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NIETZSCHE. Historia del Pensamiento Científico y Filosófico. Giovanni Reale y Dario Antisieri

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NIETZSCHE

Historia del Pensamiento Científico y Filosófico

Giovanni Reale y Dario Antisieri

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NIETZSCHE. FIDELIDAD A LA TIERRA Y TRANSMUTACIÓN DE TODOS LOS VALORES

1. NIETZSCHE, INTÉRPRETE DE SU PROPIO DESTINO

Crítico despiadado del pasado e «inactual» profeta del futuro, desmitificador de los valores tradicionales y propugnador de un hombre que tenía que venir. Friedrich Nietzsche (1844-1900) fue muy consciente de su destino: «Conozco mi suerte. Mi nombre estará un día ligado al recuerdo de una crisis, como no haya habido otra igual de la tierra, al más hondo conflicto de conciencia, a una decisión que se proclama contraria a todo lo que hasta ahora se había creído, pedido y consagrado. No soy un hombre, soy una carga de dinamita...

Contradigo como jamás se había contradicho, y a pesar de ello soy la antítesis de un espíritu negador... Junto con esto, soy necesariamente un hombre que posee un destino. En efecto, si la verdad entra en combate contra la mentira milenaria, se producirán tales conmociones, tales temblores de tierra como jamás se habían soñado. La noción de política se encuentra ahora del todo en una guerra entre espíritus, todas las formas de dominación de la vieja sociedad han saltado por el aire;

todas reposan sobre la mentira; habrá guerras como nunca las hubo sobre la faz de la tierra. Solamente a partir de mí puede comenzar en la tierra la gran política.» Nietzsche se interpreta a sí mismo como un hombre elegido por el destino, como aquel que contradice como jamás se ha contradicho. Contradice el positivismo y su fe en él hecho, por una sencilla razón: «El "progreso" es simplemente una idea moderna, es decir, una idea falsa.» Socava las pretensiones de verdad de las ciencias exactas. En contra de todos los espiritualismos, proclama la muerte de Dios. Dice que el cristianismo «es un vicio», porque «no

existe nada que resulte más malsano, en medio de nuestra malsana humanidad, que la compasión cristiana». «Pablo fue el más grande de todos los apóstoles de la venganza.» Contra la «moral de los esclavos», exalta «la moral de los señores»: toda la moral de los señores surge de un triunfante decir que sí a uno mismo; la moral de los esclavos, en cambio, desde el principio dice que sí a otro, afirma Nietzsche, a un «no uno mismo». Por lo tanto, hay que defender una «transmutación de todos los valores». Nietzsche, en consecuencia, es un espíritu que contradice. Lo es porque piensa que tiene que anunciar algo grande y nuevo: «¡os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no deis fe a quienes os hablan de esperanzas sobrenaturales! Son envenenadores, conscientes o inconscientes. Son menospreciadores de la vida, moribundos, y están ellos mismos envenenados: la tierra está cansada de ellos; pues bien ¡expulsadlos para siempre!» Junto a la fidelidad a la tierra, Nietzsche enseña: «No escondáis más la cabeza en la arena de las cosas celestiales, sino llevada libremente: una cabeza terrenal, que es la que crea el sentido de la tierra.»

2. EL DESTINO DE NIETZSCHE COMO «PROFETA DEL NAZISMO»

La filosofía de Nietzsche se erige como una contraposición a las ideas filosóficas y a los valores morales tradicionales. La naturaleza de los temas que trata, la voluntad decididamente provocativa que se dirige a las metas más dispares, el estilo aforístico y, finalmente, ciertas vicisitudes ligadas a la publicación de La voluntad de poder y del Epistolario, han hecho que se hayan producido las más diversas y controvertidas interpretaciones sobre Nietzsche. Según los casos, se ha visto en Nietzsche el antipositivista que echa a tierra la confianza en la

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ciencia, o al antidemócrata que desprecia al pueblo, a la plebe y a la nueva clase emergente. Se le ha interpretado como el representante más persuasivo del irracionalismo y del vitalismo; a principios de siglo, se nos ha ofrecido de él una imagen de artista aristocrático y decadente, en el sentido de D'Annunzio o de Gide. Se le ha presentado como un materialista convencido; se le ha clasificado de primer auténtico existencialista. No cabe duda de que, en más de una cuestión, se anticipó a Freud; se ha analizado su influjo sobre las vanguardias artísticas de los años veinte (expresionismo alemán y surrealismo francés) debido a las críticas que dirigió a la cultura burguesa, y nadie pone en discusión que influyó sobre hombres como Rilke y Thomas Mann. Además existe toda una corriente interpretativa que ha visto en Nietzsche el profeta del nazismo, la violencia militarista y la superioridad de la raza aria.

No es éste el lugar más adecuado para someter a crítica estas u otras interpretaciones. Sin embargo, hemos de decir que la interpretación decadentista de Nietzsche es errónea, porque Nietzsche vio en la vida una tragedia cruel y profunda. Asimismo, es preciso detenerse un momento en los hechos que justifican (por ejemplo, en la obra de A. Baeumler, Nietzsche, el filósofo y el político, Leipzig, 1931) la interpretación de Nietzsche como «profeta del nazismo», interpretación que entre otros sigue admitiendo G. Lukács en 1954 en su libro La destrucción de la razón. En realidad, lo que sucedió es que la hermana de Nietzsche, Elizabeth Forster-Nietzsche, celosa guardiana de los manuscritos de su hermano e impulsada por la idea de una palingenesia universal que había de confiarse a la nación alemana, quiso convertir a su hermano en guía espiritual de dicha palingenesia.

Así, publicó La voluntad de poder con interpolaciones arbitrarias y

tendenciosas efectuadas en el manuscrito de su hermano, con lo cual ideas como la de «superhombre», «voluntad de poder», etc. –que en el contexto global del pensamiento de Nietzsche poseen un significado muy diferente- aparecen como la negación de todo humanitarismo y de la democracia, y como fundamento teórico de la política más violenta y agresiva, del Estado totalitario y de la raza «pura de los superhombres».

Sin embargo -como lo confirma la edición auténtica de sus escritos hay que excluir del contexto de su filosofía la interpretación del

«superhombre» de Nietzsche como profeta del nazismo. El superhombre no es el nazi, sino el filósofo que anuncia una nueva humanidad, una humanidad que, liberándose de antiguas cadenas, va

«más allá del bien y del mal».

Entre estas antiguas cadenas Nietzsche enumeró también la idolatría del Estado: «El más frío de todos los monstruos se llama

"Estado". También es frío en el mentir, y la mentira que sale de su boca es la siguiente: "¡Yo, el Estado, soy el pueblo!"» «En la tierra no hay nada más grande que yo; yo soy el dedo de Dios -así ruge el monstruo [...]. El Estado está allí donde todos, buenos y malos, se embriagan con veneno; allí donde todos se pierden a sí mismos; allí donde el lento suicidio de todos se llama "vida".» El Estado es un ídolo que hiede: «Su ídolo huele mal -el frío monstruo- y todos hieden, todos los adoradores del ídolo [...]. ¡Huid del mal olor! Huid de la idolatría de los hombres inútiles [...]. Sólo cuando deja de existir el Estado, comienza el hombre no inútil.» Nietzsche pone estas palabras en boca de Zaratustra. y en el ensayo Schopenhauer como educador leemos lo siguiente:

«Padecemos [.. .] las consecuencias de aquella doctrina predicada en época reciente desde todos los tejados, según la cual el fin supremo de

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la humanidad sería el Estado y el hombre no tendría deber más alto que servir al Estado: en esto no veo una recaída en el paganismo, sino en la estupidez.» «El Estado desea que los hombres puedan idolatrarlo.» Sin embargo, aconseja Nietzsche, «hieden todos estos adoradores del ídolo». En El ocaso de los ídolos, además, Nietzsche sostiene que «la cultura y el Estado son antagonistas».

3. SU VIDA y SUS OBRAS

Friedrich Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en Rocken, cerca de Lützen. Estudió filología clásica en Bonn y en Leipzig, donde tuvo como maestro a Friedrich Ritschl. En Leipzig leyó El mundo como voluntad y como representación de Schopenhauer, y esta lectura dejó una impronta decisiva en el pensamiento de Nietzsche. En 1869, cuando sólo contaba 24 años, Nietzsche fue llamado a ocupar la cátedra de filología clásica en la universidad de Basilea. Allí entabló amistad con el famoso historiador Jakob Burckhardt. En este período se produce su encuentro con Richard Wagner, que en aquella época vivía con Cósima von Bülow en Triebschen, sobre el lago de los Cuatro Cantones. Nietzsche se convierte a la causa de Wagner, a quien siente como «su insigne precursor en el campo de batalla», y colabora con él en la organización del teatro de Bayreuth. En 1872 se publica El origen de la tragedia. Este libro suscitó violentas polémicas y fue salvajemente atacado por Wilamowitz-Mollendorf. Entre 1873 y 1876 Nietzsche escribe las cuatro Consideraciones intempestivas. Mientras tanto, por motivos personales «Wagner es un histrión sediento de éxitos mundanos» y por razones teóricas «Wagner no es en absoluto un regenerador de la cultura» se produce la ruptura con Wagner. Así lo

atestigua la obra Humano, demasiado humano (1878), donde también se toman distancias con respecto a Schopenhauer y su filosofía. Al año siguiente, en 1879, Nietzsche -por razones de salud pero también por motivos más profundos: la filología no era su destino- abandona la enseñanza y comienza su inquieto peregrinaje de pensión en pensión, entre Suiza y Italia y el sur de Francia. En 1881 publica Aurora, donde ya se configuran las tesis fundamentales de Nietzsche. La gaya ciencia es de 1882: aquí el filósofo promete un nuevo destino a la humanidad.

Escribe estos dos libros en Génova, donde tiene ocasión de escuchar Carmen, de Bizet, que provoca su entusiasmo «Aquí habla otra sensualidad, otra sensibilidad, otra serenidad. Esta música es serena [...], tiene sobre sí la fatalidad, su felicidad es breve, repentina, sin remisión [...]. Esta obra también redime [...], con ella uno se despide del húmedo Norte, de todos los vapores del ideal wagneriano»). En 1882 Nietzsche conoce a Loú Salomé, joven rusa de 24 años. Cree en ella y quiere contraer matrimonio. Pero Lou Salomé le rechaza y se une a Paul Rée, amigo y discípulo de Nietzsche. La hermana de Nietzsche, Elisabeth, no fue ajena al fracaso de la relación entre el filósofo y la joven rusa. En 1883, en Rapallo, concibe su obra maestra: Así hablaba Zaratustra. Esta obra quedó terminada dos años después, entre Roma y Niza. En 1886 entrega a la imprenta Más allá del bien y del mal. La Genealogía de la moral es de 1887, y al año siguiente Nietzsche redacta El caso Wagner, El ocaso de los ídolos, El Anticristo y Ecce horno. Al mismo período pertenece el escrito Nietzsche contra Wagner.

Lee a Dostoievski y le parece haber encontrado una vivienda satisfactoria en Turín, «la ciudad que se ha revelado como mi ciudad».

En Turín trabaja en su última obra, La voluntad de poder, que sin embargo no logra acabar. El 3 de enero de 1889 sufre un ataque de locura, tirándose al cuello de un caballo cuyo dueño estaba apaleando

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ante su residencia de Turín. Primero fue confiado a la custodia de su madre y, al morir ésta, a la de su hermana. Murió en Weimar, envuelto en las tinieblas de la locura, el 25 de agosto de 1900, sin caer en la cuenta del éxito que estaban obteniendo sus libros, que habían editado a sus expensas. Sin ninguna duda, en Nietzsche aparecen puntos vulnerables, y en especial su actitud polémica agresiva y furibunda, no siempre se muestra justa con sus enemigos. En cualquier caso, a tantos años de distancia de su muerte, resulta indiscutible su influjo sobre la literatura, el psicoanálisis, la estética y la filosofía, así como sobre la reflexión moral y la filosofía de la religión. Cierto es que un cristiano podría responder a Nietzsche con las mismas palabras que el joven Nietzsche hacía llegar por carta a un amigo suyo: «¡Querido amigo, la lógica no crea ni anula los puntos de vista sobre la vida! Yo me encuentro bien en este clima y tú, en otro. ¡Respeta mi olfato, como yo respeto el tuyo!» Esto es verdad. Pero también es verdad que ética seria y una fe consciente no pueden ni deben evitar la prueba de fuego que representa el desafío de Nietszche.

4. LO DIONSIACO», LO «APOLÍNEO» Y EL «PROBLEMA DE SÓCRATES»

En Leipzig Nietzsche lee El mundo como voluntad y como representación de Schopenhauer y queda fascinado. Más adelante escribiría: «Encontré el libro en la tienda de libros antiguos del viejo Rohn [...] en casa me recosté en el sofá [...] y dejé que aquel genio enérgico y tenebroso comenzase a actuar sobre mí. En cada página la renuncia, el rechazo, la resignación, elevaban la voz: tenía ante mí un espejo en el cual contemplé [...] el mundo, la vida y mi ánimo mismo.

Allí, semejante al sol, estaba fijo en mí el gran ojo del arte, separado de

todo; allí veía yo enfermedad y curación, exilio y refugio, infierno y paraíso.» Siguiendo las huellas de Schopenhauer, Nietzsche piensa que la vida es una irracionalidad cruel y ciega, dolor y destrucción. El arte es el único que puede ofrecer al individuo la fuerza y la capacidad necesarias para afrontar el dolor de la vida, diciéndole sí a ésta. En El origen de la tragedia (1872) Nietzsche busca demostrar que la civilización griega presocrática estalla en un vigoroso sentido trágico, que es una embriagadora aceptación de la vida, una valentía ante el hado y una exaltación de los valores vitales. El arte trágico es un valeroso y sublime decide que sí a la vida. De este modo Nietzsche invierte la imagen romántica de la civilización griega. Sin embargo, la Grecia de la que habla Nietzsche no es la Grecia de la escultura clásica y de la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles, sino la Grecia de los presocráticos (siglo VI a.c.), la de la antigua tragedia en la que el coro lo era todo, o por lo menos, el elemento esencial. Nietzsche considera que el secreto de este mundo griego consiste en el espíritu de Dionisos.

Dionisos es la imagen de la fuerza instintiva y de la salud es ebriedad creativa y pasión sensual, es el símbolo de una humanidad en pleno acuerdo con la naturaleza. Junto a lo «dionisiaco», el desarrollo del arte griego está ligado -afirma Nietzsche- a lo «apolíneo», que es una visión ideal, un intento de expresar el sentido de las cosas con una medida y una moderación, y que se explicita mediante figuras equilibradas y límpidas. «El desarrollo del arte está ligado a la dicotomía existente entre lo apolíneo y lo dionisiaco, en la misma manera en que la generación surge de la dualidad de los sentidos en permanente contienda recíproca y en reconciliación meramente periódica [...]. En sus [de los griegos] dos divinidades artísticas, Apolo y Dionisos, se fundamenta nuestra teoría, según la cual en el mundo griego existe un enorme contraste -enorme por su origen y por su fin- entre el arte

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figurativo, el de Apolo, y el arte no figurativo de la música, que es propiamente el de Dionisos. Los dos instintos, tan diversos entre sí, avanzan uno al lado del otro en abierta discordia en la mayoría de los casos [. . .] hasta que, en virtud de un metafísico milagro de la

"voluntad" helénica, acaban compareciendo emparejados, y gracias a este acoplamiento final engendran la obra de arte, tan dionisíaca como' apolínea, que es la tragedia ática.»

Sin embargo, cuando con Eurípides se intenta eliminar de la tragedia el elemento dionisiaco en favor de los elementos morales e intelectualistas, entonces la clara luminosidad en relación con la vida se transforma en superficialidad silogística: surge Sócrates con su loca presunción de entender y dominar la vida mediante la razón, y así aparece la verdadera decadencia. Sócrates y Platón son «síntomas de decaimiento, instrumentos de la disolución griega, pseudogriegos, antigriegos». La dialéctica, escribe Nietzsche, «sólo puede ser un recurso extremo en las manos de quien no posee otras armas [...]. Lo cual nos demuestra su escaso valor».

La verdad es que «los filósofos y los moralistas se engañan a sí mismos, cuando creen salir de la décadence por el simple hecho de que se declaran en guerra contra ella [...] lo que escogen como remedio, como ancla de salvación, en sí mismo considerado no es más que una nueva manifestación de la décadence; transforman su expresión, pero no la suprimen. Sócrates fue una equivocación: toda la moral del perfeccionamiento, incluida la cristiana, ha sido una equivocación... La luz diurna más cruda, la racionalidad a cualquier precio, la vida clara, prudente, consciente, sin instintos, en contraposición a los instintos, no era más que una enfermedad diferente y en ningún caso un retorno a la

virtud, a la salud, a la felicidad». «Sócrates, sencillamente, fue un enfermo crónico.» Se mostró hostil a la vida, quiso morir. Dijo que no a la vida; abrió un período de decadencia que sigue destrozándonos hasta nuestros días. Luchó contra la fascinación dionisíaca. Sin embargo, «la fascinación dionisíaca no se limita a renovar los vínculos existentes entre un hombre y otro: también la naturaleza, alienada, áspera y subyugada, celebra la fiesta de la reconciliación con su hijo pródigo, el hombre. La tierra brinda de buen grado sus dones, y las fieras rapaces de las cuevas y de los desiertos se acercan pacíficamente. El carruaje de Dionisos, está cubierto de flores y de guirnaldas; la pantera y el tigre tiran de él. Cámbiese el "himno a la alegría" de Beethoven en un cuadro pintado con diversos colores, y no se ponga freno a la propia imaginación cuando millones de seres se echen temblando al suelo, conmocionados por el prodigio: sólo así podemos aproximarnos a lo que es la fascinación dionisíaca. El esclavo se libera, todos rompen las rígidas y hostiles barreras que la necesidad, el capricho o la moda insolente han erigido entre los hombres. En el evangelio de la armonía universal todos se sienten reunidos, reconciliados, fundidos con su prójimo y hechos uno solo con 'él, como si hubiese desgarrado el velo de Maya y revolotease hecho jirones ante el misterio del uno primigenio.»

5. LOS HECHOS SON ESTÚPIDOS Y LA SATURACIÓN DE HISTORIA ES UN PELIGRO

El origen de la tragedia fue escrito bajo el influjo de las ideas de Schopenhauer, pero también de las ideas de Wagner. En este último, en efecto, Nietzsche encontraba el prototipo del artista trágico destinado

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a renovar la cultura contemporánea. El origen de la tragedia está dedicado a Wagner, y al final de la dedicatoria se lee: «Considero que el arte es la tarea suprema y la actividad metafísica propia de nuestra vida, según el pensamiento del hombre al' que me propongo dedicar esta obra, insigne precursor mío en el campo de batalla.» Apenas vio la luz esta obra de Nietzsche -aunque fue defendida por el mismo Wagner y por Erwin Rohde- recibió un violento ataque, en nombre de la seriedad de la ciencia filológica, procedente del gran filólogo Ulrich van Wilamowitz-Mollendorff, quien escribió que «no quiero tener nada que ver con el Nietzsche apóstol y metafísico», acusándolo de «ignorancia y escaso amor a la verdad». Entre 1873 y 1876, oponiéndose a la exaltación de la ciencia y de la historia, Nietszche escribe las Consideraciones intempestivas. Aquí es el viejo hegeliano D.F. Strauss, junto con Feuerbach y Comte, quien es considerado como la encarnación del filisteísmo y de la mediocridad: «autor de un evangelio de cervecería», es el hombre querido e inventado por Sócrates. Al mismo tiempo se exalta a Schopenhauer como precursor de la nueva cultura «dionisíaca». Aquí, sin embargo, Nietzsche lucha también contra lo que califica de "saturación de historia". No se trata de que Nietzsche niegue la importancia de la historia. Lo que hace es combatir en contra de la idolatría del hecho, por una parte, y las ilusiones historicistas, por otra, con las implicaciones políticas que éstas comportan. Ante todo, en opinión de Nietzsche los hechos siempre son estúpidos: tienen necesidad de intérprete y por eso las teorías son las únicas inteligentes.

En segundo lugar, el que crea «en el poder de la historia [...] se volverá vacilante e inseguro, y ya no puede creer en sí mismo». Y al no creer en sí mismo, se convertirá -en tercer lugar- en fascinado secuaz de lo existente, «ya se trate de un gobierno, la opinión pública o la mayoría numérica». En realidad «si cada éxito contiene en sí una necesidad

racional, si cada acontecimiento es la victoria de lo lógico o de la idea, pues bien, hay que arrodillarse de inmediato y recorrer de rodillas toda la escala de los éxitos».

Ante la historia, según Nietzsche, pueden asumirse tres actitudes.

La historia instrumental es la historia de quien busca en el pasado modelos y maestros que le permiten satisfacer sus aspiraciones. La historia anticuaria es la historia de quien considera el pasado de su propia ciudad (las paredes, las fiestas, las ordenanzas municipales, etc.) como fundamento de la vida actual. La historia anticuaria busca y conserva los valores constitutivos estables sobre los que radica la vida presente. Por último, está la historia crítica, que contempla el pasado con el enfoque propio de un juez que aparta y condena todos los elementos que obstaculicen la realización de sus valores específicos.

Esta fue la actitud que asumió Nietzsche frente a la historia. Y ésta es la razón por la que lucha contra el exceso o la saturación de la historia:

«Tal exceso perturba los instintos del pueblo, e impide madurar tanto al individuo como a la totalidad; este exceso provoca la creencia siempre perjudicial en la vejez de la humanidad, al creerse frutos tardíos y epígonos; debido a este exceso, una época cae en el peligroso estado de ánimo de la ironía sobre sí misma, y de dicho estado pasa a otro, el cinismo, aún más peligroso.»

6. EL DISTANCIAMIENTO DE SCHOPENHAUER y DE WAGNER

Mientras tanto, empero, Nietzsche iba madurando su apartamiento de Schopenhauer y sobre todo de Wagner. Obras como Humano, demasiado humano, Aurora y La gaya ciencia atestiguan tal

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alejamiento. Hay dos tipos de pesimismo: el primero es el romántico, «el pesimismo de quienes renuncian, el de los fracasados y los vencidos»;

el otro es el de quien acepta la vida, aunque conozca su carácter trágico. En nombre de este último pesimismo Nietzsche rechaza el primero, el de Schopenhauer, del que rezuma por todas partes resignación y renuncia, y que es una huida ante la vida y no una

«voluntad de tragedia». Schopenhauer «no es más que el heredero de la interpretación cristiana». Nietzsche escribe: «¡Oh, de qué modo tan distinto me habló Dionisos! ¡Oh, qué lejos estaba entonces de mí este espíritu de resignación!» Por otro lado, el distanciamiento con respecto a Wagner fue un acontecimiento aún más significativo y doloroso para Nietzsche. Éste había visto en el arte de Wagner el instrumento de la regeneración, pero pronto tuvo que admitir que había caído en una ilusión. En El caso Wagner se afirma que este músico «halaga todos los instintos nihilistas (budistas) y los camufla a través de la música, lisonjea toda cristiandad, toda forma de expresión religiosa de la décadence [...]. Todo lo que haya echado raíces en el terreno de la vida empobrecida, todas las acuñaciones de falsa moneda hechas por la trascendencia y el mundo ultraterreno, tienen en el arte de Wagner su defensor más sublime». Wagner es una enfermedad; «contagia todo lo que toca: ha contagiado la música». Wagner es «un genio histriónico»;

«il est une névrose».

El alejamiento de Nietzsche con respecto a sus dos grandes maestros significó para él mucho más que la pérdida de una fascinación o la ruptura de una amistad. Implicó un apartamiento y un distanciamiento crítico con respecto al romanticismo con su falso pesimismo, con la resignación y la ascética casi cristiana de Schopenhauer, y con la retórica de aquel «desesperado romántico

podrido que fue Wagner». Significó una separación y una crítica de las pseudo justificaciones y los enmascaramientos metafísicos del hombre y de su historia: el idealismo (que crea un «antimundo»), el positivismo (cuya pretensión de aprisionar sólidamente la realidad, tan vasta, dentro de sus pobres redes teóricas constituye una aspiración absurda y ridícula), los redentorismos socialistas de las masas o a través de las masas, e incluso el evolucionismo (entre otras cosas, «más afirmado que probado». «Las especies no crecen en la perfección: los débiles siempre vuelven a aventajar a los fuertes [...]. Darwin olvidó -lo cual es muy inglés- el espíritu: los débiles poseen más espíritu»). Con esto, Nietzsche parece colocar las raíces de su propia reflexión en la ilustración, lo cual es efectivamente así. La desconfianza en las metafísicas, la apertura con respecto a las «infinitas» interpretaciones posibles del mundo y de la historia, con una consiguiente eliminación de actitudes dogmáticas, el reconocimiento de la limitación y la finitud humana, así como la crítica de la religión, constituyen una sede de elementos que llevan a Nietzsche a afirmar, en Humano, demasiado humano: «Podemos enarbolar nuevamente la bandera de la ilustración». Como es obvio, esta ilustración de Nietzsche -que aparece después del romanticismo- será menos entusiasta y superficial que la antigua ilustración. Consistirá más bien en una lúcida conciencia de la tragedia a la que se enfrenta con un grito de desafío. Ya no será aquel optimismo superficial que caracterizó con frecuencia a los ilustrados en relación con la vida. Tampoco se tratará, sin embargo, de la resignación de Schopenhauer o de los falsos remedios de Wagner.

7. EL ANUNCIO DE LA «MUERTE DE DIOS}}

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La crítica al idealismo, al evolucionismo, al positivismo y al romanticismo no tiene final. Estas teorías son cosas «humanas, demasiado humanas», que se presentan como verdades eternas y absolutas que hay que desenmascarar. Más aún: Nietzsche, en nombre precisamente del instinto dionisiaco, en nombre de aquel saludable hombre griego del siglo VI a.e. «que ama la vida» y que es totalmente terrenal, anuncia por un lado «la muerte de Dios», y por el otro lleva a cabo un ataque a fondo contra el cristianismo, cuya victoria sobre el mundo antiguo y sobre la concepción griega del hombre envenenó la humanidad. Además Nietzsche se enfrenta con las raíces de la moral tradicional, realiza su genealogía y descubre que es la moral de los esclavos, de los débiles y de los derrotados, que se hallan resentidos contra todo lo que es noble, hermoso y aristocrático.

En La gaya ciencia el hombre enloquecido anuncia a los hombres que Dios ha muerto. «¿Qué ha ocurrido con Dios? Yo os lo diré.

Nosotros lo hemos asesinado, vosotros y yo. ¡Nosotros somos sus asesinos!» La civilización occidental, poco a poco y por diversas razones, se ha ido apartando de Dios: así es como lo ha matado. Pero al «matar» a Dios, se eliminan todos aquellos valores que sirven de fundamento a nuestra vida, y por lo tanto se pierde todo punto de referencia: «¿Qué hacemos, separando la tierra de su sol? ¿Adónde irá ahora? ¿Adónde iremos nosotros, lejos de todos los soles? ¿No continuamos cayendo, hacia atrás, hacia los lados y hacia adelante?

¿Existe aún un alto y un bajo? ¿Acaso no avanzamos errantes en una nada infinita? [...]. ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!» Hemos eliminado el mundo de lo sobrenatural, pero al hacerlo también hemos quebrado la tabla de valores, o ideales, que estaba vinculada con aquél. Nos encontramos así sin ningún punto de

referencia: hemos asesinado a Dios, y junto con él ha desaparecido el hombre viejo, pero el hombre nuevo aún no ha aparecido: «llego demasiado pronto -dice el loco de La gaya ciencia- aún no ha llegado mi tiempo. Este acontecimiento monstruoso dura todavía y aún no ha sido escuchado por los oídos de los hombres. »

La muerte de Dios es el más grande de los hechos. Es un acontecimiento que divide la historia de la humanidad. No es el nacimiento de Cristo sino la muerte de Dios la que divide la historia de la humanidad: «Cualquiera que nazca después que nosotros pertenecerá por eso mismo a una historia más alta que ninguna de las que hayan transcurrido». Zaratustra comienza por anunciar este acontecimiento -la muerte de Dios- y luego, sobre las cenizas de Dios, levantará la noción de superhombre, del hombre nuevo, dominado por el ideal dionisiaco que ama la vida y que, volviendo la espalda a las quimeras del cielo, volverá a la saludabilidad de la tierra. «Oh hermanos míos, predica Zaratustra, aquel dios que cree era la obra enloquecida de un hombre, al igual que todos los dioses [...] el hastío, que de un solo golpe con un salto mortal quisiera llegar a la cima, el pobre hastío ignorante, que ya no sabe ni siquiera querer: éste fue el que creó todos los dioses y lo sobrenatural» Aquellos que predicen mundos sobrenaturales son «predicadores de la muerte», porque «todos los dioses han muerto».

8. EL ANTICRISTO, O EL CRISTIANISMO COMO VICIO

La muerte de Dios es un acontecimiento cósmico, del cual son responsables los hombres, y que les libera de las cadenas de lo

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sobrenatural que ellos mismos habían creado. Hablando de los sacerdotes, Zaratustra afirma: «Me dan pena estos sacerdotes [...] me parecen prisioneros y marcados. Aquel a quien llaman redentor les cargó de cepos. ¡De cepos formados por falsos valores y palabras enloquecidas! ¡Ah, si alguien pudiese redimirles de su redentor! » Esta es justamente la finalidad que Nietzsche quiere lograr con su Anticristo, que consiste en una «maldición del cristianismo». Según Nietzsche, un animal, una especie o un individuo está pervertido «cuando pierde sus instintos, cuando escoge, cuando prefiere aquello que le es nocivo».

¿Qué otra cosa ha hecho el cristianismo –se pregunta Nietzsche- si no es defender todo lo que es nocivo para el hombre? El cristianismo considera como pecado todos los valores y los placeres de la tierra.

«Tomó partido por todo lo débil, lo abyecto, lo fracasado ha hecho un ideal de la contradicción, de los instintos de conservación de la vida vigorosa; ha llegado a destruir la razón de las naturalezas más fuertes intelectualmente, enseñando a sentir que los valores supremos, de la intelectualidad son pecaminosos, fuentes de extravío y tentaciones. El ejemplo más criticable lo constituye la ruina de Pascal, que creía que su razón se hallaba corrompida por el pecado original ¡cuando era su cristianismo el único que la había corrompido!» El cristianismo es la religión de la compasión. «Pero, cuando se tiene compasión se pierde fuerza [...]; la compasión entorpece totalmente la ley del desarrollo consistente en la ley de la selección. Conserva lo que ya está dispuesto para el ocaso, opone resistencia el favor de los desheredados y de los condenados por la vida.»

Nietzsche afirma que, en realidad, "«la compasión es la praxis del nihilismo» y que «nada hay más malsano, en nuestra malsana humanidad, que la compasión cristiana». Nietzsche ve en el Dios

cristiano «la divinidad de los tullidos [...]; un Dios degenerado hasta el punto de contradecir la vida, en lugar de constituir su transfiguración y su eterno sí. En Dios existe una declarada enemistad ante la vida, ante la naturaleza, ante la voluntad de vivir. ¡Dios, fórmula de todas las calumnias del "más acá", de todas las mentiras del "más allá"! ¡En Dios está divinizada la nada, está consagrada la voluntad de la nada!» El budismo también es una religión de la decadencia y sin embargo Nietzsche lo encuentra «cien veces más realista que el cristianismo»:

en efecto, el budismo no lucha contra el pecado sino contra el dolor. Y además, «los supuestos del budismo consisten en una atmósfera de gran suavidad, un gran sosiego y liberalidad de costumbres, y ninguna clase de militarismo».

A pesar de todo esto, Nietzsche está cautivado por la figura de Cristo «Cristo es el hombre más noble»; «el símbolo de la cruz es el más sublime que haya existido nunca» y distingue entre Jesús y el cristianismo «<el cristianismo es algo profundamente distinto a lo que su fundador quiso e hizo». Cristo murió para indicar cómo hay que vivir:

«Lo que dejó en herencia a los hombres fue la práctica de la vida: su comportamiento ante los jueces, los esbirros, los acusadores, y ante toda la clase de calumnias y de escarnios, su comportamiento en la cruz [...]. Las palabras dirigidas al ladrón sobre la cruz encierran en sí todo el Evangelio.» Cristo fue un «espíritu libre», pero el Evangelio murió con él: también el Evangelio «fue suspendido de la cruz» o, mejor dicho, se transformó en Iglesia, en cristianismo, es decir, en odio y resentimiento contra lo noble y lo aristocrático: «Pablo fue el más grande de todos los apóstoles de la venganza.»El cristiano -al que Nietzsche cree conocer- es, desde el primero hasta el último, «por un

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instinto profundísimo un rebelde contra todo lo privilegiado: vive y siempre lucha por la igualdad de derechos.»

En el Nuevo Testamento Nietzsche sólo encuentra un personaje digno de ser honrado: Poncio Pilato, debido a su sarcasmo con respecto a la verdad. Más adelante, en la historia de nuestra civilización, el renacimiento intentó llevar a cabo una transmutación de los valores cristianos, tratando de que triunfasen los valores aristocráticos, los nobles instintos terrenos. Si César Borgia hubiese sido papa, esto habría representado una gran esperanza para la humanidad. Pero ¿qué sucedió? Ocurrió que «un monje alemán, Lutero, llegó a Roma. Este monje, que llevaba en su pecho todos los instintos de venganza de un sacerdote fracasado, se indignó en Roma contra el renacimiento [...]. Lutero vio la corrupción del papado, mientras que se podía tocar con las manos exactamente lo contrario: ¡en la sede papal ya no estaba la antigua corrupción, el peccatum originale, el cristianismo! ¡Estaba la vida! ¡El triunfo de la vida! ¡El gran sí a todas las cosas elevadas, hermosas, arriesgadas!... Y Lutero volvió a restaurar la Iglesia [...]. ¡Ah, estos alemanes, cuánto nos han costado!»

Tales son las razones que impulsan a Nietzsche a condenar al cristianismo: «La Iglesia cristiana no dejó nada intacto en su perversión, convirtió todo valor en un desvalor, toda verdad en una mentira, toda honradez en una abyección del alma.» La Iglesia «con su blanqueado ideal de santidad, va bebiendo hasta la última gota de sangre, de amor, de esperanza de vida». El más allá es la negación de toda realidad, y la cruz es una conjura «contra la salud, la hermosura, la constitución bien conformada, la valentía de espíritu, la bondad del alma, contra la vida misma». ¿Qué otra cosa debemos augurar, pues, si no que éste sea el

último día del cristianismo? ¿y «a partir de hoy? A partir de hoy - contesta Nietzsche- transmutación de todos los valores».

9. LA GENEALOGÍA DE LA MORAL

Junto con el cristianismo o mejor dicho, al condenar el cristianismo, Nietzsche somete la moral a una crítica muy profunda. No se refiere tanto a esta moral o a aquélla -cosa que también hace, sin embargo- sino a la pretensión característica de toda moral, consistente en establecer lo que está bien y lo que está mal. Dicha crítica queda explicitada, en especial, a través de dos de sus obras: Más allá del bien y del mal y Genealogía de la moral. Nietzsche escribe: «Hasta hoy no se ha experimentado la más mínima duda o la más mínima vacilación al establecer que lo "bueno" tenía un valor superior a lo "malo" [...]. ¿Y si fuese verdad lo contrario? ¿Y si en el bien se encontrase oculto un síntoma de retroceso por ejemplo un peligro, una seducción, un veneno?» Este es el problema que plantea la Genealogía de la moral.

En ella Nietzsche investiga los mecanismos psicológicos que iluminan el origen de los valores; una comprensión de la génesis psicológica de los valores será suficiente por sí misma para poner en duda su pretendido carácter absoluto e indubitable. Antes que nada, la moral es una máquina que fue construida para dominar a los demás, y en segundo lugar debemos distinguir de inmediato entre la moral aristocrática de los fuertes y la moral de los esclavos. Estos son débiles y fracasados. Y como dice el proverbio, los que no pueden dar mal ejemplo dan buenos consejos. Debido a ello, los constitutivamente débiles se dedican a sojuzgar a los fuertes. «Toda moral aristocrática surge de una triunfal afirmación de sí mismo, mientras que la moral de los esclavos opone

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desde el principio un no a lo que no forma parte de sí misma, a lo que es diferente de ella, y es su "no yo"; y es su acto creador. Esta inversión [...] corresponde en propiedad al resentimiento.» Se trata de un resentimiento contra la fuerza, la salud, el amor a la vida que convierte en obligación y virtud elevando al rango de bien comportamientos como el desinterés, el sacrificio de uno mismo, la sumisión. Por ejemplo, si examinamos la psicología del asceta, en apariencia éste mostrará un profundo desinterés por las cosas y los éxitos de este mundo. Sin embargo, un análisis algo más profundo pondrá de manifiesto que hay en él una fuerte voluntad de dominio sobre los demás. Su moral es el único modo y el único instrumento con el que puede sojuzgar a los otros. Es un fruto del resentimiento. La moral de los fuertes o de los señores es la moral del orgullo, de la generosidad y del individualismo;

en cambio, la moral de los esclavos es la moral de los «filisteos»

resentidos, es la moral de la democracia y del socialismo. y esta moral de los esclavos se halla legitimada por metafísicas que le dan apoyo sobre bases presuntamente objetivas, sin caer en la cuenta que dichas metafísicas no son más que «mundos superiores» inventados para poder «calumniar y ensuciar este mundo», que los esclavos quisieran reducir a mera apariencia. «¡Mirad a los buenos y a los justos! ¿A quién odian más que a nadie? Al que rompe la tabla de los valores, al violador, al corruptor. Éste, empero, es el que crea.» Este odio prohibió los instintos más sanos, los instintos que ligan al hombre con la tierra (alegría, la salud, el amor, el intelecto superior, etc.). Al mismo tiempo, hizo que dichos instintos «se dirigiesen hacia atrás, contra el hombre mismo». Así fue como el hombre, en lugar de desarrollarse hacia el exterior y crear un mundo de hermosura y de grandes obras, se desarrolló hacia el interior y nació el alma, pero un alma aquejada de la

«más grave y obscura» enfermedad.

10. NIHILISMO, ETERNO RETORNO y «AMOR FATI»

El nihilismo, según Nietzsche, es «la consecuencia necesaria del cristianismo, de la moral y del concepto de verdad de la filosofía».Cuando cae la máscara que oculta las ilusiones, no queda nada: estamos ante el abismo de la nada. «El nihilismo como estado psicológico aparece por necesidad, en primer lugar, cuando hemos buscado en todo el acontecer un sentido que no existe en él, de manera que al que busca acaba por faltarle el valor.» Este sentido podía consistir en la realización o el aumento de un valor moral (amor, armonía en las relaciones, felicidad, etc.). Empero, debemos constatar con valentía que la desilusión con respecto a este objetivo al que se aspira es «una causa del nihilismo». En segundo lugar, se ha

«postulado la existencia de una totalidad, una sistematización y hasta una organización en todo el acontecer y en su fundamento». Ahora bien, se ha comprobado que este universal, que el hombre había construido para poder creer en su propio valor, no existe. En el fondo,

¿qué ha sucedido? «Se llegó al sentimiento de la ausencia de valor, cuando se comprendió que no era lícito interpretar el carácter general de la existencia mediante la noción de "fin", la noción de "unidad" o la noción de "verdad".»

Se desvanecen «las mentiras de varios milenios», y el hombre se ve exento de los engaños propios de la ilusión, pero se queda solo. No hay valores absolutos, los valores son disvalores; no existe ninguna estructura racional Y universal que pueda servir de apoyo al esfuerzo del hombre; no existe ninguna providencia, ni ningún orden cósmico.

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«La condición general del mundo para toda la eternidad es el caos, no como ausencia de necesidad, sino en el sentido de una privación de orden o de estructura, de forma, de hermosura, de sabiduría. El mundo carece de sentido: «He encontrado en todas las cosas esta feliz certidumbre: prefieren danzar con los pies del azar.» No hay un orden, no existe un sentido. Sin embargo, hay una necesidad: el mundo tiene en sí mismo la necesidad de la voluntad. El mundo desde la eternidad se halla dominado por la voluntad de aceptarse a sí mismo y de repetirse. Ésta es la doctrina del eterno retorno que Nietzsche vuelve a tomar de Grecia y de Oriente. El mundo no avanza en línea recta hacia un fin (como cree el cristianismo) y su devenir no consiste en un progreso (como pretende el historicismo y post-hegeliano), sino que

«todas las cosas vuelven eternamente y nosotros con ellas; hemos sido eternas veces en el pasado, y todas las cosas con nosotros». Cada dolor y cada placer, cada pensamiento y cada suspiro, cada cosa, por infinitamente pequeña o grande que sea, volverá a ser: «retornará esta telaraña, y este claro de luna entre los árboles, y también un momento idéntico a éste, y yo mismo.» El mundo que se acepta a sí mismo y se repite: tal es la doctrina cosmológica de Nietzsche. Hay que vincular con ella la doctrina del amor fati: amar lo necesario, aceptar este mundo y amarlo. El hombre descubre que la esencia del mundo es voluntad, ve que es eterno retorno y se reconcilia voluntariamente con el mundo:

reconoce en la propia voluntad de aceptación del mundo la misma voluntad que se acepta a sí misma.

Sigue voluntariamente el camino que otros hombres han recorrido ciegamente, aprueba este camino y no trata de escabullirse de él, como hacen los enfermos y los decrépitos. Esto es lo que enseña Zaratustra.

«Todo lo que ha sido es fragmento, enigma, espantoso azar, hasta que

la voluntad creadora añade: así quería que fuese, así quiero que sea, así querré que sea en el futuro.»

11. EL SUPERHOMBRE ES EL SENTIDO DE LA TIERRA

El amor fati es aceptación del eterno retorno, es aceptación de la vida. Sin embargo, no hay que ver en él una aceptación del hombre. El mensaje fundamental de Zaratustra consiste en el superhombre. «El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad proclama:

sea el superhombre el sentido de la tierra. ¡Os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no deis fe a aquellos que os hablan de esperanzas sobrenaturales! [...] En otras ocasiones el delito contra Dios era el mayor de los maleficios, pero Dios está muerto [...] ¡Ahora la cosa más triste es pecar contra el sentido de la tierra!» El hombre, el hombre nuevo, debe crear un nuevo sentido de la tierra, abandonando las viejas cadenas y rompiendo los antiguos cepos. El hombre debe inventar el hombre nuevo, es decir, el superhombre, el hombre que va más allá del hombre, el hombre que ama la tierra y cuyos valores son la salud, la voluntad fuerte, el amor, la ebriedad dionisíaca y un nuevo orgullo. «Mi

"yo" -dice Zaratustra- me enseñó un nuevo orgullo y yo lo enseño a los hombres: dejad de esconder la cabeza en la arena de las cosas celestiales y alzadla libremente: una cabeza terrena, que crea ella mismo el sentido de la tierra.»

El superhombre substituye los viejos deberes por su propia voluntad.

¿Existe «un feroz dragón que el espíritu ya no quiere considerar como su dueño y su Dios? Se llama: "Tú debes." Pero en contra suyo el espíritu del león arroja las palabras: "Yo quiero"». Los predicadores de

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la muerte se convierten más adelante en predicadores de la vida eterna:

éstos predican mundos sobrenaturales, pero Zaratustra quiere ser «la voz del cuerpo devuelto a la salud». Es la voz del valor y de la altivez;

se quiere el amor al prójimo, pero «no vuestra compasión, sino vuestro valor es el que hasta ahora ha salvado al que estaba en peligro».

«El hombre es una cuerda tensa, tensa entre el irracional y el superhombre, una cuerda tensa sobre una vorágine.» No se encuentra lejos el momento del paso del hombre viejo, embrutecido por sus

"disvalores" y con la cabeza oculta en la arena de las cosas celestiales, al hombre que crea el sentido de la tierra, nuevos valores completamente terrenos: «y resplandecerá el gran sol del mediodía de la vida, cuando el hombre se halle a mitad de camino entre el irracional y el superhombre, y celebre su ocaso como si fuese su mayor esperanza; porque su ocaso será el anuncio de una nueva aurora. El que está a punto de perecer se bendecirá entonces a sí mismo, feliz de ser uno que va más allá: el sol de su conocimiento brillará con la luz del mediodía. "Todos los dioses están muertos: ahora queremos que el superhombre viva".» Sin lugar a dudas, «el pueblo y la gloria giran alrededor de los comediantes», pero también es cierto «que el mundo gira alrededor de los inventores de nuevos valores».

Al igual que en el caso de Protágoras, también para Nietzsche el hombre tiene que ser medida de todas las cosas; tiene que crear nuevos valores y ponerlos en práctica. El hombre embrutecido inclina la cabeza ante las crueles ilusiones de lo sobrenatural. El superhombre

«ama la vida» y «crea el sentido de la tierra», y permanece fiel a esto.

En ello consiste su voluntad de poder.

«¡Ahora Dios ha muerto! Oh hombres superiores, aquel Dios era vuestro peligro más grave. Sólo ahora que él yace en su sepulcro, podéis decir que habéis resucitado. Ahora está cerca el gran mediodía:

¡sólo ahora el hombre superior se convierte en amo! ¿Comprendéis estas palabras, hermanos? Estáis aterrados: ¿quizás os domina el vértigo? ¿Se abre de par en par ante vosotros el abismo? ¿Quizás ladra contra vosotros el can infernal? ¡Pues bien, ánimo, hombres superiores!

Ahora es cuando la montaña del devenir humano se agita con los dolores del parto. Dios murió: ahora nosotros queremos que viva el superhombre.» Así hablaba Nietzsche-Zaratustra.

Referencias

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