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8. Desde un punto de vista lógico 401

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Que nuestras expresiones se apliquen igualmente a objetos físicos y a d>jetos imaginarios, podremos continuar usando nuestro lenguaje aunque mantengamos que no existen objetos físicos. Considérese este otro caso. Con relación a un lenguaje de objetos físicos, en general, la cuestión de si hay centauros es interna. Pero si alguien quisiera aceptar la existencia de centauros y evitar una penosa discusión al respecto, podría limitarse a decir que él aceptaba un lenguaje en el que puede hablarse de centauros, y que cualquier intento de argumentar en contra implica hacer pseudo -afirmaciones metafísicas. Naturalmente, este sujero tendría que justificar las ventajas de aceptar ese lenguaje. ¿ Pero podemos asegurar, por anti-cipado, que no las tuviera? Podrían ser ventajas de orden estético, o ps i-cológlco ... Ventajas que podría señalar en abundancia, por ejemplo, el defensor de un lenguaje de entidades sobrenaturales.

Pitnso que la separación de Carnap entre semántica y ontología es, además de difícilmente sostenible por sí, innecesaria para justificar las categorías de su análisis semántico. Porque 10 que apoya que aceptemos o no un cierto marco lingülstico es, en gran parte, justamente

el

tipo de entidades con las que nos comprometemos, y no vale pretender que uno es

el

compromiso semántico, en el que las aceptamos como designata, y otro

el

compromiso ontológico, en el que afirmamos que existen. Porque si las aceptamos como designata, entonces, en algún sentido, existen. Lo que podremos hacer es distinguir diferentes sentidos, modos o formas de la existencia. Afirmar que existen los números no es particularmente lla-mativo si uno se apresura a añadir que existen en cuanto construcciones matemáticas que obedecen a unas reglas, y que nos permiten unas deter-minadas operaciones con los objetos físicos. La existencia de éstos poco tendrá que ver, entonces, con la de aquéllos. Por 10 mismo, afirmar que existen las propiedades, por ejemplo, el color verde, no implica afirmar que existen en el mismo sentido y de la misma manera que los objetos verdes. Mantener que ha)' proposiciones, no significa defender que su existencia sea como la de los hechos. Etcétera. Esto tampoco supone que haya que aceptar cualquier tipo de entidades. Es el éxito en nuestro trato con la realidad el que legitimará qué clases de entidades vamos a aceptar, o, 10 que es lo mismo, qué teorlas vamos a emplear. Y en virtud de este criterio podremos, acaso, aceptar objetos físicos, propiedades, propos icio-nes y números, y rechazar, en cambio, círculos cuadrados, esencias inmuta-bles, demonios y dioses. Pero en el orden de la justificación racional (no en el orden de la explicación psicogenética) únicamente tiene sentido que aceptemos un lenguaje cuando hemos decidido qué entidades nos parecen admisibles.

8.5 La teoría conductista del significado en Quine y la crítica al concepto de analiticidad

Al año siguiente de la publicación del trabajo de Carnap que acabamos .de estudiar, Quine publicó uno de los más conocidos y celebrados ensayos

(2)

402

-

Principios de Filosofia del Lenguaje

.

- -

--filosóficos de estos años: «Dos dogmas del empIrISmO» (1951). Contenía una crítica muy severa de algunos puntos fundamentales de la teoría caro

napiana del lenguaje que hemos revisado en las secciones precedentes. En especial, se criticaban dos aspectos: la distinción radical eorre verdades analíticas y verdades fácticas o sintéticas, y la reducción de todo enunciado cognitivamente significativo a una construcción lógica de elementos sim· pIes directamente conectados con la experiencia inmediata.

La crítica a este último punto iba dirigida en particul!u contra la teoria verificacionista del significado. Lo menos que puede decirse es que, JXlr esta época, hacer tal crítica era un poco como alancear muertos. Ya hemos visto, en la sección 8.1, que al comienzo de los años cincuenta tanto Cacnap corno Hempel y Ayer eran plenamente conscientes de las dificultades del principio de verificabilidad y del problema de relacionar adecuadamente los términos observacionales y los términos teóricos en una teoría cientí· fica. Curiosamente, Quine dedica la mayor parte de su crítica, no a estos problemas, sino a las insuficiencias del fenomenalismo que Carnap había mantenido en su primera época (¡antes de 1929!). Lo más sugestivo en la

crítica de Quine es su tesis, que posteriormente se convertiría en una de las más características, de que nuestros enunciados sobre el mundo externo no se confirman individual y separadamente, sino en conjunto, formando un todo, una teoría (op. cit., secc. 5). Es la tesis que se ha denominado «holismo» (del griego OA.o«;"', «todo», «entero»), y que en la sección Bol

hemos visto recogida por Hempel.

Más ínt~rés tenía la crítica

a

l

otro aspecto de la posición empirista. Quine distingue; dentro de las verdades analíticas, las dos clases que ya.

mencionamos al paso en la sección 7.10. De una parte, las verdades pro-piamente lógicas, esto es, aquellos enunciados que son verdaderos en razón de los términos lógicos que intervienen en ellos. Es característico de estos enunciados que continúan siendo verdaderos comoquiera que se susti-tuyan sus términos no lógicos, siempre que esta sustitución sea uniforme. Podemos decir que son verdaderos por razón de su estructura o forma 16gica (op. cit., secc. 1; Lógica matemática, introducciónj Filosofía de la

lógica, cap. 4). Por ejemplo.

el

enunciado: (1) Nadie que no esté casado está casado

sigue siendo verdadero de cualquier forma en que se sustituya el predicado «estar casado»; por ejemplo, en:

(2) Nadie que no sea escritor es escritor (3) Nadie que no sea ramoso es famoso e incluso:

(4) Nada que no sea un ser vivo es un ser vivo

(5) Nada que no sea fácilmente comprensible es fácilmente como prensible

(3)

etcétera (el cambio de «nadie» por <mada» simplemente indica que cambia

el tipo semántico de predicado, pero no afecta a la forma lógica de estos enunciados). En suma, la estructura o forma lógica de estos enunciados e : (6) Para toda entidad, si ésta no tiene una cierta propiedad F, en·

tonces no tiene dicha propiedad F En símbolos:

(7) ;\x ( ~Fx'~ "1lFx)

Se comprenderá que para distinguir, de esta manera, entre verdades lógicas y verdades que no

lo

son, tenemos que haber determinado previa-mente cuáles son los términos, elementos o constantes lógicas. Afortuna-damente, sobre este punto, los lógicos suelen estar de acuerdo, al menos en los aspectos más básicos. Como muestra (7), los elementos lógicos en los ejemplos anteriores son los que podemos representar por medio de las expresiones «todo», «no» y «si. .. entonces».

Pero hay otro tipo de verdades analíticas: aquellas que dependen de lo que significan los términos no lógicas y, en particular, los predicados. Son verdades que, según Quine, pueden convertirse en verdades lógicas recurriendo a los términos sinónimos apropiados. Así,

el

enunciado:

(8) Nadie que sea soltero está casado

es verdadero en virtud, aparentemente, de lo que significan los predica-dos «ser soltero» y «estar casado», y no sólo en virtud de su forma lógica (aunque, naturalmente, también ésta es relevante). Sustituyendo la expre-sión «ser soltero» por la expresión sinónÍma «no estar casado», obtenemos

la verdad lógica (1). Nótese que, en rigor, ambas expresiones no son sinó-nimas, pues «no estar casado» incluiría también a los viudos y a los di-vorciados; podríamos decir que «no estar casado» es parte del significado de «ser soltero», y esto basta para que sea posible la conversión de (8) en (1). Precisamente algo semejante había dicho Kant en este respecto, a saber: que un juicio es analítico cuando el predicado está contenido en el concepto del sujeto como parte de él (Crítica de la razón pura, intro-ducción, secc. IV); dicho en términos actuales: cuando el significado del

predicado es parte de lo que significa el sujeto. Y esto es lo que parece ocurrir en (8).

He dicho «parece» porque aquÍ es justamente donde Quine sitúa el ~entro de sus dificultades. Aceptar este tipo de verdades analíticas requiere hablar de los significados de los predicados, y admitir que lo que uno sig-nifica puede estar contenido en lo que significa otro, o coincidir con ello.

En suma, presuponemos la noción de sinonimia, y con ella, la de significado en el sentido intensional que ya conocemos. ¿Cómo podríamos justificar que dos expresiones significan lo mismo, o que lo que una significa l ~

(4)

404 Principios de Filosofia del Lenguaje

-

-

-

--

---parte de lo que significa la otra? Alguien podría decir que esto se justi-fica por definición, pero Quine señala, con toda razón, que las definiciones de las palabras del lenguaje cotidiano las hacen los lexicógrafos con la

pretensión de recoger el uso que realmente se hace de esas palabras en la

comunidad lingüística y, por consiguiente, que, a la postre, no es la

defi-nición la que funda la sinonimia, sino al revés. La sinonimia estaría fun-dada, más bien, en la conducta lingüística de los hablantes (<<Dos dogmas del empirismo», secc. 2). Una segunda posibilidad es identificar la sin

o-nimia con la sustituibilidad salva veritate. Dos expresiones serían

sinóni-mas, según esto, siempre que fueran sustituibles la una por la otra sin

que variara el valor de verdad de la oración en la que se realizara la

sus-titución. Así, tenemos que cualquier oración verdadera (o falsa) con la

que digamos algo acerca de los solteros, seguirá siendo verdadera (o falsa) aunque sustituyamos el térmülO «solteros» por la expresión «(quienes no han

estado casados». Ahora bien, aquí la queja de Quine, asimismo razonable,

es que la sustituibilidad salva veritate tan sólo nos asegura que ambas

ex-presiones se aplican a los mismos objetos, esto es, que son extensional

-mente equivalentes, pero no que signifiquen lo mismo, que sean

intensio-nalmente equivalentes, en suma, que expresen la misma propiedad (op. cit.,

secc. 3). Hay, sin duda, infinidad de casos en los que expresiones que

cla-ramente tienen distinto significado se aplican a los mismos objetos, como

«animal con corazón» y «animal con riñones», y no por eso

pretendería-mos que la oración:

(9) Todo 'animal que tiene corazón, tiene riñones

es analítica, pues parece claro que más bien se trata de una verdad em-pírica, fáctica.

¿Qué decir de la propuesta de Carnap de recurrir a postulados de sig

-nificado para determinar la clase de estos anunciados analíticos? La

pri-mera objeción es que

el

método de Carnap está restringido a un lenguaje

artificial L, y que aun cuando determinemos la clase de los enunciados analíticos en ese lenguaje L, con ello no hemos explicado 10 que significa

la expresión «enunciado analíticO) j sabemos cuáles son los enunciados

analíticos en L, pero no sabemos en qué consiste su analiticidad (op. cit.,

secc. 4). A esto podría responderse que sabemos que un enunciado

analí-tico es un enunciado que vale en toda descripción de estado de L porque

está L-implicado por los postulados de significado de L, 10 que sin duda

suministra una explicación para

el

concepto de «enunciado analítico en

L».

Pero ahora viene la segunda objeción. ¿Cuál es el significado de la

expre-sión «postulado de significado» o «regla semántica»? Para Quine, estas

expresiones son tan oscuras como la de «enunciado analítico», y en última

instancia tendremos que un postulado de significado se define como aquella

regla que determina qué enunciados son analíticos, con lo cual no

habre-mos aclarado nada. De aquí la conclusión de Quine: «Las reglas semá

(5)

poseen interés tan sólo en la medida en que ya comprendamos la noción de analíticidad, pero no ayudan nada a conseguir tal comprensión» (loe. eit., p. 36). Tendríamos primero que saber cuáles son las características mentales o de comportamiento relevantes para la analiticidad, y únicamente después serían útiles los postulados de significado. Mientras continuemos ignorando qué factores determinan la analiticidad, la dis tinción radical entre verdades analíticas y verdades sintéticas seguirá siendo un «dogma metafísico» (p. J 7) .

:El único lugar en el que, por lo que hemos visto, Quine estaría dis-puesto a buscar esos factores, es en la conducta lingüística de los hablan-tes. Aquí se encontraría, al parecer, el fundamento de la sinonimia y, por tanto, de las verdades analíticas. De acuerdo con su aspiración a un prag-matismo riguroso, coherente y sistemático, Quine ha explorado esa vía posteriormente con cierto detenimiento en Palabra y objeto (1960), una de las obras más importantes de los últimos veinte años en filosofía del lenguaje. Todo el carácter del libro está recogido en las palabras que abren su prólogo: «El lenguaje es un arte social. Al adquirirlo hemos de depender enteramente de indicios intersubjetivos respecto a qué decir y a cuándo decirlo. De aquí que no esté justificado comparar los significados lingüís-ticos a menos que sea en términos de las disposiciones de las personas a responder abiertamente a estimulaciones socialmente observables.»

En es ta teoría del significado, que podemos considerar como social y pragmática, tiene un puesto central el concepto de estimulación. Este con-,epto nos sirve, por lo pronto, para definir un concepto empírico de sig-nificado como es el concepto de sigsig-nificado estimulativo, según lo llama Quine (Palabra y objeto, secc. 8). El significado estimulativo afirmativo de una oración declarativa O para un hablante H será la clase de las estÍ-mulaciones que provocarían el asentimiento d~ H si se le preguntara «¿O?». El significado estimulativo negativo será, por su parte, la clase de las estÍ-mulaciones que provocarían

el

disentimiento del hablante en dichas condi-ciones. Ambos, el positivo y

el

negativo, componen

el

concepto de signi-ficado estimulativo. Las estimulaciones mencionadas son, naturalmente, los diferentes tipos de irradiación que excitan los sentidos externos; cada estimdación, por otra parte, está constituida por aquellas irradiaciones que alcancen hasta una determinada duración establecida de modo con-vencional según nos interese en cada caso. Como puede apreciarse, el sig-nificado estimulativo se basa en las disposiciones de los hablantes a asen-tir o disenasen-tir de las oraciones cuando se encuentran sometidos a estimu-laciones diversas.

Lo anterior puede aplicarse al problema de la sinonimia, comprobando qué resultadós proporciona, pero antes conviene distinguir varios tipos de oración a los que habremos de aludir. Cuando una oración exige asenti-miento o disentiasenti-miento sólo si se pregunta tras una estimulación apro-piada, se trata de una oración oC,asiona!. Por ejemplo: «Me duele», «Tiene la cara sucia» ... Por

el

contrario, una oración es permanente si el asenti-miento a la misma, o su disentiasenti-miento, puede repetirse cada vez que se

(6)

406 Principios de Filosofía del Lenguaje

-pregunta aun cuando no haya en ese momento estimulación adecuada al· guna. Por ejemplo: «Ha llegado el correo) , «Han florecido los alm en-dros) .. , Las oraciones permanentes tienden a convertirse en ocasionales cuando disminuye el intervalo temporal entre las posibles estimulaciones suo:esivas, ya que la distinción entre ambos tipos de oración es, como el significado estimulativo, relativa a la duración que se tome como módulo temporal de la esrimulación (op. cit., secc. 9), Del carácter de la distinción

entre oraciones ocasionales y permanentes se desprende que el significado

estimulativo, puesto que depende de las estimulaciones, es más importante

para las primeras que para las segundas.

En vista de que las oraciones ocasionales son las más inmediatamente ligadas a la estimulación, podríamos buscar aquí un fundamento empírico para la sinonimia, y pensar que dos oraciones ocasionales serán sinónimas

siempre que posean el mismo significado estimulativo, esto es, cuando las esrimulaciones que provocarían el asentimiento a una oración sean las

mismas que provocarían el asentimiento a la otra, y cuando las

estimula-ciones que darían Jugar al disentimiento de una de las oraciones sean, por su parte, las mismas que darían lugar al disentimiento de la otra. Pero aun en caso tan simple, Quine ve dificultades. Supóngase 'que se trata de

traducir entre dos lenguajes que nunca han tenido relaciones entre sí: es lo que llama Quine «traducción radical» (secc. 7). Supongamos que una de esas lenguas es el castellano, siendo la otra una lengua desconocida propia de una comunidad indígena encontrada en el curso de una expl

o-ración. Un explorador hispanohablante intenta traducir y halla, como su primer caso práctico) el siguiente: cuando se divisa un conejo, los indí

-genas, mirándolo, dicen (~Gavagai) . Podríamos aventurar la hipótesis de

que esta expresión es sinónima ,de «ConejO), en la medida en que las mismas estimulaciones que impulsarían al explorador a asentir a «¿Con

e-jo?»), harán asentir también a los nativos a «¿Gavagai?»; y en la medida en que las mismas estimulaciones que harían al explorador contestar ne-gativamente a la pregunta, provocarían la réplica negativa de los nativos a la pregunta correspondiente (podemos asumir que la contestación afir-mativa o negativa de los nativos se realice por medio de gestos cuyo si

g-nificado esté suficientemente claro). Diríamos, entonces, que ambas

ex-presiones, «Conejo» y «Gavagai), poseen el mismo significado

estimula-tivo. La dificultad para Quine, sin embargo, está en que la disposición de los nativos a asentir a la pregunta «¿Gavagai?) puede obedecer, en cier-tos casos, a una información adicional que se sume a la estimulación; por

ejemplo: pueden contestar afirmativamente no porque hayan percibido

claramente un conejo, sino porque sepan que aquí hay una madriguera de

conejos, o porque hayan percibido determinados insectos que se encuentran siempre en los lugares donde hay conejos, etc. Podríamos mantener que estos aspectos no forman parte del significado de «Gavagai), y que sola

-mente a la presencia dI:! conejos se refiere esta expresión; pero a ello

obje-tará Quine: ¿por qué decir esto y no, en cambio, que «Gavagai» significa

(7)

conejos?;. no hay prueba definitiva en favor de lo uno o de lo otro; no hay criterio evidente que permita separar la información adicional del ~ignificado estricto (secc. 9). Como puede apreciarse, esto constituye una aplicación de la tesis, ya defendida en «Dos dogmas del empirismo», de que la distinción entre cuestiones de hecho y cuestiones de significado es relativa y de grado.

Por consiguiente, el significado estÍIDulativo no alcanza a cumplir las funciones que solemos atribuir al concepto filosófico de significado, y la identidad de significado estimulativo es algo que no se da ni siquiera en casos tan simples como el de la traducción de «Gavagai» por «Conejo». Pero no todas las expresiones son igualmen te afectadas por la informa-ción adicional. Las que designan, por ejemplo, colores, lo son menos, según Quine (secc. 10). Así, una expresión tal como «Rojo», tomada como ora-ción ocasional, esto es, afirmada acerca de un objeto que está a la vista, o acaba de estarlo, resulta menos ~feciada por informaciones adicionales que «Conejo»; por esta razón, en el caso de términos como los de colores -admite Quine- su significado estimulativo nos acerca considerable-mente a lo que es sólito esperar del concepto de sinonimia. En otros casos, sin embargo, es precisamente la información previa la que nos permite asentir a, o disentir de, una oración ocasional; por ejemplo, respecto de la

expresión «Soltero», pues es lo que sabemos de una persona, y no ninguna de sus características que podemos percibir cuando la vemos, lo que nos perntite decir que es, o no, soltera. El significado estimulativo de «Sol-tero» es del todo insuficiente para determinar

el

asentimiento o el disen-timiento en una ocasión determinada. Aquellas oraciones ocasionales cuyo significado estimulativo no varía por efecto de la información adicional, las considera Quine oraciones observacionales (loe. cit.). En ellas, lo que, al margen de la teoría de Quine, llamaríamos su significado, llega casi a coincidir c.on el significado estimulativo de Quine. Es el caso de las ex-presiones de colores, que acabamos de considerar . Justamente en las ora-ciones observacionales es donde la noción de significado estimulativo puede sustituir a la noción vaga, preteórica, de significado, añadiéndole el rigor que le falta. Estas oraciones de observación, así entendidas, coinciden, por su carácter, con las proposiciones básicas en filosofía de la ciencia I o con

llis proposiciones protocolares de los neopositivistas. Pero se distinguen de las proposiciones atómicas de Russel1 en que aquéllas versan sobre cosas, en el sentido ordinario, y no exclusivamente sobre datos sensibles como estas últimas.

Por ahora,

el

único caso que se aproxima un tanto a nuestro concepto

vago y cotidiano de sinonimia es

el

caso de aquellas oraciones de obser-vación que poseen el mismo significado estimulativo, como, por ejemplo, en «Rojo», «Colorado» y «Encarnado», tomando estas expresiones como oraciones. Sin embargo, si nos limitamos a un solo hablante, encontraremos que incluso las oraciones que no son observacionales pueden dar lugar a sinonimia, con tal que tengan para dicho hablante el mismo significado estimulativo, ya que aquí no aparec'en las dificultades que, en el caso de

(8)

408 Principios de Filosofía del Lenguaje

varios ?~blantes, derivan de la posibilidad de que éstos posean informa-ción adIcIonal diferente unos de otros. Así, para un solo hablante, «Soltero» y «Varón que no ha es tado casado» tendrán

el

mismo significado estimu-lativo, ya que asentirá a ambas expresiones exactamente ante las mismas estimulaciones, esto es, ante las mismas personas. No hace falta subrayar que esto puede no acontecer en

el

caso de dos hablantes, a saber: cuando la personas solteras que uno conoce sean distintas de las que conoce

el

otro, pues en este caso

el

significado estimulativo de «Soltero» será dife-rente para uno y otro. Esto puede contribuir a confirmar la idea, ya apun-tada, de que,. para expresiones de este tipo,

el

significado estimulativo queda muy leJos de lo que, tanto en

el

habla cotidiana como en teorías semánticas más confiadas que la de Quine, llamaríamos simplemente el significado de la expresión (por ejemplo, de «Soltero»). Es claro que la sinonimia interna al idiolecto de un hablante es relevante para

el

con-cepto de analiticidad, ya que es una sinonimia que, como en las expresio-nes «Soltero» y «Varón que no ha estado casado», se basa no en que ambas expresiones tengan

el

mismo significado, sino simplemente en

el

hecho de que la información adicional que posee

el

hablante tiene como consecuencia que ambas expresiones tengan para él idéntico significado estimulativo (secc. 11).

Hasta ahora hemos considerado oraciones preferentemente ocasiona-les, pues son las ligadas más directamente a nuestras es timulaciones , Y también con preferencia formadas por una sola palabra o expresión. Natu-ralment.e, la forma completa de esas oraciones sería «Eso es un conejo», «Esto es roj-o», etc. Pero explicar

el

significado de estas oraciones a quien no conozca la lengua es considerablemente más complicado a causa de esos otrOS términos: «eso», «es», etc. Quine ha tomado

el

caso más simple por lo que respecta a la conexión entre

el

lenguaje y

el

comportamiento. La cuestión ahora es: ¿podríamos extender nuestro análisis a las mismas pa-labras o expresiones tomadas esta vez no como oraciones, sino como tér-minos? Sepongamos que «Conejo» y «Gavagai» son, como oraciones, es-timulativamente sinónimas. Pues bien, ello no garantiza que, como térmi-nos, «conejo.» y «gavagai» sean, no ya sinónimos, sino ni siquiera coex-tensivos, aphcables a los mismos objetos. La razón, según Quine (secc. 12), es que, en rigor, no sabemos de qué se predica exactamente «gavagai». Puede ocurrir que se predique de animales, como

el

término «conejo». Pero puede acontecer también que se predique de estadios temporales de conejos; o bien de todas y cada una de las partes de un conejo en cuanto unidas formando un todo. En todos estos casos, «gavagai» sería, como «conejo», un término general. Pero puede darse

el

caso, incluso, de que fuera un término singular, que. nonibrara. por ejemplo, aquella porci~n del mundo constituida por todos los conejos, y de la que cada conejO singular sería tan sólo una parte; o bien que nombrara un universal, la propiedad que hace de algo un conejo, la conejidad. En todos los casos mencionados, el significado' estimulativo de la oración «Gavagaí» podría

(9)

habría entre el término «gavagai» y el término «conejo». Lo cual prueba que la diferencia entre objeto concreto (un conejo) y objeto abstracto (la conejidad), así como la diferencia entre término general (<<conejo») y tér -mino singular (<<concjidad»). son independientes del significado estimul a-livo. Pues, como dice Quine (loe. cit., p. 52 del original y pp. 65-66 de

la trad. cast.): «5eÍlalemos un conejo y habremos señalado un estadio temporal de un conejo, las partes constitutivas de un conejo, la fusión de todos los conejos, y la manifestación de la conejidad.» La estimulación no basta para resolver entre estas alternativas. Habría que recurrir a

cues-tionar al nativo con preguntas más complicadas, como «¿Es éste

el

mismo gavagai que aquél?», «¿Hay aquí un gavagai o dos?», etc. Pero esto re-quiere un dominio de la lengua nativa muy superior al propio del caso que estamos considerando. La conclusión es que, mientras que las ora-ciones ocasionales y. el signific2do estimulativo suministran un puente entre dos lenguas, la clasificación de los términos y la determinación de su referencia pertenecen al esquema concepcual propio de cada una y

pue-den divergir ampliamente de una a otra.

Tornemos ahora al caso de la sinonimia estimulativa para un solo hablante. ¿Nos garantiza la sinonimia estimulaliva de las oraciones «Sol-tero» y «Varón que no ha estado casado» que también sean estimu

lativa-mente sinónimos los términos correspondientes, «soltero» y «varón que no ha estado casado»? Una vez más, la ventaja de esta situación es que no plantea las dificultades de la traducción radical. Para aceptar la sino-nimia estimulativa de esas expresiones, tomadas como términos, basta que las correspondientes oraciones ocasionales sean estimu!ativamente sinóni-mas y que el hablante esté dispuesto a asentir a la oración permanente «Todo soltero es un varón que no ha estado casado, y viceversa». No se plantea aquí la cuestión de si «soltero» se refiere a personas, partes de persol)as¡ estadios de personas, etc. La cláusula estipula, en definitiva, que ambas expresiones se aplican a los mismcs objetos, sean 10 que fueren. De acuerdo con ello, la definición de sinonimia estimulativa para términos generales rezará así: los términos (o predicados) «F» y «G» son

estimula-tivamente sinónimos para un hablante H en un tiempo t si y sólo si «F» y «G» tienen, en cuanto oraciones ocasionales,

el

mismo significado es ti-muladvo para H en t, Y H está dispuesto en t a asentir a la cláusula «Todo F es G y viceversa». Puesto que esta cláusula establece la condi-ción de sinonimia estimulativa de «F.» y «G», podernos considerarla c;omo una oración estimulativamenre analítica, y definir este concepto así: una oración es estimulativamenre analítica para un hablante si éste está dis-puesto a asencir a eUa a continuación de toda estimulación (dentro del módulo temporal establecido). La definición de sinonimia estimulativa para términos generales puede reformularse para dos términos singulares «a»

y «b~>, simplemente requiriendo que

el

hablante esté dispuesto a asentir

a la cláusula «a es idéntico a

b»,

la cual será asimismo una oración

estimu-lativamente analítica. Así, la sinonimia estimulativa de «AzorÍn» y «José Martínez Ruiz», tomando estas e~presiones como términos, derivará de la

(10)

410 Principios de Filosofía del Lenguaje

-,.

-

-analiticidad estimulativa de la oración «Azorín es (idéntico a) José Mar-tínez Ruiz». Nótese que las definiciones anteriores únicamente son apli-cables a lenguas a las que puedan traducirse expresiones como «todo»,

«es» e «idéntico a» (secc. 12 de Palabra y objeto).

Con esto, tenemos los conceptos de sinonimia estimulativa (para tér-minos y para oraciones ocasionales) y de analiticidad estimulativa. Al

pa-recer, es lo más cerca que, desde el punto de l/ista del comportamiento

lingüístico, podemos llegar a los disputables conceptos de analiticidad y sinonimia. ¿Qué decir sobre aquéllos? En primer lugar, están restrin-gidos al idiolecto de un hablante, lo que, en principio, los haría inmiliza

-bIes para el análisis del lenguaje de una comunidad. Este defecto tiene, sin embargo, un sencillo arreglo que Quine permite. Podemos socializar el

concepto de sinonimia estimulativa de oraciones ocasionales estipulando

que dos oraciones ocasionales serán socialmente sinónirnas (desde el punto

de vista de la estimulación) siempre que sean estimulativamente

sinóni-mas para casi todos los hablantes de la comunidad (secc. 11, fin; nótese la cautela de la formulación). De modo semejante, dos términos estimulati-vamente sinónimos 10 serán socialmente siempre que lo sean para casi

todos los hablantes (secc. 12). Y una oración permanente, que sea esti-mulativamente analítica, lo será socialmente siempre que lo sea para casi

todos los hablantes (secc. 14). De esta manera, podemos aceptar que una oración es' estimulativamente analítica para una comunidad lingüística

siempre que lo sea para casi la totalidad de sus miembros (cómo pueda

determinarse esto último es otra cuestión). Otro tanto diremos si se trata

de decidir que dos oraciones, o dos términos, son cstimulativamente

sinó-nimos para la comunidad.

Pero en segundo lugar, y esto es más importante, el concepto de sino-nimia estimulativa (individual o social) entre oraciones o términos lo único que nos proporciona son oraciones o términos que, de hecho, son coextensivos, esto es, aplicables a los mismos objetos o estimulaciones. No sabernos en qué medida dependa esto de los significados de las expresio-nes en cuestión. Y lo mismo para el concepto de analiticidad estimulativa. Sabemos que una oración estimulativamente analítica es una oración a la que estamos dispuestos a asentir a continuación de cualquier estimulación.

Pero ignoramos por qué estamos así dispuestos: ¿ simplemente por lo que significan nuestras palabras, o también a causa de lo que sabemos acerca

de la realidad? De acuerdo con esos conceptos, tendríamos que tan

sinó-nimas son las expresiones «soltero» y «varón que nunca ha estado casado»

como «moneda dorada» y «moneda de una peseta» (se entiende, para

monedas de curso legal en España durante los últimos decenios); y que tan analítica es la oración «Ningún soltero está casado» como «Toda moneda dorada de curso legal vale una peseta». Y, sin embargo, entre ambos casos

hay una diferencia, diferencia que aspiramos a recoger cuando distingui-mos entre enunciados analíticos y enunciados sintéticos. ¿En qué consiste? Según Quine (secc. 12), la diferencia podría derivar de cómo aprendemos unas y otras expresiones, pues aprendemos «soltero» por medio de

(11)

aso-claclOnes de palabras, pero aprendemos «moneda de peseta» conectando

la expresión con determinados objetos. Es decir, las expresiones que ten-demos a considerar sinónimas serían aquellas que aprendemos por su interconexión con otras expresiones, mientras que las que aceptamos corno meramente coextensivas serían las que aprendernos por su asociación con estimulaciones.

Más recientemente, en Las raíces de la referencia (1973; secc. 2L), Quine ha acotado, dentro de las oraciones estimulativamente analíticas, una subclase de las mismas que se aproxima, aún más, a las oraciones t radi-cionalmente aceptadas como analíticas. Se trata de aquellas oraciones que todos los hablantes de la comunidad aprenden a entender al mismo tiempo que aprenden que son verdaderas. Así, se aprende Jo que significa la oración «Un perro es un animal» al tiempo que se aprende a asentir a ella (el ejemplo es de Quine). En estos casos, la analiticidad estirnulativa está conectada con el proceso de aprendizaje del lenguaje de tal manera que entender la oración y aceptarla como verdadera son procesos simult á-neos. Naturalmente, éste sería también

el

caso de «Ningún soltero está casa-do». Esta aproximación al concepto de analiticidad la hace depender de la uniformidad social en

el

aprendizaje de ciertas palabras o expresiones. Pero esto no supone que se pueda trazar una división radical entre las verdades analíticas y las verdades sintéticas. Más bien lo que hay es una serie gra-dual, en la que hay que situar, en primer lugar, aquellas oraciones que todos los hablantes aprenden al tiempo que conocen su verdad, y que son las que podernos llamar «anaJíticas». En segundo lugar, aquellas que una mayoría, aunque no todos, aprenden de esa manera. Luego, las que apren-den así algunos; después, las que tan sólo unos pocos llegan a aprender de semejante modo, y, finalmente, las que nadie ha aprendido en la forma dicha. En resumen: hay oraciones más o menos analíticas o, mirándolo desde/el punto de vista inverso, más o menos sintéticas.

8.6 La indeterminación de la traducción radical

Ya hemos visto en qué consiste la traducción radical: en traducir entre dos lenguajes que no habían tenido previamente relaciones culturales recí-procas. Quine dedicará buena parte del capítulo segundo de Palabra y ob-jeto a defender la tesis de que semejante traducción no puede estar del todo determinada por la conducta lingüística de los hablantes. Dicho de otra forma: puede haber sistemas distintos, incompatibles entre sÍ) de efectuar tal traducción, y compatibles en cambio con la totalidad de las disposiciones lingüísticas de los hablantes (secc. 7). Naturalmente, la diver-gencia de traducción entre un sistema y otro será tanto menor cuanto más inmediata se halle la oración traducida a la estimulación no verbal. Salta a la vista que el principio de la indeterminación de la traducción radical va a suministrar a Quine un importante punto de apoyo para su teoría del lenguaje.

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