, que consienten en prestarme la oreja de vez en cuando, han edi-tado de él un Ensayo sobre el origen de las "lenguas, que es muy divertido, se lo recomiendo.

Pero, en fin, hay que prestar atención a to-do lo que atañe a la psicología. A partir del mo-mento en que perciben esta especie de disocia-ción que he intentado transmitirles esta noche, tal vez puedan darse cuenta de lo que hay de fútil en la psicología del niño de un Piaget.

Si se interroga a un niño a partir de un apa-rato lógico que es el del examinador, él mismo lógico, e incluso muy buen lógico, como lo es Piaget, entonces no debe sorprender

encon-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

trar dicho aparato en el ser interrogado. Se percibe simplemente el momento en que eso prende, en que eso pica en el niño. Deducir de ello que es el desarrollo del niño el que construye las categorías lógicas es una pura y simple petición de principio. Ustedes lo inte-rrogan en el registro de la lógica y él les res-ponde en el registro de la lógica. Claramente, él no habrá entrado de la misma manera en todos los niveles del campo del lenguaje. Ne-cesita tiempo, eso es seguro.

Un señor que no es en absoluto psicoana-lista había retomado muy bien a Piaget en es-te punto. Se llamaba Vigotski, y ejercía en al-gún lado cerca de San Petersburgo. Sobrevivió incluso algunos años a los exámenes revolu-cionarios, pero, como era tuberculoso, se fue sin terminar lo que tenía que hacer. Él se dio cuenta de que, cosa curiosa, la entrada del ni-ño en el aparato de la lógica no debía conce-birse como un hecho de desarrollo psíquico interior, sino que hacía falta, por el contrario, considerarla como algo semejante a su mane-ra de aprender a jugar, por así decir.

Él había constatado, por ejemplo, que el niño no accede a la noción de concepto, a lo

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que responde a un concepto, antes de la pu-bertad. Pero ¿por qué? La pubertad parece de-signar una categoría de otro orden que la idea extravagante sobre cómo empiezan a funcio-nar las circunvoluciones cerebrales. Él perci-bió muy bien esto en la experiencia.

No puedo no exponer aquí la función del sujeto, sea lo que fuere que me hayan dicho de antemano. Exageran. Yo considero que us-tedes me escuchan muy bien. Son amables y más que amables, porque no basta ser amable para escuchar tan bien.

De modo que no veo por qué no· decirles cosas un poquito más difíciles.

3

¿Por qué introduje la función del sujeto co-mo algo distinto de lo que atañe al psiquisco-mo?

No puedo verdaderamente hacerles una teoría, pero quiero mostrarles cómo se une es-to con la función del sujees-to en el lenguaje, que es una función doble.

Está el sujeto que es el sujeto del enuncia-do, y que resulta bastante fácil localizar. Yo quiere decir este que está hablando

efectiva-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

mente en el momento en que digo yo. Pero el

sujeto no es siempre el sujeto del enunciado, porque no todos los enunciados contienen yo. Aun cuando no hay yo, aun cuando dicen

«llueve», hay un sujeto de la enunciación, hay un sujeto aunque ya no sea perceptible en la frase.

Todo esto permite representar muchas co-sas. El sujeto que nos interesa, sujeto no en la medida en que hace el discurso, sino en que está hecho por el discurso, e incluso está atra-pado en él, es el sujeto de la enunciación.

Puedo entonces darles una fórmula que ex-pongo como una de las primordiales. Es una definición de lo que se llama «elemento» en el lenguaje. Siempre se lo llamó «elemento», in-cluso en griego. Los estoicos lo llamaron «sig -nifi~ante». Yo enuncio que lo que lo distingue del signo es que «el significante es lo que re-presenta al sujeto para otro significante», no para otro sujeto.

Todo lo que pienso hacer esta noche es in-tentar interesarlos un poco. No pienso hacer más que desafiarlos y decirles - «Intenten ha-cerlo funcionar». Por otra parte, han tenido pese a todo algunas indicaciones aquí y allá,

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JACQUES LACAN

puesto que tengo alumnos que muestran de vez en cuando cómo funciona la cosa.

Lo fundamental es que esto necesita la ad-misión formal, topológica - poco importa sa-ber dónde anida - , de cierto cuadro, si uste-des quieren, que llamaremos «Cuadro A». A veces en el vecindario se lo llama incluso «Otro», cuando se sabe lo que cuento, Otro

[Autre] también con A mayúscula. Para poder

orientarse en cuanto al funcionamiento del sujeto, hay que definir este Otro como el lu-gar de la palabra. No es desde donde la pala-bra se emite, sino donde copala-bra su valor de pa

-labra, es decir, donde esta inaugura la dimen-sión de la verdad, lo cual es absolutamente

in-dispensable para hacer funcionar lo que está en juego.

Rápidamente se percibe que, por todo tipo de razones, esto no puede funcionar por sí so-lo. La razón principal es que suele ocurrir que este Otro del que les hablo esté representado por un ser vivo real al que ustedes tienen por ejemplo cosas para demandarle, aunque esto no es forzosamente así. Basta con que sea ese al que ustedes le digan algo como - «Quiera Dios que ... », cualquier cosa, y que empleen el

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSENANZA

optativo, o incluso el subjuntivo. Pues bien,

es-te lugar de verdad adquiere una dimensión completamente distinta, como se percibe en el único enunciado que acabo de decirles.

Nos introducimos de este modo en la refe-rencia a una verdad muy especial que es la del deseo. Nunca se llevó muy lejos la lógica del deseo, que no está en indicativo.

Se comenzaron cosas llamadas «lógicas mo-dales», pero nunca se avanzó mucho más, sin duda porque no se percibió que el registro del deseo ha de constituirse necesariamente en el

nivel del cuadro A, en otras palabras, que el

deseo es siempre lo que se inscribe como con-secuencia de la articulación del lenguaje en el

nivel del Otro.

El deseo del hombre, he dicho un día en el que hacía falta que me hiciera entender

-¿por qué no habría dicho «hombre»?, en fin, no es verdaderamente la palabra indicada - , el deseo a secas es siempre el deseo del Otro, lo que significa que, en suma, siempre esta-mos demandando al Otro su deseo.

Lo que les estoy diciendo es completamen-te manejable, no es incomprensible. Cuando salgan de aquí, percibirán de inmediato que

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JACQUES LACAN

es verdad. Basta simplemente pensar en ello y formularlo así. Y además deben saber que ta-les fórmulas son muy prácticas porque se las puede invertir.

Un sujeto cuyo deseo es que el Otro le

de-mande - es simple, se invierte, se da vuelta - ,

pues bien, les da la definición del neurótico. Fí-jense qué práctico puede ser para orientarse.

Solo que hay que prestar mucha atención. No se hace de un día para otro.

Pueden ir más lejos y percibir al mismo tiempo por qué se pudo comparar al religioso con el neurótico.

El religioso no es en absoluto neurótico, es religioso. Pero se le parece porque también

ha-ce estratagemas en torno de lo que es el deseo

del Otro. Solo que como es un Otro que no existe puesto que se trata de Dios, hay que dar-se a sí mismo una prueba. Entonces dar-se simula que él demanda algo, por ejemplo, víctimas. Por eso se confunde esto fácilmente con la ac-titud del neurótico, en particular, obsesivo. Y es que se asemeja enormemente a todas las técni-cas de las ceremonias sacrificiales.

Todo esto es para decirles que se trata de cosas completamente manejables y que no

so-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

lo no van en contra de lo que dijo Freud, sino que lo vuelven incluso enteramente legible.

Son cosas que se desprenden de la lectura misma de Freud si solo se consiente en no leerlo a través de la lupa perfectamente opaca que suelen usar los psicoanalistas para su tran-quilidad personal, porque basta con llevar un poquitito más lejos el juego para percibir que se entra en terrenos muy escabrosos, que re-nuevan un poco la disciplina.

No porque se perciba un lazo entre el neu-rótico y el religioso debe hacerse una colusión algo rápida poniéndolos juntos. También hay que ver que, pese a todo, existe un matiz, sa-ber por qué es verdad, hasta dónde es verdad, por qué no lo es del todo.

Esto no quiere decir que se vaya contra Freud, quiere decir que se lo utiliza. Entonces se percibe por qué eso tan opaco que él conta-ba tenía un alcance. El pobre estaconta-ba allí, se-gún decía, como un arqueólogo, haciendo agujeros, zaajas, y recogiendo objetos. Quizás incluso no $abía muy bien lo que había que hacer, es decir, dejar las cosas in situ o llevárse-las de inmediato a su estantería. Se ve enton-ces lo que hay efectivamente de verídico en

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es-JACQUES LACAN

ta búsqueda de la verdad de un nuevo estilo que comenzó con Freud.

Volvamos a la referencia al deseo del Otro.

Si se han tomado el tiempo de obtener una construcción correcta del deseo en función del lenguaje, vinculándolo con lo que es suba

-se lingüística fundamental que -se llama meto-nimia, avanzan de manera mucho más riguro-sa en el campo por explorar, que es el campo del psicoanálisis. Pueden incluso percibir muy bien el verdadero nervio de algo que sigue siendo tan opaco, tan obtuso, tan obstruido, en la teoría psicoanalítica.

Si el deseo se constituye en el campo del Otro,

si «el deseo del hombre es el deseo del Otro», ocurre que hace falta que el deseo del hombre sea el suyo propio. Pues bien, como se han ejercitado antes, están en condiciones de ver las cosas de una manera menos precipitada que en un primer momento, menos consagra-da a encontrar de inmediato razones anecdó

-ticas. Cuando es preciso que el deseo del hom

-bre se extraiga del campo del Otro y sea en-tonces mío, pues bien, ocurre algo muy curio-so. Cuando le toca desear a él, se da cuenta de que está castrado.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

Eso es el complejo de castración. Quiere decir que en la significancia se produce

nece-sariamente algo que es esta especie de pérdida que hace que, cuando el hombre entra en el campo de su propio deseo como deseo sexual, solo pueda hacerlo por medio de esta especie de símbolo que representa la pérdida de un órgano en la medida en que asume en ese ca-so función significante, función del objeto perdido.

Dirán que expongo algo que no por ello es más transparente. Pero yo no busco la transpa-rencia, busco en primer lugar aferrarme a lo que encontramos en nuestra experiencia, y cuando no es transparente, pues bien, mala suerte.

Hay que admitir de entrada la castración, que es algo a lo que evidentemente no estamos acostumbrados. Esto dificulta que se pueda re

-cuperar, alcanzar la transparencia. Se inventan entonces todo tipo de historias aburridísimas, incluso las amenazas de los padres, que serían los responsables, como si bastara con que los padres dijeran algo así para que de ello resulte una estructura tan fundamental, tan general como el complejo de castración.

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JACQUES LACAN

La cosa llega por otra parte hasta el punto de que la mujer se inventa un falo, el falo rei-vindicado, únicamente por considerarse cas-trada, lo que ella justamente no es, la pobreci-ta, por lo menos en lo que concierne al órga-no, al pene, puesto que no lo tiene en absolu-to. Que no nos venga a decir que tiene un pe-dacito, eso no sirve para nada.

Pese a todo, les diré algo que los tranquili-zará, que les permitirá entender un poco más. Si hay castración, es quizá simplemente por-que el deseo, cuando se trata del suyo, no pue-de ser algo que se tiene, un órgano manipula-ble. No puede ser a la vez el ser y el tener. En-tonces, el órgano sirve quizá justamente a eso que opera en el nivel del deseo. Es el objeto perdido porque ocupa allí el lugar del sujeto como deseo. En fin, es una sugerencia.

Sobre este asunto, restablezcan la paz en su espíritu. Moderen sobre todo la impresión de que hay una especie de audacia, cuando se tra-ta de intentra-tar formalizar de manera correctra-ta lo que es simplemente la experiencia que te-nemos que controlar todos los días.

Tenemos alumnos que nos cuentan las his-torias de sus pacientes y que notan que,

des-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

pués de todo, con el lenguaje de Lacan no so-lo se escucha a so-los enfermos tan bien como con el lenguaje generalizado y difundido por los institutos constituidos de otro modo, sino que incluso se los escucha mejor.

A veces ocurre que los pacientes dicen co-sas verdaderamente astutas, y lo que dicen es el discurso mismo de Lacan. Solo que si no se hubiera escuchado antes a Lacan, ni siquiera se habría escuchado al enfermo, y se habría di-cho - «Es otro más de esos enfermos menta-les que dicen tonterías».

Bueno, entonces, pasemos al fin. 4

El fin de mi enseñanza. Si he utilizado el término «fin» no es porque haremos un dra-ma. No se trata del día en que esta estire la pa-ta. No, el fin es el thelos, el para qué se hace.

El fin de mi enseñanza, pues bien, sería

hacer psicoanalistas a la altura de esta

fun-ción que se llama sujeto, porque se verifica

que solo a partir de este punto de vista se comprende de qué se trata en el psicoaná-lisis.

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JACQUES LACAN

La expresión «psicoanalistas que estén a la altura del sujeto» puede parecerles poco clara, pero es verdad. Intentaré esbozarles qué pue-de pue-deducirse pue-de esto en la teoría pue-del psicoaná-lisis didáctico.

No sería una mala preparación que los psi-coanalistas practiquen un poco de matemáti-cas. El sujeto es allí fluido y puro, no está ama-rrado ni sujetado en ninguna parte. Los ayu-daría, se darían cuenta de que hay ciertos ca-sos en los que la cosa no circula más porque, justamente, como vieron hace un rato, el Otro parece escindido entre el lugar de la verdad, por un lado, y el deseo del Otro, por otro. Pa-ra el sujeto, es lo mismo.

Un sujeto según el lenguaje es ese que se consigue purificar tan elegantemente en la ló-gica matemática. Solo que siempre queda algo previo por citar. El sujeto está fabricado por cierto número de articulaciones que se produ-jeron, y ha caído como un fruto maduro de la

cadena significante. Ya cuando nace, cae de una cadena significante - quizá complicada, en todo caso elaborada - a la que precisa-mente subyace lo que llamamos el deseo de los padres. Aunque este deseo haya sido

justa-LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

mente que no naciera, y sobre todo en ese ca-so, dificilmente se pueda no tenerlo en cuen-ta en el hecho de su nacimiento.

Lo mínimo sería que los psicoanalistas se dieran cuenta de que son poetas. Esto es lo que tiene de gracioso, incluso de muy gracio-so. Tomaré el primer ejemplo que se me pre-senta.

Utilizo unas notas que he tomado en el tren pensando en ustedes. Naturalmente, agrego, saco. Aunque en el tren no solo tenía mis papeles, también traía un France-Soir, que

entonces miré ...

Claudine, como saben, la bonita francesa ...

No sé si la han estrangulado o apuñalado, en todo caso, hay un norteamericano que se to-mó el buque rápidamente y que hoy está en un hospicio. ¡Que le aproveche!

Pensemos. Está en un hospicio, y un psicoa-nalista va a verlo, lo cual puede ocurrir porque es de muy buena sociedad. Bueno, entonces,

¿con qué se encontrará? Se encontrará con que había LSD. Parece que él estaba atiborra-do cuanatiborra-do la cosa sucedió.

Está el LSD, pero en fin, pese a todo, el LSD no debe trastornar completamente las

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denas significantes. En todo caso, esperémos-lo para encontrar algo que sea aceptable. Se observará un impulso asesino, como se dirá, que se articula perfectamente con cierto nú-mero de cadenas significantes que han sido completamente decisivas en tal o cual momen-to de su pasado.

Pero, vamos, es el psicoanalista quien dice eso. ¿Por qué no decir simplemente que él ha cepillado a la muchacha y listo? Es tan verda-dero como percibir que esto tiene causas en alguna parte en el nivel de la cadena signifi-cante. El psicoanalista dice esto, y lo más fuer-te es que se le cree.

Discúlpenme, se le cree. Si no se le cree, uno es mal visto, no está a la moda. Habría que ver justamente qué significa que se le crea. No doy por sentada, por supuesto, la be-nevolencia de los jueces ingleses. En todo ca-so, se trata de algo que debería invitar al psi-coanalista a cierta crítica en lo que es comple-tamente análogo, cuando se trata de la trans-ferencia, por ejemplo.

El psicoanalista dice que la transferencia refleja algo que estaba en el pasado. Es él quien lo dice, y la regla del juego es creerle.

LUGAR, ORIGEN Y FIN DE MI ENSEÑANZA

Pero, después de todo, ¿por qué? ¿Por qué lo que pasa actualmente en la transferencia no tendría su propio valor? Quizás habría que en-contrar otro modo de referencia para justifi

-car que se prefiera el punto de vista del psicoa-nalista a propósito de los hechos y de lo que pasa.

No fui yo quien inventó esto. Un psicoana-lista norteamericano - no todos ellos son idio-tas - acaba de hacer exactamente estas obser-vaciones en un número relativamente reciente del journal officiel de la psychanalyse.

Quiero terminar con cosas vivas, como se dice. Este es un pequeño ejemplo. «Si hubiera sabido - dice un paciente - , me habría mea-do en la cama más de mea-dos veces por semana.»

Les cuento de dónde surge algo semejante. Ocurrió a continuación de toda una serie de consideraciones sobre diversas privaciones, y después de haberse aliviado de algunas deu-das con las que se sentía sobrecargado. Se sen-tía cómodo, y emisen-tía de modo bastante extra-ño su lamento por no haber hecho esto más a menudo.

Entonces, fíjense, hay algo que me sorpren-de completamente, y es que el psicoanalista

Referencias

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