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Nuestras Fuerzas Ocultas-Leadbeater

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Academic year: 2021

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NUESTRAS FUERZAS

OCULTAS

C.W. LEADBEATER

Impreso y distribuido por EDITORIAL SOLAR

Apartado Aéreo 37797 Bogotá D C – Colombia

IMPRESO EN COLOMBIA

PRÓLOGO DEL TRADUCTOR

Esta nueva obra de Swami Panchadasi puede considerarse, y así es en efecto, la segunda parte e indispensable complemento de Telepatía y Clarividencia, pues los puntos y temas en ambas tratados se corresponden tan estrechamente, que el lector no podrá asimilarse con óptimo fruto de nutrición mental sus enseñanzas, si prescinde de una de ellas.

La titula el autor Nuestras fuerzas ocultas porque trata mayormente de los diversos aspectos de la naturaleza psíquica del ser humano, o sea de la actualización y desenvolvimiento de las proteicas modalidades de energía con que se manifiesta el ego en su personalidad como instrumento de acción en los mundos físico, astral y mental.

Los ocultistas dignos de este nombre, que conocen las leyes reguladoras de la vida del ego o verdadero ser del hombre, advierten en este punto un muy generalizado prejuicio, que comparten muchos dentistas de biblioteca y laboratorio, contra el cual conviene prevenir a cuantos sinceramente se propongan investigar la verdad.

Consiste dicho prejuicio en creer que sólo es natural cuanto al mundo objetivo de formas materiales se refiere, y que lo demás es sobrenatural, maravilloso e incomprensible.

Así es que cuando a estos recalcitrantes naturalistas se les habla de telepatía, clarividencia, hipnotismo, sugestión, transmisión y lectura del pensamiento, profecía y taumaturgia,

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achacan estos fenómenos a la maligna astucia del demonio si son pazguatos y tartufos, o les dan por causa eficiente la superchería, el fraude y la prestidigitación si son intelectuales modernistas de vanguardia y guerrilla.

Tipo intermedio entre el timorato y el escéptico es el que considera las facultades psíquicas, llamadas impropiamente poderes, como prueba indudable de adelanto evolucional aunque no siempre lo sea de espiritual, y admira, venera y reverencia, cuando no envidia a quien las posee.

Sin embargo, saben muy bien los ocultistas, que la facultad de manejar y valerse de la energía psíquica en todas sus modalidades poco tiene que ver con el adelanto espiritual, aunque no son incompatibles con él, pues la experiencia demuestra y enseña que hay clarividentes, clariaudientes, telepáticos, hipnotizadores, terapeutas, mentalistas, previsores, etc., sin asomo de sentido moral, de conducta depravada, cuyas facultades psíquicas emplean en fines siniestros y crudamente egoístas.

Tales son los genéricamente denominados magos negros, capaces de producir fenómenos en apariencia milagrosos, a que las Escrituras cristianas llaman señales.

Razón sobrada tiene el autor al decir que las esporádicas manifestaciones de las fuerzas ocultas son tan antiguas como la humanidad, pues no ya solamente en los orígenes de nuestra actual raza aria sino en la historia acásica de la raza atlante se encuentran numerosos ejemplos de la actuación de la energía psíquica, que como fuerza oculta a la percepción de los sentidos físicos e inaccesible a las balanzas y dinamómetros de los laboratorios, se atribuyeron desde tiempo inmemorial sus manifestaciones al poder del demonio si eran malignas y al de Dios si benéficas.

Porque la energía psíquica está sujeta a las mismas leyes y condiciones que las demás modalidades de la energía universal,

y de la propia suerte que la electricidad, el magnetismo, el calórico y la luz, tiene sus dos polos positivo o armónico y negativo o siniestro sin dejar de ser la misma energía psíquica, pues sus resultados dependen del sentido y punto de aplicación.

Buena y útil es la electricidad cuando dócil impulsa los vehículos de locomoción con velocidad economizadora del tiempo y cuando en la electroterapia alivia el dolor del cuerpo humano; pero mala y siniestra es cuando con el rayo mata y con el cortocircuito incendia.

Bueno y útil es el calórico cuando ateridos de frío nos reanima al amor de la lumbre que nos cuece el alimento; pero malo y siniestro cuando en el fuego de la hoguera consume las carnes y calcina los huesos de los mártires de la bárbara intolerancia.

Buena y útil es la luz cuando alumbra nuestros pasos por el mundo y alegra los paisajes e inunda de júbilo montañas y valles y riela juguetona en lagos y mares; pero mala y siniestra cuando demasiado viva nos deslumbra y ciega.

Buena y útil es el agua cuando en suave y persistente lluvia refrigera las plantas, nutre los en cierne frutos y alimenta las fuentes; pero mala y siniestra cuando desbordada de sus cauces arrasa las comarcad aledañas y siembra por doquiera la desolación, la ruina y la muerte.

Así la energía psíquica tiene también dos aspectos, dos polos: el positivo del que surge la magia blanca con las hadas benéficas de la conseja, los genios protectores de la leyenda, los ángeles custodios de la tradición religiosa, los taumaturgos do la hagiografía y los Hijos de la Luz de la simbología oriental; y el polo negativo, del que deriva la magia negra con las brujas, hechiceras, ogros, trasgos, demonios, impostores, e Hijos de la Sombra.

Sin embargo, unos y otros, los de la derecha y los de la izquierda, emplean la misma energía psíquica, como es la

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misma la electricidad que en el aparato terapéutico cura y en la silla de electrocución mata.

Pero conviene advertir por si alguien lo ignorase, que toda la fauna de la magia negra está limitada y contraída a la actuación de la energía psíquica como fuerza natural aunque oculta que obra en los planos inferiores de la manifestación universal; pero son incapaces de alzarse al plano o nivel espiritual a donde sólo pueden llegar los adeptos de la derecha, los magos blancos, los taumaturgos henchidos de amor y devoción a Dios sea cual sea su filiación cultural.

La energía psíquica, obediente asimismo al aforismo hermético de que como es arriba es abajo, está sujeta en su dinámica actuación, al principio mecánico de que una fuerza mayor vence a otra menor, y ejemplo concluyente de este principio nos da el autor al tratar de la lucha entre dos personas que emplean como arma la energía psíquica y vence la que en mayor grado la posee, al propio tiempo que según vemos en el caso bíblico de Moisés en contienda con los magos faraónicos y en el admirable y todavía no bien estudiado simbolismo de las creaciones wagnerianas, siempre prevalece la energía espiritual contra la energía psíquica, la magia blanca contra la negra, la luz contra las tinieblas, el bien contra el mal y la verdad contra el error.

SUMARIO DEL CAPITULO I

Los escépticos y los sentidos físicos. — Sentido común. — Ilusiones de los cinco sentidos corporales. — Su procedencia del sentido del tacto. — El Conocedor y los sentidos. — Sentidos superfísicos. — Sentidos astrales. — Los siete sentidos del hombre. — Su contraparte astral. — La sensación en el plano astral. — Funcionamiento de le mente en el plano astral. — Nuevas experiencias

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CAPÍTULO PRIMERO

LOS SENTIDOS ASTRALES

El estudiante de ocultismo sabe por experiencia que hay quienes asumen la cómoda actitud de escepticismo respecto de las cosas ultraterrenas, diciendo que sólo creen en lo que sus sentidos perciben. Les parece a estos tales que su cómoda manera de pensar ha resuelto definitivamente el problema y que los ocultistas son gentes crédulas, muy propensas a tomar por ciertas y reales cosas contrarias a la percepción sensoria.

Aunque el punto de mira de los escépticos no merece la consideración del genuino estudiante de ocultismo, no estará de más que nos deténganlos interinamente en su examen, pues nos servirá de lección objetiva respecto de la pueril actitud de los positivistas en cuanto atañe al testimonio de los sentidos, pues alar deán de tener sentido común y de no dejarse alucinar por patrañas ni quimeras.

Sin embargo, esta clase de escépticos son los más propensos a creer en agüeros, hechicerías, supersticiones y consejas vulgares, y aceptan sin pestañear las más absurdas enseñanzas y los más ridículos dogmas que les llegan de lengua o pluma de alguna pretendida autoridad, mientras que se burlan de superiores enseñanzas por incapaces de comprenderlas.

Todo cuanto les parece insólito, extraño o desusado, lo califican de quimérico y contrario al buen sentido de que se jactan como si lo monopolizasen.

Pero no es mi propósito perder tiempo en el análisis de estos entendimientos de tres al céntimo, pues sólo aludo a ellos con objeto de demostrar que hay quienes confunden el concepto de "sentido" con el de "sentidos".

Consideran todo conocimiento como resultado de la percepción sensoria, y desconocen por completo la fase intuitiva de la mente y los superiores procesos del razonamiento.

Aceptan sin reparo cuanto los sentidos corporales les atestiguan, y tildan de herejía cualquier contradicción a semejante testimonio.

Una de sus expresiones favoritas cuando se les expone alguna verdad que no comprenden es: "no me harán creer lo contrario de lo que veo y toco." No advierten que sus sentidos son muy deficientes instrumentos y que la razón ha de enmendar con mucha frecuencia su no muy fidedigno testimonio.

Sin decir nada de la afección visual llamada discromatopsia, que consiste en confundir unos colores con otros, nuestros sentidos distan mucho de ser exactos.

Por sugestión podemos creer que olemos o gustamos cosas que en realidad no afectan al olfato ni al gusto, y un sujeto hipnotizado verá lo que sólo existe en la mente del hipnotizador.

El conocido experimento do palpar a ojos cerrados un guisante y después la punta roma de un lápiz de plomo, colocados entre el pulgar y el índice, demuestra hasta que punto puede engañar la sensación del tacto.

Los numerosos ejemplos de ilusiones ópticas justifican el conocido proverbio de que la vista engaña, y bien saben los

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hipnotizadores con cuánta facilidad suscitan ilusorias visiones en los sujetos propensos a la sugestión.

Acaso el más conocido ejemplo de la falacia de los sentidos sea el movimiento de la Tierra, pues a todos nos parece, si nos guiamos por nuestros sentidos, que la Tierra está fija y que el Sol se mueve. Únicamente cuando acopiamos el informe de la razón, nos convencemos de que no sólo la Tierra gira sobre su eje en 24 horas y alrededor del Sol en 365 días, sino une el mismo Sol llevando en su torno a todos los astros de su sistema, se mueve rotariamente respecto de un centro de atracción todavía desconocido.

Si algún testimonio de los sentidos hubiera de ser fidedigno, ninguno como el que nos muestra la aparente inmovilidad de la Tierra y el movimiento del Sol respecto de la Tierra; y sin embargo, sabemos que es mera ilusión, y que el fenómeno es totalmente opuesto a lo que parece.

Por la ilusión del sentido de la vista creyó el hombre primitivo que la Tierra era una superficie erizada de montañas, y que estaba inmóvil, sostenida sobre los hombros de los atlantes a que alude la mitología y cubierta por una bóveda que cual inmensa cúpula se movía de Oriente a Poniente surgida del seno de un mar para sepultarse o sumergirse en otro mar.

La primera dificultad que les representó la razón en contra de lo que tan distintamente veían sus ojos, fue que no era posible que el Sol, la Luna y las estrellas pasaran por debajo de la Tierra.

Así es que la extrañeza despertó la curiosidad, de la curiosidad nació la atención y de la atención la observación de las fases de la Luna y su retraso respecto del aparente, aunque para ellos efectivo movimiento del Sol, los eclipses que infundían espanto en su corazón, dando con ello prueba de que siempre el temor es hijo de la ignorancia, y alguno que otro cometa cuya aparición les señalaba también por ignorancia las

calamidades que después de la aparición sobrevenían, sin percatarse de que asimismo se encendían guerras, sufrían hambres y pestes y ocurrían terremotos sin que ningún cometa hubiese aparecido para predecir la calamidad que de pronto sobrevenía.

Sin embargo, en algunos pueblos antiguos, como los indostanes y caldeos, hubo sacerdotes y hierofantes a que el pueblo llamaba magos, quienes más adelantados que la generalidad de las gentes conocían el verdadero mecanismo de nuestro sistema planetario, aunque reservaban el conocimiento para transmitirlo únicamente a los iniciados en los misterios religiosos. Conocían el fenómeno de la precesión de los equinoccios que más tarde enseñó Hiparco en las escuelas de Alejandría y observaron que las estrellas no estaban distribuidas sin orden ni concierto sino que formaban grupos armónicos y permanecían las más de ellas siempre en el mismo lugar, mientras que otras cambiaban de situación respecto de aquéllas.

Así distinguieron las estrellas fijas de las errantes o planetas, a las que los filósofos griegos dieron los nombres de sus dioses Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, pues no habían descubierto Urano ni Neptuno.

Guiado Hiparco por el ilusorio sentido de la vista estableció el sistema del mundo, llamado impropiamente de Tolomeo, según el cual la Tierra estaba fija en el centro del universo, y era esférica, ya no plana, y alrededor de la Tierra giraban en círculos concéntricos la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter, Saturno, las estrellas fijas, y más allá estaba el cielo de los bienaventurados.

Aunque parezca extraño, filósofos tan eminentes como Aristóteles creyeron verdadero este sistema, aunque otros como Pitágoras enseñaban secretamente a sus discípulos que la Tierra y los planetas giraban alrededor del Sol.

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Pero durante las edades antiguas y media, las lumbreras de la filosofía y la ciencia, sin exceptuar a San Agustín y Santo Tomás, que hoy nos representan sus partidarios como los más altos exponentes de la sabiduría humana, admitieron sin reparo tan absurdo sistema, que prevaleció entre doctos, doctores e ignorantes hasta 1543, en que Nicolás Copérnico, canónigo de la ciudad polaca de Thorn, re produjo públicamente en su obra Revolutionibus orbium celestium, el sistema que veinte siglos atrás habían enseñado secretamente Pitágoras, Anaxágoras y otros filósofos griegos que habían recibido estas enseñanzas de los hierofantes de la India, Caldea y Babilonia.

Según este sistema que todavía prevalece con algunas modificaciones, el Sol es el centro del universo (pues tal creía Copérnico que era nuestro sistema planetario) el manantial de todas las modalidades de energía, en cuyo alrededor giran los planetas "en círculos", pues Copérnico, siguiendo en esto a Aristóteles, creía que por ser "el círculo la figura geométrica más perfecta y los cuerpos celestes divinos e incorruptibles sólo podían moverse en círculo".

A pesar de la racionalidad de este sistema, se levantaron contra él no sólo las gentes vulgares que se burlaban diciendo que no les era posible creer lo contrario de lo que estaban viendo, sino también los intelectuales e inteligentes de la época que no podían admitir cosa contraria al testimonio de los sentidos.

Se armó tal confusión entre los defensores y adversarios del sistema de Copérnico, que como suele ocurrir en casos semejantes, quiso un astrónomo llamado Tico Brahe, conciliar ambas opiniones, sin tener en cuenta que eran irreconciliables porque no eran términos extremos ni opuestos en que cupiese el término medio de la virtud, sino que era la verdad en contienda con el absurdo.

Y lo que hizo Tico Brahe fue un enorme pastel astronómico, un despropósito indigno de un cientista, pues nada menos que salió con la cantata de que la Tierra está fija en el centro del universo, y a su alrededor gira el Sol en cuyo torno giran a su vez los planetas, y el firmamento entero con todas las estrellas daba en 24 horas la vuelta a la Tierra.

Por supuesto que este estrafalario sistema sin razón siquiera aparente en que lo fundara su expositor, no agradó ni a unos ni a otros, y como la verdad sufre y padece pero no perece, quedó el sistema de Copérnico sepultado bajo el universal prejuicio de la docta ignorancia, y para mayor opresión vino la iglesia romana, la infalible definidora de la verdad, la depositaría y monopolizadora por exclusivo privilegio de la eterna sabiduría, la potísima altavoz que difunde por el mundo terreno las voces del cielo, y declaró con su acostumbrada petulancia que el sistema de Copérnico era herético, pues se oponía a la verdad revelada por Dios en la Biblia, que dice muy explícitamente que Dios "extendió la tierra como una tienda".

Así la iglesia romana condenó a Galileo porque defendía el sistema heliocéntrico y condenó cuantos libros lo exponían, sin perjuicio de retractarse al fin de haber hecho retractar al valetudinario Galileo, o de quitar importancia a la cosa, para reincidir hoy día en el mismo error al condenar cerrilmente el sistema de Einstein diciendo que conduce al ateísmo, cuando en realidad conduce a la firmísima creencia en el Dios manifestado en la armonía del universo, que equivale al ateísmo o negación del falso Dios medido con medidas humanas para atemorizar y esclavizar las conciencias de las masas ignorantes.

Siglos enteros ha tardado la humanidad en convencerse de que el mecanismo de nuestro sistema solar es precisamente lo contrario de lo que perciben los sentidos, cuyo testimonio, para ser fidedigno, ha de estar avalado por la razón.

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Sobre todo el sentido de la vista es el más falaz, y así dice el vulgar adagio que "la vista engaña", aunque los escolásticos salgan del paso diciendo que los sentidos nos engañan "per accidens" y no "per se", es decir, que sólo nos engañan cuando no hay la debida correspondencia entre el sentido y el objeto de percepción.

Pero los escolásticos que tal dijeron no sabían que la imagen del objeto que la vista percibe, queda invertida en nuestro aparato visual, y es necesario que la mente la coloque y perciba en derechura.

Con todo, no trato de incitar a nadie a quo rechace en absoluto el testimonio de los cinco sentidos, pues fuera manifiesta insensatez, ya que en la vida ordinaria dependemos de tas percepciones sensorias, y mucho sufriríamos si rechazáramos de plano su testimonio.

Por el contrario, quiero exponer la verdadera naturaleza de los cinco sentidos, a fin de que se comprenda lo que son y también lo que no son, así como que el ego dispone de otros conductos de percepción y conocimiento además de los cinco sentidos corporales.

Una vez obtenido el exacto conocimiento de la verdadera naturaleza de los cinco sentidos corporales, será posible comprender la naturaleza de los sentidos astrales y estar dispuestos para usarlos eficazmente.

Al preguntar qué son los cinco sentidos, la respuesta más natural es decir: "ver, oír, oler, gustar y tocar, o sean, vista, oído, olfato, gusto y tacto."

Sin embargo esto no es más que el recitado de las diversas modalidades de sensación; pero ¿qué es un "sentido" cuando de cerca nos proponemos examinarlo?

Dicen los diccionarios que los sentidos son cada una de las aptitudes que tiene el alma de percibir, por medio de determinados órganos corporales, las impresiones de los

objetos exteriores, o también "la facultad que tienen los animales de percibir los objetos externos por medio de impresiones hechas en determinados órganos del cuerpo."

Si examinamos la raíz de este asunto, advertiremos que los cinco sentidos del hombro son los canales por cuyo medio recibe información de las cosas a él externas.

Pero no se han de confundir los sentidos con los órganos de los sentidos, pues estos órganos son el instrumento que transmite al cerebro las impresiones recibidas, y tras el cerebro está el alma, el ego, con su mente, que percibe las impresiones transmitidas y es el verdadero CONOCEDOR.

El ojo no es más que una cámara fotográfica; el oído un receptor de ondas acústicas; la nariz un dispositivo a propósito para recoger las emanaciones odoríferas; la lengua un continente de papilas gustativas; el sistema nervioso un aparato destinado a transmitir impresiones al cerebro; todo ello como parles o piezas de un mecanismo físico, expuesto a la enfermedad y la destrucción. Tras todo este mecanismo está el verdadero Conocedor que lo utiliza.

En prueba de ello notaremos si bien observamos que entre los cinco sentidos hay muy estrecha solidaridad que hasta cierto punto los unifica en un solo sentido a que pudiéramos llamar el sentido mental.

Por ejemplo, cuando vemos una cosa áspera, como una estera y otra lisa y fina, como una pieza de seda o terciopelo, la vista de por sí nos da la respectiva sensación de aspereza o de finura sin necesidad de tocar la estera o el terciopelo. En este caso la vista suple al tacto.

En cambio, un ciego conocerá por sólo el tacto si la moneda que le dan es falsa o legítima, y al pasar la mano por una tela no sólo conocerá su contextura sino también el dibujo y hasta los colores de la muestra.

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Una persona experta en el arte culinaria conocerá tan sólo por la vista sin necesidad de valerse del gusto si un manjar está soso o salado, y sin ser experto en dicha arte, cualquiera conoce por el olfato sin necesidad de la vista el manjar que se está guisando en la cocina.

La propiedad que tienen los metales y otros cuerpos sonoros de vibrar con timbre peculiar, permite conocer por sólo el oído sin auxilio de los demás sentidos si una moneda es de oro, de plata, de níquel o de cobre cuando se la hace sonar sobre el mármol de una mesa de mostrador o en el duro suelo, a espaldas de quien percibe el sonido.

Tampoco es necesario el uso de los demás sentidos, cuando oímos tocar un instrumento, pues aunque no lo veamos sabemos si es piano, violín, acordeón, guitarra o clarinete.

Si a un chiquillo se le dice que cierre los ojos y abra la boca para darle una golosina, conocerá por el gusto sin necesidad de la vista ni del olfato ni del tacto si es una pastilla de chocolate, un caramelo o una peladilla.

Estos ejemplos demuestran que las percepciones sensorias concurren todas a un punto central que es la mente del ego, del Conocedor, del verdadero ser del hombre, quien realmente percibe la sensación.

La ciencia nos enseña que de los cinco sentidos el del tacto fue el inicial, del que los demás son modificaciones especiales modalidades.

Muchas formas inferiores de la vida animal sólo poseen el sentido del tacto y aun escasamente desarrollado. Por el tacto perciben lo que les sirve de sustento y cuanto directamente les afecta.

Las plantas también tienen algo semejante al tacto, como se observa en la por lo mismo llamada sensitiva.

Tenemos pruebas de que mucho antes de que el sentido de la vista o la sensibilidad a la luz apareciera en la vida animal,

apareció el sentido del gusto y rudimentos de percepción auditiva

El olfato fue derivándose poco a poco del gusto, con el que está íntimamente relacionado; y algunos animales, como el perro, tienen el olfato muchísimo más fino que el hombre.

El oído se fue desenvolviendo más tarde, de la rudimentaria percepción de las vibraciones.

La vista, último de los sentidos en el orden de desenvolvimiento, derivó de la elemental sensibilidad a la influencia de la luz.

Sin embargo, el gusto, olfato, oído y vista, son modificaciones o modalidades especiales del sentido del tacto.

El ojo recibe por contacto la impresión de las vibraciones lumínicas.

El oído recibe por contacto la impresión de las vibraciones acústicas.

El gusto recibe por contacto con las papilas de la lengua la impresión de las partículas de la substancia disuelta en la saliva, de modo que las substancias insolubles en la saliva nos parecen insípidas, sin sabor, aunque pueden ser sápidas y tener sabor para los animales en cuya saliva puedan disolverse.

El olfato percibe el olor de las substancias cuyas emanaciones se ponen en contacto con la membrana pituitaria por la que se ramifica el nervio olfatorio, y si dichas emanaciones por lo sumamente sutiles no afectan al sentido del olfato, decimos que la substancia es inodora, aunque puede ser odorífera para los animales a cuyo olfato afecten las emanaciones.

El tacto necesita para la percepción que el objeto o por lo menos su aura, se ponga en contacto con los nervios ramificados por toda la extensión de la piel, y especialmente por las yemas de los dedos.

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Así vemos que todos los sentidos requieren el tacto con o sea el contacto de los objetos de percepción.

Pero los órganos de los sentidos no dan por sí mismos el conocimiento de los objetos de sensación.

No son más que instrumentos a propósito para recibir las primeras impresiones del exterior.

Por admirables que parezcan tienen su remedada ampliación en artificios inventados por la mente humana.

Así la cámara fotográfica, el micrófono, el fonógrafo y la radio son ojos y oídos artificiales que reciben vibraciones más sutiles de las que son capaces de recibir el ojo y el oído naturales.

El telégrafo tiene alguna semejanza con el sistema nervioso, pues se puede considerar el cerebro como la estación central de la que parten los nervios a manera de alambres que transmiten las impresiones recibidas del mundo exterior.

Si cortamos o extirpamos el nervio óptico, seguirá el ojo recibiendo y registrando las impresiones visuales, pero no las recibirá el cerebro, porque falta el conducto transmisor.

Si dejamos los nervios sensorios en toda su integridad y anestesiamos o estropeamos el cerebro, no recibirá las impresiones que le transmitan los nervios de los sentidos.

De todo esto se infiere que tanto los órganos de los sentidos como el sistema nervioso con su encéfalo son instrumentos propios del ego, del alma, del verdadero hombre, de la entidad que conoce y por lo mismo se le llama el CONOCEDOR, que percibe el mundo externo por medio de los mensajes que transmiten los sentidos.

Si priváramos al ego, o dicho con mayor propiedad, a la mente del ego, de tales mensajes, quedaría del todo desconocedora del mundo exterior.

Cada uno de los sentidos inutilizados privaría al ego del conocimiento de una parte o aspecto del mundo objetivo.

Asimismo, cada nuevo sentido que pudiera añadirse a los cinco, y aun la ampliación del campo de estos cinco, proporcionarían, al ego mayor conocimiento del mundo exterior.

Por lo general no se dan cuenta las gentes de esta verdad, y les parece que el mundo objetivo sólo consta de aquello que sus cinco sentidos perciben y que lo conocen en su máxima posibilidad.

Pero este razonamiento es muy infantil. Consideremos cuan inferior al mundo objetivo de la persona normal es el mundo del ciego, del sordo y del sordomudo.

Consideremos asimismo cuan mucho más amplio, hermoso y admirable sería este nuestro mundo exterior si poseyéramos otro sentido capaz de recibir vibraciones a que no alcanzan nuestros actuales sentidos. Percibiríamos mucho que ahora no percibimos, y tendríamos mayor número de objetos sobre los cuales discurrir para llegar a su completo conocimiento.

Con sólo nuestros cinco sentidos nos hallamos en análoga situación a la de aquella pobre muchacha, ciega de nacimiento, para quien el color escarlata debía ser como el son de una trompeta.

La pobrecita no podía tener noción de los colores porque jamás había visto un rayo de luz, y sólo era capaz de referirse a las sensaciones de oído, olfato, gusto y tacto. Su percepción del mundo exterior era incompleta.

Si además do ciega hubiera nacido sorda, cabe considerar la gran porción de mundo exterior que le fuera desconocida.

Pero supongamos que poseyéramos un sentido capaz de percibir las vibraciones eléctricas que ahora sólo conocemos por sus efectos. En tal caso podríamos saber lo que a cada momento sucede en todos los puntos de la tierra y aun en otros planetas, porque las ondas eléctricas recorren el espacio con velocidad superior a la de la luz.

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Si tuviéramos un sentido capaz de percibir los rayos X podríamos ver a través de las paredes el interior de un aposento.

Si nuestro ojo fuese muy telescópico veríamos desde la Tierra lo que ocurre en Venus y Marte, y nos comunicaríamos directamente con los habitantes de dichos planetas.

En cambio, si fuese muy microscópico, o tuviera la propiedad de aumentar y disminuir su alcance en relación con el tamaño y la distancia del objeto externo, podríamos ver a simple vista los infusorios, los microbios y los átomos con sus electrones.

Por otra parte, si poseyéramos un apropiado sentido telepático, podríamos conocer unos de otros lo que pensamos y sentimos, nuestras intenciones y propósitos, porque seríamos capaces de percibir las ondas mentales.

Todo esto no sería más admirable de lo que es el desenvolvimiento de los cinco sentidos que ya tenemos, y algo de ello nos facilitan los aparatos amplificadores de nuestra ordinaria percepción sensoria.

Acaso los habitantes de algún otro planeta posean siete o nueve sentidos de percepción. ¡Quién sabe!

Sin embargo, no hay necesidad de imaginar en otros planetas seres vivientes con mayor número de sentidos de los cinco que hoy por hoy tiene desenvueltos el hombre y no todavía en su máxima posibilidad, pues aunque las enseñanzas ocultas nos muestren que en efecto moran en otros planetas seres vivientes cuyos sentidos superan a los actuales del hombre en proporción análoga a como los del hombre superan a los de la ostra, no hemos de ir tan lejos para encontrar ejemplos de la posesión de sentidos mucho más agudos que los ordinarios del hombre.

Sólo es necesario considerar las facultades psíquicas del ser humano, para convencernos de que nuevos mundos se abren a su percepción.

Quien alcanza un conocimiento científico de estas cosas, advierte que nada sobrenatural hay en la multitud de sorprendentes experiencias de que el hombre presumido de práctico se burla tildándolas de quiméricas y contrarias al buen juicio.

Por el contrario, se convence de que dichas experiencias, aunque superfísicas, son tan naturales como las en que se emplean los ordinarios sentidos físicos. Se ha de entender que hay muchísima diferencia entre lo superfísico y lo sobrenatural.

Saben los ocultistas que el hombre posee otros sentidos además de los cinco del cuerpo físico, aunque pocos los han desenvuelto en el grado necesario para utilizarlos efectivamente.

Los ocultistas llaman sentidos astrales a los suprafísicos. La palabra "astral" tan frecuentemente usada por todos los ocultistas antiguos y modernos, deriva de la griega astros que significa estrella, y se emplea para denominar el plano de existencia inmediatamente superior al físico.

En rigor, los sentidos astrales son la contraparte de los físicos, y se relacionan con el cuerpo astral del individuo de análoga suerte a como los sentidos ordinarios se relacionan con el cuerpo físico.

La finalidad de los sentidos astrales es relacionar al hombre con el mundo astral, así Como los sentidos físicos lo relacionan con el mundo físico.

En el plano físico, la mente humana sólo recibe las impresiones de los objetos físicos; pero cuando la mente actúa y vibra en el mundo astral, necesita sentidos astrales para recibir impresiones de dicho mundo.

Queda expuesto que cada sentido físico del hombre tiene su contraparte astral; y por tanto, el hombre posee en latencia, la facultad de ver, oír, oler, gustar y tocar en el mundo astral por medio de los sentidos astrales.

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Además, los ocultistas muy adelantados saben que el hombre posee siete y no cinco sentidos físicos, aunque los dos de más están todavía embrionarios en la generalidad de las gentes, y únicamente pueden valerse de ellos los ocultistas de grado superior. También estos dos sentidos complementarios tienen contraparte astral.

Quienes han desarrollado sus sentidos astrales reciben por medio de ellos las impresiones del mundo astral con tanta claridad como las del mundo físico por medio de los sentidos físicos.

Es entonces capaz de percibir lo que ocurre en el mundo astral, de leer los anales akásicos, de ver lo que sucede en otros puntos del mundo terreno, de escrutar el pasado y en ocasiones de vislumbrar el futuro, aunque esto último ya pertenece a una superior modalidad de la visión astral.

También por medio de la clariaudiencia puede el individuo oír los sones del mundo astral, tanto pasados como presentes, y en algunos casos los futuros.

La explicación es la misma en todo caso, sin otra diferencia que en vez de recibir las vibraciones del plano físico, se reciben las del plano astral.

Pero aunque ciertas fases de los fenómenos psíquicos nos ofrezcan ejemplos de tacto astral, no observamos manifestaciones de gusto y olfato astrales, por más que haya sentidos de ambas percepciones, excepto en algunos casos de viajes por el mundo astral.

Los fenómenos de telepatía y de transmisión del pensamiento, se observan igualmente en los planos físico y astral. En el físico se manifiestan más o menos erráticos y espontáneos, mientras que en el astral se manifiestan clara y terminantemente.

Las gentes vulgares no van más allá de ocasionales vislumbres de percepción astral y generalmente no son capaces de valerse a voluntad de sus sentidos superfísicos.

Por el contrario, el ocultista experto puede usar deliberadamente de sus sentidos físicos y astrales según le convenga valerse de unos u otros, así como también puede actuar simultáneamente en los planos físico, astral y mental, aunque sólo en caso necesario ejercita esta facultad.

Para ver astralmente, el ocultista no hace más que transferir la actividad de su ojo físico a la contraparte astral, de la propia suerte que a la mecanógrafa le basta pulsar una tecla para mudar en mayúsculo el alfabeto de minúsculas.

Muchos se figuran que para percibir astralmente es necesario dejar el cuerpo físico y actuar en el mundo astral. Esto es un error.

En los casos de clarividencia, visión astral y psicometría, el ocultista permanece en su cuerpo físico y percibe fácilmente el fenómeno astral, de la propia suerte que percibe el fenómeno del mundo físico cuando se vale de los sentidos físicos.

En la mayoría de los casos ni aun necesita el ocultista colocarse en éxtasis.

La actuación en cuerpo astral es otra fase completamente distinta de los fenómenos ocultos y de mucho más difícil manifestación. Nunca debe el estudiante intentar el paso al mundo astral sin antes recibir instrucciones de un experto ocultista.

En el fenómeno llamado hialioscopia, el psíquico se vale del cristal para concentrar su energía y formar un foco de visión astral. El espejo o superficie cristalina no tiene de por sí virtud alguna. Es tan sólo el medio de lograr un fin, un aparato que contribuye a la realización de determinado fenómeno, como en una retorta se efectúa una combinación química.

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En psicometría se necesita un objeto material que relacione al ocultista con la persona o cosa que a su vez esté relacionada con el objeto; pero mediante los sentidos astrales se descubre el pasado de la persona o cosa en relación. El objeto no es más que el cabo suelto del ovillo que el ocultista arrolla o desarrolla a voluntad.

La psicometría, lo mismo que la hialioscopia son en la mayor parte de los casos modalidades de la visión astral.

En el fenómeno llamado telequinesia o movimiento de los cuerpos a distancia, se emplea a la par de la sensación, la acción astral, acompañadas en muchos casos de la efectiva proyección de parte de la substancia del cuerpo astral.

La clarividencia nos ofrece un ejemplo de la más sencilla fase de la visión astral, sin necesidad de objeto de relación como en la psicometría ni de foco de energía como en la hialioscopia.

No sólo sucede así en la ordinaria modalidad de clarividencia, cuando el ocultista ve astralmente lo que ocurre en un punto lejano en el momento de la observación, sino también en la clarividencia del pasado y en la del futuro o visión profética, pues todas son modalidades de un mismo fenómeno.

Quizás alguien objete diciendo que todas estas cosas son sobrenaturales y que intento darlas a entender como si fueran naturales; pero no hay que juzgar tan de ligero, porque quien tal objetara ¿conoce el límite que separa lo natural de lo sobrenatural? ¿Con qué derecho afirma que es sobrenatural todo cuanto transciende los fenómenos que está acostumbrado a presenciar? ¿No advierte que con ello intenta señalar un límite a la ilimitable Naturaleza?

Los hombres de las pasadas generaciones hubieran podido con la misma razón calificar de sobrenaturales las maravillas de la telegrafía inalámbrica, de la radiotelefonía, de la aviación, de

la telefotografía, del cine parlante y demás invenciones veinticentistas, si se les hubiese hablado de la posibilidad de su realización.

Retrocediendo aún más en el tiempo, nuestros abuelos hubieran dicho lo mismo del teléfono y de la lámpara eléctrica que ya encontró al nacer la actual generación, así como nuestros tatarabuelos hubiesen calificado de imposible la idea del telégrafo eléctrico, pues sólo conocían el aéreo.

Sin embargo, todos estos inventos derivan del conocimiento y aplicación de las leyes y fuerzas de la Naturaleza.

¿Será insensatez suponer que la Naturaleza tiene todavía en reserva una mina de ocultos tesoros tanto en la mente del hombre como en la materia inorgánica?

No por cierto. No es insensatez. Es discernimiento. Todo es perfectamente natural; pero la familiaridad con los fenómenos físicos es causa de que el hombre los considere naturales y le parezcan sobrenaturales los del mundo astral.

Las obras de la Naturaleza son igualmente admirables en todos los planos, y todas están más allá de nuestra comprensión cuando queremos penetrar su real esencia.

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SUMARIO DEL CAPÍTULO II

Las dos fases de la lectura mental. — Lectura con contacto físico. — Lectura sin contacto. — Circulación de las ondas mentales por los nervios. — Telegrafía alámbrica e inalámbrica. — Enseñanza por positiva experiencia. — Ejercicios de lectura mental. — Principios operantes. — Instrucciones convenientes. — Transmisión del pensamiento

CAPÍTULO II

LECTURA MENTAL

Las más sencillas modalidades de telepatía se agrupan colectivamente en la denominación de lectura mental, y algunos metapsíquicos opinan que en rigor no son peculiares de la telepatía.

Esta opinión deriva de que se han realizado espectacularmente en circos y escenarios muchos fenómenos de falsa lectura mental, obtenida por hábiles ardides, fraudes, supercherías y connivencias; pero la genuina lectura mental es una fase de la telepatía.

La lectura mental se divide en dos clases, a saber:

1a. La en que hay contacto físico entre el emisor y el receptor.

2a. La en que no hay contacto físico, pero sí relación en el espacio entre ambos.

A la primera clase pertenecen todos los casos en que el emisor está en contacto inmediato con el receptor o bien en contacto mediato por la interposición de un objeto material.

A la segunda clase pertenecen todos aquellos casos en que el sujeto ha de buscar un objeto previamente pensado por el emisor o por uno cualquiera de los circunstantes.

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La Sociedad de Investigaciones Psíquicas prescindió de estas dos clases de fenómenos en vista de la posibilidad de fraude o connivencia.

Sin embargo, el estudiante hará bien en ejercitarse en estas dos modalidades de telepatía, no sólo en su individual beneficio, sino también porque le predispondrá al ejercicio de superiores modalidades.

En el caso de la primera clase de lectura mental, o sea cuando hay contacto físico entre emisor y receptor, dicen algunos tratadistas que se explica el fenómeno por el inconsciente impulso muscular del emisor; pero quienes Han estudiado detenidamente el asunto y han experimentado por sí mismos el fenómeno afirman que hay algo más que dicho impulso.

Saben quienes están familiarizados con el fenómeno que hay una efectiva transferencia de ondas mentales del emisor al receptor y que éste nota cómo afectan su mente.

La diferencia entre esta modalidad de telepatía y las de orden superior consiste en que las vibraciones mentales se transmiten por los nervios y no a través del espacio.

Saben cuantos han realizado esta clase de experimentos que a veces se nota una mudanza o transferencia en la transmisión de la corriente mental.

Durante un rato se notará que las vibraciones pasan por los nervios de las manos y brazos, cuando de pronto cesa esta sensación, y la corriente se traslada directamente de cerebro a cerebro.

Es imposible describir esta experiencia con meras palabras a quien no haya pasado por ella; pero los que la tengan en testimonio individual, comprenderán la verdad de mis afirmaciones.

Es una sensación completamente distinta de toda otra en la experiencia del ser humano y no puede comprenderla quien no la percibe por sí mismo.

La más cercana analogía que puedo señalar es la sensación experimentada por una persona cuando algún nombre olvidado que en vano se esforzó en recordar acude súbitamente a su memoria, como si viniera de algún punto externo al campo de la conciencia.

En el caso de la recepción de la corriente mental, la sensación es muy parecida, pero con mucho mayor carácter de extrañeza respecto de la procedencia del pensamiento.

A fin de esclarecer la distinción entre las dos clases de lectura mental, cabe compararla primera con el telégrafo alámbrico y la segunda con el inalámbrico.

En ambos casos actúa la misma energía y sólo difieren los pormenores de la transmisión.

Si se fija bien este concepto en la mente, no habrá dificultad en comprender él proceso de todas las modalidades de telepatía, teniendo en cuenta que hay casos en que se combinan dos o más y otros en que se transmutan unas en otras.

Se aprende mucho más en una docena de experimentos de lectura mental que en la de una docena de tratados sobre la materia. Conviene leer los libros para fijar en la mente los principios teóricos y elegir los mejores procedimientos empleados por los experimentadores; pero sólo por experiencia propia se llega a conocer la lectura mental.

Ante todo debe el estudiante disciplinarse para convertirse en idóneo receptor, es decir, un buen lector mental, dejando para otros el papel de emisor, que el estudiante podrá también desempeñar más adelante si lo desea; pero la delicada labor incumbe al receptor, y por lo mismo se ha de ejercitar en ella el estudiante al amparo de frecuentes ensayos.

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Conviene comenzar los experimentos con amigos de confianza que se interesen por el asunto, evitando desde luego la cooperación de personas de opuesto carácter o de aspecto antipático, y mayormente las contrarias a los fenómenos psíquicos.

Como quiera que el estudiante se ha de hacer muy "sensitivo" a fin de salir victorioso de la prueba de lectura mental, habrá de ser susceptible a la influencia de quienes le rodeen en aquel momento, y por lo tanto debe rodearse de quienes con él simpaticen y congenien.

Advertirá el estudiante la gran diferencia entre las varias personas a quienes elija en prueba de emisores, pues unos se pondrán en más fácil relación que otros a pesar de ser todos buenos amigos.

Dicha relación es la armonía vibratoria o lo que se llama técnicamente estar sintonizado.

Cuando dos personas se hallan mutuamente relacionadas, pueden compararse a dos aparatos de telegrafía inalámbrica perfectamente sintonizados; y en tal caso se obtienen excelentes resultados.

Muy luego aprenderá el estudiante a distinguir por inefable sensación la diferencia entre los diversos grados de vibración sintónica.

Al principio convendrá experimentar con varias personas una después de otra, a fin de escoger la que mejor se sintonice y discernir entre los diferentes grados de sintonización.

Aun en los casos más favorables convendrá establecer un ritmo unísono entre el emisor y receptor, es decir, que ambos coordinen rítmicamente sus movimientos y que espiren e inspiren al mismo tiempo.

Después cuentan ambos: uno, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro, al compás de un péndulo de reloj, hasta que las dos mentes se sintonicen o sea que actúen con el mismo ritmo. Al

inspirar o inhalar se cuenta mentalmente: uno, dos, tres, cuatro; se sostiene el aliento mientras se cuenta "uno, dos"; y al espirar se repite: uno, dos, tres, cuatro.

Si este ejercicio se efectúa varias veces, acabará por establecer un ritmo unísono entre el emisor y el receptor; pero si durante el experimento se nota que no están bien establecidas las condiciones, se repetirá el ejercicio de respiración rítmica hasta lograrlas.

Entonces piensa el emisor en cualquier objeto del aposento y con la mano derecha toma la izquierda del receptor, la levanta hasta la altura de la frente de este último, quien cerrará los ojos y permanecerá breve rato en actitud pasiva.

El emisor concentrará su mente en el objeto elegido y expresará para sí el deseo de que el receptor se encamine hacia, dicho objeto; pero no ha de pensar en ninguna otra cosa y enfocará toda su voluntad en el intento de que el receptor se dirija hacia el objeto elegido.

Entre tanto el receptor permanecerá con los ojos cerrados y en actitud de recibir la impresión mental que le envíe el emisor. Esta impresión no ha de ser precisamente la del nombre del objeto elegido sino la del punto donde se halla situado y la del movimiento en dirección a dicho punto.

Al poco rato, el receptor experimentará el deseo de andar, y ha de obedecer a este impulsivo deseo, dando unos cuantos pasos en la dirección que más fácil le parezca.

A veces tomará el receptor una dirección distinta de la hacia el punto en donde se halla el objeto elegido; pero muy luego se dará cuenta de su error y virará en la verdadera dirección y aun sin comprender en qué consiste este instintivo cambio de rumbo.

Después de algunos experimentos de esta índole, el receptor será capaz de sentir la influencia de la voluntad del emisor,

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como si verbalmente le indicara por donde ha de ir y le advirtiera cuando se aparta de la verdadera dirección.

Al colocarse el receptor en actitud completamente pasiva y obediente al pensamiento y voluntad del emisor, se moverá como buque guiado por el timonel.

Una vez habituado el receptor a estos experimentos se verá atraído como por el imán el acero hacia el objeto elegido por el emisor, y en ocasiones le parecerá que alguien le mueve los pies aun contra su voluntad.

A veces el impulso será tan intenso que el receptor empujará consigo al emisor en vez de tenerlo algo adelante o a su lado. Es cuestión de práctica.

Pronto advertirá el ejercitante la gran diferencia entre los diversos emisores con quienes experimente. Algunos estarán en incompleta sintonización con él mientras que otros no lograrán sintonizarse.

Algunos emisores no están bien enterados de lo que han de hacer y dejan de enfocar su voluntad en el movimiento del receptor hacia el objeto elegido, por lo que se les ha de advertir que precisamente el éxito del experimento depende de la intensidad del deseo que tengan de que se mueva el receptor en aquella dirección. Así se les pica el amor propio y aplican vigorosamente su voluntad.

Pronto notará el receptor el sentimiento de satisfacción que le sobreviene cuando llega junto al objeto, y moverá la mano derecha hacia arriba y hacia abajo y alrededor, hasta que también note la justa sensación y toque el objeto.

Todo esto se ha de aprender por experiencia, pues no hay palabras lo suficientemente expresivas para describirlo.

Es algo semejante a aprender a patinar, a conducir un taxi y escribir a máquina. Todo es cuestión de ejercicio y práctica; pero es admirable cuan rápidamente puede uno aprender a veces a grandes saltos y brincos.

Sin embargo, conviene proceder por etapas, desde lo sencillo a lo complicado, de lo simple a lo complejo, y no pasar nunca a lo complejo sin tener antes completamente dominado lo sencillo.

Ha de ser el estudiante severo consigo mismo y examinarse rigurosamente antes de permitirse el paso a la etapa siguiente:

1o. LUGARES. — Se empieza por buscar los rincones, ventanas, puertas, zócalos, etc., de un aposento.

2o. OBJETOS DE ORAN TAMAÑO. — Buscar mesas, sillas, armarios, aparadores, sofás, butacas, mecedoras, veladores, etc.

3o. OBJETOS MENUDOS. — Buscar los almohadones del sofá, una plegadera, un pisapapeles, un tintero, un cortaplumas, un lapicero, una estilográfica, un periódico o un libro sobre un velador, etc.

4o. OBJETOS ESCONDIDOS. — Buscar objetos previamente escondidos, como una llave debajo de un cojín, un libro tras un tapiz, un monedero bajo una almohada, etc.

5o. OBJETOS MUY MENUDOS. — Buscar objetos muy menudos escondidos o colocados en un sitio insólito, como un alfiler clavado en la pared, una lenteja debajo de una taza, un botoncito entre los colchones de la cama, etc.

Los públicos exhibidores de la lectura mental cambian estas cinco etapas en sensacionales experimentos; pero fácilmente se comprende que son hábiles disposiciones de los principios fundamentales de la experimentación sin que añadan nada nuevo.

Quien comprenda los principios generales y practique con éxito los cinco ejercicios referidos, no tendrá dificultad en reproducir las más sorprendentes suertes de los exhibidores espectaculares, y notará que puede obtener llamativos resultados interponiendo una tercera persona entre él y el

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emisor, o relacionándose físicamente con este por medio de un alambre.

Los dibujos en el encerado o los nombres escritos en la pizarra, transmitidos mentalmente, no son más que el delicado desenvolvimiento de la facultad de encontrar objetos de menudo tamaño, pues de la misma manera se recibe el impulso de mover la mano en determinada dirección.

Los fenómenos que presenta al público el profesional adivino del pensamiento son una más complicada modalidad del principio fundamental, ya que una vez obtenido el impulso dirigente, el resto es cuestión de detalle.

Asimismo depende de la dirección del movimiento el acto al parecer tan sorprendente de abrir una caja de caudales.

Desde luego que algunos receptores son más hábiles que otros; pero toda persona de normal inteligencia será capaz de obtener más o menos habilidad en estos experimentos si pacientemente persevera en su ejercicio.

No fracasará quien proceda con conocimiento de causa y haga las necesarias prácticas, pues a veces, tras un período de dificultades y tropiezos que llevan al margen del desaliento, sobreviene de pronto el éxito, y de allí en adelante vano se ha de luchar con ningún impedimento. Quien tenga ocasión de presenciar las exhibiciones de algún buen lector mental, podrá descubrir el quid del procedimiento.

Notará el estudiante que estas experiencias propenden a desarrollar rápida y considerablemente su receptividad a superiores modalidades de fenómenos psíquicos, y se sorprenderá al advertir que tiene ráfagas de telepatía superior y aun de clarividencia.

Todo el que desee cultivar las superiores facultades psíquicas, ha de comenzar por perfeccionarse en estas sencillas modalidades de lectura mental, pues además del beneficio que han de allegarle los ejercicios, resultan interesantísimos y abren

campo a los entretenimientos de sociedad. Sin embargo, nunca se han de practicar estos ejercicios con el -fin de alardear de la posesión de facultades psíquicas, porque quien tal hiciere- se inutilizaría para mayores empeños.

SEGUNDA ETAPA. — Una vez perfeccionado el estudiante en los ejercicios correspondientes a la primera etapa de lectura mental, estará dispuesto a emprender los de la segunda clase, en los que entre el emisor y el receptor no hay contacto físico, aunque sí una relación a través del espacio.

Acaso algún lector muy reflexivo nos objete diciendo que habíamos quedado en que la telepatía a muy lejana distancia no se diferenciaba de la en que la distancia es cortísima, con tal que no haya contacto físico entre el emisor y el receptor. Por lo tanto, ¿a qué insistir en la citada relación a través del espacio?

Aunque el factor espacio no interviene en la genuina telepatía, en los descritos experimentos la proximidad material del emisor lo capacita para concentrar más vigorosamente su pensamiento y voluntad, y acrecienta la confianza que en la recepción de corrientes mentales pueda tener el novel receptor.

El beneficio que esto allega se contrae ni efecto fisiológico en la mente de ambas personas y en nada afecta a la eficacia de las ondas mentales.

Es mucho más fácil concentrar el pensamiento y la voluntad en una persona que se tenga delante, que en otra ausente, así como el receptor tiene mayor confianza cuando está a su vera el emisor. Esto es todo cuanto cabe decir.

Cuando emisor y receptor están familiarizados con la emisión y recepción de las ondas mentales, queda vencido el obstáculo y ya no tiene para ellos valor alguno la distancia.

El mejor medio de iniciarse en esta segunda ríase de lectura mental es experimentarla ocasionalmente mientras se practiquen los ejercicios correspondientes a la primera.

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Por ejemplo, mientras anda en busca de un objeto pensado por el emisor, ha de soltarse de la mano del emisor durante un momento, y procurar recibir las impresiones mentales sin contacto.

No tardará en advertir que recibe impulsos mentales, débiles, pero perceptibles, a pesar de la falta de contacto físico.

Un poco de práctica le convencerá de que recibe corrientes mentales directamente de cerebro a cerebro. El efecto será mayor si arias personas concentran su mente y voluntad en el receptor durante el experimento.

Entre los juegos de prendas de sociedad es frecuente en algunos países el llamado del buscador, que consiste en vendarlo de ojos y llevarlo al salón en donde los circunstantes han convenido en designar un objeto que aquél ha de buscar, mientras éstos piensan intensamente en el objeto designado y desean con la misma intensidad que el buscador se dirija hacia el objeto y que su mano acierte donde está.

Quien sea capaz de acertarlo de golpe lo será también de efectuar todos los experimentos antes citados de la clase en que hay contacto físico, pues en el juego del buscador no le hay, y la corriente va en derechura del cerebro de los circunstantes al del buscador.

Con todo, las dos clases de experimentos son por lo demás idénticos. Hay el mismo deseo concentrado en el objeto por parte de los emisores y la misma obediencia pasiva de parte del receptor.

La única diferencia consiste en que cuando hay contacto físico la corriente mental pasa por los nervios del emisor y del receptor, mientras que cuando no le hay pasa de cerebro a cerebro a través del espacio.

Otra fase del juego es la adivinación del nombre de una cosa designada por los circunstantes, y en este particular remitimos al lector u la primera parte do la presente obra,

titulada: Telepatía y Clarividencia, en la que se exponen los notables experimentos comprobados por la Sociedad de Investigaciones Psíquicas en los niños de creer que podrán reproducir cuantos adquieran suficiente habilidad en esta clase de lectura mental.

Llega entonces la oportunidad de iniciar las pruebas a larga distancia, cuando el emisor no está en presencia del receptor.

Tanto da que la distancia sea de muchos kilómetros o tan sólo la que separe dos aposentos vecinos, aunque al principio la cercanía estimula la confianza y una vez afirmada la confianza, puede prolongarse indefinidamente la distancia sin estorbar el éxito de los experimentos que pueden consistir en la transmisión de nombres, conceptos e ideas, así como también llegan algunos a reproducir gráficamente figuras geométricas pensadas por el emisor.

En los experimentos a larga distancia conviene que el emisor anote la palabra que desee transmitir y que el receptor haga lo propio con las impresiones que reciba. Este memoranda servirá de registro de los adelantos en la experimentación y dará mucho valor científico a los experimentos.

Algunos investigadores han obtenido felices resultados en el fenómeno de grafías automáticas o sea autógrafos de personas vivientes en el mundo físico, por medio de la telepatía a distancia.

En estos casos, el receptor se sienta en actitud pasiva a la hora previamente señalada para efectuar el experimento, y el emisor piensa intensamente en una palabra o en una frase, con el vivo deseo de que el receptor la escriba.

El famoso investigador de fenómenos psíquicos W. Z. Stead, director de un periódico londinense, que pereció en el naufragio del Titanio, tuvo mucho éxito en esta clase de experimentos, y sus apuntes sobre el particular son muy instructivos e interesantes.

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Se comprende desde luego que en todos los experimentos o ejercicios de telepatía a larga distancia ha de haber previo acuerdo entre emisor y receptor, respecto a la duración, con objeto de evitar dificultades y obtener los mejores resultados.

"Sin embargo, por mi parte debo decir que he presenciado experimentos en que el mensaje se recibió algunas horas después de la emisión, lo cual demuestra que la telepatía es tan independiente del tiempo como del espacio, aunque los mejores resultados se obtienen cuando emisor y receptor se colocan simultáneamente en disposición de efectuar el experimento. No se ha de satisfacer el estudiante con lo que se le diga respecto de este asunto. Ha de experimentarlo por sí mismo.

Pero conviene advertir que no todo ser humano tiene la suficiente aptitud para realizar con éxito estos experimentos, pues quien de ella carezca intentará en vano ejercitarse en la práctica de la lectura mental y sus derivadas y accesorias.

Así como en el orden intelectual es imposible que una persona aprenda con fruto un arte, una ciencia, un oficio para el que no ha nacido, esto es, que carece de la congénita aptitud que su cultivo requiere, mientras que podrá progresar rápidamente en aquella otra ciencia, arte u oficio adecuado a su tipo intelectual, así también hay quienes tienen en potencia propincua las facultades psíquicas cuya actualización y desenvolvimiento no esperan otra cosa que el perseverante ejercicio, al paso que otros, por no estar todavía en la etapa de evolución en que apuntan dichas facultades, no podrán actualizarlas por mucho que lo intenten.

Así es que se ha de ir con mucho cuidado en no hacer caso de los pomposos anuncios y reclamos en que los titulados especialistas prometen instruir a sus clientes eventuales en los que llaman principios básicos del buen éxito en los negocios y ganar más dinero, ser más felices, gozar de mejor salud y acrecentar la prosperidad en los asuntos de la vida.

También prometen revelar los misterios del hipnotismo, el magnetismo personal y la curación magnética diciéndoles la manera de lograr el dominio de dichas ciencias ocultas y emplear la energía psíquica entre amigos y conocidos sin que ellos se den cuenta.

Asimismo afirman los especialistas que conocen el tratamiento mental de las enfermedades y la extirpación de los hábitos viciosos.

Pero todo esto no es más que solapado mercantilismo con sus entredoses de magia negra, pues desde luego se comprende que así como no es posible remitir por correo la inspiración artística ni el talento científico ni las cualidades morales, tampoco lo es la enseñanza por correspondencia de métodos ocultos cuando falta la primera materia, el fundamental elemento, o sean las facultades psíquicas, que se han de desenvolver oportunamente, por lo que nuestras enseñanzas sólo podrán aprovechar a quienes tengan aquéllas en cercanía de actualización.

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SUMARIO DEL CAPÍTULO III

El don de profecía. — Investigaciones científicas. — Caso interesante. — Ejemplos históricos. — George Fox. — Ejemplos de la Biblia. — El caso de Carotte. — La Revolución francesa. — El asesinato de Spencer Perceval. — Otros casos auténticos. — Visiones simbólicas. — Casos ocurridos en Irlanda y Escocia

CAPÍTULO III

DOBLE VISTA Y ANTEVISIÓN

A pesar de las dificultades con que tropieza la exacta explicación de los fenómenos de clarividencia del futuro, doble vista y antevisión, siempre tuvo la humanidad un vivo vislumbre de la existencia de dichos fenómenos, y la historia nos ofrece numerosos ejemplos de su manifestación.

En efecto, en todos los países, razas y épocas hubo quienes gozaron de la facultad de escrutar el porvenir.

Prescindiendo de las tradiciones de las Escrituras Sagradas y de los casos de particular conocimiento, tenemos que los científicos investigadores de los fenómenos psíquicos han acopiado enorme número de casos de esta índole, y los anales de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas contienen interesantísimos y auténticos ejemplos cuyo conocimiento aprovecharía incalculablemente al lector.

A fin de dar mayor autoridad a la explicación del fenómeno referiré los casos más notables, pues tan abundante es el acopio que resulta embarazosa la selección.

Empezaré por extractar el relato de un caso aducido por un conspicuo miembro de la Sociedad Teosófica, a quien se lo comunicó uno de los que intervinieron en el caso. Dice así:

"Un destacamento del ejército inglés en la India, del que yo formaba parte, se internó por exigencias del servicio militar en

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una espesa selva, y habíamos caminado un par de horas sin dificultad mayor, cuando un oficial llamado Camerón, que iba cerca de mí, se detuvo de repente, pálido como un cadáver, y señalando hacia adelante con la mano, exclamó horrorizado:

— ¡Mirad! ¡Mirad! ¡Dios misericordioso! ¡Mirad allí! Confusamente todos preguntamos sobresaltados:

— Pero ¿qué es esto? ¿Qué sucede? ¿Qué te pasa? ¿Dónde está eso que dices?

Miramos en derredor con la temerosa expectación de que apareciera por allí un tigre o una cobra, o algo en verdad terrible, pues había bastado para estremecer de tal suerte a nuestro de ordinario tranquilo y ecuánime compañero.

Sin embargo, no se veía tigre ni cobra ni nada más que a Camerón señalando en trágica actitud y desencajados ojos algo que nosotros no podíamos ver. Yo le agarré por el brazo, diciendo:

— ¡Camerón! ¡Camerón! ¡Habla por Dios! ¿Qué es eso? Apenas habían salido estas palabras de mis labios cuando percibí un extraño sonido; y Camerón, dejando caer la mano con que señalaba, dijo con bronca y fatigada voz:

— ¡Allí! ¿Lo oyes? ¡Gracias a Dios que ha cesado! Y cayó desvanecido en tierra.

Hubo un momento de confusión. Le desabrochamos el cuello de la chaqueta, le rocié la cara con agua fresca que afortunadamente traía en mi botella de campaña, mientras otro trataba de echar unas gotas de coñac entre sus apretados dientes.

Aproveché la ocasión para preguntarle a un compañero declaradamente escéptico:

— Beuchamp, ¿has oído algo? A lo que respondió:

— Ciertamente que sí. Un ruido extraño. Una especie de estallido o matraca muy lejano, pero muy distinto. Si la cosa no

fuese imposible, dijera que era algo parecido a una descarga de fusilería.

Yo murmuré:

La misma impresión tuve yo. Pero vuelto Camerón en sí, muy luego recobró el habla, y después de agradecer nuestro socorro, se excusó de la molestia que nos había causado, y ya repuesto levantose del suelo, y recostado contra el tronco de un árbol dijo con firme aunque baja voz:

— Queridos amigos: Creo que os debo una explicación de mi extraño proceder. De buena gana la eludiría; pero como ha de llegar tiempo en que sea forzoso darla, prefiero darla ahora.

"Recordaréis que cuando durante la marcha se burlaban muchos de los sueños, visiones y milagros, yo invariablemente me abstenía de exponer mi opinión sobre el asunto, pues aunque no quería entablar discusiones ni pareceros ridículo, no me era posible compartir vuestras ideas, porque sé por áspera experiencia propia, que el mundo llamado sobrenatural es tanto o más natural que éste que nos rodea.

"Es decir, que yo, como muchos de mis paisanos, estoy abrumado por el don de la doble vista, esta terrible facultad que prevé las calamidades y desgracias de inminente ocurrencia.

"Una de estas visiones acabo de tener, y su excepcional horror me estremeció como sabéis. Se me apareció un cadáver; pero no como el de quien muere de muerte natural y tranquila, sino el de la víctima de un terrible accidente, una masa espectral, informe, con el rostro corroído, estrujado y desconocible.

"Lo vi colocado en un ataúd y que se le tributaban honras fúnebres. Vi la sepultura y el clérigo oficiante, que tengo retratados en mi ojo mental, aunque jamás los había visto antes de ahora. Me vi a mí mismo y a todos vosotros que formábamos en el duelo. Vi cómo después de la ceremonia

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fúnebre, los soldados hicieron las descargas de ordenanza, y ya no vi más.

Al hablar Camerón de las descargas o salvas de ordenanza, no pude menos de mirar de soslayo a Beauchamp, y jamás olvidaré la marmórea expresión que en aquel momento tenía su rostro."

Prescindiendo del prolijo relato de los subsiguientes pormenores, diré que al atardecer de aquel mismo día, el destacamento encontró el cadáver del jefe en cuya busca iban, en el horrible estado tan vívidamente descrito por Camerón.

El relato continúa después como sigue: "Cuando por la tarde del otro día, llegamos a nuestro destino, y las autoridades competentes nos tomaron declaración, Camerón y yo salimos a dar un paseo, deseosos de que la suave influencia de la naturaleza calmara nuestro agitado ánimo. De pronto me oprimió el brazo, y señalando a una tosca verja, me dijo con temblorosa voz:

— ¡Mira! Ahí está la sepultura que anteví ayer.

Y cuando más tarde nos presentaron al clérigo de aquel puesto avanzado, comprendí al notar el estremecimiento de Camerón al estrecharle la mano, que era el clérigo de la visión.

Termina el relato con la afirmación de que la escena del entierro del jefe militar correspondía en un todo con la visión de Camerón.

Este caso nos da nueva prueba de que muchos escoceses, y especialmente los montesinos, están dotados de doble vista.

Raro es el escocés que no crea en visiones, pues casi todos han experimentado manifestaciones de esta índole.

También en otros países hay gentes favorecidas o castigadas (según decía Camerón) con el don de la doble vista, y por lo general son montañeses, como si las montañas tuvieran alguna oculta virtud favorable a la actualización de la doble vista en los que en ellas viven.

El citado relato es además notable por la circunstancia de que la impresión recibida por la mente de Camerón fue tan violenta, que repercutió por clariaudiencia en las de los que estaban inmediatos a él, cosa sumamente insólita, aunque también se ha observado en algunos otros casos.

Jorge Fox, el explorador cuáquero, tuvo muy desarrollada la doble vista, y los anales psíquicos registran muchos ejemplos de su manifestación en él.

Así refiere la historia que predijo la muerte de Cromwell, cuando se encontró con él en Hampton Court, diciendo que percibía a su alrededor aires de muerte; y en efecto, murió Cromwell a los pocos días de aquel encuentro.

También había predicho Fox la disolución del Rump1

Temeroso el rey de Siria de que Eliseo le desbaratara todos sus proyectos, preguntó que en dónde estaba el profeta, y

la restauración de Carlos II y el terrible incendio de Londres.

La historia contiene varios otros ejemplos de esta índole, entre ellos la predicción, de la muerte de César. Asimismo abunda la Biblia en casos de doble vista entre ellos el siguiente: Estaba el rey de Siria en guerra con el de Israel, y como éste contrariara con el movimiento de sus tropas la estrategia de aquél, creyó que algún traidor espía le comunicaba al enemigo sus planes; pero sus generales le dijeron que no había tal traidor sino que el profeta Elíseo era quien declaraba al rey de Israel todo cuanto el rey de Siria hablaba en su más secreta cámara.

En esto tenemos además un notorio ejemplo bíblico de la lectura mental telepática, pues Eliseo se hallaba muy lejos del campamento de los sirios, y sin embargo leía en su mente los planes estratégicos que trazaba el rey para vencer a su enemigo.

1 Llámase Rump Parliament, literalmente Parlamento de baticola, a lo

que subsistió del Parlamento Largo después de haber expulsado Cromwell a los diputados de oposición. Fue definitivamente disuelto por Cromwell en 1659. (N. del T.)

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habiéndole dicho que en Dothán, envió el rey allá gente de a caballo y carros de guerra con numeroso ejército que do noche cercaron la ciudad de Dothán.

Al amanecer, el criado de Eliseo quedó pasmado al ver que estaban sitiados por tan poderoso ejército; pero Eliseo le dijo que no temiera porque muchos más eran los que los defendían que cuantos los sitiaban, pues Eliseo poseía doble vista y estaba seguro de que un ejército de seres superhumanos se aprestaba a invalidar el empeño de los sirios. Pero como el criado nada veía sino al ejército sitiador, el profeta oró diciendo:

"Ruégote ¡oh! Señor, que abras los ojos de este mozo que vea."

Y entonces vio el criado que el monte aledaño estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego que amparaban al profeta y vidente Eliseo.

Ejemplo notable en la Biblia de antevisión del futuro es la interpretación por el profeta Daniel del sueño de Nabucodonosor.

Una noche soñó este rey de Babilonia algo que le perturbó grandemente, pero de lo que no se acordaba al despertar, como suele suceder a veces que saltemos que hemos soñado, sin poder recordar lo soñado.

Llamó Nabucodonosor a magos, astrólogos y encantadores pura que no sólo le dijeran lo que había soñado sino que además le interpretaran el sueño, cosa imposible para quienes como aquellos magos, astrólogos y encantadores sólo alcanzaban a actuar con sus facultados físicas en el plano astral sin poder llegar al mental.

En consecuencia, los magos le dijeron a Nabucodonosor que si les relataba el sueño, ellos lo interpretarían; pero el rey, que como buen déspota no se andaba con remilgos do empanada, les respondió que si no le acertaba el sueño los mandaría descuartizar y convertir sus casas en muladares.

La amenaza no podía impresionar el ánimo de los magos en el sentido de moverlos a la adivinación del sueño, porque no llegaban a tanto sus facultades, y así replicaron que únicamente los dioses cuya morada no es con la carne, serían capaces de adivinar lo que había soñado el rey, denotando con esta respuesta que reconocían la posibilidad de que alguien dotado de facultades superiores se elevara hasta el plano mental en donde seguramente vibraba en formas de pensamiento el sueño de Nabucodonosor.

Sin embargo, no se dio el rey por convencido y al punto decretó la muerte y exterminio de cuantos magos, astrólogos, encantadores y adivinos andaban por Babilonia embaucando a los babilonios; pero cuando el capitán de la guardia real, llamado Arioch, fue a prender a Daniel y a sus compañeros Ananías, Misael y Azarías, quienes también estaban considerados como magos, no se amilanó el profeta hebreo, sino que encarándose con Arioch le dijo con pasmosa sangre fría:

— ¿Cómo es que el rey ha mandado publicar este decreto tan apresuradamente?

Arioch le dijo lo que había sucedido, y Daniel que aunque hebreo y cautivo era palatino, se fue en seguida a ver a Nabucodonosor y le dijo que si lo daba siquiera un par de días de tiempo, él le aseguraba adivinarle el sueño y declarar su significado.

El rey, que no deseaba otra cosa que saber lo que había soñado, pues aún no sabía que los sueños sueño son, accedió a la súplica, y entonces Daniel se fue a su casa, enteró a sus compañeros de lo que pasaba, y los cuatro se pusieron en oración que vale tanto como decir meditación o introversión.

En respuesta a esta armónica actitud de ánimo, aquella misma noche transportó Daniel su conciencia al plano mental y

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