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LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

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Academic year: 2021

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La teoría moderna –nos enseña la historia– se basa en el conjunto de principios estratégicos fundamentales desvelados en el siglo XIX por Stei-nitz y sus discípulos. Es evidente que el estudio de las aperturas debe em-pezar por ellos, ya que permiten no sólo comprender el espíritu de las lí-neas de juego reconocidas y analizadas por la teoría, sino también elaborar en la práctica un plan de acción correcto cuando uno se encuentra ante una apertura que se desconoce. Correcto, decimos, y sobre todo lógico. Estos principios han salido directamente de las leyes dialécticas que rigen el aje-drez y constituyen la fuente principal del enriquecimiento intelectual que proporciona este juego.

Pese a su coherencia y simplicidad, la exposición de estos principios pri-mordiales –y elementales– no es, sin embargo, cosa fácil. Muchos autores lo han intentado con más o menos éxito sin haber logrado nunca, de todos modos, evitar completamente uno u otro de los dos escollos que hacen tan ardua esta empresa.

Unos, a causa de un planteamiento demasiado erudito, no consiguen hacer verdaderamente accesibles sus explicaciones al jugador medio, al que, al fin y al cabo, confunden en vez de aclararle las ideas.

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na vez enunciados los principios fundamentales, los manuales tienen la costumbre de pasar inmediatamente a la explicación de las apertu-ras, es decir, de las diversas series de jugadas que, partiendo de la posición inicial, obedecen a las reglas de la lucha por el centro y la activación rápida de las piezas. Sin embargo, el conocimiento de estos principios, por más esencial que sea, no garantiza por sí solo un estudio fructífero de las apertu-ras. Si se centran en la definición de la finalidad, o sea, en el plan que debe fijarse cada bando al comienzo de la partida, omiten toda precisión sobre los medios por los que puede alcanzarse este objetivo: las piezas y el modo de utilizarlas.

La conducción de una apertura constituye, por otro lado, un ejercicio de síntesis –puesto que comporta el despliegue del conjunto de trebejos de que se dispone– y sólo puede llevarse a buen término si la precede su análi-sis individual.

El sentido común invita, pues, antes de abordar el complejo drama de las aperturas, a conocer a los treinta y dos personajes que evolucionan en

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os principios fundamentales y el manejo de las piezas son los verdade-ros hilos de Ariadna de las aperturas. Guiado por ellos, el lector sabrá cómo hay que desplegar, desde el principio, las tropas de modo eficaz. Re-chazará instintivamente en sus cálculos una multitud de jugadas manifies-tamente malas o inútiles que anteriormente habría considerado y quizás incluso juzgado satisfactorias. Su juego será más coherente y requerirá mu-cho menos tiempo y esfuerzo. Además, el lector tendrá la base necesaria pa-ra comprender los libros dedicados a las apertupa-ras. Verá por qué tales o cuá-les jugadas se retienen y luego se estudian y por qué otras –que desobede-cen los principios– ni siquiera se mencionan. Conociendo la perspectiva en la que se coloquen sus autores, tendrá mucha menos dificultad en captar el sentido de sus comentarios. En una palabra, se iniciará en la teoría de aper-turas.

Pero como ya hemos señalado al final de la Introducción, esta iniciación

no constituye por sí sola una preparación suficiente para la áspera lucha que se entabla en el estadio inicial de la partida. Cada manera de empezar ofre-ce tal profusión de posibilidades que uno no sabría encontrar, jugada tras

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n este capítulo, vamos a darle la vuelta al tablero y a considerar la fase inicial de la partida desde el punto de vista de las negras.

Como ya sabemos, lo primero que éstas deben hacer en la apertura es neutralizar la salida del adversario, es decir, conducir una posición igualada en la que la primera jugada de las blancas no les confiera a éstas ninguna ventaja de espacio o activación. Esta tarea no es muy difícil –salvo, quizás, en la alta competición–, ya que la salida de las blancas constituye una ven-taja mínima, y hace falta un virtuosismo técnico excepcional para sacar al-go de la apertura. Eso no significa que las negras no deban mostrar un mí-nimo de precaución. No pueden permitirse, por el hecho de que llevan ya una jugada de retraso, perder una segunda, ya que las blancas podrían en-tonces no solamente apoderarse de la iniciativa, sino, además –¡lo que es peor!–, forzar variantes de tablas.

El lector debe jugar la apertura con negras más activamente que con blancas. Así pues, las aperturas que hemos escogido se cuentan entre las más agresivas de que disponen las negras. Pero, contrariamente al capí-tulo precedente en el que hemos empezado el análisis concreto de las

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emos llegado ya al final de este estudio en el que hemos intentado, con la ayuda de los principios generales y análisis específicos, dar al aficionado y al novato una preparación práctica y sistemática para la fase introductoria de la partida de ajedrez.

Algunos se preguntarán, quizás, si nuestro método, al recomendar que se jueguen invariablemente las mismas aperturas, no es demasiado rígido, si no alienta una especialización exagerada y no expone al que lo aplica a una cierta monotonía en sus aperturas.

Garantizamos que tal inquietud carece de fundamento. El ajedrez es in-mensamente rico, y el espectro de la monotonía queda muy lejos, incluso en su fase más explorada. Así, este juego no admite aficionados si se desea explorarlo seriamente. Cada apertura forma por sí misma un mundo com-plejo y variado, en el que se esconden innumerables recursos. No hay más que recordar, por ejemplo, lo diferentes que son, por el género de posicio-nes que entrañan, la Ruy López cerrada y la Ruy López abierta, la Siciliana Scheveningen y la Siciliana cerrada, etc. Es presumir mucho, pues, creer que se conoce o domina una apertura lo suficiente como para encontrarla monótona.

Nada impide, de todos modos, que aquéllos que tengan tiempo añadan algunas aperturas al acervo esencial que le hemos propuesto. El estudioso que alimente grandes aspiraciones se beneficiará, ciertamente, de

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se otros recursos. No es menos cierto que nuestro repertorio es completo por sí mismo.

La inmensa mayoría de los aficionados, además, desea simplemente convertirse en un «buen jugador», conocedor del noble juego, no en un es-pecialista. Nuestra finalidad era darle la formación teórica y la preparación concreta esenciales para jugar correctamente las aperturas. Deseamos no haber fracasado enteramente en nuestra tarea y esperamos que el lector, de ahora en adelante, se pondrá «en guardia» en el ajedrez con confianza y op-timismo.

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